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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Bueno, bueno. Espero que lleven auriculares porque este capítulo será un festival de referencias musicales, en serio. Saben que me encanta la música, y siempre estoy metiendo una que otra song al fic, pero creo que me desmasdré en este capítulo xD

Más abajo (en el cap) habrá tres hipervínculos que abriran una ventana a youtube con la canción que QUIERO QUE ESCUCHEN (o bueno, pueden no hacerlo uwu pero será menos lindo y menos rico 7u7) Ya saben como funciona el sistema, lo hemos hecho antes xD 

Capítulo largo, y sin mayores tragedias. Para que sus corazones descansen antes de la tormenta (sí, habrá una) 

Al final del capítulo, dejaré un listado con toda la lista de canciones, por si a alguien le interesa. 

Espero que lo disfruten. 

Abrazos

Capítulo 57

 

Ella era una mujer bellísima para la edad que se suponía debía tener.

Vestía completamente de negro y llevaba un sombrero de ala ancha con velo, justo como era costumbre en los velorios. Nadie más que ella vestía de esa forma, pero supuse que esa era su manera de despedirse y darle un real significado a la ceremonia.

La mujer llevaba a su hija de siete años en brazos y ambas se acercaron al improvisado ataúd de madera. Ellianna me dijeron que se llamaba la niña. Dios, tan sólo tenía siete años.

Oliver me dio un suave codazo y se acercó para hablarme al oído.

   —Va a estallar —susurró muy, muy bajo. No se suponía que debíamos estar hablando en ese momento. Intenté ver más allá del velo de esa mujer para mirarla a los ojos y adivinar la expresión que debían tener en ese instante—. Está tan enojada como herida... —continuó Oliver. No se burlaba de la situación, en absoluto. Es más, parecía que me relataba todo lo que yo no podía ver a través del sombrero oscuro de la viuda—. Ella se lo advirtió, le dijo que no fuera. Y él no la escuchó.

Tragué saliva e intenté deshacer el nudo que se había formado en mi garganta. Sí, lo sabía. Escuché esa conversación.

  —Así como tú le advertiste a Axel —comenté. Yo tampoco me burlaba.

   —Justo como se lo dije a Axel —contestó—. Pero Axel era un tonto que no dudaba en ayudar a los demás. Incluso... incluso si él hubiese sobrevivido a ese incidente... él no habría dudado en hacerlo de nuevo.

Asentí con la cabeza, sin saber muy bien qué decir.

   —Y al final de todo... fue lo mejor que pudo haber hecho —expresó él.

   —No sé si fue lo mejor... —dije—. Pero si no fuera por él, yo no estaría aquí.

Él puso una mano en mi hombro.

   —No estaríamos.

Lo miré atentamente. Por cada día que pasaba, Oliver se me hacía más parecido a su hermano. La pérdida de su familia y la vida en esta ciudad muerta le habían cambiado algunos rasgos; su rostro se había endurecido y su mirada ahora era más la de un adulto que la del chico resentido que intentó matarme.

Noté que, con sus manos, jugaba con el anillo que le colgaba del cuello. Volví a mirar al frente.

   —¿Cómo se siente, Oliver? —pregunté.

   —¿Cómo se siente qué?

   —Tener razón. Saber lo que va a ocurrir y no poder hacer nada.

   —Es un dolor de culo —respondió él, casi enseguida—. Piensas «¿para qué se me dio conocimiento de esto si no pude hacer nada por evitarlo?» Y entonces comienzas a cuestionarlo todo; tus instintos, tus creencias, todo… —hizo una pausa y, por un momento, creí que iba a romper a llorar. Pero su voz se mantuvo firme—: Vine a esta ciudad para morir, Reed —confesó—. Porque estaba deprimido, porque cuando murió mi hermano creí que el mundo había terminado.

Inspiré profundo, como si se me hubiese acabado el oxígeno. ¿Él había pasado por todo eso solo?

   —¿Y qué fue lo que cambió? —pregunté.

   —No lo sé —me estrujó el hombro, pero no me dolió a pesar de la presión de su agarre—. Supongo que… comprendí algunas cosas. Entendí que la vida ahora no es más que pequeños momentos que debo atesorar. Y que ya había vivido suficientes momentos con Axel. Y que debo guardar todavía más, porque de eso se trata estar vivo.

Le miré y sentí una presión en el pecho y unas incontenibles ganas de abrazarlo. Pero él me hizo un gesto para que le prestara atención a la escena que teníamos delante.

   —Mírala. Pobre. Va a estallar —dijo.

Y entonces, la viuda de Dominique dejó a su hija en el suelo, se abrazó al féretro con todas sus fuerzas y lloró a toda voz.

La vida era muy efímera. Hasta hace veinte horas, yo había compartido con cada una de las personas que estaban ahora dentro de uno de los tantos ataúdes que tenía delante. Dominique, Anniston, los hombres de La Resistencia e incluso los cazadores… todos ellos estaban sanos hasta ayer, todos ellos estaban tan vivos hasta hace poco. La vida era fugaz y parecía que se escapaba como arena entre los dedos. Y lo peor de todo es que no había forma de atraparla.

No había nadie de los nuestros entre los caídos, gracias a Dios. La gente que me rescató de Paraíso se había convertido en mi nueva familia y, con el tiempo, me di cuenta de que ya no podía concebir mi día sin ellos. Si alguno estuviera muerto ahora, yo estaría gritando contra una caja de madera de la misma forma que lo hacía la esposa de Dominique, o apretaría los puños e intentaría contener las lágrimas justo como lo hicieron los cazadores cuando se reunieron alrededor del ataúd donde «descansaba» Anniston. Lo entendía y tal vez fue ese el sentimiento el que me llevó a empatizar con todos ellos y presenciar el funeral hasta el final, hasta que el cielo volvió a nublarse y el frío nos obligó a todos a entrar a la base para calentarnos. Se suponía que estábamos en primavera, o eso creía yo. Pero esa tarde estaba tan oscura como el peor día del más frío invierno.

Scorpion, junto a un pequeño grupo de sus hombres, pasó por mi lado. A simple vista no podía descifrar cuánto le había afectado la muerte de Anniston, ni si se había tranquilizado al ver morir a Cobra frente a sus ojos, justo como prometió que lo haría. Lo cierto era que el hombre parecía más inestable de lo normal. Y eso era preocupante.

   —Necesito un trago —le oí decir—. No, no. No uno. Necesito toda una garrafa de ron.   

Por primera vez en mi vida sentí que yo también necesitaba algo de eso.

La vida era muy efímera. Y lo único que podíamos obtener de ella eran los momentos que apenas veíamos pasar frente a nuestros ojos.

   —¿Crees que algún día se termine, Oliver? —pregunté, mientras caminábamos tras el grupo de Scorpion.

   —¿De qué hablas?

   —Esto. ¿Algún día dejaremos de ver morir gente de esta forma?

Oliver suspiró, y puso una mano sobre mi hombro.

   —Lo siento, amigo. No creo estar vivo para cuando eso pase.

   —Eh, chicos… —Terence apareció en el pasillo cuando entramos—. ¿Qué tal todo? —Se veía bien; tenía algunos parches sobre el rostro que cubrían las heridas que había sufrido durante el enfrentamiento contra Cobra, pero más allá de eso estaba bien. Se había dado un baño y el cabello, como fuego apagado, le goteaba sobre los hombros. No había asistido al funeral. Cuando le pregunté la razón, dijo que no tenía a nadie a quién llorar. Yo no estaba tan seguro de eso.

   —Podría haber sido peor… —contestó Oliver y me dio un codazo para llamar mi atención—. Me adelantaré, ¿sí? Yo también necesito un baño.

Asentí con la cabeza y le vi marcharse.

   —¿Ya viste a Eobard? —le pregunté a Terence, cuando nos vi a ambos solos.

   —Él va a vivir —respondió, y se echó a andar por el pasillo. Le seguí—. Todavía está grave. Morgan dijo que necesitaba transfusiones, así que fui y le di un poco de mi sangre —sentí un nudo en la garganta cuando dijo eso—. Pero estará bien, tranquilo. Esos jodidos cazadores son… —hizo una pausa—. Los cazadores somos duros de matar.

   —No eres un cazador —dije.

   —Fui criado como uno… —Nos detuvimos frente a la puerta de los dormitorios que La Resistencia había asignado para nosotros. Este lugar era enorme y, al parecer, nuestra estancia aquí sería más duradera, al menos hasta que Morgan diera con una fórmula que le permitiera desarrollar una cura. Después de todo, llegar a él fue nuestro principal objetivo cuando nos embarcamos en esta masacre. Jamás imaginé que costaría tanto llegar a alcanzarlo—. Creo que debo asumir quien soy, Reed.

   —¿Y quién eres ahora, Terence? —abrí las cortinas de la habitación, que tenía seis camas en su interior. Me acerqué a una y, después de muchas horas sin haber descansado un sólo segundo, me dejé caer sobre lo que para mí fue el colchón más cómodo del mundo, tomé la almohada y me la llevé al rostro para inspirar el olor a jabón.

La vida ahora estaba llena de estos pequeños momentos.

   —Eso es lo que estoy averiguando —El pesó del pelirrojo cayó a mi lado cuando él se recostó. Quité la almohada, me acomodé y volteé hacia él—. He sido muchas cosas y cada día recuerdo una nueva… —Esos ojos, de un color tan extraño y fantástico que me vi en la obligación de crearle un nombre, me miraron en una expresión seria que me atemorizó un poco—. ¿Sabes? Lo he pensado bastante y creo que, si quisieras dejarlo ahora, no te culparía.

¿Dejarlo ahora?

Me reí, sólo un poco.

   —Me arrancaste un trozo de carne cuando nos conocimos, Terence. Si quisiera haberlo dejado jamás te habría hablado después de eso.

   —Sí, lo recuerdo… —sonrió—. He perdido la cuenta de cuántas veces me has salvado la vida.

   —Te dije que lo haría cuántas veces fuera necesario.

  —No tienes por qué tener esa presión, Reed. Yo…

   —Terence… —le interrumpí antes de que siguiera con esos pensamientos absurdos—. O Cross. Me da igual quién seas... —estiré mis manos por su cuello para acercarlo a mí y solté todo lo que quería decir desde hace varios días ya—: Un torturador, un asesino, un delincuente... un maldito bastardo sin remordimientos. No me importa. No me importa cuántos de ellos fuiste antes, Terence... —sentí lágrimas en mis ojos sin razón aparente. Estaba afectado por todo. Desde hace tiempo ya que no podía controlar mis emociones. Estaba afectado por el estrés, por las pérdidas, por los funerales y el mensaje que ellos habían dejado esta mañana: «la vida es demasiado corta en estos días como para desperdiciarla.» Estaba en crisis y no sabía muy bien cómo ocultarlo a los ojos de Terence. Él siempre se las arreglaba para sacar mis sentimientos a flote y tirar cualquier muralla que yo intentara construir a mi alrededor—. Eso no cambiará lo que eres ahora... no cambiará a la persona de la cual me enamoré —le abracé, y el me envolvió en sus brazos fuertes y todavía húmedos por la ducha.

   —Te amo, Reed —susurró en mi oído—. En serio lo hago. No sabes cuánto... —cerré los ojos, aquí venían los peros. No me equivocaba—. Pero si algún día llego a convertirme en alguien que pueda hacerte daño, tienes que saber que voy a alejar...

   —S-Sólo —balbuceé y lo corté—. Tú sólo deja que todos esos vean la luz, Terence. No me importa. Sabré lidiar con ellos.

Terence suspiró, me besó la frente y se quedó ahí, con el mentón apoyado contra mi cabeza. Yo me apoyé en su pecho y entrelazamos nuestras piernas para estar más cerca aún. No quería que nada, ni siquiera él mismo, nos separara ahora. Porque sentía que simplemente iba a morir si él no estaba.

Tuve la sensación de que quiso decir algo más, pero no se atrevió.

«Ojalá fuera tan fácil», debió pensar.

Esa tarde me quedé dormido en brazos de Terence y soñé con David. Soñé que charlábamos y que yo le contaba cada uno de mis pensamientos e ideas que había tenido en este tiempo. Le hablé sobre cómo se sintió hablar con Shark, sobre lo que pensaba de los cazadores y la marca que yo veía en ellos. También le conté de mis sentimientos, mis dudas al matar y mi miedo intrínseco a convertirme en alguien como Scorpion o cualquiera de sus hombres. Le hablé sobre Terence y sobre los propios temores que tenía respecto a él y que jamás me atrevería a admitir. Mi viejo amigo me escuchó en todo momento, justo como solía hacerlo cuando estaba vivo.

   —Tú eres como el océano, Reed —dijo luego de oírme—. Incluso si la tormenta intenta devastarte con su azote, tú abrirás tus aguas para dejarle entrar. E incluso si así te mareas y te irgues en olas gigantes que arrasarán con todo a su paso, tú siempre encontrarás tu centro y volverás a él... —Esa mañana, en la cubierta del DesireDavid lucía maravilloso; se veía sereno, sonreía y brillaba como un millón de soles deslumbrantes. Me tendió una mano y me ayudó a levantarme—. Así que recuerda, amigo…

«Siempre tranquilo, Reed.»

Abrí los ojos y experimenté un acerbo sentimiento de desilusión cuando volví en mí y me di cuenta de que, efectivamente, había sido un sueño. Mientras dormía, su imagen, aunque inalcanzable, se vio real a mis ojos y por un momento me sentí feliz de tenerle otra vez conmigo. Me llevé una mano al pecho e intenté contener el dolor que ahí se había anudado y que me cortó momentáneamente el aire. Sentí los ojos llorosos y me esforcé por calmar mi respiración y mantener la compostura. Había sido tan sólo un sueño, pero las palabras de David habían quedado frescas y daban vueltas en mi cabeza.

¿Por qué soñaba con él justo ahora?

Quizás porque me sentía perdido y él, en vida, siempre me ayudó a encontrar el norte.

   —¿Todo bien, Reed? —Dalian me habló. Estaba de pie frente a un espejo y se abotonaba el trío de botones que ocupaban la parte superior de su camiseta, la única camiseta limpia que le había visto en todo este tiempo, sin rastros de sangre o barro—. Me alegra que despertaras, ya planeaba cómo demonios iba a hacerlo.

   —¿Qué hora es? —pregunté y me acaricié la frente por un creciente dolor que comenzó a pinchar en mi cabeza—. ¿Dónde está Terence?

   —Ya son las diez de la noche. Tu pelirrojo encantador está afuera y espera por ti... —dio media vuelta, caminó hasta la cama y se acuclilló frente a mí. Apoyó sus manos en mis rodillas y preguntó—: ¿Estás bien, amigo?

Suspiré.

   —¿Extrañas a tus muertos, Dalian? —le pregunté, aún medio dormido. Él sonrió.

   —Todos los días de mi vida... —me dio una palmada en la rodilla izquierda y me tiró del brazo para levantarme—. No sabes cuánto necesito a veces los consejos de mi madre, o de mi hermano mayor...

   —¿Tú y Sophie tenían un hermano?

   —Uh... sí —pareció titubear un segundo, no sé por qué—. Él era un tipo grandioso.

Me reí y recordé a Natasha y a David. Ellos también eran grandiosos.

   —¿Por qué siempre los hermanos geniales son los primeros en irse? —Me acerqué al espejo y pasé una mano por mi cabello para peinarlo un poco. Estaba desastroso.

Él se encogió de hombros.

   —Supongo que son demasiado buenos para este mundo —abrió la puerta y me esperó bajo el umbral—. Apresúrate, La Resistencia organizó una fiesta y quieren que todos estemos allí.

   —¿U-Una...fiesta?

   —Bueno, no sé si una fiesta, pero han traído bebidas, comida y le oí decir a uno de los ayudantes de Morgan que traerían un karaoke, así que... —suspiró—.  No sé, Reed. Todo ha estado tan mal últimamente que, sea lo que sea lo que ellos vayan a montar en el lobby, lo agradezco de todo corazón.   

   —¿Cómo es que estos tipos pueden organizar una fiesta en estos tiempos? —gruñí.

   —Oí que esta base fue construida para durar más de setenta años abastecida de luz y agua… —contestó él—. Al parecer, los bastardos que la crearon sabían muy bien lo que iba a pasarle a esta ciudad.

   —Créeme, no me extraña...  —le seguí hasta donde estaban Terence, Matt y Oliver. Entendía lo del abastecimiento, pero ¿una fiesta? No lo comprendía. ¿Querían levantar los ánimos de su gente? ¿Querían olvidar a las personas que habían caído?

¿O simplemente querían recordarse a sí mismos que seguían vivos?

   —Tendrás que cambiar esa cara, Reed —Terence me acarició el cabello y puso un mechón tras mi oreja—. ¿Descansaste, dormilón?

Me habría gustado contar la verdad y decirle que no. Que ha habido noches peores en las que definitivamente he dormido mejor.

   —Algo —me encogí de hombros—. Pero aún tengo sueño.

   —Ya despertarás, labios de algodón —Él me abrazó y me acercó a él. Tenía una sonrisa efusiva que iluminaba todo su rostro y le hacía ve casi angelical. Casi—. La Resistencia se ha esmerado mucho en que todo el mundo pase un buen momento y tú no serás la excepción. Además... —calló de pronto.

   —¿Además...? —repetí. Él dejó de mirarme y centró su vista en el camino—. ¿Además qué, Terence?

Se mordió el labio.

   —No te rías, ¿vale?

   —Sabes que no haría eso.

Sus ojos, que lograban camuflarse y mezclarse con el color de su camiseta y que se veían más azules que cualquier otro día, me lanzaron una mirada directa que disparó un escalofrío que cayó justo en el centro de mi columna vertebral. A veces, la mirada de Terence me parecía demasiado intensa como para soportarla por más de un par de segundos. Aparté la vista.

   —Hoy quiero bailar contigo —soltó, y no noté rastros de burla en su voz. Hablaba en serio.

Sentí cómo me subía el calor al rostro.

   —¿B-Bailar? —susurré.

   —Sí, bailar. ¿Alguna vez has bailado en tu vida? —preguntó. Y entonces me di cuenta de que no, que jamás, en mis casi veinte años, había bailado con alguien. Ni si quiera solo en mi habitación.

   —No soy de los que bailan —me intenté excusar. Él me acarició el hombro y sonrió.

   —Seré tu primera vez.

La música a todo volumen nos indicó que estábamos cerca. Me sentí nervioso, todavía más, porque no sabía cómo iba a ir esto. Desde que escapé del Desire me he acostumbrado a correr constantemente por mi vida, no a descansar ni relajarme. Esto era completamente nuevo para mí. Y era inconcebible.

   —Eh, gente... —Dalian se detuvo antes de acercarse demasiado a la puerta cerrada de donde salía todo el ruido—. Creo que iré a ver a Regen antes de pasarme por aquí.

   —Está bien, hombre. No tardes demasiado o te perderás de la fiesta —le advirtió Terence.

    —Haré lo posible —aseguró Dalian. Pero algo me decía que él en realidad no quería estar en el festejo y Regen fue su opción más rápida y segura para zafarse del problema. Suertudo.

   —¿Qué tal, chicos? —Aiden nos recibió en la puerta apenas la abrimos. Jack y Ethan estaban con él.

   —Bien...supongo... —intenté disimular la ansiedad que me causó el lugar. Todo estaba tan lleno de gente, tan vivo y despierto, que temí que todas las hordas de muertos que rondaban kilómetros a la redonda fueran alertadas por el ruido e invadieran el sitio. Entonces recordé que estábamos en una verdadera fortaleza y que estábamos a salvo—. ¿Qué tal está Eden?  

Jack tenía una botella de whisky en la mano. Se la llevó a la boca y le dio un sorbo antes de responder:

   —Él está bien, pero todavía tiene que descansar.

   —Vamos, Jack. Tómate eso en un maldito vaso —le increpó Aiden y lo agarró del brazo—. Debe estar deprimido porque él no está aquí —nos susurró en voz baja. No supe si Jack fue capaz de escucharlo, porque la verdad, ya parecía algo... sólo un poco... borracho—. Dennos un segundo, muchachos —El castaño le arrebató la botella de las manos y le obligó a caminar hasta unas mesas, donde había algunos vasos y copas donde poder servirse algo para beber.

    —Y apenas comienza... —rio Ethan.

   —¿Cómo estás tú? —le pregunté.

   —Si te refieres a los disparos que recibí, ya comenzaron a cicatrizar y sanan muy rápido —me miró, con los ojos oscuros fijos sobre mí y luego su mirada vacía deambuló entre Oliver y Matt—. Uhm, chicos... no quiero sonar como un idiota, pero necesito hablar con estos dos. ¿Podrían...?

   —Bien, bien, ya entendimos —Oliver hizo algunos gestos con la mano, agarró a Matt de un brazo y le obligó a marcharse junto a él—. Iremos a buscar sitio donde sentarnos, o a emborracharnos. Lo que resulte primero. Supongo que no hay problemas con que unos menores de edad beban unas cervezas, ¿no?

Ethan se encogió de hombros.

   —No soy quién para negárselos.

   —Sabía que dirías eso, por eso eres el mejor.

   —¡No beban demasiado, Oliver, Matt! —les grité, antes de que desaparecieran completamente de mi vista—. ¡Lo digo en serio! ¡Si mañana amanecen con resaca me encargaré de que nadie, absolutamente nadie, les dé una aspirina!

   —¡Oye, idiota! —me gritó Matt—. ¡Creí haber dejado al viejo Marshall en la isla!

Me volteé hacia Terence.

   —¿Ese niño acaba de llamarme idiota?

   —Y tú acabas de actuar como su padre… y lo amenazaste con una resaca dolorosa.

Me llevé la mano al pecho y me fingí más ofendido de lo que realmente estaba.

   —Sólo me preocupo por ellos. Son niños. Matt apenas tiene quince años y Oliver...

   —Vamos, Reed —Ethan me interrumpió—. Yo a esa edad participaba en competencias de borrachos.

   —Y yo bailaba sobre las mesas en reuniones de trabajo... —agregó Terence.

   —¿Sí son conscientes de que ustedes son el peor ejemplo para los chicos, ¿verdad? —opté por cerrar el tema cuando ellos rieron y continuar con lo que verdaderamente importaba—. ¿Qué tenías que hablar con nosotros, Ethan?

Él fue directo al grano. Típico de él.

   —¿Desde cuándo sabían ambos que Regen era un infectado? —preguntó. Tragué saliva.

Terence levantó sus manos en son de paz.

   —Yo no tenía idea, no hasta que le vi con mis propios ojos sobrevivir a un disparo en el pecho y a una de tus mordidas.

   —Yo... tal vez lo sospechaba desde hace algunos días, pero no tenía bases para fundamentar mi teoría, así que no lo comenté con nadie —confesé.

Ethan encendió un cigarrillo.

   —¿Crees...? —preguntó Terence—. ¿Crees que él era un cero, ¿verdad?

Ethan dio una profunda bocanada de nicotina antes de contestar. Estaba seguro de que, si no fuera por su condición, él ya habría muerto de cáncer.

   —¿Qué más podría pensar? ¿Qué fue el resultado de un experimento, justo como yo?

   —Todos los ceros son el resultado de un experimento, así que…

   —¿Y qué si él era un cero? —les interrumpí—. ¿Qué tal si él traicionó a E.L.L.O.S, justo como tú lo hiciste, Terence? ¿Qué tal si fueron esos desgraciados los que le hicieron lo que le hicieron? ¿Tendríamos derecho a juzgarle, entonces?

Ethan exhaló el humo y formó pequeñas argollas que desaparecían a medida que se elevaban en el aire.

   —Tienes razón... —dijo—. Es sólo que ese chico es muy quisquilloso y reservado. Que sea tan misterioso me da mala espina.

   —No creo que Regen sea quisquilloso —comenté—. Es sólo que tú no sabes cómo tratar a las personas.

   —¿Yo...?

   —Acaba de decir que eres un bruto, socialmente hablando, Ethan —se burló Aiden cuando volvió con nosotros, sin Jack está vez—. Y creo que tiene razón. Nunca has sabido muy bien cómo dialogar con la gente, sobre todo con las personas que son más «reservadas» que tú... —se acercó a mí y susurró—: A mí el hombre me cae bien, en serio. Y creo que Ethan está ansioso porque ahora va a tener que competir por el título de «el más fuerte» de la manada.

Yo también lo había pensado.

   —¡Ya te oí, cariño! —gruñó Ethan.

Me reí en voz baja.

   —Bien, bien. Suficiente charla. ¡Vayan a disfrutar, chicos! —Aiden me entregó un vaso con algo que apestaba a alcohol y me dio una palmada en la espalda—. Ustedes también necesitan relajarse.

Relajarme siempre me ha costado. Quería hacerlo, de verdad. Iba a intentarlo. Cerré los ojos por un momento, respiré profundo y emulé una sonrisa; primero forzada, luego simplemente me dejé llevar por ella. Era tan sólo una fiesta, quizás en honor a los fallecidos que habían caído en el último enfrentamiento, quizás en honor a nuestras propias vidas que habíamos salvado por poco. Tan sólo sería un par de horas. ¿Qué podía salir mal?

De fondo, se oía la canción “The Chain” de Fleetwood Mac. Recordé haberla escuchado por primera vez en la película “Guardians of the Galaxy Vol. 1”, poco antes de que el desastre y la enfermedad se desataran por la tierra. En ese tiempo existían rumores de que la segunda entrega ya estaba siendo grabada para el momento de estreno de la primera. Pero desgraciadamente, y gracias a este virus, la segunda parte de esa fantástica trama nunca vería la luz. Aquella fue la última película que vi en el cine. La última que vi, en realidad.

Me pregunté si esta era la clase de película que pasaría a la historia, siglos después de que la humanidad superase esta tragedia.   

Terence me tendió el brazo.

   —¿Lo guío a su asiento, mi señor?

Me reí en voz baja y correspondí el gesto. Me sujeté y acerqué un poco más a él, para caminar juntos.

Nos dejamos caer en un par de sillones de cuero gastado. No eran los mejores sofás en los que me había sentado, pero se hacían bastante cómodos para la ocasión. A nuestro alrededor, gente de La Resistencia, cazadores y mis propios amigos bebían y hablaban en voz alta. Se reían de chistes sin sentido y contaban anécdotas graciosas a toda voz. El ambiente me parecía casi agradable. Quizá la idea de haberles visto llorar hace unas horas me sacudía un poco y me hacía pensar que todas esas sonrisas que veía en sus caras eran falsas y forzadas, como las mías, como las de alguien que tan sólo busca desesperadamente levantarse. Pero había muchas formas de darle vuelta a la página a una tragedia como esta y, quizás, ésta era la mejor.

La canción cambió y “Rock DJ” animó todavía más el ambiente. Oí gritos entusiastas y vi a un grupo de gente que corrió, como enloquecida, hacia una improvisada pista de baile que se formó en el centro del salón. Esta era una de aquellas canciones sobrexplotadas y usadas como soundtrack en demasiadas películas o videos de internet que pretendían ser divertidos. Era esa clase de canción que, a pesar del tiempo, se mantenía en el inconsciente colectivo y que todo el mundo conocía y sabía cómo bailar. 

Terence se levantó y me tendió la mano.

   —¡Vamos, Reed! —gritó por sobre la música—. ¡Bailemos!

No. Por ningún motivo iba a bailar una canción que estuvo de moda cuando yo apenas había nacido.

Le di un pequeño sorbo al vaso que tenía en la mano. El sabor ácido del alcohol me quemó la boca y la tráquea a medida que bajaba lentamente hacia mi esófago. Estaba asqueroso.

   —Necesitaré más de un vaso de esto para salir a bailar una canción de Robbie Williams —negué rotundamente. Y definitivamente no iba a darle otro trago a mi bebida durante los próximos diez minutos, al menos hasta que el ardor pasara—. Pero, mira. Todo el mundo baila; La Resistencia, los cazadores e incluso Ethan y Aiden… —hice un gesto con la mano, como si espantara una mosca—. Ve a bailar con los chicos. Ve a divertirte.

Terence tiró de mi brazo. Me resistí.

   —¡Vamos, hombre!

   —Olvídalo. Dios, escúchala. ¡Su letra es espantosa! ¡Y hay un cuerpo bailando en el video!  

Él me quitó el vaso que tenía en la mano y se lo bebió de un sólo sorbo.

   —¡Ah, joder! —cerró los ojos y apretó los labios con fuerza—. Esto está fuerte.

   —¿Por qué hiciste eso?

   —¿Seguro no quieres bailar, Reed?

   —No ahora —insistí.

   —Entonces...

Terence sonrió, no con aquella sonrisa dulce y amable que le había visto hace algunos minutos atrás, si no con una sonrisa astuta, de medio lado, que revelaba todas sus malas intenciones. Frente a mí, comenzó a contonear sus caderas de un lado para el otro; lentamente, al ritmo justo de la música y en un baile sugerente que nada tenía que ver con los ridículos pasos que se veían en el centro de la pista de baile.

   —Oh, por Dios… —quise mirar a otro lado y fingir que no le prestaba atención, pero mis ojos volvieron solos a él cuando acarició su cuerpo, en un movimiento que no fui capaz de ignorar, y metió sus dedos en las trabillas delanteras de sus pantalones para tirar de ellos un par de centímetros hacia abajo y mostrarme la perfecta e imponente “V” que formaban sus oblicuos bajo su abdomen. Me acomodé en el sofá y apretujé con fuerza los respaldos entre mis manos—. ¿Q-Qué haces, Terence?

   —¿Seguro no quieres rockear, Reed? —se acercó a mí, tomó mis manos y las posicionó alrededor de sus caderas. Me obligó a seguir todos los movimientos circulares y provocativos que éstas realizaron. Miré a nuestro alrededor, nervioso. Nadie nos veía. Toda la atención estaba puesta en los demás, que bailaban, gritaban y cantaban en el centro del lugar. Las manos de Terence guiaron las mías por el caliente camino que se dibujaba bajo su camiseta.

Sentí una temible erección tirar de mis pantalones. Dios, él bailaba increíble. Y jamás me había parecido tan sexy como en ese momento.

   —¿Cuándo va a parar, DJ?  —bromeé y seguí la letra de la canción. Él echó la cabeza hacia atrás para soltar una carcajada, sin dejar de moverse. La sensual imagen de su cuello desnudo, formada principalmente por el buen ángulo en el que me encontraba, me erizó la piel de la nuca. Sin darme cuenta, me relamí los labios.

   —Sabía que cantarías… —se sentó a horcajadas sobre mí y yo intenté, con cierta ansiedad primitiva, moverme hacia atrás, como si quisiera escapar de él. Pero el respaldo del sofá contra mi espalda me recordó que, otra vez, Terence me había atrapado.  Comenzó a moverse de manera lasciva sobre mí. Sus dedos recorrieron mi pecho con lentitud y dibujaron formas que mi mente no alcanzó a imaginar, porque todas mis neuronas y absolutamente cada uno de mis pensamientos fueron reducidos a él y sólo a él. El resto del mundo simplemente dejó de existir y sólo me concentré en el vaivén lento y suave de sus caderas sobre mí, en sus ojos, que no apartó de los míos en ningún momento, y en la forma lujuriosa en la que sonreía y mordía su labio inferior mientras me bailaba y me tentaba hasta provocar en mí sensaciones que jamás había experimentado antes.

Hundí mis dedos en sus caderas para sentir su piel desnuda cuando le sujeté con más fuerza y confianza, envalentonado quizás por el egoísta y orgulloso pensamiento de que todo él, toda esa maravilla que tenía delante era mía. Solamente mía. Me acerqué a él para besarlo.

   —Terence… —jadeé contra su cuello. Entonces la música se detuvo y él se apartó de mí rápidamente para sentarse a mi lado. Le lancé una mirada ofendida, con una mezcla de indignación, sorpresa, ansias y vergüenza propia que inundó cada centímetro de mi ser. Respiraba agitadamente y mi corazón estaba a punto de saltar por mi garganta. Sin tener en cuenta las dolorosas consecuencias que ese baile había dejado entre mis piernas. Él sonrió, justo como lo haría un ganador. Sí, había ganado el juego, uno al que ni si quiera me apunté, pero que de todas formas me vi obligado a participar en él. Y yo estaba derrotado, con más de un órgano palpitante en el cuerpo y con unas insaciables ganas de tomarle del brazo para llevarlo al sitio más oscuro y solitario de este edificio—. Está bien… —suspiré y luché por controlar mis sucios pensamientos, hasta calmar el deseo que él había despertado con tan sólo un baile y retomar la compostura que había quedado ahí, atrapada bajo su camiseta—. Prometo bailar la próxima canción que escojas.

Él sonrió otra vez y peinó su cabello, que se había alborotado un poco por tanto movimiento, hacia atrás.

   —Eso quería escuchar —se levantó y caminó hacia la mesa donde estaban las bebidas. Rellenó mi vaso y tomó uno para él. Una chica se subió a la improvisada tarima de karaoke que los de La Resistencia habían montado y comenzó a cantar una canción de Britney Spears que había escuchado alguna vez en la radio, pero que no recordaba su nombre. Miré a Terence mientras volvía, le miré espantado y él leyó mis pensamientos—. Tranquilo —rio—. No te haré bailar para mí este himno de la promiscuidad... —me tendió el vaso y se sentó otra vez a mi lado—. No sé si soportaría verte menear las caderas a este ritmo sin saltarte encima —bromeó—. Salud.

   —Salud —chocamos copas y fingí beber de mi vaso. El líquido transparente fácilmente podría engañar a cualquier iluso que creyera que eso era agua, una que ardía como un millón de infiernos y a la que no iba a darle otro sorbo así comenzara a morir de sed.

   —No creas que no noté que evitaste tu bebida —comentó—. Pero está bien. Sabe a mierda, lo sé.

La música cesó por unos segundos.

   —Me quema —confesé. Él se rio—. En serio. ¿Cómo es que pudiste bebértelo de un sólo trago? ¿Qué clase de ebrio eres, Terence?  

   —No es como si yo… —intentó contestar, pero ambos callamos cuando oímos el ruido de las baterías y guitarras que retumbó en todo el lugar. Siete se paró frente al karaoke, soltó un grito que me puso los pelos de punta y comenzó a cantar “Crybaby”, de Janis Joplin. Conocía la canción; mi madre la amaba. Ella amaba a esa mujer—. V-Vaya...carajo.

   —¡Eso es, Siete! —le animó Cuervo, que estaba sentado a unos metros de nosotros y balanceaba una lata de cerveza al ritmo de la música y la enérgica voz de su cazador, que se oía raspada y frenética, como si él hubiese masticado vidrio molido antes de agarrar el micrófono; una mezcla equilibrada y perfecta entre gritos caóticos y armonías líricas—. ¡Honey, I know she told you that she loved you so much more that anyone can ever, ever,ever did… —Cuervo y algunos cazadores comenzaron a tararear la canción, mientras gritaban como unos locos borrachos y agitaban sus bebidas en el aire—. ¡Maldición! ¡Amo a este chico!

   —Dios…míralos —me cubrí la cara cuando los vi a él y a tres cazadores levantarse, a medias y entre tambaleos, para llegar hasta donde estaba Siete. Se abrazaban entre ellos e intentaban seguir el ritmo, mientras los cuatro “pretendían” balancearse para el mismo lado en un vals que era, por lo menos, deprimente. Le di un codazo a Terence cuando éste se rio—. No es divertido, ¿sí? —le regañé. Pobres, van a caerse de lo ebrios que están.

   —Déjalos ser, Reed. No es nuestro problema —se burló el pelirrojo, mientras aplaudía y le daba ánimos a los cazadores para que siguieran con su escándalo—. Ellos también lo han pasado mal, ¿recuerdas? Perdieron a su médico.

   —¿Y eso qué? Yo jamás me emborracharía para llorar a un ser querido.

   —Pero tú no eres ellos.

Quizás tenía razón. Los cazadores y yo éramos personas muy, muy distintas. Ellos eran hombres duros, que seguramente ni siquiera sabían cómo se llamaba eso que estaban sintiendo ahora mismo y menos idea tendrían de cómo controlar la pérdida de un ser amado. Y aunque de la muerte y los malos ratos apenas conocía un poco, yo tampoco sabía muy bien cómo llevarlos sin sentirme devastado.

Siete le hizo un gesto a Cuervo para que se acercara, mientras le tendía el otro micrófono del equipo de música. El líder de los cazadores se separó del grupo, se tambaleó hacia Siete, se subió al escenario y comenzó a cantar con él.

   —¡Crybaby ♪!

La multitud enloqueció.

   —¡JODER! —exclamó Terence, más emocionado que preocupado por el estado, notablemente etílico, de Cuervo—. ¡Eso no me lo esperaba! ¡Canta muy bien!

El resto de cazadores se levantó y comenzó a alentar a la pareja de improvisados artistas entre gritos y cantos que limitaban con lo ridículo.

En el momento más emocionante de la canción, y cuando todo el mundo pareció perder la cabeza, Cuervo se arrodillo frente a Siete para fingir que tocaba la guitarra eléctrica y Siete se acuclilló frente a él. Ambos intentaron recrear la clásica escena del vocalista que canta a un lado del guitarrista enloquecido, sólo que esta vez Siete fue más allá y tomó del cuello a Cuervo y lo besó.

Lo besó así sin más. Y la música siguió mientras ambos se besaban.

    —¡Eso es, jefe! —gritó un cazador, demasiado borracho como para darse cuenta de que estaba a punto de presenciar una tragedia. Nosotros lo vimos venir antes. Vimos cuando Scorpion se levantó de su silla, con un vaso en la mano que contenía un líquido verde, y caminó con pasos agigantados hacia los dos hombres. Vertió la bebida sobre la cabeza de Siete, lo tironeó hacia atrás para separarlo de Cuervo y le dio un puñetazo en la cara que me obligó a encogerme en mi lugar, cerrar los ojos y cubrirme el rostro con ambas manos. Incluso llegué a sentir algo de dolor en la mejilla.   

Después de eso Scorpion jaló a Cuervo por el cuello de la chaqueta, lo levantó y lo arrastró hasta llevárselo fuera de nuestra vista

Hubo ocho o diez segundos de completo silencio, donde todo se detuvo y lo único que se oía era la música de Janis que todavía no acababa su manifiesto. Entonces, Siete se levantó, se limpió la sangre que se había acumulado en la comisura de sus labios y siguió cantando como si nada hubiese pasado.

La gente volvió a agitarse y el espectáculo continuó.

   —¿Q-Qué...qué diablos fue eso? —balbuceé. Vi que Aiden se levantó de su asiento y miró en la dirección en la que Cuervo y Scorpion habían desaparecido. Seguramente estaba preocupado. Yo también me sentí preocupado después de ver semejante escena—. Terence, va a matarlo.

Terence bebió otra vez su vaso de un sólo sorbo y yo, de puro nerviosismo, le imité y le di el trago más largo que pude al mío. El líquido quemó todo mi cuerpo. Bebí otro.

   —¡Diablos! —mascullé, con la garganta en llamas.

   —No te preocupes. Sabes que Cuervo puede cuidarse solo —dijo para tranquilizarme y se levantó del asiento—. Pero quizás nosotros no sepamos hacerlo cuando se forme la verdadera pelea en este lugar que, créeme, va a pasar. Sé cómo funciona esto, en menos de media hora lloverán los puñetazos

Tomé su mano cuando él me la ofreció.

    —Al fin me sacas de este lugar.  

Siete sacudió su cabeza en movimientos enloquecidos y continuó la canción. Si le dolió o no el golpe que Scorpion le dio, no pareció demostrarlo. Terence le vio sobre el escenario por unos momentos, suspiró y luego sus ojos volvieron a mí. 

   —Lamento haber tardado tanto —se disculpó.  

Ambos caminamos hacia la puerta. Esto había sido demasiada “diversión” por hoy para mí. Esperaba no volver a presenciar algo así en años.

   —Eh, espera… —Cuando estábamos a punto de salir, Terence presionó mi mano y nos detuvo por un segundo, pero entonces pareció titubear, pensárselo mejor y, finalmente, me jaló hasta el pasillo. Cerró la puerta y nos dejó fuera de la fiesta—. Quiero que bailemos esta —dijo. A pesar de que ya habíamos salido, la música todavía podía oírse en los corredores vacíos. Los gritos de Siete habían cesado y otro chico cantaba una canción lenta que jamás había oído en la vida, pero que se escuchaba mucho más agradable a mis oídos—. Prometiste que lo harías.

No contesté. Dejé que él me sujetara de la cintura y yo rodeé su cuello para estar más cerca el uno del otro. Me dije otra vez que la vida era muy efímera durante estos días y que debía atesorar momentos.

Y este era un momento que no quería perderme por nada del mundo.

Comenzamos a movernos lentamente y seguimos la melodía de la encantadora voz del chico que cantaba. Yo no era de los que bailaban, jamás había bailado antes con nadie y, sé que era una ridiculez de mi parte, pero me sentí nervioso por hacerlo junto a Terence. Apenas estábamos separados por algunos centímetros de distancia. Distancia que quise acortar.

Acomodé mi cabeza en su hombro e inspiré el delicioso aroma a césped húmedo que desprendían sus cabellos color fuego.

   —Esto sí es una fiesta —susurré.

   —Definitivamente —contestó. Giramos y avanzamos por el pasillo y sus manos, que ardían por el ajetreo de todo lo que había ocurrido antes de esto, acariciaron mi espalda y la recorrieron lentamente y con cuidado; desde mis hombros hasta mis caderas, donde se ciñeron con más fuerza. Me dejé llevar por esas manos que parecían guiar mis pasos de alguna manera mágica. Sentí que el peso de mi cuerpo me abandonaba y tuve la extraña sensación de que bailábamos sobre nubes—. Quiero respirarte… —canturreó. Me reí en voz baja y me abracé más a él.

   —Conocías la canción, tramposo… —acaricié su cabello, que no tardó en enredarse entre mis dedos. Estaba muy, muy largo. Pero a él le quedaba perfecto.

   —Sí, la conozco —admitió—. Es de un grupo de rock, aunque no lo creas. Solía oírlos cuando era un adolescente desilusionado con la vida.

«Todavía eres un adolescente», pensé. Pero en ese momento recordé que a él le habían robado la infancia… y la existencia entera.

Giramos otra vez y estuvimos a punto de tropezar en medio de la oscuridad. Ambos nos reímos en voz baja y continuamos el baile. Esto no estaba nada mal, después de todo.

Si era con él, podría bailar toda la vida.

   —Te amo, Terence —susurré en su oído. Tuve el placer de sentir en mis manos cómo su cuerpo se estremecía.

   —N-No lo digas así como así —tartamudeó—. Me pillas con la guardia baja.

   —¿Así como así? —me reí, y bajé las manos hasta su cintura, para guiar un giro—. Estamos bailando un lento, ¿cuál es mejor momento que este?

Él tomó el control otra vez y nos movió hacia una pared. La canción pareció más lejana cuando mi espalda topó contra la muralla y él me acorraló. A pesar de que estaba oscuro, me pareció poder ver el brillo de sus ojos centellear en la penumbra. Respiró sobre mi boca.

   —Este... —se acercó más y sentí sus labios. Nunca me acostumbraría a esto, a cómo se sentía su tacto, a cómo sabía su boca y a la suave textura de su piel. Cada vez que nos besábamos, cada vez que sus dedos me tocaban, se sentía como si nunca antes hubiera pasado. Esa sensación me volvía loco y me atemorizaba en la misma medida.

La vida estaba llena de momentos. Y esa noche, en medio de un pasillo vacío y oscuro y al son de una balada cantada por algún chico de La Resistencia, me prometí a mí mismo vivir cada uno de ellos junto a Terence. Los buenos, los malos, los altos y los bajos. Lo había decidido. Iba a vivir mi vida todos los días como si fuera el último.

Iba a amar como si mañana fuese a desaparecer.

Porque la muerte podía estar a la vuelta de la esquina.

 

 

Notas finales:

Y bueno, ya conocen cómo va esto. Si hay una fiesta, es porque todo va a valer verga proximamente :D 


*Ningún Siete fue asesinado en la producción de este capítulo*

Lista de canciones utilizadas (con subtítulos para más satisfacción): 

The Chain - Fleetwood Mac

ROCK DJ- Robbie Williams 

Britney Spears - Toxic (Tóxico, como el amor entre Scorpion y Cuervo xD. Espera. Esta canción fácilmente podría ser el HIMNO SCORVO xD)

Crybaby - Janis Joplin (la original, no la versión metal que cantó Siete xd)

Breathe - Thousand foot Krutch (ESTA ES LA CANCIÓN DE TEREED, definitivamente. Así como el soundtrack para Aiden y Ethan era "Deteriorate", "Breathe" es la canción para Terence y Reed <3

 

PD: Lo que estaba bebiendo Scorpion era Abstenta. 

Listo, creo que eso es todo. 

Scorpion no aguantó los celos Cuervo estará en problemas
¿Críticas? ¿Comentarios? Pueden dejarlo todo en un lindo - o no tan lindo - review. 


PD: NO SÉ USTEDES, PERO NUNCA SUPERARÉ ESE MOMENTO CUERVO-7 NI EL BAILE DE TERENCE. 
(Esas han sido las mejores escenas que se me han ocurrido. Change my mind) 

Que tengan una linda semana!  


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