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El último partido por Fullbuster

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Eran las doce del mediodía cuando Kakuzu entraba a hurtadillas por la mansión de su familia. Sus padres no deberían estar por allí, ellos nunca tenían tiempo para él, sólo para la empresa familiar, pero sus abuelos sí se encontrarían en la casa, de ahí que tratase de pasar desapercibido.

 

Sabía muy bien que, algún día, todos tendrían que enterarse de que estaba saliendo con Hidan, pero teniendo en cuenta que lo habían decidido anoche, veía demasiado pronto decir algo sin saber si realmente funcionaría aquella relación y más… conociendo a su familia. Seguramente le dirían que dejase a Hidan, que sólo era un chico pobre de barrio bajo, pero era quien le gustaba. Tantos años buscando entre los de la alta sociedad, tantas citas a ciegas a los que sus padres le habían obligado a ir y al final… se había enamorado de un chico de pueblo.

 

- ¿Dónde vas a escondidas, Kakuzu? – escuchó que preguntaba la voz de su abuelo cuando ya alcanzaba las escaleras.

 

- A mi cuarto, quería darme una ducha.

 

- ¿Una ducha? ¿De dónde vienes a estas horas? – preguntó acercándose a él apoyándose en su bastón.

 

- Vengo de… del parque. He ido a hacer ejercicio.

 

- No me mientas, bastante que haces lacrosse. Nunca te he visto ni salir a correr. Ya has estado en uno de esos locales que sueles visitar por las noches, ¿verdad? ¿Qué vamos a hacer contigo…? ¿Por qué no te entra en la cabeza que no puedes ir por ahí haciendo lo que te dé la gana? Tienes un apellido que mantener, una honra a esta familia. Deja de comportarte como un crío y acepta tus responsabilidades, avergüenzas a esta familia cada vez que te vas a “correr una juerga”. Sólo me falta que me traigas a alguna embarazada.

 

- Soy homosexual – le soltó de golpe Kakuzu consiguiendo abrir los ojos de su abuelo.

 

Kakuzu esperó su grito, nadie en su familia había soltado una bomba como aquella jamás, de hecho de él esperaban demasiado, que encontrase una buena esposa, de influyente familia, que acabase manejando las empresas familiares, que fuera el esposo perfecto y padre en breve tiempo tras casarse… pero él acababa de romper todas las expectativas en una frase. El bofetón de su abuelo no se hizo esperar.

 

- No vuelvas a decir algo así en tu vida. Si quieres seguir siendo parte de esta familia, te casarás con una buena mujer.

 

- ¿Con una mujer o con sus billetes? – preguntó Kakuzu ganándose una segunda bofetada.

 

- No seas insolente. Respetarás mi casa mientras vivas aquí. Ya puedes cumplir con las expectativas o no verás ni un centavo de mi dinero cuando muera, ¿te queda claro? Puedes marcharte pobre y humillado o puedes quedarte y ser alguien importante en la vida.

 

- Creo que entonces la decisión es fácil – le aclaró Kakuzu subiendo a su cuarto – en esta casa no hay espacio para otras opiniones. Soy capaz de decidir mi propia vida.

 

- Por favor, sólo eres un crío de veinticinco años, no sabes nada de la vida, jovencito. No sabes lo que te conviene o lo que no.

 

Kakuzu ni siquiera miró atrás mientras subía las escaleras de la casa. Al llegar a su cuarto, se encerró a él tratando de pensar qué era lo mejor en este caso. Decirles que salía con un hombre ya era malo, sumarle que encima era pobre sería como desatar el Apocalipsis final de su familia. Todos caerían sobre él, tratarían de explicarle lo que estaba bien y lo que estaba mal, pero no era tan simple, para él no había un “bien” y un “mal”, todo era sentimientos. Quería a Hidan y puede que fuera un error o puede que fuera lo mejor que le pasaría en su vida, sólo arriesgándose y lanzándose a una relación con él podría descubrir, cuando pasaran los años, si en este momento… tomó la decisión correcta o se equivocó.

 

Con esa idea en la cabeza, dándose cuenta del giro que iba a dar su vida, abrió el armario sacando unas maletas y empezando a llenarlas con todo lo que era importante para él además de meter su ropa.  En cuanto tuvo todo listo, bajó las escaleras con su ropa y todo lo que era importante y salió de la mansión bajo la atenta mirada de su abuelo que leía tranquilamente el periódico. Al ver aquello, se levantó  con el leve temblor en sus débiles piernas y le siguió hacia la puerta principal.

 

- ¿Qué haces, muchacho? – preguntó ante la incertidumbre.

 

- Yo no voy a ser tu nuevo proyecto, ni me dejaré convencer como hiciste con mi padre. Me largo.

 

- No seas insensato, tu padre tiene una vida.

 

- Una vida asquerosa de la que tú ni siquiera eres consciente. Vamos, por favor… mis padres no se hablan, ni duermen juntos, se ven en hoteles con sus amantes alegando tener reuniones, no vienen a verme, en su vida sólo hay trabajo y frustración para aguantar tus normas con tal de quedarse con tu herencia. Pues yo no voy a estar en una vida así de deprimente sólo por esto. Quédate con tu dinero y lo que quieras, pero yo me largo.

 

- Si sales por esa puerta… no te atrevas a volver.

 

- Perfecto por mí – dijo Kakuzu dando el paso tras la puerta y marchándose hacia el coche - ¿El coche sigue estando a mi nombre? Porque puedo coger un taxi.

 

- Haz lo que quieras, es lo último que tendrás de esta familia.

 

- Genial – le gritó Kakuzu metiendo todo en su coche dispuesto a marcharse de allí – por cierto… tengo novio, se llama Hidan y es pescador en un pueblo – le gritó consiguiendo que su abuelo se frustrase aún más al escuchar lo bajo que caía su nieto.

 

Kakuzu no quiso escuchar nada más. Mentiría si dijera que tenía un plan, o que esperaba que todo fuera bien, o que no tenía miedo de lo que ocurriría a partir de ese momento, porque se sentía muy perdido, sin embargo, era algo que tenía que hacer en un momento u otro y éste… parecía el mejor de todos ellos. Sus padres quizá ni se enterarían de lo que había hecho, estaban ocupados sufriendo en sus vidas.

 

Condujo por la ciudad y rellenó gasolina por última vez con la tarjeta de la cuenta bancaria de su abuelo. Estaba convencido de que ya estaría llamando a los bancos para desacreditarle y cancelar todas las tarjetas. Seguramente su abuelo pensaría que quitándole todos los lujos que había tenido durante sus años de vida, aprendería la lección y volvería, quizá fuera así, aún no estaba seguro de lo que ocurriría porque nunca había vivido apartado de sus lujos. Al final, acabó aparcando el coche en el estacionamiento frente al hotel de Hidan, pero no bajó.

 

Tras tres cuartos de hora allí sentado haciendo un crucigrama que venía en el periódico, escuchó cómo alguien golpeaba el cristal de su ventanilla llamando su atención. Era Hidan, así que bajó la ventanilla.

 

- Hogareño – escuchó que le decía Hidan.

 

- ¿Qué?

 

- La tres vertical – le señaló con la mano – sentirse como en casa, es algo hogareño. Es la palabra que buscas. Encaja, ¿no?

 

- Sí, encaja.

 

- ¿Sabes lo que no es hogareño? El coche. ¿Qué haces aquí metido en el coche? Llevas tres cuartos de hora aquí.

 

- ¿Estaba de paso?

 

- Inténtalo de nuevo.

 

- Me he ido de casa – aclaró – no aguantaba más.

 

- Y no has subido a mi cuarto a pedirme ayuda. ¿Por?

 

- Porque no sabía si me ayudarías.

 

- ¿Por qué no? Vale… es muy rápido que quieras venirte a vivir conmigo ya – sonrió Hidan – sobre todo porque empezamos anoche a salir, pero… supongo que si conociera a tu familia, no me resultaría tan extraño. Puedes dormir en mi cuarto mientras – le aclaró – será mejor que tu coche.

 

Los dos chicos subieron a la habitación. Hidan le ayudó con algunas maletas aunque según Kakuzu, sólo llevaba lo necesario, claro que subir cuatro maletas… a Hidan le resultaba algo más que sólo lo necesario.

 

- ¿Y no necesitas un caballo? – preguntó Hidan en el ascensor.

 

- Oh… ése lo he dejado en el establo de casa, no cabía en el coche – dijo Kakuzu con seriedad, lo que le hizo darse cuenta a Hidan, que no bromeaba.

 

- Me pasa por preguntar – susurró incrédulo.

 

Una vez dentro de la habitación, ambos empezaron a deshacer las maletas. Hidan decidió no preguntar nada más y los siguientes días pasaron entre algunas discusiones y también entre momentos románticos, su relación era extraña, pero a la vez explosiva. No le quedaba más remedio a Hidan que armarse de paciencia con Kakuzu, él debía acostumbrarse ahora a no tener todos los lujos que había tenido.

 

***

 

Una semana había pasado desde que Kakuzu llegó al hotel escapando de la rutina y las expectativas de su familia. Esa mañana, mientras Hidan se había ido a la ducha, Kakuzu se desperezaba entre las sábanas. No esperó que el teléfono sonase y menos el de su novio. Lo cogió para ver que se trataba de su madre.

 

- Hidan, deberías coger el teléfono – comentó llamando a su novio, que salió con la toalla enrollada y secándose el pelo con otra más pequeña.

 

- ¿Quién es?

 

- Tu madre.

 

- Debe ser importante, si no, no llamaría – susurró cogiendo el teléfono.

 

Kakuzu le dejó sitio para sentarse en el colchón mientras observaba cómo Hidan mantenía una conversación con su madre. Parecía un tema importante tal y como había dicho, puesto que por primera vez en mucho tiempo, hablaba con seriedad sin sacar a relucir ninguna de sus típicas bromas.

 

- ¿Estás segura de eso? – preguntó Hidan - ¿Cómo es posible? Nunca me dijiste que tenía un abuelo. ¿Cuándo es su entierro?

 

- ¿Ha fallecido tu abuelo?

 

Hidan terminó de hablar y apagó el teléfono girándose hacia un preocupado Kakuzu que esperaba una explicación de lo que estaba ocurriendo.

 

- Tengo un abuelo – fue lo único que dijo – y me acaba de dejar su herencia.

 

- ¿Qué? – preguntó Kakuzu - ¿Y qué te ha dejado?

 

- No lo sé, pero según mi madre… era muy rico y como su hijo, que era mi padre, falleció, me ha dejado toda su fortuna a mí. Siempre había creído que no tenía abuelo, jamás se puso en contacto conmigo y ahora…

 

- Quizá no quiso contactar por estar enfadado con tu padre. Yo tengo a toda mi familia enfadada conmigo por no hacer lo que ellos querían. Quizá ocurrió algo parecido.

 

- Es posible. Qué raro – susurró Hidan.

 

- Sí es raro… ahora tú eres el rico y yo el pobre – sonrió Kakuzu haciendo sonreír a Hidan.

 

- Cómo cambian las cosas…


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