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Hilo Rojo (KagaKuro) por Tesschan

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Notas del capitulo:

Descargo: Kuroko no Basket y sus personajes le pertenecen a Fujimaki Tadatoshi, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

 

Capítulo 4:

Destrozar

 

Ya lo sabía, sabía que iba a destrozar mi mundo. El cerebro avisó, pero el corazón no quiso hacer caso.

(Paulo Coelho)

 

 

 

En cuanto salieron del local del Maji donde fueron a comer después del cine, el calor pegajoso de los cercanos días de verano se notó en el ambiente. A Kuroko no solía gustarle demasiado esa estación, pues tendía a agotarse con mayor facilidad que el resto del año, y jugar baloncesto así se hacía más difícil. Ya solo faltaban unas pocas semanas para las eliminatorias de Kanto y, si todo iba bien, luego vendría la Inter High, la cual tendrían que aspirar ganar; algo que Riko les recordaba cada día de duro entrenamiento.

Con cierto disimulo, miró a Kagami que caminaba con paso tranquilo y relajado a su lado, notablemente mucho más alegre que horas antes. Lo cierto era que la película resultó ser un completo fiasco con su amigo pegando brincos y tensándose a cada instante con las escenas terroríficas, y con él sin poder concentrarse nunca en la trama porque estaba demasiado preocupado por Kagami como para poder prestar atención a algo más; sin embargo, la extraña cercanía que experimentaron en ese momento provocaba la sensación de haber despertado en ellos cierta conexión que no estaba allí antes. Una intensidad sutil que parecía fluir entre ellos como electricidad. Fascinante y peligrosa. Una ligera tensión que iba aumentando poco a poco entre ambos mientras comían y platicaban animadamente en el local de comida rápida.

—¡Ah, estoy lleno! —Kagami levantó los brazos, desperezándose un poco después de haber estado tanto rato sentado. Una sonrisa curvó levemente sus labios al mirarlo, alargando una mano para revolverle el cabello y despeinarlo antes de dar unos golpecitos con el dedo al vaso de malteada del que él bebía y decirle—: Deberías comer más y beber menos de esa cosa. Por ese motivo no eres más alto.

Intentando parecer indignado por su comentario, Kuroko le apartó la mano sin mucho cuidado.

—Eso ha sido muy descortés de tu parte, Kagami-kun. Como lo que necesito, además la estatura no solo está relacionada a la alimentación. Mira a Kiyoshi-senpai... —Conteniendo brevemente el aliento, Kuroko interrumpió su regaño cuando vio a Kagami tomar entre sus dedos un mechón de su claro cabello y juguetear con él como si fuera algo normal para ambos. Avergonzado, dio un paso atrás para poner un poco de distancia entre ellos—. Por favor, para de hacer eso.

Kagami lo miró confundido, obviamente sin saber a qué se refería.

—¿Parar de hacer qué?

—Mi cabello. Siempre estás tocándolo. Pareciera que te gustara, Kagami-kun —le dijo él sin pensar. Las mejillas se le sonrojaron levemente al darse cuenta de la tontería que acababa de soltar.

Kuroko mas o menos esperaba que Kagami se indignara un poco y le respondiera con alguna idiotez como siempre solía hacer; algún comentario que lo hiciera parecer un poco bobo y luego ambos pudieran terminar riéndose de ello. Sin embargo, cuando lo miró para ver su reacción, su amigo parecía estar considerando seriamente lo que él había dicho.

—Bueno… creo que sí. Me gustas —le dijo con sorpresiva sinceridad.

Pasmado, Kuroko lo miró sin poder dar crédito a lo que acababa de oír, con un furioso sonrojo abrasándole hasta las orejas. Tan avergonzado y ruborizado como él, Kagami abrió y cerró la boca un par de veces, al parecer sin saber que mas decir.

—¡Tu cabello! —exclamó frenético—. ¡Me gusta tu cabello, no tú! ¡Bueno, tú también me gustas, pero no...! ¡Aggr! —Kagami lo miró alarmado, seguramente deseando que le cayera encima un rayo y lo callara para siempre. Finalmente resignado, este cerró los ojos y se inclinó en una formal reverencia—. Kuroko, por favor, mátame.

Sin poder evitarlo, Kuroko se echó a reír.

Aquella era una situación absurda. Los dos allí, en medio de la calle cerca del parque, un día domingo cuando casi todas las familias salían a pasear y divertirse. Sabía que estaban siendo observados, era imposible no llamar la atención con un chico como Kagami allí inclinado, pero en verdad a Kuroko no le importaba demasiado; no mientras miraba al avergonzado muchacho frente a él y pensaba en que era un idiota. Lo más probable era que los dos lo fueran, pero estaba bien así, porque de algún modo hacían una buena pareja.

—Estás llamando demasiado la atención, Kagami-kun —le dijo en un susurro a su amigo cuando estuvo a su lado. El chico levantó de inmediato la cabeza, mirando sorprendido a sus poco disimulados espectadores.

—¡L-lo siento mucho, Kuroko!

—Está bien, no pasa nada —lo tranquilizó—. Pero preferiría que nos marcháramos de aquí. Realmente estamos dando un espectáculo. Vamos.

—Claro, claro. —Con rapidez, Kagami lo siguió obediente. Ya estaban adentrándose en la intimidad del parque cuando este volvió a hablar nuevamente—: En verdad lo siento mucho, Kuroko, soy un idiota.

—Lo sé, pero eso no es algo que podamos remediar, Kagami-kun —le dijo a su amigo con total sinceridad.

—No te vengas a hacer el listo conmigo, pequeño idiota. —El chico lo jaló del cuello para sujetarlo y comenzó a pasar sus nudillos sobre su cabeza como castigo.

—¡Para, para! ¡Duele, Kagami-kun! —Riendo, Kuroko se apartó un poco cuando este al fin lo soltó—. Eres injusto. Eres más fuerte que yo y sabes que no puedo defenderme.

La mirada de escéptica incredulidad que le dedicó Kagami le hizo gracia, porque ambos sabían que en más de una ocasión acabaron liándose a golpes por algún juego o broma porque ninguno de ellos llevaba demasiado bien perder.

En esa ocasión Kuroko no dijo nada cuando él le pasó una mano sobre la cabeza para arreglar su alborotado cabello, aunque las palabras dichas por este un momento antes seguían grabadas dentro de su cabeza.

«Me gustas», le había dicho Kagami, y la necesidad de preguntarle si eso era una confesión lo avivaba por dentro; no obstante, hasta que no estuviera seguro de que respuesta deseaba recibir, Kuroko pensó que era más apropiado guardárselo dentro, porque últimamente su corazón y su cabeza no parecían dispuestos a ponerse de acuerdo.

Las risas de un grupo de chicos que pasaban cerca de ellos los sobresaltó, haciendo que se apartaran algo avergonzados, poniendo un poco de distancia entre ambos. Cuando los jóvenes los vieron, uno de ellos, a quien ya conocían de encuentros anteriores en la cancha, los saludó con la mano y les enseñó el balón que llevaba en la otra.

—¡Eh, chicos! ¡¿Quieren jugar?! —les preguntó animado.

Visiblemente entusiasmado con la propuesta, Kagami le dirigió una mirada anhelante e interrogativa que Kuroko respondió con un gesto de asentimiento.

—¡Claro! —les respondió a los chicos, dedicándole a él y una sonrisa de completa alegría cuando lo sujetó del brazo para que no se quedara a atrás y se diera prisa—. ¡Vamos a jugar, Kuroko!

Mientras se dejaba llevar, él pensó en que desde el momento en que conoció a Kagami fue capaz de volver a creer y a divertirse con el baloncesto que amaba, dejando de lado el dolor del pasado. Desde su primer encuentro, el amor que Kagami sentía por aquel deporte y la intensidad con que lo practicaba se convirtieron, de algún modo, en una fuerza que lo empujaba cada vez más hacia él, fascinándolo, haciendo que deseara por siempre seguir a su lado jugando. Inevitablemente, Kuroko se sentía atraído hacia este, como la polilla se sentía cautivada por la luz a pesar de saber lo peligroso y mortal que era.

Aunque no quería pensar en ello, menos en aquel momento, no pudo evitar recordar que con Aomine se vio encantado de la misma manera. Y acabó quemándose al final.

 

——o——

 

A pesar de que el local era amplio, las filas de estanterías de libros parecían llenarlo todo en aquel lugar. Libros pequeños, libros grandes, libros gruesos, delgados, de diversos colores; en fin, libros por todos lados haciendo que se ahogara un poco en ese sitio, pero, se dijo Kagami, ¿no fue su idea el entrar en aquel sitio?

Luego del partido de baloncesto callejero que jugaron con aquel grupo de chicos, tanto él como Kuroko decidieron que ya se estaba haciendo un poco tarde y lo mejor sería que regresaran a sus respectivas casas, teniendo en consideración que al día siguiente tendrían escuela. Era una decisión sensata, Kagami lo sabía, sin embargo la idea de dejar que aquel día terminara, el tener que dejar marchar a Kuroko, le molestaba un poco; por ese motivo terminó convenciendo al chico para que entraran a aquella librería que estaba cerca de la casa de este, consciente de que su amigo aceptaría la invitación solo por su gusto hacia la lectura.

Tomando un libro al azar, Kagami comenzó a hojearlo fingiendo prestarle atención mientras observaba disimuladamente a Kuroko que, bastante concentrado, observaba diversos volúmenes en la sección de literatura clásica. No pudo evitar sonreír un poco cuando lo vio fruncir el ceño, frustrado, al no poder decidirse cuál de ellos comprar.

Le gustaba esa parte de Kuroko. Le gustaban los momentos en que podían simplemente quedarse en silencio y pasar juntos el rato, sintiéndose cómodos sin la necesidad acuciante de tener que llenar los silencios y estrujarse el cerebro pensando en lo que debía o no decir. Con aquel chico siempre todo parecía ser así, un flujo natural de las cosas que terminó por unirlos sin que ninguno de ellos se diese cuenta del cómo.

—Kagami-kun, ¿cuál crees que debería llevar?

Kagami fijó sus ojos en los dos ejemplares que Kuroko le enseñaba. No tenía ninguna idea de que trataban aquellos libros ni mucho menos de cuál sería mejor para su amigo. Aquello simplemente no era para él, por más que quisiera ayudarlo.

Estaba a punto de sugerirle a Kuroko que llevara ambos y que él se los compraría cuando oyó las voces en el pasillo continuo. Sin detenerse siquiera a pensarlo, agarró al chico de un brazo y lo arrinconó con su cuerpo en una de las esquinas llenas de libros, intentando que pasaran desapercibidos.

—Kagami-kun, ¿qué se supone que está-?

—¡Shhh…! —hizo callar a Kuroko cubriéndole con una mano la boca, ganándose una mirada de enfado por parte de aquellos ojos celestes. Kagami volvió a prestar a tención a la charla de los recién llegados y maldijo mentalmente su mala suerte—: Son el capitán Hyûga e Izuki-senpai —susurró—. ¡Si me ven aquí, puedo darme por muerto! Recuerda, por mi ausencia al entrenamiento de ayer —le explicó, aterrado.

Obligándolo a que apartara la mano con que le impedía hablar, Kuroko también se dispuso a prestar atención a lo que ocurría en la otra sección. Kagami no sabía de qué modo podían huir de allí sin que los notaran, su única opción era que sus superiores no quisieran ver los libros de ese lado, pero era casi un deseo imposible porque inevitablemente tendrían que pasar por allí.

Iban a encontrarlos quisieran o no.

—Creo que lo mejor sería que te disculparas con ellos, Kagami-kun. De todos modos nos van a descubrir.

—Lo sé. —Cerró los ojos un momento, reuniendo valor para enfrentarse a sus superiores en el equipo—. Lo sé, tienes razón, Kuroko.

Ya decidido a enfrentar lo que tuviera que pasar, Kagami estaba a punto de apartarse cuando el tacto de la mano de Kuroko sobre su pecho lo hizo quedarse inmóvil. No entendía que era lo que el chico estaba haciendo, de hecho solo podía prestar atención a la visión de aquel rostro de expresión seria que lo observaba detenidamente y al leve calor que emanaba del tacto de su mano sobre su cuerpo. Su corazón latía como un loco.

—¿Estás asustado, Kagami-kun? —le preguntó preocupado Kuroko—. ¿Sabes?, tus latidos son demasiado rápidos.

¡Claro que estaba asustado, y mucho!, porque, aunque sabía que decirle a Kuroko lo que sentía por él era una mala idea, Kagami no parecía poder controlar sus instintos. Aquella tarde cometió su primer desliz cuando le confesó sus sentimientos en el parque; cierto era que fue por accidente y Kuroko no pareció tomárselo en serio, pero de todos modos lo había hecho; no obstante, en aquel momento, teniéndolo tan cerca, él no podía evitar la tentación de declararse otra vez, y de forma correcta, al chico que le gustaba a pesar del miedo que sentía.

—No, estoy bien. —Ante la sorpresa de su amigo, Kagami capturó entre sus dedos la mano que este tenía sobre su pecho, estrechándola con la fuerza suficiente para que no pudiera soltarse. Inclinándose un poco más hacia este, acortó la distancia entre sus rostros hasta el punto que sus frentes casi podían tocarse—. ¿Sabes, Kuroko? Lo que te dije antes en el parque…

—KA-GA-MI.

Casi lo esperaba. Casi.

La conocida y peligrosa voz a sus espaldas hizo que un escalofrío le recorriera la espina dorsal. Podía darse por muerto.

Resignado, Kagami ni siquiera se inmutó cuando un fuerte tirón en su hombro lo hizo retroceder apartándolo de golpe de un sorprendido Kuroko.

A pesar de medir casi una cabeza menos que él y ser mucho menos corpulento, el chico que se encontraba tras él era una de las personas que más miedo le daba en el mundo. Tras las gafas, aquel par de enfurecidos ojos verdes lo fulminaron con la mirada.

—Capitán, verá… yo en verdad puedo…

—Cállate, idiota. No quiero saber por qué demonios te saltaste la práctica de ayer y hoy estás aquí. Solo quiero que sepas que voy a hacerte sufrir lo suficiente para que no quieras saltarte otra en lo que te queda de vida —lo cortó Hyûga Junpei, el capitán de su equipo que en ese momento lo miraba con una peligrosa determinación en sus ojos—. Sabes que las eliminatorias son en pocas semanas y aun así faltaste a la práctica sin avisar.

—Vamos, Hyûga. Deja que por lo menos que pueda explicarse —le dijo Izuki Shun, el base del equipo, intentando calmarlo—. Seguro que Kagami tiene una buena explicación. ¿Verdad, Kagami?

—No, no la tengo —reconoció ante sus compañeros con sinceridad e hizo una reverencia formal—. Realmente lo siento mucho, capitán. Izuki-senpai.

—Vas a tener que sentirlo más que esto para que Riko te perdone —le dijo Hyûga antes de propinarle un golpe en la cabeza que obligó a Kagami a apretar los dientes—. Tendrás toda una semana de castigo.

—Supongo que yo también debería estar castigado, capitán. La ausencia de Kagami-kun en parte fue culpa mía.

El grito de sorpresa de los chicos mayores fue de cierta manera hasta divertido. Tanto Hyûga como Izuki miraban a Kuroko como si de un fantasma se tratase, un efecto que su amigo solía provocar a menudo.

—¡¿Cuándo demonios has llegado aquí?! —le preguntó el capitán, indignado.

—He estado aquí todo el tiempo —les dijo Kuroko con su seriedad habitual—. Sobre el castigo…

—Ya me extrañaba que Kagami estuviera viendo libros. Realmente pensé que le pasaba algo malo; estaba preocupado —comentó Izuki, visiblemente aliviado—. Pero, ¿por qué dices que eres culpable de su ausencia, Kuroko?

—Porque la tarde anterior…

—Nada —se apresuró a decirles Kagami a sus extrañados superiores mientras, posicionado tras Kuroko, le cubrió la boca con ambas manos para evitar que hablase más de la cuenta—. Yo soy el culpable, el único, así que recibiré el castigo. Él no tiene nada que ver en est… ¡Qué demonios! —gritó y soltó al chico de inmediato mientras observaba las rojas marcas en su mano—. ¡Kuroko, maldito! ¡Me has mordido!

El chico lo miró desafiante. Sus celestes ojos llenos de enfado.

—¡A mí también me dolió! No tenías por qué hacerme eso, Kagami-kun. Yo solo quería ayudarte.

—¡Yo solo intentab-!

—¡Basta! ¡Se callan los dos, par de idiotas! —Poniéndose entre ambos, Hyûga los miró sumamente enfadado tras sus gafas. Los dos se quedaron inmediatamente en completo silencio—. Demonios, esto es agotador. De momento, Kagami, sigues castigado. Decidiremos con la entrenadora cual será tu sanción y te lo comunicaremos mañana en el entrenamiento matutino. Kuroko, tus problemas con este idiota tendrás que solucionarlos tú. No puedo darte un castigo si cumpliste con el entrenamiento. Solo espero que no olviden que ambos son esenciales para el equipo, lo saben, así que dejen de comportarse como críos. —Les dio un suave puñetazo en el brazo a los dos, mezcla de ánimos y regaño—. Nos vemos mañana, chicos, no lleguen tarde. Vámonos, Izuki.

—¡Pero, Hyûga, mi libro! —se quejó Izuki mientras seguía a su amigo hacia la salida del local.

—Hoy no tengo ánimos. Vamos a por algo de comer.

—¡Pero, Hyûga!

—¡Cállate, Izuki!

—Yo también quiero marcharme ya. Estoy cansado. —Kuroko devolvió a la estantería los libros que hubo sacado antes sin siquiera dirigirle una mirada.

—Eh, Kuroko, no te pongas así —le dijo a su amigo, pero este no lo tomó en cuenta. Se despidió del dueño de la tienda disculpándose por lo ocurrido y salió del local a toda prisa, ignorándolo completamente.

—Demonios, ¿qué estupidez he hecho ahora?

¿Era que acaso todo en ese día iba a salirle mal? Frustrado, Kagami volvió a sacar ambos libros y los llevó hasta el mostrador para pagar por ellos y luego darle alcance a su amigo.

Aquella, seguramente, casi podía considerarse la peor cita de la historia.

 

——o——

 

Sin necesidad de voltear a verlo, Kuroko supo de inmediato cuando Kagami estuvo por darle alcance. Salió de la librería a toda prisa con la intención de perderlo, a pesar de ser consciente de que no llegaría demasiado lejos con su huida ya que su amigo era rápido y no tardaría en llegar a su lado; sin embargo, durante más de media hora el chico simplemente se dedicó a seguirlo a distancia, al parecer sin importarle que ya estuvieran bastante cerca de su casa y considerablemente lejos de la desviación que llevaba hacia donde el otro vivía.

Sin detenerse en ningún momento, vio como la sombra de Kagami se ponía a la par de la suya. No le dijo nada ni intentó detenerlo, su amigo solamente acompasó los pasos a su ritmo, disminuyéndolos poco a poco a la vez que Kuroko también lo hacía, hasta que finalmente terminaron por detenerse en el parque que se hallaba casi al frente de su hogar y a él no le quedó más opción que mirarlo para intentar aclarar aquel malentendido; no podía solo irse a casa y dejarlo plantado allí.

Si era honesto consigo mismo, Kuroko tenía que reconocer que estaba más dolido que molesto con el otro chico. Su intención al intervenir ante el capitán en la tienda fue producto de un impulso de proteger a este; sin embargo, Kagami lo detuvo, pareciendo avergonzado de lo que él pudiera llegar a decir, y, ¿no era lo lógico? Ambos eran chicos, por lo que una amistad entre ellos era algo normal, pero, ¿algo romántico? Seguramente no, y ese era el problema, porque durante los últimos tres días todo parecía haberse salido un poco de control y su relación se equilibraba peligrosamente en una delgada línea entre la amistad y el enamoramiento, aunque ninguno de ellos lo quisiera.

No quería enamorarse de Kagami. No podía hacerlo; sin embargo existían momentos como esos en los que él lo miraba y pensaba que quizá…

—Kuroko, lo siento. Me comporté como un tonto —reconoció su amigo mientras él guardaba un terco silencio—. Vamos, Kuroko, ¿no piensas volver a hablarme?

—Estás demasiado lejos de tu casa. Deberías regresar ya.

—Venga, deja de estar enfadado conmigo —imploró Kagami mientras le ponía en las manos un paquete—. Esto es para ti.

Sin necesidad de mirar lo que se hallaba dentro, Kuroko supo cuál era el contenido: los libros que estaba pensando en comprar.

Ese era un detalle bonito, tuvo que reconocer; tan bonito que no pudo evitar que algo cálido se agitara dentro de su pecho provocándole un sentimiento extraño.

Pareciendo un poco avergonzado y culpable, Kagami lo observaba atento, pendiente de su reacción, quizá para determinar cómo actuar a continuación. El problema era que Kuroko no sabía que debía hacer ni como sentirse. Tenía demasiadas emociones entrelazadas dentro de él como para simplificarlas solo en una y eso no le gustaba, porque él mismo se daba un poco de miedo.

—Si me dices nuevamente que esto es una compensación, voy a golpearte con ellos en la cabeza, Kagami-kun —le dijo al fin.

Sonriendo ampliamente, su amigo negó con un gesto de la cabeza.

—No, esta vez es un regalo.

—Y lo de hoy; ¿fue una cita o solo una salida como amigos, Kagami-kun? Porque ha parecido una cita, aunque tú dijiste que no lo era. —A pesar de que no quería parecer ansioso, él mismo podía percibir la inseguridad en sus palabras. La mirada que le dedicó Kagami le dijo que también este había terminado por percatarse de cómo se sentía.

—Fue… una cita.

—Entonces… gracias; por la cita y los libros. —Después de un corto silencio, Kuroko, decidido, le dijo lo que le pasaba por la cabeza en ese instante—. ¿Sabes? No iba a decirles a los senpais lo que ocurrió entre nosotros. —Se encogió de hombros, un poco incómodo—. Lo del beso, ya sabes… Solo quería ayudarte; pensé que quizás así podrían regañarte menos. No era mi intención avergonzarte.

—¿Eres idiota, Kuroko? ¡Claro que eso no me importa! ¡No hemos hecho nada malo! —Frustrado, Kagami comenzó a golpearse acompasadamente la frente con la palma de la mano—. Solo quería que no te metieras en problemas, pero siempre eres tan obstinado…

—Creo que últimamente no logramos entendernos del todo bien —le dijo a su amigo, dándose cuenta de lo dolorosamente cierto que era aquello—. ¿Que nos está pasando, Kagami-kun? Las cosas entre nosotros no solían ser así.

Una sombra de dolorosa culpa oscureció el rostro del chico, como si sus palabras le hubieran hecho daño. Por algún motivo, Kagami parecía estar luchando consigo mismo en ese instante, con sus miedos y sus dudas; tal vez, pensó Kuroko, de la misma forma que se sentía él.

—Tienes razón —reconoció Kagami—. ¿A qué crees que se debe este cambio, Kuroko?

—Supongo que es porque después de todo lo que ha pasado estamos demasiado conscientes el uno del otro.

—En eso estamos de acuerdo. —Kagami sonrió desganado—. Las últimas semanas han sido complicadas para mí, porque no he podido sacarte de aquí —le dijo dándose unos golpecitos con el dedo en la sien—. He pensado en ti una y mil veces, preguntándome que estaba mal conmigo; creyendo que no estaba actuando como un buen amigo por las cosas que… deseaba. Pero después de estos últimos días, finalmente llegué a aceptar aquello que tanto negaba.

Kuroko notaba su respiración pesada, como si cada inspiración supusiera una carga extra para sus pulmones y la cabeza le molestaba un poco. Kagami lo miraba de un modo diferente, como si deseara transmitirle con su sola presencia aquello que se suponía estaba callando, logrando que él sintiera una nerviosa excitación corriéndole por las venas.

—Supongo que ya te habrás dado cuenta de esto, pero… me gustas, Kuroko. —Un poco cohibido, Kagami se pasó una mano por la cabeza dejando algo desordenado los mechones rojizos de su cabello—. Ahhh… que fastidio. Seguro eso ya lo sabes porque no soy muy bueno ocultando las cosas. —Este le sonrió quedamente, un poco avergonzado—. Me gusta el tú que juega baloncesto, el tipo de jugador que eres y lo que haces; lo mucho que te esfuerzas para mejorar y que ames ese deporte tanto como yo; pero también me gustas como amigo, ¿sabes? Que podamos salir juntos y que me regañes cuando hago alguna tontería, y que te burles de mi o que discutamos y nos peleemos un montón de veces antes de reconciliarnos. También me gusta que me obligues a entrar en razón y me calmes cuando pierdo la cabeza, y me aconsejes de ver las cosas desde otra perspectiva. En verdad me gusta lo que somos cuando estamos juntos, y me gusta el chico que soy cuando estoy contigo, porque… siento que soy mejor que cuando estoy solo. Me gusta mirarte y estar cerca de ti. Me gustan los momentos que pasamos con los demás y aquellos que son solo de los dos. Me gustas como persona, el chico gentil y serio que eres, el que siempre sabe que decir y es atento con todo el mundo. Realmente me gustas de muchas maneras, porque creo que eres un chico genial, Kuroko —le dijo Kagami con una gran sonrisa—. Me gustas, Kuroko; me gustas muchísimo. Me gustas tanto que quisiera pasar, si pudiera, toda mi vida contigo. Porque en verdad, sin ninguna duda, yo estoy enamorado de ti.

Sin poder decir una palabra, Kuroko pestañeó repetidamente intentando contener las lágrimas, que anegaban sus ojos, sin mucho éxito. Kagami se le estaba confesando, ¿no? Aquello era una declaración, ¿cierto? Porque, honestamente, ¡él no sabía qué hacer! Nunca nadie le había dicho nada parecido y en un momento como ese, en el que tendría que dar una respuesta correcta, él solo… él solo…

—No tienes por qué llorar. No quería abrumarte así —le dijo Kagami sujetándole el rostro con las manos y secándole las lágrimas con los pulgares—. En verdad me gustas, Kuroko, y necesitaba que lo supieras para no confundirte más por no entender qué pasaba entre nosotros. Que sufrieras por culpa de mi deseo egoísta.

—Kagami-kun, yo…

—No. —Sin soltar su rostro, Kagami apoyó la frente contra la suya acortando la distancia entre ambos—. No me digas nada todavía. Piénsalo, por favor, el tiempo que necesites. No hay prisa. No voy a ir a ninguna parte, Kuroko.

Él asintió en silencio, sin apartar sus ojos de la mirada rojiza que el otro le devolvía, absorbiendo cada pequeño detalle de su rostro y expresión como si quisiera grabarlos en su mente. Para siempre.

Aquella vez no fue una sorpresa cuando los labios de Kagami cubrieron los suyos, de hecho, una parte de Kuroko parecía haberlo estado esperando durante todo aquel día. Un beso tan ligero y breve como el primero que se dieron y que, sin embargo, de algún modo parecía completamente diferente. Mucho más intenso, como si quisiera destrozarle el alma.

Dejando escapar un leve suspiro en el instante en que sus bocas se separaron, Kuroko contuvo el aliento cuando al abrir los ojos sus miradas se encontraron, atándolos el uno al otro de una forma que antes les era desconocida.

—No voy a disculparme esta vez. —La voz de Kagami sonaba enronquecida. Sus pulgares, que antes secaron sus lágrimas, recorrieron sus mejillas en una suave caricia—. ¿Estás de acuerdo con eso?

Kuroko asintió, sintiéndose incapaz de poder decir algo coherente en ese momento, aceptando la muda petición que veía en aquellos ojos.

Cuando Kagami volvió a besarlo, él simplemente dejó de pensar en sus enredados sentimientos y en sus miedos, permitiéndose por una vez olvidar el pasado y creer que quizás el presente podía darle una nueva posibilidad.

Kuroko entreabrió los labios cuando Kagami lo instó para profundizar el beso; respondiendo a sus demandas, respirándolo, sintiéndolo; aferrando casi con desesperación entre sus dedos la tela de la camiseta de este mientras notaba el calor que desprendía el cuerpo del otro chico y los salvajes latidos de su corazón que parecían ir a la par del atronador rugido de la sangre en sus venas. No era capaz de pensar en nada, solo seguía perdiéndose cada vez más en aquella vorágine de emociones que amenazaba con devorarlo por completo. Y él lo deseaba.

Cuando finalmente se separaron, Kuroko aún se sentía demasiado atontado y desorientado para poder pensar con claridad. Podrían haber transcurrido horas, o solo unos pocos segundos, no lo sabía. De algún modo, en ese instante todo le parecía desconcertantemente atemporal. Un instante robado al tiempo.

Fijos en él, los ojos de Kagami lo observaban como si quisiera escudriñar cada pequeño detalle de su rostro para así saber que pasaba por su cabeza. Un poco avergonzado, sabiendo que seguramente la pálida piel de sus mejillas estaría de un encendido color escarlata, Kuroko tuvo el impulso de apartar la mirada pero no lo hizo, por el contrario, lo miró tan directamente como lo hacía él.

—Es tarde. Ya debería irme a casa —le dijo a Kagami, intentando controlar el temblor de su voz.

—Lo sé —respondió su amigo, tomando su mano y entrelazando los dedos de ambos—, pero no quiero que termine este día. Me gustaría retenerte aquí conmigo.

—Lo sé… pero no se puede. —Sonriéndole a modo de disculpa, Kuroko aferró con fuerza la mano que sujetaba la suya—. Bueno, supongo que nos veremos mañana en la escuela, Kagami-kun.

—Sí. —Tirando de su mano para acercarlo un poco más hacia él, Kagami se inclinó lo justo para depositar un suave beso sobre sus labios—. Nos vemos mañana, Kuroko.

Resistiendo el impulso de quedarse junto a este por más tiempo, Kuroko finalmente se separó de su lado y echó a caminar hacia su casa, intentando no volverse para comprobar si Kagami todavía seguía allí e inventarse alguna excusa para alargar aquel momento, porque aunque no se lo hubiera dicho, él tampoco deseaba que aquel día terminase.

Una vez en casa, se encerró junto a Nigô en su habitación a oscuras, tirándose en la cama y abrazando al cachorro que le lamió el rostro con cariño, como si percibiera su ansiedad.

Las palabras de Kagami y la abrumadora sensación que lo embargó cuando se besaron parecían estar abrasándolo por dentro. Repitiéndose una y otra vez en su cabeza y haciendo que su corazón latiera acelerado.

Kagami le había dicho con total claridad que estaba enamorado de él. Sin detenerse a pensar en las consecuencias, este le confesó sus sentimientos. Y él, ¿qué hizo a parte de lastimarlo por culpa de sus miedos?, se preguntó Kuroko. ¿Qué era lo que en verdad sentía por Kagami?

Si era sincero consigo mismo, estaba seguro de que su amigo le gustaba, de hecho, la atracción que sentía por él era hasta cierto punto aterradora; pero, ¿enamorarse de él? ¿Podría realmente llegar a hacerlo? ¿Quería de verdad intentarlo?

No estaba seguro todavía, porque tenía miedo y muchísimas dudas; sin embargo, Kagami apareció repentinamente en su vida y destrozó la seguridad de su mundo, obligándolo a ponerse otra vez de pie y comenzar a reconstruirlo todo una vez más.

Tal vez solo necesitaba dar un paso a la vez, se dijo. Dejar de pensar tanto en las consecuencias de sus actos y arriesgarse un poco.

Sintiéndose más tranquilo con su decisión, Kuroko pensó que quizá no fuera algo malo. Por primera vez en mucho tiempo no sentía arrepentimiento.

Kagami realmente era su luz en la profunda oscuridad que él mismo terminó por crear a su alrededor.

 

——o——

 

La subida de adrenalina generada por la emoción del momento, no abandonó el cuerpo de Kagami hasta que llegó al departamento y se dejó caer desplomado de cansancio sobre el sofá.

Mientras observaba el blanco techo de la espaciosa y casi vacía habitación, él no paraba de pensar en qué demonios le ocurrió para haber confesado de aquel modo lo que sentía a Kuroko: sin miedo, sin avergonzarse; simplemente diciéndole a este lo que sentía porque deseaba que él lo supiera aunque no pudiera corresponderle de la misma manera.

Ahora, ya más calmado, hubiera deseado morir de la vergüenza, pero no podía arrepentirse de lo que había hecho. Nunca.

Sin muchas ganas se sacó el móvil del bolsillo del pantalón cuando oyó el timbre del mensaje; lo más probable era que fuese su padre para saber cómo estaba, ya que ese día todavía no le llamaba como acostumbraba hacer a diario.

El aparato se le escapó de la mano y cayó al suelo cuando con sorpresa vio que era un mensaje de Kuroko. A toda prisa se apresuró a recoger el móvil, casi resbalando del sofá en el intento.

«Gracias por lo de hoy. Ha sido divertido».

A pesar de ser una tontería, Kagami se sonrojó un poco al leerlo, completamente nervioso. Lo cual sí era una estupidez, porque no era la primera vez que él y Kuroko se mensajeaban, pero aun así…

«Yo también me lo he pasado muy bien». —Tecleó y envió antes de arrepentirse. En verdad era un idiota si se sentía tan alterado por algo como eso. ¿Qué se suponía que era? ¿Una chica enamorada?

«Repitámoslo nuevamente. Nos vemos».

La respuesta llegó menos de un minuto después, lo que le indicaba que de seguro Kuroko estaba tan atento como él a sus mensajes. No pudo evitar que aquello lo llenara de una ligera esperanza y alegría a pesar de no querer ilusionarse demasiado con lo ocurrido esa tarde.

«Claro. Nos vemos» —escribió a toda prisa, y nada más enviarlo le llegó un nuevo mensaje que, para su desilusión, no era de Kuroko en esa ocasión, sino de Tatsuya. Lo abrió de todos modos y no pudo evitar fruncir el ceño y notar cierto disgusto al leer su contenido.

«Quien se enamora primero es quien siempre pierde, Taiga. No lo olvides».

De inmediato, toda la alegría que sentía en ese momento pareció desvanecerse un poco.

Jugueteó durante unos instantes con el móvil en su mano sin saber qué respuesta dar al otro, porque si algo tenía claro, eso era que su amigo estaba muy molesto, molesto con Kuroko y por lo que Kagami sentía hacia él. Lo que lo inquietaba era, ¿por qué?

«Tenemos que hablar, Tatsuya. ¿Cuando?».

Durante la hora siguiente Kagami siguió tumbado en el sofá, mirando la pantalla del móvil cada pocos minutos mientras esperaba un mensaje de su amigo. Una espera inútil, porque hasta que se quedó por fin dormido, aquella respuesta nunca llegó.

Notas finales:

Hola nuevamente. Esta vez lamento que el capítulo haya demorado más en subirse que los anteriores, pero de momento este ha sido mi capítulo más largo, incluso después de haber sido dividido en dos partes.

Como siempre, muchísimas gracias a todos los que se dan el tiempo de leer y de seguir la historia. En verdad espero que les siga gustando a pesar de los mil errores que seguro tengo y lo lento que a veces parece que avanza. Muchas gracias, muchas gracias, muchas gracias.


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