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Sacrificio por MikaShier

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—No… Rin…

 

La voz de Haruka resonó en un eco que hizo a Sousuke cohibirse mientras Seijuuro ataba sus manos tras la espalda y lo hacía arrodillarse para contenerlo. Su sonrisa se borró y dio paso a las lágrimas, que se deslizaban sin piedad alguna por sus mejillas. Su corazón dolía demasiado y sus rodillas se hundían en la arena teñida de sangre, mientras Haruka sollozaba y se aferraba al cuerpo de su amado.

 

Tritones y humanos se habían replegado, aunque el ejército de Arelia gritaba por justicia. Sousuke alzó la mirada hacia el mar, cuyo color complementaba el dolor de Haruka. Seijuuro estaba hablando con brusquedad y Sousuke no hizo sino inclinar la cabeza hacia adelante.

 

—Lo maté… —susurró.

 

No se necesitó más. Momotarou, el hermano menor del nuevo capitán de la guardia, acercó la espada a la mano de Seijuuro, quien la alzó. La hoja reflejó el sol, que se alzaba cual espectador en lo alto. Habló fuerte y claro, dirigiéndose a su pueblo.

 

— ¡La traición se castiga con la muerte! —la aprobación no se hizo esperar. Gou, que observaba desde una de las colinas, sonrió y se escabulló, devuelta a Arelia. Sousuke miró el cuerpo de Rin, que Haru apresaba en sus brazos con fuerza, llevado por el dolor— Últimas palabras, traidor.

 

—Nací para ser rey —se lamentó. Seijuuro bufó y aferró el agarre a la espada. Se inclinó hacia atrás para tomar fuerza y la bajó con rapidez. Sousuke miró el mar, que centelló en cuanto la espada tocó su cuello.

 

Todo se volvió gris, a excepción de Haruka y Sousuke. El mundo se había detenido por un momento y una risa burlona atravesó el silencio. De un momento a otro, Sousuke se vio libre y cayó hacia adelante. Se irguió de inmediato, buscando al propietario de aquella risa, hasta que la encontró, sentada en una roca. La madre de Rin estaba cruzada de piernas y tambaleaba uno de los pies con fingida indiferencia mientras se miraba las uñas.

 

—Miyako —llamó Sousuke. Los ojos de la mujer relucieron al toparse con los de Sousuke. Se acercó a ellos a paso calmado—. Desapareciste cuando Toraichi murió.

 

—Pues sí, pero quería presenciar la muerte de mi hijo —comentó, agachándose frente a Haru y estirando la mano para tocar la frente de Rin. El azabache, sin embargo, apartó al chico.

 

—Tú no eres su madre… ¿qué es lo que quieres? ¿No has tenido suficiente?

 

—Vaya. Siempre me gustaste por eso. Siempre tan difícil de engañar. Por eso te escogí como mi mano derecha, estoy tan orgulloso… —se limpió una lágrima imaginaria y cruzó las piernas sobre la arena.

 

La comprensión llegó a Sousuke entonces y sus manos temblaron. Ahí estaba, el culpable de toda su desdicha. Dejando de lado su duelo, sonrió con cinismo y soltó una risa un poco histérica. Golpeó la arena con la palma de su mano, llamando la atención de Haru.

 

—Porqué… ¿Por qué no le dices a tu elegido qué le ha pasado a su pareja, eh? ¿Por qué no le cuentas lo que su inmortalidad ha costado? ¡Háblale del precio de su poder! ¡Él rige el mar en tu nombre, él hace lo que tú ordenas! ¡¿Y para qué?! ¡Para que tú continúes con tus bromas! ¡Para ti no significamos nada! ¡Solo buscas divertirte!

 

La mujer largó una carcajada y se cubrió los labios de forma amanerada mientras Haru miraba sin comprender a Sousuke. El de ojos cian, exasperado, señaló a Rin.

 

— ¡Es una reencarnación, Nanase! Desde que ascendiste al trono, desde que revocaron tu mortalidad. ¡Se trata del equilibrio del mundo! Para que tú vivas, el mundo debe reclamar una vida. ¡Todos los antecesores de Rin han fallecido a los dieciocho años!

 

—Para ya, para ya —dijo Miyako, limpiándose las lágrimas—. Me está doliendo el estómago, los humanos son por demás sensibles.

 

— ¿De qué está hablando? —exigió saber Haru, con la voz rota. Miyako torció el gesto y alzó la mirada hacia Sousuke.

 

—Está hablando de equilibro, y tiene razón. Pero joder, tantos años de existencia y sigue siendo igual de tonto que el primer día —comentó. Se estiró perezosamente y se levantó para enfrentar a Sousuke—. A ver… Sí, la vida de Rin era un pago a la inmortalidad. Pero, de verdad, ¿nunca te cuestionaste qué era lo que cobraba tu existencia? —Sousuke enmudeció y miró a Rin mientras Miyako pasaba un brazo por sus hombros y negaba, como si intentarla consolarlo— El regalo de un dios es un regalo, precisamente. Y por ello, no tiene costo. Pero… ¿La magia negra y la eternidad maldita? Eso sí es tristemente cobrado.

 

Se arrodilló junto a Haru, quien no se apartó en esa ocasión, y apartó los mechones del rostro del pelirrojo, que ya había perdido el calor. Sousuke se dejó caer en la arena, incrédulo y confundido.

 

—Te dimos muchas oportunidades para redimirte, Sousuke —Miyako apretó las mejillas de Rin y movió su cabeza de tal forma que Sousuke pudiese ver el rostro del cadáver—. Y esta era la última. Realmente, ¿te crees más poderoso que nosotros? Muy listo de tu parte sacar una conclusión tan acertada como errónea, ¿eh? Siempre lo buscaste a los dieciocho años y, cuando la comprensión llegaba a ti, él perecía. Lo perseguiste, lo encontraste, lo encerraste y ahora lo mataste.

 

» Hay una llama incontrolable dentro de él. Y dentro de ti también existe, me sorprende lo cegado que estuviste para darte cuenta.

 

De pronto, las manos de Haru tocaron la arena y todo se volvió difuso. El cuerpo de Rin ya no estaba y ellos, al parecer, estaban en el mar. Haru reconoció al niño de nueve años que fue Sousuke cuando los presentaron, y el corazón le dio un vuelco cuando, detrás de una roca, un niño pelirrojo se acercó.

 

¿Ya se fue? —preguntó. El pequeño Sousuke se volvió hacia él y sus visiones se aclararon.

 

Ya se fue, Rin. ¿Por qué te dan miedo los delfines? —se burló. El Sousuke mayor jadeó a un lado de Haru mientras la oscuridad se desvanecía de sus ojos, que perseguían al pequeño tritón rojo mientras este comenzaba a nadar en círculos.

 

Yo que sé, mi mami dice que no me acerque a ellos y yo no lo hago. ¿Y qué querían tus papás?

 

—No he ido a verlos, estaba esperando a que alguien pudiese volver a casa sin ser atacado por unos feroces delfines —Rin rotó los ojos y se metió tras la roca nuevamente—. Pero algún día mis logros serán suficientes y, cuando me elijan como gobernante, enviaré a todos los delfines a otro reino, así siempre podremos jugar afuera.

 

—Eso es cruel —asomó la cabeza y sonrió—. Siempre vamos a estar juntos, hay que jurarlo. Viajaremos por todos los mares, no importa qué, no nos separaremos.

 

Sousuke observó, con gran pesadez, como Rin salía de la roca y se acercaba a su yo de aquél tiempo. Cortó su dedo con el filo de una roca, siendo imitado por el otro niño, y nadaron en torno al otro. Una promesa de sangre que él nunca recordó.

 

—Muy triste, ¿cierto? —musitó Miyako, bostezando— Pero mi parte favorita es esta.

 

La mujer comenzó a nadar y Sousuke no evitó fijarse en su aleta. No era como ninguna que hubiese visto antes. Era de un rosa tenue y llena de pequeñas ondulaciones que la hacían ver hermosa. Entonces, se percató de que, al igual que él, Haru no se había movido. Mantenía en su rostro una sonrisa incrédula mientras lo miraba a él fijamente.

 

Sin embargo, no dijo nada en absoluto. Retomó el nado detrás del dios, dispuesto a presenciar lo que tuviesen que presenciar. El siguiente recuerdo era suyo, pero una versión ampliada. Haru estaba siendo coronado y, detrás de una roca, con una sonrisita de satisfacción, estaba el mismo Rin Matsuoka que falleció aquella misma tarde, pero con aleta.

 

Lo que sucedió, tras los vitoreos y demás, dejó en claro que Sousuke y Haru habían alcanzado la inmortalidad al mismo tiempo. La aleta de Rin comenzó a teñirse de negro, junto a sus ojos y cabello, y, antes de poder pedir ayuda, perdió la vida.

 

Haru sí recordaba eso a la perfección, aunque de otra forma. Horas después de su coronación, una mujer entraría a informarle del suicidio de un joven tritón tiburón, cuyo cuerpo sería arrojado al arrecife, como dictaba la tradición. Haru suspiraría y la mujer bromearía diciendo que el loco del pueblo jamás habría podido soportar el ascenso de un tritón delfín.

 

De nuevo, Haru sintió un peso en sus brazos. Se aferró a Rin con más fuerza que nunca, mientras Sousuke sollozaba a su lado, llamando el nombre de quien fue su mejor amigo en una vida pasada. Rin le había sido leal y él había pagado arrebatándole la vida. Tan cegado por el odio hacia un ser que jamás alcanzaría a herir, siendo un simple mortal en busca de algo más.

 

—En teoría, todo este juego ha sido culpa mía —declaró Miyako, mirando el océano mientras sus pies descalzos de enterraban en la arena—. Lograste algo increíble, pese a lo demás, te lo reconozco, Sousuke. Creaste una capsula perfecta que mantuvo la evolución humana fuera de ella. Tu odio te llevó muy lejos y tu inmortalidad por fin fue saldada, en cuanto fuiste tú quien arrebató su vida.

 

Se acercó al cuerpo inmóvil de Seijuuro y acarició el filo de la espada, mirando la sangre envolver el dedo de Miyako. Suspiró y se acercó al mar.

 

—Entonces, es tu turno, Haru. Puedo devolverte a Rin, a cambio de un sacrificio —Sousuke se adelantó.

 

—Yo… me sacrificaré si…

 

—No, no, eso sería demasiado sencillo e incoherente, dado a que tú fuiste el que quitó su vida. Así que, Haru, solo acepta o rechaza.

 

El azabache acarició la mejilla de Rin con suavidad, observando lo pacífico que lucía en su muerte. Le debía tanto a ese pelirrojo. Todo el dolor que le había causado, el sucio juego en que ambos se vieron inmersos. Y, pese a cada reencarnación, Haru jamás había distinguido un alma tan limpia.

 

—Sí. Lo quiero devuelta.

 

—Está bien —Miyako alzó la mano al mar y dejó caer una gota de su sangre. Todos los colores regresaron y la espada de Seijuuro se clavó en la arena. No había rastro de Sousuke.

 

El color rojo del mar comenzó a moverse y Rin abrió los ojos antes de largar un alarido que calló la incertidumbre de su pueblo. Se retorció en la arena mientras gritaba y Haru intentaba ayudarlo. El agua volvió a su azul normal y las piernas de Rin comenzaron a sangrar.

 

Haru no sabía qué pasaba, solo intentaba calmar al pelirrojo mientras este sollozaba, se retorcía y gritaba. Cuando Rin se desmayó, Haru al fin apartó la mirada de su rostro para darse cuenta de la aleta que había surgido en Rin. No era más un humano.

 

Seijuuro lo señaló con la espada, temblando, mientras a lo lejos se escuchaba la trompeta de retirada.

 

—Pagarán por robar al sultán —siseó antes de unirse a las filas y retroceder hacia Arelia.

 

Haru sollozó en voz baja y se aferró al cuerpo caliente del pelirrojo, que jadeaba y sudaba por el esfuerzo y el dolor. Rin se removió con fuerza y, cuando sintió uno de sus costados sangrar, se dio cuenta de que había recuperado la mortalidad, porque la herida no estaba cerrándose. Rin abrió los ojos entonces, sus pupilas volviéndose rendijas rodeadas de carmín mientras las heridas se curaban. Se fijó en Haru y su rostro mostró incomprensión.

 

—Que… ¿qué hiciste?

 

Haruka negó levemente y, cuando estuvo a punto de decir algo, alguien jaló la aleta de Rin hacia el mar, donde varios tritones lo encadenaron. La gente del océano se alzó en gritos de júbilo mientras se replegaban, llevando al prisionero de guerra hacia las profundidades. Makoto, que se quedó en la superficie, se acercó a Haru con una mirada cargada en lástima. El azabache supo que no era por él. Iba a hablar, pero el castaño se adelantó.

 

—Trajo la guerra al mar. Espero que entiendas que nuestras leyes implican justicia. Debiste dejar que se muriera.

 

«Debiste dejar que fuese ese el sacrificio.»

Notas finales:

SSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS

N/A: Bueno, bueno, bueno. Esto es más o menos por lo que escribí la historia tan inconclusa. ¿Nadie se acordaba de que la madre de Rin no estaba muerta y, sin embargo, no se hacía mención de ella? El capítulo siguiente es otro anexo: Por mi familia. Para que se vayan haciendo la idea.

 

Sus dudas déjenlas aquí.

 

Me reservo el derecho de modificar este capítulo cuando la historia entre en edición.


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