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Llévame a casa por Valz19r

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Fase 1.
Mariposas.




—Fallaste.— señaló el muchacho que se encontraba sentado frente a él, al otro lado de la mesa. Con una sonrisa cínica movió su mano que había estado siendo soporte de su cara, tomó la ficha entre sus dedos índice y anular. La sacó del tablero y la hizo descansar frente a él; era su segunda adquisición.


—Ya lo sé.— respondió violento, con evidente enojo que provocaba la frustración. No podía aceptar que su estrategia no hubiese resultado, había visualizado el campo de juego con ojo crítico y sabía lo que tenía que hacer para ganar esa jugada. No había espacio para errores, técnicamente no sabía cómo su pequeña trampa elaborada no había producido los efectos que él esperaba.


—No te sientas mal, eres nuevo en esto.— dijo apoyando su mentón en su mano, había ablandado la mirada para que su contrincante no se sintiera atacado. Pero sus gestos de “amigo comprensivo” no habían ayudado para que ese gesto preocupado y enojado.


No, él no era nuevo en esos juegos. Había pasado la mitad de su vida entre fichas y dados, él conocía cada movida, cómo debía mirar a sus oponentes para intimidarlos y podía escribir un libro con todas las trampas que sabía hacer en esos juegos. Pero ahora mismo su frustración no se debía a que había perdido una de sus piezas, había llegado a un momento de su vida donde ganar siempre le estaba llegando a parecer aburrido, su enojo radicaba ahora a que su mente y todo él no podía ver lo que tenía al frente como un simple juego; él ya había visto lo que ocurriría si esa “pieza” se iba del tablero, él lo sabía, tuvo una visión. Solo un resultado: desastres. Él no quería eso, pero al parecer no puedes ir contra el destino cuando este ha escrito con sangre sus veredictos finales. Ya le había quedado bastante claro que no podía deshacer los acontecimientos que se avecinan. ¿Qué hacer para frenar una tragedia? ¿Qué podía hacer para cambiar el curso de la historia sin borrar lo que ya está escrito?


—Igualmente, ni los más profesionales logran aprenderse todos los trucos de estos juegos— “Trucos”, utilizó la palabra “truco” en lugar de “trampa” y él ya no sabía si era porque quería sonar bien hablado o solo era cínico. No le agrado ni en el primer momento que lo vio entrar por las puertas del casino, solo quería darle una lección. — Por ello no te sientas mal, un novato como tú no conocerías ni la cuarta parte.
Hey, hasta podrías agregar nuevas al libro.— su voz adquirió´ un falso tono de emoción.


“Agregar nuevas". ” “Agregar” significa duplicar la cantidad de algo para obtener un resultado: un cambio. Tal vez si había una manera de acomodar el juego a su favor sin necesidad de desechar su idea de jugada, no tiene por qué iniciar de nuevo (ya le había quedado claro que no podía eliminar lo que ya estaba escrito) solo debía añadir un ingrediente extra que tome un papel en la jugada. Ahora lo sabía.


—¿Listo para empezar otro juego?— preguntó sonriendo el chico de ojos tornasol.


—No, seguiremos con este.— respondió autoritario, expresando claramente que no estaba dispuesto a cambiar de parecer.


El muchacho que hace unos momentos mostraba una sonrisa divertida se apoyó en la mesa impulsándose hacia delante, bufó molesto pero mantenía una expresión de desconcierto en su rostro. No lograba comprender por qué ese chico era tan obstinado, técnicamente lo estaba librando de perder un gran suma. Pero no, él continuaba encaprichado con esa ronda. Finalmente retomó su postura sentándose de nuevo.


—Novato, me agradas y hasta sé que tú sabes que no vas a ganar esto. Ya déjalo.— aconsejó insistente.


—No, aún no.— se negó sacando de la manga de su chaqueta tres pequeñas piezas; unas figurillas con forma humana no muy detalladas pero si comprensibles. Las mostró a su contrincante, quien la observó con sus llamativos ojos abiertos de par en par.


—No vas a hacer eso.— inquirió retóricamente, más como respuesta que como pregunta. —Eso es trampa.— señaló sintiéndose un tonto por hacer un comentario tan obvio.


—¿Y cuál es el problema?— inquirió alzando su mirada azulina.


—De acuerdo, pero solo esas tres ¿okay? No más trampas.— aceptó. Era arriesgado, solo para el novato, pero le gustaba señalar que el chico había escogido una mala decisión. No había manera de que ganará algo que ya está perdido.


El rubio de ojos celestes volvió su mirada hacía el tablero y con una decisión sin vela (incapaz de tomar otro rumbo) colocó las figurillas sobre sus respectivos recuadros, debía ser muy cuidadoso al momento de otorgarle sus posiciones y funciones, pero tenía fe en que todo resultaría. Tomó los dados, los hizo girar dentro de su mano y luego los lanzó sobre el tablero. Era hora de mover la primera pieza.


Definitivamente, pase lo que pase, no iba a perder.


___***___




Capítulo 01. Abandonad toda esperanza.





Odio. Profundo, oscuro y podrido odio. Ni Satanás podría albergar tantos sentimientos negativos como él lo hacía ahora. Y esperaba que todo ese odio pudiese quemarle la nuca al hombre que se encontraba sentado en el asiento delantero, del cual no había despegado su intensa mirada desde que salieron de casa. ¿Había una razón para detestar tanto a una persona? ¡Claro que había razones! Él: Shuuya Gouenji, se encontraba muy tranquilo en su hogar; en Inazuma. Cuando de pronto su padre decide tomar su vida en sus manos y moldearla a su antojo, le hizo las maletas, los lanzó a ambos (a su hermana y a él) al auto y ahora están en un viaje de 4 horas hacía un pueblo que desconoce y nunca tuvo deseos de conocer. Su padre había sido muy discreto nombrando los acontecimientos, él lo llamaba “Mudanza” pero Shuuya tenía un término más acertado “Secuestro”


Dedicó todo el viaje a transformar su cerebro en una máquina de planes que podría llevar a cabo para escapar de esa agonía.


Primero pensó en hacer una llamada al 911


“—¿Hola? ¿Operadora?—

—Sí, ¿cuál es su emergencia?—

—Me han secuestrado. Tienen que ayudarme, es un monstruo salvaje.—

—Tranquilícese joven, ¿podría decirme a dónde lo llevan y cómo es el hombre?—

—¡Es mi padre!—“


Bien, esa hubiese sido una muy buena idea, pero su captor le había quitado su móvil y solo le dejó para entretenerse un reproductor mp3 y una copia de “Matar a un ruiseñor”. Entonces, comenzó a pensar en el plan B: Golpear a su propio padre con el libro, pero descartó esa idea por la posibilidad de que el auto perdiera el control y se estrellara contra otro auto y todos acabaran muertos o peor: inválidos.


El tercer plan consistía en abrir la puerta y saltar del auto aún en movimiento, rodar por la carretera y rezar porque un auto no le pasara por encima mientras se levantaba del suelo. Pero ya iban a la 3 hora de viaje y aún no había hecho ni su primer movimiento, estaba muy pensativo con respecto a saltar de un auto que corría a 30 km/h en una carretera transitada por otros autos… y camiones de carga pesada. Gouenji no estaba tan loco, tampoco era imbécil y él bueno, sentía amor por su vida (aun cuando en esos momentos fuese completamente miserable).


Y en cuanto al plan C. no tenía un plan C. suspiró de nuevo, como si expulsara azufre por la boca, se removió en el asiento y sintió un peso extra en el lado derecho de su cuerpo, su pequeña hermanita se había quedado dormida y usaba su hombro como almohada.


—¿Me podrías recordar por qué nos mudamos a Hokkadio?— preguntó alzando la barbilla.


—Claro, te lo diré por quinta vez.— respondió. —Nos mudamos a Hokkaido porque i trabajo así lo exige,— respondió mirando a su hijo adolescente por el retrovisor.


Shuuya comenzaba a pensar que su padre no era tan buen doctor como presumía serlo porque de hacer bien su trabajo no lo habrían enviado a un lugar tan remoto como Hokkaido, ese era el nombre del infierno al cual se dirigían; resultaba irónico utilizar “infierno” cuando en ese pueblo la temperatura la temperatura descendía por los 15° F, pero helado o no seguía siendo un infierno. Aun no lograba comprender qué era eso tan malo que hizo su padre para que le dieran un castigo tan cruel. ¿Se habría acostado con la hija de su jefe? Un momento, él era su propio jefe y solo tenía una hija de 10 años así que… ¡OH POR DIOS, NO!”. Definitivamente todos esos cambios inesperados lo estaban enloqueciendo.


—¿Y por qué debo ir yo contigo?— preguntó.—Es tu trabajo.— señaló con los brazos cruzados sobre su pecho.


Sí su vida era perfecta: tenía muchos amigos, una novia hermosa y popularidad, ¿quién tira a la basura todos esos privilegios para convertirse en “el chico nuevo”? la respuesta: Nadie con dos dedos de frente lo haría. Ya tenía todo su futuro planeado, terminaría su último año de secundaria al más puro estilo High School Musical, se postularía en la mejor universidad gracias a sus calificaciones inmaculadas y daría la prueba para entrar al equipo de fútbol soccer y así impulsar su carrera como futbolista profesional; los millones llegarían solos. Pero no contó con que su padre desearía dejar la cálida y movía ciudad por él gélido y tranquilo pueblo sureño; un capricho loco en el cual fue arrastrado sin compasión. No importa si ya tienes un plan completo de vida, los adultos se olvidan de que eres un ser individual y simplemente destrozan todos tus sueños (luego de decirte que te traces metas y sueños; incoherencias). A Gouenji le parecía muy injusto que su padre decidiera privarlo de todos sus privilegios de niño y no le haya dejado ninguno del mundo adulto, ni siquiera quiso comprarle un helado de chocolate ni tampoco quiso negociar hasta llegar a un común acuerdo.


Todo era muy injusto.


—Porque mi trabajo paga tus clases de fútbol.— Touché.


Los padres sí que saben sobre jugar sucio.


Se dejó caer hacía atrás con evidente molestia.


—Quiero volver a mi hogar.— comentó, y realmente no fue él quien había hablado, su niño interno se había encargado de manifestar sus deseos.


—Shuuya, tu hogar es donde está tu familia y tu familia son las personas que amas.— respondió el adulto que lo observaba por el retrovisor con sus profundos ojos oscuros.


—Lo sé.— asintió con una sonrisa avergonzada.



Las ganas de discutir lo habían abandonado, ahora solo deseaba descansar y relajarse, ya comenzaba a sentir el frío que caracterizaba a la isla. Parecía que se había resignado al hecho de recuperar su vida y se sumió en una depresión que solo Hamlet comprendería.


—Tal vez no sea tan malo.— expresó su padre. Él no se rendía en sus vanos intentos por motivar a su hijo. —En los libros para adolescentes los personajes nunca se sienten cómodos cuando se mudan a otra ciudad y al final terminan viviendo aventuras increíbles.— comentó con una emoción impropia de él.


—Papá, la ida no es como en los libros para adolescente.— sentenció negando con la cabeza.


—Bueno, según una encuesta muchos chicos se sienten identificados con Crepúsculo.— comentó.


—Oh sí, aún me emociona recordar la vez que un vampiro y un hombre lobo se pelearon por mí.— respondió, no pudo evitar que su voz sonara acida y sarcástica, hasta sonreía con burla. Si se encontraran en una situación trivial, su padre se encargaría de borrarle esa molesta sonrisa con una cachetada, pero estaba intentando ser comprensivo.


El adulto no siguió insistiendo, había comprendido que por los momentos nada lograría motivar a su hijo, quizás necesitaba un poco de tiempo en silencio para pensar y finalmente aceptar los cambios. Lo vio introducirse los auriculares (esos aparatos creados por el demonio) en los oídos y encender el reproductor mp3 que escondía en una de sus manos. Volvió a enfocar sus ojos en la carretera pronto se adentrarían en un túnel, el atardecer que tenía al frente era sencillamente hermoso, ni siquiera sabía dónde terminaba el cielo. Pronto su hijo se encantaría de todo aquello, lo aseguraba porque él ya lo estaba.


Una vez que la música estalló en sus oídos cerró los ojos para dejarse engullir por su mar de pensamientos y emociones. Se había adentrado en un lugar donde le gustaba estar y no pensaba salir de allí hasta que volvieran a Inazuma Town.: su hogar.


___***___





Una mano lo agitó y una voz que muy bien conocía lo llamó repetidas veces, abrió los ojos con pereza y frunció el ceño; tenía un horrible dolor en el cuello, siempre odiaba quedarse dormido en los autos porque le producía una molesta tortícolis. Y ahí estaba, jodiéndole aún más la vida. Cuando enfocó la visión su progenitor estaba frente a él con su molesta sonrisa amable, esa que usaba cuando decía “No te preocupes, no va a doler” y así le brindaba una falsa seguridad al paciente antes de hacerle ver al Diablo. Bueno, ahora quería emplear ese truco con él, pero no funcionaría.


—Ya llegamos, vamos, baja para que veas la nueva casa.— dijo invitando al chico a salir.


“—Tal vez pueda salir y al estar afuera correr hasta la estación y conseguir un boleto de vuelta a Inazuma.— “ pensó.


—Es un plan brillante.— murmuró apremiando su ocurrencia. Se registró los bolsillos y descubrió que aún portaba consigo su cartera, no necesitaba asegurarse del dinero porque siempre guardaba un billete 500 yenes, eso sería suficiente para costear su boleto y las tres comidas (incluyendo el postre de las 3). Sí, lo haría. Definitivamente huiría.


Salió del auto, la brisa fría le ruborizó las mejillas morenas, todos sus planes se habían esfumado de su mente en cuanto estuvo frente a la que sería su nueva casa. Una estructura grande y amplia de tres pisos, las proporciones eran de 10 metros de largo x 14 metros de largo, en cada habitación habían ventanales que se extendían a lo largo sin tocar el suelo, las paredes pintadas de blanco le otorgaban elegancia el jardín delantero estaba podado y cuidado con dedicación; las rosas blancas aportaban un aire de realeza a la imponente mansión. Debía aceptar lo obvio: esa era la casa más hermosa que había visto. No, mentía, sí había visto una igual de bonita en los programas de celebridades, pero nunca se imaginó viviendo en una porque hasta ahora lo único que había conocido era un Pent-House que cubría todos sus caprichos. No se percató que se había quedado absorto en su admiración y asombro.


—Es linda, ¿cierto?— inquirió retorico el adulto, mirando con cierta burla al menor.


—Aja.— respondió taciturno .


El vecindario, que debía valer más que Hokkaido completo, estaba bautizado con el modesto nombre “Destino” con bonitos y elegantes Kanjis. No, no fue una coincidencia el que Shuuya Gouenji haya terminado con su familia en un vecindario ricachón con mi nombre (bueno, el nombre que los humanos me han asignado). Yo lo hice, es una de las pocas cosas que se me permiten hacer. Las casas elegantes estaban separadas por distancias kilométricas, me atrevería a apostar que necesitarían un auto y 30 minutos para poder llegar a la casa vecina. Pero esos detalles eran los de menos.


—¡Hemos llegado, vamos a ver la nueva casa!— La aguda voz de su hermana menor consiguió sacarlo de su letargo.


La niña, que no debía medir más de 1.30 cm, corrió hasta la parte trasera del auto; sus coletas ondeaban graciosas en el aire, tomó una caja de la maletera y se acercó a su hermano. La infanta dejó al descubierto el contenido de la caja: un peludo y obeso gato de angora turco, el pelaje inmaculado del felino se camuflaba con el blanco escenario que ofrecía Hokkaido. El animal dormía apacible dentro de su “carroza” apático a todo lo que ocurría fuera de sus sueños.



—Vamos Príncipe Louis, despierte.— bufó la niña agitando suavemente la caja. El gato apenas si abrió sus claros ojos celestes.


Al parecer, hasta el imperturbable Príncipe Louis se sentía fatigado por las cuatro largas horas en carretera.


—Bien, tomen sus cosas. Vamos a entrar.— habló el adulto, visto que sus hijos se encontraban demasiado sorprendidos como para dar el primer paso. El hombre había utilizado un todo de voz rudo y serio, la escena de una película de acción apareció en su cabeza haciéndole sentir un tanto infantil.


A cada personaje le correspondía un equipaje de mano, que era donde se encontraba los objetos necesarios con los cuales sobrevivirían hasta que llegase el camión de la mudanza; que cabe señalar debía de estar allí antes que ellos. Bueno, digamos que las pequeñas adversidades imprevistas se me hacen divertidísimas. Nunca estaba de más una inocente broma. Entraron a la casa sincronizando sus pasos y la velocidad con la que caminaban, abrieron las puertas y por sus expresiones pareciera que hubiesen abierto el ropero que lleva directo a Narnia. No era para menos, aquello no era cualquier recibidor, era EL recibidor. Solo faltaba el elegante y rígido mayordomo que viste con traje todo el tiempo sin que haya algún evento especial.


—Bienvenidos a casa.— No se trataba del mayordomo antes descrito, era una mujer de baja estatura y robusta, usaba un vestido que le llegaba a los tobillos y un delantal que se levantaba sobre su barriga. Se podría calcular su edad por las arrugas que tenía en su rostro, eran tan sutiles que solo se enmarcaban cuando sonreía o fruncía el ceño (lo segundo no lo hacía tan a menudo).


Los jóvenes saltaron al encuentro con la mujer que, por sus acciones, parecería que llevaban tiempo sin ver, la envolvieron en un cálido y fraternal abrazo. Escudriñé los pensamientos de Gouenji, solo por curiosidad, eran tan intensos que incluso los pude palmar con mis pálidas manos “Por lo menos, algo en mi vida que no se arruinó”, esos eran sus inocentes pensamientos.


—Por qué no van a ver sus habitaciones.— invitó el adulto, cuya presencia había sido olvidada.


Gouenji no anexó un comentario ocurrente y sarcástico sobre la situación, al contrario parecía sentirse motivado por la propuesta de su padre. Subió acompañado de su hermana y al llegar al final de las escaleras, justo en el tercer piso, se encontraron con un pasillo y puertas que se extendían a lo largo de este. En dos de las uniformes puertas blancas el nombre de cada hermano yacía escrito en una placa dorada. Fue allí cuando tomaron caminos separados.

En cuanto su cuerpo estuvo frente al cuadro de madera barnizado, Temor se hiso con el mando del panel de emociones. Desde ese momento el cuartel general que operaba desde su mente se convirtió en una verdadera zona de guerra.

Ira: “—¿Por qué carajos tenemos que estar aquí?—“

Temor: “—¿Y si está embrujado? Estas grandes casas siempre están embrujadas, ¿es que acaso no ven Discovery?—“

Desagrado: “—Estás queriendo decir que puede haber un cadáver en el sótano?—“

Ira: “—O sobre la cama.—“

Tristeza: “—Nada podrá superar nuestro Pent-House en la ciudad.—“


Las cuatro emociones comenzaron a presionar botones con sus pequeñas y felpudas manos. Los pensamientos convertidos en esferas de colores se empujaban a través del angosto tubo y se acumulaban en una estantería como bolas de boliche. La cabeza le punzaba de dolor, solo deseaba que las voces se callaran un momento para que lograra pensar con claridad y tomar una decisión, ¿cuándo pensaba Alegría tomar el control en las caóticas emociones? ¡Vamos Alegría, es momento de iluminar la situación! ¿Alegría? ¡Oh, es cierto! Ella había desaparecido hace años. Tristeza le había volado los sesos de un balazo.


Sacudió la cabeza para ahuyentar todos esos extraños pensamientos. Tal vez no debió mirar esa película con su hermana. O simplemente había dejado su cordura en Inazuma; debajo de la cama. Finalmente decidió ser el chico valiente que era, giró la perilla y abrió el portal a un mundo desconocido. Una dimensión paralela, atiborrada de cosas por descubrir. Un mundo que…


Solo era un lienzo en blanco.


La habitación era muy grande, las paredes estaban pintadas de azul, en el centro estaba su cama matrimonial; con sábanas, fundas y almohadas blancas. Había también, gavetas caoba a cada lado de la cama, un escritorio con una lámpara de lectura, dos puertas adicionales: u baño y un closet. El lugar era un perfecto orden armonioso y relajante, pero lo que realmente fue un imán para los ojos castaños del chico resultó ser el enorme ventanal parcialmente oculto detrás de largas cortinas blancas. Aún no le había ordenado a sus piernas moverse cuando ya se encontraba al frente de su destino, tiró del aza que mantenía un secreto. En cuanto la ventana estuvo abierta un frío helado entró de golpe a la habitación, la brisa salada se filtró por sus fosas nasales y él solo aspiró con fuerza. Le encantaba ese olor; le hacía recordar a la playa. Se encontró con un balcón que daba una espléndida vista al exterior. Nuevamente, sus pies se movieron como poseídos y lo acercaron los barrotes de segura hechos de concreto. Su visión abracaba todo el vecindario, pero eso no era lo verdaderamente importante, se había quedado cautivado por la playa que se lograba ver al final.


Tampoco fue una casualidad que Shuuya Gouenji de pronto se haya sentido atraído por el océano y haya bajado como una bala hasta la entrada principal, rebuscó en el auto algo para trasportarse y lo único que encontró fue su viejo skater, pero tampoco le importó y simplemente se subió a él dando marcha hacía la playa que sus ojos habían capturado como en una fotografía. Nada de eso fue una casualidad, todo fue mi idea. Por supuesto.



Su padre le había dado una noticia que comenzaría a ponerlo estresado y muy nervioso.


“—En una semana comienzas las clases en tu nuevo instituto.—“


El adolescente no hizo más que sonreír y asentir, pero era demasiado evidente su descontento por la resiente noticia, simulo sentirme mal del estómago para subir a su habitación sin siquiera haber probado un bocado y se echó en la cama como un niño castigado (incluso hiso puchero) y solo se cubrió la cabeza con las frazadas cuando escuchó la puerta abrirse detrás de él. Unos pasos agujereaban el suelo y luego simplemente el sonido se ahogaba en la alfombra, un peso extra se instaló en su cama y una mano grande se posó en su brazo izquierdo: se traba de su padre.



El señor Gouenji jamás había sido un hombre demasiado afectuoso, y cuando aquella desgracia desoló al hombre, pareció volverse el doble de huraño y arrisco. Usualmente, no solía acudir a sus hijos cuando estos tenían algún problema que no se pudiera solucionar con dinero, el hombre consideraba a sus hijos establemente emocionales para saber sobrellevar sus malas jugadas de las emociones. Pero en esos momentos, hasta el adulto sabía que no habría nada en el mundo capaz de calmar las caóticas emociones que se encargaban de bombardear a su hijo como si en su interior se llevara a cabo la tercera guerra mundial. Bueno, él era como Estados Unidos que había llegado para aplacar el terreno y establecer el orden.


—Oye.— llamó, intentando esbozar una sonrisa en sus moribundos labios. Ya había olvidado cómo curvarlos para obtener una mueca de alegría. Como respuesta solo consiguió un sonido sordo “Mmm” dándole a entender que lo estaba escuchando, pero que se sentía demasiado enojado como para mirarle a los ojos. —Sé que todo esto es inesperado para ti. También es difícil para mí, extraño muchas cosas de Inazuma, pero sabes.— Hiso una pausa, con la esperanza de que su hijo lo mirase y así fue, el chico se volteó y miró al adulto con sus profundos ojos. —El cambio es sinónimo de oportunidad, sé que puedes encontrar una manera de hacer de esto algo bueno. Siempre puedes.— Y le acarició los cabellos crema.


No podía negar que se sentí enternecido por las palabras que su progenitor le había brindado, solo atinó a sonreír; a él se le daba un poco más fácil, aunque siempre le resultaba una sonrisa ladina un tanto sarcástica. Sonrisa al fin, no se debe ser muy exigente cuando el gesto es verdadero. ¿Cuál es el dicho de los humanos? ¡Ah, sí! “Lo que cuenta es la intensión”.


—Gracias.— fue lo único que atinó a decir, porque eran las únicas palabras que rondaban en su cabeza.


El día siguiente tomó su skater y se dirigió de nuevo a la playa, descubrió que si caminaba unos pocos kilómetros encontraría el muelle. Siguió caminando por la orilla del mar, curioso y esperanzado de encontrar algo más, pero era todo. Luego de un rato ya se había cansado de remojar los pies en el agua salada, se alejó de la orilla y se sentó sobre una pequeña montaña de arena que cariñosamente apodó “La frontera” porque sentado allí era como si estuviera en el medio de un todo; donde se encuentran la playa y el puerto. Estaba allí y solo observaba. Al principio no era muy divertido, pero le agradaba cómo se sentía la brisa en su piel, debía encontrar con qué entretenerse para quedarse allí más tiempo. Así que optó por crearles historias a las personas que se cruzaban en su camino.


Su personaje más fruente y por misma razón su favorito, era un chico que podría ser de su edad, siempre andaba con ropas deportivas, pero no usaba calzado. El chico castaño que usualmente usaba una banda sudadera naranja en su cabeza, iba con regularidad a la playa y corría por la orilla. Solo eso hacía. Al principio lo observaba porque se quedaba absorto en los movimientos del muchacho; veía su cabello ondear al viento, su respiración que él trataba de regular, y cómo sus piernas se movían a un mismo ritmo. Al tercer día ya lo observaba por curiosidad porque el chico había iniciado su carrera diaria a las 4:00 p.m y aun siendo las 9:00 p.m no se había detenido en ningún momento.


Shuuya Gouenji comenzaba a buscar motivos que le explicaran porqué el corredor hacía lo que hacía, su mente pasó por lo más sensato: Entrena para una maratón. Pero descartó esa idea porque le parecía muy aburrida, entonces su mente volvió a buscar razones por las cuales una persona correría durante 5 horas seguidas. Para alivio de Shuuya, el chico solo había realizado esa proeza una vez, no quería que le pasara algo y luego quedarse sin protagonista para su historia.


Pero había más personajes aparte del joven corredor.


Una tarde, el sol se ocultaba y el cielo estaba teñido de amarillo y naranja, una persona sospechosa llegó al puerto. El extraño usaba una sudadera negra que le cubría la cabeza y parte del rostro, sostenía una botella entre sus pálidas manos, la apretaba a su pecho con fuerza, como si fuese algo verdaderamente importante.


“Como si fuese su vida la que guardaba allí.”


La brisa apartó la capucha de la sudadera y Gouenji logró ver su rostro de perfil. Una chica.

Una hermosa chica.


Ella se hincó y el cabello, que le llegaba a los hombros, le acarició la mejilla. Con cuidado depositó la botella en el mar, confiando en las salvajes olas la chica permaneció de pie allí mientras veía como se alejaba lo que hace minutos sostenía con recelo. Shuuya no lo comprendía y siempre se hacía la misma pregunta “Si era tan valioso, ¿por qué lo ha dejado ir?”. A mí me cuesta un poco más comprender a los humanos, así que no podía tener una respuesta para esa pregunta.


La chica del muelle solo apareció una vez para dejar una botella y eso fue todo. El corredor seguía frecuentando la playa, pero la joven no volvió al muelle a arrojar más botellas.


Otra tarde, cuando el cielo aún estaba azul y encapotado, una camioneta negra Ford, se estacionó a unos kilómetros de donde Shuuya solía reposar, de ella bajó un grupo de cinco chicos. Vestían con chaquetas y zapatos de marca, él calculó que entre todos ellos podrían comprar una cabaña en el bosque. Pero eso no era lo más importante, su personaje favorito se encontraba entre esos cinco chicos. Resultó ser una persona normal, aunque aún usaba esa banda sudadera en su cabeza.


Primero corrieron con los brazos extendidos a cada lado, dos chicos se quitaron los zapatos y entraron al agua hasta que esta les llegaba a las rodillas, se lanzaban agua entre sí y reían. Otros dos se hallaban sentados en el muelle, con los pies colgando apenas y el único solitario tomaba fotografías con una cámara rosa que debía sostener con ambas manos. Cuando el sol comenzaba a ocultarse, los cinco chicos estaban sentados en el muelle observando el horizonte. El moreno solo alcanzaba a ver sus espaldas y con eso le bastaba para crear historias en su hiperactiva mente. Imaginó que ellos se conocían desde niños y que vivían todo tipo de aventuras juntos. En fin, una vida más divertida que la que vivía ahora. Volvió a la realidad cuando vio a uno de ellos agitar su mano, se percató entonces que se había quedado mirándolos fijamente.


El chico llamó la atención de los demás y ahora todos lo miraban, agitaban sus manos en un ademan de saludo y reían.


—¡Oye!— gritó uno de ellos.


La vergüenza le recorrió el cuerpo, en una reacción casi inconsciente se levantó de la arena, tomó su skater y se marchó de ahí.


—¡No te vayas!— escuchó a sus espaldas, pero hizo caso omiso y continuo su andar.



Cuando salió de la arena montó su medio de transporte y se concentró en ir a casa. Después de todo, mañana será su primer día de clases.



___***___





—Bien, creo que eso es todo por hoy.— habló mi compañero por primera vez en todo el juego, parecía motivado, pero aquel entusiasmo se veía opacado por el cansancio de sus ojos.



—Así parece.— respondí taciturno, realmente no estaba prestando atención a lo que el chico decía.


—No quieres ver lo que hacen tus otras piezas.— propuso extrañamente emocionado, con una sonrisa tan amplia como un piano.


Mi mente volvió a enfocarse en nosotros e inevitablemente esbocé una sonrisa divertida que no pude reprimir ni ocultar.


—Todo a su tiempo.— respondí. —Es hora de descansar.—


Tal vez ahora, el obstinado Gouenji no pueda ver en Hokkaido su país feliz, pero la felicidad es muy inquieta y no se queda en un solo lugar porque se aburre, por eso mismo se pasea por todas partes. Hokkaido no es una excepción Shuuya, la encontrarás donde menos lo imagines. Tienes que encontrar la que yo tengo reservada para ti. Tienes que hacerlo.


Yo creo en ti. 


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