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Polaris por Yori Kibara

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Mikhael quería engañarse, negarse que había sentido genuino interés en el castaño desde el momento en que negó ser quien buscaba, esos ojos azules lo habían atrapado en su magnetismo y lo intrigaron tanto en tan pocos segundos que una vez tomándolo por el brazo, no quiso soltarlo.

 

Aun sin entender por qué ni como había llegado a esto, se rindió al momento; sus brazos resguardaban a William con delicadeza pero firmemente, su respiración caía en su cabello cobrizo. Se limitó a guardar silencio y esperar a que los sollozos se desvanecieran, buscando mentalmente la manera de reparar el daño que había causado; las palabras habían ocasionado esto y las palabras iban a solucionarlo.

 

-Yo- le decía con voz suave mientras William se mantenía tranquilo en su pecho, atento a sus palabras -yo soy un... espía. Pertenezco a una "organización" de la que no te diré nada más, excepto... que para muchos podríamos ser considerados simples mercenarios. He estado rastreando a mi objetivo desde hace tres meses y todo me había traído a esta ciudad- Hizo una pausa y llevo sus ojos al celeste del techo dejando escapar un suspiro sin darse cuenta -Estaba por terminar mi asignación, pero todo se... fue al carajo- Su voz se tambaleaba un poco con ira -bastaron quince malditos minutos para que todo el plan se fuera a la mierda, dejándome a la deriva y sin muchas opciones. Pero... no voy a rendirme... no lo hare-

 

William por fin busco la mirada de Mikhael y en sus ojos, entre líneas, ahí escondido había dolor e impotencia. Lo que hubiese pasado para llegar a él, fue algo difícil, podía leerlo en sus ojos.

 

-Después de dos días huyendo, comenzaba a creer que la rendición seria mi única alternativa, pero... te vi- Entonces por fin miro a los ojos a William -Existen personas... exiliados y algunos otros que lograron salir de este "circulo" que son totalmente neutrales y son muy difíciles de encontrar, estas personas están obligadas a ayudarte si logras acercarte a ellos y se los pides de la manera correcta. Los llamamos "Novas"... yo creí que eras uno de ellos desde que te vi y es por eso que fui directamente hacia ti..."-

 

Los zafiros azules de William chocaron sorprendidos con los ojos azul gris de Mikhael.

-¿Parezco uno de ellos?- cuestiono con voz tranquila.

 

-Parecías uno de ellos de lejos, después fue obvio que no lo eras- dijo el pelinegro con una breve sonrisa al final de su respuesta.

 

-Entonces... ¿porque me llevaste contigo?-

 

Mikhael desvió la mirada algo avergonzado, no aceptaría su interés.

 

-¿Mikhael? por favor... necesito saberlo- Bajo la mirada, en realidad no quería volver a reprocharse si las palabras no eran aquellas que necesitaba escuchar.

 

-... no iba a dejarte ahí, desorientado y aturdido ¿verdad? te habrían hecho puré entre la multitud- entonces tomo suave su barbilla, levanto su rostro y susurro -y también... hay algo en tus ojos, que no puedo descifrar pero es... como si lo entendiera- Y miro profundo en esos zafiros, como si pudiera clavarse en ellos, cual misteriosa laguna y descubrir que hay en su fondo -no puedo explicarlo...-

 

William se sonrojo, sin poder evitar sentir una extraña vergüenza, era como si Mikhael intentara escudriñar en lo más hondo de su ser tan solo con su mirada. Decidió evitar ser puesto en evidencia por la honestidad de sus ojos, llevando así sus brazos sobre los hombros del pelinegro, rodeando suavemente su cuello, siendo el quien respirara cálidamente en los cabellos del otro esta vez, escondiendo sus traicioneros zafiros de las perlas azuladas de Mikhael y acerco el cuerpo al suyo emanando una tibieza involuntaria.

 

Mikhael respiro aliviado, al menos el daño parecía remendado. Pero en ese abrazo, sin ninguna explicación, de surto se sintió incomodo; en su mente todo estaba confuso, la calidez de William se sentía bien, pero también algo en su cabeza le decía que estaba tremendamente mal.

 

Se trataba de unos recuerdos que tenía enterrados en lo más profundo de su memoria y que ahora golpeaban sus ataúdes con fuerza intentando resurgir. Rasguñaron las paredes de su mente y volcaron en Mikhael vagos trozos de imágenes que le desataban sensaciones nauseabundas... Recordó esas manos escuálidas a su alrededor abrazándolo, recordó el hedor de esa sombra respirando sobre su cabello y esa lengua resbalosa paseándose por sus oídos... en ese instante volvió a ser ese niño asustado esperando que esas manos apretaran su cuello o que lo golpearan hasta que se desmayara. Por fin no pudo más con esa sensación y empujo por reflejo a William, apartándolo de él.

 

Mikhael no tenía gusto por el contacto humano, incluso procuraba evitarlo pero al no tener opción, lo mantuvo a raya. Esta vez fue distinto, ni siquiera sabía porque esos recuerdos habían salido de las lagunas en las que estaban enterrados; cansado y enfadado consigo mismo pues no podía creer que había vuelto a ser ese niño debilucho que lloraba por todo, sino que acababa de tener la peor reacción posible a un simple abrazo a tan solo minutos de haber corregido el daño de sus palabras.

 

William fue tomado por sorpresa por ese empujón y al mirar al pelinegro noto su miedo, se podía ver incluso en su respiración, su mirada luchaba por volver a la realidad y permanecer en ella, su piel había palidecido más de lo habitual.

 

-p-perdón... yo...- Mikhael balbuceaba palabras, frases a medias -p-erdona yo... no -¡ngh!- Se aturdió fuertemente de pronto, llevo sus manos a sus oídos levantándose torpemente y tambaleándose hacia el lavabo de la cocina. William quiso ayudarlo, pero él se negaba sin permitir que lo tocara siquiera. Como pudo llego y abrió la llave del agua, con sus manos temblorosas se mojó el rostro sintiendo que el aire se volvía más y más denso para respirar; por ultimo un mareo hizo que su frente chocara de lleno con el borde del lavabo y con ese golpe dejo que su cuerpo se resbalara hacia abajo.

 

-¡Mikhael!- el castaño se apresuró a levantarlo y arrastrarlo de vuelta al sofá como pudo, notando un goteo carmesí en su frente. El pelinegro no podía mantener los ojos abiertos, el aire que respiraba le resultaba pesado y sus fuerzas se desvanecían rápidamente -Iré por ayuda- agrego asustado y salió corriendo por la puerta.

 

El pelinegro, aturdido, apenas escucho que volvió demasiado rápido y borroso miro a alguien más con él, sin embargo sus ojos ya no le respondían.

 

-Fran, no podemos ir al hospital, tienes que ayudarle aquí- Suplicaba William -¡por favor!-

 

-e-está bien, está bien ¡lo hare! necesitare tus manos- Fue lo último que Mikhael escucho de aquella voz mientras sentía el frio metal del estetoscopio en su pecho seguido de un agudo piquete en el antebrazo y una sensación de frio que se extendía por todo su brazo y finalmente por todo su cuerpo, lentamente envolviéndolo.

 

Rendido a la inconsciencia se preguntaba cómo habían llegado esos recuerdos a él y así se presentaron entonces, cristalinos.

 

Tenía siete años más o menos, iba con mi padre en el auto, regresábamos de algún lugar que no recuerdo. Mi padre miro algo en el retrovisor, su mirada se tornó en descontento aumentando la velocidad a la que nos movíamos y eso  ciertamente fue imprudente. Sin embargo lo que nos detuvo fue otro auto embistiendo contra el nuestro, padre trato de evitarlo pero no lo logro.

 

Él estaba sangrando y apenas pudo decirme que huyera "corre, escóndete" me dijo "te alcanzare, vete". Yo estaba algo sordo y asustado, pero lo entendí, yo no desobedecía a mi padre así que a empujones abrí la puerta y corrí a tropiezos lejos del auto. Es curioso, no puedo recordar otras huidas antes de esa.

 

No sé con certeza que distancia recorrí, ni el tiempo, solo sé que me oculte en un callejón, a un lado de un contenedor enorme de basura que de ninguna manera me dejaría a la vista; comenzaba a sentir dolor en todo el cuerpo, me revise, tenía raspones por todos lados y cortes pequeños de los vidrios de las ventanas. Hacia frio, me dolía todo y sentía que casi vomitaba el corazón. Me senté ahí a descansar, me dio mucho sueño una vez que estaba ya tranquilo y me dormí.

 

Alguien me picoteo con una vara o algo parecido, eso me despertó un poco. Era una mujer mayor, no era una anciana. Ella, me reviso como si fuera ganado, tomo mi barbilla me miro el rostro por cada lado, levanto mis brazos y golpeteo con la vara  en mis piernas, yo me sentía débil, tanto que ni siquiera me queje; ella hizo una mueca, me tomo por los brazos y me hecho sobre su hombro como si fuera un cordero.

 

Lo siguiente que recuerdo es, que ella me limpiaba el cuerpo con un paño húmedo para después ponerme un vestido verde con adornos florales y una tiara de listón en el cabello. Yo estaba algo mareado y no pude hacer nada. Me llevo entonces a una habitación en la que la luz venia de unas cuantas velas solamente y había un hedor en el aire, uno que el té herbal en la mesa no lograba ocultar; un escalofrió me recorrió entero al escuchar la puerta cerrarse detrás de mí. La sombra robusta de aquel viejo se acercó, me miro con detenimiento de la cabeza a los pies, su mirada y su risa se quedaron plasmadas en mi memoria mientras forcejeaba porque no me tocara por debajo de la ropa.

 

No importo cuantas veces golpee la puerta gritando por ayuda, eso desespero al viejo, me tomo del cabello y golpeo mi frente contra la puerta dejándome aturdido mientras rompía el vestido y paseaba su asquerosa lengua por mi piel. Intente empujarlo con fuerza y al ver que no me rendiría fácilmente hizo una mueca de descontento dándome un golpe más por cada intento de resistencia, pero no me rendía y entonces llevo sus manos sobre mis hombros y tomo mi cuello apretándolo fuertemente hasta que perdía la consciencia, mas no lo suficiente para matarme. Siempre rece porque lo hiciera, en todas y cada una de esas noches... rece porque lo hiciera...


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