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Mil Mundos por Rising Sloth

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Capítulo 11

 

La noche avanzaba en el barco; marcada por las horas del reloj ya que, evidentemente, una puesta o salida del sol era imposible en ese contexto; podía considerarse que era bastante tarde. Law esperaba mientras ejercía su turno de vigilancia en la cofa, esperaba por Eustass. Se imaginaba que, de un momento a otro, aparecería a su espalda para abrazarle, besarle la cruz de perlas de su nuca a la vez que sus manos investigaba su cuerpo debajo de su ropa mientras que, él, se quejaría medio en broma, diciéndole que valiente manera de hacer las paces, pero, de igual forma, se dejaría hacer. Nada de eso pasaba.

¿Qué puedo hacer con él? Se preguntó. El cabreo del pelirrojo ya duraba demasiado. Normalmente no hubiese pasado más de un día, dos como mucho, pero desde que tuvieron esa discusión casi hacía una semana.

Oyó una puerta que se abría y unos pasos sobre la madera de cubierta. Giró el rostro, tranquilo, para ver quién era. Luego lo volvió con una mueca, no era Eustass.

Pretendió ignorar a la persona y lo consiguió con éxito porque, la verdad, su presencia ahí, a esas horas, le importaba menos que nada. No obstante, el recién llegado a cubierta, subió las escaleras hasta el castillo de popa para reencontrarse con él timonel de turno. Cuando Law fijó la vista hacia ellos se le abrieron los párpados al instante. Al segundo puso los ojos en blanco y resopló. Algunos tenían mucha suerte, supuso.

 

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Como si no existiera el resto del mundo, como si no tuviese que acabar ese momento, se buscaban y se aferraban el uno al otro. Se besaban y se abrazaban, cada vez con más fuerza, sin lujuria alguna, sólo amando y queriendo convertirse en el cobijo del otro.

Cuando fueran conscientes no recordarían muy bien como llegaron ha encontrarse en esa situación, solo que el joven salió a cubierta cuando él estaba al timón; le trajo una botella de vino que había conseguido meter de contrabando, el otro le semoneó un poco, pero al final acabaron compartiéndola, una copa, una única copa; y de repente el momento era para ellos. Puso el timón en automático y bajaron al camarote del oficial.

Ahora, paseaba su mano por debajo de la camiseta del joven, acariciando su pecho, mientras que éste pasaba las manos por su espalda, notando con la palma y yema de los dedos el cambio de una piel suave y cálida a otra rugosa y fría y viceversa.

–Hum... –Ace intentó, sin brusquedad, apartarlo. El mayor se retiró un poco.

–¿Qué ocurre? –le susurró y le apartó el pelo de la cara en una caricia, dejándo la mano tras su cabeza.

–No...– recobraba el aliento con la cabeza gacha–. No es nada, solo que... mierda, no quiero estropear este momento –suspiró resignado y se decidió a hablar–. Tu entrepierna no será también de... –se mordió los labios y se llevó su mano izquierda a cubrir sus ojos. Quiso morirse, de verdad que quiso morirse en ese mismo instante, sobre todo cuando oyó lo que creyó un risa, pero no estuvo seguro. Notó la boca de Smoker en su oreja.

–No te preocupes –dijo después de un beso.

Recogió su mano para apartarla de sus ojos, con una delicadeza que nadie hubiese imaginado del teniente. Se miraron, El moreno rió un poco, cerró los ojos, aun con la cara muy caliente, dejándose llevar y dedicándose a sentir todo lo que el mayor le daba. Puede que pareciera un tontería para otros, pero cada vez que lo pensaba sentía que lo necesitaba más, y a partir de ese momento el teniente fue para él como una droga.

 

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Zoro salió al alcázar encontrándose justo con la espalda de su nuevo capitán, hizo un mueca e intentó pasar sigilosamente para ponerse a trabajar en lo que sea sin tener que dirigirle la palabra.

–Quieto donde está –sonó la voz de Mihawk sin alteraciones pero rotunda.

A la vez que el peliverde maldecía, el oficial se giró para clavar sus ojos en él con desaprobación.

–Su nombre.

–¿Eh?

–He dicho que me diga su nombre, lo más completo que se pueda, debo datarlo en el cuaderno de bitácora.

–Zoro Roronoa.

–Está bien –tomó aire–. Que esto quede claro para usted, señor Roronoa. A partir de ahora es uno más de es este barco, si no padece enfermedad alguna dormirá en el camarote con el resto de la tripulación ¿Entendido?

–Sí. –alargó el monosílabo con desgana e impertinencia.

Mihawk frunció el ceño.

–Y diríjase hacia mi como "señor" o "capitán".

Zoro le miró de mala manera.

–Sí, señor.

–De acuerdo –volvió a poner la vista en cubierta–, vaya ante el señor Akagami, el hombre pelirrojo con implantes robóticos, y preséntese ante él como su nuevo grumete.

–¿¡Qué!? –le salió la queja–. ¿¡Grumete!? ¡Yo soy mucho más que...! –los ojos penetrantes de Mihawk se clavó como un cuchillo en su garganta.

–¿Cuantos años tiene, señor Roronoa? ¿Seis? ¿Tal vez siete?

–Nueve –rectificó con rabia.

–Suficiente para entender lo joven que sois y que daros un puesto de responsabilidad es obligar a ir a pique al barco. No tengo nada más que añadir –de nuevo puso su atención en la cubierta.

El peliverde mantenía puños y dientes apretados. Le hubiese rajado el cuello en ese mismo momento, sin embargo...

–Sí, señor –arrastró las palabras.

 

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–Vaya, vaya, vaya. Se me multiplican los grumetes –bromeaba Shanks viendo como a un ilusionado Luffy le acompañaba su nuevo amigo–. Bueno, será mejor que hagamos la ceremonia de inicio cuanto antes. Luffy, haz las presentaciones con a la señora Fregona y al señor Cubo, ¿vale? Yo me vuelvo a los fogones.

Se giró con la mano alzada, despidiéndose. Los dos grumetes se miraron, Luffy sonriente, Zoro con hastío. Sin más, recogieron los enseres de limpieza y se pusieron manos a la obra. Ace y Sabo los miraban desde la torre de vigía mientras ayudaban a asegurar los amarres de las velas.

–Parece que han echo muy buenas migas –comentó el del pelo rubio.

–Y yo que me alegro, a Luffy siempre le ha faltado un amigo de su edad.

–¿Crees que es de su edad? Yo lo veo más mayor.

–Serán de la misma quinta. Yo a él le echo unos dieciocho –dijo y, sin ninguna explicación, por simple gesto casual, su mirada fue de los dos grumetes al teniente Smoker, que acompañaba al timonel Burgués. El teniente miraba al frente, pero también, sin ninguna otra razón aparente, miró a Ace. Los ojos de ambos chocaron y se apartaron rápidamente; Smoker con su naturalidad fría y Ace sin poder evitar sonrojarse.

Este suceso no era la primera vez que pasaba a lo largo de la mañana. Siendo así, para Marco, que en ese momento estaba desatando la vela de los brazos inferiores, también para asegura las cuerdas, no quedó muy desapercibido.

–¿Te has dado cuenta de que llevan todo el día así? –le preguntó Laffite, un hombre no humano de largas extremidades y piel de un color cetrino, que estaba en la misma tarea que él–. Burgués no encontró al teniente esta noche cuando fue a sustituirle en el puesto. El timón, me contó en el desayuno, estaba en automático.

El cambio interior en Marco quedó solo para él.

–¿Qué quieres decir? ¿Que se aburrió y en mitad de la noche fue a asaltar a Ace?

–No, más bien al contrario. Ace fue a asaltarle a él. Law los vio desde la torre de vigía.

Marco, sin poder evitarlo, miró de reojo al pecoso. Apartó a mirada, con rabia de si mismo. ¿Que le pasaba con ese sentimiento de malestar?

 

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El capitán seguía en el alcázar, observando como trabajaba la gente a su cargo, con el profesor a su lado quejándose nuevamente de la ruta. Todo estaba en orden e iban con eficiencia, excepto por los dos grumetes que parecían estar más jugando que otra cosa.

–¡Mira Zoro! ¡Fregonasurfing!– gritaba feliz Luffy patinando sobre la fregona mientras que su compañero lo miraba con cara de circunstancia.

Mihawk puso la mirada en el cielo con algo de desesperación pensando que lo último que le hacía falta a ese barco eran más niños. Seguido notó el olor de otro yokai acercarse y oyó la puerta que daba a los camarotes de los oficiales y la enfermería abrirse.

–Buenos días –sonó una dulce y amable voz.

–Ah, buenos días, señorita...– saludó Usopp dejando caer que no sabía su nombre.

–Vivi, Vivi Roronoa –el apellido que la chica dijo con una sonrisa llamó la atención y sospecha del capitán.

–Encantado, yo soy el profesor Usopp ¡Gran patrocinador de este maravilloso viaje de expedición arqueológica!

–Encantada igualmente –se dieron la mano.

–¿Cómo ha dicho que se apellidaba?–preguntó serio el capitán.

–Roronoa.

–¿Igual que tu compañero?

–Sí –siguió sonriendo–, siempre he desconocido mi verdadero apellido, y Zoro y yo somos como hermanos, por eso decidimos compartirlo.

Una única palabra se pasó por la mente del de la mirada ambarina: miente. Miró al híbrido, seguramente era cosa de él y de su desconfianza el ofrecerle, o imponerle, su apellido a su compañera. Pero la cuestión era porqué.

–¿Y se encuentra bien señorita Roronoa? Creo que es mejor que siga descansando –se ajusto las gafas el narizotas.

–No se preocupe, me encuentro bien, incluso creo que me pondré peor si permanezco todo el día allí encerrada. Pero por favor, llámeme Vivi – puso la mirada en cubierta, fijándose en Zoro–. Debo darle las gracias, capitán. Por acogernos en su barco, no sabe lo que significa para nosotros. Llevábamos mucho tiempo solos, obligándonos a apartarnos de la gente. Necesitábamos algo así.

Mihawk la observó con detenimiento, pero no dijo nada.

Por otra parte, en ese mismo instante Shanks salía de la cocina para ver a sus dos grumetes. Vio como se habían dividido la cubierta en dos para que cada uno limpiara su parte. La de Zoro no es que fuera para tirar cohetes, pero por lo menos se podía decir que llevaba un ritmo de trabajo; la de Luffy... simplemente era la de Luffy. Como de costumbre, el chico no era capaz de concentrarse en nada más de dos minutos si no había nadie supervisándolo.

–Chico, deberías aprender más de tu nuevo compañero a ver si se te pega algo.

–Pues como no sea el aburrimiento que trae encima no sé yo que se me va a pegar de él –hizo un mohín de reproche hacia le peliverde que fue ignorado completamente.

Shanks suspiró resignado y se rascó el cuello.

–Se nota que es el mayor de los dos –pensó en voz alta.

–¿Qué? ?Porqué dices que es el mayor? Que sea más alto que yo no significa que me saque más años.

–No lo decía por la altura, pero si quieres lo comprobamos. Zoro, eh –el joven dejó de limpiar–. ¿Cuantos años tienes?

–Nueve.

–¿Nu... Nueve?

–¡Te lo dije Shanks, soy el mayor! –carcajeó Luffy.

–Disculpe –intervino Vivi–, Zoro se ha expresado mal. Cuando dice que tiene nueve no son nueve como vosotros pensáis.

–Ah –dijo con más asimilación–. Entonces cuando dice nueve se refiere a...

–Nueve mil –sonrió.

Silencio.

–¿¡Como van a ser nueve mil!?–gritó al borde de un ataque el profesor.

–Para nosotros mil años es lo que para vosotros uno. Excepto los primeros cien años de vida, un yokai con cien años es como un humano que tiene diez.

–¡Como mola Zoro! ¿¡De verdad tienes tantos años!? –preguntó Luffy con los ojos iluminados mientras los del yokai mostraban pesadez–. Debes de tener millones de nietos.

–Increíble...– decía anonadado el profesor–. Entonces, si tiene nueve mil años es como si tuviera... –empezó hacer cuentas con los dedos.

–Unos diecinueve en humano –respondió ella–. Aunque... Zoro –se refirió al peliverde–, tú no tienes nueve.

–Casi los cumplo –no quiso mirar al capitán y siguió limpiando, avergonzado de ser descubierto–. Quinientos años no son nada.

Otra mentira, pensó Mihawk con mosqueo. Por lo menos esa no pasaba de ser una simple infantilada. Ocho mil quinientos años... se creerá que es un adulto.

–Vivi, ¿entonces tu cuantos tienes?–preguntó Luffy.

–Tengo cinco mil quinientos años. Con Zoro me llevo justo tres mil.

–¡Wa! ¡Que vieja eres! Tú tambien tendrás que tener mil nietos por ahí.

–La verdad es que, bien pensado–comentó Shanks–, no es que todas las razas duremos lo mismo ¿verdad que no, Law? –le preguntó al moreno de las perlas que descansaba un poco de su puesto apoyado de espaldas en la balaustrada– ¿Cuantos cumples este año?

–Ciento cincuenta.

–¡También es un viejo!

–No tanto –se encogió de hombros el ojeroso–. Mis perlas aún no son tantas como para que se me denomine "viejo" –dijo montrando su brazo adornado con una linea de perlas–. Los de mi quinta ya tiene muchas más que yo, por no hablar de lo pequeñas que son.

–No entiendo nada –Luffy ladeó la cabeza.

–Los que son como yo se acercan más al final de su vida cuanto más perlas haya en su cuerpo –explicó–. Cuando morimos nos convertimos en una enorme perla. Si es que morimos de viejos claro. ¿Ves las dos perlas en cada reverso de mi mano? Se ven más grandes que las demás porque antes eran cuatro separadas.

–¡Oh!– exclamó como si hubiese tenido una revelación.

Eustass los observaba desde su puesto, chistó con molestia y siguió a lo suyo. Aunque al poco rato volvió a mirara de reojo a Law con arrepentimiento.

 

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Se hizo la hora de comer. Marco ocupaba ahora el puesto de vigía, llevando su tarea un poco evadido de la misma. Sentado en el suelo de la cofa, miraba hacia arriba observando el movimiento del universo sobre su cabeza.

–¡Marco!– le llamó Ace entrando por arriba en su angulo de visión–. Hola, me dijeron que estabas cubriendo el puesto de vigía. Y como no te había visto con tu cuenco de estofado te he traído un poco –le ofreció el cuenco.

–Ah –sonrió recogiendo el cuenco con las dos manos–. Muchas gracias.

–De nada –apoyó en el borde de la taza sus brazos cruzados y barbilla.

El rubio inspiró y miró el cuenco. La verdad no tenía mucha hambre.

–¿Te has enterado de lo de los yokais? –preguntó el moreno.

–¿Lo de que son milenarios te refieres? –dio un sorbo la cuenco.

–Nueve mil años... –suspiró–. Se dicen pronto.

–No es el único en este barco que aparenta ser más joven.

–Ya, también he oído por ahí que Law tiene como dos centenarios.

–Y yo también –Ace abrió los ojos, a Marco le divirtió–. ¿Cuántos me echas?

–Unos veinticinco... veintiocho... ¿Treinta?

–Mas o menos esa sería mi edad en humano, para decir mi edad real tienes que multiplicar por dos.

–¿¡Sesenta!?

–¿A que no los aparento? –bromeó– Me cuido bastante.

–Este barco empieza a parecerme un asilo.

Marco se le escapó una risa. Se quedó entonces, mirando durante unos segundos la cara distraída del joven. Apartó cabizbajo sus ojos y dijo:

–Ace.

–Dime.

Volvió a mirarle.

–¿Es cierto lo que se cuenta por el barco? Que te has acostado con el teniente.

No hizo falta respuesta, de repente Marco pensó que la cara del moreno desprendía más calor que su propio planeta Pilox.

–No entiendo como se ha podido enterar todo el mundo –escondió la cara entre sus brazos.

–Ese tipo de cosas es difícil que se guarden –sorbió nuevamente su cuenco.

–Además... me fastidia un poco que la gente trate el asunto así... como si fuera la historia de un revolcón.– levantó la mirada, menos enrojecido pero aun así avergonzado.

Marco puso el semblante serio. Se resignó y se obligó a curvar los labios en un sonrisa.

–Parece que estás muy ilusionado. Me alegro por ti –volvió a tomar de su cuenco.

El pecoso le miró sorprendido, después sonrió amable.

–Muchas gracias. Eres el primero que me lo dice.– suspiró y colocó la mano en su hombro– me alegro mucho de haberte conocido. Eres un verdadero amigo –de repente le rugió el estómago, cosa que le hizo que se le subieran los colores de nuevo–. Y me voy antes de que se termine la olla. Nos vemos luego.

–Hasta luego –se despidió cuando Ace ya había desaparecido.

Suspiró con pesadez y miró su cuenco, aún estaba medio lleno, no era algo bueno con el revoltijo que tenía en el estomago. Lo dejó a un lado y miró al cielo intentando no pensar en la presión que tenía en el pecho y esa odiosa voz dentro de su cabeza a la que le había dado por despertar.

 

Continuará...


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