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Me enseñó a vivir por Lemniscata

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Notas del capitulo:

No tengo perdón ni olvido para haber fallado vilmente en publicar cuando correspondía esta historia, pero al fin, les traigo el epílogo, lamento la demora y espero que les guste.

Por cierto, agregué esto en una serie, así que si gustan y van a la siguiente historia, encontrarán "Ojos brillantes" que relata un pequeño momento pero desde la perspectiva de Draco.

 

¡Gracias por leer!

El andén 9 ¾ estaba repleto de gente y apenas cruzaron la barrera mágica, Harry sintió las miradas de todos y el posterior cuchicheo. Agarró con fuerza el carrito donde estaba el equipaje de los chicos y avanzó lentamente. Teddy y Alioth estaban emocionados, sus ojos brillantes, observando cada cosa que veían, planeando quién sabe qué cosas sobre lo que harían en Hogwarts. El hombre se detuvo y observó de reojo a sus otros acompañantes.

 

 

Andrómeda regañaba cariñosamente a su nieto y le terminaba de arreglar la túnica, era una pérdida de tiempo, ya que luego se pondrían sus uniformes, pero la mujer parecía empeñada en hacer lo más presentable al chico, incluso con ese cabello color rosa. Teddy iba a destacar en el primer momento y no solo su aspecto, tenía una personalidad atrayente. A su lado, Alioth estaba quieto, el único gesto de nerviosismo que podía notarse era su mirada paseando por la multitud que hablaba sobre él. Harry no estaba seguro si acercársele, sabía que era orgulloso y al único que mostraba debilidad era a su compañero de juegos.

 

 

Draco, quien había estado callado y alerta, como si en cualquier momento alguien lo fuera a atacar, rompió la distancia que había entre su hermano y él para apoyar su mano en su hombro. Qué extraños ejemplares eran aquellos, los Malfoy, parecían necesitar tanta contención, pero se conformaban con un pequeño apretón. Los chicos decidieron subir al fin al tren, era el plan desde el principio, llegar con el tiempo justo y salir lo más rápido posible. Aunque Alioth tenía el apoyo incondicional de Harry Potter, su padrino, ninguno de los adultos creía conveniente alargar demasiado las visitas públicas.

 

 

El moreno suspiró inconforme mientras veía como Andrómeda se despedía de su nieto, le recordaba que debía escribirle y que no se metiera en problemas. Harry cerró los ojos un momento y negó para sí. Era imposible que ese par no hicieran tremendas barbaridades. Había estado pensando semanas si era correcto o no darle un pequeño objeto o no, finalmente había decidido que sí. El Mapa del Merodeador le había servido a él en su juventud y sabía que Teddy era prudente y no haría demasiadas estupideces, pero, por sobre todo, quería entregarle algo que le perteneciera a Remus. Harry había sabido realmente poco de ese hombre y sabía que para el niño solo el hecho de tener algo que había pertenecido a su padre, era más que suficiente, que el mapa le sirviera para sus travesuras era otra cosa en la cual el moreno no quería pensar.

 

 

Se perdió el momento en que terminaron de despedirme. Andrómeda le dijo que lo vería en un par de días y Draco solo le echó una pequeña mirada antes de desaparecer en el tumulto de gente. De inmediato la tensión en el andén disminuyó. Era triste que se vieran obligados a hacer esas cosas para mantener a salvo a sus retoños. Era doloroso.

 

 

Ayudó a los dos pequeños a subir sus baúles y se despidió de ambos, susurrándole palabras de consuelo y recordándoles lo importante que eran y que, sin importar qué, él estaría orgullo de ambos. Harry abrazó por última vez a Alioth antes de verlo subir al tren, el chico se veía emocionado y feliz y eso le daba una pequeña seguridad al gryffindor. Realmente no importaba qué ocurriera, ese niño sabría enfrentar a la vida y a los problemas que se le presentaran. Sonrió, despidiendo con su mano a sus dos pequeños que desde una ventana agitaban sus manos, ansiosos por ese nuevo comienzo que se les presentaba, ansiosos por llegar al fin a Hogwarts. Quizás el sombrero los terminaría separando, pero el Niño Que Vivió tenía la certeza de que seguirían siendo amigos sin importar qué. El primer amigo de Harry lo había conocido a los 11 años, en un tren, pero sabía que había amistades que trascenderían incluso la barrera de casas rivales.

 

 

Cerró los ojos y soltó un suspiro. Sentía la mirada del resto, sus susurros, sus ojos fijos en él. Por un momento se tentó en hundirse de nuevo, en dar un paso hacia el abismo, después de todo, sus pequeños ya no estaban allí, no importaba si se rompía. Sus atormentados pensamientos disminuyeron cuando sintió la calidez de unos dedos rozarse con los suyos, una tela suave entre ellos. Bajó la mirada, pero allí no había nada. Sonrió, girando el cuerpo hacia donde suponía estaba el cuerpo y cubrió su boca con la otra mano, fingiendo toser, no quería que los reportajes que hiciera la prensa mágica concluyesen dudando de su sanidad mental al hablar a la nada.

 


—Quizás deberíamos ir al lado muggle. Por un café.

 

 

Sintió como algo agarraba su diestra, un pequeño apretón como confirmación. El moreno se mordió el labio inferior para ocultar su sonrisa antes de darse vuelta y caminar hacia el muro que lo separaba del mundo no mágico. Avanzó tranquilamente entre el tumulto de gente y cuando ya estaban fuera de la estación pudo ver la blanca mano que lo sujetaba, un ancla a la realidad. Le sonrió a la persona a la que le pertenecía y ésta le devolvió el gesto, la alegría llegando a sus grises ojos.

 

 

Habían decidido que no harían demasiado traumática la despedida de los críos, pero Teddy se había negado por completo a llegar al andén 9 ¾ sin que con Alioth estuviera toda su familia. El niño rubio se había quedado en silencio y Harry pudo notar lo importante que era para él. Por supuesto que siempre sería su padrino, Teddy su primo y amigo y Andrómeda su tía, quizás más abuela que tía; pero al igual que a él le había pasado con los Weasley, aun sabiéndose parte de la familia, quería algo más… real. Sus planes cambiaron, por supuesto, lo que hizo que las cosas se volvieran más complejas.

 

 

Era mejor que nadie de los pelirrojos ni amigos fuera, sería más fácil. Andrómeda tendría que llegar con su nieto, despedirse y luego irse, acompañada de Draco. A la mujer no le había gustado de todo el plan, pero luego de negociar y ver pro y contra era lo mejor. Harry sería el único que se quedaría hasta el final, con Malfoy escondido bajo la capa de invisibilidad. De esa manera daban el mensaje que sin importar qué, Harry Potter, El Niño Que Vivió era parte de la vida de Alioth y, por ende, del resto de los Malfoy vivos y libres. Después de años de reclusión, al fin la prensa amarillista tendría algo de él, algo más que suposiciones e información de segunda mano y… Harry estaba preparado.

 

 

O tal vez no.

 

 

Temía las cartas que le iban a llegar, furiosas palabras llamándole traidor. Nadie olvidaba la guerra después de más de una década. Nadie. Las heridas recién comenzaban a cicatrizar y necesitaban un chivo expiatorio, un culpable. Un Malfoy reunía un montón de característica. Pero no le daba miedo el repudio público, ni siquiera le preocupaba lo que le pudiese pasar al rubio, sabía que estaba seguro, en su mansión y en la casa de Harry. No, el problema era lo que esas cartas podrían revivir en él.

 

 

Había pasado un par de años desde que comenzaba su tratamiento y había avanzado, pero en su interior tenía tantas cosas reprimidas, tanto miedo, tanto que ni siquiera había logrado vislumbrar. Draco había estado ahí para él, siempre, y se lo agradecía. Ron a veces quedaba mudo, sin saber cómo reaccionar ante la irritabilidad del pelinegro. Hermione rompía en llanto cuando las cosas se le iban de las manos. El slytherin era el único que se había mantenido firme, aceptando recriminaciones, palabras duras, ofensas, incluso golpes. Por supuesto había establecido límites y cuando Harry los había cruzado, él se había ido, luego de, claro está, ponerlo bajo extrema vigilancia para que no hiciera una nueva estupidez. Odiaba eso, pero a medida que pasaban las horas y se calmaba, después de que ese hoyo negro disminuía y las lágrimas se secaba, lo buscaba y pedía disculpas. Draco siempre volvía.

 

 

Giró la cabeza y observó al hombre, quien lo guiaba sin observarlo hacia su café favorito. Le sorprendía la habilidad de este hombre para moverse en ese mundo tan diferente al suyo, parecía mucho más cómodo aquí que al lugar donde siempre había pertenecido. Dentro del café, él no habló, dejó que su pareja ordenara todo, él solo era un muñeco a la deriva y el slytherin su titiritero. No pudo evitar reír por lo bajo al pensar en lo que habría dicho su yo de quince años si le hubiese contado lo que pasaría en su futuro. Draco lo miró con una ceja alzada, en una muda pregunta, Harry solo negó y apenas llegó su café, le dio un sorbo.

 

 

—¿A qué casas creen que irán? —distinguió la voz del rubio sobre el ruido de la cafetería.

 

 

Harry lo miró curioso.

 

 

—Es más que obvio, ¿sabes? Desde pequeños han mostrado características de la casa a la que serán seleccionados y este último tiempo ha sido aún mayor. Quizás no sean el ejemplo mayor de una serpiente, un león, un águila o un tejón, pero… Se nota la prevalencia de ciertos aspectos.

 

 

—Si es tan obvio, ¿no lo dirás? —Draco arrastró las palabras, Harry sabía que estaba molesto, probablemente no le gustaba no tener toda la información.

 

 

—¿A cuál crees tú que irán?

 

 

El rubio se tomó unos momentos para responder, comiendo de las delicias que había pedido mientras daba sorbos a su té, sin decir nada. Finalmente, levantó la vista de nuevo, Harry sintió sus ojos grises como dagas enterrarse en su alma. Por un momento temió que le leyera la mente y detestó el hecho de nunca haber aprendido oclumancia. Pero el momento terminó tan rápido como vino, Draco observaba su taza, tamborileando sus dedos sobre la porcelana.

 

 

—Pueden ir a cualquiera, en realidad. Alioth podría terminar en Gryffindor, siempre ha sido valiente, ha defendido lo que ha creído justo y ha tenido tu influencia y de todas las comadrejas. Si fuera allí, la prensa lo despedazaría, a mí, a él, a toda nuestra familia, tú te sentirías culpable y él se esforzaría en demostrar su valía, esa presión sería demasiada, se terminaría alejando, especialmente los últimos años de escuelas, no volverían a hablar hasta mucho tiempo después de esa forma tan dramática que tienen ustedes los leones. Aunque también tiene rasgos para ser enviado a Ravenclaw, es inteligente y allí no tendría problemas, no mayores de lo que tendrá solo por ir, sin embargo, no creo que quede, tiene más atributos que tener buena cabeza, su curiosidad está ligada demasiado a lo que siente. Hufflepuff, no. No te rías, Potter, es simple que Alioth no es una alma dulce y trabajadora, para nada. Y Slytherin… Sería algo que todos esperen de él y estaría bien, pero las molestias que podría recibir serían mayores, metiéndose con su familia, con todo y, sin embargo, a lo que mejor va preparado.

 

 

Ambos tomaron de sus bebidas, perdidos en sus pensamientos.

 

 

—Teddy, por otro lado, a Slytherin no irá, no tiene madera. Podría ir a Hufflepuff, lo que también dudo, todo ese drama que hizo para que yo fuera a despedirlos ha sido demasiado Gryffindor, a la casa que creo debe pertenecer. Además, es muy inquieto para poder sobrevivir a Ravenclaw. No, tu ahijado es un león por completo. Pero, sea donde vaya, podrá hacer amigos, tiene un carisma del diablo y una tendencia al igual que tú para meterse en problemas.

 

 

Harry rió y asintió, estaba totalmente de acuerdo con lo último que había pronunciado, pero seguía algo inquieto. Apretó los labios, buscando las palabras, sin embargo, Draco apenas lo observó, volvió a abrir la boca para hablar.

 

 

—No te preocupes, seguirán siendo amigos y, créeme, seremos llamados más veces de lo que sea digno a la oficina del director. En un principio me llamarán solo a mí, buscando expulsar a Alioth, pero Teddy siempre estará allí y nadie querrá expulsar a tu ahijado ni al hijo de dos grandes personas que lucharon en favor de la Orden. Entonces tú aclararás que eres padrino de ambos y las cosas se calmarán. Pero sus travesuras siempre serán demasiadas. Iremos un montón de veces a Hogwarts.

 

 

La charla continuó, hablando de todo y de nada, el moreno aliviado sobre lo que pasaría con sus pequeños, se tranquilizó. Era divertido como Draco podía leerlo tan fácil, sin hacer preguntas, solo actuando respecto a lo que veía. Para Harry aquello era fácil, nunca había sido bueno expresando en palabras lo que sentía, siempre eran a través de gesto. Las palabras, definitivamente, solo le funcionaban en el papel, porque nunca había sido elocuente al pronunciar sonidos, nunca se lo habían permitido ni se lo había permitido.

 

 

Observó al hombre que tenía enfrente, en algún punto había cambiado sus túnicas de mago por ropa de muggle, suponía que luego de ponerse la Capa de Invisibilidad. A diferencia de lo que Harry habría creído, no había vestido trajes de marcas famosas ni hechas a la medida. Tenía la elegancia, por supuesto, pero se adaptaba al ambiente. Se llevó la taza a los labios para que no viera su sonrisa. Sí, Draco siempre se había adaptado para sobrevivir. Era como un camaleón, colocando sus colores de acuerdo a donde estaba. Recordó haber leído que eso no era del todo cierto, que el animalito ese cambiaba por la temperatura, pero en el conocimiento colectivo era otra cosa y le servía más la adaptación del ambiente que la temperatura para sus metáforas. Draco Malfoy había sido un mimado y perfecto heredero sangre pura, había despreciado a quienes creía inferiores y había exigido un trato privilegiado. Después se había sometido a un loco psicópata, agachando la cabeza y obedeciendo hasta las más ridículas e imposibles peticiones. Sobre el chico en Azkaban sabía poco, pero había logrado vivir ocho años sin noticias, sin muerte, aislado completamente. Y ahora era un joven silencioso, aprendiendo a vivir en libertad, al menos cuando estaba con él, puesto que para el mundo mágico se había vuelto el cabeza de la familia y debía cumplir con ciertas funciones.

 

 

Siempre había sido un camaleón.

 

 

Siempre había sido un sobreviviente.

 

 

—¿Por qué me miras tanto?

 

 

—Por nada, solo creo que eres guapo.

 

 

Draco entrecerró los ojos, sabiendo que no era eso lo que había estado pensado y dio un último sorbo antes de dejar la taza en su lugar. Todo con una elegancia y tranquilidad sorprendente, hasta sus movimientos eran bellos. Harry bufó en su mente y apuró el café, se estaba tornando tibio y odiaba el café frío, era mejor acabar con la bebida. Pagaron y salieron a la calle.

 

 

Caminaron buscando un lugar más apartado, no tenían nada más que hacer en aquel mundo, nada que hacer con las personas. Aunque había una ventaja con las ciudades muggles, era tan grande que permitía el anonimato, ser quien quisieras y en ese mundo solo eran dos jóvenes con los dedos entrelazados, hablando de deporte, de sus familias y de lo que cenarían. Harry sabía que aquello no era eterno. Jamás iban a borrar quiénes eran, sus pasados ni sus responsabilidades.

 

 

Harry Potter era el Salvador del mundo mágico, a escondidas era un escritor de renombre, plasmando en sus historias aventuras de tres amigos en un colegio donde les enseñaban magia, era padrino de dos niños con demasiadas energías, tutor de uno de ellos. Y en momentos ocultos, a solas en su privada casa, era quien besaba la boca de Draco Malfoy. Sus amigos más cercanos lo sabían o lo sospechaban, pero él no había afirmado ni negado nada. Cualquiera se habría molestado, pero el rubio pretencioso no, él entendía, entendía porque era él.

 

 

Draco Malfoy había sido un mortífago, un tatuaje en su brazo lo demostraba. Había ido a Azkaban y toda la sociedad mágica lo repudiaba, por su apellido, por los ideales que seguía su familia, por querer culpar a alguien, sin importarles quién. Tenía un hermano a quien parecía amar, pero las muestras de afecto las guardaba para espacios más privados. Era el cabeza de su familia, como tal debía mostrarse como un perfecto sangre pura, manejando incontables negocios y haciéndose una imagen pública, intentando por todos los medios limpiar su apellido, no tanto por él, sino que por los que tenían que enfrentarse a las consecuencias en el futuro. En la privacidad de la casa, se dedicaba a mimar y a cuidar a Harry Potter.

 

Al fin se detuvieron en un callejón apartado, nadie se daría cuenta que desaparecían dos personas. Harry le sonrió al slytherin y éste asintió, preparándose para apararse, sin embargo, antes de que la magia funcionara, el moreno reunió el suficiente valor para acercársele, tomó con ambas manos sus mejillas y le dio un pequeño beso, mordiendo suavemente el labio inferior. Se apartó solo un poco para así verlo, Draco era hermoso, confundido, sonrojado y un sentimiento que no lograba definir.

 

 

—Te amo mucho —susurró Harry.

 

 

—Yo te amo a ti —respondió en el mismo tono Draco.

 

 

Volvieron a juntar sus bocas, esta vez en un beso más hambriento y al romper el contacto ambos se sonrieron. Era un secreto. Lo que los llevó a estar juntos y el cómo había avanzado su relación. Todo aquello era un secreto que solo compartían entre ambos. Estaba bien si el mundo los odiaba. Estaba bien si el resto creía que lo que hacían estaba mal. Nada de eso importaba. Porque eran Harry y Draco, Draco y Harry, nada más. Sin apellidos, sin casas, pasados ni responsabilidades.

 

 

Desaparecieron de esa calleja oscura para así ir a su lugar. Una pequeña casa cerca de un acantilado que en un momento había reunido llantos y risas, peleas y berrinches, pesadillas y vicios. Era una casa viva y, por primera vez, Harry comprendió que no era necesaria la magia para que un lugar lograra aquello, solo se necesitaba vivir, realmente vivir en ella. Era algo que jamás había hecho, al igual que Draco, era un sobreviviente y no fue hasta que teniendo apenas dieciocho años y trajo a un pequeño bebé rubio a su casa que comenzó a hacerlo, a tropezones, como un niño pequeño y es que a veces uno olvida las cosas y necesita que otro le muestre el camino, en su caso había sido Alioth, él, con sus juegos, sus brillantes ojos grises, con sus carcajadas y sus lágrimas los había hecho. Teddy con su hiperactividad, su cabello de colores y esa forma de sonreír cada vez que hacía algo malo. Y Draco… Draco quien le había tomado la mano para que se diera cuenta que había algo más que oscuridad. Los tres, a su manera, de distinta forma, le habían enseñado a vivir y Harry nunca tendría tantas palabras para agradecerles, ni tanto oro para pagarles lo que le habían mostrado.

 

 

—¿Está todo bien, Harry?

 

 

—Sí, solo estaba pensando.

 

 

—Vaya, que sorpresa, espero no te hayas cansado.

 

 

El rubio se perdió en la cocina, probablemente para preparar té mientras Harry miraba a su alrededor, sonriendo. Paseó los dedos por las fotos que estaban sobre la chimenea, los Weasley en su totalidad, tres generaciones metidas en una sola foto. Él, Hermione y Ron. Sus tres ahijados. Andrómeda y un Teddy bebé. La vieja foto de sus padres siendo una hermosa pareja feliz. La foto de la Orden, donde, entre otras personas, estaban Sirius y Remus. Sus dedos se detuvieron en la última foto, la más reciente, cuatro personas. Alioth y Teddy jugaban, riendo una y otra vez, el Harry de esa foto soltaba carcajadas y miraba de vez en cuando al otro adulto y Draco… Se veía feliz, sin un peso en sus hombros. Pasó los dedos por la imagen del rubio, cerró los ojos y sonrió.

 

 

—Me enseñó a vivir —susurró, aunque no sabía a quien se refería realmente. Todos y nadie. Cada persona que se había cruzado en su vida le había mostrado la importancia de la vida y le habían indicado una forma de vivirla. Harry era un conjunto de experiencias y, como tal, no podía agradecer a solo una persona, solo podía concluir—: Me enseñó a vivir.

 

 

Se apartó de la chimenea y siguió el ruido que estaba haciendo su pareja. Era un agradable día y mientras esperaban a las cartas de los pequeños, que llegarían bastante entrada la noche, solo podrían disfrutar la jornada. Y es que en eso consistía la vida, en vivirla.


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