9. Mátame
Una gran explosión hizo que el palacio entero se sacudiera, como si temblara de terror, de entre los gritos, la sangre, los escombros, Taishaku-ten emergió, gallardo, impactante, fiero, empuñando la espada del Trueno, con la armadura blanca resplandeciendo sobre su cuerpo, su aspecto era digno de una loa, delante de él, Ashura-ō le esperaba, portando la armadura del Dios de la Guerra, las joyas rojas que la decoraban eran una ofrenda de llamas… le vio aparecer, caminar hacia él.
No tenía miedo, ni siquiera sentía un atisbo de conservación por su propia vida. Todo lo contrario, estaba embebido, guardaba esa última imagen de su amante, digno y belicoso, era un dios, no cabía duda. Le hubiese gustado desprender una a una las piezas de la armadura que lamía su cuerpo… pero ya no había tiempo… su tiempo se había terminado.
—El ejército Imperial ha caído… sólo quedan el Emperador… y tú… —pronunció laxo, anunciando una condena de muerte inevitable.
—No… sólo quedo yo, al Emperador le he matado ya…
—¡¿Qué has hecho, Ashura-ō?!
Para variar el monarca había terminado haciendo su franca voluntad, una vez más, tuvo un ataque.
—Has llevado demasiado sobre tus hombros… si puedo aligerar tu carga…
—Su Majestad, mi carga no tiene que ver con la sangre, tiene que ver con el corazón…
El rey tragó saliva espesa y trató de conservar la dignidad y frialdad de siempre, aunque no lo estaba logrando del todo.
—Si llegases a fallar… mátale… tienes que matar al último de los Ashura, a mi heredero… pero para ello… tienes que ser más fuerte…
El general rio con sorna y se lanzó al ataque, no estaba jugando y tampoco era una de sus muchas demostraciones de superioridad, no, estaba tirando a matar.
—¿Así… o más fuerte? —Se burló asestando un golpe en la espalda que otras veces había besado con esmero, le lanzó contra uno de los pilares destruyéndolo.
—No bastará… pero… antes de eso… tengo un último deseo, Dios del Trueno —le dijo recuperando el resuello casi al mismo tiempo que la espada en su mano se incendiaba para contratacar.
Por apenas milímetros Taishaku-ten pudo esquivarle, el muy listillo estuvo a punto de masacrarlo, siendo que él era el asesino, tirano y traidor.
—Mátame y devora mi carne… eso te dará el poder que necesitas…
El Dios del Trueno arqueó ambas cejas, abrió la boca para decir algo, pero ni siquiera eso pudo hacer, la espada del Trueno automáticamente se venció, como si su mano obedeciera no a su voluntad sino a lo que estaba sintiendo en ese preciso instante.
El Dios de la Guerra sabía de antemano que esa última petición… esa última… no podría cumplirla con facilidad… así que le facilitó las cosas: corrió hacia él, presto a atacarle, por reflejo Taishaku-ten levantó su propia espada…
Fueron segundos…
Fue el momento que lo decidió todo…
Las estrellas estaban girando…
Ashura-ō bajó su propia espada y se clavó con el impulso que había tomado, intencionalmente, la espada de su amante…