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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Hola, volví~ Ahora la historia pasa a ser más contemporánea, ubicándose al final de la serie. Cuando ya matamos a Naraku, el malo más malo de todo el mundo(?

Advertencias: Sesshomaru x Inuyasha. Machismo necesario para la trama(?

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

Una vez más, miró dentro del pozo y lo único que se encontró al otro lado fue oscuridad. No había olor a nada más que restos de miserables yōkai que había perecido, pero no estaba la esencia que él buscaba.

 

Inuyasha suspiró mientras su mano seguía apoyada en el borde de madera del pozo devorador de huesos. Aquel hoyo seguía ahí, pero parecía como si ella nunca hubiera existido. ¿Será que fue su imaginación después de todo? No, claro que no. Él no estaba tan loco, aunque en sus sueños solía pensar que sí.

 

Naraku existió. Sus amigos existían. Tessaiga existía. Él existía. Entonces, ¿por qué todo a su alrededor parecía querer complotarse para que olvidara a esa mujer que significaba tanto? No, Inuyasha jamás podría olvidar a Kagome, de la misma forma que nunca olvidaría a Kikyo. Su único consuelo era que ambas estaban bien, por más que estuvieran lejos de él. Kagome estaba con su familia y amigos, quienes la amaban y necesitaban, mientras que Kikyo al fin había alcanzado un descanso sin sufrimiento. Por más que eso le tranquilizaba, aún seguía allí, solo y esperando quién sabe qué.

 

La esperaba a ella, por supuesto. Aún pensaba que Kagome saldría de ese pozo y volvería con ellos, pero Inuyasha sabía que debía dejar esos pensamientos de lado. Al principio iba todos los días, luego cada tres días y después cada tanto. Ahora, creía que ya era tiempo de dejar ese pozo en paz y aceptar lo que le tocó, pero decirlo era mucho más fácil que hacerlo.

 

Caminó de regreso a la aldea y todos los olores de aquel pequeño lugar le llegaron antes de poner un pie allí. Inuyasha era capaz de saber cómo estaba todo antes de llegar gracias a su sensible olfato y esa aldea humana olía a paz, como la mayoría del tiempo. Dio unos cuantos pasos más hasta que percibió una esencia diferente y un chasquido salió de su boca.

 

¿Ese desgraciado estaba de vuelta? No le extrañaba. Cada tanto Sesshomaru hacía acto de presencia en la aldea con el único motivo de visitar a la pequeña Rin y traerle algún obsequio. Quién diría que ese imbécil con cara de piedra iba a dejarse conmover por una niña humana, pero Inuyasha y todos ya se habían acostumbrado a ver la preocupación que ese tonto transmitía por aquella dulce niña. No lo culpaba, incluso él se había encariñado un poco con ella y entendía cómo incluso esa humana había podido quitar un poco la escarcha que cubría el corazón de su hermano.

 

Comenzó a entrar en los límites de la aldea cuando se dio cuenta el fuerte calor que hacía ese día. Inuyasha pasó una mano por su cuello para quitarse un poco el molesto cabello y sopesar sobre la idea de cortarlo con sus garras si seguía jodiéndolo, pero no planeaba hacer tal cosa en verdad. Sin embargo, ¿qué era ese calor de mierda? Capaz llevaba mucho tiempo bajo el sol.

 

Tuvo la idea de pasar por casa de sus amigos, pero prefirió ir a lo de la anciana Kaede para exigir comida antes. El estómago le rugía y no tenía ánimos para soportar a las mocosas de Sango y Miroku. Desde que nacieron, las niñas lo habían tomando como un juguete y ahora que habían comenzado a caminar lo perseguían para jalar su cabello o tirar de sus orejas. Definitivamente, no deseaba pasar por eso mientras comía. Así que iría con Kaede, por más que supiera que dentro de esa casa estaba Sesshomaru.

 

No es que tuviera mala relación, al menos ahora no se mataba apenas verse, pero tampoco eran hermanos como Sango y Kohaku. Dudaba que alguna vez, si su relación mejoraba, llegasen a siquiera asemejarse a la de los exterminadores. Sesshomaru simplemente no simpatizaba con él e Inuyasha no se esforzaba mucho por agradarle. ¿Para qué? Era lo que pensaba.

 

En otra época, cuando era más joven o un cachorro prácticamente, tal vez le hubiera gustado tener un hermano mayor o alguien en realidad, sobre todo cuando estaba sólo; pero ya había superado esas cosas. Inuyasha ya había aceptado su inminente soledad y, por más que ahora había incorporado muchas personas en su vida, siempre sería él y sólo él.

 

—¡Inuyasha! —La voz de Rin llegó a sus oídos cuando entró en la casa y la niña se acercó a él—. ¡Qué bueno que llegas! La señora Kaede y yo estábamos cocinando, ¡y el señor Sesshomaru prometió quedarse!

 

No pudo evitar levantar las cejas sorprendido al oír eso y sus ojos buscaron a su hermano, quien efectivamente estaba allí pero no mencionó nada para deshacer lo dicho por Rin.

 

—Pero si el amo Sesshomaru ni siquiera te dijo que sí —interrumpió el lacayo verde que, como siempre, seguía al daiyōkai como sombra—. Además, alguien como él jamás probaría comida humana, sólo podría darle arcadas.

 

—Entonces… ¿el señor Sesshomaru no va a querer lo que Rin haga? —dijo la pequeña deprimida bajando la cabeza.

 

—Jaken —La voz de Sesshomaru resonó en la pequeña casa y su siervo tembló de miedo al oírlo, consciente de que eso significaba que guardara silencio.

 

Inuyasha se cansó de estar en silencio y golpeó la cabeza del duende feo, sólo por haber molestado a la niña.

 

—Cállate, idiota —espetó con el puño apretado después de haberle dejado un chichón a Jaken—. Creo que Sesshomaru ya está grande para decidir qué comer y todo lo que hace Rin con la vieja es delicioso.

 

Sus palabras sacaron una sonrisa grande de la niña y Jaken casi se pone a insultarlo, pero Kaede interrumpió el momento para anunciarles que la cena ya podía servirse.

 

Comió mientras oía cómo Rin explicaba que ella ayudó a hacer la sopa y las cosas que aprendía diariamente con Kaede, quien la instruía en diferentes actividades. Al parecer, a ella le gustaba esa vida que llevaba y se divertía mucho contándole todo a Sesshomaru, quien, por más que estaba callado, escuchaba todo lo que la pequeña decía. Sin embargo, para Inuyasha ese momento se sintió extraño. No mencionó nada mientras comía, pero no pudo evitar pensar que en su vida creyó que alguna vez podría sentarse en la misma mesa que Sesshomaru sin querer matarse con los ojos.

 

Pasó unos instantes tratando de pensar si alguna vez algo similar le había pasado, pero no se le ocurrió. En el último tiempo fue que este tipo de acontecimientos comenzaron a darse y no podía evitar sorprenderse cuando se daba cuenta lo mucho que cambiaron las cosas.

 

Inuyasha sabía que todo esto se debía a la pequeña Rin, pero seguía sintiéndose extraño. Podía estar junto a Sesshomaru sin sentir que éste despreciaba hasta el aire que compartían. ¿Será que su hermano ya lo aborrecía un poco menos? O tal vez sólo su existencia se había vuelto lo suficientemente tolerable como para compartir un espacio ignorándose. Eso era mucho, considerando que antes no podían verse sin cruzar espada o darse golpes. Era capaz de admitir que el ambiente en esa comida no era ameno pero sí tranquilo y eso era suficiente.

 

En un instante, alzó la vista de su plato de arroz y notó que Sesshomaru lo estaba mirando. Creyó que podría ser su imaginación, pero no. Su hermano tenía la vista fija en él y no con un gesto de repulsión o rivalidad, sino con intriga. Inuyasha se preguntó qué pasaría por la cabeza de ese imbécil pero no lo preguntó porque la vieja Kaede le dijo si quería más, cosa que obviamente aceptó. Sin embargo, la curiosidad siguió picándole un largo rato, sobre todo cuando la comida acabó y volvió a sentir esos ojos filosos sobre su persona.

 

—¿Qué? —espetó cuando ya eso le estaba pareciendo raro. Kaede y Rin se había puesto a levantar los platos en ese instante—. ¿Por qué esa cara? Si estás oliendo mierda fíjate en tu enano, no en mí.

 

Sesshomaru solamente entrecerró los ojos, como si lo analizara con cuidado y eso le causó cierta impresión a Inuyasha, tanto como para arquear un ceja. El tipo estaba más raro que de costumbre.

 

—¿Cómo te atreves, hanyō? —mencionó un muy indignado Jaken ante la ofensa que recibió—. Mi amo seguramente sólo estaba imaginando cómo destazarte con su poderosa espada.

 

—A quien deberían cortar en pedazos es a ti, sapo asqueroso —Apretó su puño con la clara intención de golpear a ese siervo tonto, pero Rin interrumpió el momento anunciando que harían té.

 

Inuyasha dejó su pleito con Jaken de lado y se pasó la mano por la nuca una vez más, masajeando su cuello. No le dolía, pero sentía calor e incomodidad, cosa que no tenía explicación para él. ¿Falta de sueño? Nunca dormía demasiado, pero tal vez eso le hacía falta. Agitó su cabello un poco y suspiró levantándose para estirar las piernas, pero le llamó la atención que su hermano también se alzara y la forma rápida en que lo hizo no pasó desapercibida para él. Sesshomaru salió de la casa bajo la atenta mirada de todos y sin dar explicación alguna, aunque él jamás decía nada por el estilo.

 

—¿Señor Sesshomaru? —Rin quedó bastante confundida cuando lo vio salir así y fue tras él, pero Inuyasha la detuvo tomándola del hombro.

 

—Aguarda —mencionó mirando la salida por donde su hermano había desaparecido con gran atención. Estaba pasando algo raro y un escalofrío en su espina dorsal se lo dijo—. Espera aquí, yo lo traeré —Inuyasha se lo aseguro y por más sorprendida que estuviera, Rin asintió aceptando sus palabras—. Jaken, cuídala.

 

—¡¿Qué?! —espetó sin creer ya la insolencia de ese mestizo—. ¡¿Crees que eres mi amo para darme órdenes?!

 

—No, pero eso es lo que él te diría y más vale que lo hagas o te aplastaré.

 

Su amenaza fue en serio y el pequeño demonio tuvo que aceptar que tenía razón. Por más que Sesshomaru no lo haya dicho, la orden estaba implícita.

 

Cuando Inuyasha salió de la casa se encontró a su hermano a unos metros mirando hacia el frondoso bosque. Así que de ahí venía la presencia que lo había perturbado anteriormente. No sólo una además, podía sentir varios yōkai remolineando en las cercanías de la aldea. No parecían querer acercarse, pero allí permanecían amenazantes.

 

—No creo que lleguen aquí —dijo cuando se acercó un poco más a Sesshomaru quien seguía vigilando en aquella dirección—. No es la primera vez que pasa, sólo están… Ehm…

 

—Apareándose —contestó su hermano como si nada, con ese mismo tono monótono con el que decía todo.

 

—Sí… —dijo con un gesto de desagrado ante tal idea.

 

Poco sabía sobre esos temas de reproducción yōkai, pero sí entendía que a veces esos movimientos extraños de los demonios se debía a que buscaban con quién aparearse. Nunca participó de nada semejante, no sabía cómo se hacía ni le interesaba. Inuyasha era un hanyō, por más que una parte de su ser sintiera que eso también tenía que ver con él, su parte humana rechazaba cualquier información al respecto. Siempre había convivido con esa ambivalencia en su espíritu y en sus sentimientos. Ya era algo normal para él, pero no resultaba fácil todo el tiempo.

 

Por más que estuviese seguro de que nada pasaría, algo cambió. Inuyasha muchas veces había sentido esa acumulación de demonios debido al coito, pero ahora no sabía cómo explicar qué estaba mal. Fue capaz de sentir una serie de yōkai aproximándose a la aldea.

 

—Qué rayos... —masculló entre dientes pero no era su plan dejarlos llegar allí.

 

Saltó a la cacería sin nada más en su mente que impedir que esos yōkai pusieran un pie allí, aunque también le generaba intriga saber el por qué comenzaron a acercarse, pero más importante era atravesarlos con su espada. Ningún desgraciado escaparía del filo de su Tessaiga. Gracias a su olfato no fue difícil encontrarlos e Inuyasha se tomó un momento para observar a esos monstruos, un pequeño grupo de tres que parecían discutir entre ellos cosas que no le interesaban.

 

En un determinado momento, uno de los yōkai se volteó a donde Inuyasha estaba posado en un árbol y lo miró con sus tres desagradables ojos.

 

—¡Allá! —gritó señalando en su dirección.

 

Su plan no era mantenerse escondido, así que salió dando un salto y quedando en evidencia ante esos yōkai.

 

—¿Ah? —Otro de los demonios, con apariencia de comadreja, pareció sorprendido al verlo—. ¡Pero si es un hanyō!

 

—¿Y eso qué? Huele delicioso… —murmuró otro con cabeza de cerdo, resoplando de gusto.

 

Inuyasha sintió repulsión hacia ellos y la forma en la que hablaron le molestó.

 

—¿Ah sí? ¡Como si fuera a perder ante basuras como ustedes!

 

Desenvainó a Tessaiga y su espada se mostró imponente frente a sus enemigos, pero Inuyasha sintió que algo no andaba bien. Casi parecía que le costase sostener el mango de su espada y no lo comprendió. Esa sensación le trajo recuerdos de cuando Tessaiga era pesada o no podía manejarla, pero se supone que ahora era uno con su arma. ¡Entonces por qué demonios se sentía débil al sostenerla! No le importó en absoluto, sólo tenía que acabar con esos demonios y después se ocuparía de los problemas de su espada.

 

Se tiró sobre sus enemigos, pero su agilidad no fue la suficiente para alcanzarlos. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué sentía que no tenía energía suficiente y su cuerpo le pesaba un tonelada? Tessaiga siempre tomaba parte de se yōki, pero ahora parecía estar absorbiéndolo con la intención de dejarlo seco.

 

Uno de esos monstruos se rió de él, gritando que era débil y que lo tomarían en ese lugar. Inuyasha no se dejaría devorar por ninguna clase de monstruo. Se puso de pie, ignorando cualquier problema, guiado solamente por sus emociones coléricas.

 

—Pedazo de mierda… —masculló entre dientes y agitó su espada para dejar salir su Kaze no kizu. No fue suficiente, sin embargo. Alcanzó a destazar a la comadreja, pero el asqueroso cerdo se le escapó por poco.

 

Estuvo a punto de batir su espada cuando recordó algo importante. ¿No había tres? ¿Dónde se había escondido el otro? No alcanzó a olfatearlo nada porque la respuesta le llegó por la espalda. Un dolor agudo le golpeó la espalda repetidas veces y se quedó allí clavado. Así que ese asqueroso bicho le había aventado sus saetas por la espalda, pero esto no se iba a quedar así.

 

Cuando Inuyasha se levantó el cuerpo le tembló en dolor al punto de caer de rodillas sin poder evitarlo. ¿Acaso tenían veneno? Sí, ese olor que emanaba sus heridas ardientes y supurantes se lo decía. Sin embargo, algo tan simple como eso lo estaba afectando demasiado.

 

—¿Ya te cansaste de pelear, hanyō? —escupió aquel cerdo acercándose a él e Inuyasha no se movió. Sintió la presencia del otro yōkai cerca de él y pensó que eso era justo lo que quería. Cuando menos esos bastardos se lo imaginaran les clavaría su espada hasta revolverles los sesos—. Lo voy a disfrutar…

 

Cuando Inuyasha levantó la cabeza y estuvo a punto de hundir su Tessaiga en ese asqueroso demonio, algo lo detuvo, alguien. Una mano sangrienta salió del pecho del cerdo y posteriormente partió el cuerpo de ese monstruo.

 

No necesitó levantar la cabeza para ver de quién se trataba, pero aun así lo hizo. Los ojos de su hermano estaban fijos en él e Inuyasha odió ese momento. Detestaba esa mirada de Sesshomaru, lo llenaba de fastidio cuando le recordaba que era débil y que nunca estaría a la altura, sin importar lo que haga. Esa mirada que le recordaba que no era más que un hanyō a sus ojos.

 

—Sesshomaru maldito… —dijo en un susurro con los dientes apretados, queriendo insultar a su hermano por meterse donde no era necesario sólo para humillarlo.

 

¡Él no lo necesitaba! ¿Quién demonios le había pedido que fuese a ayudarlo? Nadie, pero a ese idiota con cara de nada le encantaba recordarle su endeble capacidad.

 

Esperó algún comentario mordaz o insulto, pero no oyó palabra de su hermano. Sesshomaru simplemente se retiró a exterminar al otro yōkai que huyó despavorido y también pareció acabar con otros. ¿Había más demonios que no había notado? No estaba seguro. Sus sentidos comenzaron a fallarle y perdió la consciencia con su espada aún en la mano. Tessaiga volvió a su forma original e Inuyasha colapsó sin poder evitarlo.

 

.

.

.

 

El único pensamiento que recorría su mente era que se estaba ahogando. Le costaba respirar y el calor parecía abrazar su cuerpo con intención de volverlo cenizas. ¿Acaso estaba metido en un mar de fuego? No, no moriría de esa forma. Estaba completamente negado a aceptar semejante destino. Lucharía, como siempre hizo, y desgarraría esas cadenas que se esforzaban por tirarlo dentro de la oscuridad.

 

Inuyasha se movió inquieto hasta que abrió los ojos finalmente y lo primero que vislumbró fue una mano. No estaba tocándolo, pero unos cuantos centímetros más y podría hacerlo. Conocía bien esa mano, esas garras que le apuntaban, pero no con un propósito mortal.

 

—¿Sesshomaru? —dijo con dificultad, pero sabía que era él. Ese olor era inconfundible, pero había algo que no podía explicar—. ¿Qué…?

 

—Silencio —espetó de una forma imperante, ese mismo modo que parecía obligarle por medio de algún hechizo que cumpla sus órdenes.

 

Por más que Sesshomaru parecía imponer su voluntad sobre todo el mundo, Inuyasha se negaba a eso. Intentó moverse, pero no podía. Su cuerpo estaba débil, afiebrado y dolorido. ¿Qué se supone que estaba pasando? Pudo sentir el olor de Kaede, Jaken y Rin. Estaban en la casa de la vieja. Muchas preguntas siguieron recorriendo su cabeza y volvió a intentar levantarse, cosa que sacó un gruñido molesto del daiyōkai.

 

—Quédate quieto —ordenó nuevamente, pero a Inuyasha no le importó, quería respuestas.

 

—¿Qué ocurrió? —preguntó refiriéndose al momento en el bosque y cómo habían llegado ahí. Ojalá su hermano le dijera más de dos palabras para responderle eso.

 

Algo que llamó la atención de Inuyasha fue que esa mano sobre él no estaba allí por decoración. Sintió el yōki de su hermano fluir a su cuerpo, cosa que le revitalizaba y relajaba un poco su cuerpo aquejado. ¿Por qué Seshomaru estaba haciendo eso? ¿Era normal que se sintiera mejor al estar en contacto con la energía de ese bastardo? ¿Será acaso todo parte de un mal sueño?

 

—La medicina humana no consiguió calmarte —contestó Sesshomaru y nada de eso fue suficiente respuesta para Inuyasha—. Tu energía se debilitó de forma crítica, pero ya está normalizándose.

 

Un bufido fastidiado salió de la boca de Inuyasha. Nada de eso le servía, quería respuestas, no que le corroborara lo que ya sabía. La parquedad de su hermano era exasperante, pero siempre era así, no se sorprendía. Sin embargo, lo que sí lo tenía perplejo era que lo estuviera ayudando. Todo era muy extraño en realidad. Que le haya ayudado en el bosque y ahora verlo allí intentando calmar su alterado demonio interno.

 

¿Será posible que a ese imbécil se le hubiese despertado la fibra sensible de la hermandad?

 

Si no se encontrase tan debilitado, Inuyasha hubiera reído ante sus ideas, pero sólo mantuvo el silencio que se instaló allí entre ellos. Siempre había silencio en realidad cuando se veían o palabras no muy agradables. Sin embargo, debía admitir que la tensión que experimentaba cada vez que se encontraba con Sesshomaru había desaparecido progresivamente. Fue difícil las primeras veces que se vieron no saltarse encima para matarse, pero poco a poco Inuyasha entendió cómo eran las cosas ahora.

 

Sesshomaru jamás lo consideró su hermano y nunca lo haría, pero ya no buscaba su muerte, al menos no como antes. Recordaba con claridad cómo Sesshomaru le había dicho que ellos estaban destinados a matarse y no sólo una, sino varias veces oyó esas palabras, pero allí seguía a pesar de todo. Allí estaban los dos, juntos y sin la idea de pelear dentro de sus mentes.

 

Ahora, la espada no era motivo de discordia. Esa herencia de su padre era totalmente de Inuyasha y Sesshomaru había logrado por sus propios medios obtener un arma, el poder suficiente para superar a su progenitor. ¿Qué era lo que los impulsaba a pelear ahora? Rivalidad. Ese sería el único motivo, pero incluso en ese instante eso había quedado mitigado. Inuyasha se olvidó por un momento que Sesshomaru era un imbécil y se concentró en pensar sobre eso que estaba pasando frente a sus ojos.

 

Observó al idiota de su hermano allí junto a él y sintió que sus ojos querían cerrarse. No iba a dormirse, no de nuevo, pero era difícil mantenerse despierto. Una agradable sensación le recorrió su cuerpo adolorido, algo que le generaba alivio y calmaba su agitada respiración. ¿Sería porque estaba cerca de Sesshomaru? Eso le sonaba ridículo. ¿Quién podría sentirse tranquilo al lado de ese imbécil cara de palo? Al preguntarse eso, recordó a Rin. Ella todo el tiempo hablaba bien de él y se alegraba cuando venía, asegurando que Sesshomaru era bueno. Eso siempre le resultó absurdo, pero tal vez la niña conocía o era capaz de ver cosas que Inuyasha desconocía.

 

En su mareada mente, supuso que Sesshomaru lo había ayudado por causa de Rin. Seguramente la niña le había pedido que lo salvara, eso debía ser, porque Inuyasha no encontraba otra explicación para que la persona menos esperada del mundo le tendiera una mano.

 

Parpadeó despacio mientras buscaba aire nuevamente y comenzaba a sentirse mejor. Sesshomaru parecía concentrado en compartirle parte de su energía y esto le hizo pensar a Inuyasha si, entre demonios, ese tipo de cosas eran normales. Tal vez se debía a que, al ser hermanos, esas cosas eran más comunes. No estaba seguro, pero siguió mirándolo, descubriendo que no se acordaba alguna vez que haya visto a Sesshomaru sin sentirse alerta o amenazado por éste. Observó las facciones de su hermano como si jamás lo hubiese hecho y no le encontró casi parecido consigo mismo, sólo en pequeñas cosas. Todo en Sesshomaru lucía mucho más pulido, más limpio y armonioso, como si al hacerlo se hubieran tomado el trabajo de cuidar cada detalle para crear un yōkai perfecto.

 

Inuyasha se tomó un momento para analizar sus pensamientos. ¿Acaba de considerar a ese engreído perfecto? Eso sólo ayudaría a inflar su enorme ego aún más. La fiebre debía estar haciéndolo delirar, pero debía admitir que sus pensamientos no eran completamente una locura. Sesshomaru era un demonio completo, así que había ciertas cosas que éste tenía y no podía negarlo.

 

No pudo evitar fijarse cómo su hermano corría un poco de su cabello tras su oreja en un gesto delicado y casi sin atención. ¿Había visto alguna vez a Sesshomaru haciendo algo similar? Inuyasha creía que sí, pero no supo por qué verlo correrse el pelo le atrajo tanto en ese momento. Tal vez era por el simple hecho de que ese imbécil, por más mierda que fuera, atraía o causaba intriga, al menos a aquellos que no lo conocía realmente. Aunque incluso Inuyasha no lo conocía en profundidad, sin importar los lazos sanguíneos que compartían.

 

Apretó los dientes sintiéndose impotente de no tener la suficiente fuerza en ese instante para levantarse y exigirse pensar con claridad, pero estaba tan… cómodo. No era igual a esa comodidad arrulladora que sentía cuando su madre lo abrazaba, era una sensación que le aseguraba poder dormir sin que nada malo a su alrededor sucediera. Ese bienestar no tenía explicación y tampoco se esforzó en buscarla, la fiebre misma lo hacía delirar. A causa de ese calor pensaba que estar con Sesshomaru era agradable y tenerlo cerca no era tan desagradable como siempre consideró.

 

—¿Por qué…? —Intentó preguntar, pero la oración no salió completa, ni siquiera la había formulado en su cabeza porque no podía hilar sus pensamientos como siempre.

 

—Es la época de apareamiento —Fue la respuesta que oyó de Sesshomaru e Inuyasha no entendió a qué se refería.

 

Eso no era lo que quería preguntar. Deseaba saber por qué Sesshomaru estaba haciendo eso, que él se lo explicara mirándolo con su cara de nada y así poder calmar su turbulentos pensamientos, pero se quedó dormido antes de hacerlo. Quizás eso fuese una prueba de que, ahora, confiaba en su hermano. Porque Inuyasha, por más enfermo que se sintiera, nunca se quedaría en los brazos de su enemigo así, dejando alguna oportunidad para que lo asesinen. Sesshomaru ya no era su enemigo, ahora estaba seguro de eso.

Notas finales:

Bueno, fin. La verdad este capítulo no me gusta mucho, me hace sentir inconforme, siento que no quedó tan bien como me hubiera gustado. En fin, espero que no piensen como yo. De todas formas el próximo capítulo sí me gusta, así que nos vemos la semana que viene.

Gracias a quienes leyeron.

Saludos~


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