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Festival por zion no bara

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Notas del fanfic:

Deseaba utilizar a la pareja de nuevo, espero que les guste.

 

Notas del capitulo:

Es la primera parte, espero que les guste.

 

Capítulo I

 

En la ciudad de Panateneas se celebraba un importante festival al año, se consideraba a nivel mundial un evento como ninguno, pues incluía mascaradas, bailes, espectáculos callejeros, desfiles, música, era en realidad algo que valía la pena ser visto. Mucha gente viajaba cada año para estar ahí, de todo tipo, pues era un destino soñado para tantas personas que siempre encontraban lo que imaginaban que sería. Ya que se trataba de una capital con aeropuerto, carretera y muelle, parecía que cada año había una cosecha de nuevas personas y de otras que asistían más de una vez. A los pobladores les agradaba que sus tradiciones tuvieran tal influjo sobre tantas personas, pues además de no perder sus raíces, no podían negar que generaban ganancias que bien valían el trabajo de atender a los turistas.

Mucha gente esperaba año con año el que llegara la época del festival, aunque por diversas razones, entre ellas ese año había dos jóvenes que ignoraban lo que sucedería en sus vidas, pues sería el momento de conocerse.

Uno de ellos se llamaba Aioros de Sagitario, era oriundo de la ciudad, la conocía a la perfección y como muchos otros jóvenes de su edad hacía planes para esos días que auguraban un ambiente muy animado. En su caso era para trabajar, pues contaba con una lancha del tipo tradicional, a la gente le encantaba subirse a una de ese tipo y ser guiada por los canales que unían a la mitad de la capital. La parte antigua de hecho. Era un hermoso recorrido y si se conocían las historias, leyendas, versos, canciones y demás de cada construcción siempre se tenía una bonita propina. Su principal meta ante tal comportamiento era la de ahorrar todo el dinero que le fuera posible, pues sus planes no eran los de quedarse toda la vida ahí, nada de eso, para él su vida tenía que ser más que esperara el carnaval cada año.

Ciertamente Aioros era un chico que por alguna razón llamaba la atención de los demás, para empezar no se mostraba tan alborotado como otros con esas fechas, nada de eso, solo veía la posibilidad de obtener un dinero extra pero no más.

—     Con ese físico yo sacaría una buena tajada—diría un conocido suyo.

No era un comentario vano, pues el de Sagitario era un chico que lograba llamar la atención de los demás, no se trataba de una belleza arrebatadora ni de un físico espectacular, pero había algo en él, tenía unos rasgos sobradamente atractivos de los cuales no parecía percatarse. Sus cabellos eran de un brillante castaño que bajo los rayos del sol tenían unos destellos rojizos, sus ojos pardos tenían un brillo ambarino que no se podía ignorar, además sus largos años de trabajo remando por los canales le habían dado un bien formado cuerpo sin grandes esfuerzos, músculos bien marcados y duros sin ser terriblemente gruesos. Sumado a eso su juventud y una hermosa sonrisa cerraban un cuadro en el que no eran pocos los que esperaban que ese joven fuera más que solo un agradable trabajador.

Se sabía, y eso era innegable, que en esas fiestas no eran pocos los que se mostraban dispuestos a complacer en todo terreno a sus clientes, estaban plenamente dispuestos a prostituirse si sus clientes así lo esperaban. Muchos decían que eran generosamente recompensados por esos servicios, pero en realidad el castaño no era de ese tipo. No se trataba de un mojigato ni un puritano, sencillamente no deseaba hacerlo, le gustaba su trabajo regular, cuando se trataba de llevar en su bote productos por los canales que semejaban callejones y laberintos, pero en el festival solo llevaba gente porque no había más que llevar.

—     Ofrezco mi trabajo, no mi cuerpo—diría sin enfado.

Eso fue a un par de jóvenes señoras que parecían muy interesadas en un asuntito amoroso, eran guapas y sin duda adineradas, pero él no tenía deseos de hacer algo así. Además de todo, las mujeres no eran lo suyo, pero en todo caso tampoco lo haría con un hombre, no por dinero ni mucho menos como un negocio. Por eso había aprendido a llevar  a la gente con la mirada al frente, como si fueran algo muy lejano a él, mientras los guiaba por los canales principales y secundarios, con sus muros de hiedra y piedras antiguas, todos esos sitios que la gente soñaba con conocer o aparentar desear conocer.

Al de mirada parda le resultaba llamativo en un principio que la gente de la capital nunca saliera de ahí, se quedaban en ese sitio, esperando año con año la llegada de los turistas, eso era su vida, era como si toda la existencia se sumiera en ese breve espacio de tiempo en que todos los presentes deseaban convencerse de lo alegre que era el festival.

Pero él no pensaba en eso.

—     Quiero algo más—se decía.

Aunque aún no estaba seguro de lo que era.

Ese mismo día estaba en compañía de algunos compañeros de oficio, la mayoría hablaba con un ritmo rápido, movido, como si la excitación de la espera los llenara de una energía extraña. Los miraba apenas con sus pantalones entallados y las camisas de tonos combinados. Él no vestía así, llevaba unos pantalones de jean sencillos, muy limpios y bien planchados, con una camisa de punto en color azul plomizo. Terminó por separarse un poco para llegar al límite del embarcadero, el cielo era una cortina de colores encendidos por el próximo amanecer, el, agua reflejaba su tranquila calma antes del bullicio de los turistas, le gustaba ese sitio así, en su silencio, con su paz vivificante, antes de verse jaloneado por el capricho del dinero.

A lo lejos, en la parte en que llegaban los barcos al muelle, escuchó la sirena de uno de los yates que legaba, era el primero, anunciaba que estaría listo con su primera carga de turistas para que diera inicio la danza de la aparente alegría. No pudo evitar hacerse unas preguntas mientras tanto ¿Qué querían de ese lugar? ¿Acaso lo sabían? Terminó por observar su reflejo en el agua que todavía no se enturbiaba por el ruido y las fiestas ¿Podría algún día tener algo más que ese sitio? No lo sabía.

—     Aioros—lo llamaron.

Volteó al sitio del que venía la voz pero no dijo nada, vio acercarse a su amigo Shura, era algo quejoso a veces  pero en esos días como muchos otros encontraba muy oportuna la posibilidad de tener trabajo extra. En ese momento sus cabellos negros parecían un poco más desordenados que de costumbre mientras que sus ojos verdes solo se mantenían fijos en él.

—     ¿Qué sucede Aioros?

—     Nada, solo me alejé un poco del  entusiasmo de los demás.

—     Anímate, esta época es buena para nosotros, siempre llegan buenas propinas por un buen trabajo.

—     Deseo tener lo suficiente Shura.

—     ¿Aun piensas irte?

—     Sí.

De pronto los ojos castaños se quedaron fijos en el horizonte, su amigo de cabellos negros no lo entendía ¿Por qué deseaba irse? Pero respetaba ese deseo, no iba a desanimarlo ni nada parecido. Se limitó a extenderle un panecillo integral que el otro tomó, se quedaron sentados charlando un poco más, estarían listos para dar inicio a otro año de festividades en la capital.

En ese sitio el de cabellos castaños no tenía ni la menor idea de lo que iba a suceder, que ese barco imponente que iba llegando contaba con una persona, alguien que tenía ideas similares a las suyas, a quien jamás había visto, pero a quien debía conocer.

—     Ya llegamos—decía la femenina voz con entusiasmo.

No eran pocas las personas que estaban reunidas en la cubierta del elegante yate para observar su llegada a puerto, sabían que aún tardarían un poco pues había trámites ineludibles por realizar, pero ya estaban en el lugar que deseaban para vivir el festival. Mucha gente planeaba ese viaje con años de anticipación, para otros era un poco más sencillo cuando el dinero no representaba una dificultad. Los viajeros de primera clase podrían muy bien exponer eso, tomarse un crucero de ese tipo no era económico, pero si se podía gastar el dinero en ello, pues ¿Por qué no? además el viaje había sido muy agradable, ese era el último puerto antes de regresar a casa, por lo que todos estaban interesados en vivir la experiencia.

—     Cuando lleguemos deberemos instalarnos con prontitud—continuaba la misma mujer—Hay tanto por hacer.

Sus acompañantes la escuchaban con paciencia, sabían que era así, el caballero a su derecha lo sabía bien desde antes de casarse con ella. En cuanto al joven a su izquierda se limitaba a no decir nada, era su hijo después de todo.

Sorrento de Sirena era un muchacho perteneciente a la acomodada clase alta de su país, su nombre resultaba impecable para la vida social que llevaban y estar ahí era únicamente para vacacionar. Desde que se le viera una de las primeras palabras que se usaban con ese joven era hermoso, se trataba sin duda de una bella criatura con sus ojos en tono rosa y sus sedosos cabellos lilas, algo en su rostro era armonioso de manera muy natural, no buscada, haciéndolo delicadamente atrayente. Pero eso no le resultaba tan importante al jovencito que se limitaba a escuchar a sus progenitores, o más bien a su madre, quien no dejaba de comentar lo que pensaba y se mostraba encantada con la idea de ver a tantas personas de nombre y fortuna como las que sin duda serían sus vecinos.

—     Será una gran experiencia para todos—afirmaba la dama.

Pero la verdad era que el lindo Sorrento muchas veces no se sentía parte del esquema que la familia había planeado para él. O más bien su madre. Siendo un chico tranquilo no se dejaba llevar por arrebatos, aunque también era cierto que parecía guardarse muchas cosas para sí mismo por alguna razón.

El sitio ante sus ojos era hermoso, aún no llegaban a tierra pero prometía mucho ese escenario. Por eso los que estaban en la borda decidieron bajar a los camarotes para estar listos y descender. La tarea no resultó complicada, los del barco estaban muy acostumbrados a ese tipo de eventos y se manejaban con eficiencia, por lo que ir despidiendo a las personas conforme descendían fue sencillo. Les deseaban unos días gratos y esperaban verlos de regreso al final del festival, pues partirían de regreso a ssu hogares.

Todo estaba listo, la familia de Sirena iba reunida mientras su equipaje era llevado para ser registrados en el hotel de primera en el que se instalarían; Sorrento observaba el lugar con calma, había escuchado hablar tanto de esas fiestas pero no podía evitar preguntarse por lo que sucedería con las personas después de pasados esos días.

—     ¿Te sientes bien Sorrento?

—     Estoy bien papá.

—     Cuando lleguemos al hotel podremos descansar, después daremos una vuelta por los alrededores ¿Qué te parece?

—     Se escucha bien, veremos porqué a la gente le gusta tanto venir aquí.

—     Intentemos descansar.

Ese breve dialogo se daba sin que la madre del de cabellos lilas dejara de hablar sobre los planes que tenía en mente para todos.

El de ojos rosas se mostraba atento pero tenía sus propias dudas sobre lo que le rodeaba en ese momento ¿Qué ocurría con la vida después del festival? No lo sabía.

Tampoco sabía que iba a conocerse con alguien que iba a cambiarlo todo en su vida.

 

**********

 

Los festejos estaban listos para que desde el primer momento los turistas que iban llegando se sintiera parte de lo que esperaban vivir, una gran fiesta de diversos tipos, en los que había algo para todos los gustos. La gente de la región se mostraba dispuesta a dar inicio con lo que semejaba una maratón de celebraciones, el ambiente era muy animado en todo momento y no tardó en ponerse en marcha con la puntualidad de un reloj. El alcalde de la ciudad se colocó en el dentro de la plaza principal con un templete y dando la bienvenida se dispuso a decir las palabras que todos los presentes esperaban.

—     Que este año sea aún mejor que el anterior, sean bienvenidos todos al festival de Panateneas.

De inmediato se dejaron escuchar los aplausos y una especie de rugido de satisfacción entre los presentes, era el inicio de todo aquello por lo que se habían reunido.

Ciertamente que no se podía reprochar nada del ambiente de celebración del que se estaba llenando la capital, no importaba donde se fuera era como si un mundo nuevo se abriera ante los ojos de los presentes, uno lleno de alegría y movimiento. Aun los locales que habían vivido toda su vida en ese lugar encontraban que era un año especialmente animado con todos desfiles de carros alegóricos de enormes figuras hechas de pétalos de flores, los vistosos trajes y máscaras que acompañaban cada momento, esa música entre tradicional y moderna que recorría todos los gustos y géneros, sobre todo el deseo de los presentes de estar ahí para divertirse. Se notaba sobre todo entre los turistas que se estaban llevando una muy grata impresión de esos festejos a gran escala.

Por supuesto que no todas las horas del día se llenaban con estar de fiesta, a veces se debía tomar unos momentos para descansar y comer, como en el caso de la familia Sirena, quienes estaban reunidos durante el almuerzo en la suite de lujo que ocupaban en su hotel de cinco estrellas. Se trataba de un sitio hermoso que valía el costo, daba una imagen de tranquilidad y descanso, colores suaves y muebles amplios, las enormes ventanas que dejaban ver la mejor vista de la capital, además contaba con una terraza en la que se cuidaban hermosas plantas exóticas y aromáticas.

Reunidos en el bonito comedor de madera barnizada de pino con formas redondeadas, estaban reunidos los tres familiares, aunque solo una persona dominaba la escena, pero resultaba usual eso para los otros dos.

—     Me da tanto gusto que viniéramos—decía la única dama en el lugar—No importa cuánto se diga de este sitio, no hay como vivirlo, la gente, los bailes, la ropa, todo es maravilloso.

Para Sorrento como para su padre la señora de la familia era una buena mujer, pero demasiado dada a hablar ya  parecer vivir en otro mundo, en el que los nombres y la gente importaban demasiado. Lo sobrellevaban con paciencia, no era algo maligno ni destructivo, aunque podía ser pesado a veces; de todas maneras esa mañana estaban casi disfrutando de compartir esas horas.

—     Supe que los Dragón de Mar van a venir—continuaba la dama—Espero que podamos coincidir, son gente tan encantadora.

Los caballeros escuchaban con educación, sin duda ya estaba organizando la agenda para el resto del viaje.

—     Si nos vemos podrías ver a Kanon—continuaba ella—Es un chico tan agradable hijo, y siempre ha sido tan atento con nosotros.

—     Estaría bien—respondió el joven.

—     Ya sé, cenaríamos juntos, incluso podríamos dar una vuelta por los canales en el mismo bote ¿Qué te parece?

—     Ya veremos mamá.

—     Este tipo de cosas deben planearse, necesitaré un sombrero nuevo, algo que vaya con mi traje de día y…

—     ¿Deseas un poco de queso con tu pan?—intervino su esposo.

—     Sabes que sí, me encanta.

Parecía que el caballero comprendía bien la manera de hacer que su esposa callara cuando ya lo estaba mareando con su conversación. Le sonrió amablemente mientras le preparaba un poco de comer, era mejor así.

—     Me gusta la idea de dar un paseo, solo nosotros tres ¿Qué me dicen?—preguntaba e señor sonriendo.

—     Sería agradable papá.

Entre los dos había una buena relación, aunque algo silenciosa, Sorrento sabía bien que su progenitor no era un hombre muy comunicativo, aunque sí muy comprensivo, pero siempre prefería aguardar que le dijeran las cosas en lugar de presionar para que le confirmaran lo que ya sabía. De su madre, pese a su charla constante, entendía que había vivido de una manera en que ese tipo de cosas eran usuales, así que no le reprochaba nada. Ambos habían sido atentos y afectuosos con él, no lo dejaban a un lado, aunque por sí mismo a veces se encerraba en su mundo.

Finalmente estaban listos después de una hora para salir, vestían de manera sencilla y ligera para sobrellevar mejor el clima un poco cálido de ese día, tan solo se trataba de una vuelta por los alrededores para contemplar un poco más de cerca lo que se estaba viviendo en las calles. Tanta gente por el lugar a momentos daba la idea de una marea, todo ese ir y venir de otras personas que similar a ellos se estaban mostrando curiosos e interesados por el ambiente que los rodeaba. Entre algunas de las características de estar fuera en esas horas tempranas era la cantidad de mini festejos que se estaban desarrollando por la capital, era casi como no dejar de vivir la fiesta a todas horas.

Otra cosa que llenaba el sitio, sin importar lo que se pensara de ello, era el comercio; se podían ver decenas y decenas de locales de todos tipos y tamaños llenos de demasiados productos al nivel adecuado para cada bolsillo. Muchos pensarían que un festival tan antiguo no debía desvirtuarse con algo como el comercio, pero era algo bueno para la economía, así que se hacía. Los turistas se dejaban llevar no solo por las fiestas, también por ese deseo de consumir productos de diversos tipos y clases, había mucho de donde escoger realmente. Los recuerdos estaban a la orden del día, era de lo que más se solicitaba, pero también algo más llamaba mucho la atención.

Sorrento fijó sus ojos rosas en la parte de un disfraz, un tipo de antifaz para ser exactos, era de terciopelo bordado con pedrería, algo cargado pero se comprendía debido a todo el ambiente que los rodeaba.

—     Puedes verlo, no encontrarás piezas tan buenas como esta con facilidad—dijo el vendedor con perder un segundo.

—     Gracias, solo veía—mencionó el joven.

—     Puedes probártelo, es algo que te irá muy bien en las fiestas de la noche.

—     En realidad…

—     Aquí está el espejo.

Al final el de cabellos lilas se colocó la bonita pieza, era de color borgoña y las piedras de fantasía eran de diversos tonos rojos y rosas intensos, al mirarse le gustó lo que reflejaba el espejo y terminó por decidirse.

—     ¿Qué le parece?—preguntaba el vendedor.

—     Me la llevaré.

—     Excelente elección Romeo.

Aparentemente era parte de un disfraz shakesperiano, pero mientras sonreía eso no interesaba mucho al de Sirena, podría utilizarlo esa misma noche en la fiesta a la que asistirían, tal vez se divirtiera.

Volvió al lado de sus adres, quienes estaban interesados en otros asuntos, su madre en la ropa y la joyería, su padre en algunas piezas de arte, cada uno tenía sus gustos bien definidos. El de ojos rosas siguió con ellos por un tiempo pero no tardaron en encontrarse con alguien más, conocidos de la familia que sospechaban ya estaban ahí.

—     Hola ¿Cómo se encuentran?—los saludaba la señora de Sirena.

—     Que bueno es verlos aquí.

Se trataba de la familia Dragón de Mar, similar a los Sirena eran tres miembros, padre, madre e hijo, aunque distaban de parecerse en mucho. Para el de cabellos lilas eran personas no agradables, pues no se atrevía a utilizar el término desagradables, aunque en lo más privado de sus pensamientos era exactamente como las consideraba. No serían muchos los que estuvieran en desacuerdo con esa idea, los Dragón de Mar eran considerados una especie de arribistas que solo se tomaban en consideración por sus relaciones comerciales, pero no por otro motivo. Su madre parecía no darse cuenta de eso, su padre prefería tolerarlos, pero él siempre prefería no estar cerca.

Sobre todo por Kanon, el hijo.

Era un hombre guapo, atlético de largos cabellos azules y brillante mirada glauca, una sonrisa que cautivaba y manos distinguidas, pero en todo eso se en cubría una persona que parecía estar convencido que el mundo era un sitio para complacer sus deseos. En un par de ocasiones anteriores habían coincidido pero esa manera entre arrogante y autosuficiente de manejarse del de ojos verdes ante él lo habían hecho decidir no pasar mucho tiempo cerca. Nunca se le olvidaría que el día que se conocieron le lanzó una frase por demás desagradable a sus oídos.

—     ¿Por qué no buscamos un rincón y nos acostamos por ahí?

Solo lo había mirado sin saber qué hacer y se alejó con velocidad, no necesitaba nada de ese sujeto.

—     ¿Por qué no van juntos?—preguntaba su madre—Kanon sería un buen compañero Sorrento.

—     Me encantaría—decía el de cabello azul.

—     Yo no…—intentaba decir el de ojos rosas.

—     Creí que tenías ese asunto hijo—intervino su padre.

El de cabellos lilas comprendió que su progenitor le daba una coartada y sonriendo iba utilizarla sin aguardar.

—     Será mejor que lo vea ahora, perdonen, me tengo que retirar.

—     No olvides la fiesta de esta noche Sorrento—le recordaba su madre.

—     No lo haré.

Siendo así salió con paso largos, necesitaba pensar en algo más, como en su vida, pero no estaba seguro del camino que iba a tomar.

 

**********

 

Aioros estaba cansado, eso de llevar turistas a todos lados y tener que atenderlos y contarles relatos y cantarles no era nada sencillo pero admitía que las ganancias iban muy bien, las propinas no eran nada despreciables y en general no estaba tan mal el ambiente, era casi divertido. Escuchaba a varios de sus amigos y compañeros quienes le contaban cómo iban las cosas para ellos, la manera en que se comportaba la gente, de verdad que estaba siendo un buen año, mejor que los anteriores. De todas maneras para él se trataba de un asunto solo de dinero, estaban lejos esos días en que le parecía emocionante ponerse tras un remo y viajar por el lugar llevando a la gente, ahora simplemente se trataba de sacar una ganancia.

Era un poco triste eso, lo de solo pensar en hacer dinero, en cómo sobrevivir cada día sin tomarse el tiempo de respirar el aire y contemplar la puesta del sol. Pero el dinero era necesario, lo quisiera o no, lo necesitaba si en verdad un día iba a abandonar ese sitio, tenía que hacerlo, estaba convencido.

—     Si no lo hago ahora jamás lo haré.

Pero no era el primer año que se decía esas palabras, no se marchaba porque no contaba con el capital para hacerlo, al menos eso se decía, porque había veces que su mente se veía asaltada con otra idea, una que no era grata. Pensaba que no se marchaba porque no tenía las agallas para hacerlo. No se le podía culpar por eso, después de todo abandonar el mundo que conoces y que al menos comprendes es una garantía, por malo que sea, en comparación con simplemente emprender la aventura de irte sin saber lo que había unos pasos más allá. Eso no lo reconocía, desde luego, que el mundo era una palabra pequeña pero representaba algo muy grande y desconocido, y lo que no se conoce emociona e intimida por igual a cualquiera.

Sin embargo, mientras contaba mentalmente sus ganancias y sus ahorros, se decía que debía dar gracias por un día de trabajo productivo, pero al ver a toda esa gente ir y venir frente a sus castaños ojos también estaba decidido a que no haría eso toda su vida. No deseaba hacerlo, estar año tras año solamente esperando por esos días de fiesta para ganar dinero, le resultaba insoportable continuar por siempre de esa forma.

—     Aioros—lo llamaron.

El castaño dio vuelta solo con el rostro y vio que uno de sus compañeros, Shura, iba hacia él de esa manera en que sin duda tenía un asunto que recordarle.

—     ¿Qué pasa?—se limitó a preguntar.

—     Recuerda que es la fiesta de esta noche, vamos a ir ¿irás con nosotros?

—     No sé…

—     No seas aguafiestas, tenemos que divertirnos un poco.

—     Está bien divertirnos pero pretender colarnos me suena a aun asunto peligroso.

—     Todo va a estar bien, lo hemos hecho otros años.

Era cierto, no resultaba una historia ajena a los que estaban en el lugar, eso de colarse a las fiestas más importantes y exclusivas que daban en los sitios más caros de la capital, como siempre había alguien conocido trabajando en esos sitios, los ayudaba a entrar sin problemas. Sobre todo cuando se contaba con un elemento extra que facilitaba las cosas, como esa noche.

—     Es de disfraces Aioros, todos vamos a ir.

El de ojos pardos aún parecía dudar, estaba un poco cansado y eso de colarse a un sitio donde si los descubrían podrían echarlos a patadas le resultaba una tontería gratuita, pero su amigo de cabellos negros parecía firme en que los acompañara.

—     Está bien—aceptó al final—Pero no tengo ni idea de que llevar.

—     No te preocupes por eso, Mu se encargará, pero debemos devolver los disfraces a primera hora.

—     Yo lo haré, recuérdale eso a los demás.

—     Muy bien entonces.

Como ya no tenían trabajo y el único que no estaba listo era el castaño, fue quien se dirigió a ver a su amigo Mu. Era un joven agradable que trabajaba en un teatro, en esos días estaban muy atareados pues sabían bien que la gente deseaba ver espectáculos en las calles y otros escenarios, por lo cual siempre era una tarea bastante agitada. Como fuera también los ayudaba a ellos, pues como encargado del vestuario podía tener acceso a trajes que regularmente los demás no podrían, sin duda era un buen  amigo.

—     Hola Mu—lo saludó.

—     Aioros, que alegría verte.

Se trataba de un chico de cabellos lavanda y ojos verdes, con esa curiosidad de no tener cejas pero el resto de su rostro era lo suficientemente interesante para que a la gente eso no le interesara, simplemente lo dejaba pasar.

—     La verdad Mu es que vine a pedirte un favor.

—     Déjame adivinar, necesitas un traje para una fiesta de disfraces.

—     Eres síquico.

Los dos sonrieron, pero como el de la ropa debía estar avisado de antemano no resultaba sorprendente, él mismo ya estaba  a medio vestir pues sin duda iba a ir al mismo sitio que los demás.

—     Pero como eres el último en llegar—le advertía el de cabellos lavanda—ya no hay mucho de donde escoger y ya se llevaron los mejores.

—     Tomaré lo que me des.

No se trataba de un chico exigente, así que no pensaba ponerse quisquilloso con eso del traje,  vio las piezas que quedaban y termino eligiendo la más sencilla.

—     Este estará bien, gracias Mu.

—     De nada, espero que te diviertas.

—     Lo intentaré.

Así que salió con su carga para su casa, se daría una ducha veloz y se pondría el traje para verse con sus amigos a la hora acordada, no estaba mal, después de todo podía ser una noche entretenida.

Cuando el joven castaño salió en camino a encontrarse con sus amigos vio que el lugar estaba mucho más vivo mientras se acercaba la noche que durante las horas del día, era un efecto muy especial, como si el cobijo de la luna y las estrellas diera a la gente una manera distinta de sentirse y ver las cosas. Se escuchaba música por todas las calles, la gente estaba reunida en grupos y no eran pocos los que parecían tener una fiesta privada entre risas y tragos. Las luces llenaban los rincones, aunque aún existían algunos en los que las personas, sobre todo en pareja, encontraban su sitio para no ser vistos y darse unos instantes así para sentirse en un mundo aparte.

El sitio en el que habían acordado encontrarse era cerca de una antigua tienda de velas, todo el año se la pasaba haciendo grandes cantidades de candelas en color marfil, pero en esos días se abrían las puertas del taller para que los visitantes escucharan como se hacían tan singulares piezas antes y se les daban colores y formas, sobre todo se vendían como excelentes recuerdos y adornos. No estaba mal para un sitio que tenía más de siglo y medio de existencia y aún permanecía en pie y en manos de la misma familia.

—     Ya estamos todos—decía Shura al ver al castaño—Solo necesitamos entrar y recuerden, somos invitados también.

No era el primer año que lo hacían, así que conocían la rutina perfectamente, algunos incluso llevaban sus historias bien ensayadas para no cometer errores. La idea principal era divertirse, la manera en que elegían hacerlo estaba en manos de cada quien. Se pusieron en camino, el objetivo de ese año era la fiesta de la alcaldía, sitio que de ser un palacio se había convertido en la sede del gobierno. Solo los más importantes eran invitados, las mejores familias y los visitantes distinguidos, claro que también los más ricos para que se sintieran bienvenidos y dejaran buenas tajadas durante su estancia.

No iban a entrar por las puertas principales, sino por las de atrás, donde el servicio se manejaba como señores del lugar y donde sus amigos Milo y Camus ya estarían listos para dejarlos pasar. Cuando se era asistente de cocina y mesero se tenían esas facilidades. Todos listos con sus disfraces iban guiados por un Don Juan de cabellos negros, o sea Shura, que estaba listo para dar respuestas por si alguien se las pedía. Pero no hubo inconvenientes de ninguna clase, de hecho fue bastante sencillo. El pequeño grupo se escabulló por la propiedad desde la parte de atrás para llegar al salón principal, donde la música los llamaba como un imán.

—     Es por aquí—decía el de cabello negro.

Conforme se acercaban iban haciendo comentarios, tan solo ansiaban ver lo que había en el lugar y no quedaron decepcionados,  era como entrar a un mundo antiguo y extinto el estar en ese sitio en ese momento.

El pequeño grupo trataba de no darse a notar de ninguna manera, era lo mejor, pasar como todos los demás que estaban reunidos y se disponían  disfrutar de una noche que se proyectaba como grata y divertida. Así que comenzar a moverse y mezclarse era un asunto importante para los recién llegados, la mayoría no tardó en hacerse de un lugar entre todos los demás. Había tantos extranjeros y demás personas que nadie se ponía a preguntarse si ese chico a su lado era un invitado o no, y como casi todos llevaba una bien planeada historia para no darse a notar, el formar parte del ambiente no resultó una labor complicada.

Un Roldán de cabellos castaños lo observaba todo, le gustaba lo que veía pues se trataba de un sitio espléndido, aunque no mostraba el mismo interés que sus compañeros en estar cerca de los demás ni de devorar la comida o probar las bebidas. Llevaba unos minutos en el lugar cuando ya todos los demás de su grupo se habían instalado en otros grupos, lo que buscaran les estaba resultando, así que prefirió no intervenir, así que empezó a alejarse con pasos discretos, solo observando sin pensar en nada en especial. Por unos momentos fue siguiendo una especie de camino que formaban las esculturas que adornaban el palacio. Las formas suavemente dibujadas en la piedra le atraían de manera poderosa, como si lo estuvieran guiando hacia un sitio en específico, un lugar abierto y lejos de los disfraces, un sitio en el que su mundo y el de otra persona iban a cambiar para siempre.

 

**********

 

Esa noche el palacio mostraba el porqué era digno de ese título, su salón principal no dejaba de lucirse como un vasto lugar decorado en forma de templo griego inundado por una muchedumbre extravagante y ruidosa, los trajes de teatro, los oficiales cargados de medallas brillantes, petimetres con pelucas multicolores, largas casacas de cuellos altos, mujeres vestidas de diversas maneras, maravillosas en telas transparentes y entalladas, con escotes que casi dejaban salir sus pechos. La música falsamente antigua acompañaba las charlas, los bailes, las risas, entre galanteos y voces de negocios, con una ansiedad de divertirse mientras tuvieran la oportunidad.  Algo en todo resultaba desolador por alguna razón, al menos lo fue para dos personas que siguieron su necesidad de alejarse de los demás.

Sorrento estaba en compañía de sus padres, su madre parecía encantada con estar ahí y hablar con la gente, mientras que su padre era atento y compartía algunas palabras. El de ojos rosas no sentía mucho interés por ese sitio ni la gente que lo rodeaba, contenía sus suspiros lo mejor que podía pues un tema llenaba su mente desde hacía un tiempo ¿Qué iba a hacer con su vida? Deseaba algo, una especie de señal de su destino pero no veía nada, y eso no mejoraba la situación. Era verdad que no tenía carencias, pero de alguna manera eso no hacía más sencillo el elegir lo que iba a hacer consigo mismo.

—     Vamos a bailar—le dijo una voz.

Con una seguridad impertinente Kanon estaba casi por tomar su mano, pero el de cabellos lilas hábilmente cambió su copa de mano para que eso no fuera posible.

—     Deseo refrescarme—mencionó.

Sin más emprendió la huida, dejando al de cabellos azules con un chasco, fuera lo que fuera que buscara el otro no era mutuo. Sus pasos fuero  casi veloces para alejarse entre la gente que lo sumergía en un ambiente que no terminaba de convencerle, era verdad que necesitaba refrescarse pero de ese aire que lo estaba cansando con velocidad. Siendo así logró ver una salida, unas amplias puertas de cristales con unos bellos vitrales que mostraban imágenes de flores antiguas. Se deslizó hacia el exterior con calma, cuando sintió el aire fresco golpear su rostro tibio se relajó, era lo que necesitaba, solo unos instantes de quietud.

Esa fiesta tan elegante dejaba un poco frío a Aioros, podía ser novedoso pero nada más, aparte observar como la gente se esforzaba por verse alegre le parecía un asunto muy ficticio. Lo mejor era tratar de disfrutar pero no estaba convencido de lograrlo, podría irse pero apenas terminaba de llegar, y esas esculturas ante sus pardos ojos le gustaban, no sabía si tendría otra oportunidad de contemplarlas tan de cerca y no iba a dejar de hacerlo. El camino que iba marcando lo llevaba lentamente hacia las afueras, hasta esos hermosos vitrales de cortes simétricos, las imágenes florales eran un trabajo que ya no se veía en esa época. Era como una salida a los jardines, estaba bien, necesitaba algo de aire fresco y estar lejos del ruido de las charlas, algo de silencio y la noche lo ayudaría a despejarse antes de irse.

Fue en ese momento que su destino dio un vuelco ¿Qué posibilidades existían de que algo semejante sucediera? No importaba, solo contaba que estaban ahí y que iban a conocerse, que todo sería distinto.

Los jardines eran una hermosa muestra de arte de siglos atrás, cuando incluso la naturaleza debía ser sometida, con el paso del tiempo simplemente fue mantenido tal y como estaba, por lo cual mantenía su forma original sin problemas. Se le habían hecho algunas mejoras, pero todas con la intención de no perturbar su aspecto, lo cual también había sido exitoso. El aromas de las plantas era una fragancia nocturna que llenaba de un aura exquisita el ambiente, los colores de las flores se mezclaban con los de las hojas, mientras el rumor de la brisa se dejaba escuchar apenas entre murmullos. Ese fue el escenario donde ellos se conocerían, lo cual sucedió apenas en un instante, pues los ojos pardos se quedaron asombrados en un segundo.

Fue cuando lo vio.

El de cabellos castaños permanecía en pie, en silencio, mientras esa imagen ante él era como la de las esculturas, pero mucho más esplendente; podría haberlo contemplado por el resto de la noche pero no fue así porque el de cabellos lilas se sintió observado y tuvo que mirar a su vez. Fue el turno del de mirada rosa para quedarse sin palabras, sobre todo cuando ese hermoso castaño se aproximó a él, fue como ver a un ejército en armas cuando era solo un hombre, uno que lo hacía no sentir el suelo bajo sus pies. Los dos ahora se habían conocido, el momento de la reunión que tanto había sido aguardada por su destino estaba surgiendo.

El de ojos castaños caminaba hacia el de cabellera lila, con la seguridad de quien no podía perder un solo momento, necesitaba saber quién era.

—     Hola—le dijo.

—     Hola—fue la respuesta.

Todo lo que sucedió desde ese instante fue algo mutuo, pues ambos deseaban estar en el sitio exacto en el que se encontraban.

El festival, la fiesta, la gente, esa noche, todo tenía sentido y era un telón de fondo cuando se trataba de ellos dos, con sus trajes y los antifaces, era el momento de Romeo encontrando a Roldán.

—     Soy Aioros de Sagitario—se presentó.

—     Me llamo Sorrento de Sirena—correspondió el otro.

El de mirada rosa no quería sino estar ahí y para el de ojos pardos no había más lugar en el mundo que ese. Todo fue muy natural desde ese instante, como si se hubieran conocido toda la vida o no se hubieran visto por u tiempo y ese era su reencuentro, no importaba, de alguna manera estaban convencidos que su lugar en el mundo era ese jardín. Se miraban mientras charlaban, eran apenas dos personas que se conocían, pero no importaba, hablaban con mucha facilidad de todo aquello que cruzara sus mentes, el palacio, la fiesta, los jardines, la noche, las flores, lo decían todo y todo era importante por igual.

Al menos fue así hasta que les pareció que lo mejor era cambiar de escenario, ese ya no era suficiente, necesitaban más.

—     Ya estaba cansado de la fiesta—admitió el castaño—Por eso me estaba alejando y llegué hasta aquí.

—     Me sucedió lo mismo—dijo el de ojos rosas.

—     Sinceramente pensaba en irme.

—     Que raro, yo pensaba en lo mismo.

—     ¿Qué me dices entonces si te propongo fugarnos de aquí?

—     ¿Irnos?

La verdad era una propuesta que lo tomaba por sorpresa, pero al ver a ese chico ante él tan seguro de sus palabras no pudo sino sentir el deseo de seguirlo.

—     Te sigo—respondió sonriendo.

Con la sorpresa de verlo aceptar, el de cabellos castaños terminó por sonreír también y miró alrededor, buscando la forma de marcharse, no tardó en encontrarla por medio de una puerta de hierro, un hermoso trabajo que tenía las formas de árboles, tan bien tallados que sus ramas serían todo lo que iban a necesitar. Sus pasos, veloces y decididos, fueron hacia ese sitio con prontitud. El de ojos pardos trepó primero, con bastante habilidad, al legar a la parte alta extendió la mano derecha para ayudar al de cabellos lilas, el otro muchacho la tomó y no tardó en alcanzarlo. Terminaron de bajar por el otro lado con un salto, hasta que se miraron de nuevo y supieron que estaban en libertad ¿de qué? De lo que ellos decidieran, por lo que nada más importaba, así que seguirían adelante.

Ir por los alrededores de una capital que parecía estar de fiesta en cada rincón resultaba muy entretenido, había tanto por ver, por escuchar, por vivir, era emocionante y fascinante por igual. Sorrento se dejaba guiar sin problemas, al lado del de mirada parda se sentía contento, no se lo podía explicar, pero así era, todo lo que le contaba le parecía interesante, como una nueva existencia. Por su parte, Aioros, no dejaba de hablarle del lugar, los alrededores, esos pequeños rincones y escondites que no todos encontraban, de lo grande y lo pequeño por igual, hasta dibujar la ciudad como una estampa auténtica en sus detalles más mínimos.

Pero a pesar de estar juntos y sentirse contentos estaba llegando el amanecer, esas luces que se anunciaban en todo su esplendor de tonos rojos y naranjas, que se harían azules con un poco más de tiempo, era el final de la noche y los dos lo sabían mientras caminaban sin dejar de hablar rumbo al palacio de nuevo. Había una nueva complicidad, un saber que les pertenecía solo a ellos, no se lo explicaban pero así era, podían sentirlo. Terminaron cerca de una gran fuente con figuras de fauna marina, había delfines saltando acompañados de peces y caracoles, mientras rígidos corales cubrían las rocas. Era una pieza única, maravillosa, y para ellos que se dejaban llevar por el momento, era un sitio espléndido que iba anunciando la llegada del nuevo día, con los reflejos del sol en el agua clara.

Era el momento de despedirse.

Pero no antes de hacer algo más.

—     Será mejor que regrese, ya está amaneciendo—decía con cierto pesar el de cabellos lilas.

—     Sí, ya es hora de separarnos.

Pero había algo doloroso en esa idea entre los dos, parecía una locura, apenas doce horas antes ni siquiera sabían de la existencia del otro y ahora era como si su destino siempre hubiera sido encontrarse. Sin embargo era lo que sentían, no había manera de que lo negaran, y fue por eso que el castaño tuvo el deseo de hacer algo más.

Aioros se colocó delante de Sorrento, lo hizo de una manera firme y determinada, de quien tiene la seguridad absoluta sobre lo que desea hacer, imponiendo que el de Sirena se quedara muy quieto, sin perder uno solo de sus movimientos. Las varoniles manos del de ojos pardos fueron directamente al rostro del de ojos rosados, de alguna manera eran suaves a la vez, alcanzando el antifaz de terciopelo que aún cubría esa bella cara. Comenzó a retirarlo con suavidad, de manera pausada, como si el tiempo no transcurriera o lo hiciera muy despacio. El de Sagitario veía cada mechón de cabello moverse y al final ese precioso chico estaba ante él, sin nada que se interpusiera en el camino.

—     Eres tan hermoso Romeo—susurró.

—     ¿Y tú Roldán?—preguntó con dulzura.

El castaño sonrió también, se quitó su antifaz de un solo movimiento, dejando al de ojos pardos con la sensación de que era un caballero de leyenda mientras que el de cabellos lilas era como un príncipe para el de cabellos trigueños. Desde ese momento quedó como impreso en sus corazones el otro, eran más que un sueño, eran una promesa largamente añorada ¿de qué? No lo sabían, pero lo eran y deseaban descubrirlo.

—     Será mejor que regreses—mencionó el de cabellos lilas.

—     Sí.

Los párpados del de ojos rosados bajaron, haciendo que ambos sintieran un impulso nuevo, deseaban besarse, pero no lo harían, de alguna manera o era el momento; sin embargo el de Sagitario no lo dejaría irse de esa manera. Tomó la pequeña y afilada mano del de Sirena, hizo una perfecta reverencia hasta llevarla a sus labios y la besó con caballerosidad, observando lo fascinado que se mostraba el de cabellera lila.

Era el momento de irse.

—     ¿Volveremos a vernos?—preguntó Sorrento con suavidad.

—     Esta noche, aquí mismo—propuso sonriendo el de Sagitario.

Le devolvieron una  sonrisa similar, encantada y esperanzada, no importaba que tuvieran que ir por caminos diferentes, estaban convencidos de que volverían a reunirse ¿Qué posibilidades había de que algo así sucediera en sus vidas? Que importaba, solo contaba que se habían conocido. Por eso cada uno pudo volver a su vida lleno de dicha y con el corazón esperanzado.

 

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Continuará…

Notas finales:

Si  nada sucede sigo la semana entrante con el final.

Nos leemos.

Atte. Zion no Bara

 


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