Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Sacrificio por MikaShier

[Reviews - 18]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Capítulo 1

 

El viento caliente corría libremente por Arelia, arrancando arena a las dunas del desierto. El sol se alzaba en lo alto, iluminando la ciudadela y calentando todo aquello que sus rayos tocasen. El sultán se paseaba entre las hileras de plantas que eran protegidas con techos de manta, viendo hacia las mismas sin realmente prestarles la debida atención, recogiendo algunas cosas y echándolas en un botecito. Se encontraba en los jardines de su propiedad, exactamente en el área de cultivo donde, contenida entre bloques de arcilla, se hallaba tierra de algún bosque en los límites de Arelia.  Y, aunque su mente debía fijarse en la economía y bienestar de su pueblo, sus pensamientos vagaban en otros asuntos, como el tritón que yacía inconsciente en el piso de su habitación.

 

No se podía negar que aquello le tentaba el corazón, pues el sultán sí podía ver la parte humana de aquél ser. Sin embargo, eso pasaba rápidamente al olvido cuando recordaba los años de oscuridad absoluta, viviendo en cuatro paredes, sin más, en el fondo del maldito océano. Se acarició el brazo, apretando los labios con fuerza y suspiró. Que duro era vivir.

 

La sangre comenzó a calentarse en sus venas y Rin pronto terminó molestándose ante el recuerdo de aquellos días en que lo único que experimentó fue terror fatal. Que estúpido. Sirenas amables, claro. Soltó el aire, intentando despejarse sin darse cuenta que su paso se había acelerado. Se tocó la parte trasera del cuello, aumentando así su ira.

 

Maldita sea.

 

Entró al palacio con determinación en aquellos ojos rabiosos, haciendo a un lado a sus sirvientes y caminando a paso firme. Abrió las puertas de su habitación de par en par y ordenó a los guardias desalojar el pasillo y las habitaciones cercanas antes de cerrar con pestillo. Caminó hacia los ventanales y los cubrió con las pesadas cortinas decorativas bajo la atenta mirada del tritón, que había despertado minutos atrás.

 

—Rin... Escúchame.

 

—Cállate, pez.

 

Siguió caminando de un lado a otro, aunque ya no hacía nada más que darle vueltas al botecito que llevaba en mano. Suspirando, se quitó el turbante y la vestimenta, dejándolas sobre la cama y quedándose únicamente en paños menores -que eran, en realidad, una especie de fondo para la túnica-. Se acercó a Haru y lo tomó con fuerza de los brazos, sentándolo contra la pared. Caminó nuevamente a un costado de su cama y sacó una copa de oro de uno de los cajones. Vertió el contenido del bote en ella y volvió al tritón, quien dejó escapar el aire con fastidio.

 

—Eres muy malo con las bromas —musitó observando el objeto. Rin se sentó frente a él y puso la copa entre los dos.

 

—Te dará gusto saber que no estoy bromeando. Come, pez estúpido.

 

—No voy a...

 

—Si no lo haces, podría dejarte en la planicie de la plaza para que te seques. Y mi pueblo te odia, sabes que no vas a simplemente morir.

 

Haru lo miró fijamente y después tragó en seco, removiendo la aleta. No tenía miedo a la muerte, podría decirse, incluso, que aquello sería lo mejor que podía pasarle. Pero, aun así, no quería morir. Le bastaba mirar aquellos rubíes iracundos en ojos de su opresor para darse cuenta. Se había metido en algo grueso y realmente sentía que el golpe le estaba siendo devuelto, lo merecía, aún si no lo justificaba. Observó la copa y se relamió los labios, intentando distraerse.

 

—Rin...

 

—Los humanos comemos aire —respondió, luego sonrió de lado—. Los peces comen gusanos.

 

Haru asintió, entendiendo el concepto y resignándose. Quizá Rin lo escucharía si... agitó la cola de nuevo, desesperado. Estiró el brazo y metió el dedo en la copa, dejando que un gusano -quizá era una larva- se subiese a él. El azabache observó el insecto contraerse y estirarse para avanzar a lo largo de su índice. Abrió la boca y lo acercó.

 

—Maldita sea —masculló Rin, levantándose al tiempo en que golpeaba la mano del contrario, provocando que el gusano cayese al piso. Sus ojos ya estaban llenos de lágrimas cuando pateó la copa, derramando en el piso los insectos—. No puedo, no puedo, no puedo —susurró yéndose a la esquina de su habitación, haciéndose un ovillo mientras se jalaba el cabello con desesperación.

 

—Rin... —Haru hizo a un lado los insectos con la aleta y se echó hacia adelante, impulsándose con los brazos, intentando llegar al pelirrojo que lloraba con desesperación.

 

Pero él no lo entendía. Rin sabía que Haru no lo entendía, porque él siempre había hecho lo justo. Él había cuidado y mantenido al mar entero. Él no tenía el mismo sentido común que un humano y no había tenido la intención de lastimar. Se apegaba a la experiencia vivida, por eso... No. Rin no podía dejar de culparse por justificar a su secuestrador. Y lo odiaba. No quería atormentarse con eso, no quería perdonar, olvidar. Quería alimentarse del rencor y buscar venganza, porque su alma estaba hambrienta y vacía.

 

Él quería cobrar, pero no poseía las agallas.

 

Haru se cohibió antes de llegar al pelirrojo, quedándose en medio de la habitación con la mirada clavada en aquél chico. Bajó la vista al piso y apretó los labios. Sabía que el daño que había hecho en ese niño era irremediable. Si pudiese volver el tiempo atrás… Negó. No, no cambiaría lo sucedido.

 

Porque, si él no se lo hubiese llevado, Rin se habría ahogado en el mar, junto con toda la tropa.

 

|w|w|w|w|w|w|w|w|

 

El mar se encontraba en calma, aunque los tritones y las sirenas nadaban con cautela, pues aún había alerta de humanos. Makoto revisaba con tranquilidad una libreta mientras, sentado en una roca, escuchaba las risas de los niños que nadaban a su alrededor.

 

Sabía que Haru, más que su rey, su mejor amigo, había capturado algo y por eso había dejado a los humanos huir. Se rumoreaba qué especie era su nueva mascota -aunque era algo seguro, pues nadie levantaba rumores en falso sobre el rey- y, ciertamente, la idea no le encantaba. 

 

Los humanos eran seres lo suficientemente inteligentes como para unir madera y navegar en los mares. Ellos invadían todo, nunca se limitaban. Los tritones, en cambio, se cercaban en el agua y no podían salir de ella. Los humanos nadaban. Pero las sirenas no podían caminar.

 

Así que consideraba a aquellos seres como casi unos iguales. Y no podía dejar de pensar en cómo se sentiría mamá humana al enterarse de que su hijo había desaparecido. Clavó sus ojos en Ren y Ran, ni siquiera podía ponerse en los zapatos de aquella pobre madre sin que el corazón se le estrujara y quisiese sollozar. Las crías debían ser intocables, de verdad.

 

Alzó la vista, viendo a lo lejos un barco. Seguro podía hacer que Haru entrase en razón, que pensara más allá y se diera cuenta de que los humanos eran más que animales. Podría hacer que soltase al crío en la superficie y éste fuese salvado por su gente. Aún podían arreglarlo.

 

Cargando esa determinación en mente, nadó con rapidez hacia el castillo y se metió al cuarto del Rey. No había rastros de Haru, seguramente había salido o algo parecido. Dejó la nota que había estado escribiendo y se acercó al contenedor. No le habían mentido, obviamente. El humano rojo estaba ahí, acostado en el piso con la respiración pesada y los ojos entreabiertos.

 

Makoto negó, intentando transmitirle sus pensamientos. Hacerse muerto solo empeoraría la situación, incluso podrían simplemente soltarlo en un arrecife. El niño se levantó y se acercó al cristal, relacionando la mirada en aquellos ojos verdes con la de su madre. Ojos llenos de bondad.

 

Por favor...

 

Makoto apretó los labios y volvió a negar. No podía hacer más que intentar convencer a Haru. Pues, aun con la lástima que sentía hacia el humano, sus hermanos estaban primero. Y si Haru no lo entendía, Makoto no se arriesgaría a liberarlo. No podía tomarse el lujo, pues, si bien el rey era incapaz de levantar una mano en contra de alguien bajo su gobierno, sus locos seguidores se tomaban la libertad para acallar a aquél que le contradijese. Acarició el cristal y sonrió con tristeza. El niño pareció entender, porque puso la mano donde él y, a su pesar, asintió.

 

Sousuke salió de su escondite en cuanto Makoto se alejó de los aposentos del Rey. Nadó rápidamente, adentrándose, y cerró las puertas. Tomó la nota del mitad orca y la arrugó para después meterla en su pequeña mochila. Se giró hacia el pelirrojo, quien retrocedió un poco por pura inercia.

 

Escúchame bien, Rin —masculló, acercándose. El niño amplió los ojos.

 

Mi nombre...

 

Voy a hacer lo posible para sacarte de aquí y regresarte a tu padre, ¿bien? 

 

¿De verdad? ¿De verdad lo harás? —pegó las manitas al cristal y sonrió levemente. Luego borró esa sonrisa— ¿Cómo puedes entenderme?

 

Sólo confía en mí y pronto serás libre. Pero hay algo que siempre debes recordar —Sousuke se inclinó y rozó la nariz contra el cristal, a la altura del niño—. No dejes de temerles, no todos son buenos, como yo.

 

Rin asintió varias veces y se aferró a sus ropas, observando al mitad tiburón ballena abandonar la habitación. Sonrió levemente y se dejó caer, permitiendo que algunas lágrimas bajaran por sus mejillas. Estaría a salvo, ese tritón lo ayudaría. Quizá no todas las sirenas eran malas.

 

Sousuke sonrió, sacando la nota de su mochila mientras nadaba hacia la región de los tiburones. Se permitió soltar una risilla mientras destruía el texto y lo dejaba perderse en el mar.

 

Ah, ese niñito. Claro que iba a salvarlo.

 

|w|w|w|w|w|w|w|w|

 

Haru dejó salir el aire que guardaba en sus pulmones, haciendo algunas burbujas que desaparecieron en dirección a la superficie. Se removió en su trono y observó a las personas frente a él. Se suponía que traían noticias nuevas, tales como las rebeliones en el sur, los asaltos en el reino mariposa y la esclavitud que vivían los sin raza en el oeste, fuera de su reino. También le insinuaban una invasión con motivo de expandir su reino. Y Haru ya se lo había pensado, tomar tierras del reino vecino y liberar a los sin raza, pero la planeación llevaba tiempo. Además, sus soldados estaban acabando con la dichosa rebelión del sur. No los había enviado a todos, claro, pero… Bueno, en una guerra entre reinos, obviamente necesitaría a toda la caballería.

 

Sin comentarios al respecto, dio por finalizada la reunión. Sus informantes no pidieron explicaciones o soluciones, pues sabían que el rey lo resolvería en silencio. Daría órdenes directas que serían acatadas sin disturbios ni contradicciones. Así eran las cosas y funcionaba.

 

Salió del salón y nadó hacia su habitación, algo cansado de lidiar con los asuntos del reino, pues, cuando se mantenía a más de diez razas con tierras diferentes, había mucho de qué hablar.

 

Al entrar en sus aposentos, echó un vistazo a su mascota, quien se abrazaba las piernas y respiraba pesado. Haru frunció el ceño y se acercó, para poder observarlo de un mejor ángulo. Sonrió, le costaba admitirlo, pero le enternecía ver al humanito. El menor estaba dormido en la esquina del conenedor, con la mejilla sobre uno de sus brazos y el turbante mal acomodado. Haru quería acariciarle la cabeza.

 

Cerró su habitación con llave y sacó el bote con líquido púrpura de su cómoda junto con otro frasco de menor tamaño, donde echó un pequeño trapo de alga. Se cubrió con la sustancia y nadó sobre el contenedor, metiéndose de lleno y cayendo en un golpe seco contra el cristal. El humano balbuceó algo antes de dejarse caer al piso y utilizar sus propios brazos como almohada. Haru se recargó en el cristal y abrió el segundo frasco. Tal y como pensó, el agua no se había desvanecido al estar encerrada. Sacó el trapito y se humedeció la aleta con el mismo antes de acercarse al menor en silencio.

 

Le acarició la cabeza con cuidado y suavidad, sintiendo los suaves mechones pelirrojos bajo la yema de sus dedos. Sonrió, bajando la mano hasta cubrir la mejilla del humano con ella. Era tan suave… Algo que no había podido experimentar mientras lo atrapaba.

 

Mamá…

 

El azabache retiró la mano al escucharlo. No entendía lo que significaba aquella palaba y realmente le importaba poco. Observó las paredes de cristal y ladeó la cabeza. En verdad… Rei se lucía con su trabajo siempre. El cristal era prácticamente invisible desde adentro. El niño debía sentir que flotaba en algo parecido a una burbuja cuadrada. Todo se veía a la perfección.

 

Volvió a sacar el trapo y se acercó al cristal. Le haría un favor a ese niñito y borraría las manchitas que habían dejado sus manos, así todo se vería mucho mejor. Suspiró en cuanto acabó y se giró nuevamente hacia el pelirrojo.  Bueno, no le haría mal cambiarse aquellas telas. Sí, Haru le mandaría a traer unas nuevas, quizá viajaría al norte, donde las embarcaciones abundaban, y robaría un traje de marinerito. De seguro se vería encantador.

 

— ¿Cómo voy a llamarte, humano? —se cuestionó, regresando a lado del niño, que dormía profundamente -seguro estaba agotado de tanto lloriqueo- y lo alzó hasta sentarlo sobre su aleta y sostenerlo entre sus brazos. No se había equivocado, ese animalito era precioso. Le retiró el cabello del rostro y le acarició las cejas, ¿los humanos eran tan suaves?

 

Sed… —susurró. Haru alzó una ceja, ¿por qué hablaba dormido? Los brazos del menor le rodearon. Estaba acurrucándose.

 

—Je —musitó con gracia. Luego volvió a dejarlo en el piso y se cubrió del líquido morado. Debía marcharse antes de que despertara, porque sabía que volvería a gritar. Se impulsó con la aleta y saltó fuera del contenedor. Guardó las cosas y se sentó en su cama.

 

No podía dedicarle todo su tiempo a ese animalito, había más cosas que hacer. Y el asunto que más le atormentaba en el momento era difícil de resolver. Sacó su diario de notas y un libro más, abriéndolo en la posición en donde se encontraba su separador.

 

Había alguien cuya vida era simplemente un borrón para todos. Nadie sabía de qué tierras venía o qué había vivido antes, él simplemente había llegado herido y, tras meses viviendo en el reino de Nanase, se había ganado la confianza de toda su especie, por ello había entrado en el consejo, a pesar de que a Haru, la idea de considerarlo una mano derecha, no terminaba de agradarle. Suspiró y volvió al inicio del libro, para buscar por tercera vez.

 

Y es que seguía sin encontrar a Sousuke en el registro de los tritones.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).