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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

—Pero mira qué interesante… —comentó aquel sujeto bajando su arco y miró al otro que estaba a su lado—. Te dije que encontraríamos algo bueno cerca de las tierras de ese perro demonio.

 

—Quién diría que nos encontraríamos a la perra del inuyōkai —asintió con sorpresa, pero muy complacido por lo que veía—. ¿Qué haces fuera de tu cueva, hanyō? ¿Ya te aburriste de tu señor y estás buscando otro?

 

Esas palabras sólo le causaron repulsión a Inuyasha y se quedó observando a esos tipos. Sólo eran un par de yōkai con apariencia de sapos grotescos. Está bien que siempre se quejaba de Jaken, pero esos sujetos con sus cuerpos grandes, de color verde y negro, y manchas amarillas, además de los ojos saltones; sí que eran feos.

 

—No tengo idea quiénes sean, pero los cortaré en pedazos —escupió Inuyasha con rabia y desenvainó su espada. Sabía que su cuerpo estaba algo débil, pero no necesitaba de mucho para acabar con ese par. No permitiría que hablen así de él y mucho menos que le llamen la perra de aquel idiota. Haría que esos dos pagaran.

 

Se abalanzó a pelear con ese par de escorias y debía reconocer que ambos eran rápidos o tal vez sus movimientos estaban siendo un poco lentos. Inuyasha sabía que debía terminar con esto rápido y su orgullo vibró cuando exterminó a uno de esos tipos, ese que le tiró la fecha, con su Kaze no kizu. Pedazo de desgraciado, a ver si ahora le quería volver a atacar. Usar aquel ataque lo había cansado un poco, pero aún podía continuar. Faltaba acabar con uno y podría seguir su camino. ¿A dónde se estaba dirigiendo? Qué importa, después lo pensaría.

 

Miró hacia todos lados, pero sólo lo encontró cuando éste silbó impresionado sentado desde la rama de un árbol.

 

—Eres bueno —reconoció y al instante sonrió con malicia—, pero no creerás que vinimos hasta aquí solos, ¿o sí?

 

Esas palabras desconcertaron a Inuyasha y de la tierra brotó repentinamente un asqueroso bicho inmenso. Era una salamandra grotesca de un tamaño monstruoso, con un millón de patas, varias cabezas y un largo que parecía infinito. El yōkai lo tomó entre sus fauces mientras el otro le arrebataba su espada de una patada. Tessaiga cayó en el suelo y deshizo su transformación. Mierda, la necesitaba, pero confió en sus garras para liberarse de su prisión. Sin embargo, las mandíbulas de ese monstruo eran más duras de lo que pensó.

 

¡No era un buen momento para que su fuerza le fallara! ¿Acaso la vida sedentaria que tuvo ese último tiempo le afectó tanto? Inuyasha sabía que no era eso, pero admitirlo le costaba demasiado.

 

—Así no luces tan temible —mencionó ese sujeto mirándolo desde el suelo, observando cómo la salamandra lo tenía prisionero entre sus dientes—. Seguro será una gran pena para el señor Sesshomaru perder a su compañero y también a su hijo —Esas palabras, dichas con una fingida tristeza, impactaron a Inuyasha. ¿Cómo el tipo supo que él estaba…? Seguramente su olor lo delató—. Qué mal, pero… la sangre de una hembra preñada es la más deliciosa que existe.

 

Cuando terminó de decir esas palabras, Inuyasha sintió cómo los dientes del monstruo temblaban y perforaban su carne. Un grito fuerte se escapó de su boca en ese instante. No, no podía permitir esto. Él no podía morir. Debía sobrevivir. Tenía que vivir, tenía algo que proteger, tenía a alguien que proteger.

 

Por más que se haya quejado y rechazó la idea hasta el cansancio, no permitiría que el cachorro corra peligro. No podía dejar morir a alguien que no tenía la culpa de sus tonterías y que supuestamente tenía que proteger. No podía dejar morir a su hijo.

 

Las fuerzas comenzaron a nacer nuevamente de su cuerpo perforado y sangrante. Sus garras destrozaron esa boca que lo tenía prisionero y cayó al suelo. Reconoció esa misma agresividad y deseo de sobrevivir, ya los había sentido antes. Por más que no se viera, sintió sus ojos volverse rojos mientras sus colmillos y garras crecían. Estaba dejando que su lado más demoníaco lo controle, pero simplemente no podía dejarse morir. El cachorro necesitaba que siguiese vivo y él debía protegerlo sin importar nada.

 

Un gruñido feroz escapó de su boca mientras veía al gran monstruo frente a él y con sus garras cubiertas de sangre lo atravesó sin ningún problema. Cortó y cortó al bicho ese hasta asegurarse de hacerlo pedazos. No dejaría ninguna posibilidad para que esa alimaña se regenere. ¿Cómo podía atreverse a atacarlo y poner en peligro a su cachorro? Maldita bestia inmunda.

 

Inuyasha por más que mató al yōkai no podía controlar su furia al querer destruir a esa salamandra y el otro sujeto, quien observaba la escena a una distancia prudente, supo que debía marcharse. Nunca se imaginó que la pareja del inuyōkai fuese alguien tan formidable. Tal vez por eso lo había elegido seguramente. Por más que el tipo intentó alejarse, no alcanzó a dar dos pasos cuando su cabeza fue separada de su cuerpo. Hubo unos cortos instantes donde seguía vivo, aunque con el cuerpo separado, donde apareció un destello blanco y las garras que lo habían decapitado. ¿Con que el perro había ido por su compañero? Al parecer, el demonio más fuerte sí tenía un punto débil.

 

Cuando se aproximó a la violenta escena, Sesshomaru observó a su pequeño hermano bañado en sangre y con esa mirada feroz en sus ojos. Inuyasha estaba perdido en sus feroces deseos de destruir a ese yōkai, del cual ya sólo quedaban restos, y podía sentir esa energía turbulentas emanando de él. Ya lo había presenciado otras veces y una incluso llegó a alarmarlo.

 

Inuyasha se giró a él cuando notó su presencia y oyó perfectamente cómo le crujían los huesos de las tensas garras. Tenía intenciones de atacarlo y sería lógico, considerando el estado en el que se encontraba. Sesshomaru sabría que la mejor forma era dejarlo inconsciente y después resolver ese asunto regresándole a Tessaiga, pero no podía optar por eso. A pesar de saber que eso sería lo más rápido y práctico, no podía atacar a su compañero y más sabiendo que corría peligro su cachorro.

 

¿Cómo podría hacerlo entrar en razón ahora? Esto no sería sencillo.

 

—Inuyasha —dijo con firmeza dando un paso hacia delante, pero su hermano enseguida retrocedió.

 

—Aléjate —espetó el hanyō con una voz gutural.

 

Eso, tal vez, fuese una buena señal. Inuyasha lo reconocía y, por lo visto, no deseaba atacarlo en realidad. Sin embargo, no podía dejarlo huir. Por más que hermano estuviese controlando los instintos que le orillaban a destruir a cualquiera que se le posara enfrente, Sesshomaru no lo podía dejar.

 

—Tenemos que volver —mencionó y vio cómo su hermano se mostraba reacio ante esa idea—. Estás herido —No fue capaz de identificar dónde, pero olía la sangre de su hermano pequeño y eso le inquietaba—. Debes curarte.

 

Una vez más, lo vio negar con la cabeza y retroceder un poco más. Esto ya era desesperante. Necesitaba que Inuyasha volviera en sí de una vez, pero sabía que debía evocar a su paciencia nuevamente.

 

—No iré… contigo —masculló con los dientes apretados y con cada uno de sus músculos tensos.

 

—Piensa en el cachorro —le recordó Sesshomaru y eso pareció suficiente para turbar al hanyō.

 

Inuyasha respiraba con dificultad y sus manos le temblaron unos instantes. ¿El cachorro? ¿Cómo estaba él? ¿Habría logrado protegerlo? No fue capaz de responderse ninguna de esas preguntas. Su cuerpo comenzó a sentir todo el esfuerzo y el dolor que le aquejaban. Cayó al suelo de rodillas mirando hacia ningún lugar en particular. ¿Qué había hecho? ¿Qué estaba haciendo? No era capaz de ordenar sus ideas y tuvo la sensación de estar a punto de colapsar, pero algo más lo sostuvo, alguien.

 

El momento pasó demasiado rápido y extraño, casi como si se tratase de un sueño. Sesshomaru lo tomó entre sus brazos e Inuyasha sintió ese cuerpo que se había hecho tan cercano a él. ¿Cómo era posible que el yōki de su hermano le causara semejante sosiego? No lo sabía, pero la calidez y tranquilidad que le embargó en ese momento no tuvo nombre. Se relajó sin notarlo. Ya no sentía ese monstruo voraz en su interior y hasta pudo distinguir que sus facciones volvían a la normalidad. A pesar de eso, sabía que algo no andaba bien.

 

Dolía, todo su cuerpo le dolía y mucho. Además ni siquiera era capaz de notar la cantidad de sangre que había perdido. Su cabeza le dio vueltas y su cuerpo empezó a tornarse frío. Lo único que se sintió capaz de hacer fue aferrarse a su hermano y a esa calidez que le otorgaba como si fuese un salvavidas, para él y para su cachorro.

 

Ni siquiera fue consciente del momento en que cerró los ojos y su hermano se lo llevó. ¿Será que había muerto? No, no creía eso. Sin embargo, sentía mucho dolor. Inuyasha había experimentado el dolor muchas veces, pero este era diferente. Se trataba de un dolor lleno de tormento, el cual parecía no cesar, pero no creía que fuese suficiente para matarlo, ¿o sí? No recordaba cuántas veces había estado próximo a la muerte y ni siquiera sabía cómo había sobrevivido. Incluso recibió heridas más fuertes, pero su cuerpo parecía no querer curarlo ahora. Estaba débil, mucho, y posiblemente fuese porque todas sus energías iban dirigidas a proteger a alguien más. Eso estaba bien, pero sabía que debía curarse él primero si quería que todo resultara como deseaba.

 

A pesar de sentirse cada vez peor, Inuyasha era capaz de percibir algo que lo mantenía cuerdo y no lo dejaba caer en la infinita oscuridad. No era una voz, se trataba de una sensación que le repetía que todo estaría bien y que no se fuera. ¿Qué sería eso? No tenía idea, pero se sentía maravilloso.

 

Hubo cierto momento donde abrió un poco los ojos. Distinguió gente que corría y otros que gritaban asustados. Entre todos, reconoció la voz de su hermano ordenando que llamen a quién-sabe-quién. Inuyasha parpadeó con lentitud y alzó la cabeza para poder verlo. Sesshomaru aún lo tenía fuertemente agarrado contra él y no parecía querer soltarlo. ¿Era su energía la que lo estaba manteniendo a flote? Sí, no supo cómo, pero estaba seguro que era él.

 

¿Por qué se preocupaba tanto? Él sólo era un hanyō y alguien que no quiso que se involucrara en su vida jamás. ¿Qué lo había hecho ir a buscarlo? Inuyasha al instante supo que debía ser por el cachorro. Entonces, ¿Sesshomaru realmente quería a esa cría? No fue capaz de saberlo, pero, la quisiera o no, Inuyasha no quería que muriese.

 

Estiró la mano hasta llegar al rostro de su hermano, pintando su piel con la sangre que sus manos aún tenían, y éste lo miró con cierto sobresalto.

 

—Sesshomaru… —murmuró con dificultad y quiso decirle varias cosas. Preguntarle por qué hacía eso, qué mierda pasaba por su cabeza, pero, sobre todo, quería decirle que no deje que el cachorro muera.

 

Una parte de él tuvo la sensación que su hermano entendió sin que dijera nada, no tenía las fuerzas para hacerlo. Volvió a caer en la inconsciencia y no supo qué pasó. Sus pensamientos se apagaron y no soñó nada, su agotado cuerpo no se lo permitió. Aun así, deseaba con todas sus fuerzas que, si llegaba a despertar, lo peor no haya sucedido.

 

Durante el resto del día el palacio fue una completa locura. La noche cayó casi sin avisar y nadie hacía más que comentar el accidente que había tenido el joven señor, del cual aún no se sabía cómo estaba. La joven médica Satomi se había encerrado en uno de los cuartos con varios asistentes para tratar a Inuyasha y, luego de unas cuantas horas, nadie había salido. ¿Qué tanto estaba pasando dentro? ¿Tan difícil era dar noticia sobre cómo estaba el hanyō? Por más impaciencia que reinara en el aire, eso no aceleraba los acontecimientos.

 

Sesshomaru no quería esperar más, exigía que alguien le viniese a hablar inmediatamente, pero eso no pasó. La ansiedad prácticamente se estaba convirtiendo en furia dentro de él, pero no sólo se debía a la espera. Sentía que eso que había pasado era su responsabilidad porque, a fin de cuentas, Inuyasha era su compañero y debía protegerlo, especialmente porque ahora tenían una cría que cuidar. Sin embargo, a pesar de estar al tanto de todo esto, permitió que toda esa situación se diese. Tal vez si hubiera llegado antes o directamente no hubiese permitido que Inuyasha se escapase en un momento así. Aunque desde el momento en que discutieron, Sesshomaru debería haber sabido que no tenía que dejarlo irse de su lado.

 

Su pequeño hermano no era para nada fácil y estaba costando demasiado lograr una convivencia con él. Inuyasha era muy inmaduro, muy joven para ser un demonio, pero también tenía un lado humano. Por más que tuviese más años que cualquier ser humano, aún no era lo suficientemente adulto para entender qué estaba pasando, pero Sesshomaru tampoco había sido tan tolerante como se necesitaba. Era difícil acostumbrarse aún a que su hermanito era un hanyō, por lo que poseía ambas formas de pensar, él estaba dividido en dos. Por más que su yōki y todo su lado demoníaco lo hubiesen aceptado como compañero, su parte humana se negaba rotundamente. Inuyasha pensaba como un humano y ningún humano vería con buenos ojos esto que estaban viviendo, por más que entre demonios fuera lo más normal.

 

Tal vez debería ser un poco más condescendiente con él. Sesshomaru había sido un yōkai completo toda su vida, pero su hermanito no. Inuyasha pensaba como un humano y, si quería que esto continuara, Sesshomaru debería comenzar a comprender cómo se desarrollaba esa parte que le resultaba desconocida. Hasta el momento creyó que, como estaban, era suficiente, pero había descubierto que no. Nunca pensó que tener un compañero sería un trabajo tan extenuante, pero quizá fuese así porque el suyo era precisamente ese hanyō que tanto lo había sacado de quicio en su vida.

 

Sin duda algo debía hacer con Inuyasha, pero en ese instante dejó de razonarlo. La señorita Satomi finalmente salió del cuarto y él la miró expectante por noticias. A pesar de no tener idea qué le diría, la cara de la joven le expresó en silencio que debían hablar con mucha seriedad.

Notas finales:

No tengo ninguna reflexión en este momento... Me voy a ir a emborrachar para superar este capítulo. Gracias por leer. Hasta el miércoles.


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