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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

La noche había sido increíblemente tranquila y logró conciliar el sueño con facilidad, aunque últimamente no le costaba nada. Inuyasha durmió profundamente, hasta que algo lo obligó a despertar. Un dolor en su abdomen, casi como un golpe seco, lo hizo espabilarse repentinamente y se alzó de su lecho cuando sintió de nuevo aquella misma molestia. Por un instante, creyó que había sido parte de sus sueños, pero no fue así. No entendió en un primer momento y el sueño aún lo tenía demasiado atontado como para que fuera consciente de la situación.

 

Con cierta dificultad, se levantó para quedar sentado y puso sus manos sobre aquel vientre que ya había crecido bastante, lo suficiente como para llegar a incomodarlo. Su cachorro llevaba más de cuatro lunas dentro de él creciendo y creciendo, jodiéndolo y jodiéndolo; pero esto era nuevo. Inuyasha parpadeó en la oscuridad de la noche de su habitación y se palpó su estómago, pero no sintió nada en esta ocasión.

 

¿Habría estado soñando? No, lo pudo sentir incluso cuando estaba despierto. Sintió un golpe proviniendo desde dentro y nunca antes había pasado algo así. Satomi, en su última visita hacía pocos días, aseguró que pronto comenzaría a sentir los movimientos del cachorro, pero mucha atención no le prestó hasta ahora. Tan ensimismado estaba en tratar de dilucidar si su hijo estaba moviéndose que ni siquiera notó que alguien junto a él se levantaba también.

 

—¿Qué ocurre? —preguntó Sesshomaru sentándose a su lado.

 

Su hermano solía acostarse en las noches con él desde que supieron que tendrían un cachorro y, sin duda, Inuyasha dormía muy bien así. No tenía idea si ese desgraciado dormía y poco le importaba, porque él sí podía descansar perfectamente.

 

—Nada, es sólo que… —Cortó sus palabras cuando sintió un impacto contra su mano—. ¡Ah, ahí está!

 

No pudo evitar pronunciar eso muy asombrado y allí sintió cómo su cachorro volvía a moverse. Fue un poco alarmante sentir algo dentro de él dando pequeños golpes, pero no supo por qué no podía dejar de sonreír. Tal vez fuese porque se alegraba que, a pesar de todo, ese pequeño estuviera creciendo bien.

 

Sin contener la intriga, Sesshomaru estiró una de sus manos y la colocó sobre el vientre de su hermanito. Arqueó una ceja cuando notó a qué se refería Inuyasha. No había de qué preocuparse. El cachorro estaba bien, podía sentirlo, además aún era pronto para que quisiese salir de allí.

 

—No es nada —mencionó acercándose un poco más a Inuyasha—. Es normal que se mueva.

 

—Sí, pero nunca lo había sentido así —contestó dando pequeños respingones cuando recibía otra de esas patadas—. Ha crecido bastante.

 

—Así debe ser —Sesshomaru miró a Inuyasha con detenimiento, asombrándose al notar que parecía muy intrigado ante ese nuevo descubrimiento. Su pequeño hermano sin duda era especial—. Duerme, él está bien.

 

Luego de decir eso, volvió a acostarse e Inuyasha le hizo caso. Le dio la espalda a Sesshomaru para poder dormir. Últimamente, poder dormir con el vientre cada vez más grande era un problema y la posición más cómoda que encontraba era esa. De todas formas, a su hermano parecía no importarle. Sesshomaru lo rodeó con uno de sus brazos, provocando que Inuyasha suspirase complacido, como si eso fuese lo que justamente quería y así era.

 

Explicar la sensación que le provocaba dormir mientras era abrazado por su hermano le resultaba imposible, pero sin duda se había vuelto casi una necesidad en este último tiempo para que lograse tener un sueño tranquilo. Tener a Sesshomaru cerca le relajaba innegablemente y supo al instante que a su cachorro también porque dejó de partear cuando le acarició. Su hermano, con gran cuidado y una lentitud casi seductora, abrió esas ropas que usaba para dormir y tocó la piel de su vientre. Aquellas caricias le dieron escalofríos, pero, luego de unos instantes, los golpes se detuvieron. Fue capaz de sentir cómo el yōki de Sesshomaru lo cubría a él y a su cachorro. ¿Sería alguna forma de informarle que allí estaba su padre o algún truco para que se durmiera? No sabía, esto de la paternidad aún era muy nuevo para Inuyasha.

 

Esa noche durmió especialmente bien, pero pronto descubrió que las primeras patadas de su cachorro no eran nada comparadas a las que le esperaban. Cuando el condenado mocoso comenzó a crecer esos movimientos simples se convirtieron en feroces golpes que a veces parecían querer dejarlo sin aire. Parecía estar ganando fuerza, eso le enorgullecía, pero más le valía a ese mocoso dejar de patear a toda hora o acabaría volviéndolo loco.

 

La médica le dijo que era normal que su cachorro fuera tan activo y ella lo relacionó a que él comía muchas cosas dulces. ¿Qué mierda tenía eso que ver? Quería que el jodido niño deje de molestar un poco en todo momento, pero eso por supuesto que no sucedería hasta que el enano finalmente saliese y para eso aún faltaba.

 

El tiempo pasó algo lento, pero pasó finalmente. Tener que vivir con esa panza durante el verano había sido un tortura. El insoportable calor más no poder moverse como le gustaría, provocaron que su vida fuera una tortura, la cual duró una eternidad muy sudorosa. Aunque agradecía ya no vomitar a cada instante. Eso había mejorado mucho, aunque cada tanto sufría de algunas náuseas, sobre todo cuando se levantaba, pero los vómitos se habían reducido muchísimo.

 

A esta altura, Inuyasha no se acordaba bien cuánto tiempo tenía su cachorro en ese momento, pero más o menos calculaba que ya había pasado el séptimo mes. Había entrado en ese oscuro periodo donde sabía que su cachorro nacería en poco, cuando se sintiera listo habían dicho, y debía prepararse para eso. Aunque no era le único que estaba pensando en eso.

 

—¡Mire, Inuyasha! —dijo Aya alzando un pequeño kimono de un color oscuro—. ¿No es adorable?

 

Él sólo arqueó una ceja y asintió. ¿Debía emocionarse por la ropa para el cachorro? ¿Por qué? Si sólo era para vestirlo, ¿qué había de emocionante en eso? No lo entendía, pero tampoco dijo nada.

 

Llevaba un rato en su habitación con ese par de sirvientas, quienes acomodaban muchas de las cosas para la llegada del pequeño príncipe o princesa, y él participaba algo confundido de la situación. Pocas veces había estado en contacto con tantas cosas para bebés. No tenía idea que necesitaran tanto para sobrevivir. ¿No bastaba con comida y ropa? Al parecer no. Había ropa, sí, pero en grandes cantidades y de todos los colores. ¿De dónde había salido tanta? Realmente no quería preguntar. También había muchos juguetes, mantas, y cosas que ni siquiera estaba seguro para qué eran.

 

¿Tener un hijo realmente era tan pesado? Sí, y él lo sabía de sobra porque era justamente quien estaba cargando al causante de tantos problemas. Inuyasha apretó los dientes un instante cuando sintió una punzada de dolor en su vientre y se quedó quieto. ¿Ahora tenía que empezar a joderlo el cachorro? Ese niño no podía dejarlo en paz ni de día ni de noche.

 

—¿Ocurre algo? —preguntó Maya intrigada al verlo sostenerse el abdomen.

 

—Nada —contestó rápidamente—. Este mocoso que no deja de joder.

 

Ambas rieron por sus palabras y dieron un suspiro aparentemente enternecidas. Esas mujeres eran demasiado extrañas para él.

 

—¿Ya ha pensado nombres? —mencionó Aya mientras seguía doblando algunas ropas. Muchos de los sirvientes habían hecho obsequios para el pequeño, ni hablar los regalos enviados por otros reinados para felicitar al señor Sesshomaru, y las cosas que habían mandado a hacer. Al cachorro nada le faltaría, de eso estaban seguros.

 

—¿Cómo podría pensar si este enano no deja de golpearme? —espetó molesto y la joven lo miró muy sorprendida.

 

—¡Pero debe pensar algún nombre para la princesa!

 

—¿Princesa? —repitió Maya confundida—. No entiendo por qué insistes en que es niña.

 

—Eso es obvio —La joven extendió la mano en dirección al vientre de su señor—. La panza es redonda y no muy grande, es evidente que será niña.

 

—¡Qué ridículo! —se quejó por la declaración de su hermana—. Eso no tiene nada que ver con qué vaya a ser.

 

—Maya, deberías saberlo después de ver los embarazos de nuestra madre.

 

—Sí… Nunca me interesó mucho.

 

Inuyasha no prestó atención a la discusión que las sirvientas tenían. No tenía ganas de pensar un nombre ahora, lo haría cuando fuese el momento. Tampoco tenía deseos de saber si su cachorro sería niño o niña, sólo quería que dejase de patearlo de una jodida vez. ¿A qué mierda estaba jugando allí dentro? ¿A destruir sus órganos? Pequeño enano sádico, seguro sería igual que Sesshomaru.

 

Se entretuvo un rato viendo los juguetes que serían para su hijo, pero muchos no los entendió. Se rió un poco al ver un trompo y se acordó de Shippo inevitablemente. No sabía si a su cachorro le gustase, pero ya tenía uno. También había algunas pelotas, muñecos y una especie de martillo con una bola atada a uno de sus extremos con una soga. Inuyasha recordaba haber jugado con una de esas cosas, se llamaba kendama, y no pudo evitar comenzar a jugar en ese instante con el pequeño balero. Embocó la pelota sin mucho esfuerzo y supuso que ese juguete le gustaría a su inquieto niño, al menos a él le gustaba. Hizo un par de movimientos más con el balero hasta que otra vez el dolor en su vientre le aquejó, obligándole a soltar el juguete.

 

Mierda, ¿qué le pasaba a ese mocoso hoy? ¿Por qué le pateaba tan fuerte? Respiró con tranquilidad hasta que finalmente se calmó. Acarició su vientre, sin poder responderse por qué su cachorro estaba tan molesto.

 

—Inuyasha —le habló Aya en esta ocasión—. ¿Se siente mal?

 

—¿Quiere que llamemos a alguien? —mencionó la otra gemela.

 

Por un segundo, se había olvidado por completo de ellas. Negó con la cabeza al instante, pero tampoco sabía exactamente qué ocurría. Su cachorro cada vez se hacía más grande y más molesto se ponía, pero hoy se estaba pasando.

 

—Saldré a tomar aire —dijo levantándose con lentitud. Mierda, ¿desde cuándo le pesaban tanto las piernas? Ah, sí, desde que tenía a ese enano molesto dentro.

 

—¿No quiere que lo acompañemos? —preguntó Aya a punto de levantarse.

 

—No —contestó Inuyasha. Quería estar un poco solo, sobre todo para tranquilizarse y que el mocoso dejara de joderle—. Sólo iré al jardín, no es lejos… y ya vuelvo.

 

—Bien… pero vaya con cuidado.

 

Luego de oír esas palabras, dejó a ambas mujeres ordenando todas esas cosas para el pequeño bebé e Inuyasha caminó por los corredores del castillo. Deseaba estar solo un rato. No era la primera vez que esto le pasaba, sabía que si iba a un lugar calmado, ese pequeño monstruo dejaría de azotarlo desde dentro. Ya se lo habían dicho, si quería que el cachorro estuviera tranquilo, él debía estarlo, pero hoy se le estaba haciendo especialmente difícil.

 

Tuvo que agarrarse de la pared un instante cuando ese mismo dolor volvió a molestarle, pero no fue tan fuerte en esa ocasión. Respiró hondo nuevamente y siguió su camino con un paso cuidadoso. Las molestias y dolores eran algo a lo que se había acostumbrado durante ese tiempo, por más incoherentes que fuesen sus pensamientos, pero no había nada más que podía hacer. El niño seguiría allí molestando todo lo que tuviera ganas y ni insultándolo podía hacer que pare.

 

Cuando Inuyasha finalmente llegó al jardín la respiración le pesaba, pero el aire fresco le ayudó mucho. Se sentó un momento mientras intentaba controlar a esa bestia dentro suyo. Acarició su vientre y lo sintió duro, cosa que le llamó la atención. Parecía hecho de piedra en ese instante y tal vez por eso dolía tanto cada vez que su hijo pateaba. Qué mal, y eso que últimamente no se había sentido tan fatal, pero ahora estaba en sus peores días. ¿Será que así eran los tiempos previos a tener un bebé? Era una mierda. Ni siquiera se imaginaba lo que tuvo que pasar Sango, quien tenía tres hijos. No había prestado mucho atención la vez que la vio embarazada, pero ahora entendía por qué solía oírla quejándose tanto.

 

Inuyasha aspiró aire nuevamente mientras cerraba los ojos e intentaba relajarse. Sólo necesitaba un momento y todo estaría bien. Al menos eso creyó, hasta que una voz interrumpió su dulce meditación.

 

—¿Qué crees que haces aquí, Inuyasha? —Jaken se acercó hasta él y una mueca de fastidio se formó en el rostro del hanyō al verlo—. No debes estar solo, ¡el amo estará muy inconforme con tu actitud!

 

—Cállate, sapo —espetó sin ganas reales de pelear—. Sólo quise salir un rato, no soy un prisionero que necesita que lo estén vigilando.

 

—No sabes lo que dices —reiteró enojado—. Tu situación es muy delicada, ¡es tu deber cuidar al futuro heredero del amo Sesshomaru!

 

Sin poder evitarlo, rodó los ojos por ese regaño. Jaken era peor que una vieja insoportable y metida a veces, pero sentía que ya no le caía tan mal. Incluso el mismo Inuyasha percibía que los ánimos entre ellos estaban mucho más relajados. Ya no oía al pequeño enano verde llamarlo hanyō de manera despectiva y eso era un gran avance.

 

—Sí, sí, lo que sea —mencionó haciendo un movimiento con la mano para restarle importancia al asunto—. Te aseguro que el aire no le hará mal al cachorro, puedes decírselo al amo bonito si te pregunta por qué salí.

 

—¡Insolente! —vociferó molesto, pero al instante se cruzó de brazos muy ofendido—. Espero que el joven príncipe no herede esa característica de ti.

 

—No puedo asegurarlo…

 

Inuyasha apretó los dientes en ese instante cuando otra punzada de dolor le atacó, esta vez en la parte baja de su vientre y no pudo evitar rozar ese lugar. Permaneció quieto unos momentos, hasta que finalmente pasó. No pudo evitar quedarse pensando que esta vez se sintió raro, más fuerte y prolongado, pero pasó. ¿Qué había sido eso? Su cachorro nunca lo pateó así.

 

—¿Qué ocurre? —preguntó el pequeño yōkai acercándose un poco más a él.

 

—Nada… —aseguró cuando ya no sintió nada—. Este mocoso no deja de joder —explicó—. Creo que se parecerá al imbécil de Sesshomaru con lo pesado que es.

 

—Naturalmente se parecerá a mi amo —asintió Jaken sin ninguna duda y eso provocó una ligera risa de Inuyasha.

 

—¿Y si se parece a mí? —comentó para ver qué reacción tenía el otro—. ¿No será tu joven amo bonito?

 

La intención de Inuyasha era burlarse de él, pero también había pensado en eso. Ya sabía que Sesshomaru querría a su hijo sin importar qué fuera, pero ¿qué pasaba con los demás? Jamás dejaría que nadie discrimine a su hijo por lo que fuera ni que pasase por el sufrimiento que él vivió. Mataría a cualquiera que quisiera hacerle daño a su cachorro. Sin embargo, era consciente, después de todos los problemas que tuvo por su mestizaje, que muchos podrían pensar que su cría era abominación, como le habían dicho a él en el pasado.

 

Observó con cuidado a ese yōkai, sorprendiéndose al no verlo molesto por su comentario. Jaken lo miró con seriedad mientras se cruzaba los brazos sin dejar de sostener su báculo de dos cabezas.

 

—Inuyasha —comenzó a hablando con tranquilidad sin querer pelear—. Puede que yo no entienda tampoco el por qué de las decisiones del amo Sesshomaru ni le encuentre explicación a sus contradicciones, pero jamás le desobedecería —aclaró atrayendo la atención de Inuyasha por sus palabras—. Ahora eres su compañero y ese cachorro que llevas ahí tiene su sangre. Quizá nunca llegue a comprender qué pasó por la cabeza del amo para permitirlo, pero la realidad es que ustedes son su familia, y mi deber es ser un buen sirviente, por más que puedas sacarme de quicio innumerables veces.

 

Sin poder evitarlo, rió cuando oyó esas palabras. Entendía que el pequeño enano cumplía muy bien con su trabajo y le era fiel a su hermano, pero, en cierta forma, también comprendía que trataba de decirle que intentaba estar en buenos términos con él por Sesshomaru.

 

Aquel yōkai era uno de los sirvientes de confianza de su hermano, por más que no dijera en voz alta. Jaken era importante, como un apéndice de Sesshomaru, chiquito y prescindible; pero no era tonto. Sabía qué posición ocupaba Inuyasha ahora y entendía que ya no se trataba sólo de ese hanyō que molestaba a su amo bonito.

 

—Ya, admite que te caigo bien —Inuyasha buscó provocar al enano y éste le miró molesto.

 

—Nunca diría algo semejante —dijo enseguida, pero al instante suavizó sus facciones—. Pero… Si tu eres lo que mi amo quiere, si esto lo es, puedo comprenderlo. Aunque más te vale no hacerlo enojar, Inuyasha.

 

—Sí, qué miedo —se burló nuevamente. A él no le importaba que Sesshomaru se enojara, pero era interesante oír las palabras del enano—. No creo que… Ahg, mierda…

 

Intentó contener el dolor, pero en esa ocasión no pudo. Fue mucho más fuerte que las veces anteriores, tanto que se inclinó un poco hacia delante mientras sostenía la parte baja de su vientre. ¿Qué carajo estaba pasando? Definitivamente esto no era como siempre.

 

—Inuyasha, ¿qué ocurre? —exigió saber Jaken mirándolo sorprendido.

 

—No… No lo sé —admitió apretando los dientes y un gruñido fuerte se le escapó cuando otra puntada más agresiva le atacó—. Duele horrible…

 

Al oír eso, Jaken dio un respingo alarmado. Esto pintaba muy mal.

 

—¡Quédate aquí! —dijo volteándose para salir corriendo—. ¡Iré por el amo Sesshomaru!

 

A pesar que Jaken dijo que se quede, realmente no podía moverse. El dolor le paralizó en ese instante y se sintió incapaz de tranquilizarse. Esas ya no eran las patadas de su cachorro, y darse cuenta de ello le dio temor. ¿Qué pasaba con su cuerpo? ¿Acaso significaba que su hijo quería nacer? Rayos, ¿por qué debía doler tanto?

 

En vano quiso levantarse, porque no pudo. Su respiración se tornó agitada sin darse cuenta y apenas notó cuando unos brazos fuertes que conocía muy bien lo tomaron para trasladarlo por los pasillos hasta su habitación nuevamente. Tuvo varios recuerdos de cuando Sesshomaru lo llevó de la misma forma esa vez después de la pelea y que sus heridas provocaron que perdiese a su cachorro. No, no debía pesar en eso. Esta vez sería diferente. Ellos eran diferentes, ya no tenían la misma relación que en ese momento. Ahora se querían de verdad y deseaban a ese hijo. Él podría nacer y todo estaría bien, como Sesshomaru se lo prometió, por más que el dolor le hiciese pensar tonterías.

 

—Sesshomaru… —mencionó tomando el borde de la ropa de su hermano—. ¡Maldito desgraciado! —gritó furioso, más que nada con la situación, pero se descargaba con él—. ¡Esto es tu culpa y de tu afán de joderme hasta dejarme este cachorro dentro! ¡Voy a matarte y…! ¡Ahg, ya basta!

 

No pudo seguir insultándolo porque su vientre volvió a dolerle aún más fuerte. Sesshomaru lo dejó sobre su cama, ignorando sus gritos, porque sabía bien que sólo eran causados por los sentimientos alborotados de su hermanito. Inuyasha siempre era muy temperamental, así que no se sorprendía que en este momento lo fuese.

 

Se quedó allí, intentando tranquilizarlo, pero eso no funcionaba. Sesshomaru acarició el rostro de su hermano, notando que caían algunas gotas de sudor de su rostro sonrojado por el esfuerzo.

 

—Cálmate, Inuyasha —pidió con una voz suave, pero su hermanito no parecía dispuesto a escucharlo.

 

—Me calmaré cuando cambies de lugar conmigo —Inuyasha sabía que era absurdo lo que decía, pero en serio esto era horrible.

 

—Sé que estarás bien —aseguró mirándolo con seriedad—. Confío en ti.

 

Compartieron un pequeño beso en ese instante, el cual pareció darle un nuevo aliento a Inuyasha. Un poco de luz entre toda esa oscuridad que repentinamente lo había nublado. No quería que Sesshomaru se fuera, pero cuando la señorita Satomi llegó le pidió que se retirase. Por más que el yōkai se mostró reticente, acabó saliendo para que la joven hiciera su labor. Ella tenía el cabello atado y las mangas de su kimono arremangadas. Estaba lista para comenzar y le pidió que no se preocupara, que los dolores que tenía eran normales y se debían a que su cachorro vendría al mundo. Inuyasha no tuvo más opción que hacerle caso en todo y esperar que acabara pronto.

 

Contrario a esos deseos, el proceso duró mucho más de lo esperado. Sesshomaru fue paciente, pero ya no quería esperar más. Pasaron largas horas desde que dejó a Inuyasha con la señorita Satomi y aún no recibía noticias. Ya era de noche y nada. Una gran furia le llenó, pero intentó controlarla. Podía sentir a Inuyasha, él estaba vivo, pero sufría y eso le desesperaba. Por más que supiera que ellos no podían cambiar de lugares, si pudiese hacer algo para que su hermanito tuviera que pasar por esto sin sentir dolor alguno, lo haría.

 

Él también revivió los malos recuerdos de cuando Inuyasha estuvo en peligro y su cachorro no sobrevivió. Estaba seguro que ahora no sería igual, pero la inquietud no desaparecía. Sabía que no estaría tranquilo hasta ver a su compañero y que le dijeran que todo estaba bien. ¿Por qué mierda tardaban tanto? Nunca había tenido un cachorro, pero esto era completamente desesperante. ¿Si llegaban a tener más también sería así? Una parte de él le decía que su hermanito lo pensaría dos veces antes de volver a pasar por todo esto.

 

Junto a él se paró Raiden, el hōkō que era fiel a Inuyasha, y permaneció allí tranquilamente. ¿Acaso lo estaba acompañando? El yōkai blanco estaba compartiendo esa guardia con él, esperando por Inuyasha. Sin duda era muy fiel y peculiar, no fue una mala decisión permitir que su hermano lo conserve. Nadie más se había quedado junto a él, suponía que no tenían el valor de acercarse en un momento así, sólo ese pequeño. Una vez más, se preguntó por qué tardarían tanto. No planeaba esperar hasta el amanecer para recibir una noticia, pero intentó mantener la calma y permaneció en su lugar unos instantes más. Su paciencia se estaba agotando y no supo cómo logró esperar hasta el final.

 

Un escalofrío le recorrió la espalda cuando percibió un cambio en su hermano. Su lazo no se rompió, pero lo percibió débil y agotado, como si se hubiese quedado dormido. ¿Qué significaba eso? Oyó muchos ruidos extraños antes de eso. Palabras, gritos, llanto; pero al final sólo hubo silencio. Sesshomaru quiso irrumpir, pero Satomi fue quien finalmente salió y se aproximó a él.

 

—Señor Sesshomaru —dijo ella con tranquilidad. Se notaba algo cansada, pero sonreía feliz. La mujer abrazaba una gran cantidad de telas entre sus brazos—. Todo salió muy bien —anunció extendiendo aquellas mantas a él—. Felicidades.

 

Entrecerró los ojos observando a la joven y no dijo nada. Sólo observó eso que le mostraba. Su mirada quedó prendada de esa criatura. Su cachorro era muy pequeño y se veía prácticamente diminuto entre todas esas telas blancas.

 

—Es una niña —comentó Satomi dándosela a Sesshomaru para que la sostenga—. Está muy sana. El señor Inuyasha se esforzó mucho, pero cayó rendido antes de poder verla.

 

Asintió, mostrando que había oído esas palabras, pero no dejó de mirar a la niña. Así que era mujer. Sí, lo supo por ese olor, el cual inmediatamente quedó grabado en su memoria. Sostuvo a la pequeña mientras la miraba con cuidado, quien sólo dormía profundamente. Tenía el cabello blanco, era de esperarse, pero lo que le sorprendió fueron los otros rasgos. Sobre la cabeza de la niña habían un par de orejas como las de Inuyasha. Era un hanyō finalmente, pero eso ya lo había imaginado. Lo que le sorprendió fue ver la luna creciente sobre la frente de la pequeña, igual a la suya, un rasgo característico de yōkai. No se explicó la razón de esto, pero tampoco le importó.

 

Ella era un hanyō. Ella era su hija. Ella… era hermosa.

 

En ningún momento contempló cuáles serían sus primeros pensamientos al ver a su cachorro, pero definitivamente esos fueron. Sujetó a su hija con cuidado y se sintió incapaz de esperar a que Inuyasha despertase para que la viera.

 

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.

.

 

Lo primero que pensó al despertar fue que se había caído de un acantilado o algo así. Le dolía hasta parpadear para poder despertarse. ¿Qué mierda había pasado y por qué se sentía tan fatal? Inuyasha poco a poco se fue acordando todos los acontecimientos, sobre todo cuando tocó su vientre y lo sintió plano. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Dónde estaba…? ¡Ah, carajo, es verdad! ¡Su cachorro! Repentinamente recordó el dolor que vivió y se explicó por qué su cuerpo estaba aquejado, pero ¿dónde estaba su cachorro?

 

Con cuidado fue alzándose, dejando escapar algunos gruñidos de incomodidad. Era extraño no tener esa panza gigante, pero también le generó cierto alivio. Sabía que pronto se curaría de todo ese agotamiento, pero ahora lo que le preocupaba era saber dónde estaba su hijo. Buscó con la mirada y pegó un respingo cuando vio a su hermano parado frente a él.

 

—¿Sesshomaru? —dijo con la voz rasposa. Inuyasha lo observó con detalle hasta notar que sostenía algo en especial y el corazón le golpeó fuerte en el pecho—. ¿E-Es…?

 

No pudo decirlo, sólo balbuceó tontamente. Su hermano no dijo nada, sólo se acercó a él para sentarse a su lado y mostrarle qué le escondía. Inuyasha abrió la boca por la sorpresa. ¿En serio era su cachorro? ¿Ese bebé había salido de él? ¿Este pequeño ser había estado creciendo todo este tiempo dentro de él? Le pareció una locura.

 

Tomó al bebé con algo de miedo y las manos temblando, dejándolo sobre sus piernas. Miró con mucha atención, dándose su tiempo para apreciar cada detalle. Aún no podía salir de su sorpresa, pero sus ojos inevitablemente cayeron en esas orejas que se le hicieron familiares.

 

—Es…

 

—Nuestra hija —interrumpió Sesshomaru. Sabía lo que su pequeño hermano iba a decir, pero esperaba que con sus palabras entendiese que no era nada importante.

 

Inuyasha lo miró con cierto asombro, pero luego sonrió y asintió. Dejar las inseguridades de lado era demasiado difícil, pero en ese momento no significaba algo muy trascendental. La mirada de Sesshomaru se lo decía y con sus palabras lo dejó en claro. Sea o no un hanyō, eso no importaba.

 

—Sí… —suspiró volviendo a ver a esa bebé que dormía tranquilamente. Una bebé. Era una niña y suya—. Nuestra hija.

 

Al decir esas palabras casi sintió que podía emocionarse, pero no quería sentirse un idiota, aunque esa situación lo sobrepasaba. Aquella vida, esa familia que habían formado, su relación, el amor que tenían; todo eso le emocionaba. Era maravilloso y no tenía palabras para describir lo feliz que se sentía.

 

—Y… —murmuró Inuyasha mirando a su hermano—. ¿Cómo se llama? —preguntó creyendo que tal vez Sesshomaru la había nombrado mientras él dormía.

 

—Pensé en dejar que tú le pongas el nombre.

 

Ante esa declaración, Inuyasha tragó saliva y miró nuevamente a su hija. ¿Qué nombre podría ser el indicado? Él no sabía nada de nombres. Ingenuamente, había esperado que Sesshomaru se encargue de eso y lo desligara de aquella tarea, pero fue todo lo contrario. Intentó pensar en algo. Miró a la bebé y sus ojos se fijaron en la luna que se vislumbraba en su frente. Ella tenía la misma luna creciente que Sesshomaru y eso era muy llamativo. ¿Será algún rasgo que evidenciaba que ella era más yōkai que humana? Posiblemente. Su pequeña era muy especial.

 

Pensó un poco más, hasta que tuvo una idea para un nombre que creyó que le quedaría bien a la niña.

 

—Ehm… —meditó un segundo más y miró a su hermano—. ¿Qué tal… Yuzuki?

 

Cuando dijo ese nombre, Sesshomaru entrecerró los ojos como si pensase al respecto. Le pareció un nombre bonito y que le quedaba bien a su pequeña, sobre todo por la luna sobre su frente.

 

—Perfecto —mencionó finalmente Sesshomaru e Inuyasha sonrió contento porque le haya gustado.

 

Ella sería su pequeña Yuzuki y todo en ella le pareció hermoso. El nombre, la luna, las orejas. Todo en ella era lindo y se sintió como un tonto mirándola. Abrazó a su hija contra él y esa noche quiso dormir con ella, como hizo durante el tiempo que la pequeña creció dentro de él. La acomodó sobre su pecho para que durmiera y, como ya se habían habituado, Sesshomaru se quedó con ellos esa noche también.

Notas finales:

El único motivo por el cual quise subir el capítulo hoy es porque es mi cumpleaños y es mi forma de festejarlo porque me la tengo que pasar trabajando. De todas formas no me gusta hacer fiestas, pero este fanfic es algo muy importante para mí y me alegra incluso en este día que no es uno de mis favoritos. Además, casualmente, nació la nena de ellos. ¿Qué les pareció? Ya sé que muchos querían que fuera varón o más de uno, pero me pareció tierno que tuvieran una nena y que fuera un hanyō, a ver si así Inuyasha deja definitivamente sus inseguridades.

No pasó mucho tiempo con el bebé dentro. Personalmente, me desespera cuando el protagonista en cuestión pasa veinte capítulos y parece que nunca va a tener a su hijo (me pasó hace poco con un fanfic que leía). En cuanto al parto, imagínenlo como prefieran, no quiero meterme en esos terrenos turbios(?

El nombre de la nena se escribe con los kanjis 優 (Yu) "dulzura, superioridad" y 月 (zuki) "Luna". Así que vendría a ser algo como hermosa luna o una buena luna. Me pareció bonito.

En fin, espero que les haya gustado y nos veremos el sábado. Besitos!


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