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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

Luego de unos instantes de silencio, Inuyasha comenzó a preocuparse un poco más y creyó que posiblemente no había tomado la mejor decisión. Observó a esa mujer frente a él, quien no lo miraba, sólo se mantenía pensativa y sin poder superar la sorpresa de la noticia. Tal vez fue demasiado brusco al decirlo, pero no tenía otra manera. Él era así, después de todo. Kagome sabía cómo era, pero seguro jamás esperó que le dijera nada similar. ¿Qué habría esperado esa chica de todos modos al volver? ¿Que retomaran su relación desde donde la dejaron? Sin duda Inuyasha habría dicho que sí, pero tres años atrás.

 

Ahora, Inuyasha no podía tomar ese tipo de decisiones. Por más que Kagome haya vuelto, él no podía regresar. A pesar de haberla amado tanto, en este momento otros eran sus deseos. Kagome significaba y siempre significaría mucho para él, nunca olvidaría el amor que tuvo por ella, de la misma forma que no olvidaría a Kikyo; pero en ese momento su situación era otra.

 

No hubo una ceremonia tal vez, pero lo que tenía con Sesshomaru era prácticamente un matrimonio en términos humanos. Quizá resultase extraño, pero ahora tenía un cachorro dentro de él y sería el hijo de esa unión. Jamás podría cambiar todo aquello, porque esa era justamente su nueva vida, su nuevo amor. Era increíble y hasta una locura pensar de esa forma, pero era la verdad y no podía negarla.

 

Amaba a ese bastardo. Amaba a su cachorro. Incluso a esa vida extraña a la cual se estaba acostumbrando. Era feliz así, sin importar lo extraño que todo se había vuelto. No quería cambiar esa felicidad que finalmente le había tocado vivir, ni por la vuelta de un viejo amor ni por nada. Esto era lo que elegía ahora y lo que sabía que debía hacer.

 

Dejó que Kagome quitara la mano de su abdomen, pero ella no dijo nada por un largo rato. ¿Debería preguntarle? Aunque no tenía idea tampoco qué decirle.

 

—Yo… —pronunció ella finalmente y su voz temblorosa le causó escalofrío a Inuyasha—. Esto… No sé… qué decir.

 

Kagome alzó los ojos para ver a Inuyasha y él apretó los dientes sintiéndose cada vez más tenso. Entendía a la perfección cómo se sentía, porque Inuyasha tampoco tenía idea qué decirle. ¿Debería hacerla sentir mejor? ¿Cómo? No tenía idea cómo consolar a alguien, menos en esta ocasión porque él era la causa del problema.

 

—Perdona —murmuró bajando la cabeza.

 

¿Qué más podía decir? Le pedía perdón por varias cosas. Por no esperarla, por volver a enamorarse, por pensar que realmente no volvería; pero en ningún momento había tenido intención de lastimarla.

 

—No… —mencionó con una voz queda y alzó los ojos para clavarlos en los de Inuyasha, los tenía brillantes y con pequeñas lágrimas que amenazaban con salir—. Perdóname tú a mí, Inuyasha.

 

Esa palabras le causaron impresión, tanta que no pudo contenerla y sin querer se fue un poco hacia atrás sin dejar de mirarla. ¿Ella le pedía perdón? ¿Por qué? ¿Qué estaba pasando?

 

—Tú… —continuó Kagome aún sin poder hablar con fluidez por la impresión—. ¿Fue por eso que no querías que lo… dijera? —habló con cuidado, fijándose de no hacer ninguna torpeza—. ¿Por qué no querías que lo lastimara?

 

Se asombró porque ella pensase en eso justamente y prácticamente estuviera al borde de las lágrimas. ¿Por qué no le gritaba ni lo estaba llamando tonto o algo así? ¿Verdaderamente esta era Kagome?

 

—Perdóname —repitió la joven y tomó las manos del hanyō—. Jamás lo hubiera imaginado y… y… En ningún momento quise causarte… causarles daño. Es… Es… No lo entiendo, nunca lo imaginé y…

 

—Oye… —interrumpió a la nerviosa mujer y apretó con cuidado las manos de ella sin dejar de mirarla—. Ya, tranquila. No es tu culpa, no lo sabías.

 

Ella asintió y respiró intentando calmarse mientras limpiaba las lágrimas que habían comenzado a bajar por su rostro. ¿Por qué lloraba? ¿Por tristeza o pena? No lo entendía e Inuyasha dudaba que alguna vez lo llegarse a entender. Dejó que ella se calmara y no mencionó nada más, pero la actitud que tomó le pareció peculiar, fue algo que realmente no esperó.

 

—Sabes… —continuó hablando Kagome con la mirada baja y una sonrisa melancólica. Inuyasha guardó silencio—. Durante estos años pensé mucho en ti —declaró provocando que el hanyō diera un pequeño respingo asombrado—. No me olvidé de ti, de todo lo que significas para mí, de todo lo que vivimos y sentimos, pero… lo entiendo —Kagome levantó la vista y fijó sus ojos en Inuyasha. Esto no era sencillo para ninguno de los dos, pero la verdad no siempre sabe bien—. Han pasado años y la vida continúa, para los dos.

 

Aquella declaración lo dejó perplejo. Pasaron unos segundos en que no supo qué más hacer que mirarla y parpadeó con lentitud, como si aún no pudiera terminar de asimilar sus palabras. ¿Kagome en serio estaba bien con esto? Inuyasha realmente no podía entenderlo.

 

—Tampoco te olvidé —dijo rápidamente y ella le sonrió—. Sólo que… No sé cómo pasó esto. Fue todo muy raro, pero ahora yo no… no puedo…

 

—Entiendo —reiteró asintiendo—. Yo no pretendo que cambies nada por mí —mencionó sorprendiéndolo aún más—. En estos años, me preguntaba cómo estabas. Una parte de mí se preguntaba si estarías esperando, pero… había otra que suponía que habías seguido con tu vida.

 

Por más amargo que fuera decir eso, Kagome lo hizo. Ella amaba muchísimo a Inuyasha, pero también tenía que ser realista. Muchas cosas cambian con los años, no podía negarlo. Sin embargo, olvidar los años donde viajaba a ese mundo tan fantasioso era imposible. Nunca olvidaría a Inuyasha ni lo que vivieron, pero la forma en que se separaron, al menos a ella, le impedía continuar con su vida.

 

—Perdona por no… esperar —Inuyasha apretó los labios al decir eso. Lo había hecho, pero toda la situación que se produjo después con su hermano y el constante pensamiento que Kagome no regresaría le hizo cambiar. Se sintió culpable en ese instante, porque tal vez ella esperaba otra cosa de esta conversación, pero no podía dársela. Aun así, vio a Kagome negar con la cabeza y le sonrió.

 

—Está bien —dijo nuevamente—. Yo realmente sólo quería... verte —Al decir esto, sus ojos volvieron a humedecerse un poco—. Ni siquiera pudimos despedirnos y creo que eso, no haberte visto aunque sea una vez más, impedía que pueda seguir con mi vida —Kagome frotó su rostro para apartar esa tristeza y sonrió al recordar algo—. Alguien… un chico, con el que he salido, me ha pedido ser su prometida.

 

Cuando Inuyasha oyó eso, sus ojos se abrieron ampliamente. ¿Que alguien le dijo qué? Sin querer, acabó acercándose un poco más hacia delante, como si no hubiese oído bien.

 

—¿Qué cosa? —preguntó sin salir de su impresión.

 

—Sí —rió un poco—. Él es muy bueno, me ha acompañado mucho, pero… no pude darle una respuesta —dijo eso último con cierta pena, pero Inuyasha no la interrumpió para saber el resto de la historia—. Una parte de mí aún seguía de este lado, un episodio de mi vida que no pude cerrar y simplemente no podía aceptar algo tan importante sin que mi corazón estuviera tranquilo —Ella llevó una mano hasta su pecho apretando un poco la tela de su ropa—. Por eso fui al pozo, para conectarme de nuevo con este lugar que tanto significaba para mí y allí se abrió. Creo que fue… No lo sé, quizá un último deseo que se me concedió o eso quiero creer.

 

Luego de oír esas palabras, Inuyasha guardó silencio. No estaba seguro qué decir. Quizá fuese un deseo o algo que provocó la fuerza de voluntad de esa mujer, la cual muchas veces creyó que era mágica. De todas formas, allí estaba. Entendía a lo que ella se refería, que ni siquiera pudieron despedirse y todo entre los dos quedó sumamente inconcluso. A él también le dolía pensar en eso, pero, al hablar con Kagome, ese dolor estaba disminuyendo un poco.

 

—Kagome, yo…

 

—Inuyasha —interrumpió ella sonriéndole—. Está bien —dijo una vez más—. Estoy feliz de verte finalmente y saber que estás bien, que estás… con gente que te quiere.

 

Sin que pudiera evitarlo, ella lloró una vez más al decir eso, pero no lloraba de tristeza. Fue muy sincera con sus palabras. Le producía alegría saber que esa persona que tanto amó estaba bien y recibía todo el cariño que se merecía, ese que tantos años le fue negado. Quizá no entendiera cómo acabó con su hermano, esas cosas de yōkai o cómo ahora podía tener hijos; pero Kagome podía entender perfectamente que Inuyasha estaba siendo amado y amaba. Podía verlo en sus ojos y eso la hacía muy feliz. A pesar que le doliese pensar en que ellos no tuvieron una oportunidad de ser felices, pero quizás así debía ser. Algunos amores, muy fuertes, no logran prosperar en el tiempo y sólo tienen un determinado espacio en la vida de las personas. Ella entendía esto, lo pensó durante mucho tiempo y era justamente por eso que ahora era capaz de decirle a Inuyasha que se alegraba por él.

 

Sin meditarlo mucho, él estiró su brazo y atrajo a esa joven hacia él. La abrazó y la dejó llorar en su hombro. Nunca había sido muy cariñoso con Kagome, pero en ese momento sintió que debía hacerlo. Ella le correspondió el gesto y estuvo bien. Ninguno de los dos sintió ninguna incomodidad ni algo que los molestase, esto era necesario.

 

Como dijo Kagome, tenía algo sin cerrar y finalmente estaban pudiendo hacerlo. Lo suyo no tuvo oportunidad de florecer, pero Inuyasha estaba feliz porque ella estuviera bien. Fue bastante extraño no encontrarse molesto cuando Kagome comentó que tenía un novio y posiblemente se casara, aunque eso tenía una respuesta muy clara. Su corazón había cambiado y el de ella también. Ahora, si intentaban algo, sería imposible. Su tiempo ya no era este y debían aceptarlo.

 

—También me hace feliz verte bien —murmuró, pero Kagome lo oyó perfectamente.

 

Así estuvo bien, no había nada más entre ellos que sentimientos sinceros. Kagome había sufrido mucho en su adolescencia con Inuyasha. A causa de Naraku, de Kikyo, y lo amó a pesar de todas las adversidades. Tanto así que ahora, después de tanto tiempo, era capaz de sonreír mirando de frente a esa persona que jamás dejaría de significar tanto para ella y era muy consciente que debía ser felices por separado.

 

¿Acaso era un cruel destino? No, en lo absoluto. Sólo era lo que les había tocado vivir y no había por qué enojarse. Ella sabía que podía ser feliz e Inuyasha también, y eso era suficiente para ambos. Ya no eran esas mismas personas que pelearon contra Naraku, pero nunca dejarían de sentir afecto por el otro, por más que estuvieran lejos y distanciados por las décadas.

 

Luego de un rato, finalmente volvieron con el resto de sus amigos. Ellos miraron expectantes, como si esperasen ver si todo había resultado bien y se aliviaron mucho al ver que sí. Inuyasha agradecía la buena predisposición y madurez de Kagome. Ya no era la niña chillona que lo liberó del sello que lo mantuvo prisionero por cincuenta años, ahora era una mujer madura y eso le hizo sacar una sonrisa. Jamás dejaría de quererla y estar en deuda con ella. Sin embargo, tal vez las cosas se dieron de esa forma escabrosa por una razón. Si ella no lo hubiera liberado, tal vez aún seguiría en el Árbol Sagrado. Incluso todo lo que vivieron a causa de la perla y lo que pasó después, ¿quién dice que no se dio así porque debía ser de esa forma? Aunque, si Inuyasha realmente consideraba eso, ¿significaba que la unión con su hermano era algo que debía pasar? Quizá. En ese momento, no lo creyó como algo imposible.

 

Inu no Taisho lo dijo, casi como una maldición, que ellos estarían juntos. A pesar de todas las cosas que pasaron, tantas luchas, tanto odio, enemigos y amores inconclusos; ellos tuvieron ese momento donde se encontraron y dejaron que esa maldición se apoderara de sus vidas. Inuyasha no estaba seguro si llamarlo “maldición”, pero así parecía. Por más que hayan pasado las cosas más atroces y adversas, Sesshomaru fue esa persona que le dio todo eso que nunca pudo encontrar. Justamente él, ese ser que nunca hubiera imaginado, fue quien se unió a él. Por eso fue que ni siquiera pensó en estar con Kagome ahora que ella volvió, porque, a pesar del amor puro que tuvo por ella, Sesshomaru era la persona para él.

 

Finalmente, acabó conversando con todo su grupo de amigos y pudo saludarlos después de la conmoción que causó esa inesperada llegada. Por más imbéciles que fueran, se notaba que ellos se habían preocupado por lo que pudiese pasar con Kagome y no pudieron evitar suspirar aliviados cuando se enteraron que habían hecho las paces, pero seguían un poco incrédulos.

 

—¿Realmente no te importa esto, Kagome? —preguntó Shippo de repente sin entender muy bien lo que pasó.

 

—No te preocupes —contestó ella acariciándole la cabeza—. Ya hablamos con Inuyasha y él me dijo que es muy feliz aquí con Sesshomaru.

 

—¿En serio? —El kitsune arqueó una ceja incrédulo—. Bueno… tiene que serlo si va a tener crías.

 

Cuando oyó eso, Inuyasha escupió el té que estaba tomando y, por suerte, Miroku se apartó, porque casi lo macha.

 

—¿Qué has dicho, enano? —espetó muy molesto tomando al zorro de sus ropas para alzarlo hasta su rostro.

 

—Yo… Bueno… —Shippo estaba muy nervioso y no sabía qué decir, pero sólo recibió un golpe por sus balbuceos de parte del hanyō—. ¡Ah, ¿por qué me pegas?! —Se quejó el niño alejándose de él para esconderse tras Kagome y acariciarse la cabeza—. ¡Serás un muy mal padre, perro tonto!

 

—Enano de…

 

—Inuyasha —interrumpió Sango antes que se levantase para querer ir tras Shippo—. No te enojes con él, una de las sirvientas comentó algo al respecto.

 

—Esas estúpidas habladoras —masculló entre dientes pensando en que era lógico, esas tontas nunca cerraban la boca.

 

—Pero dinos… —continuó Miroku—. ¿Es verdad?

 

El silencio fue la única respuesta que dio. Inuyasha se puso pálido cuando le preguntaron eso y abrió la boca para contestar pero ninguna palabra salió. ¡Maldita sea, ¿por qué le tenía que pasar esto?! Cuando llegaron, no estaba seguro si comentarlo, pero ahora esos idiotas le habían puesto una daga en el cuello prácticamente.

 

Lo único que hizo fue mirar hacia abajo y asentir oyendo como ese grupo de imbéciles suspiraban a coro asombrados. Bueno, ¿tan raro era como para que hicieran ese escándalo? Inuyasha sabía que sí.

 

—¡Inuyasha, qué bueno! —Rin fue la primera en hablar y se acercó a él para abrazarlo—. ¿Por qué no lo dijiste antes? ¿Llevas mucho tiempo? ¿Qué dijo el señor Sesshomaru? ¡Seguro será un bebé muy lindo, ya quiero verlo!

 

La emoción de la niña era sin duda palpable e Inuyasha sonrió nervioso, sin saber qué contestar ante tantas preguntas. Para colmo, las gemelas de Sango también fueron hasta él.

 

—¿Tendrás un bebé, tío perrito?

 

—¡Será nuestro primo!

 

Los padres de ambas niñas rieron por el entusiasmo de sus enérgicas hijas. A Inuyasha ya le tocaría vivir situaciones así y tal vez otras mucho peores.

 

—Felicidades, amigo —mencionó Miroku con una sonrisa—. Como padre experimentado, te daré los consejos que quieras.

 

—Y los necesita, no sabe tratar niños —se quejó Shippo, aún muy ofendido por el golpe que le dio, aunque se olvidó de eso cuando una idea diferente cruzó por su mente—. Pero… Si Inuyasha va a tener el cachorro, ¿no sería la madre?

 

Ante esas palabras, un escalofrío recorrió la columna del kitsune, Inuyasha le había dirigido una mirada asesina que le asustó demasiado.

 

—Bueno… —meditó el monje—. Digamos que el rol de madre pertenece a quien lleva los hijos en su vientre y ese rol le pertenece a Inuyasha en este caso.

 

—¿Qué has dicho, desgraciado? —dijo molesto y con ganas de matarlo, pero las mujeres enseguida salieron a defenderlo.

 

—Calma, Inuyasha —pidió Kagome—. No es para tanto y… algo de razón tiene.

 

—¡¿Qué…?!

 

—Es verdad —mencionó Sango concordando con su amiga—. Ya acéptalo, no puedes negarlo.

 

—Sobre mi cadáver —Inuyasha se cruzó de brazos y miró hacia otro lado ofuscado.

 

Sí, claro que sabía que él ocupaba ese rol de mierda, no hacía falta que imbéciles como ellos se lo recordaran. Sin embargo, su orgullo le impedía aceptarlo en voz alta.

 

Hablaron un poco más sobre el tema de los hijos e incluso Sango le dijo que cargue a su pequeño bebé de pocos meses, así practicaba para cuando fuese a tener el suyo. Inuyasha sostuvo al pequeño niño y éste se encontraba dormido, así que mucha atención no le prestó, pero el hanyō miró a ese bebé con mucho detalle. El niño se parecía más a Sango sin duda, aunque quizás esos detalles cambiaran cuando creciera. Inuyasha no pudo evitar pensar en su cachorro. Cuando lo tuviera entre sus brazos, ¿también se sentiría así? Tal vez. No pesaba absolutamente nada y se sentía muy cálido tenerlo así abrazado. Sango le indicó cómo debía sostenerlo e Inuyasha le hizo caso, dándose cuenta que no recordaba haber abrazado un bebé en su vida, al menos no correctamente.

 

Raiden entró a la habitación en ese instante, probablemente vendría de comer algo por ahí. Inuyasha le pidió que se fuera cuando el hōkō quiso seguirlo al jardín con Kagome, pero ahora seguramente buscaba saber dónde estaba su amo. El pequeño yōkai blanco se acercó hasta ver qué hacía y miró al bebé con cuidado, lo olfateó y se quedó sentado a un lado observando. Era muy obediente y fiel, Inuyasha le estaba enseñando bien, aunque la mayor parte de la gente en el palacio sabía que el hōkō sólo le hacía caso a él.

 

Sin poder evitarlo, Sango miró con mucha curiosidad a ese yōkai blanco y una sonrisa se le formó en el rostro.

 

—Me recuerda a Kirara —comentó ella y su marido asintió.

 

—Ah, lo encontré hace algún tiempo y no quiso irse —comentó Inuyasha devolviéndole el bebé a Sango y el hōkō se acurrucó cerca de él.

 

—Quizá la próxima puedan conocerse —Sango meció a su bebé sin saber cómo reaccionaría su querida nekomata al encontrarse con un yōkai con varias colas como ella. Existían muy pocos y Sango nunca había tenido la oportunidad de ver uno de cinco colas.

 

En ese instante, Rin pareció recordar algo importante y se acercó a Inuyasha.

 

—Inuyasha —lo llamó ella—. La señora Kaede me mandó a decirte algo —anunció llamando la atención de todos—. Dijo que ya era tiempo que ese collar abandone tu cuerpo.

 

Ante esa información, todos se quedaron perplejo. Se trataba de algo que Rin en ningún momento del viaje había mencionado, así que el grupo entero se sorprendió. Inuyasha miró las perlas oscuras alrededor de su cuello y recordó la cantidad de veces que deseó no tenerlas, pero creyó que era imposible.

 

—¿En serio se puede? —preguntó desconfiando y la niña asintió con entusiasmo—. ¿Y por qué carajo no me las quitó antes si podía?

 

—Mmm… No lo sé —admitió Rin encogiéndose de hombros—. Dijo algo sobre que era para mantenerte controlado, pero que ya no lo necesitas… Tal vez sea por el señor Sesshomaru.

 

Inuyasha no pudo evitar gruñir molesto al instante. ¿Qué significaba eso? ¿Qué ese idiota lo dominaba? ¡Ja, qué ridículo! Vieja estúpida, ya le diría unas cuantas verdades cuando la volviera a ver. Sin embargo, Inuyasha se concentró en alguien más en aquel instante. Miró a Kagome con cierta duda y percibió nostalgia proviniendo de ella. Podía comprender qué ocurría, porque él pensó lo mismo. Ese collar representaba algo entre ellos, una unión, y, al romperlo, significaba que todo acabó. Aceptar eso era una tarea dura.

 

—Hazlo, Inuyasha —mencionó Kagome con una pequeña sonrisa—. Rin tiene razón, ya no lo necesitas.

 

Al oír esas palabras, apretó sus labios sin darse cuenta. Ella aceptaba esto y él también. Era lo que debía pasar. Ese collar existió para marcar el comienzo de algo que ya debía finalizar y ambos lo entendieron.

 

Aceptó quitarse aquellas cuentas y Rin dijo que ella sabía cómo hacerlo. La niña se sentó frente a él y su expresión cambió, tornándose muy concentrada. Ella juntó sus manos como si rezara o eso interpretó Inuyasha, y la vio cerrar los ojos. Pasó unos instantes así hasta que las manos de la niña se dirigieron al collar y pronunció unas palabras en un susurro muy bajo que no llegó a oír. En ese instante, las cuentas se desligaron y cayeron por su cuello hasta juntarse en las manos de Rin.

 

Inuyasha no dijo nada de la impresión, sólo miró las perlas que la niña sostenía y se tocó el cuello, sintiéndose extraño al no tener el collar.

 

—¿Cómo... ? —murmuró sin entender exactamente qué había pasado.

 

—Sólo le dije al collar que su labor acabó —contestó ella muy orgullosa—. Lo hice como la señora Kaede me ordenó.

 

—Vaya, Rin —mencionó Sango impresiona—. Has mejorado mucho.

 

—¿En serio lo crees? —dijo la niña con sus ojos brillando de alegría.

 

—Sin duda —asintió Miroku—. La señora Kaede no podría tener mejor aprendiz.

 

La pequeña se emocionó por todos los cumplidos. Realmente a ella le gustaba todo lo que le enseñaba Kaede y tuvo un poco de miedo de no poder cumplir esa misión que le dio, pero se alegró mucho porque así fuese.

 

Kagome también felicitó a la pequeña y se acercó un poco más a ella.

 

—¿Podría conservarlas? —preguntó refiriéndose al collar—. Serán un recuerdo.

 

Por unos instantes lo dudó, pero Inuyasha la alentó a dárselas. Esas perlas estarían bien en manos de Kagome. Serían un recuerdo, como ella dijo, para que no olvidara todo lo que vivieron cuando estuviera en su mundo rodeada de esas extrañas construcciones, yendo a la escuela en su carroza de acero o pasando junto a esos monstruos metálicos que hacían tanto ruido. Qué raro era el mundo de Kagome, no lo extrañaba para nada.

 

La visita acabó resultando muy amena, más de lo que imaginó. Inuyasha tuvo el placer, y desgracia, de pasar algunos días con sus amigos en el palacio. No le molestaba que ellos estuvieran allí, pero había algo que lo inquietaba y más aún cuando miraba el cielo. Faltaba muy poco para la luna nueva y eso le preocupaba. ¿Dónde mierda estaba ese desgraciado de Sesshomaru? Un poco de preocupación le invadió ante esa tardanza, pero no podía ser nada grave. ¿Qué podría pasarle al daiyōkai más fuerte y engreído del mundo? Esperaba que nada.

 

Al quinto día de visita, sus amigos partieron. Kagome aseguró que debía regresar. No sabía cuánto duraría el pozo abierto, pero no podía arriesgarse. La chica aseguró que, quizá, esta fuera la última vez que cruzaría y algo de angustia le dio saber eso, pero estaba bien. Así debían ser las cosas y ambos lo entendieron. Se despidió de aquellos tontos en las puertas del palacio. Oyó sus tonterías, recomendaciones para el embarazo y cuidado de su bebé —cosas que prefirió no escuchar porque ya lo tenían harto—, a Rin lamentándose por no haber visto a Sesshomaru y las hijas de Sango preguntando si se podían quedar más; pero finalmente debían despedirse y volver con sus vidas.

 

Los saludó a todos, pero le dio un especial abrazo a Kagome. Apretó a esa joven contra él y suspiró mientras, en silencio, se deseaban buenos sentimientos el uno al otro. Esta sería la última vez que la abrazaría, la tocaría y sentiría su olor tan característico. Nunca la olvidaría y ella tampoco. Por más que las cosas no se hubieran dado como esperaron en un principio, ninguno de los dos cambiaría jamás lo que pasó entre ellos.

 

Inuyasha se separó de ella cuando un escalofrío recorrió su espalda. Abrió los ojos y allí se encontró con ese desgraciado que llevaba su buen tiempo sin aparecer, qué oportuno que era ese hijo de puta. Menos mal que dijo que llegaría antes de la luna nueva, porque esa noche justamente lo era. Pedazo de mierda, ¿cómo se atrevía a tardar tanto? Tuvo muchas ganas de insultarlo en voz alta, pero se abstuvo. Rin se acercó enseguida a Sesshomaru para poder saludarlo.

 

—¡Señor Sesshomaru! —dijo ella—. ¡Qué bueno que llegó! Vinimos de visita, aunque ya nos íbamos —mencionó algo entristecida mirando hacia los demás detrás de ella. Sango y Miroku saludaron con amabilidad, mientras el zorro y el mapache se escondían detrás para que la mirada de ese yōkai temible no los tocara. Sesshomaru, por alguna razón, parecía ligeramente molesto al verlos; pero Rin parecía ser la única que no lo notaba—. Espero que puedan ir pronto con Inuyasha y su bebé a visitarnos, ¿sí?

 

La niña esperó una respuesta pacientemente y Sesshomaru sólo asintió para luego acariciarle la cabeza. Eso alcanzaba para que ella estuviera muy contenta, no podía esperar para poder verlos de nuevo y más si podía conocer al pequeño que aún no llegó a ese mundo.

 

El yōkai caminó junto a los humanos sin mediar palabra y a todos les recorrió la misma sensación de peligro, la cual hacía mucho no sentía por parte de Sesshomaru. Éste los miró con los ojos entrecerrados y sólo se detuvo un instante para observar de soslayo a Inuyasha y la joven parada junto a él. No dijo ni hizo nada, se retiró en ese instante dejando a todos muy extrañados, sobre todo al hanyō. ¿No se supone que se llevaban mejor? Bueno, esos dos eran bastante extraños, más que nada Sesshomaru, quién parecía tener las facciones esculpidas en mármol frío. ¿Cómo Inuyasha podía lidiar con él? Eso sin duda era tema para otra visita.

 

Lo mejor fue no decir nada y simplemente marcharse. Debían dejar a ese par resolver sus problemas solos, aunque Inuyasha no tenía idea qué mierda había pasado. Regresó al palacio después que sus amigos se fueran y buscó a Sesshomaru sabiendo perfectamente dónde estaba.

 

¿Por qué había actuado así al llegar? Ni siquiera le dijo nada. Está bien que su hermano nunca fue muy conversador, pero al menos una mínima palabra o un llegué. ¿Será que le molestó que sus amigos lo hayan visitado? Conociendo a Sesshomaru, probablemente fuera esto. Sin embargo, ¿por eso lo había visto de esa forma? Inuyasha sintió la rabia y agresividad que expresó la mirada de su hermano, así que no podía dejarlo pasar.

 

Ingresó a su habitación, esa donde él dormía y siempre estaban junto, encontrándose con Sesshomaru allí. ¿Lo estaría esperando? Tal vez.

 

—Oye —llamó a su hermano acercándose a él—. ¿Todo este tiempo y ni un saludo? —Inuyasha intentó bromear para relajar el ambiente, aunque eso nunca funcionaba con Sesshomaru—. ¿Qué pasó? ¿Alguién que no fui yo te pateó el culo?

 

—De ningún modo —contestó tajante—. Estabas ocupado si me equivoco.

 

Inuyasha no pudo evitar arquear una ceja ante esa respuesta. Sí, sin duda a ese idiota le molestaba que sus amigos hayan ido. ¿Quién se creía? ¿No se supone que ese palacio también era su casa ahora? Entonces no tendría que haber problema porque lo visitaran sus personas cercanas.

 

—Ya se fueron —le recordó acercándose un poco más—. ¿No vas a decirme qué mierda pasa?

 

—¿Qué te hace pensar que algo pasa?

 

—Porque soy tu compañero —aseguró Inuyasha, dándose cuenta que era la primera vez que decía eso y el corazón le latió fuerte, pero no se retractó. Era la verdad—. No sé cómo, pero… puedo sentir que algo te inquieta.

 

Sesshomaru pareció sorprendido por esa declaración, pero no necesitaba que le explicara nada, a él también le pasaba lo mismo. Eso era parte de su unión, del enlace que compartían. Quizá no podían estar en la mente del otro, pero sin duda estaban conectados emocionalmente. Muchas veces, había percibido los sentimientos turbios que aquejaban a Inuyasha e intentaba despejarlos. Aunque, si era sincero, ese mismo enlace se había acrecentado más desde ese último tiempo que estaban juntos y compartían sus energías.

 

No podía negarle a su compañero lo que le ocurría. Por más que su orgullo le doliese, no podía mentirle a esa persona que se había vuelto la más cercana en su vida.

 

—Esa mujer… —mencionó finalmente mirando los ojos de su hermanito—. ¿No era la sacerdotisa que estaba contigo cuando buscaban la perla?

 

Esa pregunta descolocó un poco a Inuyasha. No creía que Sesshomaru recordara tan bien a Kagome y se haya fijado en ella cuando la vio. Parpadeó sorprendido sin poder evitarlo y tardó unos instantes en contestar.

 

—Sí… —dijo con la voz algo queda. Fue momento bastante duro de afrontar volver a verla, tanto que su recuerdo le hizo sentirse un poco abatido—. Al parecer el pozo volvió a funcionar y pudo cruzar.

 

—Ya veo —contestó Sesshomaru con tranquilidad, pero Inuyasha lo sintió levemente irritado, cosa que le sorprendió—. Querías a esa mujer.

 

Esas palabras hicieron que mirara a Sesshomaru con confusión. ¿Por qué traía eso a colación? Sí, claro que la quiso, todos lo sabían, hasta él; pero ¿eso qué importaba ahora?

 

—¿Qué? —mencionó el hanyō sin entender la actitud de su hermano. ¿Por qué otra vez lo miraba con esa frialdad? Maldito loco.

 

—Dime, Inuyasha —espetó con seriedad acercándose más a su hermano y le tomó del rostro para que éste no pudiera apartar la mirada él—. ¿Has pensado en regresar con ella?

 

Por unos instantes, Inuyasha quedó en blanco. ¿Qué acababa de decir? ¿Si él había qué? Allí fue donde entendió la situación y todo fue claro dentro de su mente. ¡Ese idiota estaba celoso! Mierda, ¿cómo era esto posible? ¿El gran Sesshomaru celoso y por él? Sin duda debía ser un espectáculo que se daba cada mil años. Sin embargo, a Inuyasha no le causó gracia ni ningún sentimiento parecido. Se sintió increíblemente molesto con Sesshomaru. ¿Cómo, después de todo lo que pasaron, podía estarle diciendo una cosa así?

 

Con brusquedad apartó esa mano de su rostro, pero no se alejó. Miró a ese idiota con la furia estampada en sus ojos y no se amedrentó ante él, jamás lo haría.

 

—¡Eres un estúpido, Sesshomaru! —gritó apretando los puños con ganas de golpearlo—. ¿Cómo puedes decir algo así? ¿Acaso no te bastó con toda la mierda que pasamos que crees que voy a preferir marcharme a esta altura? ¡Sí, ella volvió, ¿y qué?! ¡Yo estoy aquí! ¿Eso no te alcanza, desgraciado? ¿No es suficiente con que yo esté aquí, que haya dejado que me metas este cachorro, que me jodas todo lo que quieras y que encima te ame como un idiota? ¡Nunca nada te alcanza, pedazo de hijo de puta!

 

La cólera prácticamente le hizo estallar la cabeza y gritar todas las tontería que se le pasaron por la cabeza. ¡Es que era verdad! Ese imbécil nunca le alcanzaba con nada de lo que hacía. A veces tenía la impresión que para su hermano jamás sería suficiente, nada de lo que él haría. Sin embargo, por más enojado que estuviera, Sesshomaru no dijo nada. Sólo lo miró atento hasta que lo tomó por lo hombros, provocando que Inuyasha se calle finalmente.

 

—¿Qué has dicho? —preguntó de una forma exigente, pero Inuyasha no le entendió.

 

—¿Que eras un hijo de puta que nunca le alcanza nada? —respondió con duda, sin comprender por qué su hermano quería volver a escuchar eso.

 

—Antes.

 

—Que… —Inuyasha repasó un segundo las palabras que dijo, las cuales aún seguían frescas en su memoria por más que las había dicho molesto, y, cuando creyó dar con lo que quería escuchar Sesshomaru, se sonrojó violentamente—. ¡Eso no fue…!

 

—Dilo —exigió nuevamente.

 

—No.

 

—Inuyasha.

 

El hanyō rodó sus ojos al oír su nombre en la boca de ese imbécil usado como alguna clase de advertencia. ¿Acaso lo estaba amenazando como si fuese un niño? Estúpido Sesshomaru. Sin embargo, sabía que no lo dejaría en paz si no le daba lo que quería. De todas formas, ¿para qué quería que lo dijera otra vez? Enfermo de mierda.

 

—Que… —Tragó saliva y viró su rostro avergonzado por tener que ceder a decirlo—. Que soy un idiota porque… porque… ¡Ay, porque te amo, imbécil! ¡Eso! ¿Ya estás contento?

 

Deseó con mucha fuerza huir en ese instante. Su cara le ardía porque estaba rojo como un tomate y de la vergüenza le hormiguearon hasta la punta de los dedos. ¿Por qué rayos su hermano tenía que someterlo a esta tortura? ¿Tanto le gustaba humillarlo? Sí, e Inuyasha era un tonto por dejarse someter. A pesar del pedazo de mierda que era su hermano, ya no podía negar que lo amaba. Por eso no hubiera vuelto con Kagome. Su corazón sólo gritaban un nombre, el de ese mismo yōkai bastardo y engreído con cara de imbécil.

 

Estuvo esperando que la humillación siguiese, pero no fue así. Las manos de Sesshomaru abandonaron sus hombros y le tomó la cara para obligarlo a que lo mire. En ese instante, recibió un beso por parte de su hermano. Inuyasha abrió los ojos muy grandes por la sorpresa, hacía mucho que no besaba a Sesshomaru debido a que estuvieron separados, pero nunca se esperó que su hermano se adentrara en su boca con tanta fuerza de repente. Aquella lengua ansiosa se rozó de forma enérgica con la suya, casi sin querer dejarle respirar, e Inuyasha se quejó sin darse cuenta entre ese beso salvaje. Un poco, tal vez, había extrañado eso.

 

Apenas se separaron las respiraciones les pesaban, pero no podían dejar de mirarse. ¿En qué momento Sesshomaru le había abrazado? No sabía. Inuyasha sólo se había dejado llevar, como ya se estaba acostumbrando a hacer.

 

—Dilo de nuevo —ordenó prácticamente el yōkai.

 

—No me jodas…

 

—Dilo.

 

—Que te amo, maldito enfermo —espetó nuevamente, sin entender por qué se lo pedía tanto, pero ya no le avergonzó tanto decirlo en esta ocasión. Inuyasha observó a su hermano, quien le miraba fijamente, y un escalofrío le recorrió cuando una de esas manos ligeramente frías le acarició el rostro.

 

—Y yo a ti.

 

Por un segundo, sintió que las piernas le fallarían y caería hacia atrás, cosa que provocaría que despertase, porque eso que oyó no podía ser más que un sueño. ¿En serio escuchó a Sesshomaru decir aquello? Inuyasha sintió que se había vuelto loco. La garganta se le cerró y sintió que su panza se ponía dura. No debía estresar a su cachorro, pero esto que estaba pasando era demasiado escalofriante.

 

—¿T-Tú…? —No pudo acabar de decirlo, pero al parecer su hermano entendió a qué se refirió. Sesshomaru de nuevo se acercó a él para susurrar la respuesta que quería sobre sus labios.

 

—También te amo —dijo de forma precisa y sincera, para luego besarlo una vez más, pero Inuyasha seguía tan sorprendido que no fue capaz de corresponderle bien.

 

—Tú… —dijo apenas separándose—. ¡¿Qué?! —espetó sin poder evitarlo y Sesshomaru lo miró sin entender el por qué de su reacción—. ¿Es en serio? ¿Tu me… qué?

 

—¿No lo crees? —preguntó, pero al instante su hermanito negó con la cabeza.

 

—Es que… Mierda, ¿acaso sabes qué carajo es el amor? Pensé que tenías el corazón de piedra.

 

—En efecto, ese tipo de sentimientos no suelen experimentarlo los yōkai —dijo Sesshomaru con la mirada fija de su hermanito en él—. Sin embargo… Creo que me he ido acostumbrando a ello día tras día al estar tan en contacto contigo, que tienes un lado humano.

 

Aquello sin duda le impactó demasiado, hasta el punto de dejarlo en silencio. Prácticamente Sesshomaru le estaba diciendo que aprendió a amar con él, y eso sin duda era increíble. Ya había aceptado que estaba enamorado de Sesshomaru, pero jamás esperó que éste pudiera llegar a decírselo. Sabía que había un cariño que iba más allá del apareamiento, pero de ahí a que su hermano le correspondiese el amor había un largo trecho. Nunca se había imaginado algo así. El corazón le latió con violencia en ese momento y las manos le temblaron. Lo único que atinó a hacer fue tomar a ese idiota de la ropa y tirarlo hacia él para volver a besarlo.

 

Inuyasha había amado en otros momentos de su vida, a personas que fueron muy importantes, pero nunca creyó sentir semejante regocijo por un sentimiento que no hacía sólo más que crecer dentro de su pecho. Maldito hijo de puta, ¿qué clase de hechizo le había hecho? Lo que sea, que continuara.

 

Inuyasha olvidó burlarse porque su hermano se puso celoso, pero ya después lo haría. Esa noche finalmente pudo dormir bien. La luna desapareció del cielo, llevándose consigo todas sus características de demonio. No importaba, porque Sesshomaru cuidó de él y de su cachorro como prometió. Durmió con la energía de su hermano resguardándole y los brazos de éste rodeándole en todo momento. Ya no le importaba el pasado, porque ese era el lugar donde quería estar y donde mejor se sentía, junto a la persona que amaba.

 

Notas finales:

Al final se me canceló la guerra santa, así que pude venir a subir el capítulo sin estar apurada. ¡Se dijeron que se aman! Sólo tomó 32 capítulos(?) Espero que no haya quedado demasiado OoC, pensar en Sesshomaru diciendo esas cosas es raro, pero ya está. Espero que les haya gustado. Al final todo bien con Kagome, no había de qué preocuparse. Ahora veremos cómo siguen estos dos tórtolos con su cachorro.

El próximo capítulo lo subiré el martes. Hasta entonces!


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