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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Bueno, me imagino que esto es tan raro para ustedes como para mí. 

El tema es...que estoy inspiradísima con el mini arco que se viene ahora..y escribí un capítulo en 2 días (?) 

Capítulo cortito, pero MUY INTENSO. 

Seleccionen las canciones más tristes en su playlist y lean, pequeños querubines. Sufran. (Con música siempre es mejor, estos capítulos están hechos para ser leídos con la canción más triste que tengan en su repertorio)

Fans de Scorvo, lo lamento. Pero creánme, todo puede ir peor. 


Capítulo 58

 

La música se distorsionó y la iluminación cambió drásticamente cuando atravesamos la puerta. Mi horizonte tambaleó y se pintó de tonalidades oscuras que parecieron vibrar como si estuviera bajo el agua.

   —E-Eh…—me quejé en un balbuceo. Sentía la lengua lánguida, como un maldito chicle que se quedó sin sabor por masticarlo demasiado. ¿Para dónde carajos me llevas, Scorpion? —intenté quitarme su mano de encima—. ¡Me la estaba pasando bien!

El bufó, pero no respondió.

   —Joder, hombre. ¿M-Me estás escuchando? —El pasillo se movía de un lado para el otro. Él tiro más bruscamente de mí e intentó acelerar el paso. Me llevaba a alguna parte, no sé dónde. No importaba—. ¡Ya suéltame, maldición! —logré apartarlo, apoyé las manos contra la muralla, para encontrar algo de estabilidad en medio de esa arena movediza, y vomité lo último que había comido.

Joder, estaba demasiado borracho.

   —¡Mírate! —Él alzó la voz y su aliento alcohólico me golpeó directo en las fosas nasales. ¿O era el mío? Me sobresalté cuando le dio un puñetazo a la muralla que casi me rozó la cabeza. Sentí cómo el cráneo se me partía en pequeños pedacitos por culpa del ruido.  

   —¿¡Puedes callarte!? —le grité—. Eres tan ruidoso, joder —Sus manos me agarraron de la chaqueta, me arrastraron un par de pasos por el interminable pasillo y me lanzaron dentro de una habitación—. ¿¡Cuál es tu maldito problema!?

Scorpion encendió la luz y ésta me encegueció por algunos segundos. Entonces le vi ahí de pie. Me miraba con los afilados ojos azules cargados de veneno y rabia.

«Demonios. Esta vez va a matarme», pensé.

   —¿Mi problema? —Él no se movió. O, si lo hizo, no me di cuenta. Todo daba vueltas alrededor de mí y no podía controlarlo ni evitarlo. Se cruzó de brazos y se apoyó contra la puerta—. Tú eres el pobre imbécil que hizo el ridículo allá adentro.

Me reí.

   —¿Yo? —quise levantarme. No lo logré al primer intento y tuve que sujetarme de una de las camas que había allí—. Tú fuiste el que me sacó y montó un escándalo… ¿G-Golpeaste a Siete? —pregunté y me di cuenta muy tarde de lo que había ocurrido—. ¿Golpeaste a uno de mis hombres, maldito cabrón?

   —¿Y qué si lo hice? —rio—. Tenía que separarlos de alguna forma.

   —¡Estábamos cantando! —grité.

   —Se estaban besando.

   —¿¡Y eso qué!? —me acerque a él, con toda la disposición de matarlo o darle un golpe que jamás olvidaría—. ¿Desde cuándo te importa con quién me beso? —le lancé un puñetazo, él lo atrapó en el aire y estrujó mi mano con fuerza. Aproveché el momento, agarré su brazo y lo jalé hacia mí, lejos de la puerta. Tambaleó—. ¡Ja! —me burlé—. ¡Mírate! ¡Tú también estás borracho! —Se soltó de mi agarre y me empujó. Di un traspiés, intenté requilibrarme y finalmente caí sobre una cama—. M-Maldición… —me quejé. El techo también giraba sin que pudiera detenerlo.

Se sentó a horcajadas sobre mí y sujetó mis manos por detrás de mi cabeza. Me sentía tan mareado que no fui capaz de quitármelo de encima. 

   —¿Con quién más lo has hecho? —preguntó y gruñó, como un perro. Sí. Él se veía justo como un maldito perro ahora mismo.  

   —¿Y a ti qué demonios te importa?

   —¿Qué pasó en La Hermandad? —continuó con su interrogatorio. ¿La Hermandad? ¡La Hermandad podía irse toda al infierno! ¿Que qué había pasado? ¿Y ahora venía a preguntar algo como eso?—. Habla.

   —¿Qué pasó? —le remedé en tono de burla—. Mataron a la mitad de mis hombres, ¿recuerdas? Y a Jamie también, por si no te has enterado. Se los comieron los malditos infectados… —continué—. Los destrozaron tan rápido que no fui capaz de usar la sangre de…

   —¡Sé lo que ocurrió con Jamie y los demás! —interrumpió, me gritó sobre la cara y me zamarreó los hombros violentamente. Mi mundo se estremeció un poco más entonces. Sus dedos se clavaron en la depresión que formaban mi clavícula y mi cuello—. Tú, maldito bastardo…

   —¿Me culpas a mí? —reí— ¿Me estás jodiendo, ¿verdad?

   —Debiste haber esperado para atacar —dijo.

   —¡Tú! —le grité, harto de toda la mierda que decía, e intenté quitármelo de encima—. ¡Tú en primer lugar nunca debiste haber dejado ir a Cobra hace cinco años atrás! ¡Si tú hubieras hecho las cosas bien por una sola puta vez en tu maldita vida…!

El puñetazo que me dio me sacudió la vista y me obligó a callar. No me lo esperaba.

   —¿Tu amistad con el líder de La Hermandad también es mi culpa? —ironizó

   —¿Cómo…?

   —¿Creíste que mis hombres no iban a contarme? —preguntó—. Supe que se hicieron amigos. E incluso planearon atacar a Cobra juntos con su ejército de zombies podridos… —hizo una pausa y me miró a los ojos que, quizás por el efecto de la borrachera monumental que atravesaba, se veían mucho más azules e intensos. Fríos, como el maldito océano más helado del planeta—. ¿Qué pasó? ¿Qué te salió mal?

   —S-Se enteró… —balbuceé. Arrastraba las palabras y apenas me daba cuenta.

   —¿Se enteró de qué?

   —Sobre la sangre de Reed… —dije. Mentira. Una puta mentira. Él no se había enterado de una mierda. Yo lo había engañado, había saltado sobre él y lo había matado con mis propias manos. Y lo peor es que él no lo merecía. Lo peor es que él sólo me había hecho sentir como en casa. Joder, qué hijo de puta fui—. Creí que querría traicionarnos y… —callé cuando él me soltó y algo pareció desconcertarlo. Me miró, con los ojos muy abiertos y notablemente sorprendido.

   —¿Por qué demonios estás llorando, Cuervo? —preguntó.

   —¿Llorando? —me toqué el rostro para comprobarlo y mis manos se sintieron húmedas—. No seas ridículo.

   —¿Y esas lágrimas?

   —Acabas de golpearme la cara, idiota. ¿Crees que no voy a reaccionar?

Acercó su rostro al mío y respiró sobre mi boca.

   —Creí que te gustaba —susurró. Claro que me gustaba. La forma en que me follaba, la forma en la que golpeaba me volvía absolutamente loco. Pero ahora mismo no podía sentir dolor. No era capaz de hacerlo. Todos mis sentidos y receptores estaban dormidos por el alcohol. Todo lo que le había metido a mi cuerpo hoy me impedía sentir algo—. Cuéntame lo que pasó en La Hermandad —insistió y se acercó un poco más para morderme el labio inferior y tironearlo entre sus dientes, pero la sensación electrizante que eso debía causarme no me alcanzó—. Cuéntame lo que pasó con su líder, específicamente.

   —¿A-A quién demonios...a quién le importa Steiss? —gruñí—. En serio, ¿a quién…?

   —¿Steiss? —sonrió, justo con esa sonrisa que usaba cuando encontraba algo interesante—. ¿Por qué me suena familiar? —dudó—. Ah, sí. Suena como el nombre del hombre al que voy a romperle todos los malditos huesos mañana.

   —¿De qué hablas? —contrarié—. Él ya no importa ahora.

Sus labios bajaron por mi cuello lentamente.

   —Suenas como si lo protegieras de algo… como si en realidad te importara —acusó.

   —No realmente.

Tiró de mi cabello para enderezar mi cabeza y mirarme directo a los ojos. Eso tampoco lo sentí.

   —Ahora suenas como un mentiroso —dijo. Conocía a Scorpion, sabía perfectamente cuando estaba enojado; mientras más calmada se oyera su voz, más ganas tendría de arrancarte la cabeza. Ahora mismo el tranquilo y arrastrado tono de su voz no concordaba con la mirada que me lanzó; esa que lo odiaba todo. En especial a mí. Pero en ese momento no me importó.

   —Está bien… —admití—. Tuve algo con él.

Él sonrió y su peso sobre mí pareció alivianarse. Aproveché el momento y me lo quité de encima para liberarme.

   —Eres una puta —dijo.

Me tambaleé hacia la puerta. Iba a largarme y volvería a la fiesta. Esta conversación no tenía sentido. 

 —Lo que tú digas —contesté.

 —¿Te lo cogiste? —preguntó.

Sonreí.

   —¿Y qué si lo hice? —me burlé, sin voltear hacia él para decir eso—. ¿Quién demonios eres para exigir exclusividad ahora? —tomé la manilla y pensé en salir de ahí, pero un incontrolable y profundo resentimiento hacia Scorpion me movió a continuar. Era inevitable, me salía desde dentro—. Yo te diré quién eres… —continué—. Eres un imbécil, Noah Rousseau. El idiota más grande que he conocido en mi puta vida y un… —Él se movió rápido, a pesar de lo borracho que estaba, me agarró del cabello y me empujó contra la puerta.

   —Te diré qué más soy, maldito pedazo de mierda —presionó mi cabeza contra la puerta. Quise moverme, pero él me inmovilizó con una llave que aplicó sobre mi brazo cuando lo dobló tras mi espalda—. Eh, eh… ¿para dónde demonios crees que vas? No he terminado contigo —susurró en mi oído.

   —Voy a romperte la cara —le advertí.

   —Estás tan ebrio que apenas te puedes mantener en pie… —se burló y siguió—: Soy tu jodido dueño, Branwen. Y tú respondes ante mí.

No, no. Yo no era pertenencia de nadie.

   —En tus sueños… —me reí.

Oí un golpe y, enseguida, vi sangre bajar por delante de mis ojos. Me sentí todavía más mareado, más de lo que había estado en toda la noche. Mis oídos pitaron y mi alrededor se retorció.

   —¿¡Qué demo…!? —No alcancé a terminar la pregunta cuando me sacudí contra el suelo otra vez. Él me había lanzado lejos. Me toqué la frente y vi las puntas de mis dedos cubiertas de un rojo líquido. Me había azotado la cabeza contra la puerta.  

Caminó hacia mí y desabrochó su cinturón, que me lanzó encima. Quise levantarme y mis codos se doblaron por sí solos cuando apoyé las manos en el piso. Esta vez no iba a lograrlo. Me quedé en el suelo y me cubrí la vista con el antebrazo.

  —Olvídalo… —le dije e intenté limpiar la sangre con mis pantalones.

   —Cállate.

Se lanzó sobre mí, le detuve a medio camino y ambos forcejeamos. Demonios, Scorpion era fuerte, jodidamente fuerte y, en ese momento, me arrepentí un poco de haberle enseñado todo lo que le enseñé y de haberle ayudado a obtener el mismo entrenamiento que recibí yo antes de que E.L.L.O.S soltara el virus. Ahora todo eso jugaba en mi contra.

Yo estaba borracho. Él no tanto. En medio de la pelea, me volteó, envolvió mi cuello con su antebrazo y me cortó el aire que involuntariamente luché por mantener dentro de mis pulmones, sin demasiado éxito. Sentí su mano, caliente como un infierno, bajar mis pantalones.

   —N-No —gemí desesperadamente. Me ahogaba. No podía respirar.

   —¿Así es cómo te lo follaste? —preguntó y rio—. ¿O fuiste más suave con él? —Por primera vez en todo este tiempo, el ruido que hizo su ropa al deslizarse por sus piernas me causó pánico.

   —¡No! —grité, pero ya era muy tarde. Le sentí entrar, de un sólo golpe, violentamente y sin cuidados—. ¡No, joder! —Esta vez sí sentí el dolor punzar dentro de mí, pero éste no me agrado en absoluto y, es más, el escalofrío que me causó se sintió justamente así; frío, doloroso y angustiante. Golpeé el suelo con el puño, frustrado, un sinfín de veces—. ¡No! —repetí. Su pecho chocó contra mi espalda y le oí gemir en mi cuello. Las manos me temblaron—. Detente, Scorpion… —Demonios. No, no así. Él me agarró de la cintura con una mano y me folló más fuerte—. ¡Para! —En ese momento, pensé en Steiss. Y me pregunté si la asquerosa sensación que recorría mi cuerpo ahora mismo se debía a una especie de karma; un castigo por haberle hecho lo que le hice—. No quiero…

Él deshizo la llave que me asfixiaba y me jaló todo el cabello hacia atrás.

   —¡Cállate! —gritó, furioso. Intenté alcanzar su mano para sacármela de encima, pero él me embistió más fuerte y pude sentir toda la bestialidad de su pene quebrarme fibra a fibra, tan fuerte que creí me rompería las entrañas. Quise retorcerme, pero él me jaló otra vez, con tanta fuerza que mi cuerpo no pudo moverse un sólo centímetro. Mi vista tambaleó como nunca antes lo había hecho.  

   —¡Vete al infierno, Scorpion! —gimoteé entrecortadamente. Todavía no recuperaba el aliento—. J-Jódete… —Él me aplastó la cara contra las baldosas y volví a golpearme en la cabeza. Y me quejé en voz baja, porque en algún momento entendí que gritar no iba a servirme de nada en esta ocasión. No con él, que jamás atendió ningún grito—. P-Púdrete… —mascullé. Él levantó mis caderas y me cogió más duro. Me mordí los labios para ahogar el dolor y me concentré en disfrutarlo. Lo intenté, quería hacerlo. Pero no lo logré. Temblaba, tenía escalofríos desagradables y quería vomitar. Esto dolía, dolía como había olvidado que dolían ciertas cosas, ciertas situaciones, ciertas traiciones como estas. Por primera vez, él me daba miedo y me hacía temblar—. D-Demonios… —sollocé, y me sorprendí de oírme a mí mismo con la voz quebrada. Le rogué como nunca pensé que le haría. Pedí que me soltara. No podía más—. N-Noah… —supliqué—. Detenlo, por favor...

Él paró abruptamente. Salió de mi interior, me soltó y se apartó de mí.

Y yo me quedé allí en el suelo por algunos segundos, abrazado a mis rodillas para calmar aquella repugnante sensación y controlar los temblores involuntarios de mi cuerpo, de los que desconocía su origen.

Se cubrió la boca, como si algo de todo lo que acababa de hacer le sorprendiera realmente. Maldito mentiroso.

Subí mis pantalones como pude, detuve la convulsión en mis rodillas y muñecas y me puse de pie. Él también se levantó y se vistió. Nos miramos a los ojos por algunos segundos.

   —Cuer… —quiso decir. Actué antes de pensarlo y le di un puñetazo en la mandíbula.

   —¡Eres un hijo de puta! —le grité y lo empujé para alejarlo de mí, todavía más lejos. Lo quería a cien mil millas de distancia—. Y el peor maldito error que he cometido en la vida —solté, sin más. No era verdad, pero no podía detenerme. Estaba lastimado como nunca antes lo había estado y él había abierto todas las heridas—. Nunca debí ayudarte a salir de ese basurero… —Scorpion se reincorporó, se quitó la sangre de los labios y me lanzó una mirada fría y punzante, como un millón de agujas que clavó todas sobre mí. Me odiaba, de seguro. Pero esta vez yo no quería ese odio. No quería nada de él—. No vuelvas a dirigirme la puta palabra o voy a matarte, ¿me oíste?

No esperé su respuesta y salí de esa habitación, con algo más que la frente y el jodido culo rotos. Demonios, lo intenté. Miles de veces. Pero Scorpion y su maldito egoísmo podrían pudrirse en el infierno ahora. Ya había perdido demasiado por ellos.

Tenía que salir de aquí y perderme. Tenía que irme al demonio yo también. Este no era mi lugar, nunca lo fue. Ni esto, ni La Hermandad, ni la alianza que había formado con Scorpion bajo la ridícula creencia de que podría funcionar. Todo tenía un límite. Y yo ya había alcanzado el mío.

Me sequé la cara con el antebrazo para quitar un par de lágrimas que me fue imposible contener. Sí, quizás estaba muy borracho esa noche.

Respiré hondo y reprimí. Ya casi era una costumbre.

   —Eh, Cuervo… ¿todo…?  —Aiden salió del vestíbulo donde la fiesta todavía seguía su curso. Al interior, oí gritos eufóricos y música bailable. Pero no quería nada de eso ahora. El chico me miró y, por un momento, me pareció que él sabía todo lo que había pasado. Quizás fue una alucinación mía. Pasé de él y seguí mi camino—. ¡Hey! ¿¡Para dónde vas!? ¡Cuervo, escúchame…!

Iba a salir de aquí, necesitaba hacerlo. Ahora más que nunca necesitaba desaparecer y escapar. Irme lo más lejos posible. Incluso esas cien mil millas me parecieron poco.

Tan sólo quería borrarme.

 

 

 

La música se distorsionó y la iluminación cambió drásticamente cuando atravesamos la puerta. Mi horizonte tambaleó y se pintó de tonalidades oscuras que parecieron vibrar como si estuviera bajo el agua.

   —E-Eh…—me quejé en un balbuceo. Sentía la lengua lánguida, como un maldito chicle que se quedó sin sabor por masticarlo demasiado. ¿Para dónde carajos me llevas, Scorpion? —intenté quitarme su mano de encima—. ¡Me la estaba pasando bien!

El bufó, pero no respondió.

   —Joder, hombre. ¿M-Me estás escuchando? —El pasillo se movía de un lado para el otro. Él tiro más bruscamente de mí e intentó acelerar el paso. Me llevaba a alguna parte, no sé dónde. No importaba—. ¡Ya suéltame, maldición! —logré apartarlo, apoyé las manos contra la muralla, para encontrar algo de estabilidad en medio de esa arena movediza, y vomité lo último que había comido.

Joder, estaba demasiado borracho.

   —¡Mírate! —Él alzó la voz y su aliento alcohólico me golpeó directo en las fosas nasales. ¿O era el mío? Me sobresalté cuando le dio un puñetazo a la muralla que casi me rozó la cabeza. Sentí cómo el cráneo se me partía en pequeños pedacitos por culpa del ruido.  

   —¿¡Puedes callarte!? —le grité—. Eres tan ruidoso, joder —Sus manos me agarraron de la chaqueta, me arrastraron un par de pasos por el interminable pasillo y me lanzaron dentro de una habitación—. ¿¡Cuál es tu maldito problema!?

Scorpion encendió la luz y ésta me encegueció por algunos segundos. Entonces le vi ahí de pie. Me miraba con los afilados ojos azules cargados de veneno y rabia.

«Demonios. Esta vez va a matarme», pensé.

   —¿Mi problema? —Él no se movió. O, si lo hizo, no me di cuenta. Todo daba vueltas alrededor de mí y no podía controlarlo ni evitarlo. Se cruzó de brazos y se apoyó contra la puerta—. Tú eres el pobre imbécil que hizo el ridículo allá adentro.

Me reí.

   —¿Yo? —quise levantarme. No lo logré al primer intento y tuve que sujetarme de una de las camas que había allí—. Tú fuiste el que me sacó y montó un escándalo… ¿G-Golpeaste a Siete? —pregunté y me di cuenta muy tarde de lo que había ocurrido—. ¿Golpeaste a uno de mis hombres, maldito cabrón?

   —¿Y qué si lo hice? —rio—. Tenía que separarlos de alguna forma.

   —¡Estábamos cantando! —grité.

   —Se estaban besando.

   —¿¡Y eso qué!? —me acerque a él, con toda la disposición de matarlo o darle un golpe que jamás olvidaría—. ¿Desde cuándo te importa con quién me beso? —le lancé un puñetazo, él lo atrapó en el aire y estrujó mi mano con fuerza. Aproveché el momento, agarré su brazo y lo jalé hacia mí, lejos de la puerta. Tambaleó—. ¡Ja! —me burlé—. ¡Mírate! ¡Tú también estás borracho! —Se soltó de mi agarre y me empujó. Di un traspiés, intenté requilibrarme y finalmente caí sobre una cama—. M-Maldición… —me quejé. El techo también giraba sin que pudiera detenerlo.

Se sentó a horcajadas sobre mí y sujetó mis manos por detrás de mi cabeza. Me sentía tan mareado que no fui capaz de quitármelo de encima. 

   —¿Con quién más lo has hecho? —preguntó y gruñó, como un perro. Sí. Él se veía justo como un maldito perro ahora mismo.  

   —¿Y a ti qué demonios te importa?

   —¿Qué pasó en La Hermandad? —continuó con su interrogatorio. ¿La Hermandad? ¡La Hermandad podía irse toda al infierno! ¿Que qué había pasado? ¿Y ahora venía a preguntar algo como eso?—. Habla.

   —¿Qué pasó? —le remedé en tono de burla—. Mataron a la mitad de mis hombres, ¿recuerdas? Y a Jamie también, por si no te has enterado. Se los comieron los malditos infectados… —continué—. Los destrozaron tan rápido que no fui capaz de usar la sangre de…

   —¡Sé lo que ocurrió con Jamie y los demás! —interrumpió, me gritó sobre la cara y me zamarreó los hombros violentamente. Mi mundo se estremeció un poco más entonces. Sus dedos se clavaron en la depresión que formaban mi clavícula y mi cuello—. Tú, maldito bastardo…

   —¿Me culpas a mí? —reí— ¿Me estás jodiendo, ¿verdad?

   —Debiste haber esperado para atacar —dijo.

   —¡Tú! —le grité, harto de toda la mierda que decía, e intenté quitármelo de encima—. ¡Tú en primer lugar nunca debiste haber dejado ir a Cobra hace cinco años atrás! ¡Si tú hubieras hecho las cosas bien por una sola puta vez en tu maldita vida…!

El puñetazo que me dio me sacudió la vista y me obligó a callar. No me lo esperaba.

   —¿Tu amistad con el líder de La Hermandad también es mi culpa? —ironizó

   —¿Cómo…?

   —¿Creíste que mis hombres no iban a contarme? —preguntó—. Supe que se hicieron amigos. E incluso planearon atacar a Cobra juntos con su ejército de zombies podridos… —hizo una pausa y me miró a los ojos que, quizás por el efecto de la borrachera monumental que atravesaba, se veían mucho más azules e intensos. Fríos, como el maldito océano más helado del planeta—. ¿Qué pasó? ¿Qué te salió mal?

   —S-Se enteró… —balbuceé. Arrastraba las palabras y apenas me daba cuenta.

   —¿Se enteró de qué?

   —Sobre la sangre de Reed… —dije. Mentira. Una puta mentira. Él no se había enterado de una mierda. Yo lo había engañado, había saltado sobre él y lo había matado con mis propias manos. Y lo peor es que él no lo merecía. Lo peor es que él sólo me había hecho sentir como en casa. Joder, qué hijo de puta fui—. Creí que querría traicionarnos y… —callé cuando él me soltó y algo pareció desconcertarlo. Me miró, con los ojos muy abiertos y notablemente sorprendido.

   —¿Por qué demonios estás llorando, Cuervo? —preguntó.

   —¿Llorando? —me toqué el rostro para comprobarlo y mis manos se sintieron húmedas—. No seas ridículo.

   —¿Y esas lágrimas?

   —Acabas de golpearme la cara, idiota. ¿Crees que no voy a reaccionar?

Acercó su rostro al mío y respiró sobre mi boca.

   —Creí que te gustaba —susurró. Claro que me gustaba. La forma en que me follaba, la forma en la que golpeaba me volvía absolutamente loco. Pero ahora mismo no podía sentir dolor. No era capaz de hacerlo. Todos mis sentidos y receptores estaban dormidos por el alcohol. Todo lo que le había metido a mi cuerpo hoy me impedía sentir algo—. Cuéntame lo que pasó en La Hermandad —insistió y se acercó un poco más para morderme el labio inferior y tironearlo entre sus dientes, pero la sensación electrizante que eso debía causarme no me alcanzó—. Cuéntame lo que pasó con su líder, específicamente.

   —¿A-A quién demonios...a quién le importa Steiss? —gruñí—. En serio, ¿a quién…?

   —¿Steiss? —sonrió, justo con esa sonrisa que usaba cuando encontraba algo interesante—. ¿Por qué me suena familiar? —dudó—. Ah, sí. Suena como el nombre del hombre al que voy a romperle todos los malditos huesos mañana.

   —¿De qué hablas? —contrarié—. Él ya no importa ahora.

Sus labios bajaron por mi cuello lentamente.

   —Suenas como si lo protegieras de algo… como si en realidad te importara —acusó.

   —No realmente.

Tiró de mi cabello para enderezar mi cabeza y mirarme directo a los ojos. Eso tampoco lo sentí.

   —Ahora suenas como un mentiroso —dijo. Conocía a Scorpion, sabía perfectamente cuando estaba enojado; mientras más calmada se oyera su voz, más ganas tendría de arrancarte la cabeza. Ahora mismo el tranquilo y arrastrado tono de su voz no concordaba con la mirada que me lanzó; esa que lo odiaba todo. En especial a mí. Pero en ese momento no me importó.

   —Está bien… —admití—. Tuve algo con él.

Él sonrió y su peso sobre mí pareció alivianarse. Aproveché el momento y me lo quité de encima para liberarme.

   —Eres una puta —dijo.

Me tambaleé hacia la puerta. Iba a largarme y volvería a la fiesta. Esta conversación no tenía sentido. 

 —Lo que tú digas —contesté.

 —¿Te lo cogiste? —preguntó.

Sonreí.

   —¿Y qué si lo hice? —me burlé, sin voltear hacia él para decir eso—. ¿Quién demonios eres para exigir exclusividad ahora? —tomé la manilla y pensé en salir de ahí, pero un incontrolable y profundo resentimiento hacia Scorpion me movió a continuar. Era inevitable, me salía desde dentro—. Yo te diré quién eres… —continué—. Eres un imbécil, Noah Rousseau. El idiota más grande que he conocido en mi puta vida y un… —Él se movió rápido, a pesar de lo borracho que estaba, me agarró del cabello y me empujó contra la puerta.

   —Te diré qué más soy, maldito pedazo de mierda —presionó mi cabeza contra la puerta. Quise moverme, pero él me inmovilizó con una llave que aplicó sobre mi brazo cuando lo dobló tras mi espalda—. Eh, eh… ¿para dónde demonios crees que vas? No he terminado contigo —susurró en mi oído.

   —Voy a romperte la cara —le advertí.

   —Estás tan ebrio que apenas te puedes mantener en pie… —se burló y siguió—: Soy tu jodido dueño, Branwen. Y tú respondes ante mí.

No, no. Yo no era pertenencia de nadie.

   —En tus sueños… —me reí.

Oí un golpe y, enseguida, vi sangre bajar por delante de mis ojos. Me sentí todavía más mareado, más de lo que había estado en toda la noche. Mis oídos pitaron y mi alrededor se retorció.

   —¿¡Qué demo…!? —No alcancé a terminar la pregunta cuando me sacudí contra el suelo otra vez. Él me había lanzado lejos. Me toqué la frente y vi las puntas de mis dedos cubiertas de un rojo líquido. Me había azotado la cabeza contra la puerta.  

Caminó hacia mí y desabrochó su cinturón, que me lanzó encima. Quise levantarme y mis codos se doblaron por sí solos cuando apoyé las manos en el piso. Esta vez no iba a lograrlo. Me quedé en el suelo y me cubrí la vista con el antebrazo.

  —Olvídalo… —le dije e intenté limpiar la sangre con mis pantalones.

   —Cállate.

Se lanzó sobre mí, le detuve a medio camino y ambos forcejeamos. Demonios, Scorpion era fuerte, jodidamente fuerte y, en ese momento, me arrepentí un poco de haberle enseñado todo lo que le enseñé y de haberle ayudado a obtener el mismo entrenamiento que recibí yo antes de que E.L.L.O.S soltara el virus. Ahora todo eso jugaba en mi contra.

Yo estaba borracho. Él no tanto. En medio de la pelea, me volteó, envolvió mi cuello con su antebrazo y me cortó el aire que involuntariamente luché por mantener dentro de mis pulmones, sin demasiado éxito. Sentí su mano, caliente como un infierno, bajar mis pantalones.

   —N-No —gemí desesperadamente. Me ahogaba. No podía respirar.

   —¿Así es cómo te lo follaste? —preguntó y rio—. ¿O fuiste más suave con él? —Por primera vez en todo este tiempo, el ruido que hizo su ropa al deslizarse por sus piernas me causó pánico.

   —¡No! —grité, pero ya era muy tarde. Le sentí entrar, de un sólo golpe, violentamente y sin cuidados—. ¡No, joder! —Esta vez sí sentí el dolor punzar dentro de mí, pero éste no me agrado en absoluto y, es más, el escalofrío que me causó se sintió justamente así; frío, doloroso y angustiante. Golpeé el suelo con el puño, frustrado, un sinfín de veces—. ¡No! —repetí. Su pecho chocó contra mi espalda y le oí gemir en mi cuello. Las manos me temblaron—. Detente, Scorpion… —Demonios. No, no así. Él me agarró de la cintura con una mano y me folló más fuerte—. ¡Para! —En ese momento, pensé en Steiss. Y me pregunté si la asquerosa sensación que recorría mi cuerpo ahora mismo se debía a una especie de karma; un castigo por haberle hecho lo que le hice—. No quiero…

Él deshizo la llave que me asfixiaba y me jaló todo el cabello hacia atrás.

   —¡Cállate! —gritó, furioso. Intenté alcanzar su mano para sacármela de encima, pero él me embistió más fuerte y pude sentir toda la bestialidad de su pene quebrarme fibra a fibra, tan fuerte que creí me rompería las entrañas. Quise retorcerme, pero él me jaló otra vez, con tanta fuerza que mi cuerpo no pudo moverse un sólo centímetro. Mi vista tambaleó como nunca antes lo había hecho.  

   —¡Vete al infierno, Scorpion! —gimoteé entrecortadamente. Todavía no recuperaba el aliento—. J-Jódete… —Él me aplastó la cara contra las baldosas y volví a golpearme en la cabeza. Y me quejé en voz baja, porque en algún momento entendí que gritar no iba a servirme de nada en esta ocasión. No con él, que jamás atendió ningún grito—. P-Púdrete… —mascullé. Él levantó mis caderas y me cogió más duro. Me mordí los labios para ahogar el dolor y me concentré en disfrutarlo. Lo intenté, quería hacerlo. Pero no lo logré. Temblaba, tenía escalofríos desagradables y quería vomitar. Esto dolía, dolía como había olvidado que dolían ciertas cosas, ciertas situaciones, ciertas traiciones como estas. Por primera vez, él me daba miedo y me hacía temblar—. D-Demonios… —sollocé, y me sorprendí de oírme a mí mismo con la voz quebrada. Le rogué como nunca pensé que le haría. Pedí que me soltara. No podía más—. N-Noah… —supliqué—. Detenlo, por favor...

Él paró abruptamente. Salió de mi interior, me soltó y se apartó de mí.

Y yo me quedé allí en el suelo por algunos segundos, abrazado a mis rodillas para calmar aquella repugnante sensación y controlar los temblores involuntarios de mi cuerpo, de los que desconocía su origen.

Se cubrió la boca, como si algo de todo lo que acababa de hacer le sorprendiera realmente. Maldito mentiroso.

Subí mis pantalones como pude, detuve la convulsión en mis rodillas y muñecas y me puse de pie. Él también se levantó y se vistió. Nos miramos a los ojos por algunos segundos.

   —Cuer… —quiso decir. Actué antes de pensarlo y le di un puñetazo en la mandíbula.

   —¡Eres un hijo de puta! —le grité y lo empujé para alejarlo de mí, todavía más lejos. Lo quería a cien mil millas de distancia—. Y el peor maldito error que he cometido en la vida —solté, sin más. No era verdad, pero no podía detenerme. Estaba lastimado como nunca antes lo había estado y él había abierto todas las heridas—. Nunca debí ayudarte a salir de ese basurero… —Scorpion se reincorporó, se quitó la sangre de los labios y me lanzó una mirada fría y punzante, como un millón de agujas que clavó todas sobre mí. Me odiaba, de seguro. Pero esta vez yo no quería ese odio. No quería nada de él—. No vuelvas a dirigirme la puta palabra o voy a matarte, ¿me oíste?

No esperé su respuesta y salí de esa habitación, con algo más que la frente y el jodido culo rotos. Demonios, lo intenté. Miles de veces. Pero Scorpion y su maldito egoísmo podrían pudrirse en el infierno ahora. Ya había perdido demasiado por ellos.

Tenía que salir de aquí y perderme. Tenía que irme al demonio yo también. Este no era mi lugar, nunca lo fue. Ni esto, ni La Hermandad, ni la alianza que había formado con Scorpion bajo la ridícula creencia de que podría funcionar. Todo tenía un límite. Y yo ya había alcanzado el mío.

Me sequé la cara con el antebrazo para quitar un par de lágrimas que me fue imposible contener. Sí, quizás estaba muy borracho esa noche.

Respiré hondo y reprimí. Ya casi era una costumbre.

   —Eh, Cuervo… ¿todo…?  —Aiden salió del vestíbulo donde la fiesta todavía seguía su curso. Al interior, oí gritos eufóricos y música bailable. Pero no quería nada de eso ahora. El chico me miró y, por un momento, me pareció que él sabía todo lo que había pasado. Quizás fue una alucinación mía. Pasé de él y seguí mi camino—. ¡Hey! ¿¡Para dónde vas!? ¡Cuervo, escúchame…!

Iba a salir de aquí, necesitaba hacerlo. Ahora más que nunca necesitaba desaparecer y escapar. Irme lo más lejos posible. Incluso esas cien mil millas me parecieron poco.

Tan sólo quería borrarme.

 

 

 

Notas finales:

Ok, ok... hablemos sobre Scorpion y lo bajo que acaba de caer. Ese hombre ya se desmadró. Y el golpe que le hará aterrizarse será muy, muy duro. 

Sé que muchos de uds lo aman, pero deben tener en cuenta que él es TODO LO QUE NO DEBEMOS SER en la vida. Nunca dejen que alguien los trate como él trata a la gente.

¿Fue violación o no? Eso lo dejo a interpretación propia. Sabemos que Cuervo es más "fuerte", "menos sentimental" y sus límites son tan lejanos y él está tan roto que probablemente no se dio cuenta de ello,  pero de que hubo abuso, lo hubo. Y también hubo una traición a la relación que él y Scorpion tenían. Esa relación tenía ciertos "códigos" que Scorpion acaba de romper. 

¿El Scorvo está oficialmente quebrado? Sí, podríamos decir que sí. 

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas? ¿Predicciones? Pueden dejarlo todo en un lindo -o...no tan lindo, esta vez- review. Son libres de lanzarme todo su odio enicma xD me lo merezco. Créanme, yo también sufrí escribiendo este capítulo.  

La próxima semana estoy llena de pruebas, espero que el tiempo me de para actualizar. 

Nos leemos luego!


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