Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Hilo Rojo (KagaKuro) por Tesschan

[Reviews - 26]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Descargo: Kuroko no Basket y sus personajes le pertenecen a Fujimaki Tadatoshi, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

Capítulo 8:

Abismo

 

Tú… juegas con mi alma entre tus manos.

Tú… y no la dejas escapar.

Tú… un abismo siempre al otro lado tú.

Tú… creo que seré capaz de saltar.

(Alex Ubago)

 

 

 

Más de dos años atrás.

 

Tenía las manos heladas; Kuroko podía sentirlo al aferrar una junto a la otra en un desesperado intento de asirse a algo para darse valor. Ya era bastante tarde y estaba comenzando a refrescar, por lo que debería tener frío; sin embargo, el miedo junto con los nervios parecían haberle entumecido algo por dentro que le impedía sentir nada, o por lo menos eso pensaba mientras se dirigía hacia la casa de Aomine. Seguía estando un poco asustado por la decisión que había tomado, pero estaba seguro de que si no hacía nada, terminaría arrepintiéndose el resto de su vida.

Desde hacía dos días atrás, después de aquel desastroso partido que parecía haber terminado finalmente con las esperanzas de Aomine, el chico lo evitaba por completo. Desesperado, Kuroko pensó muchísimo en que más podía hacer, sabiendo que la brecha que parecía haberse abierto entre ellos era cada vez más insalvable. Si no encontraba rápidamente una manera de arreglar las cosas con su amigo, estaba seguro de que iba a terminar por perderlo.

Kuroko se encontraba decidido a hablar con este una vez más para intentar convencerlo de que no se diese por vencido, pero una vez hubo llegado frente a la puerta de la casa de Aomine, no pudo decidirse a actuar. Ya era tarde, y como el chico se había saltado nuevamente el entrenamiento, lo más probable fuese que estuviera ya en casa, pero tal vez no fuera así; en ese caso, se dijo, quizá lo mejor sería llamarlo y preguntarle directamente donde se encontraba antes de…

—¿Tetsu? ¿Por qué demonios estás aquí?        

Con el corazón latiéndole a mil a causa de la sorpresa, Kuroko rápidamente volteó para encontrarse frente a Aomine que lo miraba con el ceño fruncido, claramente molesto de que él estuviera allí.

Durante todo el día pensó en las cosas que iba a decirle a su amigo cuando tuviera la posibilidad de hacerlo, sin embargo, ahora parecía incapaz de razonar con claridad y mucho menos expresarse con coherencia. En ese momento, parado frente a él, Kuroko solo se sentía profundamente triste, avergonzado y frustrado.

—¿Tetsu? —volvió a llamarlo Aomine, al ver que él no le daba una respuesta—. ¿Por qué has venido a mi casa? Y ni siquiera pienses en mentirme diciendo que te quedaba de camino porque ambos sabemos que vives en la otra direc-

—¿Qué puedo hacer para arreglar las cosas, Aomine-kun?

Aquella pregunta, que escapó de sus labios sin que él mismo se diera cuenta, pareció flotar entre ellos como un pesado velo. Ambos guardaron completo silencio, sin moverse ni siquiera un paso de aquel sitio; una distancia mínima que sin embargo poco a poco a Kuroko fue pareciéndole tan enorme como un abismo.

Al levantar los ojos que tenía fijos en el suelo, se encontró con la mirada de Aomine clavada en él. Parecía atormentado, pensó él con tristeza. Como si el dolor que este sentía fuera tan profundo que ya nada ni nadie pudiesen ayudarlo.

Reuniendo valor, Kuroko dio un paso hacia Aomine, dispuesto a ofrecerle su apoyo una vez más; pero, al ver como el chico apartaba violentamente la mirada y le daba la espalda, se detuvo de golpe sintiendo como un doloroso frío lo envolvía por dentro.

—No hay nada que puedas hacer ya, Tetsu. Vete a casa. —Sin siquiera volverse a mirarlo, Aomine comenzó a dirigirse hacia su propio hogar dejándolo plantado allí, seguramente esperando que él le hiciese caso y se marchara sin más.

Desesperado porque nada estaba saliendo como quería, Kuroko se dio prisa en alcanzarlo, sujetándolo del brazo para obligarle a detenerse y prestarle atención. La sorpresa de Aomine por lo que acababa de hacer fue evidente, y durante un breve instante pudo vislumbrar en sus oscuros ojos azules un atisbo del chico que antes solía ser; pero al igual que lo hacían las estrellas fugaces, este se apagó por completo antes de que él pudiera albergar alguna esperanza de haberlo recuperado.

—Quiero que las cosas sean como antes entre nosotros, Aomine-kun —le dijo Kuroko con la voz casi rota por culpa de la angustia contenida—. Haría lo que fuera, en verdad. Solo si me dejaras…

Las palabras murieron en sus labios cuando notó los dedos de Aomine presionando contra su boca, obligándolo a callarse. Nuevamente lucía enfadado, pero Kuroko notó, tras todo el tiempo que lo conocía, que aquella molestia no era por él, sino que este estaba furioso consigo mismo.

—¡Basta, Tetsu! ¡¿Es que no te puedes dar cuenta de que nada de lo que me digas servirá?! ¡Lo intenté! ¡Realmente lo hice! ¡Porque tú confiabas en mí y no quería defraudarte! Pero no ha servido de nada… —Aomine se pasó una mano por el rostro en un intento de calmarse. Cuando volvió a mirarlo, sus ojos azules parecían estar llenos de una desesperanzada derrota—. Por favor, Tetsu, date por vencido. Yo ya no puedo seguir con esto. Ya no hay nada en mí que valga la pena a lo que puedas aferrarte.

—No puedo hacerlo —reconoció Kuroko; la ansiedad y el miedo corriendo por sus venas como un desenfrenado torrente—. No puedo simplemente alejarme de ti y dejar que esto se estropee, porque yo… Me gustas. Me gustas, Aomine-kun. Yo estoy… enamorado de ti.

A pesar de que la idea de confesarse al chico que le gustaba jamás pasó por su cabeza, Kuroko no se arrepintió de ello. Durante meses, después de que comenzó a comprender que lo que sentía por Aomine era más que una simple amistad, se guardó aquello como un secreto que jamás nadie debía saber. Tenía miedo y se avergonzaba de sí mismo por lo que sentía, y sobre todo, lo aterraba la idea de que si su amigo se enteraba no querría estar más a su lado y Kuroko sabía que no podría soportarlo. Sin embargo, en ese momento en el que ya estaba perdiendo a Aomine por completo, no le importaba arriesgarse y decirle lo que sentía si podía marcar una pequeña diferencia. Si con ello pudiera conseguir aunque fuera un poco de tiempo para seguir a su lado.

Un sinfín de emociones cruzaron rápidamente por el rostro de Aomine sin darle tiempo a Kuroko de reconocerlas todas. La sorpresa dio paso al miedo y luego a algo que se parecía bastante a un anhelo doloroso que le hizo albergar esperanzas; no obstante, los labios del chico se contrajeron con rapidez en una mueca que intentaba pasar por una forzada sonrisa, rompiendo aquel momento con aquel gesto desagradable.

Con los nervios anudándole el estómago de forma casi dolorosa, Kuroko hizo un esfuerzo por no apartar la miraba y salir huyendo cuando la imponente figura de Aomine se inclinó un poco sobre él de manera intimidante, obligándole a levantar el rostro para verlo.

—No es una broma divertida, Tetsu. No era necesario que llegaras tan lejos para llamar mi atención.

—No… no estoy bromeando, Aomine-kun —murmuró Kuroko, sintiendo como un dolor sordo comenzaba a consumirlo por dentro—. Yo en verdad estoy enam-

—Soy un chico —lo cortó Aomine con brusquedad—. Y tú también lo eres, Tetsu. ¿Crees que podría corresponder a tus sentimientos? Por favor, Tetsu. —La furia que había percibido en un comienzo en su mirada se tornó rápidamente en burla, lo que para Kuroko fue mucho más doloroso—. Te lo dije, este tipo de bromas no tienen gracia.

Tragándose como pudo el dolor y las ganas de llorar, Kuroko esbozó una sonrisa que esperaba sirviera para enmascarar su sufrimiento. No era tan idiota como para no comprender que Aomine acababa de rechazarlo sin contemplaciones.

—Tienes razón. Ha sido una broma estúpida —le dijo—. Lo siento, Aomine-kun. No volveré a decirte jamás algo tan tonto.

La desesperanzada angustia que lo embargó en aquel momento pareció romperlo por dentro. Una parte de él, la que todavía era capaz de pensar de forma lógica, comprendía que con aquel comentario el chico le estaba dando la oportunidad de retractarse de sus palabras y terminar aquella conversación con el menor nivel de daño posible; sin embargo, su lado más emocional sabía que lo acababan de rechazar. Y dolía. Dolía de un modo horrible.

—Ya es tarde —le dijo Aomine, rompiendo el pesado silencio que parecía haberse instaurado entre ambos—. Creo que deberías irte a casa, Tetsu. —Este lucía levemente incómodo con su presencia, como si no supiera muy bien qué hacer con él. Ese era un sentimiento raro entre ellos—. Nos veremos mañana en la escuela.

—¡Eh! ¡Sí! ¡Claro! —se apresuró a contestar Kuroko, intentando que su voz no reflejara lo desbastado que se sentía—. Nos vemos mañana, Aomine-kun.

Aquella noche, cuando llegó a casa y estuvo solo en su cuarto, lloró durante horas, odiándose a sí mismo por haber sido incapaz de mantener la boca cerrada y haber complicado todavía más las cosas con Aomine. Tendría que buscar algún modo de hacerle olvidar su estúpida confesión y volver a encauzar su amistad para que las cosas entre ambos pudieran regresar a ser como antes. Tendría que hacer un enorme esfuerzo para obligarse a olvidar lo que sentía su corazón.

Sin embargo, su determinación no fue necesaria. Durante el día siguiente y los días que vinieron después, Aomine lo evitó casi completamente, como si no existiera; como si Kuroko hubiera vuelto a ser el chico invisible que había sido una vez, relegado nuevamente a la oscuridad de las sombras.

El paso de los días no hizo que el dolor del rechazo se amortiguara pero sí que se convirtiera en una carga un poco más llevadera. Tal vez, por ese motivo, fue casi un alivio que los problemas en el club de baloncesto lo llevaran hasta el punto de obligarle a abandonarlo y, de ese modo, darle la excusa que necesitaba para cortar finalmente el último hilo que todavía lo ataba a Aomine.

Meses después, sorprendiéndose un poco, Kuroko se dio cuenta de que en algún momento dejó de llorar su amigo, tal vez porque acabó resignándose a que este no pudiera aceptar sus sentimientos o quizá, simplemente, porque sus lágrimas terminaron por agotarse, no estaba muy seguro. Lo que sí sabía con certeza, era el hecho de que estaba dañado. Al igual que un objeto delicado, una parte de su corazón había sido destrozada en pedazos y por más que se esforzase en repararlo, jamás podría ser igual.

Y Kuroko comprendía lo que eso significaba: tal vez no sería capaz de enamorarse nunca más. Arriesgar nuevamente su corazón la parecía ahora un abismo insalvable.

 

——o——

 

Kagami estaba convencido, con sus casi diecisiete años, de que existían cosas para las que la vida te preparaba y otras para las que no. Él mismo se vio enfrentado a muchas; sin embargo, en ese momento, mirando a Kuroko con el rostro surcado de lágrimas de angustia, pareciendo tan dolido y culpable por haberle confesado aquel pedacito de su pasado, supo que esa era una de las cosas para las que uno no podía prepararse jamás para afrontar. Porque le dolía verlo así y sentirse completamente inútil para mitigar su sufrimiento por mucho que él lo amara. Y sobre todo, dolía saber que era otro chico el responsable de toda esa angustia. Alguien a quien Kuroko amó completamente y sin miedos.

¿Qué era lo que debería hacer en ese momento?, se preguntó Kagami. No estaba muy seguro de aquella respuesta. Tal vez si le restara importancia a lo que el chico acababa de contarle podrían fingir que aquello nunca había ocurrido y volver a retomar su relación como siempre, pero por muy tentadora que resultara aquella idea, él sabía que no podía ser así. Tenían que enfrentar los problemas como vinieran, y si esa era una prueba en su relación, no les quedaría más remedio que intentar afrontarla juntos.

Después de soltarle aquello, y a pesar de que todavía algunas lágrimas escapaban de sus ojos, Kuroko guardó completo silencio, con su celeste mirada clavada en él, atento por completo a su reacción. Tomando finalmente una decisión, Kagami se sentó a su lado en el sofá, dispuesto a escuchar todo lo que tuviera que decirle.

—No me sorprende, ¿sabes? —le dijo a Kuroko—. Era obvio solo con verlos el hecho de que había pasado bastante entre ustedes. Amigos o más que amigos, no lo tenía muy claro porque no sabía si tú tenías interés en… bueno, chicos —comentó Kagami, luciendo algo incómodo—. Pero lo pensé, por lo menos un par de veces. Que podía gustarte ese bastardo de una manera diferente a la amistad, aunque siempre terminé desechando la idea porque me molestaba un poco.

—¿En verdad lo sabías? —Kuroko lo miró tan sorprendido, que Kagami no pudo evitar sentir que toda aquella charla era bastante embarazosa—. Yo… lo siento mucho.

—¡¿Por qué demonios te disculpas?! ¡No puedes pedirme perdón por algo así, tonto!

—Porque de todos modos has terminado enredado en este asunto. Realmente no fue algo que eligiera; de haber podido te lo hubiera evitado, Kagami-kun —reconoció Kuroko. Todavía lucía algo abatido aunque, para su alivio, ya no lloraba—. Lo de Aomine-kun fue algo que simplemente pasó en algún momento sin darme cuenta. Los dos éramos amigos, y yo le quería y me sentía bien junto a él; pero, por mi culpa, las cosas entre ambos terminaron por complicarse bastante.

—No fue tu culpa. Hay cosas que simplemente pasan y uno no puede evitar decir o hacer tonterías… como lo de nosotros —le recordó, sintiéndose algo avergonzado por su terrible comportamiento cuando ya no pudo controlar más lo que sentía por el chico que ahora estaba a su lado—. ¿Todavía sientes algo por él? —Kagami no estaba muy seguro de querer oír aquella respuesta; sin embargo, sabía que no se quedaría en paz hasta que Kuroko aclarara las cosas. Si su novio ya no sentía nada por el idiota de Aomine sería muy feliz, pero si todavía lo hacía no importaba, él estaba acostumbrado a luchar por lo que deseaba y quería lo suficiente a Kuroko para esforzarse hasta conseguir que lo amara.

Los nervios comenzaron a hacer presa de él cuando la respuesta del chico demoró en llegar. Kagami abrió la boca para decirle que no tenía que contestar aquello si no quería, sin embargo, se calló al ver la expresión de completa concentración de Kuroko, como si estuviera pensando muy seriamente lo que iba a decirle.

—No realmente —contestó pasados algunos minutos—. Me sigue importando como amigo, pero ya no quiero estar junto a él de esa manera. No quiero que con esto saques ideas equivocadas, Kagami-kun. Lo mío con Aomine-kun no es algo bonito ni de lo que me guste hablar. Aun duele bastante, a veces, y me hace sentir inseguro; a disgusto conmigo mismo y como y quien soy. Hubo algunas ocasiones —le confesó el chico— en que deseé cambiar, ser distinto. Obligarme de algún modo a ser normal, pero eso no es algo que se pueda elegir, ¿no?

—¿Lo dices porque te gustan los chicos?

Kuroko se encogió de hombros y clavó la vista en sus manos que tenía unidas sobre el regazo.

—Aomine me dejó muy claro que aquella opción le desagradaba bastante. Al ser más joven, me costaba comprender cual de nosotros dos estaba actuando de la manera correcta. Incluso le pedí salir un par de veces a Momoi-san, pero me temo que no resultó muy bien para ninguno de los dos.

Soltando un gemido de exasperación, Kagami cerró los ojos y dejó caer su cabeza sobre el respaldo del sofá. Abrió uno de sus ojos al sentir un leve movimiento a su lado; sonrió un poco al ver que Kuroko había hecho lo mismo y desde su posición lo miraba atentamente.

—¿Sabes? Durante semanas me volví loco pensando en que me ibas a odiar si en algún momento te enterabas de que me sentía atraído hacia ti. Pasábamos casi todo el día juntos y yo te miraba a cada instante y no podía dejar de imaginar cosas…

—Vaya, así que en verdad eres un pervertido, Kagami-kun.

—¡No! ¡No ese tipo de cosas, pequeño idiota! —le dijo Kagami con las mejillas encendidas a causa de la vergüenza—. ¡Cosas sobre estar contigo, o tener una cita, o poder tomarte de la mano! Yo… —se maldijo por dentro debido a lo malo que era con las palabras. Quería decirle mil cosas a Kuroko. Explicarle con detalle lo mal que lo había pasado aquellos días pensando en que sus sentimientos no serían correspondidos, temiendo el rechazo y el desagrado. Quería decirle que comprendía por lo que él tuvo que pasar y que no debía tener miedo de contarle las cosas. Quería…— soy muy feliz de que hayas aceptado estar conmigo, Kuroko. Sé que al comienzo hice muchas tonterías y cometí errores porque tenía miedo y estaba asustado, pero en verdad quiero convertirme en la persona que desees que esté a tu lado.

—¿Aunque… aunque seas alguien que remplace a Aomine-kun? —preguntó su novio, dubitativo.

A pesar de su determinación de ser abierto y comprensivo con todo aquel asunto, Kagami no pudo evitar sentir un ramalazo de molestia y celos.

—¿A qué demonios viene eso? Yo y ese tipo no nos parecemos en nada —le dijo con rotundidad; no obstante, la culpabilidad en los ojos del otro chico le dejó claro que este no pensaba lo mismo—. ¡Eh, tú, pequeño idiota! ¡Ni se te ocurra pensar que nos parecemos!

—Es imposible no hacer la comparación. Incluso Himuro-san lo cree así. Él está convencido de que solo estoy contigo porque no puedo estar con Aomine-kun.

Así que ese era el verdadero problema, se dijo. Todavía un poco disgustado por aquella absurda comparación, Kagami no pudo evitar sentir cierto alivio al haber descubierto por fin la verdadera causa del descontento de Kuroko. Al haberse enterado de aquello, seguramente Tatsuya se molestó bastante y como no pudo convencerlo a él de terminar la relación, acudió a Kuroko con amenazas para que este lo hiciera.

El rostro de Kuroko reflejaba por completo la preocupación que sentía en respuesta a su confesión. Sus ojos celestes estaban cargados de dudas mezcladas con cierto temor que hizo pensar a Kagami que quizá, de cierto modo, ya no le era tan indiferente al chico como temió en un comienzo.

—¿Y qué es lo que piensas ahora, Kuroko? ¿Realmente me parezco tanto a él?

—Al comienzo pensé que sí, que ambos tenían una presencia similar —reconoció, pero luego negó con la cabeza—. Me estoy explicando mal. La verdad es que cuando te conocí me recordaste al Aomine-kun de mis primeros años. El que amaba el baloncesto y se lo pasaba bien; el que se esforzó en ayudarme a mejorar y me animó. Cuando te vi por primera vez, me recordaste eso e inevitablemente terminé prestándote atención, sintiéndome atraído y yendo a tu lado. Pero luego —continuó Kuroko—, cuando empezamos a pasar más tiempo juntos y comencé a conocer como eras en realidad, ya no pude compararte con Aomine-kun. Ustedes dos son completamente diferentes. Él es como un niño, ¿sabes? Nunca coincidíamos en nada a parte del baloncesto y siempre tenía que estar cuidando de que no se metiera en problemas, así que supongo que de cierto modo eso me hacía sentir importante y que tenía un espacio en su vida. Contigo en cambio, y a pesar de que eres un idiota, Kagami-kun, creo que de alguna forma somos iguales. No importa lo que pase, siempre puedo confiar en ti. —Con una completa seriedad, como si deseara que no quedaran dudas, el chico lo miró a los ojos y le dijo—. Sé que te importo, que te preocupas por mí y que me cuidas y eso me hace increíblemente feliz; además, para mí, tú también eres muy importante, Kagami-kun.

Sintiendo como su corazón comenzaba a saltar dentro de su pecho como un loco, Kagami tuvo que reprimir el impulso de lanzarse contra Kuroko y apresarlo entre sus brazos. El furioso rubor de sus pálidas mejillas delataba que para el chico aquella confesión no había sido nada fácil.

—Gracias por confiar en mí. Te quiero, Kuroko. —Inclinándose hacia él, Kagami depositó un beso en su sonrojada mejilla—. Por ese motivo no voy a permitir que vuelvas a pensar nunca más en ese bastardo de Aomine.

—¿De verdad? —le preguntó Kuroko con una mirada cargada de fingida inocencia—. Kagami-kun, lamento decirte que una persona no tiene la capacidad de controlar lo que otra persona piensa. De hecho…

Kagami le cubrió la boca con una mano para hacerlo callar. No pudo evitar sonreír un poco al ver la mirada de indignación que su novio le dirigió.

—Pues ahora estás conmigo, Kuroko —le dijo, completamente convencido de que aquello lo explicaba todo—. No puedo arreglar tu pasado con Aomine, y tampoco quiero hacerlo, porque de algún modo ha servido para que nos hubiéramos conocido y hayamos llegado a este punto. Pero yo no comparto. —Acercándose hacia este, Kagami logró con ayuda de su cuerpo tumbarlo sobre el sofá y posicionarse sobre él, impidiéndole de esa forma escapar y obligándole a que tuviera que mirarlo a la cara—. De hecho, debo confesarte que soy un tipo terriblemente celoso, Kuroko.

Cubrió sus labios con los suyos antes de que el chico pudiera protestar, pero aun así pudo notar como un leve atisbo de sonrisa los curvaba antes de que él lo instara a entreabrirlos para permitir que su lengua se deslizara dentro de su boca. Después de todo aquel drama, besar nuevamente a Kuroko era como poder volver a respirar.

Un escalofrío lo embargó cuando los labios de su novio, recorriendo un camino de leves besos por su barbilla, llegaron hasta su oreja. Notó la calidez de su respiración y el roce de sus manos sobre la desnuda piel de la parte posterior del cuello, así como el leve tacto de sus dedos al enredarse con suavidad entre su rojizo cabello haciendo que se excitara un poco.

—No tienes que preocuparte más por Aomine-kun, tú eres quien me gusta, Kagami-kun —le dijo él—. Sin embargo quiero lo mismo a cambio.

La forma en que Kuroko señaló aquello llamó su atención. De mala gana, se apartó lo suficiente para poder mirarlo a la cara y darse cuenta de que el chico estaba hablando muy en serio.

—¿Y de que tienes que preocuparte? Sabes que nunca he salido formalmente con nadie.

Absolutamente serio, Kuroko le soltó sin rodeos:

—De Himuro-san. Esta tarde ha tenido la «amabilidad» de contarme que, en algún momento del pasado de ambos, tuvieron algo más que una simple amistad. Porque me estaba diciendo la verdad, ¿no, Kagami-kun?

Un terror frío lo recorrió por dentro cuando aquellos inexpresivos ojos celestes lo escrutaron. Kuroko molesto daba miedo. Kuroko manteniendo su enfado bajo control, le provocaba pánico.

Sin poder evitarlo, él notó como un calor abrasador, provocado por la vergüenza, le inundaba las mejillas. Desesperado, intentó buscar frenéticamente una excusa que soltarle a su novio pero fue incapaz de no confesarle la verdad.

—Bueno… sí. ¡Pero no es lo que te imaginas, Kuroko! ¡Solo nos besamos una vez, nada más! ¡Maldita sea, teníamos trece años! —dijo a modo de justificación—. Nunca volvió a ocurrir nada más entre nosotros y después nos separamos un tiempo, por lo que luego todo pareció complicarse entre nosotros hasta que arreglamos las cosas hace un par de meses atrás. ¡No hay nada de lo que debas preocuparte!

—Mmm… no estoy muy convencido, Kagami-kun —prosiguió Kuroko—. Himuro-san es un chico atractivo, estoy seguro de que debió gustarte aunque fuera un poco en su momento. Y ahora que le has vuelto a ver…

—¡No digas tonterías! ¡Claro que Tatsuya no me gusta de ese modo! ¡Además, yo estoy enamorado de ti y jamás podría…! —Callándose de golpe de aquella diatriba de justificaciones, Kagami miró al chico, que se encontraba todavía tumbado debajo de él, comprendiendo lo idiota que debía parecerle. Suspiró resignado—. Me estas atormentando a propósito a modo de castigo, ¿verdad, Kuroko? Supongo que debe parecerte muy divertido.

—Bastante —reconoció su novio con una leve sonrisa en los labios. Posando una mano sobre su cuello, Kuroko lo instó a que se recostara sobre su pecho y se quedara allí, dejándose envolver por sus brazos. Aquello, pensó Kagami, era una sensación agradable—. Pero lo que te he dicho es verdad —reconoció el chico—. Si en algún momento me engañas con alguien más, ya sea Himuro-san o cualquier otra persona, te lo haré pagar muy caro, Kagami-kun. Hoy también he descubierto algo muy desagradable sobre mí, ¿sabes? Yo también soy terriblemente celoso. No voy a compartirte con nadie.

Las palabras de Kuroko parecieron abrirse paso dentro de su corazón llenándolo de una suave calidez. Aquello estaba lejos de ser una declaración de amor, él lo sabía; sin embargo, viniendo de Kuroko, que en un comienzo le dijo que no estaba seguro de poder llegar a quererlo, era algo que estaba muy cerca. Tan cerca que en aquel instante, oyendo el constante latido de aquel corazón y notando la tibieza de su abrazo, Kagami podía pensar, por primera vez, que su amor era completamente correspondido. Que el abismo que en un comienzo parecía separarlos era cada vez más pequeño.

Si aquello era un sueño, definitivamente no quería despertar jamás.

Notas finales:

Ya está el capítulo ocho de la historia, espero les haya gustado y como siempre, muchas gracias a todos quienes leen y siguen la historia y a quienes comentan..

Nos leemos en la próxima actualización.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).