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Hilo Rojo (KagaKuro) por Tesschan

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Notas del capitulo:

Descargo: Kuroko no Basket y sus personajes le pertenecen a Fujimaki Tadatoshi, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

Capítulo 21:

 Importar

 

Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante.

(Antoine de Saint-Exupéry)

 

 

 

—Creo que tenías razón, Kagami-kun. En verdad eres un completo desastre para esto —tuvo que reconocer Kuroko con solemnidad mientras miraba a su novio con ojos tristes.

Este, poniéndose de pie con algo de dificultad y escaso equilibrio, lo observó con el ceño fruncido a causa de la frustración y el miedo latente de acabar azotando el trasero una vez más en el frío hielo de la pista de patinaje al aire libre en la que se hallaban.

—Oe, pequeño idiota, para ahí —le advirtió Kagami posando una de sus grandes manos enguantadas sobre su cabeza y la otra sobre su hombro izquierdo para intentar darse algo de estabilidad—. No te quieras pasar de listo conmigo.

Sonriendo, Kuroko se alejó un poco de su lado, retrocediendo. De inmediato la amenazante expresión del otro chico se convirtió en una de absoluto pánico al perder su soporte, por lo que acabó inclinándose hacia él para sujetarlo con fuerza de los hombros y así no acabar cayendo una vez más, lo que a Kuroko le resultó muy divertido.

Su pequeña visita de esa tarde a la pista de patinaje, era parte del extenso itinerario que tanto él como Kagami habían planeado con esmero para la cita de ese día. Aquel veinticuatro de diciembre era la primera Navidad que pasaban juntos como una pareja, la primera en que habían dado prioridad a ser solo ellos en vez de rodearse de su familia y amigos, y la última que tendrían antes de su forzada separación de dos años. Debido a ello, ambos habían decidido esforzarse en hacer de aquella Navidad un día especial, ya que a pesar de todas las esperanzas que tenían puestas en el futuro, no sabían con certeza si contarían con otra oportunidad para hacer algo igual. Además, al día siguiente Kagami estaría partiendo rumbo a América para reunirse con sus padres, por lo que Kuroko estaba determinado a aprovechar hasta el último segundo del tiempo que le quedase a su lado.

Mientras tiraba con suave firmeza de las manos de su novio para que este lo siguiera, deslizándose lentamente por la pista, no pudo evitar pensar en lo demasiado rápido que habían transcurrido aquellos últimos meses, esos últimos años.

Durante la pasada semana, cada vez que rememoraba todo lo que él y Kagami habían vivido y compartido desde que se conocieron, casi dos años atrás, a Kuroko le parecía como si hubiese sido apenas un parpadeo, un pequeño pedacito de su vida que podría acabar hundido en el olvido de la memoria si no lo atesoraba, y quizá, por eso mismo, se sentía tan ansioso por recordarlo todo, resguardarlo todo; desde su primer encuentro hasta la que, sin duda alguna, sería una triste despedida.

Observando a Kagami de pie frente a él, Kuroko no pudo impedir que un ramalazo de tristeza y angustia lo invadiera; aquellos compañeros constantes con los que llevaba meses conviviendo y a los cuales intentaba acallar la mayor parte del tiempo.

Lo cierto era que aceptar que su novio partiría al día siguiente no le hacía más fácil la pronta separación, por el contrario, pero seguir juntos a pesar de ello era la elección de ambos, y él estaba determinado a poner de su parte para que las cosas funcionasen por muy difíciles y dolorosas que pudiesen resultar durante los próximos años. Kuroko creía ciegamente en lo que Kagami y él eran juntos, en lo que podían lograr juntos, y su fe en ello lo impulsaba a no desanimarse y seguir intentándolo.

De manera repentina, se vio de pronto aplastado contra la suave tela del anorak negro que el otro llevaba cuando aquellos fuertes brazos lo apresaron por los hombros. Olvidándose de las precauciones que siempre tenía al estar en un sitio público, Kuroko se permitió devolverle el abrazo por un momento, rodeando la cintura de su novio y dejando que su cercanía lo hiciera olvidar los sombríos pensamientos que se colaban en su cabeza sin que muchas veces pudiese ponerles freno por más que lo intentara.

—Dime lo que estás pensando —murmuró Kagami, apoyando suavemente la barbilla sobre su cabeza—. Recuerda lo que acordamos, Kuroko.

De forma casi mágica, las palabras de este y el recuerdo de su promesa, resultaron como un bálsamo calmante para sus revueltas emociones.

 Un par de meses atrás, luego de una discusión especialmente fea que ambos tuvieron debido a la ansiedad que les estaba generando la pronta separación, Kagami finalmente se sinceró con él sobre lo difícil que muchas veces le resultaba entenderlo cuando Kuroko se encerraba en sí mismo, y como debido a eso él acababa liando todo aún más. Kagami no era alguien paciente por naturaleza ni mucho menos tenía la capacidad de leer a los demás con facilidad, por lo que habitualmente no sabía cómo comportarse o que decir para arreglar las cosas cuando estas estaban mal, lo que lo volvía loco.

Luego de sincerarse y reconciliarse, los dos decidieron que se explicarían todo de la mejor forma posible para que el otro pudiese entenderlo y no malinterpretarlo. Si su relación sería una a distancia, las posibilidades de que pequeños asuntos que les molestasen pudieran malentenderse si no los solucionaban a tiempo, se multiplicarían enormemente. Ser amigos y dejar pasar cosas por alto por el bien del otro era algo fácil, pero cuando esas mismas dificultades ocurrían en una relación de pareja, cada cosa parecía importar demasiado y doler el doble.

—Odio que el tiempo haya transcurrido tan deprisa —admitió Kuroko aferrándose un poco más a la cintura de este antes de soltarlo para poder verlo a la cara—. No me malentiendas, Kagami-kun —le pidió al ver como el rostro del chico se ensombrecía un poco—. Soy muy feliz de que al menos hayamos podido tener unos cuantos meses más para poder estar juntos. Nunca podría arrepentirme de la decisión que tomé al elegir seguir junto a ti, pero… muchas veces pienso que me gustaría poder ralentizar el tiempo; por lo menos lo suficiente para estar seguro de que nada escapará de mi memoria.

De forma sorpresiva, y algo torpe, Kagami lo guio hacia fuera de la pista, donde pequeños grupos se reunían para platicar y observar a los que estaban dentro de esta. En su irregular recorrido, su novio casi tumbó a una pareja un poco mayor que ellos, por lo que Kuroko se vio en la obligación de pedir disculpas en nombre de este antes de que las cosas se descontrolaran.

Una vez pudieron sentarse en una de las bancas que rodeaban el perimetro, Kagami tomó una de sus manos enguantadas y lo miró muy serio.

—Muchas veces… yo me siento igual que tú, Kuroko —admitió su novio con el rostro ligeramente sonrojado, ya fuera por el esfuerzo hecho anteriormente o la vergüenza, no estaba del todo seguro—. Me asusta lo rápido que pareció haber avanzado todo y como las semanas acabaron fundiéndose con los meses sin que me diera cuenta siquiera. Me aterra saber que en un par de días más ya no podré verte con solo desearlo, ni jugaremos juntos baloncesto o me regañarás por no estudiar lo suficiente y descuidar los deberes; pero, ¿sabes qué? Yo tampoco me arrepiento para nada. Nunca había sido tan feliz en mi vida como lo he sido tras conocerte.

Una débil sonrisa asomó a sus labios al oírlo decir aquello. Una sonrisa que ocultaba la enorme emoción que pareció estallarle dentro tras las palabras de Kagami y la certeza de que sus sentimientos eran correspondidos.

—¿Ni siquiera jugando al baloncesto? —inquirió, divertido.

—Ni siquiera con el baloncesto —respondió su novio con una brillante sonrisa—. Aunque debo reconocer que ha sido una competencia muy reñida.

Soltando un desganado suspiro de resignación, Kuroko le lanzó una cansada mirada de reproche.

—Eres un idiota, Bakagami-kun.

—Yo también te quiero, chico fantasma —le dijo este sonriendo una vez más, y, acortando la distancia entre ellos, se inclinó hacia él para besarlo en los labios.

 Desterrando todos los pensamientos que le decían a gritos que aquello era incorrecto y una muy mala idea debido al sitio en donde se encontraban, Kuroko correspondió al beso con total sentimiento. Lo último que vio antes de cerrar los ojos, fue la emoción reflejada en los rojizos iris de Kagami bañada por las brillantes luces que decoraban la pista, y pensó que pasara el tiempo que pasase, jamás olvidaría aquel momento.

 

——o——

 

—Realmente voy a extrañar este sitio —comentó Kagami al tiempo que bostezaba y se desperezaba estirando los brazos sobre su cabeza, ganándose de inmediato una mirada de desaprobación por parte de Kuroko debido a lo inapropiado de su comportamiento.

—No es como que en América vayan a faltar locales de comida rápida, Kagami-kun —añadió el chico siendo todo seriedad, como siempre, y dando un nuevo sorbo a su malteada de vainilla.

—Claro que no, pero… —comenzó él— supongo que de alguna manera este lugar se ha convertido en algo especial.

A pesar de que su intención no era ser tan sincero, Kagami se dio cuenta, con espanto, de que una vez más su cerebro y su boca no estaban correctamente conectados, soltando todo sin filtro alguno; no obstante, al ver como los celestes ojos de su novio se posaban sobre él llenos de un sentimiento cálido, de inmediato se olvidó de su tonto error, alegrándose incluso por ello.

—Supongo que tienes razón. —Kuroko jugueteó con la pajilla de su bebida y bajó la vista hacia ella—. En verdad han sucedido muchas cosas importantes aquí, ¿no?

Prácticamente desde su primer encuentro, se dijo Kagami, el Maji se había convertido en su lugar de reunión habitual con Kuroko. Días buenos y días malos, aquello en los que querían celebrar algo, arreglar sus tontas discusiones o, simplemente, pasar el rato y recargar energías después de un entrenamiento infernal por parte de Riko. Ir allí se había convertido para ellos dos en una rutina constante que ahora él perdería tras su partida, y por ese motivo, mientras sus ojos recorrían las mesas dispersas llenas de familias y parejas que consumían y reían despreocupadamente, no pudo evitar preguntarse cómo sería el regresar allí luego de permanecer un tiempo lejos del país. Si volvería a sentirse parte de ese lugar o, por el contrario, lo notaría lejano y ajeno, como le ocurría últimamente con su hogar en América.

—Exacto, así que no lo olvides cuando yo ya no esté —le dijo él sacando una hamburguesa de lo que quedaba de su disminuida pila y poniéndola en la bandeja de su novio—. No quiero que te sientas triste al venir aquí sin mí, Kuroko, ¿me has entendido? No hay motivo para que sean malos recuerdos.

Un dejo de sonrisa triste asomó a los labios del otro chico, pero de todos modos asintió con un gesto y desenvolvió la hamburguesa para darle un mordisco. Kagami era consciente de que decir las cosas no era lo mismo que poder llevarlas a cabo, pero realmente deseaba que para Kuroko la separación fuera lo menos dolorosa posible. Este le había dicho tiempo atrás, cuando decidieron darse una verdadera oportunidad de seguir esa relación aunque fuera a la distancia, que tener que quedarse allí en Japón, rodeado de un sinnúmero de cosas que le recordasen a él, le sería difícil de sobrellevar además de un dolor incesante. Kagami, sin embargo, se había guardado de confesarle a Kuroko que una de las cosas que más temía, era que la lejanía y la falta de recuerdos a los que aferrarse, le dolerían tanto como a su novio el tenerlos de manera constante.

Volviendo momentáneamente el rostro hacia la ventana junto a la que estaban sentados, observó la difuminada imagen de ambos reflejada en él. Kagami no estaba seguro de si ellos habían cambiado desde el primer momento en que se vieron, pero suponía que sí; aun así, lo único que sus ojos contemplaban en ese momento, era como Kuroko y él encajaban tan bien uno junto al otro, y lo mucho que extrañaría aquello.

Por un tiempo, se recordó decidido a no dejarse caer en la desesperación. Solo por un tiempo.

Terminando de comer todo lo que había en su bandeja, sonrió felizmente satisfecho a su novio mientras este acababa de beber su malteada con su habitual parsimonia. Para él siempre era divertido ver como el tranquilo Kuroko, de modales suaves y educados, podía convertirse en alguien tan terco y determinado cuando estaban dentro de una cancha. Aquella era una de las primeras cosas que le había llamado la atención sobre él, y una que Kagami no cambiaría por nada del mundo.

Una vez salieron del local, ambos se estremecieron visiblemente al enfrentarse una vez más ante el frío aire invernal que los caló hasta los huesos. Eran apenas las ocho, pero el cielo sobre sus cabezas ya estaba por completo oscurecido y las bellas luces decorativas titilaban por todas partes, otorgando un aire mágico a las tiendas habituales. A pesar de que aquel día había estado especialmente helado, las calles se hallaban atestadas de gente, en especial de parejas y familias que aprovechaban esa fecha para celebrar la fiesta de diversas maneras, como ellos mismos se habían sentido tentados en hacer ya que esta sería la última cita que tendrían en mucho, mucho tiempo.

Y había sido por ese motivo que Kagami se dejó arrastrar obedientemente desde esa mañana a un número infinito de librerías, al acuario y al cine, así como también a esa infernal pista de patinaje y a una exposición de luces navideñas. Durante horas, Kuroko y él habían estado recorriendo de un lugar a otro de la ciudad, platicando de todo y nada y haciendo recuerdos, como siempre le decía el chico; deseando que el tiempo pasado en compañía del otro les bastase para mitigar un poco la soledad durante el largo distanciamiento que les esperaba.

Durante los últimos meses, en muchas ocasiones él se había sentido un poco resentido hacia sus padres y su decisión. Comprendía los motivos que ellos tenían para hacerlo regresar a América y podía aceptarlos, hasta cierto punto, pero eso no quitaba que la perspectiva de tener que separarse de su novio dolía y le hacían daño, y no solo a él, sino que también a Kuroko que se había visto arrastrado a ello.

Cuando meses atrás finalmente acabó por perder la cabeza y besó al chico en aquella cancha, dejando de esa forma al descubierto sus sentimientos, Kagami jamás imaginó como se desarrollarían las cosas entre ellos. Nunca pensó que tendría una oportunidad con su amigo y, mucho menos que su regreso a América sería antes de lo planeado; aun así, no se lamentaba de nada. Si tuviera que elegir otra vez, si tuviese la oportunidad de cambiar algo, sabía con certeza de que volvería a hacer lo mismo, con todo lo bueno y todo lo malo; porque, a pesar de lo triste y temeroso que ahora mismo se sentía, creía que lo que él y Kuroko tenían era algo bueno por lo que valía la pena luchar.

—Vamos a la cancha, Kagami-kun —le dijo su novio de pronto, pinchando su costado con un dedo y sacándolo de sus sombríos pensamientos.

Como aún tenía bien sujeta la mano de este entre la suya, él tiró un poco más para cercarlo a su lado y pasó un brazo sobre sus hombros, impidiéndole escapar.

—Oe, ¿todavía te quedan fuerzas para jugar, Kuroko? Pensé que habías quedado bastante cansado después de patinar. Estuviste a punto de quedarte dormido sobre la mesa del Maji cuando fui por nuestros pedidos. ¡Estuve a punto de no notarte para nada!

—No soy tan débil, Kagami-kun —respondió el chico con seriedad, ganándose una mirada llena de incredulidad por parte suya que este tuvo la audacia de ignorar con todo descaro—. Y ese comentario ha sido muy descortés de tu parte —lo amonestó a continuación—. Además, estoy más preocupado por ti, ya que fuiste quien pasó casi todo el tiempo en el suelo.

Recordarle su vergüenza bastó para picarle el orgullo herido.

 —Voy a hacerte lamentar tus palabras, pequeño idiota —lo amenazó, pero su novio solo rio ante sus palabras. Kagami simplemente negó con un gesto y apuró el paso, guiándolos hacia la cancha de baloncesto donde solían ir habitualmente para jugar.

Como ir allí no era algo que estuviese en sus planes para ese día, ninguno de los dos había llevado un balón consigo. Habitualmente ese no solía ser un problema, ya que casi siempre encontraban a alguien que les facilitara uno o les permitiese integrarse a su juego, pero teniendo en cuenta que era veinticuatro de diciembre por la tarde y que el frío reinante no invitaba a salir de casa, él dudaba que tuvieran tanta suerte esa vez. Aun así, Kagami sabía lo importante que ese lugar era para ellos dos, por lo que tras pensarlo un poco, decidió que era adecuado que pudiera despedirse también de ese sitio.

Mientras caminaban, con algo de nerviosismo palpó el bolsillo superior de su anorak e inspiró con fuerza. Desde que habían planeado esa cita, días atrás, él se planteó muchos escenarios y posibilidades en los que hallar el momento perfecto para darle a Kuroko su obsequio de Navidad; sin embargo, la triste realidad era que nada demasiado memorable se le había ocurrido. Pensó en muchas cosas, cada una más absurda y cliché que la otra, lo que acabó frustrándolo y poniéndolo más nervioso todavía, por lo que finalmente decidió que dejaría que fuesen la suerte y el destino los que decidieran por él. A lo mejor, se dijo, ir a la cancha sería la oportunidad por la que tanto había estado esperando, el momento perfecto para sincerarse.

No obstante, como si el karma estuviera decidido a cobrárselas todas, nada más ir aproximándose a su destino, el inconfundible barullo de pláticas y risas se hizo audible antes de que pudiesen divisar siquiera el alto vallado de la cancha. Kagami oyó el tan conocido sonido del balón al ser golpeado contra el tablero y los escandalosos vítores de los chicos que seguro estaban jugando.

De inmediato miró a Kuroko para compartir con este su sorpresa, pero al notar que el chico se encontraba tan imperturbable como siempre, comenzó a sospechar.

—Oe, Kuroko, ¿qué…?

Llevándose un dedo a los labios, su novio le pidió guardar silencio, tirando a continuación de su mano para que apuraran el paso.

 Cuando la cancha se hizo visible a sus ojos, iluminada y repleta de caras conocidas que sonrieron al verlos llegar, Kagami se quedó sin habla a causa del asombro. Aparte de los torneos interescolares y algún que otro encuentro amistoso, era casi imposible tener a tantos miembros de diferentes equipos reunidos en un solo lugar.

—¿Pero qué…? —masculló apenas, sin encontrar las palabras exactas para expresar todo lo que estaba experimentando en ese instante—. ¿Por qué están…?

—Porque todos deseaban tener la oportunidad para despedirse de ti, Kagami-kun. Yo no soy el único que te va a extrañar una vez te hayas ido.

Haciendo un esfuerzo enorme, tragó con dificultad el pesado nudo que había comenzado a oprimirle la garganta e intentó contener las lágrimas que quemaban sus ojos. Los miembros del Seirin gritaron, llamándolos para que se les uniesen, mientras que el resto de los presentes eran un revoltijo de chicos pertenecientes a los diversos equipos con los que habían compartido y competido durante esos dos últimos años.

 —¿Tú sabías de esto? —le preguntó a su novio con la voz ligeramente estrangulada a causa de la emoción, sin poder creerse del todo que durante su corto tiempo viviendo en Japón hubiese forjado tantos lazos.

Los ojos de Kuroko, tan claros como el cielo de verano, se entrecerraron un poco al mirarle; pero una ligera sonrisa asomó a sus labios, calentando su corazón.

—Fue mi idea —respondió el chico—. Pensé que este sería un bonito recuerdo para que atesoraras cuando estés lejos. Saber que aunque te encuentres en la otra punta del mundo, aquí hay personas que te aprecian y esperan por tu regreso para darte la bienvenida a casa. Que aunque no puedas vernos, no estarás del todo solo. Feliz Navidad, Kagami-kun.

Todo lo que él quería decir en respuesta, pareció arremolinarse dentro suyo y enredarse hasta que le fue imposible encontrar las palabras exactas para expresarse, porque parecían demasiado complejas. Sin embargo, cuando un simple «gracias» escapó de sus labios, Kagami supo que tal vez nunca necesitó de más. Kuroko lo conocía demasiado bien para comprenderlo incluso en sus tontos silencios.

Sujetando la mano de su novio más fuerte entre la suya, como si de ese modo jamás fuese a dejarlo ir, Kagami los guio a ambos dentro del recinto sintiéndose extrañamente contento. Aquel, sin duda alguna, era un maravilloso obsequio de Navidad.

 

——o——

 

—¿Qué? ¿Ya estás cansado, Kagami?

Soltando un gruñido bajo al oír el sarcástico comentario por parte de Aomine, él apartó de un manotazo el brazo que aquel idiota acababa de pasarle por los hombros. Llevaban cerca de dos horas jugando desde su llegada, repartiéndose cada tanto en diversos grupos de cinco jugadores sorteados al azar; sin embargo, para su mala suerte, de los casi cuarenta chicos allí reunidos, justamente aquel maldito sujeto era su compañero de equipo en ese momento.

—Sí, de tener que soportarte, bastardo —masculló Kagami de mala gana, dejándose caer sentado en uno de los costados de la cancha para descansar mientras esperaban al ganador del siguiente duelo.

 Como si estuviesen condicionados, de inmediato sus ojos buscaron a Kuroko que se encontraba al otro lado de la cancha. En esa oportunidad, su novio formaba parte del equipo conformado por el capitán Hyûga, quien les estaba dando indicaciones, además de Kise, Tatsuya y Mitobe, que escuchaban atentos lo que el otro tenía por decir.

 Cuando la celeste mirada de su novio colisionó con la suya, Kagami contuvo el aliento, emocionado; no obstante, el potente golpe que sintió en el hombro derecho cuando Aomine posó su mano para llamar su atención, lo hizo escupir el agua que acababa de beber de su botella y volverse a verlo, furioso.

—¿Estás buscando que te de una paliza, idiota?

La socarrona sonrisa que el otro chico le dedicó en respuesta lo hizo arder de rabia, pero se contuvo de lanzarle un puñetazo por el simple hecho de que Kuroko, tal vez presintiendo su irritación, lo vigilaba con atención en ese preciso instante.

—No es mi culpa que te comportes como un idiota enamorado, Bakagami. —Apartándose el sudado cabello de la frente, Aomine lo miró con velada diversión—. Demonios, eres tan malditamente obvio que he estado a punto de ponerme a vomitar.

Nada más oír al otro, Kagami sintió como un violento calor le abrasó el rostro a causa de la vergüenza. Por supuesto que para nadie de aquel grupo era desconocido el que Kuroko y él eran una pareja, pero tampoco era que lo demostraran tan abiertamente en público ya que, después de todo, seguían en Japón.

Tragándose el enfado lo mejor posible, lanzó una fulminante mirada al chico que estaba sentado a su lado y posteriormente a su novio, quien al notar su atención le sonrió de manera sutil mientras ingresaba con su grupo a la cancha. Kagami le sonrió en respuesta, tanteando una vez más el bolsillo de su anorak y sintiendo como la ansiedad lo inundaba al no hallarse capaz de encontrar todavía el momento adecuado para entregarle a este su obsequio.

Demonios, ¿qué tan malditamente cobarde podía ser?

Como si hubiese leído sus pensamientos, Aomine dejó escapar una risita y bebió un trago de agua de su propia botella. Las luces encendidas de la cancha aclaraban su cabello azul oscuro un par de tonos y arrancaban destellos de irónica diversión a su mirada.

—¿Y ahora qué? —le preguntó, indignado, en el preciso momento que Riko hacía sonar el silbato para dar inicio al siguiente enfrentamiento.

—Nada en especial. Solo me parece divertido que te muestres tan temeroso de decirle las cosas a Tetsu cuando de seguro él ya tiene una clara idea de todo lo que pasa por tu cabeza. —Aomine bebió un poco más y observó a los chicos dentro de la cancha correr tras el primer contragolpe—. Tetsu es más listo que tú y yo juntos, ¿sabes? Por más que lo intentásemos, jamás podríamos estar a su altura.

Lo cierto era que Kagami no podía negar aquello, él mismo lo había pensado en innumerables ocasiones; aun así, en aquel momento se sentía un poco aterrado. Al día siguiente dejaría Japón por un largo, largo tiempo, y era consciente de lo mucho que se arrepentiría si no le decía a su novio todo lo que sentía y pensaba antes de su partida. Eran tantas cosas, tantos sentimientos que deseaba compartir con Kuroko, que temía enredarse en todos ellos y acabar haciéndose un lío inentendible, como casi siempre.

—No deseo irme —confesó de pronto al otro sin apartar los ojos del pálido chico que había vuelto su mundo del revés y que, en ese momento, acababa de lanzar y anotar con una habilidad que no había estado allí hacía más de un año atrás.

—Entonces, no lo hagas —respondió Aomine con toda calma—. Si quedarte aquí es lo que deseas, lucha contra quién sea. ¿No es eso lo que haces siempre?

Por un instante Kagami sopesó las palabras que este acababa de decirle. A pesar de que odiase admitirlo, Aomine era, tal vez, la persona que más entendía su forma de ver y hacer las cosas, porque ambos se parecían un poco, aunque doliera saberlo. Además, la historia que ellos dos compartían con el otro chico era similar, pese a que su final hubiese sido totalmente diferente.

—Lo he pensado, pero… si lo hiciera, Kuroko de seguro me mataría —admitió él de mala gana—. Aunque de seguro luego me perdonaría, tras rogarle mucho y enfrentarme a su regaño. —Kagami soltó un pesado suspiro y miró finalmente a Aomine que en ese momento también lo observaba muy serio—. Tu consejo… ¿Es lo que harías si estuvieses en mi lugar?

Durante unos cuantos minutos el otro chico se quedó en silencio, observando con su azul mirada a sus compañeros que jugaban en ese instante y a aquellos otros que se apiñaban en pequeños grupos esparcidos por aquí y por allá platicando, riendo y comentando lo que ocurría en la cancha.

Al ver lo extrañamente silencioso que este estaba, Kagami se inquietó un poco, preguntándose si lo habría ofendido de alguna forma con su pregunta; sin embargo, cuando los oscuros ojos de Aomine volvieron su atención a él, su ansiedad se convirtió en amarga comprensión.

—Probablemente no, porque siempre he sido un maldito cobarde, y debido a eso perdí mi oportunidad. —Kagami notó que la mirada de este seguía a Kuroko y un sentimiento doloroso y amargo se instauró en su pecho a pesar de saber que no existían motivos reales para estar molesto ni celoso—. Sin embargo, en verdad me hubiese gustado ser así de valiente.

En esa oportunidad fue su turno de guardar silencio, asimilando aquella inesperada confesión. Aomine Daiki no era la persona que más le gustase por diferentes razones, algunas válidas y otras totalmente egoístas, pero todavía así él podía identificarse con aquellos sentimientos de miedo y arrepentimiento, porque, se preguntó Kagami, ¿qué habría pasado si aquel día en la cancha no hubiese perdido la cabeza y hubiera besado a Kuroko? Quizá su situación sería la misma que la de aquel otro y tal vez, solo tal vez, por eso lo odiaba un poco menos.

—De todos modos, me iré mañana a América como ya acordé con mis padres. —Se pasó una mano por la nuca para liberar algo de la tensión que sentía lo embargaba y fulminó con la mirada al otro al notar su sonrisa irónica.

—Oh, ¿entonces eso significa que tendré una nueva oportunidad con Tetsu? —lo provocó Aomine.

Kagami golpeó su brazo izquierdo con nada de delicadeza.

—¿Quieres que te de una paliza, bastardo? ¡Por supuesto que no tienes una maldita oportunidad! —explotó, logrando que algunas cuantas cabezas se volviesen a mirarlos y que Aomine soltase una carcajada al recibir su enfado—. Lo digo enserio. Además, cuando regrese a Japón, será para siempre. Seré un hombre mejor de lo que soy ahora; alguien que pueda valerse por sí mismo. Así que… —Kagami inspiró con fuerza y apretó los puños, tragándose lo mejor que pudo su inmadurez y sus celos injustificados; su propia inseguridad— cuida de él por mí hasta que vuelva. Sé que Kuroko es alguien muy fuerte y capaz, pero algunas veces… se siente solo. Se lo debes, Aomine, así que comienza a pagar tu deuda, idiota.

Un puñetazo en su hombro derecho, que lo hizo sisear y apretar los dientes del dolor, fue la respuesta del otro chico, así como una azul mirada llena de determinación.

—Si no regresas en el tiempo acordado, Bakagami, me lo quedaré. Perderás tu oportunidad, así como me dijiste que yo perdí la mía el día que me diste aquella golpiza. Por ahora, es una promesa —le dijo Aomine solemne, golpeando suavemente su puño contra el suyo para sellar aquel extraño pacto.

Mientras observaba sin prestar real atención los últimos minutos del partido, Kagami no pudo dejar de pensar en lo que acababa de ocurrir y lo que vendría a partir del día siguiente. Probablemente Aomine y él jamás podrían ser amigos, o amigos normales, como deseaba su novio, pero confiaba en este de un modo extraño; tal vez porque sabía que quería a Kuroko lo suficiente para cumplir su parte del trato.

Dos años y medio por delante le parecían un tiempo muy largo, una empinadísima cima a la cual escalar sin preparación alguna; pero por una vez desde que aquello se decidió, Kagami no tenía miedo, sino que estaba determinado. Dos años y medio eran ciertamente una distancia muy larga que recorrer, pero si la comparaba con lo que sería el resto de su vida junto a quien amaba, ya no daba tanto miedo. Solo debía enfocarse en las cosas que realmente importaban, y Kuroko era la más importante de todas ellas.

 

——o——

 

A pesar de ser veinticinco de diciembre por la mañana, el aeropuerto de Narita estaba a rebosar de pasajeros, algunos llegando en sus respectivos vuelos y otros, como Kagami, en espera de que tocase su turno para comenzar a embarcar.

Una vez facturaron la maleta de su novio, ambos buscaron un sitio donde sentarse mientras esperaban que llegase la temida hora de la separación. Tras despertarse esa mañana, y a pesar de haber pasado la noche juntos y haber compartido el desayuno como otras tantas veces, Kuroko sentía que los nervios y cierto desánimo estaban haciendo presa de ambos, lo que no era una sensación que le resultase especialmente agradable. Aun así, no se arrepentía de su decisión de ir a despedir a Kagami personalmente.

Un poco nervioso, aprisionó entre sus brazos el bolso que cargaba, preguntándose por milésima vez si ese sería finalmente un buen momento para hacerle entrega de aquello. Desde el día anterior esa pregunta venía rondando en su cabeza, pero, por un motivo u otro, no había sido capaz de terminar de armarse del valor suficiente por más oportunidades que tuvo durante la cita que compartieron. Al final, Kuroko había decidido hacerlo durante la noche, una vez estuviesen a solas en el departamento de su novio; sin embargo, tras acabar de jugar, unos cuantos de sus compañeros del Seirin terminaron acompañándolos para cenar y continuar allí la celebración de despedida de Kagami, pero él, víctima del cansancio y los nervios, cayó dormido nada más llegar. Además, esa mañana había sido tan caótica debido a los últimos preparativos antes de la partida del otro chico y el poco tiempo con el que contaban, que apenas tuvieron oportunidad para hablar de nada importante.

Pero ahora estaban allí, se dijo, con el reloj avanzando inexorable y marcando una cuenta regresiva para su larga despedida. Definitivamente, era ahora o nunca.

—Kagami-kun…

—Kuroko…

Sorprendidos, ambos se miraron con los ojos muy abiertos antes de echarse a reír al darse cuenta que acababan de hablar al mismo tiempo. De inmediato su novio sujetó su mano derecha para entrelazar sus dedos con los suyos, regalándole luego una sonrisa que él devolvió con cierta timidez.

—¿Qué querías decirme? —inquirió este con amabilidad.

 Por un momento de cobardía, Kuroko estuvo tentado de decirle que no se preocupase, que hablara él primero; no obstante, estaba consciente de que las cosas no funcionarían así, no con el tiempo corriendo en contra.

 Nervioso, soltó de mala gana el agarre de la mano de Kagami y rebuscó en su bolso el paquete que allí llevaba cuidadosamente envuelto en un delicado papel celeste. Cuando se lo entregó a su novio, conteniendo la respiración, la sorpresa en el rostro de este hizo que su corazón se encogiese dolorosamente a causa de los profundos sentimientos que albergaba.

—Feliz Navidad, Kagami-kun —murmuró intentando que la voz no se le quebrara a pesar del nudo que sentía en la garganta—. Quería entregártelo ayer, debí hacerlo, pero… nunca encontré el momento adecuado.

—¡Yo tampoco! Yo… —Casi desesperado, su novio rebuscó en el bolsillo superior de su anorak. Cuando al parecer encontró lo que buscaba, inspiró profundamente y, con dedos un poco torpes, depositó en sus manos un alargado sobre blanco junto a una pequeña cajita negra—. Feliz Navidad para ti también, Kuroko.

Pasado el asombro generado por la incredulidad, él sonrió apenas, demasiado emocionado para ser por completo dueño de sus emociones. Permitiéndose un momento de debilidad, dejó que su cabeza reposara por unos segundos en el hombro de Kagami, reconfortándose en el calor de su cercanía. Tomando aquello como una invitación, este depositó un beso sobre su frente, sin importarle en lo más mínimo que estuviesen en un aeropuerto lleno a rebosar de gente que pudiesen verlos.

—Ábrelo tú primero —lo apremió Kuroko, lleno de ansiedad una vez volvió a poner algo de distancia entre ambos.

Soltando un suspiro nervioso, Kagami asintió y se apresuró a desprender con la mayor delicadeza posible el papel que envolvía su obsequio; no obstante, a pesar de su intención, este acabó rompiéndolo en su apuro y maldiciendo por lo bajo, logrando que él se riera de aquella absurda situación y el otro lo fulminase con su rojiza mirada a modo de mudo regaño.

Aunque Kuroko por lo habitual era bueno leyendo a las personas y en ese momento estaba por completo pendiente de la reacción de su novio, por una vez Kagami le resultó totalmente indescifrable. Mientras observaba con detenimiento el rojizo empaste de la cubierta del álbum y dejaba que sus morenos dedos vagaran sobre este, la expresión de su novio era ilegible, haciendo que los nervios lo atenazaran por dentro cuando Kagami finalmente se decidió a abrirlo y comenzó a hojearlo.

Tal vez, se dijo Kuroko un poco desanimado, aquel obsequio no había sido tan buena idea después de todo.

—Lo cierto es que durante días pensé muchísimo sobre lo que podría obsequiarte, Kagami-kun; pero, a pesar de mi esfuerzo no se me ocurría nada que me pareciera lo suficientemente especial —comenzó a explicarle, obligándose a no apartar los ojos de este y salir huyendo para esconder su vergüenza—. Entonces, Kise-kun me sugirió esta idea y sentí…. que era la adecuada, por lo que comencé a reunir todas las fotografías que pude. —Sus ojos se fijaron en las imágenes donde se apreciaba a sus compañeros de equipo, dentro y fuera de la cancha, así como también a otros chicos con los que habían compartido durante esos años tanto en la escuela como gracias al baloncesto. En algunas de las fotos Kagami y él salían juntos, en momentos que Kuroko ni siquiera recordaba hasta que comenzó aquella alocada campaña de recolección. Un extraño recorrido a su pasado juntos, visto desde los ojos de otros—. Este álbum, al igual que la reunión que tuvimos ayer en la cancha con los otros chicos, es algo para que recuerdes. Algo que te diga cada vez que lo mires, que aquí también tienes algo importante por lo que regresar.

Para su sorpresa, Kagami cerró de golpe el álbum y le arrebató la negra cajita que él todavía sostenía entre las manos. Mirándolo con una emoción tan intensa como difícil de descifrar, su novio le señaló el sobre con un gesto de su barbilla y le dijo con decisión:

—Ábrelo.

Un poco nervioso, Kuroko se apresuró a obedecer, notando como el corazón le daba un vuelco al sacar el contenido de este y comprender lo que tenía entre sus manos: un pasaje para América.

—Kagami-kun, yo…

Este lo interrumpió negando con un gesto.

—Si en algún momento sientes que todo se vuelve muy difícil, o si simplemente quieres verme, ven. Siempre voy a estar esperando por ti, Kuroko. —Sonriendo con dulzura, Kagami volvió a inclinarse para besarlo en la frente y, de paso, secar con el pulgar una solitaria lágrima que cayó por su mejilla sin que él siquiera se hubiese percatado de ello—. Está abierto por un año, por lo que no tiene fecha, así que eres tú quien decide cuando y como utilizarlo, ¿está bien? Solo es un obsequio egoísta para asegurarme de que no tienes excusa para mantenerte alejado de mí. —Arqueando una de sus rojizas cejas con diversión, le preguntó juguetón—: ¿No te dan ganas de escaparte ahora mismo conmigo, Kuroko?

De inmediato él pegó un débil puñetazo en uno de los brazos de su novio.

—Sabes que no tengo pasaporte, Kagami-kun. Eso ha sido muy descortés de tu parte —lo regañó con total seriedad, ante lo que el otro chico solo rio.

—Lo sé, lo sé; pero, ¿por qué siempre matas tan cruelmente mis ilusiones, Kuroko? —protestó el otro con fingido desánimo; aun así, sonrió y tomó entre sus largos dedos morenos la caja que le había quitado momentos antes, entregándosela una vez más y sujetando su mano durante un momento cargado de completa intimidad a pesar de estar rodeados de gente—. En verdad, muchas gracias por el obsequio, Kuroko. Ha sido perfecto. —Kagami apoyó su morena frente contra la suya y lo miró muy serio—. Sin embargo, quiero que sepas que mi motivo más importante para regresar aquí, eres tú. Siempre, pase lo que pase, serás tú.

Una vez su novio se apartó un poco y él pudo volver a respirar con algo parecido a la normalidad, Kuroko, sintiendo el corazón acelerado, lentamente dejó que sus dedos quitaran el cierre de la caja. Al ver lo que había dentro de esta, se llenó de asombro: dos pulseras tejidas en hilo rojo, simples y sin adorno alguno, pero cuyo delicado trazado las hacía lucir bonitas, más aun debido al gran significado que supo guardaban.

Cuando Kagami tomó una de ellas y sujetó su mano izquierda, él sintió como todo lo que había estado conteniendo dentro durante los últimos días finalmente se rompía, haciéndolo llorar.

—Hilo rojo. Una promesa —le dijo su novio mientras ataba cuidadosamente la pulsera en su muñeca. Aunque su cabeza estaba gacha y el rojizo cabello caía como una cortina frente a su rostro, Kuroko pudo vislumbrar el ligero rastro de unas cuantas lágrimas bordeando sus ojos. Una vez terminó su labor y quedó satisfecho con el resultado, Kagami tendió su propia muñeca en su dirección para que ahora él atara la otra pulsera en ella—. Cuídala hasta que regrese, ¿está bien, Kuroko? Esta es mi forma de decirte que tengo algo importante por lo que volver. Algo que nos ata.

Poniéndose de pie para quedar frente a él, Kuroko se inclinó lo suficiente para enfrentar sus rostros; tan cerca que podía sentir el calor de la respiración del otro golpeando sus labios y verse reflejado en sus ojos rojizos.

—Eres un idiota, Kagami-kun; pero eres mi idiota. Tú siempre has sido mi hilo rojo, desde el principio; incluso cuando tenía tanto miedo que no era capaz de verlo.

Acunando aquel querido rostro entre sus manos, él lo besó suavemente; no porque aquella fuese una despedida, sino porque era una promesa. La certeza de que pasara lo que pasase en el futuro, y aunque la ausencia y la distancia resultaran difíciles de sobrellevar, ellos volverían a encontrarse y a hallar el camino correcto. Porque siempre habían estado destinados a ser y a permanecer juntos, no como una luz y una sombra, sino como dos chicos que eran iguales y terriblemente diferentes al mismo tiempo; dos chicos que debían recorrer el mismo camino, uno al lado del otro, porque fue el mismo destino quien se encargó de llevarlos a encontrarse.

Cuando la temida hora de decir adiós finalmente llegó y el momento de separarse fue inevitable, Kagami volvió a besarlo una vez más, revolviendo su celeste cabello con una mano hasta convertirlo en un desastre. Con cuidado de no estropearlo, su novio guardó en su bolso el álbum que habían estado viendo hasta minutos antes y se lo echó al hombro, respirando hondamente mientras se ponía de pie para avanzar junto a él hacia la puerta de embarque.

—Entonces, ya me marcho —le dijo este un poco desalentado, a pesar del enorme esfuerzo que estaba haciendo por seguirse mostrando despreocupado y sonriente—. Te llamaré en cuanto el avión aterrice, Koroko. Y… Demonios, esto es terrible —admitió finalmente, cubriéndose el rostro con las manos durante un momento.

Sin poder evitarlo, y aunque el momento era bastante difícil de sobrellevar para ambos, él se rio.

—Pensé que ya tenías práctica en este asunto de las despedidas, Kagami-kun. Se supone que te has despedido de tus padres en muchas ocasiones durante estos últimos años, ¿no?

—Sí, sí, pero todas nuestras despedidas estaban siempre cargadas de advertencias, regaños, amenazas y más regaños, por lo que… bueno, ya sabes. Esta vez es diferente.

Determinado a hacer esa despedida más llevadera, Kuroko levantó la mano derecha en un puño, ofreciéndoselo al otro que no dudó en entrechocarlo contra el suyo.

—Nos vemos pronto. Que tengas un buen viaje, Kagami-kun.

El chico asintió en respuesta, inclinándose una vez más para besar su frente y envolverlo en un rápido abrazo.

—Sí, hasta pronto, Kuroko —le dijo tras soltarlo con reticencia—. Ya debo irme.

Sin demorar más aquello, Kagami se apresuró hasta las puertas de migración, mientras él se quedaba de pie allí, observándolo partir.

Acababa de bajar la mirada a sus deportivas blancas, intentando contener las lágrimas que le quemaban los ojos y amenazaban con volver a derramarse, cuando su nombre siendo gritado le hizo levantar la vista, así como también a casi todos los presentes que se encontraban allí.

—¡Kuroko, gracias! —le dijo Kagami a la distancia, de pie frente a las acristaladas puertas e inclinándose formalmente ante él, como rara vez lo había visto hacer durante todo el tiempo que lo conocía—. ¡Gracias por permitirme conocerte, por dejarme estar a tu lado y jugar contigo! ¡Gracias por convertirme en una mejor persona y, sobre todo, gracias por creer en mí, permitiéndome amarte! ¡Tú eres lo más importante para mí, no lo olvides! ¡Te amo! —Entonces su novio levantó la mano izquierda y le enseñó la roja pulsera que Kuroko había puesto allí un poco antes.

Cuando la emoción del momento pasó y Kagami se percató, con horror, de toda la atención que había llevado sobre ellos, su moreno rostro pasó de golpe a un rojo explosivo y abrió la boca sin saber que decir. Él, a pesar de la vergüenza que sentía por lo ocurrido, sin poder contenerse más rompió a reír.

—¡Eres un completo idiota, Bakagami-kun! —le gritó en respuesta cuando finalmente se tranquilizó un poco, ignorando de forma deliberada a los curiosos presentes que no les quitaban los ojos de encima, de seguro asombrados por lo que estaban viendo—. ¡Yo también te amo!

Apenas conteniendo una enorme sonrisa, el otro chico le hizo un gesto de despedida con la mano y se apresuró a ingresar, por fin, rumbo a su embarque.

Durante unos cuantos minutos más, Kuroko se quedó allí, con el corazón encogido e ignorando las miradas curiosas del resto. Estaba triste sí, pero no desconsolado como había temido, tal vez porque aquella separación temporal era su decisión. Sin miedos, sin dudas; por una vez arriesgándose a ser valiente y a no huir cuando el dolor de la ausencia y la perspectiva de los cambios por venir causaban tanto temor.

 Después de haberse encontrado y ayudado mutuamente, Kagami y él se estaban separando. Era doloroso y asustaba bastante. Kuroko sabía con certeza que muchos días simplemente lo detestaría y le sería difícil continuar; no obstante, por sobre todo, estaba seguro de que pasara lo que pasase no se arrepentiría de su elección. Él seguiría escogiendo estar con Kagami una y otra vez, a pesar de todo; porque tal y como le había dicho a este, era su hilo rojo, uno que por más que se tensara y se anudara, por más que muchas veces sintiesen que estaba a punto de romperse, no se cortaría. Porque siempre serían simplemente ellos dos, porque incluso antes de conocerse siquiera, ambos ya eran una dupla perfecta, y eso, era lo único que importaba.

Además, aquella no era una despedida, se dijo saliendo del aeropuerto y encaminándose rumbo a casa, a su nueva vida. Era una promesa.

Notas finales:

Lo primero, como siempre, a todos quienes hayan llegado hasta aquí, muchas gracias por leer. Espero que la lectura fuese de su agrado y compensara el tiempo invertido en ella.

Lo siguiente, es decir que prácticamente ya estamos casi cerrando esta historia. Hemos llegado al último capítulo y ya solo resta un pequeño epílogo que espero estar subiendo en unos cuantos días, y con eso ya llegaríamos al final de este viaje que ha durado para algunos, unos cuantos largos, largos años. Por lo mismo, poco a poco he ido revisando y corrigiendo los capítulos anteriores, motivo por el cual la actualización ha demorado un poco más; sin embargo, quiero que todo quede lo mejor posible antes de poner en punto final a este relato.

Esta vez me gustaría explicar algo respecto a este final que decidí darle a la historia y el por qué lo hice.

Desde que comencé a ver/leer KnB, sentí que la relación de Kuroko y Kagami, el que se encontrasen y se convirtieran en compañeros, era algo que estaba determinado casi por el destino. Que todo lo que habían vivido, bueno y malo, era para llevarlos a conocerse, y de allí surgió esta idea del «hilo rojo».

Más adelante, mientras iba dando forma a lo que sería la historia y su final, siempre supe que Kagami acabaría por marcharse de Japón, no de una forma terrible, sino por necesidad y porque él, con sus habilidades, no encajaba del todo allí. Aun así, comencé a cuestionarme que cosas podrían hacerlo tomar esa decisión y, más importante aún, que podría hacerlo decidirse a volver.

Por ese entonces yo aún estaba en la escuela y tenía la presión de determinar mi propio futuro, uno cuya elección no era del completo agrado de mi familia y, por lo mismo, me vi muy sumergida en las complicaciones de hacer lo que uno «quiere» y lo que los demás «esperan». Y fue debido a ello que Kagami terminó siendo presionado de ese modo por su propia familia; obligado a elegir entre sus propios deseos y los de sus padres. No obstante, todavía estaba determinada a que acabasen juntos, y por ese motivo tras pensarlo un poco más, sentí que lo único que podría hacer a este regresar de verdad, seguía siendo Kuroko, porque ellos indudablemente forjaron un lazo muy fuerte.

Cuando un par de años después apareció la película con ese final que, doy por hecho, rompió el corazón de muchas fans de esta pareja, me espanté un poco al pensar que prácticamente yo iba a hacer lo mismo al término de esta historia. Aun así, cuando retomé la escritura del relato, estaba determinada a seguir la línea que me había planteado al comienzo y a no cambiar nada de la idea original de este fanfiction, así que aquí estamos, separándolos una vez más. Pero aún falta un epílogo, que prometo será más alegre que lo que acaban de leer; así que por favor, no me odien mucho.

Por lo demás, estoy contenta y satisfecha de poder finalmente estar dando un término, como yo deseaba, a esta historia que ha sido tan difícil de seguir a veces; pero ha valido por completo la pena.

Para quienes leen el resto de mis historias, aviso que la siguiente actualización es para In Focus, del fandom de SnK y, posteriormente, el epílogo y final de Hilo Rojo, así como también un nuevo capítulo para Tormenta, de este mismo fandom, que ya va saliendo del hiatus.

Una vez más gracias a todos quienes leen, comentan, envían mp’s, votan y añaden a sus listas, marcadores, favoritos y alertas. Siempre son la llamita que mantienen viva la hoguera.

Una abrazo a la distancia y mis mejores deseos para ustedes. Hasta la siguiente.

 

Tessa


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