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Distorted. [BeVin] [Ben 10: Fuerza Alienígena] por Stephi

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Notas del capitulo:

Lamento la demora;3;

TERCERO; RUN.

 

            Me he dado cuenta de que siempre, en toda ocasión, las personas siempre estamos huyendo constantemente de algo. Evitamos problemas y situaciones que no nos convienen vivir, ya sea por motivos emocionales, sentimentales; o porque no nos llama la atención en lo absoluto y preferimos no causarnos molestias innecesarias.

 

            La vida es una carrera en la que nunca se ganará. Persigues algo, mientras que algo te persigue a ti. Es un círculo vicioso del que nunca se puede salir. Una persecución infinita que no abandonas sino hasta que la muerte logra alcanzarte o, en su defecto, hasta que decides dejar de correr y sólo te entregas a ella sin ningún miramiento, esperando que haga bien su trabajo de sacarte de éste lugar tan frío y lleno de pesadillas ambulantes.

 

            En reiteradas ocasiones salgo a correr sin fijarme tan siquiera hacia dónde estoy yendo. Sólo corro hasta que mis pulmones no pueden más y termino colapsando en algún lugar de la ciudad.

 

            Esto me ayudaba a olvidar todo por al menos varios minutos. Me ayuda a liberar el estrés y no sé, supongo que la oxigenación me ayuda bastante a pensar en mis problemas y a encontrarles una solución adecuada. Correr me tranquilizaba de alguna forma, es un estímulo físico que me ocasiona plenitud emocional. Me hacía sentir bien.

 

            Corría como si los límites no existieran; corría como si de ello dependiese mi vida; corría como si estuviese dejando todo atrás; como si estuviese huyendo de mi vida, de mi realidad, de mi familia, de Kevin.

 

            Debía admitirlo, a veces me frustraba, me sentía perdido y la mayoría de veces, impotente. Corría y corría, pero nunca llegaba a ningún lugar. Como si todo el mundo fuese un lugar inhóspito y desalentador que se alzaba ante mí como si a ello estuviese destinado: a fracasar, a correr en círculos, a estar sólo. Lamentable destino que apunta su dedo acusadoramente hacia mí, ¿qué más me tendrá preparado?

 

            Correr me enviciaba. Corro, corro, corro y no puedo parar, no puedo evitarlo. Después de todo, eso es lo único que puedo hacer para sentir que me alejo de todo lo que me hace sentir abrumado. Lo único que sé hacer bien, es tomar ventaja de los problemas; porque huir de ellos es imposible. Al final siempre terminan alcanzándote, y posteriormente venciéndote.

 

            Siempre hacía una analogía para hacerme sentir mejor y más fuerte, me decía a mí mismo que la vida era como correr, que a veces llevas la ventaja, y en ocasiones vas perdiendo la carrera; en ocasiones está bien caerse, está bien lastimarse, así puedes tomar un respiro y luego levantarte y seguir corriendo con más ganas, con más fuerzas, intentando llegar fervientemente a la meta por más lejos que ésta se encuentre.

 

            El único problema, es que la carrera que yo estaba corriendo, no tenía una meta clara. No sabía a dónde me dirigía y no tenía ni la menor idea de si el curso que está llevando mi vida es el correcto; pero corriendo me sentía vivo.

 

            Es esa sensación de que tú corazón sigue allí, bombeando sangre. Que sigue latiendo a pesar de todo por lo que ha pasado.

 

            Cuando salía a correr me permitía a mí mismo desahogarme. Corría hasta que en cierto punto me preguntaba si aquel líquido que resbalaba por mi rostro es sudor o lágrimas, hasta dónde pensara que lo mejor era detenerme y permitirme mirar hacia atrás, para ver todo lo que dejaba allí.

 

            Lo hacía hasta que mis pies se destrozaban con heridas.

 

            Explicar qué sensaciones produce en mí el acto de correr es muy difícil, no hay palabras exactas. Es como dejar ir tú vida o tú pasado entre los dedos, debajo de los pies, dejando todo justo detrás de tú espalda, permitiéndole a aquella pared de concreto que durante toda tú vida construiste con esfuerzo, se caiga en pedazos; que tus recuerdos se desmoronen como los pétalos secos de una flor, como las hojas de los árboles en otoño.

 

            Aquella sensación era obstructora.

 

            Me hacía sentir todo y nada.

 

            Y lo único que necesitaba en mi vida, era algo o alguien que me mostrase el camino, que me ayudase a abrir los ojos y ver hacia dónde me estoy dirigiendo. Alguien que me detuviera en cualquier momento y me salvara de alguna caída mortal que podría llegar a tener. Alguien que me dejase descansar y respirar.

 

            — Kevin, me estás poniendo nervioso, por favor deja de seguirme —suspiré frustrado, volteando hacia él una vez estuve frente a la droguería. Él se vio un poco sorprendido y esbozó una leve sonrisa ladina que me erizó la piel por completo.

 

            — ¿Te pongo nervioso, Tennyson? —su tono burlón me hizo rodar los ojos, poniéndolos en blanco.

 

            Lo mejor era ignorarlo; porque no quería darle la satisfacción de que supiera que sí, que él precisamente me ponía nervioso. Incluso más que eso.

 

            El lugar era un poco más grande de cómo se puede ver por fuera. Los estantes perfectamente arreglados, los pasillos completamente limpios y relucientes, y las personas allí trabajando bien uniformadas y presentables, con portes elegantes dignos de algún otro lugar quizás con más clase.

 

            Ellos también me ponían enfermos.

 

            — Bienvenido, ¿en qué le puedo ayudar? —un joven más alto que yo se acercó a nosotros. Era rubio con ojos almendrados y curiosamente atractivos. Me fue inevitable no quedarme mirándolo como estúpido.

 

            — Ehh, sí —busqué la fórmula en mis bolsillos con cierto nerviosismo.

 

            Kevin se había detenido al lado mío y podía jurar que había notado como hace unos cuantos segundos, había estado observando al joven empleado de manera… idiotizada.

 

            Maldita sea, era obvio.

 

            Cuando encontré el condenado papel, sólo se lo extendí sin querer mirarlo más de la cuenta. Mi mirada sólo se centraba en el suelo, intentado huir miserablemente de la situación.

 

            El chico tomó el papel y lo leyó al menos un par de veces y levantó un poco las cejas.

 

            — La clomipramina es un antidepresivo bastante fuerte —los ojos almendrados del empleado me miraron con atención, trasmitiéndome el mensaje de que no estaba seguro de dármelos a pesar de tener ahí el papel con la receta médica.

 

            Y me hago una leve idea de por qué.

 

            — ¿Antidepresivo? —Kevin me tomó del brazo y me volteó con brusquedad, su mirada parecía un poco consternada y se le notaba sorprendido. Yo estuve tentado a rodar mis ojos—. ¿Tienes depresión, Tennyson? —yo tomé todo el aire que pude.

 

            Y nada.

 

            Silencio.

 

            Las palabras que quería decirle se quedaron en mi garganta, sin querer salir. Me quedé estático ahí y decidí soltarme de su agarre de manera brusca.

 

            — Eso fue lo que me recetaron, es lo que supongo necesito —miré al chico que me atendía y éste asintió levemente con la cabeza, aun dudando de sí dármelo o no; pero con lentitud fue avanzando hasta que llegó a la sección de antidepresivos y tomó uno de los tantos tarros anaranjados. Kevin y yo lo seguimos de cerca; éste aun mirándome inquisidoramente.

 

            — Bien… —el empleado re leyó la fórmula—. Aquí dice que debes tomar una píldora cada ocho horas después de comer —yo asentí ante sus palabras—. Te advierto que la clomipramina tiene fuertes efectos secundarios, como somnolencia, sequedad en la boca, náuseas, ansiedad, cambios de apetito, quizás bajes unos cuántos quilos; pero nada de qué preocuparse —el chico se aclaró la garganta y suspiró—. Ten en cuenta que también puedes tener una disminución de la capacidad sexual; tanto como puedes estar más desconcentrado y tener lagunas mentales.

 

            Yo asentía a cada palabra que el chico decía y notaba de soslayo como Kevin, a mí lado, mirada con desconcierto al empleado y, posteriormente, a mí.

 

            Aquel chico se quedó mirándome con atención, al parecer a la espera de que le respondiera cualquier cosa a lo que me había acabado de decir; pero simplemente me quedé en blanco. Mi mente no procesaba ninguna palabra inteligente que podría salir de mi boca como respuesta a aquellas especificaciones; así que volví a asentir.

 

            — Bien… —ahora fue él quien asintió lentamente con la cabeza y luego de soltar un largo suspiro que me pareció que duró horas, sonrió con levedad—. La caja está por allí —volteó su cuerpo y comenzó a caminar; instintivamente, Kevin y yo lo seguimos.

 

            Pagué las pastillas y, luego de un silencio incómodo (el más incómodo que he tenido en mi vida, a decir verdad) junto con una última mirada llena de preocupación por parte del joven y apuesto empleado; logré salir de aquella condenada farmacia con los nervios a flor de piel y con una leve taquicardia.

 

            La situación no mejoró ni un poco cuándo me sentí casi que obligado a caminar junto a Kevin para ir hasta su auto y subir a él. Kevin tenía las expresiones de su rostro un poco tensas y su ceño estaba fruncido. Suspiré con fuerza para intentar alivianar el ambiente que hasta éste momento me estaba sofocando, pero no resultó.

 

            Mis músculos se tensaron cuándo él encendió el auto y comenzó a conducir a una velocidad muy poco usual para él. Podía hasta jurar que yo corría más rápido de la aceleración a la que iba conduciendo.

 

            Kevin suspiró y yo sólo me aferré a mi chaqueta con fuerza.

 

            — Tennyson —me llamó dubitativamente y yo le interrumpí. Ni siquiera me digné en mirarlo y abrí la ventana para que el ruido del viento colaborara un poco con el pesado ambiente.

 

            — No quiero hablar sobre esto —comenté lo suficientemente fuerte como para que escuchara. Noté (y casi podía jurar que escuché) como apretaba el volante con fuerza. Sus nudillos se tiñeron de blanco y los músculos de sus antebrazos se marcaron de manera que tuvo una reacción en mi cuerpo.

 

            — Sólo quería decirte que si necesitas hablar con alguien, puedes decírmelo —su voz sonó bastante baja, aterciopelada. Yo me quedé estático en el asiento y no respiré durante los largos segundos en los que demoré procesando aquellas palabras. ¿En serio él había dicho aquello? ¿Qué acaso yo no le desagrada? —. Sé que me comporto como un imbécil contigo; pero no puedo evitar sentir que de alguna forma estoy empeorando tú situación —me mira durante unos instantes y yo, como siempre, fui incapaz de sostenerle la mirada.

 

            Suspiré por última vez y, con mi corazón latiendo con fuerza, sólo negué con la cabeza, desvié mi mirada hacia la ventana y, cuándo creí que Kevin no podría verme, cerré mis ojos con fuerza y retuve aquel suspiro que, si dejaba salir, saldría con todo y lágrimas.

Notas finales:

¡Hasta la próxima!


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