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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Bueeeenas! 

SI ESTÁS LEYENDO ESTO, pero no leíste el extra Scorvo, retrocede un capítulo :D 

Si no, aquí volvemos a nuestra línea temporal y continuamos con la historia. 

Espero que les guste
Un abrazo <3

Capítulo 61: 

 

Tal vez ya no los oía, pero podía sentirlos aún a mi alrededor; como presencias, fantasmas o depredadores que me asechaban y que me encontrarían en cualquier momento. Escuchaba su respiración en mi nuca a pesar de que ya no oía sus gritos, sus disparos y sus pasos. Corrí más rápido y me sentí mareado. Pero no me detuve, no podía. Tenía que seguir hasta encontrar un lugar seguro, lejos de esos locos y de los muertos.

No podía dejar que me atraparan.

Toqué mi brazo sin mirarlo y busqué rastro de sangre. Un escalofrío me recorrió la espalda cuando sentí los dedos húmedos. No sabía si era una herida grave o no, pero sangraba mucho. Lo suficiente para asustarme.

Los gruñidos me hicieron virar por una esquina. Entonces, y por primera vez en toda mi vida, me pregunté si los muertos eran como los tiburones; capaces de olfatear el aroma de la sangre a metros de distancia. ¿Podrían hacerlo? ¿Vendrían a por mí? Eran demasiados. Dios, esto era la Zona Muerta.

Iban a comerme vivo.

Me acuclillé detrás del esqueleto de un viejo auto para recuperar el aire. La lata oxidada y mojada por la lluvia me hizo sentir seguro por algunos momentos. Miré mi brazo, la bala había entrado bastante, pero no había llegado al hueso. Todavía podía moverlo. Me mordí los labios, cerré los ojos y metí los dedos en mi carne para asegurarme de que ningún desecho del disparo hubiese quedado ahí. Me quité la camiseta de Aiden y la usé para envolver la herida, volví a cargar mi arma y la mochila y seguí la carrera.

No iba a detenerme así me dispararan cien veces más.

Miré al cielo en busca de los cables y las tirolesas. No vi ninguna cerca, lo que me hizo pensar que estaba fuera de la jurisdicción de La Resistencia. Si ellos se daban cuenta de nuestra falta y decidían buscarnos, yo iba a estar lejos de su alcance. Tenía que volver, pero no sabía hacia dónde.

Me metí a un callejón en busca de algún atajo que me guiara de vuelta casa. Fue entonces cuando noté que un grupo de muertos me esperaba al otro lado. Miré hacia atrás, otro grupo me pisaba los talones. Estaba atrapado.

No lo pensé dos veces. Empuñé el cuchillo, corrí y me abalancé sobre el grupo que me cortaba el paso. Debía salir de aquí y los muertos no iban a impedirlo. Al primero de ellos le clavé en filo en la frente y al segundo intenté atravesarle el ojo, pero no pude hacer un corte limpio y el cuchillo se quedó atascado en su globo ocular. Entonces un tercero se me lanzó encima. No logré quitar el cuchillo y tuve que pelear con los puños. Pero no daría frutos. Estaba cansado, no tenía fuerzas y mi brazo herido flaqueaba. Grité e intenté mantener su boca lejos de mi rostro.

   —¡Aléjate! —Iba a morderme. Si me atrapaba, los muertos que me seguían no dudarían en abalanzarse sobre mí. Podía ser inmune al virus del que enfermaban estos monstruos, pero no era inmune a lo que podían hacerme con sus uñas y dientes—. ¡Ayuda! —grité, de mero impulso y desesperación. Estúpido de mí. No había nadie allí.

O eso creí yo.

Oí el característico sonido del filo de un cuchillo que entra y sale rápidamente de la carne. Entonces alguien me quitó al muerto de encima.

   —G-Gra… —intenté decir, pero la garganta se me cerró cuando la persona que me “salvó” me saltó encima, clavo sus rodillas en mis costillas y se sentó sobre mí. Sujetó mis manos por detrás de mi cabeza y sonrió.

   —No debiste haber gritado —dijo. Era Bill, el molesto hombre de La Hermandad que me había cogido resentimiento desde que lo golpeé cuando llegamos a la guarida de esa gente. Había intentado vengarse de mí anteriormente, pero Steiss le había detenido. Ahora que él estaba muerto, este tipo no dudaría en acabar conmigo—. Sabía que te encontraría.

   —Déjame ir, Bill —rogué, aunque no tenía sentido hacerlo. La Hermandad me buscaba y él quería verme muerto. Sea lo que sea que decidiera hacer conmigo, eso no sería dejarme libre. Aun así, se lo pedí—. Tengo que…tengo que volver.

   —Cállate —gruñó. Su mano se movió rápida y clavó el cuchillo en el centro de mi herida. Sentí un impulso, como electricidad, que me azotó la carne y la hizo arder como fuego vivo. Bill comenzó a mover el filo en su interior. Ahogué un grito y me retorcí bajo sus piernas. El dolor fue punzante, frío y corrió desde mi brazo hasta el resto del cuerpo—. ¿Qué debería hacer contigo, ¿eh?

   —¡Basta! —chillé. Me dolía tanto que me costaba a respirar—. B-Bas… ¡Ah! —Lo clavó más adentro y sentí como rompía nuevas fibras, una a una.

   —Greco te quiere vivo —dijo él entre risas. Dejó el cuchillo clavado y me dio un puñetazo en el rostro, que no sentí del todo debido a que el dolor en mi brazo era más grande—. Pero no sé todavía si estoy dispuesto a hacerle ese favor —me golpeó otra vez. Volteé el rostro hacia un costado y escupí sangre—. ¿Qué hago, ¿eh? —me dio otro golpe, y otro. Me golpeó hasta que la vista se me hizo borrosa. Luego movió el filo que permanecía enterrado en la herida. Solamente lo rozó, y el dolor fue insufrible.

   —¡Detente! —gemí y sentí las primeras lágrimas picar en mis ojos. No quería llorar frente a él.

   —Olvídalo —me soltó, sujetó mi brazo y quitó el cuchillo para darse impulso y volver a clavarlo. Quise defenderme, quise moverme, pero estaba tan aturdido que las órdenes que desesperadamente intenté enviar a mi cerebro no encontraron destino alguno. Levantó el arma y supe que esta vez atravesaría el músculo hasta llegar al hueso. Supe que, si ese filo llegaba a la herida, mi brazo quedaría inútil—. Si voy a entregarte a Greco, me encargaré de entregarte en partes.

Y entonces, justo cuando el filo del cuchillo rozaba mi piel, le sentí detenerse.

Bill se desmoronó sobre mí como si alguien hubiese presionado su interruptor de apagado. Pero nadie había pulsado nada. Sólo le habían dado un golpe en la cabeza y se la habían atravesado con una lanza. Vi la punta meterse en su nuca y salir por una de las cuencas oculares. Fue asqueroso, pero tranquilizador.

Contuve la respiración cuando un montón de su sangre saltó sobre mi cara. Pero no duró demasiado, porque alguien más me quitó el cuerpo de encima.

   —¿Estás bien? —vi una mano frente a mi rostro que tanteaba, como si buscara algo que agarrar. La tomé y tuve que cargar todo mi peso en ella para poder levantarme—. No, claro que no lo estás —dijo.

Era el hombre encapuchado que había visto antes, el que estuvo a punto de cortarme la garganta. Un escalofrío me abrumó cuando reparé otra vez en su piel morena, en las inconfundibles ojeras y en el cabello oscuro y algo rizado. Ese parecido y familiaridad me quebraron el corazón y estuve a punto de echarme a llorar. Pero, en vez de eso, tragué saliva para romper el nudo que se había formado en mi garganta, confié en la imagen que tenía delante y dije:

   —Tienes que ayudarme.

Él pareció dudar unos momentos en los que sus ojos lechosos, que parecían no ver hacia ningún lado realmente, se quedaron fijos en mi rostro. Volteó su cabeza en dirección al grupo de muertos que todavía se acercaba, volvió a mirarme y entonces contestó:

   —Bien, por aquí. ¿Puedes moverte?

   —Sí, eso creo. Pero no veo muy bien.

Él soltó una especie de risita.

   —Escucha entonces… —Su mano tocó mi rostro y sus dedos cubrieron mis párpados para cerrarlos, pero el pánico que me invadió al verme a oscuras, aunque fuese por dos segundos, fue más grande y me vi obligado a abrirlos de nuevo. Me daba igual si mi vista tambaleaba pasado el metro de distancia. Eso no era tan aterrador como caminar con los ojos cerrados en plena calle de una Zona Muerta—. Te sangra la frente y tienes los ojos hinchados. Debes tener derrames ahí —tocó mi hombro, para guiarme—. Aquí, a la izquierda —esquivó un vehículo destruido en mitad de la calle gracias a la punta de su lanza que tintineó cuando tocó la lata. En ese momento me di cuenta de que el arma tenía una especie de cascabel pequeño atado a ella. Apenas pude oírlo.

Aquel gesto me confirmó lo que había estado sospechando desde que lo vi.     

   —¿No… no puedes ver? —quise afirmar, pero más bien mi voz salió como una pregunta de algo que no era capaz de creer. Estaba asombrado.

  —Te equivocas —dijo—. Puedo verlo todo. Sólo que no utilizo los ojos.

Abrí la boca. Quería decir algo, quería hacer más preguntas y ponerlo en tela de juicio. ¿Cómo había sobrevivido todo este tiempo? Algo así era imposible. Mi buena educación me obligó a callar todas mis dudas y guardarlas muy al fondo de mi garganta, quizás para otro momento.

   —Apresúrate —me apuró. Corrí y me dejé arrastrar por él unos segundos más hasta que se detuvo frente a la puerta de un edificio parecido a donde nos habíamos refugiado la noche anterior. Sus manos tantearon ágilmente en busca de un candado del que él tenía llave, llave que metió en la cerradura sin fallar una sola vez.

Abrió y entramos.

   —Este no es el mismo lugar en el que nos encontramos la primera vez —dije. Caí sobre un escritorio, intenté sujetarme a una silla y fallé en el intento. Estaba cansado, estaba mareado por los golpes y no daba más. Él cerró la puerta y corrió a socorrerme.

—Siempre estoy moviéndome —declaró y me tomó para sentarme sobre el escritorio. Tenía mucha fuerza y me levantó fácilmente—. Una persona solitaria no puede quedarse demasiado tiempo en un solo lugar —Sus manos recorrieron mi brazo hasta encontrar la herida—. Vaya, esto está feo. ¿Qué paso?   

   —Me dispararon y luego el loco que mataste me clavó un cuchillo en la herida —gimoteé. Dolía como un millón de infiernos—. Auch, auch, auch, auch —me quejé.

   —Espera aquí —se apartó. Lo vi salir de la habitación y dirigirse a la siguiente. Ahí lo escuché hurguetear cosas, un cajón o una mochila, tal vez. No tenía el mejor oído que digamos. No en ese momento en que tenía las orejas inflamadas y sentía la presión a punto de estallarme la cabeza—. Es menos grave de lo que duele, créeme —me animó cuando volvió.

No contesté, cerré los ojos y me mordí los labios cuando me lanzó un líquido sobre la herida. No supe lo que era y probablemente me dolería incluso si fuera agua. Guardé silencio y soporté lo mejor que pude la curación que él realizó, casi de manera religiosa, sobre mi brazo. Noté que sus dedos evitaron mi carne y deslizaron el algodón empapado suavemente por ella, sin ninguna torpeza, mientras en su rostro se formaba una mueca de absoluta concentración al envolverme en una venda. No recordaba la última vez que alguien se tomó tanta molestia sólo para tratar una simple herida. David solía hacerlo con la misma dedicación.

   —Me recuerdas a alguien que conocí… —suspiré, y luché por tragar ese nudo que se me formaba en la garganta cada vez que lo recordaba a él, a la horrible forma en la que murió y lo injusto que fue que él no sobreviviera al motín—. Un viejo amigo.

   —¿Ah, ¿sí? —sonrió y sujetó el vendaje con un pasador para terminar. El broche le dio algunos problemas y falló al primer intento—. Antes, me llamaste por mi apellido —dijo y ahogué un grito cuando dijo eso y confirmó la relación. No estaba sólo en mi mente, era real. Me quedé helado, como una piedra—. ¿Cómo se llamaba tu amigo?

   —D-David… —balbuceé—. David Radhav —me quejé en su nombre, como si doliera. Lo hacía.  Él aseguró el pasador y dejó sus manos sobre la venda, sin moverlas. No supe definir qué expresión tenía en el rostro en ese momento.

   —¿David…? —repitió—. ¿Mi hermano? —El nudo que había estado intentando tragar hasta ese entonces se hizo demasiado grande como para seguir en mi garganta.

   —¿Cocinas buenos pescados fritos? —pregunté como respuesta. Sí, desde fuera podía sonar como una pregunta estúpida, pero había un código inserto en ella, una clave, algo que él entendió inmediatamente. Sonrió de nuevo. 

   —A él le encantan.

   —Por Dios… —sollocé, porque no pude soportarlo más. Porque la vida, el destino, o lo que sea que manejaba los hilos de este mundo que nunca seré capaz de controlar, me puso delante justamente al hermano de quien fue mi mejor amigo, mi padre y mi mentor—. Lo lamento —lloré, y mis hombros se sacudieron inevitablemente de arriba abajo para poder contener todo eso que siempre buscaba reprimir—. Lo siento, de verdad —El rostro de ese hombre, tan parecido al de David y tan diferente a la vez, me expresó algo que leí como confusión, pero entonces se serenó y me acarició la espalda en señal de apoyo.  

   —¿Cómo… ¿cómo murió? —preguntó.

   —Me salvó la vida —intenté secar las lágrimas que todavía luchaba por retener—. Lo siento, lo siento. Fue mi…

   —Está bien —dijo y miró en mi dirección. Aunque él era ciego, me pareció que me veía por completo; abierto, dolido y rogando perdón por no haber sido más fuerte, más ágil y rápido en ese momento—. Debes haber sido importante para él… —Un par de lágrimas cayeron de sus ojos lechosos y no sé si él se dio cuenta de ello—. Sé que él pensó que hacía lo mejor.

   —David era todo para mí —confesé y él asintió con la cabeza, como si entendiera. Lo hacía, estaba seguro. Por fin había encontrado a alguien que comprendía exactamente lo que significó la muerte de David y todo lo que él me había dado en vida—. Y-Yo… no sabes lo que daría porque él estuviera aquí.

   —Está aquí —dijo, seguro—. Está contigo. Y conmigo. Está en cualquier persona en la que haya dejado su rastro.

Yo me reí. De seguro reír mientras lloraba me hacía ver patético. Por suerte, él no podía verme.

   —Suenas como él.

Él sonrió.

   —Te lo dije, ¿no?

   —¿Puedo…? —pedí, sin terminar la frase todavía, aunque él debió sentirlo por el movimiento que hice al extender los brazos. Supongo que, a pesar del tiempo y de creer el asunto superado, necesitaba esto. Un abrazo de alguien que sentía la pérdida igual que yo. No de alguien como Ada, a quien tenía que consolar cada vez que hablábamos de David, si no un igual, un hermano, alguien en quien podría consolarme.

Por su rostro otra vez asomó la duda, como si no acabara de entender mi petición, pero, otra vez, pareció decidirse rápidamente y sostuvo mis hombros y me atrajo hacia él.

    —Sí, claro —dijo—. Ven acá —me abrazó y me acarició la espalda, como si fuéramos amigos o familiares, como si nos conociéramos de toda una vida. Me aferré a él y lloré un poco más. Me dije a mí mismo que esta sería la última vez que lloraría por David, así que me preocupé de vaciar hasta la última gota. No volvería a sufrir cuando le recordara, no volvería a angustiarme por su falta. Nunca más.

El hombre que me sostenía suspiró. Si él lloraba también o no por la pérdida de su hermano, no tenía cómo saberlo.

   —David era el tipo más genial que conocí —confesó de repente, sin soltarme todavía. Agradecí que él, aunque fuera un completo desconocido, me dejara deshacerme en lágrimas hasta cansarme—. Y no, no lo digo sólo porque fuera mi hermano mayor —rio—. Él era la clase de persona que te cambia la vida todos los días —Yo asentí con la cabeza. Sabía perfectamente a qué se refería—. Así que hónralo, amigo. La verdadera trascendencia del ser humano está en lo que le enseñamos a las personas que amamos. Sé que él te habrá enseñado mucho.

Asentí otra vez, sin dejar de llorar aún.

   —No sabes cuánto —hipé.

En ese momento, durante ese abrazo, experimenté por segunda vez en mi vida lo que significa ser libre. Me liberé. Y lloré hasta que no me quedaron lágrimas, hasta que pude pensar en él sin ese molesto nudo en la garganta, hasta que pude evocarlo en mi memoria sin pensar en lo ingrata que había sido la vida con él, ni en lo que ese disparo de Shark había causado. Lloré hasta vaciarme, hasta sanarme y hasta que su herida cerró.

Cuando me separé de sus brazos, me sentía como un hombre nuevo.

   —Gracias… —le dije, mientras me soltaba de él y recuperaba la compostura que había tirado treinta metros bajo tierra cuando me lancé a llorar como un niño—. Necesitaba esto, de verdad.

   —Ya lo creo… —hizo un gesto de interrogación con la cabeza.

   —Reed.

   —Es un gusto, Reed —estiró su mano para estrechar la mía. La tomé sin dudar—. Soy Mesha

   —Encantado, Mesha —sacudí su mano en el aire—. Y muchas gracias por salvarme.

   —¿Qué pasó allá afuera? —preguntó. Agradecí la forma en la que él y yo ignoramos el tema del abrazo y todo lo que había llorado frente a él, porque quizás me avergonzaría admitir que me había mostrado tan débil ante una persona que acababa de conocer. Aunque, obviamente, yo no sentí a Mesha en ningún momento como un desconocido. Él era el hermano de David, y quizás era sólo ese título lo hacía mucho más cercano.

Le hablé sobre La Hermandad y sobre cómo se habían llevado a mis amigos. Él se interesó en mi relato y fui más atrás y le conté sobre la fiesta, sobre cómo se había emborrachado Cuervo y mis teorías sobre las posibles razones que tuvo para hacerlo. Sí, le hablé sobre cómo el cazador había matado a Steiss y sobre la obsesión que tenía por un hombre que no sabía amar nada. Le conté sobre Terence, Ada, David y sobre cómo nos conocimos en el Desire. Estaba rebobinando el tiempo, aunque tan sólo para mostrarle una película de la cual no podía modificar sus escenas. Le hablé sobre las cosas que David me enseñó y sobre nuestras conversaciones. Él me escuchó atentamente y de vez en cuando se reía y me regalaba una anécdota que él había vivido con su hermano parecida a la mía. También le relaté el momento en que murió. Creí que él merecía oír toda la historia. No lloré otra vez mientras narraba una de las noches más trágicas que he vivido. Le dije que su cuerpo estaba enterrado en una isla llamada Paraíso y él me pidió las coordenadas, porque quizá, algún día «iría a visitarlo.» Lamentablemente, yo no tenía idea de dónde quedaba ParaísoSólo sabía que quedaba ubicado en alguna parte de América del Sur.

Fue una hora y media más o menos en la que me olvidé de la herida en mi brazo y de que La Hermandad me buscaba. Mesha también me habló de él. Me contó que David era siete años mayor y que ambos nacieron en Leh, un distrito cercano al Himalaya Indio, pero que tuvieron que mudarse a una ciudad más grande cuando Mesha tenía seis años. Me contó que era ciego de nacimiento y que se acostumbró desde muy pequeño a usar sus otros cinco sentidos. Sí, cinco:

   —Recuerda que todos tenemos un sexto sentido —me dijo.

Me habló sobre sus aventuras de pequeños y que fue David quién le enseñó a pelear y a defenderse por sí mismo. Me dijo que estudió leyes, que tenía un doctorado en sociología y que a los dieciocho años se mudó a Estados Unidos e hizo su vida ahí, aunque no tenía esposa ni hijos, pero sí un lindo apartamento que quedó completamente destruido después del desastre. También me contó que David solía visitarlo dos veces por año.

   —¿Tienes hambre? —me preguntó de pronto y se interrumpió a sí mismo—. Tengo algunos panes y un par de latas de comida para perro. No sabe tan mal si la metes en el pan.

   —¿Comida para perro? —reí y me encogí de hombros—. Claro, ¿por qué no?

   —Es más gourmet que una rata asada.

   —Pero tengo que irme —dije cuando recordé que estaba en medio de una persecución antes de que él me encontrara—. Mis amigos están en manos de esos locos y he… gastado mucho tiempo aquí —me levanté, sin saber muy bien cómo cortar esa situación. No quería irme, no sin saber antes que volvería a verlo, pero me urgía volver con La Resistencia.

   —¿Con tu brazo así? —rebatió él—. ¿Si quiera tu mano ágil está bien?

   —No realmente —contesté—. Soy diestro.

   —Es decir que no podrás defenderte ahí fuera tú sólo. Menos con ese rifle que cargas en la espalda.

Él tenía razón. No sabía hacer nada con la mano izquierda, pero no podía dejar pasar más tiempo. Cada minuto era un minuto menos para Aiden y para Cuervo. No podía defenderme en la Zona Muerta, pero tampoco podía esperar más.

Entonces, se me ocurrió una idea:

   —Ven conmigo —dije.

   —¿Contigo?

   —¿No estás cansado de ser un nómada? —pregunté—. Estar moviéndote constantemente debe ser molesto a veces.

   —En realidad… —quiso decir.

   —Va a gustarte —le interrumpí—. Somos buenas personas. Y La Resistencia también. Son gente civilizada.

   —¿Cuántos? —inquirió.

   —Bastantes.

   —¿Es demasiado tarde para decir que eres el primer ser humano con el que hablo en años?  —se ruborizó y a mí me causó gracia el tono rosáceo que tomaron sus mejillas morenas. Él no se comportaba como un antisocial para nada, es más, su actitud me pareció de lo más acertada durante toda nuestra conversación. Si él no me lo decía, no lo creía. Sonreí, y, como él no podía verme, me reí para mis adentros.

   —Estarás bien. Además, no podré defenderme sólo allá afuera.

   —¿Me intentas manipular? —sonrió de medio lado y levantó una ceja. Me había pillado, claro.

   —¿Eso parece? —bromeé.

   —Bien —se levantó. Yo también me puse de pie—. Te llevaré hasta donde tus amigos.

   —¿Y luego te quedarás con nosotros?

   —No lo sé. No lo creo.

   —Vamos, Mesha.

   —Me gusta mi soledad, ¿sabes?

   —Eso lo dices solamente porque te da pánico hablar con más personas.  

   —¿Eso parece? —se río—. Bien, ya veremos. Empacaré las cosas y te traeré una camiseta nueva.

   —No olvides los sándwiches de comida de perro.

   —Claro, claro.

Sonreí. No iba a decírselo directamente, porque habría sonado como un loco, pero no quería soltarlo. Él, sin saberlo realmente, conectaba directamente con parte de mi pasado que no estaba dispuesto a olvidar y se mostraba ante mí como alguien de quién podría aprender. Ahora que lo había encontrado, no dejaría ir a un Radhav otra vez.

 

Notas finales:

R.I.P Bill ya valiste verga.

¿Alguien recordaba al hermano de David? Él lo nombró en un capítulo pasado, en uno de los recuerdos de Reed. Y dijo que hacía unos pescados fritos espectaculares, de ahí la pregunta.

*Se pronuncia "Miisha"

*Por todo lo que es sagrado... No los shippen ! xDDDDDDDDDDD Creo que esta es la amistad más sincera que Reed ha formado hasta ahora. 

¿Críticas? ¿Comentarios? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review.

Que tengan un buen finde!


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