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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Bueeenas, gente ! 

Me adelanté un día para actualizar (probablemente mañana no pueda hacerlo) y será doble (ya que el capítulo que le sigue a este salió un poco cortito)

A ver, a ver. Este es un capítulo especial, debido a que antes de que Cobra muriera, dije que el que adivinaba cómo iba a morir iba a ganarse un premio. Rack adivinó y como recompensa pidió un capítulo Scorvo, así que aquí está
LO QUE ESTÁN A PUNTO DE LEER ES COMPLETAMENTE CANON. No es ningún sueño, como el capítulo especial de la primera temporada. Pasó, después de la primera temporada y antes de la segunda. Es una especie de capítulo "intermedio" 

Pónganle atención, porque jamás Scorpion había hablado tanto de sus pensamientos (y sentimientos) y doy varias pistas sobre cosas que pasarán en un futuro, y cosas que pasaron antes. 


Espero que les guste

––––––––Dos años después del desastre –––––––

Te veo pasar por encima de mi cabeza. Estás en el aire y, por un momento, tu chaqueta se abre por la fuerza del viento. Lo que veo entonces ya no es a un cabrón enloquecido con una granada en la mano, si no un ave, con las alas muy abiertas, que vuela sobre mí. Y casi parece que flotas de verdad.

Meto la cabeza en la ventanilla del auto.

   —¡Acelera! —le ordeno, entre risas, al conductor. Me encanta cuando haces esto, me encanta cuando te comportas como un maldito lunático—. ¡Si la explosión coge el auto voy a matarte! —El velocímetro sobrepasa los ochenta kilómetros por hora en cuestión de segundos y te veo aterrizar frente a mí, en el techo de la camioneta que está delante. Asomo la mitad del cuerpo por la ventanilla una vez más, cojo el lanzacohetes, fijo y disparo.

Tu granada detona primero, luego, la explosión que causa mi proyectil impacta y hace estallar todo. Todo vuela por los aires; los cuerpos, los coches y las armas. Todo revienta y salta a nuestras espaldas como un montón de fuegos artificiales.

   —¡Ese fue el último! —celebra el gorila que está al volante. Es un hombre que mide casi dos metros y debe pesar por lo menos cien kilos, pero le veo celebrar como una niñita mientras te observa con los ojos brillantes por algún fanatismo que no me interesa entender. Saca la cabeza por la ventana y grita—: ¡Ese fue un salto genial, Cuervo! —Su pasión me causa gracia y vergüenza ajena por partes iguales. Provocas ese efecto en la gente; admiración y adoración. Sueles deslumbrarlos con esta clase de estupideces y estos saltos suicidas que te hacen ver más bien como un bicho inmortal que como cualquier otra cosa. Incluso yo, más de una vez y justo como hoy, me he sentido asombrado por eso.

Y es que me encanta ver cómo arriesgas tu vida por divertirte a ti mismo.  

   —¡Mira al frente, imbécil! —le grito al hombre cuando veo que estás a punto de saltar hacia aquí. El idiota llega tarde al volante y tengo que tomarlo antes para volver a la carretera y bajar la velocidad. Alcanzo a descender a setenta antes de que toques mi techo, ruedes por él un par de veces y te sujetes al marco de mi ventanilla abierta. Me muevo para abrir la ventana de atrás, tú te percatas y entras por ahí.

Te dejas caer en el asiento trasero. Apestas a pólvora, a sangre y a sudor. Te gusta el trabajo de campo, lo sé. Siempre estás metido en medio de la batalla. Lo he pensado varias veces, y creo que necesitas esto para mantenerte vivo. Necesitas el peligro y el riesgo. Necesitas sentirte cercano a la muerte.

Me fijo en tu pecho, descubierto por culpa de tu camiseta que está completamente destrozada, y lo veo subir y bajar arrítmicamente mientras jadeas por el cansancio. Entonces siento la necesidad de apartarnos del camino, detener el auto y follarte hasta que lo sientas de verdad.

Yo puedo hacerte sentir cerca de la muerte.

Me muerdo los labios y carraspeo la garganta.  

   —Detén el auto, Dennel —Disfruto de la vista que me da tu rostro por el retrovisor al oír mi orden; levantas la cabeza y buscas mi mirada en el reflejo. Pareces confundido. Parece que quieres preguntar. Pero creo que lo entiendes.

Saco una mano por la ventana y hago una seña para que el vehículo que va atrás se detenga. Lo hace y Dennel también.

   —¿Scorpion? —me pregunta.

   —Baja del auto. Ve con el grupo de Lee.  

   —P-Pero…

   —¡Baja del auto! —grito—. Olvidé que tengo algo que hacer. Y será mejor que no vengas —Impaciente, espero a que ese idiota mueva su gordo trasero antes de sentarme en el asiento del conductor y tomar el volante—. Llegaremos antes del atardecer. Avísale al resto.

   —A la orden —espero a que Dennel corra hacia el otro auto, se suba y el vehículo parta. Espero dos minutos. Los dos jodidos minutos más largos de mi vida. Entonces piso el acelerador a fondo y doy la vuelta.

Sólo entonces te atreves a hablar.

   —¿A dónde vamos? —preguntas—. ¿Estás volviendo al fuego?

«Siempre estoy en medio del fuego.»

   —Oye, Scorpion…. —estiras tus pies y los pones sobre el respaldo de mi asiento. Tus botas molestan en mis orejas—. ¿No vas a decirme nada? ¿Dónde carajo nos llevas? —aparto tu pie con una mano, pero vuelves a cargarlo en mi cabeza.

   —Púdrete —gruño y detengo el auto. Ya estamos cerca del desastre. Pongo las manos sobre el volante y lo aprieto entre mis dedos hasta asegurarme que has oído cómo suena el cuero al estrujarse, porque de la misma forma oprimiré tu piel en unos minutos más. Otra vez, vuelves a mirarme a través del reflejo del espejo—. Baja del auto, Brann.

Sonríes. Joder, estás loco. Cualquiera en tu situación se habría cagado en los pantalones al oírme hablar así. Pero tú no. Tú eres diferente.

Abres la puerta y sales. Te sigo y rodeo el auto para alcanzarte.

   —Bien… —abres los brazos y miras a tu alrededor—. Aquí estamos. ¿Ahora qu…? —me abalanzo contra ti y te empujo contra la carrocería. Te tomo por las caderas para levantarte y tú enredas tus piernas en mi cintura. Eres como una jodida puta, siempre preparado para cualquier momento y situación. Nunca logro tomarte por sorpresa y tú nunca me sorprendes con tu comportamiento—. Vaya… —gimes en mi oído cuando meto las manos bajo tu camiseta y araño tu espalda—. A-Ah, así que era eso.

Cambio de opinión, vuelvo a levantarte y te aparto del auto.

   —¿Q-Qué? —Ahora sí suenas sorprendido—. ¿Qué haces?

   —Vamos a dar un paseo —bromeo. No veo una mierda con tu pecho y cuello frente a mi cara, pero me las arreglo para bajar por los escombros del cruce que acabamos de volar y descender hasta tierra húmeda y salvaje. Te gustan los bosques, ¿no? Me he dado cuenta de ello. Azoto tu espalda contra la corteza de un árbol y te bajo de mis brazos—. ¿Esto te trae recuerdos, Cuervo?

   —N-Noa… —parece que estás a punto de llamarme por mi verdadero nombre, pero sabes que odio eso. Me preocupo de advertírtelo cuando hundo mis dientes en tu cuello—. Scorpion… —suspiras contra mi oído. Te arranco la chaqueta y forcejeo contra ese maldito cinturón de cuero que siempre traes puesto y que me jode la maldita existencia. Te lo quito y estoy a punto de lanzarlo lejos, pero se me ocurre una mejor idea.

Amarro esa cosa a tu cuello y tiro de ella hasta cortarte el aire.

   —No me llames de esa forma —me levanto y tú te arrodillas frente a mí para no ser asfixiado. Disfruto por unos momentos de la vista y de lo caliente que te ves bajo mis pies. Entonces tu rostro comienza a enrojecer y suelto un poco la sujeción para que logres respirar, pero no tardo en volver a tirar y emites un jadeo, como una tos, cuando te ahorco otra vez. No voy a negarlo, disfruto de esto y de tus reacciones. Eres un animal salvaje que no le molesta ser maltratado y que no siente nada por mucho que lo dañen.

Y no voy a mentir; me fascina la idea de ser yo quien cause todas tus heridas.

Jalo de la correa para que te levantes, tuerzo tu brazo en tu espalda y te aviento contra el árbol. Sabes lo que va a pasar, siento tu cuerpo estremecerse contra el mío cuando éste adivina lo que estoy a punto de hacer. Tomo las trabillas de tu pantalón entre mis dedos y espero que lo pidas.

   —Ya fóllame —ruegas, con tu rostro magullado contra la madera.

«Tus deseos son órdenes.»

Te bajo los pantalones, te los quito y me preparo para cogerte. Suelto la correa cuando me aferro a tu cintura con ambas manos para poder entrar de una sola vez. Dejas escapar un grito y muerdo tus hombros para darte una razón más para gritar y llamar a todos los jodidos zombies que están kilómetros a la redonda. Llámalos a todos. Te dije que te haría sentir cerca de la muerte.

   —S-Scorpion…

   —Branwen… —gimo. Eres delicioso, jodidamente delicioso. Cada centímetro de ti, cada parte de tu cuerpo, cada espacio entre esas piernas calientes y excitadas. Te abrazo, cruzo mis manos en tu pecho y te siento respirar agitadamente durante un par de segundos antes de arañarlo de arriba abajo—. Brann… —muerdo el lóbulo de tu oreja y gimes más alto. Tu voz en esta situación también es deliciosa; cambia, se oye vulnerable. Ya no eres Cuervo, el lunático inmortal que es capaz de saltar del techo de un vehículo a otro. Ahora eres mío, y eres débil. Y voy a romperte.

La sola idea me vuelve loco.

Te cojo aún más duro, con todo lo que tengo y con todas mis fuerzas. Tú gritas al soportar cada una de mis embestidas mientras yo me ahogo en esos gritos que me estremecen y hacen a todo mi cuerpo vibrar. No tienes idea de cuánto.

Me detengo de pronto y tú te quejas cuando sientes que salgo de ti. Pero no durará mucho. Sostengo tu correa otra vez y te obligo a caminar hasta que encuentro un buen pedazo de tierra contra el que te pueda lanzar. Te empujo y caes al suelo. Caigo sobre ti.

Hoy quiero follarte mientras me miras a los ojos.

Quiero que me veas mientras te destrozo.

Te relames los labios y podría jurar que pareces nervioso. Pero sería un idiota al pensar que estas cosas te afectan en algo.

Abro tus piernas y las levanto a la altura de mis hombros. Tú las enredas en mi cuello para sostenerte bien.

   —¿Alguna vez te he dicho cuánto me gusta que seas así de flexible? —te pregunto, antes de entrar en ti otra vez. Vuelves a lanzarme una mirada que parece sorprendida, pero cuando comienzo a follarte, cierras los ojos y entreabres los labios para gemir en voz baja.

Y, por un momento, soy capaz de darme cuenta de que tienes un rostro bellísimo. Joder, que eres la cosa más hermosa que he visto.  

«Déjame romper esa expresión.»  

   —Vienen zombies… —dices cuando escuchas el primer gruñido. Pero yo ya los he visto, y pienso tenerlos controlados—. Scorpion, vienen…

   —Cállate —tiro otra vez del cinturón para hacerte perder el aire. Te ahogas y guardas silencio, pero miras nerviosamente de un lado a otro mientras más comienzan a llegar. Cuento ocho, tal vez diez. Con una mano, busco mi revólver y le disparo a dos de ellos.

   —¡J-Joder! —gritas—. ¡Van a llegar más si disparas así!

Sonrío. Te dije que te haría sentir cerca de la muerte.

Me acerco y te beso en los labios. Es un beso corto, pero que parece distraerte y dejarte en las nubes.

    —Tú fuiste quien los llamó —te digo, antes de alejarme de nuevo.

   —¡A-Ah! —gimes más alto cuando entro más profundamente y con una mano buscas algo que agarrar y aferrarte. Hundes las uñas en un montón de tierra húmeda y la desentierras de su sitio. Estoy seguro de que te olvidas completamente de los infectados en ese momento—. ¡Scorpion! —gritas—. ¡S-Scorp…! —mi respiración se acelera cuando me doy cuenta de que apenas puedes hablar. Siento el corazón golpetear en mi garganta y entonces doy un poco más, porque estoy en el límite. Disparo otra vez, sin dejar de follarte—. ¡V- ¡Voy a…! —jadeas, balbuceas frases inconexas entrecortadamente mientras te muerdes la boca y te estremeces bajo mi poder. Te retuerces, como un montón de hojas secas aplastadas por una bota, y me miras a los ojos para pedirme más. No sé qué tienen tus ojos que no puedo apartarme de ellos. Son hipnotizantes. No puedo dejar de mirarte. Suelto el arma para agarrarte de la cintura y comenzar a masturbarte. Basta que apenas lo envuelva en mi palma para sentirlo palpitar y notar que estás cerca. Yo también estoy al borde. Mueves tus caderas para darnos más intensidad y te siento más hondo aún, más profundo todavía, más caliente. Tu interior arde, me quema y me llena de escalofríos incontrolables. Estoy vivo cuando estoy dentro tuyo.  

«Un día de estos vas a volverme loco», pienso, pero no lo digo.

Me muerdo el labio inferior para controlar el orgasmo. Pero no puedo evitar gemir cuando te arqueas para alcanzarme y aferrarte a mi espalda. Me corro dentro de ti y tu semen mancha tu abdomen y el mío. Pero eso no importa mucho ahora.

Tomo el arma una vez más y disparo para derribar a los zombies que están más cerca. Las manos me tiemblan y apenas puedo apuntar. Estoy agitado, me cuesta trabajo respirar y tu sigues ahí abrazado a mi espalda. Siento que me robas el aire, pero no se siente tan mal.

Disparo tres veces. Tres cuerpos más caen al suelo.

Tu sigues jadeando contra mi oído y tu cuerpo parece desplomarse sobre mí. Eres débil. Dije que iba a romperte.

Podría haberte dejado descansar un poco más, pero la situación está a punto de irse a la mierda. De entre los árboles, un montón de jodidos zombies comienzan a aparecer. Y tengo dos opciones; o vacío una o dos veces la cámara de mi arma, o salimos rápido de este lugar.

   —Arriba —digo y me levanto. Te aferras a mí para que te ayude a moverte—. Joder, Cuervo. Pesas.

   —Dame un minuto —gimes en mi oído—. Estoy cansado.

Te abrazo, te aparto el cabello del cuello y te susurro al oído:

   —No voy a salvarte esta vez si ellos te comen.  

Te levantas rápidamente y miras a nuestro alrededor. Le disparo a dos mientras corres por tu ropa y te vistes lo más rápido que puedes. Me rio cuando uno estira sus manos sobre ti y tú te ves obligado a aplastarle la cabeza contra el tronco en el que acabamos de follar.

   —¿¡Era tu plan, no!? —me gritas mientras te metes dentro de las botas.

   —Rápido, Cuervo —digo y comienzo a moverme. Los disparos atraerán más y en cinco minutos este lugar estará infestado de ellos—. No querrás ser el almuerzo de estos bastardos.

    —¡Ya voy! —Corres detrás de mí, oigo tus pasos y cómo te quejas cada vez que levantas las piernas—. Joder, Scorpion —Me encaramo en el borde de unos escombros y me alzo para alcanzar la carretera de nuevo, o lo poco que queda de ella en esta área.

   —Admítelo. Te ha encantado.

No contestas.

   —¿Brann? —volteo y no te veo por ninguna parte. Joder, tiene que ser una broma. Miro hacia el bosque. Los zombies están cada vez más cerca.

Reviso mi munición y vuelvo a bajar.

   —¡Cuervo! ¿Dónde demonios te metiste?

Oigo el ruido de un cuchillo que es clavado en la carne. Es la clase de sonido que es muy difícil de olvidar e imposible de imitar. Camino hacia él. Te veo, estás con alguien más.

   —Vamos, muchacho…

   —¿Qué demonios? —Estás junto a un niño. Un chico que no vi antes está sentado a los pies de un árbol, cubierto de sangre y con la mirada perdida. El pobre miserable está en shock, lo sé de inmediato. Me miras cuando llego junto a ti y sacudes su clara mata de cabello, como si quisieras despertarle.

—No reacciona —me dices. Miro su pierna, acabas de sacarle una bala de ahí con el cuchillo—. Creo que era del campamento.

   —Olvídalo —contesto—. Deja que los zombies acaben el trabajo.

La mirada escandalizada que me lanzan tus ojos es digna de plasmarla en un retrato y colgarla sobre mi pared. Algún día lo haré, supongo.

 —¿Dejarlo? ¿Estás loco? Míralo.

   —Vamos, Cuervo —me rio—. ¿A quién le importa? Es sólo un niño. Déjalo ahí y salgamos de aquí rápido. O tendremos que acabar con todos esos jodidos zombies.

  —No puedo dejarlo.

   —¿Acaso quieres llevarlo de vuelta? —levanto mi arma y disparo un par de veces. Tres de los que estaban más cerca de nosotros caen al suelo—. Acabamos de destrozar su campamento, matamos a toda su gente, ¿y tú quieres traerlo a nuestra casa?

 —Es un niño. ¿Le temes a un niño?

   —Joder, claro que no. Pero me asquea la idea de cuidar del enemigo. Esos cabrones intentaron invadirnos.

   —Es un niño —repites. Lo que sea que quieras decirme, no lo entiendo. ¿Y qué si es un niño? De seguro ese enano participó en este enfrentamiento también, si no, no estaría aquí—. Demonios, Scorpion.

Disparo otra vez. Pero oigo más ruido de arbustos y hojas que se mueven a nuestro alrededor. El grupo ya debe superar los veinte, probablemente treinta. Tenemos que irnos ahora.

   —Bien, bien. Cógelo y vámonos de aquí —sonríes cuando digo eso, con esa sonrisa felina que tienes. No tardas en levantar al chico en tus brazos, que ni siquiera se queja cuando lo tomas—. Pero sólo se quedará un día o dos. No me importa lo que pase con él después.

   —Perfecto.

Corremos al auto y me encaramo en la cornisa de la carretera. Extiendes tus brazos y me entregas al chiquillo para que lo suba. Cuando lo tomo, noto que tiembla. Pero no habla, no se mueve. No despabila.

   —Mejor si te quedas así —le digo.

Lo dejo en el asiento trasero y me meto al auto. Tú entras segundos después, y me molesta el hecho de que vayas atrás. Joder, eres tan estúpidamente piadoso.

No suelto una palabra y arranco. El silencio no me incomoda, pero de vez en cuando miro por el espejo retrovisor para ver qué haces y te veo intentar despertarlo y hacerlo reaccionar. Pero yo sé perfectamente que ese chico no saldrá de ahí en las próximas seis horas, por lo menos. Destruimos todo lo que quería. Lo destruimos a él. ¿Qué más quieres? Es una suerte —para él, no para mí— que esté respirando ahora.

Ninguno de los tres habla durante todo el viaje. El chiquillo y tú se quedan dormidos a ratos y no quiero despertarlos. Los momentos de sueño deberían ser respetados por una maldita ley en estos días. Son tan escasos y de tan mala calidad que debería ser un delito romper instantes como este. Ajusto el retrovisor para enfocarme en tu rostro. Mientras duermes, frunces ligeramente las cejas, mordisqueas tus labios y el aire que sale de tu boca hace flotar de vez en cuando un mechón que tienes sobre la frente. Es gracioso.

Las primeras gotas comienzan a golpear contra el parabrisas. Los idiotas que suelen mirar el cielo dijeron que esta tormenta vendrá fuerte. Piso el acelerador a fondo para ir más rápido. Lo último que quiero es quedar atrapado por una inundación, de esas que se forman en minutos, en medio de la carretera. Como siempre, no hay nadie en las calles. Incluso los malditos zombies parecen desorientarse y separarse por culpa de la lluvia. Se dividen, ya no se mueven en manadas y caminan en direcciones opuestas hasta que oyen el ruido del motor y levantan la cabeza en nuestra dirección. Sólo entonces se orientan y retoman el paso, pero para cuando eso ocurre, el auto ya está muy lejos.

   —Ya casi llegamos —anuncio. Despiertas con un sobresalto, te refriegas la cara y miras para todas partes. No tienes idea de cuándo te dormiste y buscas mis ojos en el reflejo del espejo para preguntar. Suelto una risa como respuesta.

Entramos en la estación y bajamos las escaleras. Llevas a ese chico en brazos y todo el mundo te mira, como hipnotizado, cuando te ve pasar. Le escucho decir a uno de tus hombres que te ves «adorable» y que serías un buen padre si alguna vez decidieras tener hijos. No apoyo la moción. Te ves patético mientras cargas a ese niño. Ya no pareces el lunático enloquecido que salta del techo de un automóvil a otro con una granada en la mano. Ahora te muestras como lo que realmente eres, te expones de la misma forma en la que te exhibiste ante mí en el bosque hace una hora. Sólo que ahora no estás desnudo, ni suplicas, ni gimes. Pero muestras lo frágil y débil que eres. Es casi lo mismo.

No entiendo por qué ellos aplauden esa parte de ti como si fuera algo bueno. Supongo que en algún rincón de sus conciencias podridas creen que podrán reivindicarse, que podrán salvarse del infierno que les espera al pensar que lo que haces es algo “bueno.” Pero no, se equivocan. Lo que haces está lejos de ser bueno para alguien más que para ti mismo —víctima de tus propios remordimientos también, de seguro— Apuesto a que te sentirás más limpio cuando apoyes esa cabellera negra sobre la almohada esta noche.

No eres más que un jodido egoísta y apenas te das cuenta.

Esa noche no comí —ya te había cenado lo suficiente hace un rato atrás— y me encerré en mi habitación a pintar. Desde hace años que no lo hago y he perdido la costumbre. Mi muñeca tarda quince intentos arrugados en recordar cómo se traza una línea recta sin temblar y por fin logra relajarse. Entre esos bocetos desechados está tu rostro; tu boca entreabierta y tus ojos confundidos, pero no soy capaz de dibujar eso que llevas en la cara, ese no sé qué que es tan propio de ti. Eso que te define. Dije que iba a dibujarte algún día, pero parece que no será hoy. Rompo el retrato, formo una bola con él y lo tiro a la basura.

Me paso la noche trabajando en un pequeño cuadro. Es una imagen que me gusta: una montaña en llamas.

Me obligo a despertar antes de que las primeras siluetas oscuras comiencen a pasearse por el umbral de mi puerta y doy un respingo para forzarme a reaccionar. No recuerdo haberme quedado dormido y todavía sostengo un pincel en la mano izquierda. Por unos segundos me siento desorientado. ¿Qué carajo de hora es?

Me levanto rápidamente y camino hasta la puerta. Cuando salgo me encuentro de frente con el chiquillo que rescataste ayer. Intenta escabullirse y cojea hacia una habitación, en un ridículo intento por pasar desapercibido.

   —¿Qué demonios haces? —pregunto. Él da un respingo y oculta algo entre sus manos que esconde tras su espalda. Se relame los labios, los aprieta para mantenerlos bien cerrados y así no confesar, sus hombros se tensan y sus ojos me miran, pero no me ven—. Ya —No me acerco. No necesito hacerlo para obligarlo a hablar—. Sé que no eres mudo. ¿Qué has robado?  

Mientras titubea sobre sí decirme la verdad o inventar una mentira que descubriré enseguida, noto que al parecer tu trabajo con él rindió frutos. Ya no parece tan asustado como ayer y, aparentemente, ha salido del shock. Estará bien hasta que recuerde que matamos a todos sus amigos y familiares.

   —Tenía hambre —suelta.

   —¿Y por qué no le pediste a alguien que te llevara al comedor? A Cuervo pareces caerle bien.

Él chasquea la lengua y sus ojos me miran con odio. No sé si quieres quedártelo o no, pero más vale que alguien le diga las cosas directamente:

Doy un paso hacia él, lo agarro del brazo y expongo el hurto cuando levanto su muñeca por encima de su cabeza. Un simple pan. Joder, pudo haberse arriesgado más.

   —Escúchame una cosa, niño —gruño y me acerco a él para que no pierda una sola palabra de lo que voy a decir—. Fue tu gente la que intentó atacarnos. Ellos sabían lo que arriesgaban y por eso ahora todos están muertos —El chico se queja e intenta zafarse. Me golpea en el estómago, o lo intenta. Ni siquiera tiene la mitad de la fuerza que yo tenía a su edad. No le suelto—. Así que voy a ofrecerte dos opciones —le doy un puñetazo en la boca del abdomen, sólo para que sienta cómo es un golpe de verdad—:  O te vas y te largas de aquí con todo ese resentimiento de mierda, te haces más fuerte y vienes a por mí cuando puedas dar un miserable puñetazo sin romperte los nudillos, o entiendes que has tenido mucha suerte de no estar muerto y dejas de mirarme de esa forma. ¿Lo captas, ¿verdad?

Está temblando.

   —Sé que ellos se lo buscaron —solloza sin mirarme y con la vista clavada en sus zapatos—. ¡Lo sé, ¿está bien?! —me grita.

Lo suelto.

 —Qué bueno que lo tengas claro —Verlo llorar sí me da un poco de lástima—. ¿Cómo te llamas, muchacho?

Él se limpia las lágrimas con la manga de su camiseta sucia y apenas murmura:

   —Jamie.

Le doy una palmada en la espalda y un pequeño empujón para que comience a moverse. Caminamos por el pasillo.

   —Bien, Jamie. ¿Cuántos años tienes?

   —Quince, señor.

   —Un chico de quince años no puede mantenerse sano sólo con un pan al día. Vamos, te llevaré al comedor.

   —Gra…Gracias.

   —¡Eh, Caleb! ¡Ven acá un segundo! —grito el nombre de uno de tus mejores hombres cuando entramos en el comedor, que está repleto. Apuesto a que todo el mundo está aquí. Él se levanta rápidamente y corre hacia mí. Siempre tan veloz y obediente.

   —¿Sí, Scorpion?

   —¿Podrías darle un plato de comida a este chico y mostrarle el lugar? —digo. Caleb levanta una ceja y sonríe. Joder, este hombre tiene un rostro tan duro que su sonrisa no cuadra del todo con él—. Al parecer, ya se ha decidido.

   —¿Va a quedarse? —pregunta. Me pregunta a mí, pero yo no soy quien tiene que responder. Entonces mira al muchacho—. ¿Vas a quedarte?

Él sólo asiente con la cabeza como respuesta.

   —Bienvenido, chico —le pone una mano en el hombro. Creo que él lo sabrá llevar mejor que yo—. Le pediré a los de la cocina que te preparen una ración extra grande. Debes estar muerto de hambre. Vamos.

   —Eh, Caleb. Espera.

   —¿Sí?

Miro a mi alrededor. Te busco y no te encuentro por ningún sitio. Y eso que hoy el menú trae patatas. A ti te encantan.

   —¿Sabes dónde está Cuervo? —pregunto. Él parece pensárselo un rato. Parece, porque en verdad no tiene idea.

   —¡Eh, Eobard! —Caleb voltea hacia una mesa donde un grupo de mis hombres come. Siempre busca a ese chico. Y ni siquiera son del mismo escuadrón. Debí haberle preguntado a él desde un comienzo—. ¿Sabes dónde está Cuervo?

   —En la sala de las duchas —contesta rápidamente. Definitivamente la próxima vez me acercaré a él como primera opción. No volveré a confiar en Caleb nunca más—. La tormenta podría romper los trabajos que hemos hecho con las cañerías, así que dijo que iría a echar un ojo —Me muerdo el labio para no reír y Caleb estalla en una carcajada cuando se da cuenta—. ¿Qué?

   —Un ojo —repite.  

   —¡No, no! —Eobard se espanta, se pone rojo y niega con las manos desesperadamente—. Yo no quise decir… —No puedo evitarlo y suelto una risotada—. ¡Lo siento!

   —Está bien —le resto importancia.

   —No te asustes, Eob —Caleb intenta tranquilizarlo. Mi cazador le lanza una sonrisa y el tuyo suspira, sin darse cuenta. Le doy un puñetazo en el brazo—. ¡Auch! —se queja—. ¿¡Por qué hiciste e…!?

   —No puedes depender de ese chico para cada pregunta que te hago, idiota —gruño y él da un respingo al verse descubierto—. Y deja de mirarle así. No va a pasar.

   —¿M-Mirarle cómo? —pregunta, nervioso. Hasta tartamudea, el muy torpe.

   —Ya sabes de lo que hablo. Bien, espabila y llévate a este chico.

   —Bien, compañero. Ven conmigo —Caleb y Jamie desaparecen rápidamente de mi vista cuando se pierden entre la multitud que intenta formar una fila para recoger una bandeja de comida. Supongo que prefiere huir antes de admitir que está baboso por uno de mis cazadores.

Espero unos minutos, salgo del comedor y me dirijo hacia las duchas.

Vivimos bajo tierra y no estoy dispuesto a salir a la superficie para asegurarme de que la tormenta sea tan grave como mi hombre afirmó, pero las arrítmicas gotas que caen sobre la línea me dan algunas pistas. Joder, afuera debe caer un verdadero diluvio. Parece que este invierno será un dolor de culo.

Bajo a la línea y camino por ella mientras intento equilibrarme en los rieles tan sólo con los talones de mis pies. Es un viaje largo para tan sólo llevar a una sala de duchas. Pero, aunque llegamos aquí hace poco, está en mis planes ocupar toda la red del metro.

Haré de este infierno un hogar.

Te oigo incluso antes de llegar a la siguiente estación. Tú siempre estás gritando, siempre estás gimiendo en mi oído o siempre estás dándole órdenes a tus hombres. Rara vez te escucho de esta forma. Rara vez te oigo cantar. Tienes una voz magnética que, de alguna forma, tira de mí por los pasillos de la estación hasta el lugar en el que estás. Es una voz afinada, limpia, suave y profunda, todo a la vez. No la comprendo, porque no soy músico, no entiendo una mierda de música y no soy capaz de clasificarla en ningún registro que conozca. Pero de alguna forma esa voz y la aburrida canción que cantas se me hacen relajantes. Por alguna razón siento que fácilmente podría dormirme mientras te escucho cantar. Y eso es mucho decir, porque sabes que soy un maldito esclavo del insomnio.

Estás encaramado sobre una escalera en la mitad del lugar, con tu cuerpo equilibrado no sé cómo y uno de tus pies fuera del escalón. Tus manos intentan arreglar una cañería del techo en la que seguro ya encontraste un problema. Me cruzo de brazos y me apoyo contra una muralla. No quiero interrumpir.

Pero tú me sientes. Volteas en mi dirección, me miras y sonríes. Entonces continúas cantando:

   —My wild love is crazy… he screams like a bird… ♫ —veo tus hombros sacudirse de arriba abajo, como si recordaras una buena broma. Miras hacia mí una vez más y siento que te ríes de mí—. He moans like a cat, when he wants to be heard ♫ —suelto los brazos y estoy tentado a avanzar hacia a ti, pero no lo hago. ¿Acaso has cambiado la letra de la canción?

«¿Acaso tú estás…?» 

Arrastro mi espalda por la muralla y me siento en el suelo a escucharte. De seguro la ocasión no volverá a repetirse. Y tú cantas bien. Y nunca lo admitiré delante de ti, pero me encanta cómo suena el eco de tu voz en las paredes de esta estación vacía.

Te escucho hasta que aseguras la última tuerca y el ambiente se quiebra cuando guardas silencio y bajas de la escalera plegable para doblarla sobre sí misma y disminuir su tamaño a la mitad. Me miras, sin preguntarme nada. Pero sé que quieres hacerlo. Vas a preguntar qué hago aquí.

Ni siquiera yo lo sé muy bien, así que hablo primero:

   —Voy a entrenar a Jamie —te digo.

   —¿Jamie?

   —El chico que recogiste ayer.

Te ríes en voz baja y con los labios cerrados. No creas que no puedo oírte con todo el silencio que cubre este lugar.

   —¿A qué se debe el cambio de opinión? —preguntas.

   —No lo sé. Me cayó bien.

   —Intentó matarte, ¿verdad?

   —Más bien quiso golpearme y casi se rompe la mano en el intento.

Te ríes más alto.  

   —Aprenderá bien —caminas hasta mí con la escalera bajo tu brazo y extiendes la otra mano para ayudarme a ponerme de pie—. Tiene esa mirada.

   —¿Cuál? —te tomo y me impulso para levantarme.

   —La misma que tenías tú cuando llegaste a la guarida —No sueltas mi mano incluso cuando me ves en pie. Me miras fijamente. Llevo una mano a tu rostro y te quito el parche, para que me veas con los dos ojos, metafóricamente, claro. Te quité la visión de tu ojo izquierdo hace mucho tiempo. Sonríes con tu sonrisa felina y levantas una ceja que brilla por todos los piercings que tienes en ella. Te acercas rápido y me besas, así, sin más. El sabor de tus labios me aturde por algunos segundos. Ni siquiera lo vi venir.

Sueltas la escalera, corres hacia la línea del tren y saltas del andén antes de que pueda pestañear. Dejo escapar una carcajada.

   —¡Más te vale correr, Branwen Dankworth! —me lanzo en la carrera, doy un salto al borde del andén y caigo, a varios metros de ti—. Porque voy a matarte cuando te atrape.

   —¡Si es que lo logras! —gritas.

Y créeme, voy a hacerlo. Voy a atraparte esta y todas las veces que intentes huir de mí.

Y voy a destruirte, en cada una de ellas.

 

Notas finales:

ALGUNAS COSAS QUE ACLARAR: 


La canción a la que se hace referencia en este capítulo es "My Wild Love" de The Doors (sí, Cuervo escucha rock clásico) Y la frase que canta diría algo como:

"Mi amor salvaje está loco, él grita como un pájaro. 
Se queja como un gato, cuando quiere que le escuchen" 

(La canción original lleva "she" en vez de "he". Es decir, Cuervo cambió la letra :v) Ya se hablará más adelante de esto también

¿Recuerdan a Jamie? El cazador de Scorpion que acompañó a Cuervo a La Hermandad y que acabó convertido en zombie -y que Cuervo tuvo que matar, entre lágrimas- Sí, es el mismo. Y esta fue parte de su historia. 

*Scorpion llama a Cuervo "Dankworth" porque ese es su apellido MATERNO. Y es el apellido que Cuervo usaba en la guarida cuando era un soldado. Pocas personas saben que el primer apellido de Cuervo es Haggel, y no Dankworth (Y de hecho, todas las personas que lo sabían están muertas ahora) ASÍ QUE  SÍsi están pensando "OMG ESO SIGNIFICA QUE SCORPION NO TIENE IDEA QUE CUERVO ES EL "HIJO" (recuerden que es adoptado) DEL HOMBRE QUE LO TORTURÓ" Sí, efectivamente. Scorpion no tiene idea de eso. Cuervo jamás se lo ha dicho, y ninguna de las personas que sabían que Branwen era hijo de Alger Haggel se lo dijo alguna vez. 

SEGUNDA COSA IMPORTANTE: Ya es momento de hablar de esto, aprovechando la ocasión. Estoy trabajando en un spin off de Branwen y Noah, y las cosas que pasaron en la guarida Cuervo antes de que Brann tomara el mando del escuadrón. No había hablado de esto antes porque es un proyecto que quiero terminar con toda la calma del mundo (ya saben que amo esta pareja) 

Eso! ¿Criticas? Comentarios? ¿Preguntas? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review

Abrazos


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