Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Locura por mi todo por 1827kratSN

[Reviews - 84]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

 

Miraba con desdén a la mujer que acababa de darle las pautas para celebrar ese acuerdo beneficioso para ambos, porque lo que ella pedía era mucho, pero a la vez era poco en comparación a las ganancias que él tendría. Aun así, lo discutió, pero no tanto como para que esa mujer se cansara y decidiera negarse.

Fue así como le cedió la dirección y propiedad de dos de las empresas que su padre le heredaría cuando se casara, y también una cuenta bancaria con una suma importante como para que no tuviera dificultad alguna durante el resto de su vida. Finalmente…, movería sus influencias para que Haru Miura fuera aceptada en el instituto y así pudiese formarse para ser profesora de primaria.

 

—La jugaste bien mujer.

—Me asesoré —sonrió orgullosa porque estaba segura de lo que iba a hacer.

—Sí, sí, no quiero saber —revisó por última vez el papel listado en el que hicieron algunos tachones y ediciones—. Bien, acepto.

—Tienes que firmarme esto —la castaña mostró una carta que mantuvo oculta en su carpeta.

—No firmaré nada —frunció el ceño antes de mirar a la que sería su futura esposa falsa.

—Con esto te comprometes a cumplir con los puntos de este acuerdo —habló con seguridad, tal y como se lo dijeron—. Es mi único seguro legal por si intentas engañarme, Gokudera-kun.

—¡Soy un hombre de palabra, mujer!

—Pues aun así quiero que firmes —sin miedo, le dio frente al alfa y deslizó la carta hasta colocarla frente a esas manos hecha puños.

—Bien —gruñó una maldición antes de respirar profundo.

—Y, además, quiero que me llames por mi nombre.

—Estás cansándome.

—Y… —dudó un momento—, quiero que me lleves a ver a tu madre —sonrió esta vez con más dulzura—, quiero… darle la noticia ¡yo misma!

—Ah no, eso no —golpeó levemente la mesa—. El que dará la noticia seré yo —terminó de firmar.

—¡Pero quiero verla!

—La verás —Gokudera peinó sus cabellos usando sus dedos—, pero no ahora.

—¿Cuándo?

—El día de nuestra boda.

—¿Y eso cuándo será?

—Cuando me prepare psicológicamente para enfrentar el interrogatorio de mi viejo, la sociedad, los detalles de la ceremonia y las burlas de mi hermana mayor. Simple —suspiró.

—¿Y eso cuánto tardará?

—Calculo —suspiró aún más profundo que antes—, tres semanas. Será algo sencillo y rápido, así que… es todo.

—¿Creíste que algún día te ibas a casar con alguien como yo? —Haru sonrió divertida.

—En realidad creí que me iba a morir antes que casarme —bufó antes de rodar los ojos—. Pero ya ves que la vida me odia y te puso en mi camino.

—¡Qué grosero!

 

Pero no importaba si el alfa era malvado, raro, histérico o lo que sea, Haru sólo se centraba en Lavina, a la que volvería como su segunda madre y a quien ayudaría en todo lo que le fuese posible desde ese punto. Era feliz al saber que iba a ayudar a una omega necesitaba, pero era aún más feliz al saber que podría participar en aquello que Lambo llamó como “revolución inicial”. Porque era un paso que los llevaría al progreso, a un futuro donde los omegas ya no fueran tratados como la casta inferior… Ayudaría a que, en un futuro, todos fueran iguales.

 

 

Aprender…

 

 

Sabía que enterarse más acerca de la vida de su esposo era esencial, por eso empezó a usar aquella portátil que se compró con la tarjeta de crédito ilimitada que tenía a su disposición y puso sus dedos a trabajar cuando tenía tiempo libre.

La verdad hallar información no fue difícil, y aunque inicialmente esta no estaba detallada, pudo darse una idea de lo que los Hibari representaban en el país y en el resto del mundo mediante asociaciones extranjeras. Así mismo, se dio cuenta de lo bien oculta de la vida de Kyoya, porque, por más que lo buscaba, su información era muy básica y siempre relacionada a la vida de Fon Hibari, cabeza de familia.

 

—¿Puede contarme algo más sobre su familia? —Tsuna miró al alfa al que ayudaba a preparar la cena.

—¿Cómo qué?

—¿Su madre fue una omega de buena familia? —si era así, podría saber parte de la línea predecesora al seguir rastro.

—Sí —Kyoya siguió picando los vegetales—, la adoptó una familia de buen estatus y fue amada como a una hija verdadera. La que fue hija de sangre fue mi tía.

—¿Esa familia también era de casta pura?

—No, en su línea sucesora había betas también, así que bajaron de rango. Sin embargo, era una buena familia.

—Al menos fue feliz —sabía que preguntar por el apellido de su difunta suegra sería atrevido, así que no insistió.

—No quiero hablar más de eso, Tsunayoshi.

—Lamento si le traje malas memorias.

—Puedes preguntar sobre otra cosa —la oportunidad estaba dada.

—En su fábrica, ¿trabajan omegas? —jugaba con los pequeños tomates a los que lavaba.

—Sólo hay uno… —recordó a su empleado—. Es muy… peculiar, pero trabajador e inteligente.

—Tal vez pueda conocerlo —se animó— y él me pueda enseñar más de esa fábrica.

—Tal vez.

—Me parece impresionante que un omega haya llegado a trabajar para usted.

—No lo es —al terminar se limpió con el delantal—, porque yo no me fijo en la casta de las personas que me ayudan ahí.

—¿Puede contarme más de aquellas personas?

—No.

—¿Por qué?

—Porque es vida ajena —miró al castaño—, les pertenece a ellos y a nadie más. Ni siquiera yo pregunto más de lo necesario. Me interesa que hagan un buen trabajo, sean leales y nada más.

 

No era buena idea insistir. Tsuna no quería parecer fastidioso, por eso cambió de tema. Se olvidó de eso y siguió como si nada. Porque si quería información podría conseguirla en otros lados. Y él disfrutaría simplemente de ser el preciado tesoro de aquel hombre, aquel pequeño complemento que pasaría desapercibido por la sociedad.

Era mejor así.

 

 

Noticia…

 

 

Habían sido ya tres pruebas, cada una hecha en diferente fecha para estar segura de la veracidad de las mismas. Era la segunda vez que pasaba por eso, y en vez de estar feliz como siempre pensó que estaría, se sentía temerosa, dudosa, ansiosa, por no saber cómo tomar el resultado que destacaba en la prueba de embarazo. Prueba que le dictaba un positivo.

Sus manos le temblaban y sus ojos ardían debido a las lágrimas que se derramaban por sus mejillas. Sus pies se movían ansiosos en un incesante golpeteo contra ese suelo pulcro, mientras respiraba agitadamente para ahogar sus sollozos. Pero no podía quedarse ahí por siempre, aunque lo deseara. Tenía que salir o alguien podría sospechar.

 

—Llamaré a Fon-sama.

 

Las palabras de esa vieja omega a servicios de la familia Hibari, fue tosca, algo ronca y autoritaria. Porque sí, esas mujeres decidían por ella en ciertos asuntos cruciales. I-pin había mantenido “eso” en secreto porque tenía miedo, pero al parecer esa mujer se dio cuenta y esperó al momento indicado para verla salir del baño con la prueba de embarazo en la mano. Odiaba tanto a esas ancianas decrepitas que no respetaban su privacidad, pero no tenía de otra más que agachar la cabeza ante lo que le dictaban.

Cuánto se arrepentía de muchas cosas. Una de ellas era la traición que cometió en contra de Kyoya, porque después de haberle robado todos los supresores y dejado con Tsuna en celo, no pudo volver a llamarlo… Sentía tanta vergüenza que simplemente decidió no pedir más la ayuda o el consuelo de aquel alfa. Y, aunque cumplió con una orden a la que no pudo negarse, sentía que pudo haber hecho algo. ¡Aunque sea dejarles un aviso o una pista!

Por su miedo había perdido a su único lazo real fuera de esa mansión.

Ya no sabía qué hacer.

 

—Quería asegurarme para no darle una noticia falsa —agachó su cabeza en una reverencia marcada—. Lo siento, Fon-sama.

—¿Puedes dejarme ver la prueba?

 

A pesar de aquella habla tan ligera y amable, I-pin sabía que Fon estaba un poco enfadado. Suspiró antes de ofrecer la prueba, dejó aquella cosita en manos de su alfa, y en seguida ocultó sus sudorosas manos en espera de alguna reacción. Como supuso, Fon sonrió sutilmente mientras admiraba con devoción las dos rayitas rojas que dictaban el positivo, lo vio enorgullecerse y después sonrió al recibir un abrazo y una caricia en su cabeza.

A veces Fon podía ser tan delicado al tratarla.

Pero después I-pin recordaba la dura realidad, aquella que le generaba repulsión pero que tenía que aceptar.

Ella aceptó ir al médico para hacerse las pruebas de rigor, ella misma puso la fecha sin que Fon la obligara, ella misma pidió que todo pasara con prisa porque necesitaba despejar sus dudas lo más pronto posible para que se saltaran el dolor de una noticia. Ya se había resignado desde hace tiempo, pero aún seguía aferrándose a una esperanza. Porque esperaba que en esa ocasión Fon sí le dejase conservar a su hijo, fuera de la casta que fuera.

 

—¿Estás bien?

—Sí.

 

Aceptaba la mano que la ayudaba a bajar de la camilla y también asintió cuando le preguntaron si quería dar una vuelta hasta que los resultados estuvieran listos. Sonrió cuando tomó el brazo de su esposo mientras recorrían un centro comercial observando las cosas nuevas, la gente, y finalmente se sentaban en una mesita para disfrutar de un café para Fon y un helado para ella. Se quedaba callada pensando en lo que pasaría, en lo que le diría ese estúpido médico familiar… Pensaba en si tendría que pasar por un aborto, otra vez.

 

—¿Qué harás?

 

En un inicio no entendió la pregunta de su esposo, hombre que bebía con calma el café, con movimientos elegantes y sorbos pequeños. Pero después se dio cuenta del trasfondo de esas palabras, de la pregunta que se escondía y de las consecuencias de su respuesta. Sintió tanta tristeza, pero a la vez entendió también que no tenía otro camino.

 

—Yo no voy a dar a luz a un hijo… —sus dedos temblaron—, que no sea un alfa.

 

Lo dijo despacio, tratando de que los sonidos ingresaran a su cabeza y se repitiera esa realidad como un mantra. Estaba intentando auto-convencerse de que en verdad quería eso. Pero no era algo que ella desease, por el contrario; aun así, tenía que acoplarse a su estilo de vida, al que le enseñaron a tolerar… Porque vivir en la clase alfista era así.

 

—No quiero un hijo de otra casta —metió una cuchara con helado a su boca y agachó la mirada.

—Tú lo has dicho —Fon dejó su taza sobre el plato—, no he sido yo.

—Lo sé.

—Entonces… ¿Estás preparada para ir por los resultados?

—Lo estoy —respiró profundo y miró a su esposo antes de fingir una sonrisa—. Estoy lista.

 

I-pin no supo qué expresión hizo, ni siquiera vio la sonrisa satisfecha de Fon, sólo estaba centrada en aquel papelito que le cedieron y que dictaba la casta de aquel pequeño conjunto de células en su vientre… Su hijo se convertiría en un alfa.

No tendría que desprenderse de su hijo o hija, no tendría que pasar por el doloroso proceso que conllevaba alejarse de ese pequeño manojo de células que recién estaban formando un ser vivo. No tendría que… tener miedo. Ya no más.

Iba a ser feliz.

Por fin.

 

 

Enjambre…

 

 

Lo había notado, aunque no lo había dicho en voz alta, pero lo había hecho. Los piquetes rojizos en el brazo de Hibari se estaban acumulando. Tal vez el alfa intentaba ocultarlo, pero no había sido eficaz. Tsuna lo vio en uno de esos días donde Hibari se ofreció a lavar los platos, cuando se recogió las mangas, también lo hizo en medio de su espionaje matutino cuando Hibari se quitó la parte superior de la ropa que usaba para el entrenamiento de taichí. Estaba consciente de que era la medicina, lo entendía, pero su duda se encaminaba a ¿por qué ya no eran pastillas?

 

—¿Qué te sucede hoy, Tsunayoshi?

 

Mientras Aiko jugaba en la sala con sus peluches y garabateaba en un cuaderno que le compró, Tsuna aprovechó el momento para sentarse junto al alfa y posar su cabeza en el hombro ajeno. Se quedó quieto, buscando la mano algo rugosa que superaba el tamaño de la suya. Y cuando aquellos dedos se entrelazaron con los suyos, no dudó en suspirar. Adoraba el aroma de Kyoya cuando este estaba tranquilo, siendo un perfume sutil, como una brisa que calmaba su inquieta alma.

 

—Quiero estar con usted.

 

Ya no le costaba pedir, ahora era más fácil simplemente hablar. Si quería un beso, se acercaba a Hibari y lo pedía. Sentía esos labios sobre los suyos, en un toque tierno y sutil. Cuando quería dormir con el alfa, simplemente se metía entre esas sábanas y se acurrucaba en el pecho ajeno. Si necesitaba un abrazo, era quien se acercaba hasta olfatear el perfume ajeno y se recostaba en ese pecho amplio que ocultaba el latir acompasado de Kyoya. Y si quería que esos dedos lo tocasen, lo decía, lo pedía y dejaba sus feromonas surgir para que el alfa no se negara.

Hibari jamás se negaba.

Le cedía cada cosa que pedía, y raras eran las cosas que no le cumplía. No se cansaba de enumerar las cosas que más le gustaba exigir, tampoco dejaba de admirar aquellos ojos tan brillantes en los que se reflejaba, y memorizaba cada beso que descendía por la piel de su cuello en medio de la penumbra y privacidad de la noche.

Seducía a ese hombre para obtener el placer que necesitaba para que todo valiese la pena. Se aferraba a la lujuria que despertaba en ese alfa, para calmar así a su jodido lado omega. Se deshacía en gemiditos quedos cuando esas manos tocaban las zonas correctas de su cuerpo, y disfrutaba del paraíso que alcanzaba en manos ajenas.

 

—Quiero seguir —susurraba entre jadeos—, por favor.

—No —negaba con aquella voz ronca y necesitada—. No hoy.

—Pero… usted.

—Sólo quiero olfatearte… Nada más.

 

Se frustraba, intentaba que el otro cediera, pero admitía que quedarse recostado entre los brazos ajenos, sintiendo el aroma potente del alfa, le gustaba. Tsuna se limitaba a ceder al sueño, a la calma, se perdía de la mano de Morfeo y terminaba ignorando lo demás. No tenía idea de que él era el causante de que esas marquitas rojizas se fueran acumulando en el otro brazo del alfa, en la pierna, o en ese cuello pulcro. No tenía idea de lo que estaba ocasionando por su intento egoísta.

Hibari estaba ocultando todo. La desesperación porque no podía parar de desear ese cuerpo, de olfatear ese cabello y cuello en busca del origen del aroma que tanto adoraba. No podía detener sus manos que ansiaban con tocar esa piel. Pero sí podía morderse las muñecas, la lengua, los dedos, en busca de cordura; porque estaba seguro de que, si seguía, perdería el control y se volvería una bestia.

Y también estaba ocultando que ahogaba a su alfa interno con dosis altas de supresores para omegas, que frustraba su propia excitación con agua helada y fuerza de voluntad, que se ahogaba entre arcadas por los efectos segundarios del medicamento o que se mareaba a menudo y por eso evitaba salir de casa junto con Tsuna, porque no quería asustarlo si es que tenía un pequeño tropiezo.

Simplemente… se callaba todo.

 

 

Complot…

 

 

—¿Y de dónde carajos sacaste eso?

 

Lambo miraba la prueba de embarazo que tenía pintada dos rayitas, además de un pequeño tubo de ensayo con sangre y cuya etiqueta estaba recién arrancada. Estaba asqueado pero intrigado, porque algo bueno iba a pasar si es que Skull tenía esas cosas en sus manos y reía muy feliz mientras colocaba eso en una pequeña hielera. Tenía curiosidad por saber cuál sería su siguiente travesura.

 

—No le digas a nadie que me estoy riendo de Reborn.

—¿Te estabas riendo de Reborn? —hizo un puchero—. Yo también quiero reírme, ¡haberlo dicho antes!

 

Y entonces rio, sin saber por qué o de qué, sólo sabía que Reborn iba a ser su objeto de bromas. ¡Que se jodiera el mundo! Porque lo que más amaba Lambo era hacer a Reborn enfadarse, por eso la última vez aceptó escaparse con Bermuda por un día entero sin avisar. Sí, jamás olvidaría la furia en esos ojos negros cuando fue encontrado y sermoneado por su desobediencia. Tenebroso pero muy gracioso también. Porque cuando Reborn perdía la paciencia, una venita fulguraba en su cuello de tal forma que parecía una oruga al moverse.

 

—Tengo una duda. ¿Por qué nos reímos? —Lambo suspiró antes de acomodarse en su asiento.

—Porque él dudaba que este plan funcionara —movió su cuerpo en un baile improvisado—, pero ya está rindiendo frutos.

—¿En serio?

—Sí y ésta es la prueba —palmeó la hielera—. Porque… ya tenemos a un alfa en nuestras manos y la herramienta para engatusar al segundo.

—Suena interesante, pero ¿me puedes contar más?

—Si logras que Bermuda pida una cita contigo para el siguiente fin de semana… —Skull amplió su sonrisa maliciosa—, te lo diré.

—Va a ser difícil —Lambo sacó su celular—, tiene la agenda llena hasta dentro de dos semanas

—Entonces te lo pierdes —se carcajeó bajito al escuchar a su alumno bufar.

—¡Tenía la agenda llena! —tecleó con rapidez—, porque si me rechaza… jamás volveré a hablarle.

—Por eso eres mi favorito, Lambo, cariño —acarició esos rizos antes de mirar a través de la ventana del auto. Se estaba divirtiendo.

 

 

Estrés…

 

 

Estaba jodida, bien jodida.

No podía creer que su estúpido padrastro hubiese armado una estrategia tan baja como esa. Pero estaba preparada, con planes de contingencia. Bien supo que en algún momento ese anciano idiota encontraría algo con qué manipularla, además, se descuidó bastante en los últimos meses y formó una carta de chantaje muy fuerte. Le daba igual, no se arrepentía de nada, porque fue feliz y libre el tiempo correcto, y ahora debía sacrificar algunas cosas para seguir cuidando de todo lo que protegió con manos desnudas.

Pero “eso” no estuvo en sus planes.

Ni siquiera lo pensó.

No había estado tan alterada ni cuando Zakuro se llevó a Enma a la fuerza, y ella apenas y pudo localizar al pelirrojo en el tiempo justo con ayuda de Kusakabe y Mukuro. No, eso fue nada comparado con lo que pasaba en ese punto, en ese momento. Aun así, guardó toda la compostura del caso porque tenía que estar serena para enfrentar ese par de ojos cristalinos que retenían un par de lágrimas que no tenía idea de si eran por felicidad o por miedo. Como fuera. Tenían que tomar una decisión.

 

—Yo no te obligaré a nada. Respetaré tu decisión y actuaré acorde a ella.

—Gracias.

—Yo te daré dos días para que lo pienses —se relamió el labio inferior—, pero no más porque el tiempo es clave en esto.

—Lo sé muy bien —hipó quedito.

—Puedes tomarte esos días libres.

 

En la mesa que la separaba de aquel omega estaba colocado un pequeño pedazo de plástico, una prueba de farmacia, tan simple pero bastante efectiva. Además, también había un papel que certificaba lo que estaba pasando. Y después estaba aquel chiquillo al que trató de alejar de todo el lío que se estaba armando detrás de ella, en su familia política, y en la sociedad alfista. Enma sollozaba quedito, temblando porque había leído aquel papel y sus emociones pudieron más que la firmeza con la que inicialmente le pidió hablar a solas.

 

—Puedes ir con Mayu —se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja—. Habla con ella, desahógate y…

—No hace… falta —respiró profundo antes de secarse las lágrimas con sus mangas—. Ya tomé mi decisión.

—Piénsalo un poco —pidió con la voz más amable que pudo vocalizar.

—No —Enma negó antes de respirar profundo—. Porque sería atrasar algo que ya había decidido desde hace tiempo, desde que esas dos líneas —señaló la prueba de farmacia— me dijeron que mis sospechas eran ciertas —encogió sus hombros un poco.

—Yo… —Adelheid se armó de valor para mirar a aquel chiquillo, al que vio crecer en tan poco tiempo—, lo siento mucho. Fue mi culpa.

—No fue culpa de nadie —trató de sonreír, pero en vez de eso, tosió—. Los medicamentos a veces fallan —su voz temblaba o a veces se atoraba con sus propios sollozos—, y pasan estas cosas.

—No te quiero influir, por eso, te pido lo pienses un poco más.

—Adelheid-san —Enma miró a la alfa—, ¿usted quiso tener una familia…, hijos?

—No voy a responder a eso —cerró los ojos un momento.

—Yo creo que no… y sinceramente yo tampoco los quise —sorbió su nariz—, porque tenía miedo de que heredaran mi casta y sufrieran lo que yo sufrí.

—Enma…

—Yo no quiero tener un hijo, no ahora —habló con seguridad, mirando a esos ojos rojos de un tono más oscuro que los suyos—. Yo no… —hipó— lo quiero.

—Si esa es tu decisión, yo la respetaré —asintió antes de mirarlo fijamente—, porque es tu cuerpo el que sufrirá los cambios. Eres tú quien pasará por todo el proceso de gestación y parto.

—No puedo tener un hijo ahora, ni mañana, ¡ni siquiera sé si en alguna ocasión desearé tenerlo! —sus manos temblorosas acomodaron su cabello—. No tengo un hogar propio y no puedo abusar más de la amabilidad de Mayu. No tengo dinero ahorrado, estabilidad o siquiera la madurez emocional para ser padre en este momento —tosió un poco—. No puedo traer a un niño al mundo si ni siquiera estoy seguro de poder cuidarme yo mismo.

—Yo creo que si decidieras tenerlo —Adelheid endulzó su mirada—, podrías hacerlo y darle todo lo que se merece. Serías un buen padre, Enma.

—Y yo estoy seguro de que si decido tener a este bebé… —sonrió unos segundos antes de limpiarse las lágrimas—, usted lo cuidaría bien, le daría todo lo que necesitase y lo amaría como se lo merece.

—Tal vez —formó una sonrisa al imaginarlo.

—Pero también sé que usted no quiere una familia —respiró profundo para ahogar sus hipidos—, porque no confía en esta sociedad… y yo no la voy a obligar a asumir un rol que no quiere.

—Yo no te quiero hacer sufrir, Enma

 

Jamás lo quiso. Jamás quiso herir a la persona que despertó en ella algo que creyó muerto. Por eso lo estuvo alejando tanto como le fue posible, por eso puso límites que ella mismo rompió sin importarle las consecuencias, por eso se negó a aceptar en voz alta que sus dedos estaban dudando y su alma estaba ganando calidez. Nunca quiso verlo llorar por su causa, no quiso verlo triste o dolido. No quiso darle esos problemas.

Se levantó para posarse frente a aquel omega, de cabellos suaves y rojizos que se desacomodaban siempre y tomaban formas divertidas, de ojos brillantes y decididos, de temple firme y metas fijas, de valor incalculable y de miedos que jamás le impidieron seguir. Sin importarle su estatus, Adelheid Suzuki se inclinó y arrodilló ante su adorado pelirrojo, se colocó frente a ese pequeño ser que ahora temblaba en medio de nuevos sollozos por su accionar.

 

—Lamento hacerte pasar por esto, Enma —se acercó al delgado cuerpo y posó su frente sobre ese pecho—. Perdóname.

—Ya tomé una decisión, Adelheid-san —rodeó a aquella alfa por los hombros y la abrazó trémulamente—. Ya lo… hice —sollozó más fuerte.

—Yo te cuidaré hasta que te recuperes.

—Quiero hacer estoy hoy mismo —se acurrucó en el cuello de esa mujer quien le pidió perdón de rodillas, se sintió reconfortado por el aroma de Adelheid—. Quiero un aborto… —soltó un hipido ahogado—, tan pronto como me calme.

 

Adelheid le confió la tarea a su equipo médico, porque ellos jamás divulgarían aquello que por obvias razones debía ser un secreto. Se quedó junto a Enma durante todo el proceso, le sostuvo de la mano cuando los síntomas empezaron y le besó la frente en modo de consuelo.

Lo acunó en sus brazos y lo trasladó a su casa, lo dejó en su propia cama mientras lo abrazaba para reconfortarlo en medio de los cólicos tan normales del procedimiento. Le acarició la espalda sin detenerse, le colocó pañitos de agua tibia cuando Enma empezó a tener algo de temperatura, lo mantuvo hidratado e incluso lo ayudó a tomar un baño de agua caliente.

Adelheid hizo todo lo que estaba a su alcance para ayudar a Enma y darle apoyo. Se quedó con él el tiempo necesario y al final fue ella quien le realizó el ultrasonido para verificar que todo terminó. Secó las lágrimas de aquel omega, le acarició los cabellos mientras este dormía y se tomó un par de días libres para verificar que todo estuviese bien. Quiso estar segura, pero también quiso disfrutar de esos momentos junto al que sería su tabú.

 

—Lo siento.

 

Lo arropó con dulzura, le acarició la mejilla con su pulgar y terminó suspirando porque no pensó pasar por todo eso. Le dolía tanto. Sinceramente hubiese dado todo lo que tenía por evitarle ese mal rato a Enma, pero no pudo impedirlo, así como no pudo evitar que la clase alfista la tomara como rehén a pesar de que intentó no ceder. Se sentía devastada, pero trató de ocultarlo lo mejor que pudo por el bien de todos. Y aun así… quiso decirle algo más.

 

—Pero te amo demasiado como para adherirte a esta sociedad clasista y mugrienta.

 

Sí, esa era la razón más poderosa como para no haber cedido ante la sonrisa ingenua de esa persona que solía usar una bandita en la nariz debido a los accidentes por su torpeza ocasional. Porque no quería que Enma se ilusionara con ella y después sufriera las consecuencias. No quería verlo envuelto en la manipulación, el miedo, dolor y todo lo que conllevaba el matrimonio de una alfa de sangre pura con un omega. No quiso que Enma ingresara a esa cuna de oro que ocultaba sangre de inocentes y tortura de su propia gente.

 

—Lo entiendo —Enma abrió los ojos lentamente para admirar el dolor en esa mujer—. Lo sé, Adelheid-san.

—Estabas despierto —sonrió divertida, porque la sorprendieron.

—Quise escuchar la verdad, aunque sea una vez.

—¿Serías capaz de sacrificarte por mí, Enma? —elevó una de sus cejas, esperando una respuesta cursi y cliché.

—Sí —sonrió antes de sujetar la mano que acomodaba sus cabellos y apretarla entre las suyas—. Pero sé que usted no me dejaría hacerlo.

—Jamás te dejaría —arrugó un poco su nariz y sonrió—. Por eso… —suspiró—, olvida lo que dije.

—No lo haré —porque escuchar aquello lo hizo inmensamente feliz, aunque no fuese correcto—, pero lo ocultaré en mi memoria.

—¿Quieres saber qué más pasará a partir de aquí? —acarició los dedos de Enma con los suyos.

—Sí —asintió antes de suspirar—, porque usted ha estado intentando protegernos a todos los de la clínica y debe haber una razón.

—Te lo contaré todo a ti primero —le besó la mano—. Pero volverás a escuchar la historia incompleta después y debes fingir sorpresa.

—Está bien.

 

Por esa sola noche, antes de que Adelheid trasladara a Enma a casa de Mayu, y fingiera volver a la normalidad; sólo ahí… sería honesta. Por eso, y sólo por eso, se inclinó sobre ese pelirrojo torpe y le cedió uno de los besos más tiernos y delicados que pudo brindar sobre esos labios algo resecos. Le transmitió cuánto amor le dedicaba con ese simple contacto, tal vez el último que tendrían. Y después le contó todo, porque quería ser honesta antes de que su camino se viera enredado por las decisiones de la clase alfista.

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

 

Krat los ama~

*Espacio para compartir sus teorías*


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).