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Aoiya no Kami por Dark_Yuki_Chan

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Capítulo 3: Ojos de Miel y de Esmeralda

Seiiki corría con el trasero levantado de un lado a otro del Aoiya, frotando el piso con un grueso trozo de género. En alguna ocasión, sus manos se quedaban atrás y caía al suelo rodando. De cualquier forma, no tenía apuro. Se levantaba y regresaba a la tarea lamentándose por ser tan torpe, sin mayor problema. Unos ojos esmeralda le observaban desde algunos metros, mientras su dueño intentaba concentrarse en el movimiento de sus pulmones. Inhalar y exhalar, inhalar y exhalar, ¿Por qué no podía mantener la mente en ello ni un minuto antes de distraerse? No había nada especial en el chico que limpiaba el piso del Aoiya, nada que mereciera su atención, entonces, ¿Por qué no podía dejar de observarle? Es cierto, el aspecto del muchacho era bastante agradable… atrayente, incluso, pero nada más. Era verdad que su cabello color caoba brillaba como el fuego bajo la luz del sol, que sus ojos de miel observaban todo con agudeza infinita, demo, ¿Era éste motivo suficiente como para distraerse de sus ejercicios por su causa? Cualquiera sabría que la respuesta era un NO tajante. Shinomori Aoshi lo sabía perfectamente, mas, a pesar de sus esfuerzos, no podía mantener los párpados cubriéndole los ojos, la mente en sus pulmones y el alma en contacto con el mundo. Ie, por el contrario, sus ojos se abrían como grandes flores extendiendo sus pétalos al sol, su mente abandonaba la respiración para ir a ocuparse del joven muchacho que aseaba, su alma, quieta, guardaba silencio para oír así más claramente a la criatura. ¡Por Kami-sama, era un pobre estúpido! Perder el tiempo observando a un jovencito limpiar el suelo, ¡Que idiotez! Aoshi-sama bajó las pestañas y decidió concentrarse en el aire que salía y entraba de sus pulmones, aquel día con menos naturalidad que de costumbre.

Misao, tendida sobre las tejas del restaurante, recibía el sol sobre su piel, sus ropas y cabellos. Se sentía muy bien estar ahí, sin nada más que hacer que dejar a sus ojos beber la imagen de Aoshi-sama meditando cerca. ¡Que hermosos se veía! Aunque, de cualquier modo, eso no representaba ninguna sorpresa para la Oniwabanshuu. Sus ojos de hielo siempre le habían parecido la más maravillosa joya puesta sobre la faz de la tierra; su piel perfecta, la seda más suave jamás creada; sus cabellos azabaches, la noche en la que felizmente viviría por la eternidad. La chica conocía muy bien al Okashira, por lo que pudo notar en pocos minutos que un sentimiento de incomodidad le estaba rondando. ¿Se debería a sus insistentes e inagotables miradas? Ie, más bien parecía tener relación con Seiiki-kun, que en aquel momento hacía la limpieza del exterior del Aoiya. A Misao no le extrañó entonces que Shinomori se levantara, pues parecía incómodo al máximo. La muchacha no comprendía por qué la presencia de Seiiki molestaba de tal forma a Aoshi. ¿Había hecho el chico algo malo? Ie, parecía imposible que aquel joven tímido y bondadoso hiciera algo que mereciera un regaño o reprimenda, que hiciera algo para motivar la molestia de Aoshi-sama. ¿Entonces qué sucedía?
Seiiki se detuvo de pronto. De pie, a un metro de distancia o quizá menos, Shinomori Aoshi esperaba. ¿Qué sucedía con él? ¡Oh, ya comprendía! Shinomori-sama deseaba pasar, eso era todo. El chico se mantuvo quieto con los ojos en el piso mientras el hombre continuaba su camino. Sin obedecer a sus intentos por permanecer tranquilo, las pálidas mejillas del muchacho se cubrieron de un rubor sutil. Le parecía tan patética la escenita que había montado la noche anterior… ¡Quien iba a imaginar que terminaría ahogando sus penas en el hombro del dios del silencio! Y ahora, él actuaba como si nada hubiese sucedido. ¿Por qué Yamashiro Seiiki no podía comportarse de la misma forma? ¿Por qué le turbaba tanto lo ocurrido? A Shinomori-sama no le importaba, eso estaba totalmente claro. Debería sentirse tranquilo al entender esto, mas, por el contrario, casi le molestaba. No le había preguntado qué sucedía, no le había preocupado en absoluto la razón de su llanto. Si le resultaba tan indiferente todo lo concerniente a Seiiki, ¿Por qué entonces había rodeado con sus brazos el cuerpo sacudido por el dolor? El muchacho no comprendía por qué lo había hecho, no comprendía. Ni tampoco comprendía por qué se había sentido en el paraíso al encontrarse rodeado por esos poderosos brazos…

- Seiiki-kun.
- ¿Hai?
- ¿Vas a hacer algo especial esta tarde?
- No lo creo, Misao-san.
- ¿Entonces te gustaría acompañarme a hacer algunas compras?
- Claro que sí, será un placer.
- Daijobu (está bien), iremos a comprar entonces. ^^
- Hai -. Respondió Seiiki. Se preguntó por un segundo por qué razón desearía Misao-san que le acompañara. ¿Por qué no se lo había pedido a Shinomori-sama? Era obvio, más que evidente que aquello podría hacerla feliz durante todo un año e incluso más, sin embargo ella no parecía esforzarse en lo más mínimo por alcanzar la felicidad que tan cerca tenía. Y además Shinomori-sama… ¡Nee! (¡Hey!) ¿Por qué estaba pensando otra vez en Shinomori-sama? Ya estaba bien, era suficiente. Tenía que olvidar su estúpido llanto, tenía que olvidar como el dios del Aoiya había enjugado sus lágrimas la noche anterior, tenía que olvidarlo todo. Debía poner todo su empeño en convertir a aquel agradable restaurante de Kyoto en su nuevo hogar. Sólo tenía que olvidar el pasado y comenzar de nuevo, como cuando escribía en su diario y de pronto, al voltear una página, aparecía antes sus ojos otra completamente nueva y lista para ser llenada… así como la nueva oportunidad que ahora se le presentaba…


Dos jóvenes caminaban por las transitadas calles de Kyoto. La chica iba andando alegremente, hablando con algunas personas con quienes tropezaba, paseando feliz como la brisa de primavera. Unos pasos más atrás, el callado muchacho cargaba un par de cestas que poco a poco iban llenándose con las compras. …l no hablaba, no sonreía, parecía no tener vida en esos hermosos ojos dorados que poseía. …l se lo había propuesto, se había retado a ser feliz en aquel lugar. ¿Por qué no podía lograrlo? ¿Qué extraña fuerza impedía que consiguiera alcanzar su objetivo? Se sentía tan miserable. Sufría, sufría tanto al ver la felicidad extendiéndose a su alrededor como los anaranjados brazos del sol al atardecer. Aquello era tan doloroso. Ver como a su alrededor todo y todos eran de un blanco reluciente, mientras su miserable existencia era más negra que una noche sin luna. Alrededor de él se extendía una felicidad de la que todos parecían participar, excepto él. Se odiaba por ello, se odiaba por no saber como formar parte de la alegría del mundo, se odiaba por no poder ser feliz. En ocasiones, también detestaba a todos quienes eran felices. Era un sentimiento horrible, lo sabía, pero no podía evitar abrigarlo. ¡Es que era tan injusto que todos pudieran sentirse alegres excepto él! ¿Por qué no podía lograrlo? Era un estúpido, no podía aprovechar la felicidad, no la merecía… jamás lo había hecho, menos aún después de haber traicionado tan horriblemente a Suzuki Takehito. Había pagado con ingratitud y vileza a la única persona que le había hecho sentir comprendido y aceptado, había traicionado a la única persona que le había hecho sentir útil. De ahora en adelante, estaba seguro, jamás podría sentirse parte de algo. Ya no se sentía un joven, no se sentía un guerrero, no se sentía un japonés ni un hombre… sólo se sentía una criatura solitaria en medio de un grupo del cual nunca, jamás, formaría parte. Mientras más miraba a su alrededor, más sentía que todos eran uno, mientras él no era nada. Nada…


La brisa mecía las negras hebras del cabello de Shinomori Aoshi. Llevaba un par de horas sentado en el templo Miburoji (“El Templo del Lobo”) mientras el silencio, su compañero de tantos años, lo envolvía todo. Algo le tenía intranquilo. Algo – o alguien – impedía que pudiera concentrarse plenamente en la meditación. Luego de llegar a sentirse incluso algo orgullosos por el increíble dominio que tenía sobre sus sentidos, nuevamente parecía capaz de distraerse con el vuelo de una mosca. ¿Por qué? Se sentía algo perturbado desde la noche en que había llegado al Aoiya ese tímido joven de Osaka. Había misterios en sus ojos de miel que no podía comprender. Había visto lágrimas amargas brotando de sus ojos, y aquello, aunque no lo demostrara, le perturbaba grandemente. Ningún pesar tenía derecho a hacer que esas gemas doradas derramaran lágrimas tan llenas de dolor como las que habían caído sobre el pecho del Okashira la noche anterior. No era justo que el corazón de aquella criatura amable y sumisa albergara un dolor tan cruel. Cada vez que recordaba como aquel joven de rostro inocente se había deshecho en sus brazos, era como si una espina se clavara un poco más profundamente en su pecho. Al ver al muchacho le parecía estar parado frente a un espejo. Le parecía ver claramente a un joven que a los quince años había asumido el liderazgo del grupo Oniwabanshuu, un joven cuyos ojos eran dos puñales de hielo, un joven que por mucho tiempo conoció sólo sufrimiento… un joven llamado Shinomori Aoshi.

El muchacho acariciaba el cielo nocturno con sus ojos de miel. Algunas estrellas relucían en la oscuridad como pequeños diamantes. Yamashiro Seiiki buscaba la luna, aunque sabía que no lograría encontrarla.
*Luna nueva*, pensó con tristeza. La reina de la noche siempre lograba levantar un poco su ánimo cuando lo traía por los pisos, y su ausencia le deprimía. Precisamente en aquel momento, cuando más necesitaba alguna compañía, su única amiga se encontraba lejos. Luna nueva. Soledad. Todo se relacionaba. El ama de las estrellas siempre había provocado un sentimiento de compasión en el corazón del joven. Tan hermosa, tan perfecta, tan superior a las estrellas, sus compañeras de mundo, tan diferente y magnífica… tan sola. …l y ella tenían eso en común – la soledad, no la magnificencia – y aquello siempre había resultado un consuelo para sus penas. Compartían su abandono, compartían su tristeza… pero la luna era sólo una moneda de plata en medio del cielo azabache que no podía experimentar dolor ni amargura, y él era un ser humano, un pobre diablo, un chico miserable cuyo corazón sufría inmensamente al ver como la soledad se apoderaba de su ser día a día. Estaba sólo, y la luna nueva lo entristecía más aún.
Aoshi cruzaba el patio del Aoiya con pasos largos y lentos. Su cabello negro se fundía con la noche, sus ojos de esmeralda lucían como dos brillantes estrellas en medio del perfecto rostro de mármol. Una brisa suave y algo fría acariciaba al Okashira. Era tarde, seguramente todos estarían preocupados por su demora. Había estado paseando muchas horas por las calles de Kyoto. No era capaz de concentrarse, no lograba conectarse con el mundo que le rodeaba. ¿Qué le había pasado? El templo se había vuelto de pronto un lugar increíblemente poco interesante. Irritado, se había levantado y había dejado que sus pies le llevaran a donde desearan. Había vagado por la ciudad durante varias horas, pensando. Sentía que la vida corría frente a sus ojos, que los días se sucedían infinitamente uno tras otro, que el tiempo corría y nada cambiaba. Sentía que se le estaba escapando el tiempo. Algo le faltaba, y no sabía dónde hallarlo. Había creído que podría hallar la paz en la práctica de la meditación Zen, mas aún cuando su cuerpo se mantuviera petrificado como una estatua durante horas, su alma permanecía dando vueltas inquietas dentro de él. No lograba ser uno con el mundo, no conseguía serenar su alma intranquila. Algo le faltaba. Aún le faltaba algo para estar completo, pero ignoraba absolutamente de que podría tratarse. “Algo”. Aquella sola palabra no decía mucho. “Algo”. Eso no ayudaba. “Algo”… ¿O alguien?


La mano de Misao movía lentamente la taza en forma circular. Un poco de té se derramó sobre el tatami, pero la chica no se molestó en limpiarlo. Estaba preocupada. ¿Dónde se encontraba Aoshi-sama? No había regresado aún, y el cielo ya hacía varias horas se había vestido con su manto negro. Dejó la taza sobre el piso frente a ella. ¿Saldría a buscarlo? Okina lo había prohibido, diciendo que Aoshi se sentiría molesto si alguno de ellos lo hacía, que alguna buena razón tendría el Okashira para ausentarse y que, de cualquier modo, él podía cuidarse sólo perfectamente. Misao sabía que su “abuelo” tenía razón, que era verdad todo lo que había dicho, mas lo que comprendía su cerebro no podía entenderlo su corazón. ¿Cuándo el amor había escuchado razones? El amor era ciego a toda evidencia, sordo a todo razonamiento y mudo a toda queja. ¿Quién podría entonces culparla por sentirse desesperada? Aoshi-sama podía estar en peligro en aquel preciso momento, y ella no podía hacer nada. No podía ayudarlo, no podía buscarlo siquiera. La puerta se abrió de pronto. La chica dio un salto, creyendo que se trataba de Shinomori, y estuvo a un paso de las lágrimas cuando pudo ver que no era otra que Omasu. …sta se acercó a su joven amiga y, sentándose a su lado, preguntó con un murmullo:
- Misao, ¿Qué te sucede?
- ¿Eh? -. Se sentía verdaderamente preocupada, lo que le impedía prestar atención a lo que sucedía a su alrededor. La compasión se pintó en el rostro de Omasu al ver el té que la chica había preparado afanosamente para recibir al Okashira.
- Misao, no te pongas así, kudasai (Por favor). Estoy segura que Aoshi-sama se encuentra perfectamente. No tienes que estar tan angustiada.
- Lo sé, demo, ¿Qué sucede si Aoshi-sama está en problemas y nadie está allí para ayudarlo?
- …l está bien…
- ¡No puedes decir eso! Tú no puedes saberlo. Y de todas formas si así fuera, ¿Por qué es que no regresa? Dímelo.
- No lo sé -. Tuvo que reconocer la joven.
- ¿Cómo esperas entonces que no me angustie? Tú sabes que yo lo…
- Hai, Misao, lo sé muy bien.
- Oe, Omasu.
- ¿Hai?
- Y si… ¿Y si él decidió marcharse? ¿Qué sucede si Aoshi-sama ha decidido dejarnos? -. Preguntó asustada la más joven del grupo Oniwabanshuu. Su amiga intentó tranquilizarla:
- Vamos, Misao, él no se iría.
- ¿Cómo sabes eso?
- Pues porque él también te quiere mucho -. Sonrió simplemente Omasu.


El Okashira vio de pronto al joven de ojos dorados sentado sobre la hierba y con la vista en el cielo negro. Detuvo inconscientemente la marcha. La visión era hermosa. El tímido muchacho estaba sentado rodeando sus rodillas con los brazos, el rostro vuelto hacia el cielo, la tristeza castigando su bello rostro. Parecía un frágil muñeco de porcelana cuya dueña ha abandonado a su suerte, con el corazón latiéndole pesado dentro del pecho. ¿Por qué esa tristeza? ¿Por qué ese dolor? ¿Por qué esa amargura? ¿Qué podía causar tanto sufrimiento a un ser tan joven y puro? Daijobu, él no podía estar seguro de la pureza de Seiiki-kun, mas, ¿Eran capaces de mentir esos ojos dulces? Le parecía estúpido, ridículo, imposible. No podían estar falseando la verdad.
Yamashiro Seiiki volvió la vista hacia su costado izquierdo, pues sentía una extraña presencia en aquel lugar. Vio la silueta de un hombre alto y hermoso, como un dios, que le observaba con las esmeraldas de sus ojos, envuelto en sombras. Se estremeció. Shinomori-sama comenzó a caminar majestuosamente hacia el Aoiya, como si de pronto la presencia de Seiiki hubiese perdido toda importancia. Sin saber por qué, el chico se sintió ligeramente descorazonado. De pronto, el Okashira se encontró de pie frente a Yamashiro. …ste bajó la vista en cuanto los ojos de Aoshi se posaron en él. ¿Qué debía hacer? Hubiera deseado huir de ahí lo más pronto posible. ¿Qué deseaba el dios del Aoiya con él? Ya era bastante con su ataque de llanto de la noche anterior, ¿Por qué castigarle más? El joven se sonrojó al recordar sus lágrimas. Entonces, la voz del Señor le impidió continuar torturándose:
- Está helado. Será mejor que entres.
- Hai -. Murmuró Seiiki por toda respuesta. ¿Qué más decir? A nadie podría importarle la razón que le retenía fuera bajo el cielo nocturno buscando la luna que no saldría, tejiendo sueños que jamás iban a realizarse, intentando borrar de su memoria el acre aroma de la sangre… mejor sería obedecer al señor del silencio y entrar. Entrar, huir del frío, huir del romanticismo de la noche, de la locura que le causaban las estrellas. Huir como la luna nueva, no volver más, escapar de la soledad y el recuerdo que ni siquiera la noche podía ya volver menos dolorosos.
- Shinomori-sama… - El Okashira se detuvo y aguardó en silencio a que el joven continuara. - ¿Puedo hacerle una pregunta?
- Hazlo.
- ¿Cree usted que la soledad puede matar?
- Ie. – Respondió Aoshi fríamente – Lo que la soledad puede hacer es enloquecer al hombre. …l es quien hace el resto.

Continuará...

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