Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Hilo Rojo (KagaKuro) por Tesschan

[Reviews - 26]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Descargo: Kuroko no Basket y sus personajes le pertenecen a Fujimaki Tadatoshi, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

Capítulo 18:

 Anhelar

 

¿Qué hombre debe anhelar más la paz sino aquel que de la guerra puede recibir mayor perjuicio?

(Nicolás Maquiavelo)

 

 

 

Apurando el paso lo más que podía, Kuroko miró nuevamente su móvil, sintiéndose un poco molesto y frustrado por aquel retraso. Hacía más de una hora que había acordado reunirse con Kagami aquella tarde de sábado, pero el inesperado corte y parón momentáneo en la línea del tren lo atrasó más de la cuenta. Por supuesto, se vio en la obligación de llamar a su novio para avisarle de que tardaría algo más en llegar, pero eso no ayudaba a mitigar su sentimiento de culpa. Culpa que se acrecentó todavía más cuando vio al chico de pie junto a la verja del recinto, con las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros azules mientras observaba de forma nerviosa el camino.

Cuando este finalmente lo vio aparecer, una enorme sonrisa, cargada de alivio, iluminó su rostro.

—Lamento mucho el retraso, Kagami-kun —se disculpó con él nada más llegar a su lado. Sentía que le ardían un poco los pulmones por el sobresfuerzo hecho en su propósito de darse prisa en llegar, pero no iba a quejarse, por lo que intentó disimular lo mejor posible su respiración agitada.

—No te preocupes, Kuroko. Lo del tren no era algo que tuviésemos previsto. —Posó una de sus grandes manos sobre su cabeza y le acarició el cabello unos cuantos segundos. Un roce mucho más suave y ligero de los que habitualmente solía prodigarle cuando estaban con mucha gente alrededor—. Lo importante es que ya estás aquí.

Aquella especie de cálido sentimiento que, durante el último tiempo, Kuroko sentía expandirse dentro de él cada vez que estaba junto a su novio, comenzó a embargarlo lentamente, calmando su malhumor. Esa era su segunda cita con Kagami o, mejor dicho, su segunda cita desde que se reconciliaron tras su breve ruptura y él le pidió que intentaran hacer algunas cosas como pareja para poder afianzar su relación.

Su primera salida había ocurrido precisamente el domingo anterior. Como en un principio sus planes de pasar todo el día en el parque de diversiones tuvieron que ser suspendidos por la idea de su padre de tomarse unos cuantos días de vacaciones familiares en el ryokan, Kagami y él estuvieron de acuerdo en aplazarlos durante una semana. Lo cierto es que a Kuroko le sentó bastante mal tener que cancelar su cita con el chico, pero, dadas las circunstancias, este aceptó sin problemas el cambio de planes y lo animó a pasar ese tiempo con su familia, intentando reparar las cosas.

De todos modos, para él, aquella «primera cita oficial», a pesar de no ser especialmente memorable ni tener nada de extraordinario, de cierta forma se convirtió en algo importante; quizá, se dijo Kuroko, eso se debía al hecho de que sentía que ese era el verdadero comienzo de algo, o el reinicio; otro paso más en aquella relación que estaban empezando a cimentar. Ambos se conocían, estaban al tanto de sus sentimientos y eran conscientes de los problemas a los que se enfrentarían de allí en adelante, por eso mismo, estar juntos era mucho más fácil. En esa ocasión no tenían expectativas que cumplir ni existían los nervios iniciales de una pareja primeriza que está comenzando a conocerse o el miedo constante de arruinar las cosas. Kagami y Kuroko llevaban siendo amigos por un largo tiempo y, durante sus cortos meses de noviazgo, habían tenido que atravesar un montón de problemas más, por lo que no tenían nada que ocultar, nada de lo que avergonzarse y, por ello, en aquella salida solo intentaron pasárselo bien, divertirse estando juntos y hacer recuerdos, muchos recuerdos.

Aunque todavía no se lo decía a su novio, tras pensarlo mucho, Kuroko llegó a la conclusión de que, en la difícil situación en la que se encontraban, con la amenaza de una separación inminente que podría obligarlos a mantener una relación a distancia, el hacer recuerdos, el compartir juntos muchas cosas, podría marcar una diferencia en el momento para cuando ya no pudiesen verse cada día. Pequeños pedacitos de ambos a los que aferrarse cuando las cosas se pusiesen en verdad difíciles.

Por ese motivo lo llenó de una alegría indescriptible el que Kagami lo hubiese invitado por iniciativa propia aquel día. Significaba, claramente, que para este esos pequeños momentos también eran importantes y eso le daba esperanzas de que, a pesar de todos los problemas, las cosas entre ellos podrían funcionar en un futuro lejano.

Fue justo esa mañana, después del entrenamiento con el equipo, que su novio le pidió aquella extraña y misteriosa cita. Por más que lo intentó, Kagami no le quiso contar nada más ni explicarle cuales eran sus planes, solo se limitó a decirle que pidiera permiso en casa para poder cenar con él y pasar la noche en su departamento, dándole luego las indicaciones de un parque cercano a donde este vivía, acordando una hora para reunirse.

Lo cierto fue que Kuroko prácticamente tuvo que rogar a su madre para que le permitiera quedarse a dormir en casa de Kagami, y esta, a pesar de su reticencia inicial, aceptó tras acordar con él que debía regresar temprano el domingo. La emoción y los nervios que lo embargaron toda la tarde durante la espera tuvieron a Kuroko más feliz e ilusionado de lo que cabía esperar, tal vez, más contento de lo que había estado en mucho tiempo; por eso mismo se sintió tan molesto por su involuntario retraso y porque, en esta ocasión, las cosas no estuvieran resultando tan perfectas como la vez anterior. Pero Kagami tenía razón, se recordó, ya estaba allí y eso era lo único que debía importar realmente.

El parque en el que acordaron reunirse quedaba cerca del departamento de su novio y, a esa hora de la noche, casi las nueve, se hallaba ya vacío a pesar de que la verja seguía abierta, invitando a entrar a los paseantes. Aunque no era enorme como algunos otros que se diseminaban por la ciudad, este tenía una bonita explanada de verde césped bien cuidado y árboles de cerezo que, a pesar de ya no estar en época de floración, seguían siendo hermosos con sus ramas cargadas de hojas y el suave murmullo que estas generaban al mecerse con la cálida brisa estival. La zona infantil con sus juegos y los paseos para los viandantes también podían apreciarse desde el sitio que ellos eligieron para sentarse, pero estaban un poco más alejados.

 En verdad ese era un sitio muy bonito y tranquilo, pensó Kuroko dejando escapar un quedo suspiro y sintiéndose contento y relajado. No pudo evitar preguntarse porque, de todas las ocasiones que anduvo por allí con el otro chico, jamás reparó en él.

Oyó a su novio carraspear ligeramente para llamar su atención y, apartando de inmediato la vista de la pequeña laguna artificial que estaba frente a ellos, se volvió para mirarlo con curiosidad.

Se sorprendió un poco al ver que Kagami se quitaba el bolso que llevaba colgado al hombro y comenzaba a sacar algunas cosas de este, como un par de vasos desechables y potes cerrados para dejarlos sobre una mantilla azul claro que, sin que él se hubiese dado cuenta, acababa de extender sobre el césped.

 Durante unos breves segundos, los que tardó su cerebro en reaccionar, Kuroko se sintió confundido; pero cuando luego fue capaz de procesar lo que estaban viendo sus ojos, comprendió repentinamente lo que el otro se proponía.

—Kagami-kun, ¿esto es…?

—Mi sorpresa. Un picnic nocturno —le dijo con desenfadada alegría, como si estuviera acostumbrado a esa clase de cursilerías; sin embargo, y a pesar de la escasa iluminación con la que contaban, Kuroko pudo apreciar el furioso sonrojo que le coloreaba el rostro, las orejas y el cuello. Y aquello a él le pareció muy tierno.

Arrodillándose frente a su novio para ayudarlo a disponer de mejor manera las cosas, mientras destapaba los potes, comenzó a darse cuenta de que casi toda la comida era la que a él más le gustaba de lo que Kagami solía preparar, como si este lo hubiese elegido a conciencia. Y fue en ese instante en que Kuroko entendió el verdadero esfuerzo y dedicación que el chico había puesto en todo eso, por el simple motivo de hacerlo feliz.

Sin poder evitarlo, sus ojos se llenaron de lágrimas, pero parpadeó repetidamente unas cuantas veces para contenerlas. Conocía lo suficiente a Kagami para saber que este se aterraría si lo veía llorar, creyendo haber hecho algo mal para disgustarlo de ese modo; y lo que él menos quería en ese instante era arruinar ese momento perfecto.

Más o menos una hora más tarde, cuando acabaron de cenar tras un montón de bromas y plática, Kagami se dejó caer de espaldas sobre el césped y palmeó un espacio a su lado, indicándole a Kuroko que hiciese lo mismo, algo que él se apresuró a hacer de inmediato, sin protestar. Este aprovechó la oportunidad de su cercanía para pasar uno de sus fuertes brazos tras su cuello para abrazarlo y atraerlo a su costado, situación que Kuroko usó para acomodar su cabeza sobre su hombro y quedarse a descansar allí.

Estar los dos así, en esa cálida noche de verano, oyendo el suave arrullo de las hojas al mecerse mezclado con sus pausadas respiraciones, sin tener que preocuparse de nada más que de disfrutar la compañía del otro, era algo en verdad maravilloso. Si pudiese elegir un momento de su vida para congelar para siempre, un solo instante que guardar en la memoria eternamente, él estaba seguro de que elegiría ese, sin ninguna duda.

—Gracias, Kagami-kun, ha sido una hermosa sorpresa —le dijo con sinceridad. De verdad se sentía enormemente dichoso por ese pequeño obsequio—. No era algo que me esperara de ti.

—¿Verdad que no? —contestó este con evidente orgullo en la voz, como si aquel plan fuera una de las mejores cosas que se le hubiesen ocurrido en la vida, y quizá, tuvo que reconocer Kuroko, lo fuera—. Llevaba un par de días pensando que quería hacer algo especial contigo hoy, pero no se me ocurría nada que no fuera, no sé… tan común. Sin embargo, anoche, cuando salí a comprar las cosas para preparar la cena, pasé por aquí y supe de inmediato que esto te gustaría. Me alegra mucho no haberme equivocado.

«Detalles», se dijo él mientras jugueteaba con la suave tela de la camiseta blanca que el otro chico llevaba entre sus dedos; eso era algo que Kagami siempre tenía hacia él. Pequeños detalles que lograron que bajara la guardia de su maltrecho corazón y acabara por enamorarse perdidamente de este.

En un principio, nada más conocerse y empezar a hacerse amigos, eran cosas casi insignificantes, como el conocer sus preferencias o darle el gusto en tal o cual situación sin que hubiese una necesidad real de hacerlo; nada demasiado importante pero que, para Kuroko, no demasiado acostumbrado a ser notado por el resto, lo hacía sentir bien, saberse apreciado. Y luego, cuando ya comenzaron a salir de forma oficial, aquellas pequeñas atenciones con él se hicieron mucho más evidentes; Kagami siempre era atento, mucho, y dulce. Era increíble el contraste que generaba su apariencia, un tanto imponente y que intimidaba bastante, con lo realmente amable que el chico era por dentro. Y, de cierta forma egoísta, Kuroko se alegraba de ser una de las pocas y afortunadas personas que conocían esto de él.

—Oe, Kuroko —le dijo su novio sacándolo repentinamente de sus pensamientos. Kagami levantó el brazo que tenía libre y señaló con el dedo al cielo nocturno, que ya estaba oscuro y lleno de brillantes y tenues puntitos luminosos que se apreciaban a la distancia—, ¿conoces el nombre de esa estrella?

Sin comprender del todo si aquella pregunta tenía truco, Kuroko observó con atención hacia donde su novio le indicaba. Tal y como este decía, había allí una estrella, pero lo cierto era que él no tenía ni la más mínima idea de cuál sería.

—No —respondió, aunque su tono salió más inseguro de lo que le hubiese gustado—. ¿Tú sí lo sabes, Kagami-kun?

—Bueno, esa es… —El chico guardó silencio un momento y Kuroko lo sintió tensarse un poco junto a él. Apartó la vista del cielo estrellado para mirarlo en el preciso instante que este hacía lo mismo y sus ojos celestes se encontraron con la rojiza mirada del otro. Parecía compungido—, no tengo idea —admitió, evidentemente abochornado—. Pensé que tú lo sabrías.

Sin poder evitarlo, Kuroko comenzó a reírse con ganas, ganándose un fuerte pellizco en el hombro por parte del otro chico.

—¡Auch, eso duele, Kagami-kun! —protestó un poco, aunque no se sentía realmente molesto por su falta de delicadeza; ya se estaba acostumbrando.

—Te lo mereces por burlarte.

—Tienes que reconocer que la situación fue absurda. Por un momento hasta temí que en verdad te supieras la respuesta —contestó, ganándose otro pellizco, aunque un poco más suave esta vez—. Supongo que eso significa que ninguno de los dos es demasiado dado a la astronomía —concluyó, riéndose durante unos pocos minutos más. Tras controlar sus carcajadas, Kuroko volvió a ponerse serio y mirar hacia el alto y oscuro cielo nocturno que se extendía como un manto sobre ellos—. La verdad es que nunca les he prestado real atención; aunque creo que son bonitas.

—Sí, lo son —respondió su novio, jugueteando con su claro cabello celeste, dejándolo resbalar entre sus dedos en una especie de suave caricia—. Aunque aquí, en Tokio, no se ven demasiado bien, ¿no crees? Cuesta bastante distinguirlas.

Kuroko oyó el suave suspiro que escapó de los labios de Kagami y se sintió, de cierto modo, satisfecho solo por el simple hecho de estar allí, junto a él, compartiendo ese pequeño momento. Un preciado recuerdo más para atesorar. Otro instante robado al tiempo en el que tal vez no podrían estar juntos en el futuro.

—Mi padre llega a casa mañana —soltó de pronto Kagami. Sus palabras no fueron más fuertes que un susurro entre ambos, pero a Kuroko le pareció casi como si este las hubiese gritado—. Y, como te prometí, voy a contarle todo sobre nosotros.

Tras oír aquella confesión, él se sentó de golpe, asustado; el corazón comenzó a latirle deprisa, impulsado seguramente por la adrenalina y el miedo. Kagami, todavía tendido de espaldas sobre el césped, lo observaba detenidamente, apreciativamente; sin embargo, casi por primera vez, a Kuroko le era imposible determinar lo que el chico estaba pensando.

—¿Estás seguro de eso, Kagami-kun? —le preguntó. Con horror notó que las manos le temblaban un poco y que sentía la boca seca, seguramente por los nervios—. En verdad no deseo que te presiones de esta manera. Si estás haciendo todo esto por la discusión de hace unas semanas, no es necesario. Quizá todavía no es el momento adecuad-

—Ven acá —lo cortó el otro, sujetando una de sus temblorosas manos y tirando con suavidad de ella para obligarlo a que volviera a recostarse a su lado, en el mismo sitio que abandonó instantes atrás—. Oe, Kuroko, cálmate un poco y escúchame, ¿quieres? —le dijo, pareciendo solo satisfecho cuando lo sintió asentir—. Tal vez tengas un poco de razón y sea verdad que la discusión que tuvimos me haya hecho decidirme finalmente a dar este paso, pero hablar con mi padre era algo que ya tenía pensado hacer desde hacía un tiempo, te lo prometo. Así que no quiero que comiences a atormentarte creyendo que todo esto es por tu culpa, porque no lo es. No tenemos idea de cómo van a resultar las cosas pero, tal como te dije antes, encontraremos el modo de que nuestra relación siga funcionando. Te amo demasiado para dejarte ir.

 «Culpa», esa pequeña y simple palabra ya le hacía presagiar que seguramente las cosas entre su novio y el padre de este no iban a ir tan bien como Kagami quería hacerle creer y, a pesar de que ambos estaban más o menos preparados para afrontar una negativa de su parte, eso no ayudaba a que las cosas fueran más fáciles, para nada.

—¿Será difícil, Kagami-kun? —se atrevió a preguntarle tras unos cuantos minutos de absoluto silencio.

—Ya lo creo que sí —contestó su novio con sinceridad—. Mi padre no es como el tuyo, Kuroko. Por favor, no quiero que pienses que es un mal hombre o nada parecido —se apresuró a explicar este, nervioso—, solo que es un poco… llevado a sus ideas. Sí, mi padre es muy tozudo cuando se le mete algo en la cabeza y es difícil hacerlo cambiar de opinión.

 —Entonces es como tú —decretó él con rotundidad. Aunque no le decía con intención de parecer gracioso, oyó como el otro chico soltaba una risa corta y tiraba con algo de fuerza algunos mechones de su cabello.

—No intentes pasarte de listo, pequeño idiota.

—No lo decía con esa intención. Pero Kagami-kun, debes reconocer que tú también eres un poco terco la mayor parte de las veces.

El otro chico suspiró, aunque parecía que parte de su tensión se había aligerado.

—Supongo que tienes razón —reconoció. Bajó la mirada para encontrarse con la suya y una media sonrisa burlona asomó a sus labios—. Pero tú tampoco te quedas lejos, Kuroko.

—Ese comentario ha sido muy descortés de tu parte —lo regañó él con cariño. Con su mano libre apartó algunos de las rojizas hebras de cabello que se pegaban al rostro de su novio y posó luego esta sobre su mejilla, en una suave caricia. La intensidad con que Kagami lo miraba lo hizo estremecer un poco—. ¿Quieres que mañana me quede contigo para hablar con tu padre? —ofreció, sin embargo el otro chico negó de inmediato.

—Creo que, por esta vez, será mejor esperar un poco con las presentaciones —le dijo medio en broma, medio en serio. A la escasa distancia que se encontraban, Kuroko podía sentir el rápido latir del corazón de este, como si se le metiese en el cuerpo—. No quiero que pases por ese mal rato, ya has tenido que soportar demasiado.

Él abrió la boca, dispuesto a protestar sobre aquello, pero, antes de que pudiese reaccionar siquiera, sintió los labios del otro posarse sobre los suyos en un beso duro y demandante, un beso hambriento y lleno de necesidad; como si con este su novio deseara callarlo, o acallar sus dudas, ya le daba igual. Kuroko, simplemente, cerró los ojos y entreabrió los labios, permitiendo que este hiciera lo que deseara, respondiendo a sus demandas de buena gana; rodeando con sus brazos el cuello del chico cuando se inclinó sobre él, feliz de poder darle aunque fuese ese pequeño momento de felicidad.

 Y entonces vino el desastre, en forma de fina y fría lluvia que los golpeó sorpresivamente de lleno, provocando sus ahogadas exclamaciones de desconcierto y obligándolos a separarse de inmediato.

Para su mala suerte, los aspersores del parque comenzaron a funcionar repentinamente, empapándolos en cuestión de segundos y acabando con la atmosfera romántica con una rapidez sorprendente. Su novio, con el cabello pegado a la frente como una cortina oscura, miraba a su alrededor con los ojos entrecerrados de enfado y frustración, de seguro esperando encontrarse con el responsable de aquello y darle una paliza.

—¡Maldición! ¡Demonios! ¡¿Es que esto es una condenada broma?! —explotó Kagami, apartándose de su lado para arrodillarse en el mojado césped y comenzando a recoger a toda prisa las cosas del picnic mientras Kuroko, muerto de risa después del susto, lo ayudaba.

—Ya, ya, Kagami-kun —le dijo al otro chico en un intento de apaciguarlo. Kuroko, todavía riéndose, se estremeció un poco al sentir un nuevo golpe de las finitas gotas de agua golpeándole el cuerpo, apresurándose en ayudar a guardar las cosas para salir de allí a toda prisa—. Supongo que ya es muy tarde y por eso los han encendido. Lo bueno es que estamos en verano y el frío no se nota tanto.

Su novio gruñó en respuesta, echándose el bolso al hombro y tendiéndole una mano para ayudarlo a ponerse de pie.

—No puedo creer que tengamos tan mala suerte —protestó este mientras se encaminaban hacia la salida del parque—. ¿Tenía que ser justo el día de hoy? Maldición… Yo solo deseaba… —Kagami se quedó callado repentinamente, mientras miraba hacia el frente. Siguiendo la dirección de sus ojos, Kuroko comprendió cual era el nuevo problema—. ¡Oh, demonios!

Intentando no perder la calma, soltó la mano del otro chico y se acercó a la puerta de la verja del parque para moverla un poco, pero, tal y como sospechaba, esta estaba cerrada y ambos se encontraban encerrados allí, completamente empapados y bastante agotados tras la mañana de entrenamiento y la tensión de lo que se avecinaba al día siguiente. Un estupendo final de jornada, sin duda, pensó Kuroko con divertido cansancio.

—Creo que tendremos que saltarla, Kagami-kun. —Buscó aquel par de ojos rojizos y al hallarlos los encontró llenos de molesta resignación, pero por lo menos su novio ya no parecía dispuesto a asesinar a nadie—. No es demasiado alta y creo que hacer el esfuerzo es mejor que la perspectiva de quedarnos aquí hasta mañana; acabaríamos enfermos y la entrenadora nos mataría —le dijo, mientras tiraba un poco de su propia camiseta a rayas celestes y blancas para enfatizar el hecho de que estaba bastante mojado.

—De acuerdo, supongo que tienes razón, Kuroko; además, parece que esto durará un rato más —añadió el chico mirando como los seseantes aspersores seguían funcionando de manera intermitente en diferentes sitios del parque—. Venga, pasa tú primero. Te ayudo a subir.

Luego de unos largos quince minutos de duro trabajo a causa de lo empapados que estaban, Kuroko y Kagami finalmente lograron pasar al otro lado sin mayores daños que un par de rasmillones y con algo de suciedad adherida a la ropa mojada. Al comprobar la hora en su móvil, con bastante sorpresa se dio cuenta de que ya eran cerca de las once. El tiempo se había pasado muy rápido.

Mientras se encaminaban de regreso al departamento de Kagami, siguiendo un impulso, Kuroko sujetó la mano de este para entrelazar los dedos de ambos; transmitiéndose así un poco de calor a pesar del frío que los dos estaban comenzando a sentir.

Cuando un grupo de cuatro chicos apareció a la distancia frente a ellos, Kuroko notó de inmediato que su novio fue a deshacer su agarre, como hacían habitualmente, pero él no se lo permitió en esa ocasión. Sujetó la mano del otro con más fuerza y asintió de manera casi imperceptible cuando los ojos de Kagami lo miraron cargados de incertidumbre, pero él aceptó sin dudar su decisión. Tal y como esperaba, los muchachos, que pasaron a su lado hablando animadamente, los observaron curiosos, pero Kuroko no les hizo mayor caso. Estaba cansado de fingir y esconderse; ninguno de ellos estaba haciendo algo malo, por lo cual, actuaría acorde a ello. Amar a otro, aunque ese otro fuese alguien del mismo sexo, no era un pecado, y él no pensaba avergonzarse nunca más de lo que sentía ni de quien era.

En el momento que levantó nuevamente la mirada, en la expresión de Kagami vio algo que lo sorprendió bastante y que produjo un sentimiento cálido que pareció explotar y expandirse dentro de su pecho: el chico estaba orgulloso de él. Y, para Kuroko, esa satisfacción de su parte era la única recompensa que necesitaba por su valentía.

Su mayor premio.

Hicieron el resto del recorrido sumidos en un cómodo silencio, aferrados a la mano del otro y sumidos cada cual en sus propios pensamientos; sin embargo, cuando casi estaban por llegar al departamento, Kagami, con evidente angustia, comenzó a decirle:

—Siento que las cosas hayan acabado de este modo, Kuroko. Realmente quería que esta cita fuera perfecta para ti, lo planifiqué mucho; pero aun así, acabó siendo un desastre.

Sin poder evitarlo, recordó el comienzo de esa tarde, cuando él mismo se sintió terriblemente mal por llegar atrasado a aquel encuentro, ansioso por que las cosas resultaran bien, «perfectas» como acababa de decirle Kagami; no obstante, todo parecía haber tomado un ritmo propio, convirtiéndolo en un caos de sucesos que escaparon de su control, de un futuro que no pudieron prever; del mismo modo que no podían saber lo que el destino tendría deparado para ellos en unos cuantos meses más, en unos años más; solo les quedaba aferrarse a sus mutuos sentimientos y a la esperanza de que con eso bastara y aprovechar cada momento del presente lo mejor que pudieran.

—Lo ha sido. Para mí, por lo menos, fue una cita perfecta, Kagami-kun —contestó Kuroko con seguridad.

 Su novio se volvió a verlo con la incredulidad grabada en el rostro.

—Pero todo lo que ha pasado…

—Por eso mismo —aclaró—. En unos años más, muchos, cuando ya seamos viejos, nos acordaremos de esta cita desastrosa y nos reiremos de ello. Será un recuerdo tonto y divertido. Será una parte de nuestro pasado juntos que atesoraremos.

Kuroko no podía asegurar si seguirían juntos los próximos seis meses y mucho menos si lo harían los años venideros, pero, se aferraría a ese pensamiento, a ese desesperado anhelo. Mientras él pudiese luchar por esa relación, por el amor que sentía hacia Kagami, por muy difíciles que las cosas parecieran, se convencería de que aquel día, muy, muy lejos en el futuro, llegaría en algún momento Depositaría todas sus esperanzas en que así sería.

Atrayéndolo hacia sí, Kagami pasó un brazo sobre sus hombros y depositó un casto beso sobre su frente mojada. Una determinación igual a la suya enraizada profundamente en aquel par de iris rojizos.

—Sí, será un recuerdo que atesoraremos, Kuroko.

Ninguno de ellos dijo nada más; ambos sabían que había votos que no necesitaban ser dichos ni ser pronunciados en voz alta para validarse. La promesa intrínseca de aquella afirmación les bastaba; era una promesa de un futuro juntos y del amor que compartirían.

 

——o——

 

Recorriendo el departamento al completo por quinta vez, Kagami observó con ojo crítico que todo estuviese impecable y nada se hallara fuera de su sitio. No era que su padre le pusiese real atención a ese tipo de detalles, pero, de alguna manera, el tener todo bajo control lo hacía sentir un poco más seguro; quizá porque sabía que el encuentro que lo esperaba en unos cuantos minutos sería bastante imprevisible. Sobre todo porque, conociendo a su progenitor, él estaba convencido de que este se tomaría todo aquello bastante mal; le costaría mucho convencerlo de porqué debía quedarse a estudiar en Japón y no regresar a América como tenían previsto.

Intentando apartar aquellos sombríos pensamientos de su cabeza, Kagami comenzó a pensar en lo que estaría haciendo su novio en aquel momento y no pudo evitar sonreír un poco al recordar la noche anterior y su funesta cita.

Después del desastre del que fueron protagonistas y de aquella confesión por parte del chico fantasma que estuvo a punto de hacer que su corazón se paralizara a causa de la emoción, Kuroko y él regresaron al departamento para darse un baño e intentar entrar en calor, cambiarse de ropa y ver unas cuantas películas hasta que el sueño los venció y se fueron a dormir. Y solo ahora, mucho más tranquilo ya y sin tener encima toda la frustración que lo embargó en ese instante, Kagami tenía que reconocer que la tarde anterior resultó ser sorprendentemente agradable, sobre todo porque su novio se mostró contento y a gusto. Después de mucho, por fin vio a Kuroko sintiéndose feliz de verdad, sin nada que tuviese que ocultar o le perturbara. Y Kagami deseó, casi con fervor, que las cosas pudiesen seguir así por mucho más tiempo.

Tras comprobar que ya no quedaba nada más que poder hacer en la casa, se dirigió a su cuarto para tumbarse sobre la cama mirando el blanco techo, respirando profundamente un par de veces en un vano intento de tranquilizarse. Nuevamente miró la hora en su móvil y sintió como el corazón se le aceleraba al comprobar que ya casi eran las once de la mañana. El vuelo de su padre hacía ya un rato que había aterrizado en el aeropuerto de Narita; este lo había llamado nada más llegar para informarle que pronto estaría en casa y que no era necesario que fuera a recogerle; sin embargo, a pesar de su determinación, Kagami no podía dejar de sentir más que terror y nervios ante la perspectiva de verlo.

 Maldición, que cobarde era.

Tal vez por ese motivo, e intuyendo lo mucho que le costaría hacer aquello, fue por lo que Kuroko se ofreció a acompañarlo durante aquel reencuentro, pero, ¿de que serviría?, se preguntó. Kagami estaba seguro de que conocer en esas circunstancias a su novio solo empeoraría las cosas con su padre, aunque lo que en verdad lo preocupaba era que, con su mal carácter, este terminara diciendo algo que hiriese al otro chico de alguna manera; y eso él no iba a permitirlo; nunca. Por eso se había negado.

En aquel momento Kagami tenía los nervios tan a flor de piel que el conocido sonido del timbre de su móvil anunciando un mensaje lo asustó tanto que llegó a dar un respingo. Se sorprendió un poco al ver que se trataba de Tatsuya deseándole suerte, sobre todo porque sabía perfectamente que el chico seguía sin estar del todo contento por su relación con Kuroko; aunque debía reconocer que este ya no lo atormentaba tanto por ello y, lo cierto era que su amigo se mostró bastante comprensivo cuando, la tarde pasada, le contó de los planes que tenía para ese día y el mal rato que seguro le esperaba con su padre.

Sin demasiadas ganas de escribir una respuesta más larga, Kagami se limitó a teclear un escueto «gracias» a modo de respuesta, prometiéndose llamarlo más tarde para acallar su mala conciencia. Acababa de darle al botón de envió cuando el anuncio de otro mensaje apareció en su pantalla, aunque en esta ocasión era Kuroko quien le escribía.

Una involuntaria sonrisa se dibujó en sus labios, la cual se amplió más al leer el mensaje que este acababa de enviarle. Era un simple «te amo», nada más; no obstante, con aquellas dos palabras, Kagami sintió como si este le hubiese obsequiado el mundo.

El suave sonido de la cerradura de la puerta al abrirse lo sacó de su nube de felicidad y lo puso en alerta de inmediato, haciendo que prácticamente saltara de la cama para salir del cuarto y dirigirse al recibidor donde su padre, un poco inclinado hacia adelante, estaba acabando de descalzarse.

 Al oír el ligero sonido de sus pies desnudos sobre el suelo de tarima, el hombre levantó la vista clavando en él aquel par de ojos rojizos tan similares a los suyos. Una cansada sonrisa asomó a sus labios al verlo.

—Ya estoy en casa —le dijo este con su potente tono, al tiempo que se acercaba hacia donde él se encontraba, esperándolo.

—Bienvenido —saludó Kagami, intentando que la voz no le temblara de los nervios—. ¿Has tenido un buen viaje, papá?

—Bastante. Tu madre te envía saludos y me pidió que te recordara que le llames más seguido —le dijo su padre a modo de suave regaño—. Quería venir conmigo para verte un par de días, pero las cosas se le complicaron en el trabajo y no pudo tomarse un descanso. —De pie frente a él y posando una pesada mano sobre su hombro izquierdo y la otra en su mejilla derecha, el hombre lo miró detenidamente, evaluándolo—. Tienes buen aspecto, Taiga. Pareces un poco más alto y fornido. Japón te ha sentado bien.

Al oír aquello, Kagami inspiró pesadamente, sabedor de que su padre no pensaría lo mismo luego de que él le soltara la noticia que le tenía preparada. Seguramente, tras su confesión, este pensaría que dejarlo regresar a su tierra natal era el peor error que había cometido en su vida, por lejos.

—¿Tienes hambre, papá? He preparado algo de comer por si querías desayunar nada más llegar —soltó atropelladamente, dando un paso atrás para romper el contacto con el otro hombre que seguía contemplándolo con una mirada demasiado escrutadora, poniéndolo más nervioso todavía. Kagami respiró profundo e intentó sonreír, pero notó el rostro tan rígido que desistió, temeroso de que de aquel gesto terminara pareciendo demasiado antinatural.

—No aun. Comí en el avión y antes preferiría darme una ducha y cambiarme de ropa —admitió—. Aunque quizá, lo que deberíamos hacer primero sea hablar, Taiga. Me pediste que viniera porque tenías que decirme algo urgente, ¿no? Entonces, resolvamos esto de inmediato.

Kagami contuvo el aliento y asintió enérgicamente con un gesto.

—Sí, pero puede esperar —aseguró. Una pequeña mentira que esperaba le diera un poco más de tiempo para apaciguar sus emociones y aclarar sus ideas—. Después de que te cambies.

—No, creo que será mejor que tengamos esa plática ahora —lo atajó su padre con firmeza; aquella rotundidad que él siempre había asociado a los castigos ineludibles y a los regaños serios, lo que solo consiguió altearlo un poco más—. Creo que debe ser algo bastante grave, porque desde que llegué apenas y has sido capaz de mirarme a los ojos; así que Taiga, dime de una vez que es lo que está ocurriendo.

Tragando saliva con fuerza, Kagami levantó la vista y miró una vez más el rostro del hombre que le había dado la vida.

 A pesar de no provenir de una familia tan unida y afectuosa como la de Kuroko y de haber tenido que aprender a arreglárselas solo casi desde pequeño, Kagami quería a sus padres y sabía que, a su modo, ellos también lo amaban profundamente a él. Durante su niñez, aquel hombre alto y corpulento, de corta cabellera rojiza al igual que la suya, fue su héroe, la imagen ideal de quien quería ser cuando fuese un adulto. Y allí estaba, a sus diecisiete años, casi tan alto como él, consciente del increíble parecido entre ambos y, sin embargo, sintiéndose más lejano de este que nunca, como si estuviesen a miles de kilómetros de distancia.

Respirando hondo una vez más, para armarse de valor, Kagami apretó los puños con fuerza a sus costados y lo miró con determinación a los ojos. Mirada que su padre le devolvió sin vacilar.

—Papá, verás… luego de pensarlo mucho he tomado una decisión para mi futuro —admitió, sintiéndose un poco orgulloso de sí mismo al notar que, a pesar del terror que sentía, su voz no tembló en absoluto—. No regresaré a América para cursar mis estudios universitarios.

Nada más soltar aquello, Kagami percibió la transformación en el rostro de su padre, el cual cambió de una evidente preocupación por él, a la incredulidad total para mutar, posteriormente, en un innegable enfado. Sí, aquello se lo esperaba, pero eso no quitaba que siguiera siendo difícil afrontarlo.

—¡¿Qué demonios, Taiga?! ¡Tú y yo teníamos un trato! —le recordó con tono iracundo; los rojizos iris parecían arder—. ¡Te permití quedarte en Japón solo por eso! Se lo prometiste a tu madre cuando ella se opuso a que te quedaras solo en este país. Además, ¿qué puedes conseguir aquí, en Japón? ¿No has dicho que quieres entrar en un buen equipo de baloncesto para aspirar a jugar de forma profesional un tiempo? ¡Aquí no vas a poder hacerlo, Taiga! Deja de decir estupideces, hijo —terminó este, mirándolo con el ceño tan fruncido que sus cejas bifurcadas parecían casi formar una sola línea.

—No es una estupidez —replicó él y, sorpresivamente, se dio cuenta de que ya no tenía miedo, por el contrario, Kagami también comenzó a enfadarse al darse cuenta de que su padre no lo tomaba en serio.

—¿Ah, no? Entonces, Taiga, dime, ¿cuál es ese importante motivo por el que no puedes marcharte de aquí? ¿Nostalgia por el hogar de tu infancia? ¿Tus sueños? ¿Tus amigos?

—Mi pareja —soltó de golpe. Aflojó un poco las manos al notar que las tenía tan apretadas a causa de la rabia que corría el riesgo de perder la cabeza e intentar golpear a su padre.

Al oír su respuesta, el otro hombre entrecerró los ojos, con lo que su enfado y decepción parecieron aumentar todavía más, si esto era posible.

—¿Una chica, Taiga? ¿Me has hecho dejar importantes compromisos de trabajo de lado para viajar de manera urgente y has montado todo este drama solo por una chica? ¡Maldición, sigues siendo solo un mocoso!

—Un chico —le dijo con fría calma, logrando que su padre se quedara callado de inmediato, prestándole total atención—. Mi pareja es un chico. Y es por él por quien no me voy a ir de Japón.

Kagami no fue capaz de prever el golpe, y antes de que pudiese darse cuenta, se encontraba sentado de culo en el encerado suelo y notando el cálido regusto metálico de la sangre de su mejilla, donde esta se abrió tras la brutal bofetada que acababa de propinarle su progenitor. Si antes este parecía estar a punto de perder la paciencia por la rabia, en ese momento era cien, mil veces peor.

—Ve a arreglar tus cosas —le ordenó este con tono seco y autoritario, aquel que no admitía réplicas; aquel que Kagami sabía significaba que no podría hacerlo cambiar de parecer con nada—. Mañana, después de que retire tu documentación de la escuela, regresarás conmigo a América.

 Aquello, se dijo Kagami, no estaba resultando mal, sino que estaba desarrollándose de una manera terrible, mucho, muchísimo peor de lo que esperó en un comienzo. Por eso al ver lo furioso que parecía su padre con él, lo realmente defraudado e iracundo que se mostraba, Kagami temió que su relación con Kuroko no pudiese acabar tan bien como le prometió al otro chico que lo haría.

Lo que uno anhelaba y lo que se obtenía, no siempre eran lo mismo y, si deseaba cumplir su sueño, ya solo le quedaba rogar por un milagro…

O ser lo suficientemente valiente para arriesgarse a enfrentar la pérdida que aquella elección podría significar.

Notas finales:

Lo primero, si han llegado hasta aquí muchas gracias por leer, espero que él capítulo haya sido de su agrado y valiera la pena el tiempo invertido.

Lo segundo, lamento haber hecho una pausa tan larga entre la última actualización y esta, pero tuve dos motivos importantes para ello. Uno fue que durante todo el mes de septiembre y parte de octubre estuve residiendo en Londres por motivos de estudio y eso significó cero actualizaciones hasta que pude regresar a mi casa y a mi ordenador de escritorio. El otro motivo, es que esté capítulo no me podía salir, de verdad. Lo he reescrito cuatro veces completas durante estas semanas, y solo en esta última me he sentido más o menos satisfecha con el resultado. A pesar de que tenía la idea de lo que quería escribir en mi cabeza, cuando lo pasaba a la plana sentía que era un desastre total, así que vuelta a comenzar. Solo confío en que por lo menos les haya gustado en la medida de lo posible.

Y ahora sí, aviso importante, a Hilo Rojo le restan solo cuatro actualizaciones más; tres capítulos completos y un epílogo y finalmente llegaremos al final (creo que eso es lo que me ha jugado en contra esta vez, la ansiedad). Así que ya comenzamos con la cuenta regresiva y les pediré ya lo último de paciencia para acompañarme en este viaje saber cómo acabará esta pareja y su relación. Ya tengo los capítulos bosquejados y espero poder estar acabándola antes de fin de año o a más tardar en enero si tengo algo de guerra con mis otras actualizaciones.

Sin más y como siempre, muchas gracias por leer, por los comentarios, por agregar a sus favoritos, notificaciones o votar por la historia. Anima mucho, de verdad.

Nos leemos en la siguiente actualización.

 

Tess


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).