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Locura por mi todo por 1827kratSN

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Kyoya cargó a Tsuna en brazos cuando lo creyó conveniente y, bajo la silenciosa guía de Enma, lo llevó al cuarto adecuado en el primer piso de la casa, porque Tsuna ya no podía correr el riesgo de subir y bajar escaleras. Lo recostó con cuidado, apoyándolo sobre varias almohadas porque Tsuna ahora dormía inclinado, casi sentado debido al peso que conllevaban los pequeños en su vientre. Le quitó los zapatos delicadamente, acarició la mejilla rojiza del castaño, lo cobijó, escuchó el agradecimiento de pelirrojo que le dio privacidad, y se quedó admirando el suave respirar de Tsuna.

Suspiró.

No sabía qué sería de sus vidas después de eso, sin embargo, ya lo enfrentaría.

 

—¿Puedes cuidar de él? —miró a Nagi quien asintió sin dudarlo—. Gracias.

—¿Irá con nii-sama? —jugaba con sus dedos nerviosamente, porque ni Enma ni ella estuvieron listos para ese día.

—Sí.

—No discutan demasiado, por favor.

—No lo haré.

—Y vuelva pronto o Tsuna llorará.

—No tardaré.

 

Era necesario, se lo prometió a esa piña loca, por eso estuvo frente a esa puerta y la tocó tres veces sin importarle que fuera ya bastante tarde. Agradeció que Nagi le avisara a Mukuro —seguramente fue eso—, pues así aquel idiota salió de inmediato y no pidió explicaciones. El de mirada bicolor lo guio hasta la calle principal donde caminaron uno junto al otro en silencio, siguiendo un sendero conocido, buscando algo de confort en un parque cercano. Compraron un par de latas de cerveza, cigarros, y se quedaron sentados en los columpios que en el día eran motivo de risas para los niños.

Habían sido algo así como amigos de infancia, vinculados por su posición en la pirámide social, pero su relación real se estableció en su madurez. Kyoya y Mukuro se conocían tan bien que en medio de su silencio empezaron a juzgarse mutuamente, solo con miradas y muecas, todo mientras encendían el cigarrillo que llevaron a su boca. Tardaron un rato antes de susurrarse las primeras frases. Se contaron los pocos detalles de esos meses, discutieron un poco entre sorbos, se acusaron de ser idiotas entre sí, y después se quedaron mirando la luz de la luna.

 

—No son tuyos —Mukuro terminó su cigarro y tiró la colilla al suelo—. No le creo nada —la aplastó con su zapato.

—Pero yo sí le creo —Hibari tosió un poco. Recordó al instante que le ordenaron no fumar, y ahora entendía la razón.

—Ese niño solo intenta engatusarte como siempre —palmeó la espalda del azabache.

—No me mentiría con eso —carraspeó sintiendo que no podía inhalar bien.

—Ja —Mukuro miró al suelo y suspiró—, no puedo creer que hayas caído así de bajo.

—Sabes que hay posibilidades.

—Claro —ironizó—, porque aún no eras totalmente estéril en esa época, aunque no sé si eso siga así ahora.

—No voy a discutir mis problemas médicos contigo… ahora —tosió un par de veces más antes de apagar la colilla con su zapato.

—Odio que ese niño se salga con las suya —apretó los labios y chistó la lengua.

—Gracias por cuidarlo.

—Quiero que les hagas una prueba de ADN —miró a Kyoya—, solo así seguiré siendo su tutor legal cuando lo necesite.

—Cuando nazcan —se frotó los ojos—, no antes.

—Así me quedaré satisfecho.

—Pero son y serán mis hijos. Entiéndelo.

 

Mukuro jamás calló su negativa con respecto a todo ese asunto, y tal vez nadie pudiera cerrarle la boca para evitar que lanzara comentarios mordaces con respecto a ese tema. Fue esa una de las razones por la que peleó con Takeshi un par de veces, cosa terrible porque su primera riña fue poco tiempo después de que su noviazgo oficial empezara. Por eso se negó a cuidar al castaño idiota directamente, y alejó a su golondrina todo lo posible de aquel asunto, pero poco a poco las cosas se le salían de las manos. En parte, agradeció que aquella ave huraña volviera, porque se lavaría las manos hasta que aquellos bebés nacieran, ahí podría armar otro alboroto, pero por ahora estaba tranquilo.

 

 

Presión…

 

 

Acariciaba los cabellos albinos de Byakuran con delicadeza, repasándolos una y otra vez, dejando que aquel alfa usara su regazo como almohada, siendo el consuelo del hombre estresado que había tenido un colapso hace poco. Shoichi lo había visto tan alterado desde hace meses e intentó ayudarlo lo mejor que pudo, pero nada parecía ser suficiente, porque cada tarde Byakuran llegaba más enfadado que el día anterior, encerrándose en su oficina sin opción a visitas.

 

—No pasa nada —susurró al sentir que Byakuran despertaba—, descanse un poco más —posó su palma sobre esos párpados—. Duerme, querido.

 

No se enteró de que el problema era más grande de lo que creyó, hasta ese día, donde a su oficina llegó una llamada urgente. Le dijeron que tenía que ascender de forma inminente e inmediata a las oficinas de la presidencia, Spanner lo acompañó por precaución —se lo agradecía porque creyó entrar en crisis en el ascensor—, pero tuvo que impedir que el rubio avanzara más cuando se dio cuenta que solo betas trataban de calmar la furia de su jefe. Era obvio que se evitaba cualquier incidente entre alfas.

 

—Ten cuidado —suspiró Spanner, aliviado porque los supresores de alfas también minimizaban su aroma, así que Shoichi no tenía evidencia de contacto con otros alfas sobre sí.

—Lo tendré —tragó en seco.

—Usa tu aroma —jugó con una nueva piruleta de fresa—, él responderá de inmediato a eso.

—Lo intentaré —se mordió el labio y sujetó su estómago.

—Si pasa algo —le sonrió con tranquilidad—, no dudes que intervendré para cuidarte.

—Muchas gracias.

—No quiero que ese idiota se culpe de cosas después. Ya sabes que puede ser muy dramático cuando quiere.

—Es cierto —rio bajito.

—Pero te ama, así que tranquilo. Él jamás te dañaría.

 

Las cosas estaban rotas por el pasillo, documentos regados por doquier, dos alfas se habían acomodado en las escaleras de emergencia, de donde uno de ellos salió a preguntar si su jefe ya se había tranquilizado. Shoichi escuchó gritar a Byakuran con tal desesperación que sintió escalofríos, escuchó también el cómo daba órdenes innumerables y les recalcaba su ineficiencia a todos sus colaboradores. Los empleados le rogaron por ayuda con las manos temblorosas, porque Byakuran Gesso estaba fuera de sí.

Incluso él le tuvo miedo.

La ira que despedía de cada poro se englobaba en las feromonas que hacían del ambiente pesado, las rodillas de Shoichi temblaron y su estómago dolió, pero tomó valor y puso un pie dentro de la oficina. Jadeó indeciso de cómo actuar cuando escuchó los gritos de Byakuran que desprestigiaba el trabajo de su consejo, se cubrió los oídos cuando lo escuchó usar su voz de mando, y sin pensarlo dio tres pasos más.

Tuvo miedo y siguió teniéndolo incluso cuando logró pasar el límite de seguridad con ayuda de dos betas y se aferró a la cintura de su alfa. Le suplicó entre trémulos grititos que se calmara, se negó a soltarlo, cerró los ojos y no se dio cuenta de en qué momento empezó a llorar debido a todas esas feas emociones que compartía debido al lazo con aquel albino. Tardó mucho, pero logró calmarlo y salir ileso también. Sinceramente no quería volver a pasar por eso otra vez.

 

—¿Me dirá qué le sucede? —lo miró detenidamente.

—Hay problemas con las empresas asociadas —suspiró antes de besar las manos que repasaron sus mejillas.

—¿No quieren ayudar? —había escuchado algo de eso en el pasillo.

—Anularon los convenios —apretó los dientes—, los más importantes, nos abandonaron.

—¿Hubo alguna razón?

—Sí —Byakuran cerró sus ojos y frunció el ceño—, los anteriores presidentes… cambiaron… y los nuevos decidieron simplemente arruinar todo nuestro esfuerzo de crecimiento.

—Tal vez… ellos solo quisieron perjudicarlo —Shoichi dejó que Byakuran se levantara y él, instintivamente, se sentó sobre las piernas ajenas, acurrucándose como siempre hacía en casa—, pero debe haber una solución.

—Hay una posibilidad —apoyó su cabeza sobre la del pelirrojo.

—Lo ve —sonrió—, usted siempre tiene una solución.

—Pero esta vez no puedo hacerlo solo, Sho-chan —le besó la frente—. Esta vez —su voz se agravó y Shoichi sintió un escalofrío—, te necesito a ti.

—¿A mí? —se aferró a su estómago adolorido— ¿Por qué?

—Hay una persona que dirige a una de esas empresas que se alejaron —sonrió, abrazando celosamente a su omega—, un “alguien” que tú conoces.

—¿Lo conozco? —hizo una mueca de confusión.

—Lo conoces —suspiró, cerrando sus ojos y disfrutando del aroma dulce de su pequeño—, es un lindo chico azabache.

—¿Eh? —elevó su mirada hacia la brillante de Byakuran—. ¿Quién?

—Su nombre es Yamamoto Takeshi… y es la mente maestra que guía a Mukuro Rokudo.

—¿Takeshi? —hace tanto que no escuchaba ese nombre.

—Ves que sí lo conocías —soltó una risita burlona, divertido por todo eso.

—Pero ¿qué hace Yamamoto dirigiendo una…? —fue acallado por un beso tierno, un piquito.

—Ahora mi Sho-chan hablará con su amigo —le acarició gentilmente la mejilla—, para que la relación entre nuestras empresas vuelva a darse.

—Pero un omega no puede dirigir una empresa.

—Cierto —Byakuran sonrió—, pero por laguna razón tu amigo ha sido autorizado para eso —negó—. Eso está muy mal, porque un omega no puede tomar esa clase de decisiones tan importantes, no tiene la capacidad.

—No la tiene —repitió como un pajarito.

—Y tú vas a hacerle entender eso —le besó la mejilla—. Le dirás que por eso debe dejar de tomar decisiones tan tontas —besó esos labios—. Le dirás que no debe inmiscuirse en los negocios de su alfa.

—¿Y si…?

—Yo confío en ti, Sho-chan —lo abrazó—, sé que puedes hacerlo.

—E… Está bien.

 

 

Dulzura…

 

 

Sintió su boca aguarse al percibir un aroma dulce en el aire, se sentó de inmediato sin siquiera abrir los ojos, o eso intentó, porque casi al instante recordó que estaba embarazado. Descendió su mirada y se quejó porque su vientre le imposibilitaba moverse con la rapidez que desearía, mucho menos le permitía ver sus pies y, por ende, colocarse los zapatos era una tarea intuitiva y a veces muy compleja. Bufó entre pucheros y maldiciones, tiró una de sus almohadas contra la pared en modo de berrinche y suspiró.

 

—¡Iré por Tsutsu!

 

Tsuna se tensó al escuchar aquel grito lejano, se quedó estático, pensando, casi dejando de respirar, pero después su dicha fue tal que rio bajito. No lo soñó, no estaba teniendo otra de esas crisis hormonales que le hacían tener sueños hermosos y que terminaban con él sollozando en un rincón. Era verdad, lo certificó cuando vio el pomo de su puerta ser manipulado con dificultad. Quiso levantarse para ayudar, pero se le adelantaron y aquella carita sonriente ingresó casi corriendo.

 

—¡Bueno díash, mami Tsutsu! —elevó sus manitos.

 

No era solamente Aiko, su pequeña princesita, sino aquel azabache de ojos azules que había abierto la puerta y lo miraba con dulzura, pero sin sonreír. Tsunayoshi quiso llorar, pero no pudo, tuvo que controlarse porque hasta su cama se trepó aquella pequeña de cabello enrulado suavemente. Aiko le dio un beso en la mejilla y lo abrazó, había extrañado tanto esa dulzura que correspondió de inmediato y no la soltó por un largo tiempo.

 

—Espera —Kyoya se acercó—, ten cuidado con su pancita.

—E bebé edta ahí —soltó una risita antes de alejarse para mirar—. Hay un bebé —posó sus manitos en el vientre de Tsuna.

—En realidad —el castaño acarició la cabecita de Aiko y sonrió—, son tres.

—¿Tes? —elevó una ceja—. Como e pajaito de nido e casa de papi.

—¿Cuidaste de pajaritos?

—Sí —sonrió acariciando la barriguita de Tsuna.

 

Tsuna siguió esa plática llena de palabras incompletas que la pequeña usaba, le era difícil entenderla en ocasiones, pero era divertido. Apreciaba cada momento con su hija, cada expresión o risita, cada beso o caricia. Tal vez por eso no se dio cuenta del momento en que Kyoya se arrodilló frente a él, pero lo notó cuando un suave toque se dio en sus tobillos. Lo miró impresionado, avergonzado también, queriendo detenerlo, pero quedándose callado al sentir la suave caricia dada en sus pies antes de colocarle las pantuflas.

Había olvidado lo delicado y atento que podía ser Hibari Kyoya.

 

—Vamos —el azabache cargó a la niña que se lanzó a sus brazos.

—Desayuno de paqueque —estiró su manito hacia Tsuna.

—Ven —el azabache también extendió su mano hacia el castaño—, vamos a desayunar.

—¿Usted lo preparó? —sostuvo aquella mano y se impulsó para levantarse.

—Sí —no soltó esa mano cuando dio el primer paso, la enredó con la suya—, te gustará.

—Eso es seguro.

 

Eran solo ellos tres, nadie más, y Tsuna ni recordó que las dos personas que lo habían cuidado hasta ese momento fueron Enma y Nagi. Estaba tan perdido en las atenciones de su alfa que olvidó todo lo demás. Lo ayudaron a sentarse en la silla, donde un suave cojín le fue colocado. Su hija mostró ser independiente y ella sola se subió a la silla en la que se acomodó una pequeña cajita de madera que usó para estar al nivel de los adultos. El azabache se deslizó hábilmente por la cocina, sirviendo cada plato, adornando el desayuno, y ofreciendo variedad de opciones para la bebida.

El aroma dulce, la miel, los panqueques, la fruta, jugo de naranja y la leche.

Todo le supo a gloria, porque revivió las memorias de cuando era feliz con Kyoya y su hija. Y si bien Tsunayoshi siguió evitando la leche como hacía desde el inicio del embarazo, todo lo demás lo consumió despacio, saboreándolo, sonriendo ante la mirada satisfecha de Hibari. Quiso que todo durara por siempre. Pero no pudo evitar sostener la mano del alfa para que no se alejara, siendo dependiente de aquella dulzura, temiendo a que se fuera como la última vez, temblando en pánico y casi experimentando una crisis.

 

—No me voy a ir —susurró el azabache al entender lo que sucedía—. Me quedaré contigo.

—No quedaemos con mami —segundó la pequeña que terminaba con sus panqueques cubiertos de miel—, papi pometió.

—Me quedaré a cuidarte —acarició aquella mano entre las suyas—, a ti… y a nuestros hijos.

—Hemaitos —sonrió Aiko tomando su vaso de leche—. Cuidaemos e todos.

 

Rio suavemente, intentando soportar sus lágrimas, sosteniendo la base de su vientre agitado, y soltando lentamente la mano de su alfa. Kyoya siempre sabía decir las cosas en el momento indicado para hacerlo sentir mejor, y tenía los gestos más bonitos para calmarlo, como en ese instante, donde su mejilla fue acariciada suavemente y poco después depositaron un beso en su frente.

Tsuna se quedó viendo a Kyoya asear la cocina y limpiar la carita de Aiko, apreció la energía de su hija que corría por ahí jugando con lo que trajo en su maleta, escuchaba decenas de historias de la pequeña parlanchina y se entretuvo con el ruido de la televisión cuando Aiko lo llevó a la sala. Participó en los juegos de la más pequeña, siempre intentando seguirle el ritmo, pero deteniéndose cuando su cuerpo pedía un respiro, siempre sintiendo sobre sí la mirada de Kyoya. Volvió a experimentar ese calor de hogar que tanto extrañó.

 

—Mia baile —Aiko apareció vestida con un blanco uniforme a media mañana.

—¿Baile? —interrogó porque aquella vestimenta se le hizo conocida.

—Bale… Baile —se corrigió sola, pronunciando cada sílaba con lentitud.

—Le enseñé —Kyoya apareció por las escaleras, usando un atuendo parecido al de Aiko.

—Ya… —Tsuna enrojeció—. Ya recuerdo —desvió su mirada hacia su hijita.

—Tachi —sonrió Aiko antes de elevar uno de sus desnudos piecitos—. Tachi e un baile.

—¿No es muy pequeña? —no miró al azabache, no podía hacerlo sin recordarse a sí mismo en la época en la que espiaba a Kyoya desde la ventana de su cuarto.

—No —se terminó de abotonar el atuendo—, y a ella le gusta.

 

Tsuna dejó que Aiko corriera hasta aferrarse a la pierna de su padre, hablara de muchas cosas inentendibles para él pero que al parecer Kyoya entendía sin problema. Se quedó callado mientras los veía salir de la casa tomados de las manos y los siguió instintivamente, porque no quería dejar de participar en la vida de aquellos dos. Era la rutina de padre e hija, una sencilla, un par de pasos —que Tsuna ya había visto antes— donde movían brazos y piernas al compás de una melodía calmada, suaves saltos y cambios de posición, era un arte que Hibari dominaba y que Aiko imitaba con algo de dificultad. La pequeña no podía hacer todos los movimientos, pero lo intentaba entre risas y caídas, siempre incentivada por un amable «tú puedes» del alfa.

Era maravilloso verlos de esa forma.

Incluso olvidó los malestares del embarazo. Ya no había agitación, ni dolor en su espalda, no había pies hinchados o esa sensación incómoda por ir al baño cada cierto tiempo, ya no sentía que su mera existencia pesaba una tonelada, no había culpa o recuerdos, solo era él y su familia. Eran los brazos de Kyoya, las risitas de Aiko. Se concentraba solo en la caricia en sus cabellos, el recostarse sobre el hombro del azabache, las manitos cálidas de su hija que acariciaban su pancita, y de la sutil sonrisa que Kyoya daba cuando uno de los bebés se movía.

 

—A veces se mueven los tres, o eso creo —sostuvo delicadamente la mano de Kyoya para posarla en el lado derecho de su barriga.

—¿Duele?

—No mucho, solo es raro —sonrió tomando la otra mano del azabache y colocándola en la parte superior—. Aunque otras veces es incómodo.

—Ya veo.

 

El deslizar delicado de los dedos de Kyoya calmaban su corazón y la agitación de sus hijos, porque era como un arrullo. Tsuna se avergonzó la primera vez que Kyoya besó su vientre y lo hizo cada vez que escuchaba esa grave voz susurrando algo cerca de su pancita. No podía evitar sentir tanta ternura por las pequeñas acciones del alfa o de su hija. Suspiraba cada que su mejilla era acunada por esas manos, y disfrutó de los suaves masajes que Kyoya les daba a sus pies —eso, aunque se negó inicialmente por la vergüenza—.

Todo estaba bien.

Enma y Nagi se despidieron una mañana, adjudicando que, como Kyoya se iba a quedar, ellos debían darles su privacidad. Lo agradeció, porque en verdad quería ser egoísta, quería la atención completa de su esposo e hija solo para él, aunque no lo dijo en voz alta obviamente. Ese par sonrió, les deseó suerte, y simplemente se fueron, seguramente regresando a la mansión de los Rokudo, donde Enma se había mudado por razones que Tsuna no preguntó porque desde el inicio se había hundido en sus propios problemas y malestares del embarazo.

 

—Me siento una mala persona —susurró al ver los puestos vacíos en la mesa del comedor.

—Ellos lo entienden.

—Pero han sido mi único apoyo.

—Y por eso vienen cada tarde, a ver cómo estás y a hacerte compañía.

—Pero…

—Nagi dijo que tenía cosas que hacer.

—Ahora me siento peor —Tsuna se cubrió el rostro con sus manos antes de soltar un quejido suavecito.

—¿Un helado te haría sentir mejor?

—Se supone que debo alimentarme bien —tamborileó en la mesa, dudando de sus siguientes palabras—, pero… está bien —miró al azabache—. Que sea de fresa por favor.

—Cumplir un antojo por día no está mal —sonrió divertido, porque ni siquiera se esforzó por convencerlo.

—Ryohei y Mayu no dicen lo mismo —sonrió cuando en sus manos tuvo el empaque del dichoso helado.

—Se lo pregunté a una mujer en el supermercado. Ella dijo que tuvo gemelos y que todo fue bien.

—Ya veo —Tsuna mordió su paleta en silencio.

—¿Qué sucede? —arqueó una ceja por el cambio repentino en la actitud del castaño.

—¿Era bonita? —interrogó sin mirarlo… mucho.

—No lo sé.

—Debe saberlo —hizo una mueca con su labio superior.

—Yo creo que tú lo eres —Hibari lo pensó un momento—, pero no sé si esa mujer lo era.

—Está… Está bien —intentó ocultar sus mejillas rojas con su mano, pero no pudo evitar reírse.

—¿Te sientes bien?

—Sí —desvió la mirada antes de morder nuevamente su helado.

—¿Seguro?

—¡Papi! Lleó tu amigo —su hija entró corriendo para tirar del pantalón de Kyoya, lo agradeció.

—¿Quién?

—Kukabe —sonrió antes de salir corriendo de nuevo.

 

Cuando Tsuna vio a Kusakabe traer consigo una jaula con Hibird dentro, supo que en verdad Hibari no se iría de su lado, porque además llegaron el resto de pertenencias de su hija y su esposo, además de dos regalos para él que el propio Kusakabe le dejó en la mesa antes de sonreírle. Tuvo que sujetarse el vientre para poder procesar toda la alegría desbordante que de pronto llegó a su vida.

Nadie entendió antes que lo único que Tsunayoshi quería era que Kyoya y Aiko se quedaran con él y no lo odiaran más.

Pero fue el propio Kyoya quien terminó con sus dudas y dolor.

 

 

Velando…

 

 

Estaba preocupado, siempre lo estuvo, por eso le encargó a Kusakabe y todos sus subordinados trazar un perímetro de seguridad, mismo que resguardaba su casa como centro desde hace mucho tiempo. Después de tantos incidentes donde temió por la seguridad de su hija y la de Tsuna, tuvo que volverse un alfa real y establecer su propio territorio. Dejó de ser un nómada y se estableció en aquel lugar. Esa estrategia seguía latente, por eso no le costó acostumbrarse y tomó el rol de líder nuevamente.

 

—Nada malo ha sucedido desde su partida, Kyo-san —Kusakabe le reverenció.

—¿Ni una visita indeseada?

—Hemos logrado intervenir antes de que algo pasara —hizo una seña y uno de sus colegas dejó los documentos en la mesa—. Sin embargo, hay dos sujetos que deben ser retirados de la zona.

—¿Alfas?

—El siguiente año tendrán su primer celo —señaló con seriedad las carpetas con toda la información—, pero no dan señas de querer mudarse.

—¿Cuántos omegas?

—Como ordenó, los tres omegas que debutaron este año fueron trasladados a una zona restringida, Spanner-san y Nagi-san ayudaron en su protección, todos superaron su primer celo sin una marca —sonrió orgulloso de la efectividad de su equipo—. Para el siguiente año solo habrá un omega.

—Bien —recogió la información e hizo una seña, su subordinado reverenció antes de salir junto con los demás para retomar sus rutas de vigilancia.

—Kyo-san —pero Kusakabe se quedó ahí—, debo ofrecerme a cumplir con el liderazgo de la vigilancia.

—Bien —miró las tonfas que estaban sobre la mesa—, pero quiero hacer guardia de vez en cuando.

—Será un gusto acompañarlo.

—Ryohei te lo dijo —miró al azabache de raro peinado con una mueca de molestia.

—Él se preocupa por usted, todos lo hacemos —se disculpó con un movimiento de su cabeza.

—Sé que no puedo pelear como antes —instintivamente Hibari se tocó el pecho—, pero estoy consciente de mis limitaciones y sabré sobrellevarlas.

—Lo sé —apretó los labios—. Aun así, debo insistir en acompañarlo.

—No.

—Pero…

—Puedo acabar con mis enemigos antes de que mis pulmones me fallen —sonrió de lado tomando su tonfa con la mano izquierda y agitándola con fuerza—. Puedo proteger a mi familia como es debido.

—No lo dudo —sonrió.

—¿Algo más que decir?

—Solo… felicitarlo —habló animado—. Todos queremos felicitarlo. Todos deseamos que sus hijos nazcan sanos y fuertes.

—No hay por qué dudar sobre eso —tomó su tonfa sobrante antes de encaminarse a la salida.

—Nos hace felices saber que al fin… pudo construir la familia que se merece.

—Deja de hablar… y sígueme.

—Como ordene, Kyo-san.

 

No había problema alguno, coordinaría bien sus horarios con la visita de la golondrina despistada, la piña menor, el pelirrojo torpe o Adelheid, para tomarse un descanso y salir a patrullar. Porque debía cerciorarse de que la zona era segura para su familia. No le daría ni una brecha para que su muy silencioso padre lo atacara, ni siquiera le iba a permitir acercarse. No le importaba siquiera que ambos tuvieran una marca semejante, porque ambos no habían podido dar con el paradero de I-pin y del bebé.

 

 

Vidas…

 

 

Kyoya estaba pendiente de las travesuras de Aiko, de la casa, de cada necesidad de Tsuna, siempre ocupado, distraído de los demás problemas, dejando el peso de otros asuntos en los Rokudo quienes decidieron ayudarlo desde el inicio. Era mejor así porque tenía que disfrutar de las semanas que le quedaban antes de que sus tres hijos nacieran, tenía que recuperar el tiempo que perdió por necedad y resentimiento.

 

—Hoy es tu revisión, ¿verdad?

—¡Sí! —Tsuna dejó caer su manzana—. Lo… ¡Lo olvidé!

—Tenemos tiempo —siguió pelando la otra manzana que sería de Aiko—, tranquilo.

—Será la primera en la que usted esté presente —sonrió—, eso me hace feliz.

—¿Por qué no me dijiste antes? —lo miró.

—Porque estaba asustado —jugó con sus dedos.

—Lo siento.

—El que lo lamenta, soy yo —suspiró—. Hice… algo malo y…

—No sabía que estabas esperando cachorros —siempre desviaba el tema, porque no quería verlo triste.

—Aun así —sus labios temblaron—, fui…

—No lloes Tsutsu —Aiko se abrazó al castaño cuando percibió su cambio de ánimo.

—Lo siento tanto.

 

Ver a Tsuna llorar se volvió común para Kyoya, y según supo, también era común antes de su llegada, fue común desde que él se fue. El alfa se sintió culpable, y se prometió no dejar que Tsuna derramara más lágrimas sin motivo, por eso solía arrodillarse frente al castaño y sujetarle las manos para besarlas con devoción, deslizando sus brazos por aquella cintura, acomodándose para no lastimar a sus hijos y acurrucándose en el pecho del castaño. No decía nada y se dedicaba solo a acariciarle la espalda hasta que las manos de Tsuna le acariciaban los cabellos y los sollozos se calmaban.

Lo besaba poco después, disfrutando del calor de los labios de aquel omega, cerrando los ojos y dejando que todo fluyera, hasta que escuchaba el suspiro y la risita de Tsuna. Era un método simple, pero funcional, que agradaba a todos, porque incluso Aiko se unía a ellos y les besaba las mejillas como consuelo.

 

—¿Por qué no te atendías en la clínica? —Hibari miró el edificio a donde Tsuna lo guio.

—Después de todo lo que pasó —el castaño jugó con sus dedos—, no quise volver ahí. No lo soportaría. Las miradas recriminatorias, el desdén de un par de enfermeras, mi propia culpa y…

—Entiendo —enredó sus dedos con los del castaño.

—¿Vamo a dotor? —Aiko sujetaba la mano libre de su padre—. No quedo —balanceó sus pies, intentando ocultarse detrás del azabache.

—No vamos a revisarte —la miró detenidamente, entendiendo el miedo de su hija por las vacunas—, es a Tsuna y a tus hermanos a quienes tienen que revisar.

—Hemanos —Kyoya asintió—, ben —Aiko apretó la mano de Kyoya—. Vamo.

 

Hibari no se dio cuenta del peso de sus palabras, no se fijó en la expresión aliviada que Tsuna ocultó al agachar su cabeza un poco. Y es que para Tsunayoshi, escuchar que incluían a sus hijos en la pequeña familia resquebrajada que estaban intentando reconstruir, hizo que se quitara un peso de encima, uno de los tantos que aún tenía acumulados. Por eso el castaño se aferró más al brazo del azabache para dar los pasos que faltaban para ingresar a ese hospital, y sonrió. Sin poder evitarlo, estaba muy feliz.

 

—Hoy lo has traído, Hibari-san —el médico miró al castaño y le sonrió—, a tu esposo.

—Sí —el castaño se rascó el brazo.

—Me alegra demasiado —sonrió girándose hacia el azabache—. Es un placer conocerlo, Hibari-sama.

—Sí —fue la seca respuesta de Kyoya.

—Y ésta debe ser tu pequeña hija —el médico siguió con aquella actitud risueña, admirando a la niña que se abrazaba a su padre—. Hola, pequeña —Aiko no dudó en hacer un sonidito en rechazo al hombre de bata blanca.

—No le agradas —Kyoya fue directo, abrazando más a su hija y ocultando aquella carita en el hueco de su cuello.

—Oh, lo lamento, ¿te asusté, pequeña?

 

Kyoya no estaba cómodo en ese lugar, no lo estuvo desde que vio el edificio, y lo estuvo en menor medida cuando vio a ese doctor. No lo conocía, era verdad, porque cuando estuvo en ese hospital una vez, tampoco quiso conocerlo. Aun así, en su memoria estaba el aroma de aquel alfa que aparentaba ser un beta debido a la ingesta de inhibidores de aroma.

Sus sospechas se estaban enlazando, porque, que Tsuna terminara en ese hospital en específico, no debería ser una coincidencia. Aun así, se mantuvo callado mientras aquel tipo realizaba la revisión. Fingió que creía en la faceta amable de aquel sujeto.

 

 

Continuará…

 

 

 

 

Notas finales:

 

Respondo algunas dudas porque si no me olvido de explicarlo en la trama.

Lo que Tsuna le dio a Kyoya no era específicamente un sedante, era una droga, algo de invención de Adelheid quien conocía las reacciones de Kyoya. Así que bue, Kyoya no estaba dormido sino dopado, así que tiene leves recuerdos que creyó eran solo sueños húmedos o algo así. Tsuna le dice sedante porque al fin y al cabo Adelheid nunca le dijo exactamente lo que era del medicamento.

Mukuro ya está de novio con Takeshi, creo que muchos pasaron por alto ese detalle jajajja, así que se lo confirmo.

Y… eso es todo.

Si tienen dudas, deseos de saber de alguien, o teorías, dejarlas en este apartado à ……. ß

Que alguien me confirme que el capítulo fue dulce, ¡me esforcé! ¡Se los juro! Pero más lindo que esto, no creo que se vaya a poder jajajaja. Ay, Krat dejó toda su dulzura en el fictober.

Sin más que decir~

Krat les manda muchos besitos~


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