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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

Ese día en especial, los pasillos del castillo del Señor del Oeste estaban particularmente silenciosos. Los sirvientes que allí residían se encargaban de cumplir sus tareas, pero inevitablemente los rumores corrían y más aún desde que el nuevo señor se había mudado. Fue una sorpresa en realidad y una alegría, debido a que, si el señor Sesshomaru ya tenía una pareja, significaba un buen augurio para todos en el reino. Sin embargo, el joven Inuyasha parecía ser algo… difícil, cosa que les llevaba a varios a preguntarse cómo ellos acabaron juntos. Nadie hizo preguntas al enterarse que el hanyō era el segundo hijo del señor Inu no Taisho. Era comprensible entender el lazo que compartían ambos hermanos, pero seguían siendo bastante dispares, aunque realmente eso no era algo que le incumbiera a nadie dentro del castillo.

 

A pesar de la curiosidad, el silencio se mantuvo. Sobre todo después de ese día donde el señor Sesshomaru volvió de forma tan precipitada y no era necesario saber qué pasó, sobre todo si se tenían oídos para escuchar lo que ocurrió. Desde que el señor Inu no Taisho falleció, en el palacio no hubo más de un inuyōkai, por lo que la mayoría no era totalmente consciente del comportamiento de los mismos ni tampoco sus costumbres de apareamiento.

 

Sin importar cuánto se hablara, nadie sabía qué era lo que realmente pasaba. Ni siquiera ese par de chicas a las que se les había encargado el cuidado del joven señor. Una de ellas permaneció fuera de la habitación de Inuyasha mientras esperaba a su hermana, pero se preocupó un poco cuando vio salir a ésta con la marca de la preocupación en el rostro y una bandeja de comida llena entre sus manos.

 

—¿No quiso nada? —preguntó Maya sorprendida al ver la comida intacta y su hermana negó triste con la cabeza.

 

—No —Apretó los labios sin saber qué decir al respecto. Ambas eran responsables porque su señor estuviera bien y tuviera todo lo que necesite, por lo que ahora se sentían como si estuvieran incumpliendo con su deber—. Lleva algún tiempo así y casi no quiere salir.

 

—Eso no es bueno —murmuró pensativa, pero notó que había algo en la bandeja que sí faltaba—. Ah, pero sí se comió las frutas.

 

—Sólo eso —contestó inconforme—, pero parece que no quisiera nada más y las comió porque le insistí mucho.

 

—Qué mal… ¿Deberíamos informarlo?

 

—Sí, pero no creo que a él le agrade —contestó y se inclinó un poco para hablarle más de cerca a su hermana—. Le mencioné que deberíamos decirle al señor Sesshomaru y casi me corta la cabeza con los ojos. Me ordenó que no diga nada.

 

—¿En serio? Vaya… ¿Qué deberíamos hacer?

 

—No lo sé —Aya suspiró cansada. Estaba preocupada por su señor, pero una parte de ella sentía que traicionaría la promesa que le hizo—. Dejémoslo descansar y si no mejora… Lo haremos por su bien.

 

Ante eso, su hermana estuvo de acuerdo y comenzaron a retirarse para dejar esas cosas que Inuyasha rechazó. ¿Estarían cometiendo un error al no comunicar los recientes hechos? Ellas esperaban que no. Sin embargo, estarían atentas. A pesar de llevar poco tiempo con el hanyō, le habían tomado cariño y no querían verlo mal.

 

Por más que tuvieran las mejores intenciones, no eran conscientes que ellas no podían resolver lo que aquejaba a Inuyasha. ¿Alguien podía? Tal vez, quien sabe. Todo en ese último tiempo estaba tan revolucionado que cualquier cosa podía ser.

 

No recordaba en qué momento fue que empezó a sentirse así de cansado. Inuyasha nunca fue de dormir mucho y la verdad era que podía estar grandes cantidades de tiempo sin requerir de un descanso, pero ahora parecía haberse convertido en un oso en plena etapa de hibernación. ¿Por qué carajo estaba tan cansado? No tenía idea, pero el único lugar donde se sentía lo suficientemente cómodo era bajo esas mantas y en total oscuridad. Tal vez cuando saliese sufriría alguna metamorfosis y descubriría que le salieron alas, al menos eso fue una de las cosas que soñó en esos momentos de profundo descanso.

 

¿Cuánto llevaba así? ¿Algunas semanas? ¿Un mes? No, no creía que tanto, pero el paso del tiempo se le había hecho confuso. Resultaba muy frustrante esta situación, todo lo que le había pasado le frustraba y seguramente eso le hacía sentir tan mal.

 

¿Qué más podía ser? Estaba enojado por todo lo que pasó, molesto consigo mismo por haber cedido una vez más y también con ese idiota que no cumplió con quedarse lejos para que no volviera a pasar. Ese bastardo se las pagaría cuando se sintiera mejor, después de tener una última siesta. Sí, después de eso iría a enfrentarlo, pero antes dormiría un poco más.

 

Inuyasha se acurrucó nuevamente y suspiró, pero no pudo dormir. Mierda, no debería haber comido esas tontas frutas. Ahora su estómago le dolía, aunque, si era sincero, no era la primera vez que se sentía así. Esa fue una de las causas por las que no quiso comer y también porque no tenía ganas de hacerlo. Cualquier cosa que ponía en su boca le asqueaba y, por más hambre que sintiera, la cabeza le dolía de sólo pensar en comer algo. Qué molesta sensación. ¿Se estaría enfermando? Eso era ridículo, considerando que él jamás se enfermaba, aunque tenía la ligera idea que todo el problema con Sesshomaru era la causa de su malestar.

 

¡Ese idiota estúpido! ¿Dónde estaría? Ni se acordaba la última vez que lo vio, pero podía sentir que no se había marchado del palacio nuevamente. No deseaba verlo aún y la idea que desapareciera mágicamente seguía siendo un agradable deseo. ¿Por qué tenía que estar pasando esto? Aún no era capaz de hallarse a sí mismo dentro de todo ese problema.

 

Durante todos sus lapsus donde durmió tuvo una gran cantidad de sueños, muchos demasiado raros e incomprensibles, pero otros eran más claros. Inuyasha soñó que aún seguía en la cabaña de Kaede, con sus molestos amigos alrededor y con alguien que ya no existía en su vida tomándole la mano. Sabía que su vida habría sido menos caótica con ella y, en ese momento, anheló estar en esa imaginaria situación que en su realidad. En otro de sus sueños alguien lo abrazaba y la calidez que le regaló se le hizo casi irreal, fue tan agradable que inevitablemente quedó grabada en su memoria incluso después de despertar. Otra de esas imágenes oníricas fue la de un niño que le recordó a Sesshomaru porque tenía esas mismas marcas en su cara, con la diferencia que esa criatura sonreía con dulzura y le decía cosas que Inuyasha ya no recordaba. Qué imaginación rara tenía.

 

Rayos, tanto tiempo de encierro ya lo estaba volviendo loco, pero cada vez que quería levantarse la cabeza le daba vueltas. ¿Por qué mierda se sentía así? No pensaba quejarse en voz alta al respecto. Ya pasaría, sea lo que sea que tuviera, aunque Inuyasha sospechaba que todos sus males se esfumarían cuando se alejara de ese tonto.

 

Con una gran fuerza de voluntad, Inuyasha se alzó de la cama, seguro que no podría volver a conciliar el sueño con esa molestia. Tenía el sabor ácido de la naranja repitiéndose de una forma asquerosa en su garganta y respiró de manera profunda, intentando obviar ese malestar insoportable. Se paró finalmente, sintiendo que su cuerpo pesaba cien veces más de lo que debería. ¿Estaría enfermo de verdad? No tenía idea, pero el desgano que le recorría el cuerpo sólo era comparable con su fastidio.

 

Se aproximó a la ventana para poder abrirla y respirar un poco de aire fresco, cosa que le hizo sentir mucho mejor. Mierda, ¿qué hora era? El sol había bajado mucho. Sospechaba que el mediodía ya había pasado. Estuvo mucho tiempo acostado sin duda. Respiró un profundo y se sintió un poco más tranquilo. Repentinamente, el dolor abdominal que lo aquejaba disminuyó y esperaba que desapareciera al igual que esas arcadas que tenía en el fondo de su garganta.

 

Un olor diferente llegó a él y sus ojos se abrieron de par en par al reconocer esa esencia. Allí estaba y, al sentirlo tan cerca, no pudo contener el impulso de saltar hasta llegar al jardín. Todas sus aflicciones desaparecieron en un instante cuando sintió que ese idiota estaba por ahí. Ya era momento de verse y resolver este asunto. Inuyasha estaba decidido a dejar de ignorarse para buscar una solución y ponerle un fin de una vez por todas. Estaba seguro que Sesshomaru pensaba igual que él.

 

Cuando encontró a su hermano en el jardín todo a su alrededor pareció quedar en silencio y eso le causó una sensación extraña. No podía explicar cómo se sentía ahora al estar cerca de Sesshomaru, después de pasar por tantas cosas, y esa presión en su garganta regresó en el peor momento.

 

—¿Qué ocurre? —preguntó el yōkai repentinamente, cosa que sorprendió a Inuyasha porque oír al tonto decir la primera palabra era una novedad.

 

—Sabes qué ocurre —sentenció acercándose unos pasos más a Sesshomaru y mirándolo con seriedad—. Creo que es momento que dejemos este jueguito de ignorarnos.

 

Por más que estuvo seguro de sus palabras, la forma en que ese desgraciado lo miraba le pareció extraña. Puede ser que hace un tiempo que llevaban separados, pero se daba cuenta que su hermano estaba pensando algo en especial. Ignoró eso, porque deseaba hablar otra cosa.

 

—Algo no está bien —dijo Sesshomaru con el ceño fruncido mientras no dejaba de observarlo.

 

—¿Eh? —espetó arqueando una ceja al verlo con esa expresión, pero no le prestó atención—. No, claro que no está bien. Nada está bien y ya no quiero continuar así…

 

—No me refiero a eso —interrumpió Sesshomaru y se acercó un poco más a Inuyasha, tomándole el rostro para alzarlo—. No estás como siempre.

 

Esa declaración lo dejó demasiado confundido y no entendió qué quiso decirle Sesshomaru. En el momento en que estuvo por hablarle nuevamente, su hermano lo rodeó con un brazo para acercarlo a él y olfatear una vez más su cuello. Las cosquillas que sintió sobre su piel dispararon el color en su cara y su furia inevitablemente.

 

—¡Suéltame! —espetó alejándolo de sí.

 

Inuyasha apretó los dientes con fuerza. No quería que Sesshomaru lo toque ni que le tratase de esa forma. Estaba cansado de todo esto y de esa manera en la que actuaban. Ya no quería estar más con él intentando resolver algo que parecía siempre estar enredándose más y más. Quería que lo dejara en paz y que se largara a molestar a otro.

 

Estuvo a punto de mirar a ese desgraciado para decirle todo lo que pensaba, pero ninguna palabra salió de su boca. Inuyasha perdió la capacidad de sentir las dimensiones del espacio a su alrededor y eso provocó que se alarmara. Llevó una mano a su frente intentando que todo deje de darle vueltas y su respiración comenzó a tornarse pesada. ¿Qué demonios le pasaba? ¿Por qué se sentía tan débil? ¡Justo ahora tenía que pasarle esto! Ni siquiera fue consciente cuando sus rodillas comenzaron a flaquearle, tirándolo hacia el suelo, pero alguien lo sostuvo. Sesshomaru lo sostuvo.

 

Esto era lo peor que podía pasarle sin duda. Odiaba sentirse débil, pero peor era que su tonto hermano lo viera así y encima fuese éste quien lo ayudara. Era humillante. Sin embargo, la sensación cálida y relajante que le llenó al ser abrazado fue tal que sus fuerzas lo abandonaron por completo hasta caer en la inconsciencia. Algo le decía sin palabras que durmiera tranquilo porque todo estaría bien, era una sensación que no podía explicar y le recordó a uno de los sueños que tuvo, pero la idea se apagó en su mente antes de acabar de formarse.

 

Cuando Inuyasha despertó, lo hizo en su habitación del palacio, arropado con las mantas que ya tenían su aroma impregnado. ¿Cómo llegó nuevamente allí? ¿Qué había pasado? Tenía muchas preguntas dando vueltas en su cabeza, pero una voz lo distrajo.

 

—¡Inuyasha, qué bueno que despertó! —comentó Maya emocionada sin darse cuenta que había alzado la voz hasta que su hermana, a su lado, le indicó que guardara silencio.

 

—Estábamos muy preocupadas —dijo con suavidad la otra gemela—. ¿Se siente bien?

 

Estuvo a punto de responder que no, pero se lo guardó. Con lentitud, se incorporó un poco de la cama y tuvo que sostenerse la cabeza que aún le daba vueltas.

 

—¿Qué pasó? —preguntó con la voz cansada.

 

—Bueno… —Aya tuvo ciertas dudas en hablar, pero finalmente lo hizo—. Al parecer estaba con el señor Sesshomaru y usted se desmayó.

 

Al oír eso, casi se da un golpe en la cara mientras recordaba todo lo que pasó. Sí, se había sentido mal frente a ese tonto ¡y ni siquiera pudo decirle todo lo que quería!

 

—Mierda… —masculló Inuyasha con los dientes apretados más molesto aún y ambas jóvenes no entendieron qué le ocurría.

 

—El señor Sesshomaru lucía muy preocupado por lo que pasó —continuó hablando Aya y su hermana asintió—. Tanto que pidió que vinieran a verlo los…

 

Justo antes que la joven terminara de hablar sintieron un par golpes en la puerta y ambas gemelas se miraron como si ya supieran de quién se trataba.

 

—Deben ser ellos —comentó Maya mientras su hermana se paraba para abrir.

 

¿Ahora quién rayos sería? No tenía ganas de soportar más cosas, pero debía reconocer que cierta intriga le causó a Inuyasha en un primer momento, hasta que vio que sólo se trataba de un anciano y una mujer.

 

El viejo era demasiado pequeño, Inuyasha estaba seguro que si se levantaba no le llegaría a más allá de la cintura, pero poseía una larga barba y unos ojos muy pequeños con los que dudaba que pudiera ver. La mujer, en cambio, era muy hermosa y con unos grandes ojos dulces. Seguramente Miroku, en otra época, le hubiera saltado a pedirle descendencia en un parpadeo.

 

—Es un placer conocerlo, joven Inuyasha —mencionó el anciano haciendo una pequeña reverencia. Tenía una voz cansada por los años, pero denotaba amabilidad—. Mi nombre es Satoru, llevo muchos años en el campo de la medicina y solía a servir a su señor padre, Inu no Taisho, que en paz descanse.

 

Al oír esas palabras abrió los ojos con gran sorpresa. A pesar que el anciano tenía esa apariencia tan rara, ya había captado su atención totalmente.

 

—¿Conociste al viejo? —espetó intrigado y el hombre rió por su forma de expresarse.

 

—Así es —asintió el hombre—. De hecho, él vino a consultarme hace algunos siglos sobre un pequeño que estaba a punto de nacer y sería un hanyō.

 

Esa declaración fue casi como un golpe en medio de la cara. Por un segundo se preguntó si su padre habría tenido problemas con que él fuese un híbrido, al igual que su hermano los tuvo… o tenía.

 

—Ya me imagino qué habrá dicho... —dijo con cierto pesimismo Inuyasha, porque no se imaginaba nada más, pero el anciano negó con la cabeza.

 

—Nada como lo que debe estar imaginando, joven —continuó hablando—. Él se encontraba preocupado por el pequeño y la mujer que lo llevaba en su vientre. No quería que ellos corrieran peligro, pero jamás había oído sobre la existencia de alguna cría entre un perro demonio y un humano, por lo que el señor se encontraba algo confundido en ese momento.

 

Esas palabras impactaron un poco a Inuyasha y el viejo lo notó. Hace algún tiempo estaba un poco más cercano a lo que tenía que ver con su padre. En ese castillo, viendo sus cosas y oyendo lo que Sesshomaru a veces le contaba; pero Inuyasha nunca se planteó qué pensaba su padre de él. Sabía que se sacrificó para salvarlo y su madre, pero estaba tan acostumbrado al desprecio por parte de Sesshomaru que temía pensar que su padre también haya pensado así de él.

 

—Incluso un poderoso daiyōkai tiene sus momentos de duda —El viejo volvió a llamarle la atención hablando—. Todos tienen dudas y debilidades, por más que no lo demuestren a través de sus gestos o acciones, pero sólo los más cercanos son capaces de notar esos escasos momentos de reflexión que incluso un demonio puede tener.

 

Sin darse cuenta, Inuyasha tragó saliva y sintió que eso que decía el anciano no tenía sentido. Podía imaginar a Inu no Taisho en esa posición quizá, porque realmente no lo conoció y tal vez pudo haber tenido esos momentos de los hablaban, pero Sesshomaru no. Ese idiota cara de piedra jamás demostraba algo que no fuese arrogancia y presentía que no tenía otro pensamiento que no fuese hacer lo que él quería. A su hermano no le importaba nada más que no fuese él mismo y la debilidad no era un concepto con el que estuviese familiarizado.

 

A pesar de haberse interesado en la conversación, aún no entendía qué hacían esas personas ahí y qué tenían que ver con él.

 

—Me alegro ver que el pequeño se haya convertido en un joven sano y el compañero del heredero de las Tierras del Oeste. El señor Inu no Taisho estaría muy feliz —sonrió el hombre entre todos sus bigotes, pero al instante pegó un respingo como si hubiese recordado algo—. Oh, disculpe, joven. Me distraje recordando el pasado y estoy obviando el motivo real de esta visita —aclaró para luego señalar a la señorita junto a él—. Ella es mi nieta, Satomi, y estamos aquí para comprobar su estado a pedido del joven Sesshomaru.

 

—Abuelo —dijo la muchacha con una voz suave—. Recuerde que debe llamarlo señor Sesshomaru, él ya no es un niño.

 

—Ah, tienes razón —asintió varias veces consciente que no era la primera vez que cometía ese error—. Se me olvidan esas cosas.

 

—El señor Sesshomaru se disgustará si lo oye —mencionó ella con una sonrisa y luego miró a Inuyasha haciendo una reverencia pequeña con la cabeza—. Un placer conocerlo, señor Inuyasha. Como dijo mi abuelo, mi nombre es Satomi y actualmente estoy a cargo de la familia. Se me ha encomendado su cuidado, así que le pido que confíe en mí y en mis habilidades.

 

—Es cierto —asintió el viejo—. Satomi es un prodigio en cuanto a medicina, pero yo quise venir a conocer al segundo hijo del señor Inu no Taisho.

 

Aquella información le resultó muy confusa y no supo qué decir en un primer momento. Miró a esas personas y parpadeó unos instantes sin estar seguro si entendió bien. ¿Que eran unos curanderos y querían examinarlo? Mierda, sólo esto le faltaba.

 

—¿Que Sesshomaru les pidió que vengan a verme? —mencionó Inuyasha con una mueca incrédula—. Eso suena ridículo y no necesito que nadie vea mi… estado —No estuvo seguro por qué esa palabra le resultó extraña, pero él sabía que no tenía nada—. No estoy enfermo, así que váyanse.

 

Ante esa información, el hombre y la mujer se miraron de una forma cómplice que le pareció sospechosa.

 

—Inuyasha —lo llamó Aya con suavidad—. Por favor, confíe en el señor Satoru y en la señorita Satomi. Usted no se ha sentido bien últimamente y no le hará daño saber qué ocurre.

 

—¿Ah sí? —mencionó Satomi muy intrigada—. ¿Qué ha estado pasando?

 

—Mmm… —Maya puso una mano debajo de su mentón—. Pues, no quiere comer, duerme todo el día, está más irritable y además se desmayó.

 

—¿Cuándo mierda van a cerrar la boca? —espetó Inuyasha y ambas gemelas se cubrieron la boca, pero ellas habían hablado porque estaban preocupadas por él y su bienestar.

 

—Ellas tienen razón, señor Inuyasha —dijo la joven médica—. Es importante verificar la salud, incluso para los yōkai. Además… —Ella hizo una pausa y le sonrió con dulzura— Tenemos una pequeña idea sobre qué le ocurre, pero necesitamos hacer una prueba.

 

—¿Y si digo que no?

 

—Hay mujeres que no aceptan un no por respuesta —intervino Satoru conociendo bien a su nieta— y esto terminará muy rápido, no te preocupes.

 

Inuyasha tenía algo de experiencia con tercas féminas, pero en aquel momento no quiso pensar en eso ni en nada en realidad. Con un bufido molesto asintió y vio cómo los curanderos comenzaban a preparar la prueba que le harían.

 

Pasaron unos instantes donde observó a la joven mujer aplastando diferentes tipos de hierbas y cosas que no identificó en un mortero pequeño. El abuelo cada tanto le daba su opinión, pero ella parecía muy concentrada en lo que hacía. Inuyasha sintió un aroma peculiar que no era capaz de identificar, pero esperó que no le hagan beber ningún raro mejunje.

 

Finalmente, toda la mezcla fue depositada en un cuenco con agua y lo pusieron frente a Inuyasha. No tenía un olor raro y el color era transparente. ¿Qué se supone que debía hacer ahora? Seguía reacio a beber cualquier cosa.

 

—Bien, señor Inuyasha —dijo Satomi con el cuenco entre sus manos—. Ahora necesitamos de su cooperación.

 

—No pienso tomarme esa cosa —aclaró rápidamente y la joven rió al oírlo.

 

—No se trata de eso —Ella negó con la cabeza—. Necesitamos un poco de su sangre.

 

—¿Sangre? —repitieron ambas gemelas al mismo tiempo extrañadas por ese pedido.

 

—Sólo un poco —dijo la curandera—. Con unas cuantas gotas alcanzará.

 

Esa condición le supo rara, pero no tuvo mucho problema en dar su visto bueno. Inuyasha acercó su mano para colocarla sobre el cuenco y se hizo un pequeño corte en la palma. La sangre cayó dentro de esa agua extraña y no sintió dolor alguno, cualquier cosa que pudiera sentir fue reemplazada por la sorpresa cuando vio que el agua comenzaba a teñirse de color azul cuando su sangre cayó.

 

Una de las criadas le pasó un paño para que se coloque en la herida, pero Inuyasha no prestó atención a eso. En lo único que pensaba era por qué había adoptado ese color. Satomi le mostró el agua a su abuelo y ambos parecieron entender qué pasaba.

 

—Parece ser que el señor Sesshomaru estaba en lo cierto —mencionó ella observando el agua y luego a su abuelo.

 

—Pero esas son buenas noticias para el joven señor —asintió el viejo con una pequeña risa.

 

Inuyasha observó esa escena sin entender nada y no quiso quedarse en la incertidumbre. Algo dentro de él se oprimió en un nerviosismo que no supo explicar.

 

—¿Qué significa ese color? —preguntó llamando la atención de ambos curanderos.

 

—Eso —continuó Maya muy decidida a saber—. ¿Inuyasha tiene algo malo?

 

—Por favor, díganos que no es así —dijo Aya preocupada juntando sus manos mientras esperaba la respuesta.

 

—Tranquilos —Satomi alzó las manos para calmar los ánimos embravecidos—. No es ninguna enfermedad ni nada de eso. Al contrario, es algo muy bueno —Ella sonrió mirando al hanyō—. La prueba que realizamos fue para comprobar si se encontraba en estado de gestación, señor Inuyasha —dijo con suavidad, pero no recibió reacción alguna más que incomprensión por parte del joven señor y lo atribuyó a la sorpresa—. En otras palabras, sus malestares se deben a que su cuerpo está adaptándose a cargar con un cachorro. Aún es pequeño, pero nacerá en algún tiempo. Felicidades.

 

Cuando oyó eso, creyó que vomitaría y la médica frente a él pensó lo mismo. Su cara se tornó blanca y en sus oídos resonaron los gritos contentos de sus criadas por esa noticia. ¿Por qué se ponían felices? No lo entendía. Para él esto no era nada feliz. ¿Iba a tener una cría? ¿Esto en serio estaba pasando?

 

Por un momento sintió que había dejado de respirar y que la cabeza le volaría en mil pedazos. Por más que quiso gritar, guardó silencio, y lo único que deseaba era romper algo, pero tampoco lo hizo. La incertidumbre de no saber qué hacer fue más fuerte que todo en ese momento y deseaba despertar de ese jodido sueño lo antes posible.

Notas finales:

Este capítulo me recuerda a la única vez que me hice un test de embarazo. Fue porque me lo pedía para una obra social, no porque pensase que iba a tener un cachorro como Inuyasha(? Recuerdo que hice un desastre... En fin, espero que les haya gustado y las cosas ahora estarán algo complicadas. Ya verán. Nos vemos el miércoles.


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