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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

Algunos meses transcurrieron desde que Inuyasha adoptó a ese hōkō y el pequeño se había habituado bien a la vida en el palacio. El yōkai lo seguía a la mayoría de lugares y era obediente, pero también travieso como cualquier cachorro. Cuando nadie lo veía, Raiden ya se encontraba masticando alguna cosa que robó o rompiendo quién sabe qué para jugar. Siempre que Inuyasha lo descubría, el perro blanco se mostraba arrepentido, pero inevitablemente volvía a cometer alguna travesura. De todas formas, el hanyō entendía que tal vez fuese su culpa debido a que siempre jugaba un poco bruto con el hōkō.

 

A pesar de ahora tener esa responsabilidad, Inuyasha también se había tenido que someter a ese entrenamiento del que su hermano le habló para poder acompañarlo en sus viajes y batallas. Él no sentía que fuera necesario, ¿de qué servía que aprendiese sobre las tierras que los rodeaban, los señores de las mismas o las diferentes tribus? Eso lo podría saber saliendo a pelear o a través de sus instintos, no leyendo una cantidad infinita de documentos o escuchando lecciones al respecto. Inuyasha nunca fue bueno para leer y se aburría de tan sólo escuchar durante ratos muy largos. ¿Por qué tenía que ser tan latoso ir a pelear? Qué pesadilla, pero Sesshomaru dijo que eso no era todo y no quiso ni imaginarse con qué más planeaba joderlo. Aunque ese duro sacrificio tuvo su recompensa.

 

Un día, su hermano se acercó a él y le dijo que se prepare porque debían salir. Eso fue bastante emocionante e Inuyasha supo que no necesitaba nada, sólo sus ropas rojas y su espada. ¿Qué más le hacía falta? Así era como se sentía cómodo, aunque en el palacio le insistían en que usase otras ropas también. De todas formas, sólo iría a uno de esos patrullajes para vigilar las tierras, pero salir de esa construcción monstruosa siempre era agradable.

 

El pequeño Raiden también se mostró interesado por ir, pero Inuyasha se negó. El hōkō aún era demasiado pequeño y torpe, todavía no estaba listo para pelear de verdad, seguramente saldría herido si se enfrentaban a algún enemigo en el camino. El cachorro bajó las orejas cuando se despidió de él y lo miró con súplica, pero ni así lo convenció. Inuyasha partió junto con Sesshomaru y tampoco tardaron demasiado tiempo. En realidad, el trabajo fue bastante fácil, pero le ayudó a reconocer mejor los terrenos que gobernaba su hermano. Aunque la parte realmente emocionante fue cuando un grupo de yōkai se encontró con ellos e Inuyasha no recordó la última vez que la pasó tan bien en una lucha. Sesshomaru poco se involucró y los débiles enemigos no tardaron mucho en caer. Algo que debía reconocer, es que, a pesar de haber tenido una batalla pequeña, compartir ese momento con su hermano fue increíble.

 

Incluso, al regresar al palacio, sintió que tenía la energía renovada y podría haber recorrido el mundo en menos de una hora. Jamás creyó vivir algo semejante, estar junto a ese tonto compartiendo esto, pero realmente, ahora, podía decir que se sentía feliz.

 

Por más que sintiese que nada podía arruinar su momento, su dicha se vio algo opacada cuando varios sirvientes se abalanzaron a él con quejas y exigencias. Inuyasha no entendió absolutamente nada porque todos le hablaron juntos y el desgraciado de su hermano, repentinamente, había desaparecido de su lado. Maldito traidor. Tuvo que hacer un esfuerzo para prestar atención a qué le estaban diciendo y, después de un par de gritos, supieron explicarle qué ocurría. Al parecer, el pequeño hōkō se había descontrolado un poco en su ausencia y robó varias cosas, además de romper otras.

 

Inuyasha aseguró que lo encontraría y arreglaría ese problema. Perro de mierda, ya vería cuando lo encontrase. Aunque claro, el cachorro sabía que se había portado mal y ahora no aparecía ni aunque lo llamase. Esa sabandija tenía que aprender una lección.

 

—¡Pero señor Inuyasha! —dijo una de las gemelas siguiéndolo por los pasillos—. Raiden no quiso hacerlo, ¡no lo castigue!

 

—Cállate de una vez —espetó sin detenerse y ya harto de oír sobre ese problema—. ¿Y tu hermana dónde está?

 

—Maya está buscando por los jardines, pero no creo que esté ahí…

 

Inuyasha se detuvo repentinamente al oír esas palabras y miró a la sirvienta con los ojos entrecerrados.

 

—¿Dónde está? —preguntó.

 

Aya torció un poco la boca, dudando si decirle dónde había visto al pequeño, pero sabía que al final debía decir la verdad porque no podía mentirle a su señor. La joven se resignó a guiarlo hasta sus aposentos, cosa que sorprendió a Inuyasha. Claro, debería haber sospechado que esa sabandija se ocultaría allí, si siempre se la pasaba metido en su cuarto. Es más, el olor lo guió sin ayuda para poder descubrir dónde se escondía. La habitación era muy espaciosa y contaba con un armario enorme, donde se guardaban la ropa de cama, diferentes objetos y sus propias prendas. Allí, al abrirlo, encontró a la blanca bola de pelos escondida.

 

Inuyasha no pudo evitar arquear una ceja al descubrir el nido que el hōkō se había armado. Con varias mantas se había hecho una cama donde trataba de ocultarse y, a su alrededor, podía vislumbrar todos los objetos que había robado, junto con otros que se encontraban mordisqueados o completamente destruidos.

 

Mierda, ese bicho era un jodido salvaje, pero ya no se podía ocultar de él. Inuyasha agarro del pellejo para alzarlo a la altura de su cara y el pequeño tembló entre sus dedos.

 

—¿Creíste que podías ocultarte? —habló con un tono severo y el animalito bajó las orejas sumiso, mostrándose apenado—. No intentes convencerme, ya me dijeron lo que estuviste haciendo.

 

Inuyasha bufó irritado. En otra época, hubiera golpeado con fuerza a esa bestia como solía hacer con Shippo, pero no se sintió capaz en ese instante. Apenas le dio un golpecito suave en la frente y lo miró muy enojado.

 

—Te lo advierto, Raiden —espetó estricto y mirándolo con seriedad—. Vuelves a hacer algo así y te vas de aquí. Nada de romper ni robar cosas, ¿entendiste?

 

El perrito exhaló un lastimero gemido y ladró muy despacio. Inuyasha interpretó eso como una afirmación. No planeaba echarlo o hacerle daño de todas formas, no podría. Hizo una promesa al hacerse cargo del pequeño hōkō y no iba a cambiar de parecer. Además, por más que rompiera de todo, ya se había encariñado con él.

 

Aquella escena alivió a la sirvienta. Ella no quería que castigaran al cachorro sólo porque se comportase infantilmente y le alivió que el señor Inuyasha entendiera eso. Dejó ir a Raiden y el perrito le lamió el rostro, una pequeña señal de agradecimiento y de bienvenida asumió ella. Todo estuvo bien, pero alguien más irrumpió en la habitación.

 

—Inuyasha —Aquella voz fuerte resonó llamándoles la atención y el tono en que habló no parecía muy amistoso.

 

Miró a su hermano sin levantarse. Después de encontrar el escondite del perrito, se había quedado en el suelo sentado junto a él. No necesitó ninguna alerta o palabra de más para saber que su hermano no venía muy conforme.

 

—Señor —mencionó Aya haciendo una pequeña reverencia—. Los dejaré solos.

 

Vaya, hasta ella supo que Sesshomaru tenía algún problema y, por lo visto, era con él. ¿Qué podía haber hecho? Si apenas acababan de llegar.

 

—Explícame qué es esto —exigió alzando un pergamino bastante destrozado y antiguo.

 

—Mmm… ¿Algo muy viejo y destruido por el tiempo? —sugirió Inuyasha acariciando al cachorro en su regazo, quien se puso tan tenso que adivinó que él sería el responsable por ese documento roto y seguramente su hermano también lo sabía.

 

—¿Debo suponer lo mismo de esto?

 

Sesshomaru alzó en su otra mano una bota, igual a las que solía usar, pero bastante rota y sin la parte donde irían los dedos. Mierda, pudo controlar a los sirvientes, ¿pero el cachorro también tenía que destruir las cosas de su hermano? Qué tonto animal.

 

—Quizá… Jaken las dejó así después de tanto lamerte las suelas —mencionó intentando bromear, pero obviamente eso no le causó ninguna gracia a Sesshomaru. Inuyasha suspiró resignado mientras se alzaba, dejando al perrito a un lado y parándose frente a su hermano—. Ya sé que no se portó bien, pero sólo es un cachorro. Aún le falta aprender…

 

—Tal vez no has sabido enseñarle —interrumpió Sesshomaru de forma dura e Inuyasha lo miró confundido.

 

—¿Qué quieres decir? —preguntó mirándolo detenidamente. Por más que Sesshomaru no le haya dicho nada cuando adoptó al hōkō, sospechaba que su hermano estaba intranquilo al respecto.

 

—Creí que podríamos manejarlo, pero evidentemente dejar que se quede fue un error —dijo de forma tajante.

 

Aquellas palabras impactaron un poco a Inuyasha. Para él, el asunto no era tan grave y se podía resolver, pero no supo por qué se sintió dolido ante lo que dijo su hermano. ¿Un pequeño error y ya quería echarlo? ¿Haría lo mismo con él o con todo el mundo?

 

—Si un hijo tuyo se comporta mal, ¿también pensarías así? —espetó algo afligido al pensar en eso—. ¿Mejor no tenerlo?

 

Casi como si acabase de lanzar una maldición, aquel cuarto quedó en silencio. Inuyasha miró a su hermano con cierta decepción en sus ojos. La verdad era que, de vez en cuando, el tema de los hijos regresaba a su cabeza. Sabía la época de apareamiento inevitablemente volvería a darse, pero ¿qué harían ellos? Reprimirlo no sirvió, ¿qué quedaba por hacer entonces? ¿Resignarse? Tenía esa impresión. Sin embargo, Inuyasha últimamente intentó tratar de ver el asunto desde otro punto de vista. Jamás deseó tener hijos, y sospechaba que su hermano tampoco, incluso la vez que iban a tener uno las cosas no salieron tan bien, pero… ¿Sería muy malo?

 

Por un lado pensaba que él, al ser un hanyō, sólo tendría crías que fueran así y no existían garantías de que nacieran sin algún problema; pero por otro lado la idea de tener una criatura de su sangre le despertaba cierta emoción. Por primera vez pensó que, tal vez, tener un hijo sería algo bueno e interesante. Sería alguien a quien cuidaría, le enseñaría y tendría a su lado para siempre. Eso no le desagradaba, por más que no tuviera idea sobre los cuidados que debía tener con una cría propia. Eso estaba bien, pero también estaba su hermano dentro de ese problema.

 

¿Qué pensaba Sesshomaru? ¿Él también desearía tener hijos? Recordó que su hermano se esforzó para salvar esa cría que perdieron y dijo que con él sería el único con el que podría tener descendencia. Eso lo tenía muy grabado en su memoria, ¿pero ambos podrían? Aún tenía muchas dudas en su cabeza al respecto.

 

—Si no me equivoco, el asunto que estábamos tratando era otro —mencionó Sesshomaru dejando las cosas que traía a un lado y cruzándose de brazos ante su hermanito.

 

—Sí, claro —suspiró resignado alzándose de hombros—. Ya me hice cargo de Raiden, no lo hará de nuevo.

 

—Bien —asintió el yōkai—. ¿Quieres que hablemos sobre ese otro tema?

 

—¿Cuál tema? No digas tonterías.

 

—Te preocupa la época de apareamiento, ¿verdad?

 

Un escalofrío le recorrió al oír esas palabras. Odiaba esos momentos donde Sesshomaru parecía leerle la mente. Era insoportable, pero lo que más le enojaba era que ese desgraciado siempre acertaba.

 

—¿Qué haremos esta vez? —preguntó finalmente, pensando que tal vez otro plan se le ocurrió.

 

—No es algo fácil de controlar —recordó e Inuyasha rodó los ojos fastidiado.

 

—Lo sé, actúas como un jodido psicópata —Al decir eso, el rostro le hormigueó un poco por la pena y volteó la mirada a un lado—. ¿No haremos nada entonces?

 

—Aún no he pensado al respecto —confesó Sesshomaru llamando la atención de su hermano—, pero quizá dejar que las cosas sucedan como deben ser, sea lo indicado.

 

Inuyasha no pudo evitar parpadear confundido y se acercó un poco más a su hermano, con los ojos clavados en él. ¿Había interpretado mal o Sesshomaru sí había dicho aquello?

 

—¿Dejar que suceda? —mencionó como si no acabara de entender—. ¿Y si pasa como la otra vez? Si yo… Si tenemos… Ya sabes, crías —Prácticamente murmuró esas palabras, como si fuesen algo prohibido y cosa qie le hizo sentirse un poco tonto—. ¿Eso también sería lo indicado?

 

Antes de recibir una respuesta, pasaron unos segundos donde Sesshomaru parecía pensar en qué decir e Inuyasha por poco se ahogaba de los nervios. ¿Por qué tardaba tanto en hablar ese idiota? Tal vez fuese porque él se encontraba ansioso de oír una respuesta.

 

—Tener un heredero para mí no representa una necesidad en este momento —aclaró el yōkai observándolo con atención—, pero… si llegase a pasar, sin duda sería lo indicado.

 

Entre toda esa maraña de cosas, Inuyasha pudo entender que estaba de acuerdo o al menos eso le pareció. Su hermano siempre hablaba raro, pero estaba aprendiendo a comprenderlo. Sin embargo, aún tenía algunas dudas y no tuvo ningún reparo en exponerlas.

 

—¿Y si es un hanyō? —preguntó con total seriedad—. Yo lo soy, quizá sea más demonio, pero sin duda tendrá una parte humana.

 

Ese estigma volvió a resonar en su cabeza e Inuyasha sabía que no podría quitárselo tan fácilmente. Todo el odio del pasado siempre le producía cierto pesar y no podía evitar darle vueltas al tema. Su hijo sería un hanyō, ¿Sesshomaru aun así lo querría o tenía que asumir lo peor? Un escalofrío le recorría la espalda de sólo imaginarlo.

 

—¿No te dije que no dejas de ser mi compañero ni en esas noches que eres humano? —dijo finalmente Sesshomaru e Inuyasha lo miró con desconcierto, pero aun así asintió mostrando que sí se acordaba—. Entonces, ¿por qué pensaría diferente sobre mi cachorro?

 

Por un instante, Inuyasha sintió que sus ojos temblaban mientras acababa de procesar esas palabras. Claro que se acordaba cuándo Sesshomaru dijo eso, cuando lo vio como humano, pero que le dijera que sus pensamientos no cambiaban con respecto al cachorro era sorpresivo. No sabía cómo sentirse con eso o cómo reaccionar ahora, pero sin duda reconoció emoción recorriendo por su cuerpo y un alivio que no supo cómo explicar.

 

Sacarse esa marca de su memoria no sería fácil, pero con estas cosas, con estas demostraciones por parte de su hermano, hacía más sencillo que dejara de pensar en el pasado y se enfocara en lo que ahora vivían.

 

—Idiota… —mencionó Inuyasha con una pequeña sonrisa. Sin meditarlo mucho, se acercó a Sesshomaru y lo tomó del borde de la ropa para darle un beso. Era la primera vez que hacía algo así, pero sintió la necesidad de besarlo en ese instante.

 

No tardó en sentir las manos de su hermano acercarlo más y continuaron con ese beso. Aún era algo nuevo para ellos hacer ese tipo de cosas, pero, mientras más lo hicieran, se acabaría tornando un hábito.

 

—¿Y eso por qué fue? —dijo Sesshomaru cuando se apartaron un poco—. No sueles hacerlo.

 

—A veces dices cosas menos estúpidas que lo ameritan —Se alzó de hombros, queriendo hacerse el desentendido, pero Inuyasha sabía que lo hizo porque simplemente lo quiso.

 

—En ese caso, lo haré yo más seguido.

 

Al decir eso, su hermano volvió a juntar sus labios y realmente Inuyasha no estaba seguro si existía una mejor sensación que la de su boca siendo explorada por esa lengua. Se sentía bien, demasiado, tanto que aún no entendía por qué tardaron tanto en hacerlo.

 

Un pequeño ladrido interrumpió el momento. Inuyasha se había olvidado de Raiden y se apartó un poco de su hermano para buscarlo. El pequeño perro, apartado a cierta distancia de ellos, tenía esa bota rota entre sus dientes y movía las colas emocionado, dando a entender que quería jugar. Salió corriendo en el momento que Inuyasha quiso tomarlo para que dejara ese zapato, pero el cachorro no estaba dispuesto a dejarse atrapar. Ese era uno de sus juegos favoritos, que lo persiguieran. Con algo de duda, Inuyasha miró a su hermano, quien no se veía nada conforme, pero no supo si era porque el perrito volvió a tomar su bota o porque dejaron de besarse.

 

Finalmente, Sesshomaru dejó que el cachorro se quedara con el zapato roto para jugar e Inuyasha pasó un largo tiempo corriendo a Raiden hasta que aprendió a hacerle caso.

 

Notas finales:

Hoy actualicé temprano, bien por mí(? Confieso que no le he estado dando mucha atención al fanfic por cuestiones de la vida, pero intentaré ponerme al corriente para terminarlo. Igual seguirá saliendo miércoles y sábados.

Creo que era necesario que ellos charlaran un poco sobre el tema de los cachorros y Raiden se me hace muy adorable, está totalmente basado en mi perro. Ya no rompe tantas cosas porque no es cachorro, pero sí me roba los zapatos esperando que lo corra.

Espero que les haya gustado y nos vemos el sábado. Besitos!


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