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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

No pensó con claridad mientras corría. Lo único que pasaba por su cabeza era apretar entre sus manos la garganta de ése que tanto suplicio le causaba cada vez que aparecía. ¿Qué más podían hacer ellos dos? Luchar y sólo luchar. Para eso nacieron, Sesshomaru se lo dijo una vez, y ahora no podía estar más de acuerdo con él. Su deseo de por fin acabar con toda esa situación le llenó las venas y prácticamente gruñó dando rápidas zancadas en el bosque. Ni siquiera consideró la posibilidad de estarse precipitando porque la idea no cruzó por su cabeza y en el único instante que pudo tomarse un momento para considerarlo ya estaba frente a su tonto hermano.

 

Suponía que Sesshomaru presintió que se acercaba y la forma en que lo hacía, así que se había detenido junto a un río. Verlo allí, bajo la luz de la luna y junto al tranquilo fluir del agua, le trajo amargas reminiscencias de la infancia, pero las ignoró porque ahora sólo le interesaba una cosa.

 

Tenía muy en claro que, antes de ser la perra de ese imbécil, prefería estar muerto o, como planeaba que fuera ahora, verlo muerto.

 

—Eso será inútil —La voz de Sesshomaru irrumpió en el ambiente en el mismo momento que Inuyasha acarició el mango de su espada.

 

Odiaba cuando su hermano le miraba de esa forma soberbia y creía que podía mantenerlo controlado. No, no era así. Inuyasha le demostraría que no era así, que no significaba nada para él, que no serían compañeros ni nada.

 

—No digas tonterías —masculló entre dientes y desenvainó a Tessaiga—. Maldito… ¡Haré que te calles!

 

Y sin decir nada más, se lanzó hacia Sesshomaru, pero éste logró esquivar el roce de su espada. Mierda, Tessaiga pesaba de nuevo, pero eso no era importante. Ahora su cabeza caliente sólo pensaba en atravesar a ese tonto con su poderosa arma. Sin embargo, su hermano ni siquiera hacía amague en devolverle los ataques o sacar su propia espada. ¡Ni siquiera lo miraba al luchar! Carajo, qué odio le daba ese desgraciado.

 

Cuando estuvo a punto de tocarlo con su arma fue el momento en que Sesshomaru contraatacó. Sintió las venenosas garras lastimarle el hombro y parte de su brazo, pero Inuyasha percibió que ese ataque no había sido mortal, sólo lo suficientemente fuerte para echarlo lejos.

 

¿Será que ese tonto no quería pelear con él? ¡Ja! Sí, claro. Como si Sesshomaru fuese a tener alguna especie de consideración con él, Inuyasha estaba seguro que nunca tuvo ese clase de cortesías y ahora no sería una excepción.

 

Estuvo a punto de dejar ir su Kaze no kizu contra ese imbécil, pero no fue posible. Su Tessaiga cayó al suelo con el peso de un millón de toneladas y perdió la concentración para distinguir el flujo que producía tanto su yōki como el de su hermano. ¿Qué demonios le pasaba a su arma? En muchos momentos le había jodido, ¡pero justo ahora tenía que ponerse así! Tessaiga latió entre sus manos, produciendo una resonancia que también se percibió en otro lugar, en la espada de Sesshomaru. Tenseiga y Tessaiga resonaron juntas, de forma en que parecían querer ensordecerlos. ¿Qué significaba esto? Era capaz de interpretar que su arma trataba de decirle algo, pero no estaba seguro qué. Inuyasha vio cómo la transformación de su espada se deshacía en sus manos, cosa que le pareció inaudita.

 

¡¿La puta espada no quería atacar a su hermano idiota?!

 

Mierda, a veces deseaba que Tessaiga fuera una espada normal que no le fastidiara cada vez que quería.

 

—Rayos… —murmuró con gran rabia, pero su enojo pasó a segundo plano cuando sintió un golpe que le dio de lleno en la cara.

 

Inuyasha cayó al suelo después de recibir el ataque de su hermano y su cara le dolió. Logró incorporarse un poco viendo a Sesshomaru, quien aún conservaba su brazo un poco levantado después de haberlo golpeado.

 

—Dije que sería inútil —reiteró bajo la atenta mirada llena de odio del hanyō—. Incluso nuestras armas lo entienden.

 

—No hay nada que entender —dijo sin ser capaz de dejar su terquedad de lado y la frustración que todo eso le causaba—. ¡Yo nunca seré la perra de un pedazo de mierda como tú!

 

—Eso no es algo que hayamos decidido nosotros ni que se pueda cambiar.

 

—¡Odio tu forma de hablar! —gritó levantándose, consciente de que ya estaba sonando como un niño incoherente, pero la cólera le hacía explotar—. Odio que nunca me digas un carajo y creas que puedes hacer lo que quieras. Te odio y no pienso aceptar esto.

 

—Inuyasha —mencionó con firmeza dando un paso adelante, provocando que el hanyō volviese a subir su guardia—. Esto, como lo llamas, es algo que ya se ha vuelto irrevocable.

 

—¿Ah, sí? —Alzó una ceja en un gesto irónico—. ¿El gran Sesshomaru subyugándose ante los mandatos del mundo yōkai? No lo creo.

 

—Velo como desees —dijo prácticamente en un suspiro—. Lo discutiremos cuando decidas dejar la ira de lado y abrir el diálogo.

 

—Hablas más mierda que el anciano Myoga, ¿sabes? —escupió con desprecio sin tener ganas de analizar esas palabras raras o acatar sus tontas órdenes.

 

Ya no deseaba seguir oyéndolo, así que envainó su tonta espada buena para nada y se fue. Las heridas, aunque no eran letales, le ardía como si su piel estuviera siendo corroída por el veneno de las garras de su hermano y posiblemente así fuera.

 

Inuyasha caminó unos pasos hasta el río, ignorando a Sesshomaru, quien probablemente estuviera a punto de dar media vuelta para marcharse. Que haga lo que quiera, Inuyasha aún seguía manteniendo su misma postura: Si quería irse, que se fuera, y si no volvía nunca más, mejor. Se sintió humillado en ese momento y demasiado impotente. ¿Por qué tenía simplemente que sentarse y aceptar algo que le imponían así, de la noche a la mañana? No, no podía. Su orgullo le impedía ceder y acatar los deseos de ese tonto o los de su naturaleza misma. Qué sabían sus instintos sobre lo que él quería. Por más que su yōki lo haya unido a ese desgraciado, era algo que no deseaba. Su cuerpo había actuado por impulso antes, presa del efecto del maldito celo, y no dejaría que eso vuelva a suceder.

 

Cuando estuvo al borde del río, se sentó y examinó esas heridas que tanto le ardían quitándose las prendas que le cubrían el torso. Podía sentir que tenía unas en el hombro y otras en su antebrazo. Guiado por la costumbre, Inuyasha acercó esa última parte hasta su boca para poder lamer el corte y el sabor amargo de la sangre invadió su boca. A veces solía hacer esto cuando se lastimaba en ciertos lugares accesibles, como sus brazos, y los lamía sabiendo que, de esa forma, se curarían casi de forma instantánea.

 

Eso ayudó con el ardor, dolía un poco menos, pero le era imposible llegar a curarse sus otras heridas. Tendría que soportar el dolor hasta que esos cortes cerraran solos. Aquello le generaba mucho fastidio, pero en parte era su culpa por haber buscado pelear con Sesshomaru y al final obtuvo un inútil resultado. Había sido humillado y aún no podía librarse de ese idiota. Definitivamente peor no podía encontrarse.

 

Estuvo a punto de pararse para irse, pero no lo hizo. Toda su molestia fue reemplazada por una muda sorpresa y un escalofrío en su espalda cuando sintió unas manos frías rozando su piel junto con una húmeda lengua que se posó en su hombro, allí donde su herida abierta y sangrante seguía supurando.

 

Pensar claro para Inuyasha no fue sencillo en ese momento, no con su hermano lamiéndole su piel lastimada y… y… ¡¿Qué?!

 

—¡Suéltame! —vociferó queriendo alejarse de él, pero Sesshomaru no lo dejó ir—. ¡¿Qué demonios crees que haces?!

 

Inuyasha volteó un poco el rostro para observar a Sesshomaru, quien se relamió un poco de sangre de los labios y le miró con su mismo gesto austero de siempre, pero el sólo hecho de verlo hacer eso y más sabiendo que era su sangre le causó otro escalofrío.

 

—Aquí no llegas —alegó como si eso fuese suficiente justificación y volvió a su trabajo de lamer las heridas de su hermano.

 

Sesshomaru era un yōkai completo, así que sus habilidades de curación eran muchísimo más efectivas que las de su hermano mestizo. Sin embargo, no sólo por eso se había acercado a Inuyasha. Sus instintos se lo exigían, empujándole prácticamente a hacer eso que hacía. Parte de su deber era proteger a su compañero, curarle las heridas y ocuparse de él; por más que esos cortes fuesen provocados por su propia mano. Aunque quién mejor que él para poner en su lugar al descontrolado hanyō. Su pequeño hermano aún era muy joven e impulsivo, pero Sesshomaru no dudaba que podría con él.

 

—No… —dijo Inuyasha con los dientes apretados y el gesto compungido—. No lo necesito… Déjame.

 

Por más que intentara sacárselo de encima, le resultaba inútil. ¿Por qué de nuevo pasaba esto? Esa relajación inexplicable volvía a invadir su cuerpo, impidiéndole luchar. Inuyasha no quería estar cerca de él ni que le toque, porque eso sólo confirmaba más lo que todo el mundo venía diciéndole y él se ocupó mucho en negar. Mordió sus labios cuando esas lamidas en su piel le recordaron de forma inevitable aquella noche donde ambos habían sucumbido al apareamiento y, por más que se negara a pensar en eso, la imagen se presentaba recurrente en su cabeza. No importaba cuánto cerrara los ojos para evadir la realidad, su mente descontrolada y su afiebrado cuerpo sólo le gritaban una cosa: que eso que estaba pasando era lo que tenía que pasar.

 

Inuyasha se vio en la necesidad de buscar aire para no ahogarse y un suspiro salió de su boca, cosa de la cual se arrepintió al instante. Jamás admitiría lo avergonzado que estaba, aunque era algo más que evidente. Sin embargo, en su mente seguía girando la idea de por qué permitía que eso pasara y por más que una parte de su ser —su lado más primitivo— aceptaba todo aquello, Inuyasha no podía dejar de considerarlo una locura y un error.

 

Le fue imposible ocultar el bochorno o lo que provocaba en él esa situación, Sesshomaru lo percibió perfectamente. Olió en su compañero esas ansias mismas que solían originarse en el celo, pero en ese instante era diferente. Apenas fue capaz de divisar el rostro de Inuyasha estando de espaldas, pero sí vio sus orejas, las cuales vislumbró caídas y reconoció esa acción como un gesto de entrega y de sumisión; aunque seguramente su pequeño hermano tenía esas reacciones sin notarlo. Todo producto de la excitación que, inevitablemente, acabó contagiándole.

 

Desde que estuvo con Inuyasha esa vez hacía tan poco tiempo, era capaz de admitir que su cercanía no le molestaba, todo lo contrario. Ese mismo hanyō que despreció durante tanto tiempo y que ni siquiera deseaba oír nombrar se había convertido en algo anhelado. Su pequeño hermano ahora era todo suyo, su compañero, y cada vez que lo tocaba volvía a confirmarlo. Sin embargo, acostumbrarse a la idea llevaría algún tiempo, pero en aquel instante no deseó pensar eso.

 

Nunca antes había tenido un compañero, así que Sesshomaru no estaba seguro qué tan normal era querer aparearse fuera del celo, pero poco le importó esa cuestión. Durante toda su vida había hecho lo que quería y esta vez no sería diferente. Además, Inuyasha también lo deseaba, podía sentirlo por más que se comportara como un cachorro embravecido. Sus manos descendieron con la intención de desatar el resto de las prendas de su hermano pequeño, pero las manos de éste se posaron sobre las suyas con intención de pararlo.

 

—En el agua las heridas se curarán mejor —mencionó como excusa, porque sabía que sólo obtendría alguna queja de otra forma. Así, tal vez Inuyasha cooperaría un poco más, porque no importaba cuánto el hanyō quisiera eso, con tal enfrentarlo era capaz de ir hasta contra su propia naturaleza.

 

Fue bastante sorpresivo cuando Inuyasha aceptó esas palabras sin decir nada y se despojó de sus ropas para entrar al agua de ese río. Estaba fría, pero quizá fuese porque su piel se sentía muy caliente. No era importante de todas formas, porque realmente se habían sentido bien esos cuidados en sus heridas y quería volver a sentirlos. Tal vez estaba cometiendo un error y una gran parte de su ser estaba de acuerdo con esa suposición, pero en ese momento fue lo que quiso hacer.

 

Ni siquiera prestó atención cuándo Sesshomaru se quitó su ropa y entró al río junto con él, allí sentados con el agua cubriéndoles hasta la mitad del pecho. Sólo prestó atención cuando sintió cómo su hermano le volcaba agua en las heridas y un estremecimiento le recorrió el cuerpo, pero el alivio llegó cuando de nuevo esa lengua se dispuso a curarlo. ¿Cómo algo así podía sentirse tan bien? Quizá sí fuese porque Sesshomaru era un yōkai completo o quién sabe por qué. Sin embargo, el aplacamiento de su dolor fue casi instantáneo y reemplazado por algo que no se atrevía a nombrar.

 

Cerró los ojos un momento mientras disfrutaba de las atenciones en su hombro, pero allí no fue el único lugar atacado. Volvió a percibir esa familiar sensación a lo largo de su cuello entero. Su hermano le apartó el cabello con cuidado y devoró su cuello una vez más. Besó, lamió, mordió; todo lo que quiso e Inuyasha volvió a permitírselo.

 

¿Será que se había vuelto loco o estaba soñando? No, esto no era un sueño. Estaba pasando de verdad. Estaba cayendo de nuevo en ese abismo que lo engulló una vez y ahora parecía estar a punto de volver a ocurrir. Por más excitación, por más deseo, el hecho de rebajarse a actuar una vez más como la perra de ese imbécil le llenaba de rabia. Aunque, por más enojado que estuviera, su tonto hermano parecía tenerlo hechizado. ¿Sería esto parte del compañerismo que supuestamente compartían? Sentirse tan atraído por él, con el cuerpo afiebrado y deseoso por recibir todas esas pasiones indecorosas. Tal vez fuese así, pero Inuyasha no tenía cabeza para razonar eso en aquel instante, no con las manos de Sesshomaru bajando por su cuerpo.

 

En aquel momento, un ápice de conciencia afloró en su mente y detuvo esos toques para voltearse hacia Sesshomaru. Esto no debía pasar, no de nuevo.

 

—No quiero tener crías —dijo con absoluta seriedad a pesar de su respiración levemente agitada y su hermano lo miró con un gesto impávido.

 

—No estás en celo —recordó sin entender por qué Inuyasha no había notado eso también, pero el distraído hanyō pareció confundido por sus palabras.

 

¿No estaba en celo? ¿O sea que no iba a tener ningún parásito de ese bastardo en su cuerpo si ahora se apareaban? Eso sonaba bien, pero había algunas cosas que no entendía. Si no estaban en esa época para hacerlo, ¿por qué Sesshomaru quería? ¿No se supone que los yōkai buscaban compañeros con el fin de reproducirse? Aunque nunca se había preguntado si ese era el real objetivo de su hermano cuando estuvieron juntos.

 

—Entonces… —titubeó un momento sin saber bien cómo exponer sus dudas—. ¿Por qué…?

 

Ni siquiera fue capaz de acabar la pregunta. El sólo hecho de estar así junto a Sesshomaru ya le causaba suficiente impresión como para ponerse a averiguar qué era lo que éste quería. No sabía, Sesshomaru era un tipo raro, podía tener los propósitos más oscuros detrás, estarlo usando o simplemente hacía eso para humillarlo; con ese imbécil nunca se sabía.

 

—Por el mismo motivo que tú —contestó con sinceridad porque él no mentía y su pequeño hermano sabía eso. Una de sus pocas virtudes era la sinceridad, aunque a veces podía ser muy cruel. Sin embargo, en ese instante Inuyasha permaneció congelado al oírlo.

 

¿Por el mismo motivo que él? ¿Por qué él lo hacía en primer lugar? La respuesta era sencilla. Inuyasha había aceptado que le besara y volviera a tocar ahora, sin estar en celo, simplemente porque se sentía bien. Aun así, ¿Sesshomaru también lo hacía por el simple placer que le generaba? Era difícil de creer. Le costaba ver a su hermano como alguien capaz de dejarse llevar por una lujuriosa pasión —algo que le sonó bastante humano y eso era muy irónico porque se trataba de Sesshomaru de quien hablaba—, pero sabía que era lo suficientemente egoísta como para seguir hasta el final por algo que deseaba.

 

No dijo nada más ni realizó ninguna otra pregunta. Inuyasha regresó la cabeza al frente y dejó que las manos de su hermano mayor hicieran lo que quisieran. ¿Eso era un señal de su completa aceptación? Puede ser. Aceptaba dejarse llevar en ese momento y aparearse una vez más con ese bastardo, pero lo de compañeros aún estaba en discusión.

 

En ese momento, la curación ya había pasado a segundo plano y ambos aceptaron que inevitablemente eso pasaría nuevamente. Sesshomaru siguió tocando a su pequeño hermano y, al estar de espaldas a él, no podía apreciar su rostro, pero sí lo oía. Inuyasha estaba agitado, le costaba respirar, y deseó oírlo más. Una de sus manos bajó hasta tocar esa parte que se había despertado ante sus caricias y disfrutó cómo su hermanito prácticamente se quedaba sin aire mientras su mano subía y bajaba. Continuó besando y lamiendo el cuello de Inuyasha, pensando que, por el momento, este era el mejor lenguaje que podían hablar sin entrar en discordia.

 

Rayos, ¿será que eso era algún anexo del rito de apareamiento que desconocía o algo que a Sesshomaru se le había ocurrido hacer en el momento? No importaba realmente, sólo quería que ese desgraciado siguiera. Inuyasha no pudo controlar su cuerpo, el cual comenzó a moverse y retorcerse por cada uno de esos toques. Mierda, no quería gemir como una puta perra de nuevo, pero era imposible evitarlo cuando esa mano se movía más rápido. Era algo estupendo y enloquecedor, aunque todo en ese instante le pareció así, incluso su piel pegándose contra la de su hermano por el agua le pareció delicioso.

 

Inuyasha echó la cabeza hacia atrás, un pequeño movimiento imprevisto para estar más cómodo, recargándose en el hombro de su hermano y mirándolo. Los ojos de Sesshomaru estaban fijos en él, observando su cara roja, percibiendo esa respiración errática y oyendo los estridentes cánticos que le dedicaba. Tal vez fue eso lo que lo llevó a detenerse, la impaciencia de ya no poder soportar más esa presión.

 

—Voltéate —dijo de forma imperante antes que Inuyasha pudiera protestar.

 

Pasaron unos instantes hasta que el hanyō reaccionara o diera alguna respuesta, la cual Sesshomaru imaginó negativa, pero fue todo lo contrario. Inuyasha se colocó frente a él y, luego de algunas indicaciones, se acomodó sobre su regazo como quería. ¿Será que en serio sólo de esa forma lograrían entenderse? Posiblemente, porque ambos deseaban lo mismo en ese instante. Era muy sorprendente la forma en que podía dominarlo mientras hacían eso y le era increíblemente excitante.

 

Una vez más, volvieron a unirse e Inuyasha gruñó por ese dolor que le azotó la espalda. Carajo, ¿al desgraciado le había crecido la verga en ese tiempo o qué? Tal vez se debiera a que ahora estaba sentado encima. Qué hijo de puta, seguro fue a propósito lo de querer hacerlo de esa forma, pero ya no era importante. Por más que pareciera imposible acostumbrarse, lo haría. Ni siquiera en eso planeaba dejarse vencer por su tonto hermano mayor. Sesshomaru le sostuvo con firmeza, guiando cada uno de sus movimientos e Inuyasha notó que empezó a gustarle cuando era él mismo quien se movía sin ayuda mientras se mordía los labios. Maldito Sesshomaru y maldita sea la hora en que probó qué tan adictivo era ese bastardo.

 

El fulgurante momento les aturdió de tal forma que Sesshomaru clavó las uñas en la piel de su hermano y dejó que éste hincara los dientes en su cuello ante las abrumadoras sensaciones. Continuó ayudándolo a moverse y entrando en él, disfrutando de esa posición impulsada por la lujuria y de los gemidos de su hermano, que ya se había convertido en alaridos y gritos placenteros. Pensó que, así, muchos les oirían, todo el mundo, y eso le pareció increíblemente atractivo. No pensaba dejar que nadie anhelara a su compañero, que oyeran y comprobaran que sólo le pertenecía a él. Sesshomaru juntó su frente con la de su hermano y lo apretó más contra sí, queriendo ver cómo se derretía bajo su toque.

 

Jamás admitiría que ese pedazo de mierda, que también era su hermano mayor, le hacía gritar más que cualquier enemigo, pero seguramente el bastardo lo sabía. Sin embargo, sentirlo así de cerca de él fue agradable, de una forma que trascendía el simple placer carnal o la posesión y rayaba lo cálido, lo cariñoso, pero tal vez esos fueran desvaríos de su mente revolucionada por el momento. Inuyasha se sostuvo de su hermano y jadeó sobre la boca de éste mientras sentía cómo su cuerpo temblaba al moverse más rápido. Ese final arrollador estaba a sólo instantes para él y también fue capaz de percibir cómo arrastraba a su hermano nuevamente a la pérdida de cordura. ¿Por qué habían hecho esto? Porque se sentía bien, cierto. ¿Sólo por eso? Ya ni estaba seguro.

 

Inuyasha ocultó el rostro en el cuello de Sesshomaru y ambos se quedaron así, disfrutando unos instantes más de esa exquisita sensación y el letargo que su faena les había causado. Recordó que su pequeño hermano había sucumbido al sueño la vez anterior que lo hicieron, pero ese no era el mejor lugar para dormir.

 

—Debemos salir del agua —recordó con intención de verificar que Inuyasha no se había dormido, pero descubrió que no estaba muy lejano de eso.

 

—Cállate… —murmuró fastidiado. Demonios, sólo cerró los ojos por unos segundos y ya ese tonto lo estaba molestando, qué pesado podía ser.

 

Al no obtener una respuesta o algún amague por levantarse de parte del hanyō, Sesshomaru decidió salir del agua con él en brazos para poder sacarlo de ahí y dejarlo en alguna parte seca.

 

—Suéltame, bastardo —se quejó Inuyasha ante todo ese ajetreo, pero Sesshomaru lo dejó en el suelo y le colocó encima su hitoe rojo, tal como hizo la última vez que hicieron eso. Ahora, aquel acto había sido algo bastante… atento de su parte, al punto de avergonzarle incluso—. No soy tu perra, maldita sea.

 

Inuyasha volteó la cara mientras se vestía. Le enojaba que el idiota lo tratara con esa rara amabilidad. No le gustaba, no la necesitaba, le daban rabia esas atenciones innecesarias. Comenzó a vestirse, ofuscado y adolorido, mientras su hermano hacía lo mismo. Encima el bastardo no lo había dejado dormir, con el jodido sueño que le daba eso de aparearse.

 

—La marca que tienes en el cuello te une a mí —informó una obviedad que, por lo visto, su pequeño hermano ignoraba—. Por lo tanto, me perteneces.

 

—¡¿Qué?! —Por inercia, tocó su cuello y percibió una cicatriz asomándose en su piel. Eso explicaba por qué no se había curado, pero no significaba que fuera una buena noticia—. Esto… Espera, ¿qué es eso de que te pertenezco? ¿Me viste cara de objeto, pedazo de mierda? Te dije que no soy tu puta hembra.

 

—Técnicamente cumples la función de una —recordó e Inuyasha quiso golpearle en medio de la cara.

 

—Y tú aparentemente no dejarás de ser un jodido bastardo —concluyó con fastidio, pero ya no tenía ganas de discutir con ese tonto. Una de las pocas cosas que tenían en común ellos es la terquedad, porque no importaba cuán errados estuvieran, ninguno de los dos daba el brazo a torcer. Inuyasha ya estaba muy cansado para discutir y tampoco tenía ganas de regresar a la aldea—. Oye, préstame tu… esa cosa.

 

En un principio, Sesshomaru no entendió, hasta que finalmente le cedió su mokomoko e Inuyasha suspiró feliz mientras se acomodaba para usarlo como almohada. Sí, eso necesitaba. ¡Era tan cómoda esa cosa peluda! Ojalá tuviera una, pero si Sesshomaru estaba dispuesto a prestársela siempre no la necesitaba.

 

—No dormiré… —murmuró con los ojos entrecerrados y Sesshomaru a su lado supo que eso no era más que una mentira.

 

—Puedes hacerlo —contestó asegurando así que no se movería de allí y velaría su sueño.

 

Finalmente ese era su deber, donde debía estar y lo que quería.

 

Notas finales:

Bueno, otro lemon. Espero que haya quedado bien y les gustara. Es un poco difícil escribir este tipo de escenas, pero, como dijo Sesshomaru, de esta forma ellos se "entienden", al menos por ahora.

Algo en lo que me basé para hacer este lemon fue en unos perros que tenía cuando era chica. Ambos eran padre e hijo y siempre se peleaban al punto de dejarse heridas —cosa que me entristecía y preocupaba mucho—, pero una vez vi cómo el padre iba a lamer las heridas de su hijo para curarlo, las mismas que él le causó. Entonces, como Inuyasha y Sesshomaru técnicamente son perros —jeje—, pensé en que sería algo interesante para adaptarlo a su relación. Nada, es un dato de color.

Hasta la semana que viene!


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