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Hilo Rojo (KagaKuro) por Tesschan

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Notas del capitulo:

Descargo: Kuroko no Basket y sus personajes le pertenecen a Fujimaki Tadatoshi, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

Capítulo 2:

Ahogar

 

Lo que ahoga a alguien no es caerse al río, sino mantenerse sumergido en él.

(Paulo Coelho)

 

 

 

Se estaba ahogando.

Kuroko sintió el ardor en el pecho producido por la falta de oxígeno. Notó la opresión de sus pulmones, desesperados por entrar nuevamente en funcionamiento. Supo con certeza que podía morir si no respiraba pero, aun así, a una parte de él no parecía importarle. Porque se estaba consumiendo, desintegrándose en aquel calor que parecía abrasarlo por dentro, haciéndolo solo consciente de la existencia de Kagami y de sus labios sobre los suyos.

No estaba seguro de cuánto tiempo duró aquello, segundos u horas daban igual, pero cuando Kagami separó finalmente sus bocas, Kuroko sintió que todo parecía demasiado irreal para ser verdad. Y tal vez era un sueño, se dijo; la práctica de esa tarde había sido tan dura que muchas veces pensó que podría morir por el agotamiento. Sí, quizás acabó por desmayarse como en otras ocasiones y entonces…

—Kuroko…

El susurro de Kagami lo volvió a la realidad de golpe. Abrió poco a poco los ojos, sintiéndose un poco violento cuando las miradas de ambos se encontraron. A pesar de que ya estaba oscureciendo, pudo notar el furioso sonrojo que teñía los pómulos de su amigo y como los labios de ambos apenas estaban separados por una mínima distancia. No era un sueño, en verdad se habían besado.

Percibió, casi con agradecimiento, el ardiente dolor que le produjo el volver a ingresar aire a sus pulmones. Lentamente, exhaló e inspiró unas cuantas veces más, intentando recobrar la compostura, algo que le pareció casi imposible en ese momento con los rojizos ojos de Kagami todavía clavados en él; una mirada tan abrumadoramente posesiva que no supo cómo interpretar.

Sin poder evitarlo, un gemido estrangulado escapó de su garganta cuando la mano con que el otro chico lo sujetaba aflojó su agarre. Nuevamente Kuroko contuvo el aliento al sentir como los largos dedos de Kagami recorrían en una ligera caricia un lado de su cuello y el borde de su barbilla hasta posarse sobre sus labios.

Sintiendo que su corazón explotaría si no hacía algo, se apartó con brusquedad, tomando a su amigo por sorpresa. Se puso de pie a toda prisa, notando que las piernas le temblaban bastante, casi tanto como el resto de su cuerpo que parecía estar en una extraña tensión. Intentando recobrar la compostura, Kuroko recogió su bolso y el resto de sus cosas, en silencio, sintiéndose incapaz de mirar al otro a la cara en ese momento.

—Creo que ya debería irme a casa —le dijo a Kagami con una extraña voz que no parecía ser la suya—. Buenas noches. Nos vemos mañana en la escuela, Kagami-kun.

—Kuroko, espera… —Poniéndose rápidamente de pie, Kagami lo sujetó del brazo deteniendo su huida—. Lo que acaba de ocurrir hace un momento…

Kuroko lo miró indignado. No quería hablar de eso. No estaba listo, ni siquiera sabía que significaba todo aquello y no podía pensar con claridad en ese momento. Estaba enfadado con Kagami por ponerlo en semejante situación y con él mismo por cómo se sentía. Era una sensación horrible.

—Si querías burlarte de mí por lo que te pregunté, no había necesidad de llegar a ser tan cruel, Kagami-kun —le dijo sin poder contenerse—. Quizá debería exigirte que tomaras responsabilidad de esto… Te dije que nunca me había besado con nadie.

Las palabras escaparon de sus labios antes de que pudiera contenerlas, haciéndolo arrepentirse de inmediato de lo que dijo. Siempre era lo mismo, pensó Kuroko; mientras más molesto o alterado estaba, más hablaba y menos se medía. Al ver la expresión de incredulidad de Kagami ante sus palabras, sintió un ramalazo de culpa.

—Solo bromeaba, Kagami-kun. Discúlpame. —Inclinó brevemente la cabeza, respiró profundo e intentó parecer sereno cuando lo miró nuevamente—. Hasta mañana.

Esa vez Kuroko no le dio tiempo de detenerlo, salió a toda prisa de la cancha y echó a correr rumbo a su casa, ignorando el dolor punzante de su pecho y fingiendo que los latidos acelerados de su corazón eran solo el resultado de su desesperada carrera y no de lo ocurrido con su amigo.

Oyó los alegres ladridos de Nigô antes de abrir la puerta de casa. Se detuvo un momento en la entrada para acariciar a su perro y cambiarse los zapatos cuando oyó a su madre desde la cocina dándole la bienvenida.

—Ya estoy en casa —le respondió intentando que su voz no dejara entrever su angustia. Acarició otra vez a Nigô que lo miraba y gemía lastimeramente como si percibiera su desasosiego.

—La cena está casi lista, cariño —le dijo su madre—. Deja tus cosas en la habitación y dile a tu abuela…

—Lo siento, mamá. No voy a cenar —respondió a pesar de la culpa que sentía—. Me siento un poco enfermo. Voy a tomar un baño y me iré directo a la cama.

Kuroko corrió escaleras arriba sabiendo que su progenitora no tardaría en ir a verlo. Cerró la puerta del cuarto de baño y echó a correr el agua de la bañera esperando que se llenara. Como temía, su madre llamó a la puerta preocupada y él le dio un par de excusas que esperaba sonaran convincentes y que la dejaran tranquila. Una vez solo, se dejó caer sentado al piso con la espalda apoyada contra la puerta, notando como el calor húmedo del vapor le iba pegando la tela de la camiseta al cuerpo.

Se cubrió el rostro con las manos y gimió quedamente, desesperado. Todavía podía sentir la impresión de los dedos de Kagami sobre su piel y la sensación ardiente de su boca sobre la suya.

Seguía ahogándose.

La verdad era que nunca pensó mucho en lo que sentiría con su primer beso. Un poco de nervios, quizá; felicidad, satisfacción, inseguridad; pero nunca hubiera esperado aquella angustiosa intensidad que parecía consumirlo. Porque aquel beso había sido exactamente como Kagami: violentamente intenso, incapaz de olvidarlo aunque lo desearas.

Se mordió el labio inferior con fuerza, notando el regusto levemente salado y metálico de la sangre, aunque no el dolor de haberse herido. Se puso de pie para mirarse en el espejo, llevándose una sorpresa al ver el leve reguero de manchas oscuras que le cubrían parte del rostro, el cuello y el brazo. No podía recordar en qué momento se hirió. ¿De camino a casa? ¿Cuándo estaba con Kagami…?

Sintiéndose como un tonto por no darse cuenta antes, presionó los dedos contra su boca, recordando como el otro chico hizo lo mismo después de besarlo. No era su sangre la que probó antes, se dijo Kuroko sorprendido y preocupado, si no que era la de Kagami. Kagami que lo contempló y lo tocó en ese momento como si quisiese marcarlo de una forma aún más profunda de lo que ya lo había hecho.

Desesperado, Kuroko se quitó la ropa y se metió bajo el agua, intentando que su cuerpo entrara en calor mientras observaba atento como las manchas de sangre seca que tenía en el brazo iban desapareciendo poco a poco. Ojalá y pudiese borrar lo ocurrido entre ellos de la misma manera, pensó desanimado, pero supo de inmediato que no sería así. Las cosas entre Kagami y él tendrían que cambiar inevitablemente. Y estaba asustado, muchísimo, porque sobre todas las cosas no quería perderlo. Porque necesitaba a Kagami como necesitaba el oxígeno. Sin él, finalmente terminaría por ahogarse.

 

——o——

 

—Lamento la espera. Ya podemos irnos a casa. —Kuroko acarició a Nigô que esperaba jugando feliz fuera del vestuario. Sonrió un poco desganado cuando el cachorro le lamió el rostro—. Supongo que hoy no habrá suerte.

—¡Kuroko! —lo llamó Riko desde el otro lado del pasillo desde donde venía a toda prisa cargando algunos discos, seguramente videos de los equipos con los que tendrían que jugar próximamente—. Vete directo a casa. Hoy no has estado muy bien en el entrenamiento y luces un poco enfermo —le dijo muy seria.

—Sí, entrenadora —respondió con formalidad, dispuesto a hacerle caso a pesar de que su desánimo no se debía precisamente a una enfermedad si no al asunto que todavía lo angustiaba.

—Y por cierto, si ves a Bakagami, dile que si no tiene una buena excusa que darme el lunes, está muerto por faltar a las clases de hoy y saltarse el entrenamiento. —Una dulce sonrisa se formó en el rostro de la chica. Una sonrisa que tanto él como el resto de sus compañeros de equipo aprendieron a temer.

—No creo que vea a Kagami-kun…

Riko apoyó una mano en su hombro mirándolo de cierta forma escrutadora y comprensiva, como si percibiera que algo iba mal entre ellos y que ese fuera el causante de la ausencia de Kagami y su mal rendimiento aquel día. Aquella chica era aterradora.

—Solo díselo, ¿está bien? Nos vemos el lunes, Kuroko. ¡Descansa y no te atrevas a enfermarte! Las eliminatorias están demasiado cerca.

La vio desaparecer dentro del vestuario de los chicos, sin siquiera llamar, desde donde se oyeron amortiguadas las voces en protesta del resto de los integrantes del equipo que aún permanecían ahí.

Kuroko se dirigió hacia la salida de la escuela precedido de Nigô que correteaba feliz delante de él olisqueando todo lo que le llamaba la atención. Notaba un incipiente dolor de cabeza que amenazaba con empeorar en cualquier momento, seguramente debido a la falta de sueño y la tensión a la que estuvo sometido durante todo el día, esperando constantemente que en cualquier momento Kagami hiciese acto de presencia y tuviera que enfrentarlo. Pero no fue así.

Realmente estaba un poco furioso con Kagami por ser tan cobarde y que no se atreviese a dar la cara después de lo ocurrido pero, sobre todo, Kuroko estaba furioso consigo mismo por no ser capaz de enterrar todo aquello en el recuerdo, como se propuso hacer la noche pasada después de desvelarse pensando una y otra vez en las cosas que quería decirle, en las que debía decir y cuales simplemente tendría que callarse.

Y ahora, por culpa de Kagami, toda su convicción había quedado en nada.

¿Qué debería hacer?

La tentación de ir a casa de Kagami para aclarar las cosas entre ellos era grande; tan grande como el miedo que le producía la misma opción, pero la idea de mantenerse hasta el lunes en aquella especie de limbo en el que no sabía lo que sería de su amistad se le hacía insoportable. La verdad era que Kuroko no tenía una excusa creíble para ir a verle, a menos que fuese llevarle los apuntes de clases o el mensaje de Riko; sin embargo…

Los ladridos de feliz agitación de Nigô lo distrajeron de sus sombríos pensamientos y notó como el corazón le daba un vuelco cuando vio a Kagami, y a su mascota que brincaba a su alrededor, observándolo con detenimiento desde la puerta de la escuela. Kuroko se percató de que este no llevaba el uniforme, lo que le indicó que simplemente había ido hasta allí para encontrarlo y que pudiesen hablar, algo por lo cual no supo si alegrarse o sentirse abrumado.

—Toma —le dijo el chico entregándole sin mucha ceremonia un vaso de malteada de vainilla de Maji una vez hubo llegado junto a él.

Kagami parecía bastante nervioso, aunque Kuroko no estaba muy seguro de si era por él o porque Nigô acababa de apoyar sus patitas delanteras sobre sus piernas intentando llamar su atención, hasta que resignado, el cachorro se dio media vuelta y lo dejó en paz; ante esto, el otro pareció visiblemente aliviado.

—Gracias. Aunque no sé muy bien por qué es esto —le dijo un poco dubitativo a su compañero.

Pareciendo bastante incómodo, Kagami se aclaró la garganta y le dijo:

—Es una… compensación.

¿Una compensación? ¿Por haberlo besado?

Tan dolido como furioso, Kuroko le puso de regreso el vaso de malteada en la mano dispuesto a marcharse de allí a toda prisa. No quería volver a ver a ese idiota.

—Gracias, Kagami-kun —le espetó intentando contener su rabia—, pero no deberías haberte molestado. Adiós.

—Kuroko, espera. —Kagami lo sujetó del brazo para detenerlo pero lo soltó de inmediato al notar su enfado—. Tenemos que hablar —indicó con rotundidad—. Tenemos que aclarar esto antes de que se nos escape de las manos y todo se convierta en un maldito caos.

—Te has saltado las clases y el entrenamiento solo para no verme, Kagami-kun. Para mí eso es empeorar las cosas.

—No es lo que piensas —se defendió Kagami—. Es… complicado, Kuroko. Necesitaba pensar. Mucho. Y entonces… —Frustrado, se pasó una mano por el cabello rojizo despeinándolo un poco—. En verdad tenemos que hablar, pero no aquí donde cualquiera puede interrumpirnos. Vayamos a otro sitio, ¿está bien?

Kuroko miró preocupado hacia atrás, a sabiendas de que él estaba en lo cierto y en cualquier momento podrían salir el resto de los chicos y aquella oportunidad de aclarar las cosas quedaría en nada. Asintió despacio, notando como la tensión de Kagami pareció aliviarse un poco cuando emprendieron la silenciosa marcha hasta un parque cercano que estaba a medio camino de los hogares de ambos.

Buscaron refugio en el sitio más remoto, donde quedaron a resguardo de las miradas curiosas de los niños que aún jugaban por allí o cualquier otro paseante que pudiese verlos.

Como aún era temprano y el calor del cercano verano comenzaba a sentirse, las calles se veían bastante animadas. Kuroko se sentó en el banco junto a Kagami y a pesar del infantil deseo de rechazarla, aceptó la malteada que este volvía a ofrecerle y le dio un sorbo intentando que el dulce sabor aliviara un poco su enfado. Notó un nudo de angustia en la garganta al observar las manos de este y ver sus dedos heridos. Al recordar el miedo y la inquietud que experimentó la noche anterior al ver su sangre sobre él, Kuroko sintió la necesidad de confortarlo; decirle que ya no se preocupara más porque las cosas seguirían como antes entre ellos; sin embargo, sabía que eso no podría ser verdad por más que lo desearan.

—Tienes todo el derecho de estar molesto conmigo —comenzó Kagami con la voz cargada de culpable ansiedad—. De hecho, s-si no puedes perdonarme… lo comprenderé; pero, por lo menos déjame explicarme e intentar hacerte entender…

—Estoy muy molesto —lo interrumpió Kuroko de golpe. Aquellos ojos rojizos se clavaron en él, inquietos.

—Estás molesto… ¿Por qué te besé? —le preguntó Kagami, dubitativo.

—Porque eres un idiota. Aunque casi siempre lo eres así que no debería molestarme por eso. —Nigô pasó corriendo a sus pies en un desesperado intento de perseguir a una mariposa. Kuroko lo tomó en sus brazos aferrándolo a su pecho a pesar de sus evidentes intentos por escapar. Una especie de escudo entre ambos—. Eres un idiota, Kagami-kun.

Como por arte de magia, sus palabras hicieron que la tensión entre ellos pareciera aligerarse un poco. La leve sonrisa de Kagami lo tranquilizó, y cuando su amigo le revolvió el cabello como solía hacer siempre, tuvo la esperanza de que las cosas volvieran a la normalidad que tanto deseaba.

—Tienes razón, lo soy. Pero en mi defensa debo decir que ayer saliste huyendo y no me diste tiempo de aclarar nada.

—Eso ha sido muy descortés de tu parte, Kagami-kun. Yo soy el afectado aquí.

Soltando una carcajada, Kagami se tendió como pudo de espaldas en la estrecha banca, con los pies colgando en el suelo y las manos unidas sobre el plano vientre; miró hacia el cielo intensamente. El paso de algunas nubes debilitaron durante unos segundos la luz del sol, ensombreciendo en parte el rostro de su amigo, impidiéndole a Kuroko leer sus expresiones como solía hacer a menudo para saber lo que este pensaba.

—¿Sabes? Anoche no logré dormir pensando una y otra vez en cómo podía disculparme contigo y lo que debía decirte. Estaba tan nervioso que di mil vueltas por mi habitación y el resto de la casa hasta que en algún momento me debo haber quedado dormido. Cuando desperté hoy, me di cuenta de que ya se me había hecho tarde para venir a la escuela o al entrenamiento, pero tenía que verte para que pudiésemos hablar, así que vine lo más deprisa que pude para alcanzarte. —Lo miró entrecerrando los ojos y le sonrió—. Ah, pero antes pasé al Maji por la malteada. También tenía planeado ir a tu casa si no te encontraba en la escuela. Nunca fue mi intención evitarte, Kuroko.

Así que Kagami no lo estaba evadiendo como él pensó hasta hacia unos minutos atrás. Mucho más tranquilo, enterró el rostro en el cálido y suave pelaje de Nigô sintiendo como aquella confesión aligeraba su corazón.

—Eres mi mejor amigo, nunca fue mi intención lastimarte. —Kagami suspiró—, pero ayer no tuve un buen día y las cosas se complicaron hasta el punto de que no pude controlarme. Cuando estábamos en la cancha y comenzaste a hacerme esas preguntas, perdí un poco la cabeza y entonces… Lo siento, Kuroko. En verdad espero que puedas perdonarme aunque no lo merezca.

Desde aquel beso, Kuroko sentía como si aquella sensación de ahogo constante se hubiese apoderado de él; como si Kagami le hubiera arrebatado de golpe todo el aire de los pulmones dejando en su remplazo solo ansiedad y miedo; miedo a que las cosas se arruinaran entre los dos y ocurriese lo mismo que antes pasó con Aomine. Para él, perder la amistad que tenía con este, años atrás, fue un golpe muy duro, y aún ahora y a pesar de que lograron solucionar parte de sus problemas, ambos sabían que las cosas no podían ser como antes entre ellos. No, Kuroko no creía que pudiese soportarlo nuevamente, por eso mismo, mientras ambos se miraban a los ojos y veía la preocupación reflejada en los de Kagami, casi podía oír una voz que lo instaba a aceptar las disculpas del otro chico y salvar su amistad.

Estaba en sus manos el decidir seguir ahogándose en aquel dolor o salvarlos a ambos.

—Eres un idiota, Kagami-kun —le repitió luego de unos minutos de angustioso silencio—, pero también eres mi mejor amigo. Así que por favor, sigue cuidando de mí como hasta ahora.

El alivio reflejado en el rostro del muchacho fue tan grande que Kuroko no pudo evitar sonreír también cuando el otro lo hizo. No podían volver las cosas atrás, pero podían comenzar de nuevo. No era la primera vez que su amistad pasaba por momentos difíciles pero de momento los habían superado, y lo harían nuevamente, estaba seguro.

El resto del camino hasta casa fue más cómodo, con la tensión de ambos derritiéndose poco a poco como una capa de hielo puesta al suave calor del sol. A pesar de la reticencia y las quejas de Kagami, Kuroko lo puso al día de lo que pasaron en clases y los deberes que tenían asignados. Platicaron de los partidos que estaban por venir y el entrenamiento de la semana siguiente; además de especular sobre que horrible castigo podría imponerle Riko a Kagami por su ausencia.

El momento de la despedida, que siempre era tan fácil como todo lo que pasaba entre ellos, en aquella ocasión pareció alzarse como un muro insalvable. Luciendo algo nerviosos, ninguno de los dos parecía saber muy bien que decir: «Hasta luego», «nos vemos el lunes», «adiós»; todo parecía fuera de lugar en ese instante; por ese motivo, la rápida despedida de Kagami pilló a Kuroko por sorpresa, apenas dándole tiempo de murmurar un «nos vemos» antes de ver como su espalda se alejaba.

El problema entre ellos estaba solucionado. Debería estar contento, ¿verdad? Sin embargo, Kuroko sintió que aquella duda que acalló una y otra vez durante todo el día, no dejaba de pulsar dentro de su cabeza exigiéndole una respuesta.

Siguiendo un impulso absurdo, corrió tras el chico hasta darle alcance, sujetándolo con fuerza de la parte posterior de la camiseta para hacer que se detuviera. Kagami volteó a mirarlo alarmado, mientras él se inclinaba un poco y a poyaba las manos sobre sus rodillas intentando recuperar el aliento.

—Kuroko, ¿qué demo…? ¡No te atrevas a desmayarte aquí!

—Me besaste —le dijo casi sin resuello—. Ayer me besaste y… yo no sé si era una broma cruel o un juego o un castigo por lo que hice. —Lo miró directamente a los ojos, dispuesto a conseguir una respuesta porque ya no podía seguir con aquella duda rondando en su cabeza—. Me besaste y no dejo de darle vueltas, y de preguntarme por qué lo hiciste, Kagami-kun. —Se cubrió el rostro con las manos, ocultando su vergüenza—. Esto es horrible. Lo siento mucho.

Notó el peso de la mano del otro chico sobre su cabeza, una gentil caricia que en ocasiones anteriores siempre fue un medio para tranquilizarlo o aliviarlo y que, no obstante, en aquel momento, se percató Kuroko, hizo que su corazón latiera acelerado, como cuando corría hasta quedar tan exhausto que pensaba iba a desfallecer o las veces que ganaron un partido especialmente difícil. Angustia y felicidad, todo mezclado en un solo momento.

—Porque lo deseaba. —El acompasado movimiento de la mano de Kagami sobre su cabeza se detuvo de repente—. Yo… en ese momento… Ayer… deseaba besarte. Mucho.

Descubriéndose el rostro, Kuroko levantó la vista y lo miró sorprendido. El sonrojo de su amigo era evidente, así como su mirada inquieta e interrogante, como si esperase su respuesta. Después de unos instantes de incómodo silencio, Kagami se llevó ambas manos a la parte posterior del cuello y lo frotó con nerviosismo.

—Bueno, supongo que este es el momento en el que puedes enfadarte nuevamente conmigo o, ya sabes, sentirte…asqueado.

Aquella palabra lo golpeó de lleno.

Sorprendido, Kuroko se dio cuenta de que en ningún momento desde la tarde anterior, se detuvo a pensar en el hecho de que tanto él como Kagami eran chicos. Estaba tan absorto en su miedo de estropear su amistad y perderlo que no tuvo tiempo a dar cabida a otras inquietudes, algo que al parecer, por lo culpable que parecía, Kagami sí hizo y esperaba su recriminación al respecto.

Pero, dadas sus circunstancias, ¿qué podía decir él?, pensó Kuroko. Si le confesara la verdad al otro chico…

El recuerdo de aquel beso, el suave roce de sus dedos cuando lo tocó, la sensación de la cálida respiración de ambos al estar tan cerca, lo asaltó de golpe, haciéndolo sonrojarse un poco. Durante aquel instante sintió muchas cosas, sí, pero no repulsión por ello, más bien lo contrario.

Armándose de valor, y a pesar de saber que no podía mantener su compostura habitual, Kuroko le dijo en su tono más tranquilo:

—Sí, me sorprendió un poco. Y me molesté contigo por cómo se dieron las cosas, pero no fue desagradable en absoluto, Kagami-kun. No fue desagradable que me besaras.

Era extraño, pensó Kuroko, como las cosas podían ser al mismo tiempo tan iguales y tan diferentes. Ambos estaban de pie allí, en una calle que recorrieron muchísimas veces durante el último año; seguían siendo los mismos chicos: Kagami Taiga y Kuroko Tetsuya, que eran compañeros y amigos, que se respetaban y apreciaban el uno al otro. Estaban allí mirándose y todo parecía igual que siempre, pero ambos sabían que después de ese beso algo había cambiado drásticamente entre ellos, como si una capa de sus vidas se hubiese desprendido y ahora pudieran verse de otra forma; más vulnerables, más cercanos.

—Bueno, supongo que ya debería irme a casa. Y tú también. —Kagami sonrió visiblemente aliviado, alivio que se convirtió en un poco de nerviosa tensión cuando Nigô, que estaba a sus pies, comenzó a mordisquear y tirar de los cordones de sus deportivas.

—Entonces nos veremos el lunes. —Kuroko se semiarrodilló para obligar a su mascota a liberar a Kagami antes de que sufriera un colapso nervioso por culpa de Nigô. Se puso de pie con el descontento cachorro aprisionado contra su pecho—. Gracias por todo —le dijo con sinceridad—. La malteada y la disculpa y la explicación. Has sido muy amable, Kagami-kun.

El chico asintió un poco cohibido. Se dio media vuelta y le hizo un gesto de despedida con la mano antes de echar a andar rumbo a su casa, obligándole a él a hacer lo mismo.

Por aquel día, todo había terminado.

Kuroko no avanzó ni siquiera una calle cuando sintió como una mano sujetó con fuerza su hombro obligándolo a voltearse. Asustado, se encontró con un Kagami agitado, que lo observaba como si repentinamente le hubiesen aparecido dos cabezas o algo así.

—Mañana domingo. A las cuatro. En el cine —le dijo a toda prisa.

—¿Qué?

—Mañana domingo. A las cuatro. En el cine —repitió Kagami—. Te estaré esperando.

—¿Es… una cita? —le preguntó Kuroko dudoso.

—¡No! Es… es… ¡una compensación! —le espetó el chico, rojo de la vergüenza, haciendo que algunos transeúntes voltearan a mirarlos con curiosidad—. ¡Como la malteada! ¡Una compensación!

—Entonces, ¿es una cita de compensación? —le dijo él, queriendo tomarle un poco el pelo.

—¡Tú…! ¡Pequeño idiota! ¡No es una cita! Es solo… Arggg. —Kagami le miró amenazante y frustrado, consciente de que él ni siquiera se inmutaría por aquello—. Nos vemos mañana, Kuroko.

Lo vio marcharse nuevamente, esa vez hasta que se perdió en la distancia y ya no pudo distinguirlo más. Se acuclilló al lado de Nigô y lo acarició tras las orejas.

—¿Qué crees, Nigô? ¿Es una cita? —El cachorro ladró feliz y él le sonrió en respuesta—. Yo también lo creo. Aunque Kagami-kun no quiera reconocerlo.

Aquel día cuando llegó a casa, Kuroko se sintió nuevamente tranquilo. Cenó con su familia, habló de lo que hizo en la escuela y la práctica, borrando todo rastro de la angustia del día anterior. Solamente cuando estuvo solo en su cuarto se permitió rememorar todo lo ocurrido y esperar, con expectación, su encuentro del día siguiente, porque siempre se divertía estando con Kagami. Sería un domingo agradable.

Sin embargo, antes de que el sueño lo venciera, un pensamiento fugaz pasó por su mente preocupándolo, aunque lo desterró tan rápido como este surgió.

Enamorarse no era una opción. No de Kagami, se dijo Kuroko con rotundidad. Ya había cometido una vez ese error, y pagó un precio muy alto. Nunca más volvería a equivocarse de esa manera.

Notas finales:

Hola nuevamente. Solo espero que siga siendo de su agrado, muchas gracias por leer y toda duda, comentario y sugerencia es bien recibida.


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