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Beyond gold and silver por kuroshassy

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Notas del capitulo:

¡Gracias a todo el que haya llegado hasta aquí! Espero con entusiasmo vuestros comentarios y sobretodo, que disfruteis de la lectura. 

CAPITULO 2

 

 

—  Más fuerte, Sebastian.

 

—  Pero señor, terminará irritado si no tengo cuidado.

 

— No me importa…Hazlo rápido.

 

Un suave suspiro brotó de los labios del mayordomo cuando volvió a colocar la esponja sobre el delgado brazo del joven, realizando apenas un poco más de fuerza al frotar. Yacía arrodillado tras la bañera, con las mangas de su camisa dobladas hasta el codo para evitar mojarse y los guantes descansando junto a la chaqueta del frac. Mientras compartían una intimidad como aquella, no le importaba mostrar sus uñas negras, los finos dedos deseados por cualquier pianista, o el sello perteneciente al contrato.

Frente a él, Ciel recostó su pequeño cuerpo contra la bañera tal como habría hecho un amante en el torso del amado. Al quedar más accesible, el mayordomo aprovechó para frotar también su cuello y clavícula mientras les acompañaba los únicos sonidos del agua.  Fue Sebastian quien decidió poner fin a aquel silencio cortante:

 

—  ¿Está pensando en lo sucedido hoy? — La pregunta fue realizada con tanta suavidad, que bien parecía estar compartiendo algún secreto junto al conde. Ciel, negándose a responder, volteó el cuello facilitándole la tarea. — Debe haber sido desagradable, joven amo, insistí en que no viera los cadáveres por usted mismo. Podría haberme hecho cargo sin inconvenientes tal como llevo haciendo todo este tiempo.

 

—  Necesitaba hacerlo. Conozco las causas de un asesinato, la mirada perdida en sus cuerpos fríos, pero el suicidio… Es completamente diferente.

 

Atento, Sebastian entornó los párpados sin cesar su tarea entonces puesta sobre el otro brazo; con una mano mantenía este sujeto en alto mientras la otra, todavía suave e ignorando la orden anterior,  proporcionaba constantes caricias de la esponja.

El amanecer en Londres había sido tétrico y oscuro desde un primer momento. La lluvia, junto al entristecido cielo gris, no lograron inhabilitar los planes del conde aún cuando tal como predijo su mayordomo tanta humedad lograba pasarle factura. Protegiéndose el cuerpo con una elegante capa de lana negra y sombrero, partió inmediatamente junto a Sebastian al esperado encuentro programado por Aberline. Las conexiones entre Scotland Yard y los Phantomhive siempre había sido nefasta, pero aquel oficial parecía algo más humilde, digno. Su sorpresa apareció cuando lo visualizó corriendo hacia ellos: se acababa de realizar el octavo suicidio.

Ambos caminaron bajo la lluvia siguiendo indicaciones. Cuando llegaron al edificio Ciel miró fijamente a una mujer sollozando fuera, empapada completamente pero por supuesto, encontrando aquello poco importante si era comparado con su tragedia. En las escaleras se encontraba un hombre mayor, ceniciento, de grueso bigote y constantes estremecimientos mientras conversaba junto a lo que pudo intuir era un religioso. Pasó junto a estos sin prestar demasiada atención para después ser interrumpido por los nervios de Aberline. Según tenía entendido el cadáver todavía ocupaba la habitación principal.  Rápidamente las voces se convirtieron en susurros incoherentes entorno a Ciel, tal vez referentes a lo inapropiado de la presencia del joven conde en una escena semejante. Exasperado, decidió alzar el mentón con altanería para seguidamente adentrarse al dormitorio.

Había visto un cuerpo delgado, pequeño, colgando y oscilando ligeramente de lado a lado desde la lámpara del dormitorio. Las extremidades flácidas se movían cuando los policías intentaban aferrarle para descolgar el cadáver, claramente incómodos o incluso entristecidos. Aquel niño debía rondar los diez años de edad, tal vez uno más o uno menos, sus ropas habían sido remendadas varias veces pero aún así, mantenían la calidad suficiente en una familia estándar. Sólo recordó haberse quitado el sombrero, colocarse junto al extremo más alejado y mirar conmocionado aquellos ojos inertes pero de tremenda paz ¿Qué podía empujarle a alguien tan pequeño alcanzar la muerte? Desgraciadamente, Ciel había experimentado demasiadas razones.

 

—  Póngase en pie. — Dijo  Sebastian, sobresaltándole aunque apenas fuese un susurro apacible.

 

Regresando a la realidad el conde apoyó ambas manos en el borde para así lograr levantarse. Con cuidado de no resbalar, giró, quedando completamente desnudo frente al mayordomo mientras las gotas continuaban cayendo del cabello húmedo. Le fue fácil disimular la expresión angustiada con otra mucho más dura, casi desafiante, observando desde arriba al poderoso ser sirviéndole. Era estúpido sentir pudor cuando poseía tal poder, cuando tenía algo tan valioso dispuesto a complacerle. Observó las manos desnudas, mucho más grandes que las suyas y sobretodo, más masculinas, deslizarse por los muslos con completo mimo para ir ascendiendo sin prisa. Frunciendo el ceño, Ciel enterró sus propios dedos en los oscuros cabellos de Sebastian, aferrando mechones pertenecientes al flequillo. Tía Frances insistía en cortárselos, pero para él, eran cruciales. Se encontró con la mirada curiosa del hombre inmediatamente a pesar de continuar limpiándole como si nada.

 

—  Mañana regresaré a mi misión, pero hoy necesito olvidar, vaciar la mente, eliminar cualquier recuerdo o imagen. — Susurró. Sus ojos de diferente color mostraban una serenidad que por dentro no existía. — Ayúdame.

 

Lo ordenó más que pidió.

Viéndose arrastrando por la situación, Sebastian detuvo los movimientos con las manos todavía situadas sobre el muslo izquierdo del joven sin apartar la mirada en ningún momento. Pareció transcurrir una eternidad hasta que sus labios formaron la sonrisa más malévola y sensual que cualquier humano hubiera podido imaginar. Con sólo esta, el conde se vio obligado a apretar los labios con fuerza reteniendo un suspiro.

Sin tiempo que perder Sebastian sustituyó sus dedos por la esponja, dándose el capricho de acariciarle la piel mientras algunos restos espumosos se deslizaban hacia abajo con sinuosa lentitud; estos parecían arder con la misma intensidad que una fogata calentaba a los viajeros extraviados del bosque. Ciel poseía una constitución  más pequeña y delgada que otro niño a su edad, pero la mezquindad del mayordomo no podía sino observar ese detalle como algo "encantador". Recreándose, disfrutando del leve pero visible estremecimiento del noble, usó las uñas cuando quiso acariciar la cara interna, apenas varios centímetros más abajo hasta llegar a los testículos, provocando que Ciel apretara sus pequeños dientes para evitar realizar cualquier sonido vergonzoso. Más que nunca el conde necesitaba cubrirse de entereza y casi apatía, pero con Sebastian deslizando su lengua por la cadera izquierda, resultaba imposible.

La necesidad sexual había ido creciendo en Ciel a temprana edad; primero con excitaciones repentinas y despertares embarazosos, pero cuando este  pasó a aceptar su propia naturaleza aliviarse solo se le antojaba aburrido. "Un método para relajarme" solía explicar tras ordenar las atenciones del hombre, pero Sebastian había conocido demasiados cuerpos, reconocía el afrutado aroma que florece ante la pasión. Conociendo la urgencia, pegó los labios contra su vientre, pasando la lengua sobre este mientras usando los dedos acariciaba apenas una creciente erección. Debido a ello Ciel no tardó en soltarle, buscando apoyo con ambas manos sobre sus hombros cuando las rodillas comenzaron a desestabilizarse y perder fuerza. Resultaba hermoso para Sebastian observar cada reacción inocente, muy lejanas al método escandaloso usado por muchas mujeres como método de excitación a su amante. Curiosamente los humanos habían decidido adoptar una reacción de rechazo cuando debían manejar emociones tales como el deseo. Pero él era un demonio hambriento de cualquier pecado y por supuesto, su eficiente mayordomo. No le sorprendió sentir sus uñas clavándose fieras sobre la camisa en el preciso instante que inició  la masturbación, tampoco escuchar un pequeño gruñidito  del chico y consecuente suspiro. Disfrutaba teniéndole de aquel modo, observando un estado solamente provocado gracias a él, sus finos labios entreabriéndose y las mejillas pálidas, adoptando su respectivo tono rosado debido al deseo. Conociendo la escasa resistencia de Ciel Sebastian meditó un instante hacerle ocupar asiento sobre el borde de la bañera por su comodidad, pero decidido a regocijarse, desechó tal idea mientras aumentaba los movimientos ascendentes y descendentes. No podía recrearse tal como deseaba, no cuando al día siguiente debían emprender la búsqueda de alguna pista al amanecer.  Sacó fuerzas de cualquier lado para evitar la tentación,  mantenerse mínimamente correcto, eficiente. Cuando notó el ardiente cuerpo de Ciel ser sacudido por ligeros espasmos, al borde del colapso,  le pegó contra él usando su brazo libre mientras buscando aquel esperado clímax, Sebastian pasaba a presionar con la yema del pulgar la sensible hendidura del glande; conocía lo suficiente a su señor y con solo esto, contra los dedos sintió la cálida esencia recibirle ante tal maravilloso orgasmo. Al detenerse lentamente, su naturaleza demoníaca brotó cuando sumido en un trance oscuro y erótico, pasó la lengua entre los dedos manchados como mero deleite hasta dejarlos limpios mientras el tembloroso cuerpo de Ciel estaba prácticamente recostado sobre él, con los brazos afianzados al cuello y su rostro oculto.  Sin poder ni querer evitarlo, dejó escapar una suave risa burlona.

 

—  Hoy ha sido bastante rápido. — Puntualizó, recuperando el espíritu uniforme, amable, que tanto crispaba al conde. — ¿Está todo bien, joven amo?

 

Todavía abrazado a él, no pudo más que carraspear como respuesta. Se encontraba repentinamente lánguido, somnoliento habiéndose evaporado tras aquello toda fuerza física y anímica. Podía apartar durante unos instantes el orgullo para disfrutar del conocido efecto provocado gracias al placer. Resultaba un camino perfecto donde alejarse del mundo real, sus obligaciones, las murallas invisibles siempre rodeando a Ciel Phantomhive, poder cerrar los ojos sin temor a ser traicionado ¿Por qué su cuerpo reaccionaba con tanto énfasis bajo las manos de su mayordomo? ¿Qué poseían aquellos tratos gentiles pero indecorosos para hacerle perder la razón?

Poco a poco, echó hacia atrás el cuerpo hasta lograr separarse del hombre, pudiendo apreciar su gesto animado y expectante, los lugares húmedos de la camisa allí donde se había mantenido apoyado; ligeramente desaliñado, salvaje y con los ojos relucientes, pero sobretodo, varonil. Según parecía, el demonio había terminado de jugar ¿O era él quien jugaba con la criatura? Buscaba salir de la bañera cuando las rodillas decidieron fallarle, aunque como era de esperar Sebastian lo aferró tan rápido que apenas tuvo tiempo de darse cuenta. Una vez más estaba siendo rodeado por sus brazos. Inmediatamente la alarma interna, capaz de hacerle creer que tal tacto le quemaba, provocó que Ciel apartase al sirviente o al menos, lo intentara.

 

—  Túmbese, el agua todavía está caliente. — Toda burla había desapareció dando paso a una preocupación que Ciel interpretó como cierta. Queriendo asegurar su estabilidad, acompañó con el agarre cada movimiento hasta que volvió a sumergir parte del cuerpo entre la espuma y sus piernas estuvieron estiradas—  Iré a preparar la ropa de  cama, así no tendrá mucho tiempo para enfrentar cambios bruscos de temperatura.

 

Aún demasiado afectado se limitó a asentir, deslizándose poco a poco hasta cubrirse los labios con el agua. Solamente sus grandes ojos relucían sobre un sonrojo todavía más intenso que segundos atrás. De reojo observó al mayordomo levantarse, secarse las manos contra una pequeña toalla blanca, y todavía portando esta salir del humeante baño. Allí reinó el tipo de silencio donde una persona se encontraba rodeada por sonidos ambientales, pero la tranquilidad mental le hacía ignorarlos: fuera todavía continuaba torturando Londres aquella tormenta entonces, nocturna, los pasos de Sebastian resonaban cada vez más lejanos y tal vez en algún rincón del callejón más próximo, varios carruajes intentaban controlar a sus caballos.

Aquella sensación era para Ciel simplemente reconfortante. Con la relajación acariciándole allí donde el sirviente había grabado su tacto ardiente, cerró los párpados queriendo sumir todo en una completa oscuridad. Se moría de ganas por arroparse bajo las sábanas y beber leche caliente.

 

—  Ah… Eso ha sido detestable de presenciar.

 

Oro. Miel.

Sobresaltándose hizo salpicar varias  gotas fuera de la bañera cuando al aferrarse a esta, se incorporó lo suficiente para mirar hacia allí donde procedía dicha voz. Incluso en el lugar más atestado de gente y muchedumbre escandalosa, habría podido reconocer esa tonalidad escuchada una única vez en su sueño.

Apoyado contra el alfeizar de la ventana, manteniendo su rostro ladeado contra los cristales empañados con cierto disgusto, contuvo el aliento al verle por primera vez. Fuera quien fuera, poseía un cuerpo delgado y alto, estilizado. Dos largas piernas permanecían cruzadas, manteniendo los brazos del mismo modo en claro reproche, pues su rostro resultaba tan atractivo y etéreo que no habría podido ultrajarlo con una mueca. Ahí, sentado como el mismísimo rey, con la hermosa y larga cabellera platino cayendo sobre su vestuario negro, Ciel casi creyó estar soñando nuevamente. El hombre sabía que estaba siendo observado, pero aún así, decidió esperar un instante antes de hablar, vocalizando perfectamente con sus labios pintados de azul oscuro sobre fondo no pálido, sino porcelanoso.

 

—  Bueno, intentaré olvidarlo, al fin y al cabo es un simple demonio…Renegado a mayordomo. — Al verle sonreír tan encantador, el conde sintió  ganas de llamar a Sebastian, una necesidad reprimida a duras penas.

 

—  ¿Quién eres? ¿Cómo has…?

 

La pregunta pareció animarle, pues ensanchando todavía más su sonrisa, alejó el cuerpo del ventanal para aproximarse hacia Ciel. Todo en él resultaba enigmático y claramente sobrenatural: cada paso dado era una coreografía, movía los hombros cual pantera al acecho y ante el desconcierto del niño, no mostró sino felicidad. Estaba acostumbrado a reacciones semejantes y pudo percibirlo rápidamente.  Sin más pareció cambiar su ritmo, pues en un mero segundo se encontraba agachado junto a la bañera donde Ciel había buscado refugio. A tan poca distancia, distinguió el extraño material del que estaba hecha su camisa: plumas negras. No pudo evitar temblar con violencia, capturado por los ojos azules del ser, mentón delgado, y su mirada propia de quien observaba a un cachorro.

 

—  Soy Tod. — Susurró divertido al arrastrar cada palabra, ladeando varios centímetros la cabeza hasta que pudo colocar toda la melena a un lateral. — Tal vez no me recuerdes, mi amado pequeño… Pero soy tu fiel amigo, compañero… Soy tu pareja perfecta.


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