Drabbles
By
LadyShizu
Todo cabe en lo breve.
Alejandro Dumas
I: Efímero
Había olvidado lo que se sentía estar en aquel lugar. Rodeado de rosas blancas, tulipanes, claveles y nomeolvides. Cercado por tres muros de espesa ligustrina. Empapando en lluvia artificial a cada planta que se topara en su camino.
Había extrañado el sentimiento cálido que se alojaba en su pecho cada vez que sus ojos se posaban sobre aquella ensoñadora sonrisa.
Los recuerdos no podrían hacer justicia nunca a las sensaciones vividas en persona.
Caminó por el pasaje flanqueado de flores, cuyos perfumes le embargaban el alma de contradicciones; el rostro arrebolado por sentimientos ambivalentes. Con pasos lentos acortó cada vez más la distancia que los separaba, con el corazón martillándole dentro del pecho.
—Kai… —susurró, permaneciendo a dos pasos de la línea invisible que delimitaba el espacio personal de cada uno.
El aludido volteó hacia él, sosteniendo una tijera de podar en su mano derecha. La sorpresa fue rápidamente reemplazada por una sonrisa, de esas que le derretían el corazón. Sintió ganas de llorar, de desaparecer el espacio que los alejaba y abrazarlo, estrecharlo tan fuerte que jamás volverían a separarse.
Una sonrisa afloró en su fisonomía en lugar de todos los escenarios que se habían creado en su cabeza. Una sonrisa que fue nuevamente devuelta con mayor intensidad.
Había decidido continuar con ese efímero encuentro sin lágrimas, reclamos, disculpas y nuevas confesiones de amor eterno. Porque pronto despertaría y Kai no estaría a su lado.
Kai, el jardín que tan primorosamente cuidaba y la amena charla que ambos sostenían mientras podaban las adoradas plantas desaparecerían en cuando el sol asomara por sobre las cortinas color damasco de su habitación y lo regresara a la realidad.
Rodeado del perfume de las flores y acunado por la dulce risa, que acompañaba el relato de historias del pasado guardadas en lo profundo de sus recuerdos, Uruha deseó permanecer por siempre dentro de aquel efímero sueño.
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II: Futurista
De entre las preguntas que las personas suelen plantearse, las más recurrentes son las relacionadas al futuro, ya sea en el amor, en la economía del bolsillo propio, la inminente muerte y otras tantas referentes a la tecnología que predominaría en la sociedad.
Cuando era joven, Uruha soñaba con el día en que crearan y pudiera pilotar un auto aéreo, de esos que veía en las películas de ciencia ficción; ver humanos conviviendo con androides; incluso en la posibilidad de que pudieran crearse clones de personas. Esa era la posibilidad que más lo entusiasmaba.
Uruha 2; ya tenía nombre para su futuro clon, aquel que lo ayudaría en los deberes del hogar, con quien podría jugar videojuegos, charlar sobre sus bandas favoritas y fumar sin tener que abrir las ventanas por ser regañado.
O simplemente aquel a quien le delegaría todos sus deberes mientras él se dedicaba a disfrutar las muchas comodidades de la vida.
Había sido tan ingenuo como se le permitía ser a cualquier adolescente promedio.
Antes de salir de su departamento, ubicado sesenta pisos sobre el suelo, debía colocarse el casco que proveía de oxigeno y el traje aislante color blanco, que hacían imposible distinguir a cada persona sin tener que bajar la mirada hacia el rótulo ubicado a la altura del pecho. El siguiente paso se encontraba en el primer piso de cada edificio: una cámara hermética por la que debían pasar sí o sí antes de, finalmente, salir al exterior.
Una ciudad de penumbras, iluminada artificialmente por tubos de blanca fluorescencia, de enormes edificaciones que se alzaban más allá de la espesa neblina que se formaba al sobrepasar el piso cincuenta de su departamento. Los anhelados vehículos voladores eran aún más atractivos por la promesa implícita de no perderse en la superficie entre miles de edificios casi iguales, entes en blanco y la eterna cortina de polvo.
Con el paso de los años, el aire obtuvo un matiz oscuro, como si levantara tierra constantemente. El sol era algo desconocido para las nuevas generaciones; la calidez de sus rayos golpeando la piel se había convertido en un mito. El carmín diario de las nubes era un recordatorio perpetuo de que aún estaba allí, inalcanzable quizá para siempre.
Ya no había verde en el exterior.
La increíble evolución de la tecnología era evidente. Pero ya sólo ofrecía un día más de supervivencia en un mundo colapsado por la inmundicia y la soberbia del ser humano.
—Supongo que a Uruha 2 no le habría gustado vivir en un mundo de puros humanos, carne y verduras sintéticas —murmuró para sí con cierto optimismo y una pizca de ironía, mientras leía el rótulo de quien se había detenido frente a él y emulaba su acto: Suzuki Akira.