Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

[Reviews - 530]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

Pasaron unos días bastante agradables en la aldea, pero finalmente llegó el tiempo de marchar. Una vez más, tuvo que pasar por esas odiosas y largas despedidas, abrazos y promesas de reencuentro. No se fastidió tanto, porque Inuyasha sabía que también extrañaría a esa bola de idiotas. Menos a Koga, quien por suerte se fue el mismo día que llegó, no lo hubiera soportado si se quedaba más y habría terminado matándolo de verdad. Se despidió de todos allí y Yuzu no se quejó cuando la acariciaron o le dieron algún beso en la cabeza, ya se había adaptado un poco más a esas personas desconocidas, pero debían volver a su hogar.

 

Era extraño llamar su hogar al palacio que le pertenecía a Sesshomaru, aunque, si tenía que pensar con detenimiento, ese lugar antes fue de su padre Inu no Taisho y, por lo tanto, también debería pertenecerle. A Inuyasha poco le importaba eso, él no se sentía dueño de nada allí, pero sin duda, ahora, podía considerar esa estructura monstruosa como un hogar al cual regresar. No se trataba del lugar o las tierras, ese castillo era su hogar porque allí tenían una historia que se estaba construyendo. Ahí es donde comenzaron a convivir con Sesshomaru, donde pasaban tiempo juntos, donde fueron aprendiendo a amarse, donde había nacido su hija y donde, estaba seguro, vivirían siempre. Sí, le tenía cariño a ese castillo y también a los que habitaban en ese lugar con ellos.

 

Quienes hicieron escándalo al recibirlos fueron las sirvientas. Aya y Maya se mostraron muy felices al verlos regresar, alegando que todo era muy aburrido si no estaban. Inuyasha no les hizo mucho caso a esas ruidosas, se concentró más en su hija, quien prácticamente se había desmayado en sus brazos y no quiso levantarse. Era normal y lo entendía. Ella no estaba enferma, sólo que la luna nueva la afectaba igual que a él.

 

Por más que su hija tuviese más sangre de demonio, seguía siendo un hanyō, y perdía todas esas características demoníacas las mismas noches que él. Yuzu ni se enteraba de ese cambio, la luna nueva la debilitaba tanto que dormía prácticamente todo el tiempo y no se levantaba hasta la mañana siguiente. Desde bebé así fue. Inuyasha la comprendía, él también se debilitaba mucho, pero, al ser más grande, podía resistirlo con más facilidad. A pesar de eso, era consciente que algún día su niña no dormiría y estaría despierta para ver cómo cambiaba durante esas noches. Debía explicárselo cuando fuera mayor, ¿pero cuándo era el momento?

 

Su hija siguió creciendo con ánimo y, cuando pasó sus tres primeros años, se notó mucho. Ahora caminaba sola, sin ninguna ayuda, aunque a veces se caía, pero eso no le importaba. La pequeña niña se daba demasiados golpes jugando, pero jamás lloraba o demostraba dolor alguno, sólo lo ignoraba. Además, ya hablaba con más claridad y también era muchísimo más inquieta. Las sirvientas solían entretenerla cantándole y jugando. Si había algo que no le faltaba a esa princesa eran juguetes, de todo tipo y algunos únicos en su clase; pero ella se entretenía mucho jugando afuera.

 

Le gustaban las escondidas y a veces tenía la intención de treparse a los árboles, acto en el cual fallaba debido a su diminuto tamaño. Inuyasha reía ante las ganas de explorar de su pequeña y meditó que, cuando fuese más grande, podría llevarla a recorrer los terrenos. Su hija debía aprender a utilizar sus sentidos y sobrevivir por sí misma. Que haya nacido con los cuidados de una princesa no significaba que no debía prepararse para cuando fuese mayor y enfrentarse a quién sabe qué cosas.

 

Ahora que Yuzu era más grande, también podía estar un poco separado de ella. Inuyasha ya no se sentía intranquilo por no tenerla cerca. Sabía que estaba bien y con gente que la cuidaba todo el tiempo. Podía olerla, sabía exactamente dónde estaba y eso le daba calma. Eso le daba tiempo para descansar, tiempo para estar con Sesshomaru y volver a involucrarse con él. Con un poco de suerte, podrían acomodarse con esa nueva vida que tenían.

 

Era interesante descubrir que podía estar sin preocuparse por su hija, pero a veces sucedían cosas que le asombraban. Yuzu podía estar tranquilamente jugando con Aya o Maya, hasta que recordaba que su mamá —porque la condenada mocosa no lo había dejado de llamar así— no estaba y lloraba. ¿Qué carajo le pasaba? Nunca jamás la entendería.

 

—¡Mamá!

 

Un bufido salió de la boca de Inuyasha cuando oyó eso y allí vio a su hija corriendo hasta él para abrazarlo. Ya se había cansado de decirle que deje de llamarlo así, pero no había caso. La niña estaba absolutamente convencida que él era mamá y así seguía llamándole. Llegó a un punto donde se hartó y la dejó que haga lo que quisiese. Si deseaba llamarlo mamá estaba bien, que lo haga. Incluso ya comenzaba a sonarle menos mal… quizá algún día deje de sonarle mal.

 

—¿Qué haces aquí, enana? —preguntó acariciando la cabeza de su hija y ésta tomó su mano para tirar de él.

 

—Vamos a jugar —dijo la niña mientras lo llevaba hasta donde sea que quería ir.

 

—No puedo, tengo que… —interrumpió sus palabras cuando vio el gesto que Yuzu le hizo. La mueca triste le sorprendió, el pequeño puchero, los ojos tristes y las orejas caídas. ¿Cuándo mierda aprendió a hacer eso? No tenía idea—. Bien, vamos.

 

La felicidad iluminó el rostro de su hija e Inuyasha suspiró resignado. Decirle que no a ella era difícil, incluso podía doblegar a Sesshomaru, pero era justamente porque él tenía un cariño especial por Yuzu y la pequeña lo adoraba de la misma forma.

 

Quizá hubiesen salido afuera a jugar, pero había una fuerte y torrencial lluvia que los mantuvo a dentro. Tal vez por eso su hija buscó jugar con él, porque estaba aburrida, aunque Yuzu le gustaba bastante estar a su lado. Ya sea para jugar, comer, dormir o recibir un abrazo; la niña siempre iba con él. Por más que amara a Sesshomaru con locura, si ella necesitaba algo al primero que llamaba era a Inuyasha. ¿Eso lo hacía aún más madre? Probablemente.

 

Tuvieron que conformarse con permanecer dentro jugando con unos muñecos. Inuyasha solía contarle historias de cuando iba con sus amigos exterminando monstruos y las representaba. Raiden siempre oficializaba del demonio al que había que exorcizar con la poderosa Tessaiga. Por más que a veces repitiera las mismas cosas, a su hija le encantaba y se reía muchísimo con sus cuentos.

 

—¡Ahh, toma esto Naraku! —mencionó mientras balanceaba dos muñecos hechos de trapo y uno de ellos tenía una espada—. ¡Mi Tessaiga roja romperá tu barrera!

 

—¡Sí, mamá! —Aplaudió Yuzu mientras miraba aquel teatro. Ella también tomó otro muñeco y lo levantó—. ¡Papá! —dijo muy contenta llevando al muñeco que era Sesshomaru a pelear con Naraku.

 

—¿Recuerdas cómo se llama la espada de papá? —preguntó Inuyasha llamando la atención de su hija, quien permaneció pensativa unos instantes.

 

—Ten… Ten…

 

—Tenseiga.

 

—¡Tenseiga! —repitió luego que la ayudó a recordar.

 

Aún le costaban las palabras difíciles, pero ya armaba bien las oraciones y se daba a entender al expresarse, cosa que era impresionante. A Inuyasha esto le sorprendía, pero ya le habían dicho que esa capacidad de crecimiento tan acelerado se debía su naturaleza yōkai, aunque eso no significaba que dejase de asombrarse.

 

—¿Y la mía?

 

—Tessaiga.

 

—¿Y la otra de papá?

 

—Ehm… Baku… Baku…

 

—Bakusaiga —le dijo finalmente porque tampoco hacía eso para torturarla, sólo quería ayudarla a que agilizara su vocabulario y su dicción al hablar—. ¿Cuál te gusta más?

 

—¡Tessaiga! —mencionó la niña muy segura e Inuyasha rió.

 

—Muy bien, hija.

 

Acarició la cabeza de su niña y pasó los dedos por el cabello blanco, el cual estaba cada vez más largo. Era tan muy suave y sedoso, casi que causaba cosquillas en la yema de sus dedos. Yuzu sonrió muy contenta y se acercó a abrazarlo.

 

—Te quiero, mamá.

 

Al oír eso, pronunciado por esa dulce vocecita, le dejó perplejo. No era la primera vez que su hija le decía eso, pero siempre que la oía le dejaba sorprendido. Ya se acostumbraría a medida que ella crezca o eso suponía.

 

—Y yo a ti —contestó con suavidad, apretándola contra él.

 

Esta era una de las pocas ocasiones donde no le molestaba que le llamara de esa forma. Esa enana tenía mucho poder sobre él, tanto que hasta podría lograr que se acostumbre a que le diga mamá.

 

—¡No, Raiden! —mencionó Yuzu apartándose de él.

 

El hōkō levantó la vista confundido, aún con la cabeza del muñeco que había arrancado hace unos instantes entre los dientes. Por más que ya hubiera crecido, cada tanto le gustaba masticar alguna cosa, y en esta ocasión fue el muñeco de su hija. Tendría que conseguir otro para que fuese Naraku la próxima vez que jugaran.

 

Intentaron que Raiden devolviera el juguete, pero ya era inútil y estaba destruido. En aquel instante, un par de personas entraron en el cuatro. Inuyasha ni siquiera se levantó del suelo donde estaba jugando con su hija, no era necesario.

 

—¡Princesa! —exclamó Aya viendo a la niña allí.

 

—¡Al fin la encontramos! —dijo de igual forma la otra gemela, quien, por alguna razón, apareció con el cabello empapado y cubierta de barro.

 

—Ya me preguntaba dónde estaban ustedes —mencionó el hanyō observando a las sirvientas recién llegadas—. ¿Y qué pasó?

 

—Inuyasha, nosotras estábamos con la princesa y repentinamente ella desapareció —explicó Aya un poco más aliviada al ver bien a la niña.

 

—Y creímos que quizá había salido —continuó Maya con algo de pena. Así que por eso estaba así de sucia.

 

Inuyasha asintió comprendiendo perfectamente la situación y suspiró ante la torpeza de esas dos chicas. ¿Cómo se les podía escapar una niña de tres años? Realmente no tenía respuesta. Su hija se acercó a él una vez más y lo miró con cierta pena, como si esperase que no estuviera enojado.

 

—Quería jugar contigo —murmuró ella haciendo un pequeño puchero.

 

—Ya, no importa —Hizo un movimiento con la mano restándole importancia al asunto—, pero no desaparezcas así. Asustaste a las chicas.

 

—Sí, perdón… —Yuzu bajó la cabeza y sus orejas blancas también cayeron hacia abajo. Por más que fuera pequeña, también era bastante educada y obediente, Inuyasha sabía que ese gesto no lo había heredado de él, pero agradecía que la niña fuera tranquila.

 

Las sirvientas se sintieron mal por hacer que la pequeña princesa se disculpe, pero tampoco podían negar que era muy tierna. No querían que nada malo le pasase, sus señores les habían confiado el cuidado y la protección de ella, por lo que debía demostrar que estaban a la altura de la misión. Más allá de eso, Yuzu era muy adorable y se hacía querer por más de uno allí en el palacio.

 

Hubo un instante donde la niña levantó la cabeza muy atenta, como si escuchase algo que le desconcertaba, y corrió hacia la puerta de la habitación. Inuyasha no la siguió, porque él también sabía qué era lo que ella oyó y lo comprobó cuando vio a Sesshomaru ingresando a la habitación. Su hermano tomó a Yuzu en brazos y sonrió completamente feliz de verlo, algo que siempre era interesante de ver. Sesshomaru tenía un cariño por su hija que resultaba difícil de explicar. Era una devoción y una entrega absoluta, además que ella lo adoraba con locura. Por más temible que fuese ese yōkai, la pequeña niña que cargaba en sus brazos era invaluable para él, la luna de su cielo y seguramente el único ser en esa tierra, además de Inuyasha, a quien demostraba afecto.

 

Al ver a Sesshomaru allí, inevitablemente recordó que no fue a reunirse con él como acordaron debido a que su pequeña hija le tomó desprevenido y no pudo dejarla.

 

—No me veas así —dijo Inuyasha sabiendo en qué pensaba su hermano—. Tu hija me secuestró aquí.

 

—¡Estábamos jugando! —informó Yuzu muy contenta—. Ven a jugar, papá.

 

Sesshomaru no dijo nada al instante, pero comprendió perfectamente la situación. No planeaba realizar ningún regaño, pero sí le interesaba saber qué ocurrió.

 

—Lo haremos después —contestó y la pequeña lo miró muy decepcionada.

 

—Anda, ve con Aya a comer algo —dijo Inuyasha, pero su hija negó con la cabeza y se abrazó más a Sesshomaru.

 

—¡No! —espetó apretando la ropa de su padre.

 

—Ya, enana, no te pongas caprichosa.

 

—¡Me quiero quedar aquí! —Yuzu miró a Sesshomaru, esperando que él le dijera permiso para quedarse—. Papá…

 

Por más que pusiera esa carita lastimera, Sesshomaru era un poco más fuerte que Inuyasha para soportarlas o al menos no parecía verse afectado totalmente. El yōkai acarició la cabeza de su hija y le habló con tranquilidad.

 

—Más tarde nos veremos —dijo—. Quiero hablar con tu madre ahora.

 

Eso entristeció mucho a la niña, pero finalmente aceptó. Sabía que esas palabras eran definitivas y debía acatarlas. Un poco a regañadientes se bajó de los brazos de su padre y tomó la mano de la sirvienta para que ella, junto con su hermana, la guiaran a tomar alguna merienda. Hubiera preferido hacerlo con sus padres, pero éstos siempre tenían que conversar cosas que no le contaban. De todas formas, cuando tuvo la comida se olvidó por completo de su molestia.

 

Dentro del cuarto, Inuyasha y Sesshomaru habían quedado solos, pero en el ambiente había algo raro y sin duda era la forma en qué ese hanyō le miraba. ¿Qué había hecho para que Inuyasha estuviera enojado repentinamente?

 

—Odio que me llames madre —dijo lo que le molestaba cruzándose de brazos y apartando la vista de ese imbécil.

 

—No te molesta que Yuzu lo haga —recordó Sesshomaru acercándose un poco a él.

 

—¡Eso es diferente! —espetó clavando los ojos fieros en su hermano—. Ella es mi hija y… quizá lo olvide cuando crezca.

 

—No creo que pase.

 

—Cállate, idiota —En momentos como este se preguntaba cómo había terminado con ese estúpido. ¿Amor? Ah, claro. Aunque en esos instantes deseaba más arrancarle la cabeza que otra cosa—. ¿Y qué mierda quieres? Esta madre no tiene todo el día.

 

Por más que lo haya dicho con sarcasmo, tampoco le gustaba llamarse a sí mismo de esa forma ni en chiste. Suspiró inconforme y esperó que Sesshomaru le diga qué asunto debían tratar. Lo vio aproximarse un poco más a él y, no supo por qué, su furia disminuyó al tenerlo cerca.

 

—Hoy hay luna nueva —dijo simplemente Sesshomaru, pero eso fue suficiente para que Inuyasha entendiera y guarda silencio.

 

Claro que él sabía en qué día del mes estaban y que esa noche no habría luna, por lo tanto volvería a transformarse en humano y su hija también. Suponía por qué su hermano se lo venía a recordar, para que Yuzu lo supiera y le hablaran al respecto. La niña nunca había permanecido despierta para apreciar el cambio, siempre caía rendida por la falta de energía, pero ya estaba mucho más grande y quizá podría resistirlo.

 

Lo mejor era hablarlo, Inuyasha lo sabía, pero no era tan fácil. Debía explicarle su real naturaleza a su hija, que ella era un hanyō, que ambos lo eran, pero eso le preocupaba. Durante toda su vida, había sufrido mucho por su condición de mestizo. Los años de maltrato, tanto por demonios y por humanos, seguían grabados en su memoria. La mayor parte de su existencia había estado cubierta por un amargo desprecio por parte del mundo entero, incluso por aquel que hoy estaba a su lado. Recordar esos momentos le dolía y prefería no hacerlo. Ahora tenía una vida diferente, tanto que incluso Sesshomaru no lo veía como un híbrido que sólo representaba deshonra, pero jamás podría olvidar todo el dolor de esos años oscuros.

 

No quería que su hija sufriera como él, no permitiría que eso sucediera, pero eso no significaba que fuera a ocultarle lo que realmente era. Yuzu era una niña buena, amable, quien recibía mucho cariño por sus padres y por toda la gente del palacio. Nadie maltrataba a su hija, ella no sufría ninguna discriminación, pero quién garantizaba que siempre fuese así. Inuyasha protegería a su hija hasta la muerte, pero temía alguna vez no poder hacerlo y que ella sufriera tanto como él lo hizo.

 

Quizá Izayoi tuvo los mismos pensamientos con respecto a él antes de fallecer, que no quería que la pasase mal, pero ella, por más que lo hizo todo y le dio los momentos más felices de su infancia, no pudo evitarlo. ¿Y si Inuyasha tampoco podía evitar que lastimasen a su pequeña? ¿Que alguien la maltratara por su naturaleza? No, eso no podía pasar. Jamás lo permitiría y sabía que Sesshomaru tampoco. Él lo veía en los ojos de su hermano, quería a la niña y la protegería de la misma forma. Confiaba en él. Algo que lo diferenciaba de su difunta madre, era que Inuyasha no estaba solo. Desgraciadamente, Inu no Taisho no pudo acompañar a Izayoi cuidando del bebé que ambos tuvieron, pero Inuyasha tuvo una suerte diferente. Él tenía a Sesshomaru, se tenían el uno al otro, y la tranquilidad que generaba ese lazo que compartían no tenía nombre.

 

—¿Crees que lo tome bien? —preguntó deseando saber la opinión de su hermano.

 

—Es inteligente —aseguró Sesshomaru—. Lo entenderá.

 

Inuyasha asintió estando de acuerdo. Debía confiar en su pequeña también. Ellos la acompañarían en todo momento y le harían ver que no tenía nada de malo lo que ocurría, sólo era parte de la herencia que poseía y eso no tenía que avergonzarse, porque ese rasgo especial la hacía más fuerte.

 

Decidieron que Yuzu pasase la noche con ellos, pero no la dejaron dormirse. Aún el sol no se ocultaba por completo cuando los tres ya estaban reunidos en la habitación. Inuyasha estaba sentado frente a su hija mientras ambos se miraban fijamente y Sesshomaru observaba todo su juego desde la ventana. Con mucha concentración, Inuyasha hacía muecas que la niña intentaba imitar o movía las orejas y Yuzu intentaba seguirlo, como si se tratase de un espejo. La imagen era sin duda hilarante, porque ella aún no podía mover con tanta libertad o rapidez sus propias orejas, cosa que divertía a Inuyasha.

 

—No puedo... —se quejó ella mientras intentaba bajar una sola de sus orejas, pero no lo lograba.

 

—Ya te saldrá —Inuyasha acarició la cabeza de su hija y dio por terminado ese juego. Estaba intentando distraerla para que no se duerma, pero era bastante difícil—. Juguemos a algo más.

 

—No… —murmuró mientras se frotaba uno de sus ojos y bostezaba—. Tengo sueño… quiero dormir.

 

—Aún no, hija, tienes que aguantar un poco.

 

—¿Por qué?

 

—Porque… —Miró de reojo a su hermano mientras pensaba qué decir—. Porque queremos mostrarte algo con tu padre.

 

—¿Qué? —indagó ella nuevamente y se mostró muy curiosa—. ¿Un regalo?

 

—No exactamente… —contestó Inuyasha—. Se trata de un secreto.

 

—¿Secreto? —Yuzu ladeó la cabeza confundida.

 

—Sí, pero debes estar despierta hasta que se haga de noche.

 

—Bien…

 

No pareció muy convencida, pero aun así aceptó. La niña frotó su rostro otra vez queriendo alejar el sueño que tenía y sacudió su cabeza, porque no quería dormirse sin que sus padres le dijeran qué pasaba.

 

Cuando el sol comenzó a bajar más, Sesshomaru se acercó a sentarse con ellos y Yuzu se entretuvo con algunos muñecos hasta que los soltó sintiéndose extraña. Algo raro estaba pasando y miró a sus padres buscando una explicación, pero no le dijeron nada. Las manos le hormigueron de una forma extraña y el corazón le comenzó a latir muy rápido, cosa que la asustó. ¿Qué pasaba?

 

—Mamá… —mencionó de una forma lastimera, como si estuviese a punto de romper en llanto.

 

—No pasa nada —aseguró Inuyasha sintiendo también ese mismo cosquilleo al que ya estaba acostumbrado—, está bien.

 

—Tengo miedo…

 

La niña buscó la mano de su mamá, pero vio cómo las garras de éste comenzaban a desaparecer, cosa que la asustó más. Aunque peor fue cuando vio las pequeñas garras de sus manos desvanecerse y tuvo la extraña sensación que sus orejas se le cayeron de la cabeza, pero comprobó que ya no estaban allí cuando se tocó.

 

—¿Qué…? —Yuzu no terminó de hablar porque cuando alzó la vista se encontró con alguien que no reconoció.

 

La niña gritó asustada y se escondió en los brazos de su papá. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué le había pasado a ella y a su mamá? No le estaba gustando nada de esto y no pudo evitar comenzar a llorar sin entender absolutamente nada.

 

—Está bien, Yuzu —dijo Inuyasha con suavidad tocando el hombro de su hija, quien enterró el rostro en el pecho de Sesshomaru—. Soy yo.

 

Le dolía enormemente ver a su pequeña así, pero no la culpaba. La impresión y la incertidumbre ante lo desconocido eran aterradoras. Inuyasha tragó saliva viendo como su hija, al oír su voz, pareció reconocerlo. Con lentitud, la niña se separó un poco de su padre y le miró.

 

—Ma… ¿Mamá? —preguntó desconcertada y con los ojos aún llorosos. Alzó los ojos para observar a Sesshomaru, quien asintió con la cabeza, confirmándole que era él.

 

—Sí, soy yo —reiteró Inuyasha sin ser capaz de enojarse por cómo le llamó en ese momento.

 

—Tu… Tu pelo —mencionó con dificultad analizándolo. No sólo era eso, ¿dónde estaban sus orejas?

 

—También el tuyo —contestó haciendo que la niña pegase un respingo impresionada.

 

Buscaron un espejo para poder mostrarle y ahí ella apreció todo lo que cambió, pero le costó reconocerse. Su cabello era negro, sus orejas no estaban, los colmillos, la luna en su frente, las garras; nada. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué ella y su mamá estaban así? Pasó un rato mirándose hasta comprobar que realmente era su imagen, pero no lograba comprenderlo.

 

—Mis orejas no están —dijo tocándose la cabeza donde debería tenerlas.

 

—Tienes estas —Inuyasha le apartó los mechones de cabello y la hizo mirarse de costado, mostrándole sus orejas humanas.

 

—¿Qué pasó, mamá? —preguntó finalmente y no obtuvo una respuesta inmediata.

 

Inuyasha suspiró un momento antes de hablar y miró a Sesshomaru como si buscase fuerzas en él. Pensó varias veces cómo decirle eso a su niña, pero no encontraba una forma apropiada o lo suficientemente fácil para que ella lo entienda. Sin embargo, recordó lo que su hermano le dijo. Yuzu era inteligente y comprendería. Así que se armó de valor y se dispuso a contarle.

 

—Esto pasa en las noches como hoy, donde no hay luna en el cielo —explicó mientras su hija lo miraba atentamente—. Durante estas noches cambio así porque soy un hanyō, como tú.

 

—¿Hanyō? —repitió ella sin entender el término.

 

—Significa que por tus venas corren dos tipos de sangre, humana y yōkai —dijo rápidamente, pero luego se arrepintió. Debía ser más simple al hablar—. ¿Recuerdas qué papá es un yōkai?

 

—Sí… —contestó Yuzu aldo dubitativa, pero Inuyasha asintió.

 

—Yo soy un hanyō porque mi madre era humana y mi padre un yōkai, en la luna nueva soy un humano —continuó—. Y tú… heredaste mi misma naturaleza.

 

Guardó silencio luego de decir eso, pero no quitó los ojos de su pequeña, esperando que ella entendiera todo lo que había dicho. La reacción que pudiera tener le preocupaba, pero Yuzu se mantuvo callada y pensativa mirando hacia el suelo. ¿Qué podría estar pasando por la cabeza de esa pequeña? Por más que fuera muy inteligente para su edad, seguía siendo demasiado joven, pero era mejor explicarlo desde una edad temprana. En algún momento, ella lo hubiese descubierto sola.

 

—Somos… —masculló ella alzando la cabeza para ver a Inuyasha—. ¿Somos iguales?

 

Cuando oyó las palabras de su hija permaneció perplejo, pero asintió con seguridad porque esa era la verdad. Ambos compartían esas mismas características que los asemejaba. Yuzu pareció conforme con su respuesta y se volteó a ver a Sesshomaru.

 

—Papá, ¿te molesta? —preguntó mirándolo fijamente mientras se tocaba la cabeza y a Inuyasha se le heló la sangre en ese instante.

 

Dudaba que alguna vez le hablasen sobre ese pasado donde se odiaban a muerte y la opinión que tenía Sesshomaru con respecto a los hanyō. Resultaba muy irónico que su compañero e hija lo fuesen ahora, pero él ya no era así. No pensaba lo mismo y jamás dejaría a esos dos seres que tanto significaban para él.

 

—En lo absoluto —contestó Sesshomaru acariciando el cabello negro de su hija.

 

—Está bien —sonrió ella contenta para luego dirigirse a Inuyasha—. No importa —aseguró ya sin sentirse asustada. Por más que sonase difícil, ella entendió que no se trataba de algo malo—. Mamá sigue siendo mamá y yo sigo siendo yo.

 

La conclusión de su hija le llamó mucho la atención a ambos, pero sin duda le llenó de felicidad, tanto que Inuyasha abrazó con fuerza a su pequeña. Sí, debía confiar en ella. Yuzu quizá no acabase de comprender todo aún, pero alcanzaba con que supiese que todo estaba bien.

 

—Sí, no importa —concordó Inuyasha separándose un poco de ella—. Recuerda que es un secreto, no debes decirle esto a nadie. Sólo es algo entre nosotros tres.

 

Inuyasha ya había perdido la cuenta de cuántos sabían que él se convertía en humano durante la luna nueva, pero sólo eran personas de confianza. Su hija no debía revelar esa noche donde más débil y expuesta podría estar, era necesario que lo aprendiera desde pequeña. Yuzu prometió no decir nada y, cuando se acordó del sueño, quiso irse a dormir. La impresión y el miedo pasaron rápido. Justamente por eso, Sesshomaru estuvo presente, para que su presencia le diera seguridad a la niña, por más que fuese Inuyasha quien le explicaría qué ocurría.

 

Dejaron que esa noche ella durmiera allí con ellos, quienes más la protegerían. Inuyasha abrazó a su hija con la certeza que cuando despertaran todo estaría bien. Jamás fue capaz de dormir esas noches en su vida, pero extrañamente con los brazos de Sesshomaru rodeándole sí podía. Quizá pelearan o se quejase mucho de él, pero no podía negar que ese desgraciado era el único que podía hacerlo sentir a salvo y protegido en sus momentos más vulnerables.

 

Notas finales:

Se me hizo tarde para subir el capítulo. Por falta de computadora y de tiempo para poder leer el capítulo para editarlo, pero finalmente aquí está. Cosas familiares. Espero que les haya gustado.

Nos vemos el sábado.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).