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Distorted. [BeVin] [Ben 10: Fuerza Alienígena] por Stephi

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SEGUNDO; MEDICINE.

 

            A veces me pongo a pensar en qué hubiese pasado si no hubiese nacido.

 

            Es una interrogante que siempre la tengo presente en cualquier momento del día, todos los días.

 

            La vida es injusta, eso sin duda. La vida parece ser un juego de azar que debería comenzar a tener unas reglas un poco más claras.

 

            ¿Quién está aquí porque así lo decidió? Nadie. Ninguna persona que llegues a ver a tu alrededor está en éste mundo porque quiso. Pero el problema radica en que si todo el mundo se sentara a analizar las cosas, así como yo lo hago, se daría cuenta de que el sistema que se vive día a día está mal.

 

            Nacemos sólo por el egoísmo y capricho de dos personas que sólo piensan en sí mismas. Y, una vez que naces, debes actuar bajo estándares que estaban anteriormente establecidos, los cuales te van moldeando inconscientemente hasta que “descubres” tú personalidad. Nadie es libre de elegir qué quiere ser en la vida, nadie es libre de hacer lo que ama y vivir de ello. Nos venden una idea consumista que nos hace pensar en que ese logro es posible.

 

            Pero no es así.

 

            Desde que nacemos hasta que estamos bajo tierra, o en bóvedas silenciosas y frías que serán desalojadas y desprendidas de nosotros tiempo después, estamos obligados a actuar y acrecentarnos como marionetas. Naces, te obligan a estudiar, a hacer los deberes, a buscar un propósito incierto que motive tú vida, a ser feliz, a formar una familia estable, ¿para qué? ¿Engañarnos a nosotros mismos? ¿Repetir el siclo después?

 

            Se dice que nosotros forjamos nuestro destino y decidimos qué rumbo tomará nuestra vida. Pero mientras más lo pienso, más me doy cuenta de que nunca ha sido así realmente.

 

            Y eso me hacía sentir abrumado.

 

            Porque por más que lo intentara, no podía dejar de pensar en ello.

 

            — Así que, Ben…—el hombre frente a mí se estiró un poco y miró su reloj de muñeca, tardándose unos leves segundos en leer la hora—. Ya casi se termina nuestro tiempo, no más de cinco minutos.

 

            Yo asentí, entendiendo la indirecta de que ya debía ir tomando mis cosas para irme de aquel consultorio.

 

            — Bien —suspiré, haciendo el amague de levantarme, dispuesto a irme de aquí y salir por fin de estas cuatro paredes que siempre me hacían sentir claustrofóbico.

 

            Odiaba éste lugar.

 

            — Tú psiquiatra me llamó ésta mañana y me pasó la orden de tu medicamento —cerré los ojos fastidiado, para evitar ponerlos en blanco. Suspiré con pesadez y negué levemente con la cabeza, desviando mi vista a otro lado.

 

            — No creo necesitarla, gracias —iba a salir del consultorio, pero una mano sobre mi muñeca me detuvo.

 

            Estaba claro que no me dejaría ir de allí sino aceptaba.

 

            — Tienes depresión, Benjamín —sonreí levemente y posé mi mirada en el suelo—. Tienes que tomarla —me extendió un papel médico raro con algo ilegible escrito allí.

 

            Maldita sea, joder.

 

            — Está bien —me resigné.

 

            Salí del consultorio casi corriendo, no queriendo prolongar más la situación incómoda.

 

            Aún no anochecía, eran más o menos las cinco de la tarde y el consultorio psicológico estaba casi que vacío; sólo habían dos personas más a parte de mí junto con un adulto a su lado, la única diferencia era que al parecer ellos estaban obligados a ir, mientras que yo había tomado por mí mismo la decisión de venir a éste lugar.

 

            Había una chica que con sólo mirarla podía deducir que era anoréxica; y un chico apartado de casi todo el mundo, con la música de sus audífonos tan fuerte que hasta yo podía escuchar la canción, tenía los ojos delineados y ropa bastante oscura. Mejor ni digo en qué pensé al verlo, es más que obvio.

 

            Bostecé con cansancio. Estas consultas siempre me dejaban emocional y psicológicamente cansando; lo único que quería hacer, era llegar a casa y encerrarme en mi habitación a dormir por al menos tres años.

 

            Al menos merecía eso, supongo.

 

            Los ojos me ardían, quizás por haber casi llorado hace sólo unos minutos y tenía un dolor palpitante en mi cabeza. Era agudo y se centraba en diferentes partes.

 

            Ojalá y me estuviese muriendo.

 

            — Ey —apenas salí del lugar, noté el auto de Kevin estacionado cuidadosamente justo al frente de dónde yo estaba.

 

            Él se encontraba justo frente a mí, no lo había visto gracias a que mi mirada estaba concentrada en el suelo. Siempre era así, ni siquiera recuerdo cuando comencé a mirar más al suelo que al cielo; supongo que desde que me di cuenta que por más que lo pidiese inconscientemente, ningún milagro me caería del cielo.

 

            Porque no, el Omnitrix no contaba como milagro, fue más bien una condenada desgracia.

 

            — ¿Qué haces aquí? —Lo miré con duda, dirigiendo posteriormente mi mirada al auto, en busca de mi prima—. ¿Dónde está Gwen?

 

            Él suspiró y me miró con profundidad. Sus ojos penetrando en mi alma como si fuesen dagas filosas. Porque dolía en el pecho, y mucho. Y no podía entender por qué.

 

            De pronto y sí me estaba muriendo…

 

            — ¿Sabías que el Omnitrix sirve como una insignia de plomero? —me preguntó. Debo admitir que no capté muy a bien a lo que se refería—. Tiene un localizador —abrí levemente mi boca, entendiendo—. Gwen nos está esperando en Sr.Smoothy.

 

            Fruncí mi entrecejo.

 

            ¡Me rehusaba a subir al auto sólo con él! No estaba de humor para sus bromas de mal gusto y comentarios sarcásticos dirigidos hacia mi persona. Siempre terminaba sintiéndome peor de cómo me sentía.

 

            La compañía de Kevin me estresa, no es algo nuevo; después de todo es una persona completamente altanera, egocéntrica y orgullosa que sólo se preocupa por sí mismo sin importarle si daña emocionalmente a los demás. Actúa como si fuese el centro del universo cuándo él mismo sabe que no es así.

 

            Es de esa clase de persona repulsiva que por más que prefieres evitar, al final siempre terminas junto a él sin importar las cosas horribles que pudiese llegar a hacer o decir.

 

            Habla la experiencia.

 

            — ¿Y por qué no está contigo? —lo vi fruncir el entrecejo y desviar su vista a otra parte. Mirando justo dentro del consultorio en el que me encontraba.

 

            El lugar, alegremente, no decía a simple vista qué era. Aquel consultorio tiene más bien un estilo de hotel vanguardista con un aire otoñal bastante deprimente; su decoración no pasaba de los mismos colores neutros que siempre me ponían ansioso cada vez que iba a una asesoría.

 

            Irritaban mi vista y me hacía sentir más enfermo de lo que según me decían, lo estaba.

 

            A Kevin se le veía por encima que no quería responder aquella pregunta, no es como si me interesase mucho de todas formas. Pero dónde le hubiese hecho algo a Gwen… se las vería conmigo.

 

            — ¿Qué es éste lugar? —contraatacó, y se invirtieron los papeles.

 

            Ahora yo estaba incómodo.

 

            Guardé la fórmula del medicamento que había quedado de comprar en el bolsillo de mi sudadera con disimulo. Mi corazón comenzó a palpitar con velocidad y sentí un bajón en mi temperatura corporal.

 

            — Nada, es sólo… un lugar —negué con la cabeza decepcionado de mi propia respuesta. ¿Podía ser acaso más estúpido? —. De todas formas, ¿viniste por mí? —me aclaré la garganta.

 

            De verdad que no quería irme con él.

 

            Lo miré por unos segundos, volteando mi torso para quedar de frente a él y esperar por su respuesta.

 

            Su mirada estaba posada sobre mí, mirándome con profundidad y seriedad. Lo hacía atentamente, detallando mi rostro con un leve fruncimiento de cejas. Me quedé estático, ¿por qué me sentía tan ansioso? Supuse que había notado que estuve casi llorando, pero lo descarté cuándo luego desvió su mirada al bolsillo de mi sudadera verde, dónde aún tenía mi mano con el papel ese que me dio el psicólogo.

 

            Quise desviar mi mirada, para así poder evitar la suya.

 

            Últimamente su mirada me ocasionaba varios retorcijones en el estómago y siempre terminaba huyendo del lugar excusándome con que se me había olvidado hacer algo importante.

 

Y no había palabras para describir eso.

 

            — Sí, vine por ti —su voz sonó gruesa, casi aterciopelada. Tragué con fuerza y retrocedí dos pasos, volviendo a posar mi mirada en el suelo.

 

            «Benjamín, eso que sientes por Kevin seguramente lo estás confundiendo. No te puedes enamorar de alguien de tú mismo sexo, entiéndelo. No está bien».

 

            Las palabras del hombre que había acabado de ver volvieron a mi mente como pulsaciones frenéticas llenas de dolor en mi cabeza. Así como cuando tomas algo helado con mucha rapidez, pero diez veces peor.

 

            No está bien.

 

            No está bien.

 

            Supongo que si me lo repito mucho podré entenderlo; o quizás terminar creyéndolo. Porque yo no comprendía bien aquellas palabras, nunca dije que me estaba enamorando de él; sólo fue un comentario que hice dónde describía lo que sentía cuándo estaba sólo con él; y el psicólogo lo mal interpretó.

 

            Porque. No. Estaba. Enamorándome.

 

No debería darle muchas vueltas al asunto; pero me era imposible. Yo tenía ese asqueroso hábito de echarle limón a la herida, de volverla a abrir y maltratarla con ácidos de todo tipo y evitar que cicatrizara correctamente.

 

Y mientras más pensaba en ello, más difícil era sacarlo de mi mente. Más difícil era ignorar las sensaciones que producía en mí la cercanía de Kevin.

 

Y estaba completamente mal, sí.

 

A Gwen le gusta Kevin, y a Kevin le gusta Gwen. Así debían ser las cosas, ellos dos debían estar juntos porque se gustan mutuamente, porque la atracción que hay entre ellos está ahí, palpable en el aire. En un aire que me asfixiaba, que me apretaba con fuerza y no me permitía respirar.

 

Porque en serio, juro que duele.

 

— Yo… —cerré los ojos pidiendo por paciencia, de verdad, ¿qué mierda me está pasando?—. Tengo que ir a otro lugar Kevin, lo siento —lo miré por milisegundos y me di la vuelta, comenzando a caminar con rapidez, sin perder mi oportunidad de escapar.

 

— Puedo llevarte, Ben —sentí mi respiración cortarse al escuchar mi nombre salir de sus labios.

 

Sonó como un gemido seco, como una exhalación. Me dio la idea de que no quería ni mencionar mi nombre, y que hacerlo le había costado bastante,

 

Negué con la cabeza.

 

Convenientemente había una farmacia al otro lado de la calle, casi a trescientos metros de dónde estábamos; y lo único que se me ocurrió fue ir allí, recordando que tenía que comprar aquella medicina que ni el nombre sabía.

 

— No, está bien —ni siquiera me había dignado en voltear a verlo. No quería. No podía—. No sé si me vaya a demorar o no, adelántate y… yo te alcanzo —comencé a caminar con prisa, volviendo a huir de una situación incómoda por segunda vez en la misma hora. Al parecer se me estaba haciendo costumbre.

 

Y sí, al parecer sí podía ser más estúpido.

Notas finales:

{ ♣}


Gracias por llegar hasta aquí. ♥


¡Nos leemos después!


Esperé sus opiniones sobre el capítulo. .'3


Sin más,


me despido.


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