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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Capítulo 11





   —Entonces… —Axel posó su mirada por quinta vez sobre la figura del muerto que le había atacado y que ahora estaba en el suelo, sin moverse. Parecía que tenía miedo de que de pronto se levantara otra vez para lanzarse sobre él, pero yo bien sabía que había muerto, había tenido que dispararle, y eso fue hace más de una hora atrás—. ¿Dices que podría haber más de cien de éstas cosas dentro de la isla? —volvió a mirar al sitio donde estaba el cadáver, solo para asegurarse de que siguiera ahí.

   —Shark tenía más de ciento veinte cuando escapé. No sé cuántos tendrá ahora… —En medio de la densa oscuridad, logré ver la mirada de angustia y escuché como su respiración se agitó bruscamente—. P-Pero… —agregué, para intentar calmarlo—. No creo que él los libere a todos, eso sería un verdadero caos.

   —Por cómo lo describes, ese hombre parece de los que solo aman destruirlo todo… —Un trueno resonó fuera e iluminó un poco el interior de la cueva en la que estábamos. La tormenta iba de mal en peor, podía sentirlo por el frío que comenzaba a helarme los huesos.

   —Vamos. —Me levanté. Habíamos dejado pasar demasiado tiempo escondiéndonos de los hombres de Shark. Era verdad, no sabía qué clase de persona era Shark pero sabía una cosa, era malvado y seguramente amaría destruir toda la isla, amaría el botín que encontraría en ella y tenía el potencial para esclavizar a cada uno de los que estábamos aquí. Solo esperaba que nosotros tuviésemos el potencial para detenerlo.

   —Tienes razón. Además, si no encontramos luego a Daniel, Oliver va a matarme. —sonreí. Alguna vez tuve una hermana así de sobreprotectora. Pero eso había sido hasta hace cinco años atrás y por algún motivo, ese tiempo se había hecho demasiado largo. Ahora recordaba a Natasha como un fantasma lejano, al igual que mi madre. Dos fantasmas que tenía presente, pero que no lamentaba haber perdido. Ya no.

A veces, y en mis pensamientos más profundos, tenía la convicción de que ellas tenían suerte al estar muertas.

   —¡Demonios! ¡Mira esto! —Mi cuerpo se sacudió ante la repentina oleada de frío que nos recibió cuando salimos de esa cueva—. Solo espero que Dan esté bien…  —dijo. Yo también lo esperaba, y esperaba que lo encontráramos rápido. La lluvia se había desatado con furia y dudaba que un niño pudiera resistir a una tormenta así por mucho tiempo más.

Sentí que algo me cayó sobre la espalda. Una chaqueta.

   —¿Qué haces? —pregunté. Axel la había puesto sobre mí.

   —Creo que Aiden me mataría si dejo que el chico cura se resfríe—dijo él y se encogió de hombros, restándole importancia. Me la quité.

   —Jamás me resfriado en toda mi vida, no voy a hacerlo ahora—volví a entregársela en las manos.

   —¿Jamás?

   —Jamás, jamás —levanté el rifle y lo apoyé en mi hombro para aprovechar la mirilla y dar un vistazo al lugar, esa especie de bosque en el que estábamos. Parecía despejado,  quizás sí los habíamos logrado perder.

   —¿Nunca has tenido fiebre, siquiera?

   —No…

   —Algunos tienen mucha suerte, supongo. —habló en voz baja mientras me hacía una señal para avanzar, señal que entendí perfectamente. Nos moveríamos dentro del bosque, era más difícil verlos pero también les sería difícil a ellos vernos a nosotros, si es que seguían ahí. No recordaba haber estado antes en éste lugar y por un momento, perdí la orientación y dudé hacia qué lado se encontraba la cascada. Ésta isla era gigante, y se notaba que los pocos espacios abiertos habían sido despejados por las mismas personas que habitaban aquí, quizás hace cuánto tiempo.

   —¿Cómo llegaste a la isla? —susurré apenas. Sabía que era peligroso hacer ruido, pero tenía que mantener la cabeza lejos de mis nervios de alguna forma.

   —La mayoría llegamos aquí en un crucero, al poco tiempo de que aparecieran los malditos zombies, hace cinco años.

   —¿Estaban en un barco?

   —Había infectados a bordo. Primero fue un hombre que atacó a otro en lo que parecía una pelea normal, pero después nos enteramos que le había arrancado un trozo de carne y le había fracturado un brazo. Fue cuestión de días para que todo el mundo se volviera loco. Una noche, siete lunáticos tiraron la puerta de nuestra habitación y nos atacaron. Por suerte el grupo que lideraba Marshall nos encontró y nos ayudó a escapar, pero no todos logramos sobrevivir. Perdimos a nuestros padres y a mi novia. Se los comieron... a los tres—dejó escapar una carcajada, muy baja—. Se supone que eran vacaciones familiares para celebrar nuestro compromiso. Íbamos a casarnos.

   —Lo siento mucho.

   —Oh, lo mío no es nada. Hay personas que sufrieron mucho más antes de llegar a ésta isla.

   —¿Ah, sí?

   —Sólo pregúntale a Aiden. Él tuvo que matar a su hermano y a su padre para poder salir de la ciudad en la que estaban.

   —¿Se convirtieron?

   —Algo así. —vi cómo su mirada bajó al suelo.

   —La extrañas ¿verdad? —Me refería a su novia. Había notado cómo intentó centrar la atención de la conversación en otra cosa. Él clavó sus afilados ojos azules sobre mí, para apartarlos segundos después.

   —Cada maldito día de mi vida.

Me detuve frente a la entrada de otra cueva, él también lo hizo.

   —No… —fue todo lo que alcanzó balbucear. Me agaché para recoger la pequeña bufanda color amarillo que estaba tirada en el suelo, sucia y empapada. Parecía la bufanda de un niño, y por la reacción de Axel, supe que era del que buscábamos. Se la entregué—. E-Esto es de Dan… —La tomó entre sus manos y se adentró en la cueva—. ¡Dan! —gritó—. ¡Daniel! ¿¡Estás aquí!? —Le seguí. Su voz parecía asustada y nerviosa, la bufanda en el piso no era una buena señal. Quizás le había atacado algún animal.

Axel comenzó a correr para llegar al fondo de la cueva rápidamente.

   —¡Daniel! ¡Daniel, respóndeme! ¿¡Estás aquí!?

   —Axel, deberías guardar silen… —fui yo el que calló. Lo había oído. Un sollozo, no un gemido ni un jadeo de algún muerto. El llanto de un niño—. ¡Daniel! —grité, yo también—. ¿¡Dónde estás!? —El llanto se hizo más fuerte a medida que avanzábamos.

   —Aléjense… —oí susurros de una voz infantil.

   —¡Dan! ¡Estás aquí, amigo! —En la oscuridad, vi la silueta de Axel delante de mí agachándose—. ¿Tienes frío? Ven acá, vamos a llevarte con tú… ¡Oye! ¿¡Qué demo…!? ¡Ah! —Oí ruido y disparé instintivamente hacia algún lugar delante de mí en la negrura de esa cueva—. ¡Vamos, Dan! ¡Muévete! —gritó y supe que era momento de correr. Visualicé la pequeña figura de un niño adelantarse y correr hacia afuera, seguido por Axel, que de alguna forma parecía moverse más lento de lo que debería.

Pude oír risas tras de mí, justo cuando llegamos a la entrada.

   —¡Les dije que se alejaran! —gritó el niño, temblando y llorando—. ¡Axel, Axel! ¿Estás bien? —miré al pequeño y luego a Axel. Entonces vi que estaba sangrando.

   —Tenemos que seguir corriendo… —Fue todo lo que dijo él, mirando hacia atrás con ojos llenos de pánico. Reaccioné y tomé al niño en brazos para comenzar a correr. No tenía idea de lo que había pasado, pero le habían atacado.

   —¿Habían hombres adentro? —pregunté, intentando mantener la calma mientras corríamos. Lo supe inmediatamente cuando oí gritos cerca de nuestra ubicación. La respuesta era un sí.

   —Me han apuñalado.

   —Aguanta hasta que encontremos un lugar seguro.

   —¡Axel, lo siento! —lloriqueó Daniel en mis brazos—. ¡Intenté advertirles que era una trampa!

Una trampa. Los hombres de Shark nos habían tendido una trampa.

   —Estaré bien, muchacho. Sujétate de Reed, no vayas a caer. —Le dirigí una mirada rápida a Axel mientras corríamos. Le habían apuñalado a un costado del abdomen y estaba sangrando mucho. No, no iba a estar bien si no tratábamos luego esa herida.

   —¿Por qué camino llegaste a la cueva, Dan? —preguntó Axel, acercándose levemente a nosotros. Jadeaba mucho y apenas sí podía oírlo.

   —Por ahí... —El muchacho apuntó hacia la izquierda, en dirección a un sendero.

   —Vamos por el otro lado, Reed. Seguro ellos nos estarán esperando cerca del camino —Era una buena idea, obedecí y cambiamos el rumbo. Ya no oía voces tras nosotros, quizás estos hombres acostumbrados a estar en el mar eran demasiado lentos para pasar entre los arbustos y árboles que cubrían todo el lugar, quizás los estábamos perdiendo, quizás podríamos llegar a tiempo y tratar la herida de Axel antes de que se infectase. Quizás íbamos a salvarnos.

O quizás, esto era otra trampa.

   —¡Cuidado! —grité cuando algo emergió de entre las plantas y saltó delante de nosotros, pero ya era tarde. Daniel gritó y se revolvió entre mis brazos.

   —¡Mierda! —Axel desenfundó su arma y le disparó al muerto que nos había atacado y que parecía haber salido de la nada. Estábamos distraídos—. ¡Mierda! —sacudió su brazo ensangrentado de arriba abajo—. ¡Me ha mordido! ¡M-Me ha mordido!

   —¡Tranquilízate! —grité—. Tenemos que llegar al refugio pronto, te inyectarás algo de mi sangre. Soy el chico cura ¿recuerdas? —Él jadeó y pestañeó un par de veces, calmándose.

  —Tienes razón —continuamos corriendo—. Esa bala podría delatarnos, lo siento.

   —Está bien, tenías que dispararle de todas formas... —volví a mirarle de reojo, mantenía el brazo que acababan de morderle sobre la herida que tenía a un costado y que no paraba de sangrar. Teníamos que llegar luego al refugio.

   —¡Ahí! —gritó Daniel—. ¡Una salida! —sentí una repentina oleada de adrenalina y euforia cuando vi la gris luz del día traspasar los últimos árboles de ese bosque. Lo estábamos logrando. Axel soltó una carcajada brusca y ruidosa.

   —¡Vamos a perder a esos imbéciles!

   —¡No rías tan alto! —Me contagié con su risa y yo también comencé a carcajearme—. Van a escuchar... 

   —Oh, no... —Un escalofrío que subió desde mis piernas hasta mi espalda me hizo estremecer. El muerto de la cueva y el que acababa de atacar a Axel eran solo advertencias de lo que teníamos delante. Frente a nosotros, a unos escasos quince metros, una oleada de gente caminaba en nuestra dirección, jadeando y gruñendo, con las ropas rasgadas, los huesos visibles, las caras deformadas por las erupciones rojizas en sus rostros, las pupilas dilatadas en los ojos oscuros. El olor a muerte, ese hedor ácido y podrido me golpeó la nariz y ahogó todos mis sentidos. Oí risas otra vez, las risas de los cazadores que nos habían traído a la verdadera trampa.

Eran casi veinte muertos.

Estábamos perdidos.

   —Toma, Reed... —Axel me estaba tendiendo algo—. Dáselo a Oliver, por favor. —Lo tomé por inercia. Un anillo—. Y dile que lo siento.

Tardé varios segundos en procesar lo que me estaba tratando de decir.

   —No, no, no, no, no —negué con la cabeza varias veces, mientras miraba hacia todas partes, buscando una salida y oyendo las risas de los cazadores, cada vez más cerca, llenándome los oídos, como una tétrica canción, una canción que podía destruirnos a todos—. No, ni lo pienses. Vamos a salir los dos de esto.

   —Ya estoy medio muerto de todas formas.

   —¿Q-Qué vamos a hacer? —balbuceó Daniel en mis brazos, sentía como sus piernas cruzadas en mi pecho hacían presión e intentaban comprimirse, seguramente para no orinarse del miedo. Él no entendía lo que estaba ocurriendo.

   —Tú y Reed van a salir de aquí.

   —No, no. Los tres saldremos de aquí. Axel, sabes que tengo la cura. Podría distraerlos mientras tú corres con Dan, no importa si me muerden, no me afecta. Lograré escapar y...

   —Si ellos te atrapan van a comerte, y desgraciadamente es tu sangre la que sirve, no pedazos de tu cuerpo tirados en el suelo... —La mirada que lanzó sobre mí me causó escalofríos—. No voy a arriesgarme a eso.

   —E-Escúchame, Axel...Vamos a salir de aquí, escaparemos de éstos muertos y de los cazadores, volveremos al refugio, te inyectaremos mi sangre y curaremos tu herida.

   —No. —levantó su arma y disparó al aire.

   —¿¡Qué haces!? —comenzó a caminar hacia ellos. Mis piernas empezaron a temblar.

   —¡Los hemos oído, chicos! —Más risas. Los cazadores estaban cerca.

   —¡No lo hagas! —intenté gritar, pero mi voz escapó como un quejido.

   —¿¡Qué está haciendo!? —Dan comenzó a llorar otra vez. Corrí hacia Axel y lo atrapé a medio camino. Le agarré del brazo.

   —¡Dije que no lo harás! ¡No vas a entregarte a ellos! ¡No vas a morir aquí!

   —¡No puedes salvarnos a todos! —gritó sobre mi rostro cuando se volteó hacia mí—. ¡Y no podrás salvar a nadie si no sales de aquí ahora! —Algo se oprimió dentro de mi pecho. Dolió, como si me quebraran en pedazos—. ¡No creas que lo hago por ti! ¡Lo estoy haciendo por Oliver, por Dan, por todos los que yo no puedo salvar! —Me empujó. Su voz estaba rota y sus ojos cubiertos en lágrimas. Levantó el arma y disparó otra vez—. Y no te olvides de decirle a mi hermano que lo amo.

Se volteó en dirección al grupo y comenzó a dispararles, derribando a unos cuántos. Intenté avanzar hacia él, pero mis piernas no respondieron sino hasta que les di la orden de correr, lejos de ahí.

   —¿¡Qué estás haciendo!? —Dan gritó sobre mi oído y comenzó a golpearme en la espalda—. ¡Da la vuelta! ¡No puedes dejarlo solo! —Él lloraba y  gritaba, pero yo seguí corriendo—. ¡Da la vuelta, Reed! ¡Da la vuelta!

   —¡No mires! —grité.

   —¡Van a comérselo! ¡Van a...! —No pude evitar voltear en el momento que oí otro disparo, que de alguna forma pareció oírse distinto a los demás, cómo si el acero de la bala que salió de esa arma fuese más pesado, más dañino. Dan soltó un solo grito desesperado que casi me hace caer de rodillas al suelo. Vi el momento exacto en que Axel se disparó en la cabeza, cayendo entre medio de ese grupo de muertos que no tardó en lanzarse sobre su cuerpo para devorárselo. Justo como él lo había planeado, había logrado atraerlos a todos para que nosotros escapáramos.

¿Pero a qué costo?

   —¡No, no, no! —Los gritos de Dan hacían trizas mis oídos y sus golpes, ahora sobre mi pecho, no hacían otra cosa sino intensificar aquella oscura sensación de que algo se había roto ahí dentro, para impedirme respirar. No podía respirar—. ¿¡Cómo pudiste!? ¿¡Cómo pudiste!? ¡Bájame! —apliqué más fuerza contra él para que no se soltara, mientras continuaba corriendo sin detenerme, sin ser capaz de mirar atrás para ver a ese montón de muertos devorándoselo—. ¡Eres un maldito! —Sin ser capaz de voltearme y enfrentarme con la frustrante verdad de lo que habían sido sus palabras.

No. Nunca pude, nunca he podido.

No podía salvarlos a todos.

Notas finales:

R.I.P
¿Críticas? ¿Comentarios? Pueden dejarlo todo en un lindo - o no tan lindo- review


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