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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

—Mierda… —masculló Inuyasha mientras se limpiaba la boca y rogaba que nadie lo haya visto, pero desgraciadamente no fue así.

 

Un sollozo pequeño le llamó la atención y se fijó que junto a él estaba Raiden. El hōkō lo miraba preocupado e Inuyasha lo entendía, porque él tampoco sabía qué le pasaba. Sin que pudiera explicarse qué ocurría, unas asquerosas arcadas que no pudo retener se agolparon en su garganta. Buscó algún refugio solitario para vomitar y acabó en una alejada parte del jardín privado devolviendo todo el contenido de su estómago con Raiden como único espectador.

 

Estuvo a punto de levantarse, pero esa molesta sensación no lo abandonaba y vomitó una vez más. Rayos, ¿qué demonios pasaba? Respiró con dificultad esperando que esos arbustos que lo ocultaban se hicieran más grandes para que nadie lo descubriera. ¿Qué era eso? ¿Algo de la comida le hizo daño? Posiblemente, pero eso era muy extraño.

 

Cuando creyó estar mejor se levantó con ese sabor amargo en la boca y deseó tomarse un río entero de agua. Su hōkō lo seguía de cerca, como si esperase ver si ya todo había pasado o necesitaba ayuda.

 

—Ni una palabra de esto o te cortaré las colas, sabandija —amenazó y Raiden lo miró con sorpresa, pero aun así asintió. Sabía que podía confiar en él, después de todo esa bola de pelos blanca no le hacía caso a nadie más, pero aun así no se apartó de su lado ni un instante.

 

Inuyasha regresó al interior del palacio mientras pensaba qué podía estar mal, pero nada se le ocurría. Sintió su cabeza más despejada cuando por fin tomó algo de agua y pudo quitarse un poco esa horrible sensación de su garganta. ¿A qué se debía? ¿Tal vez fuese porque ahora estaba comiendo un poco diferente? Varios de los sirvientes le miraban extrañados por las cosas que estaba consumiendo, pero él no creyó que pudiese hacerle daño. Aún recordaba ese día que se comió una cebolla cruda, pero le supo deliciosa y más cuando le puso encima un dulce de naranja, aunque peor fue cuando quiso comerse otra. ¿Eso podría haberle hecho daño? Quizá sí, pero hoy no había comido nada extraño.

 

Aun así, debía admitir que esta vez que vomitó le sorprendió, pero no era lo único extraño. Su cuerpo se sentía más débil, cansado, desde hace algunos días. Los momentos más terribles eran las mañanas cuando se despertaba y el mundo parecía darle vueltas. ¿Qué carajo era eso? Dudaba que una simple comida peculiar le hiciese sentir tan mal. En el momento en que Inuyasha recordó la última vez que se sintió así, tuvo que detener su andar.

 

No, no podía ser eso que estaba pensando. Se vio en la necesidad de sostenerse de la pared y, con algo de incertidumbre, llevó una de sus manos a tocar su estómago. Él no podía estar cargando con otro cachorro… ¿o sí? No, se supone que eso era imposible. Ya llevaban casi cuatro años usando esa maldita funda que impedía que eso sucediera y funcionaba, pero varios recuerdos llegaron su mente en ese instante, lo suficientemente fuertes como para hacerlo dudar.

 

Desde que obtuvieron esa oportunidad para pasar el apareamiento sin probabilidad de cachorros, hacían todo con mucho cuidado. El salvajismo no era oportuno en esos instantes, porque en determinado momento debían separarse para usar esa cosa antes de unirse. Sin embargo, la última vez fue diferente. Inuyasha recordaba haber estado dándose un baño, queriendo aminorar un poco el calor que le aquejaba y además era muy consciente que su hermano lo buscaría en algún momento, pero no se esperó que la impaciencia de éste lo hiciese entrar al baño sin deseos de posponer más el encuentro.

 

Inuyasha se golpeó la cabeza en ese instante sintiéndose un tonto. ¡Debería habérselo sacado de encima! Ingenuamente, pensó que tal vez Sesshomaru sí usó esa funda horrible. Después de todo no se había fijado y el agua de la bañera donde se aparearon no le dejó apreciar si había quedado algo de… ¡Qué hijo de puta, no lo usó!

 

—¡Lo mataré! —espetó molesto apretando sus puños y asustó un poco al hōkō junto a él.

 

Sin esperar más, caminó rápidamente por los pasillos con unas inmensas ganas de querer apretar entre sus garras el pescuezo de ese jodido idiota. ¿Por qué mierda no podía controlar sus instintos? Ahora de nuevo tenían algo y no era por decisión propia precisamente. Estúpido Sesshomaru.

 

Cuando se encontró con su hermano notó que estaba con su hija e Inuyasha se obligó a controlar sus turbulentas emociones. Yuzu ya tenía cuatro años de edad y, por lo visto, se encontraba molestando a su padre en busca de atención. Al verlo, la niña sonrió muy feliz y se acercó a saludarlo.

 

—¡Mamá, viniste! —mencionó contenta—. ¿Podemos salir afuera?

 

Con un poco de esfuerzo, le sonrió a su hija, porque ella no tenía la culpa que estuviera molesto. Respiró hondo y le acarició la cabeza.

 

—Iremos luego —contestó—. Quiero hablar con tu padre, ¿puedes ir a la habitación?

 

Su hija no pareció muy conforme con lo que dijo, pero hizo caso y salió con Raiden. Ella sabía cómo moverse en el palacio, sobre todo en esa ala donde más tiempo pasaban, y tenía la certeza que la niña lo esperaría allí. Necesitaba estar solo con Sesshomaru y conversar con él, y por conversar se refería a matarlo.

 

—¿Ocurre algo? —indagó Sesshomaru acercándose a él.

 

—¿Qué te hace pensar eso? —contestó con exagerado sarcasmo—. Tú dímelo, macho alfa.

 

Sesshomaru lo miró desconcertado al oírlo, pero al instante se acercó a oler su cuello e Inuyasha apretó los dientes mientras sentía cosquillas en su piel. No, ni siquiera eso podía hacerlo sentir menos enojado en ese momento.

 

—Estás…

 

—¡Por tu culpa! —interrumpió Inuyasha antes que pudiera terminar su frase—. ¡Por ti y esos instintos de mierda! No usaste esa cosa y ahora tendremos otro cachorro.

 

Descargó su furia gritándole cuanto quiso, pero su hermano no dijo nada. Sólo esperó hasta que se desahogara y pareció ser así después de unos instantes. Inuyasha no necesitaba que nadie le confirmara que iba a tener otro cachorro, ya había pasado por lo mismo y sabía cómo se sentía. Además, su hermano lo olió y también lo supo.

 

—¿No quieres tenerlo? —preguntó Sesshomaru e Inuyasha gruñó molesto.

 

—Ya está —contestó tajante—. Es mi hijo, él no tiene la culpa de tener un padre estúpido.

 

—No recuerdo que te hayas quejado en el apareamiento, al menos no de disgusto.

 

Ese comentario, dicho de forma tan liviana, le avergonzó y la cara se le puso roja. ¡Claro que no se quejó, si él también estaba poseído por ese maldito celo! En esos momentos nada le importaba, sólo deseaba tener a ese estúpido cerca y dentro. Bien, aceptaba que en parte también era su responsabilidad.

 

—Cállate —espetó sin tener con qué contradecirlo—. Sigues siendo un idiota.

 

Por más que intentó seguir molesto, era inútil. Tendría otro cachorro y debía comenzar a acostumbrarse a la idea. Una vez más, pasaría por el horrible embarazo, el parto, y el cuidado de otro bebé. Al menos, Yuzu ya era más grande, por lo que no se sintió tan nervioso. Ya había pasado por todas las cosas difíciles y cometió varios errores, así que ahora estaba levemente más tranquilo. Sabían qué debían hacer, ya no estaban tan perdidos como la primera vez.

 

Rayos, debían decirle a su hija que tendrían otro cachorro, que ella tendría un hermano o hermana. ¿Cómo reaccionaría? ¿Se pondría feliz o no lo querría? En ese instante fue incapaz de imaginarlo. Sesshomaru pareció notar que estaba levemente inquieto y le acarició el rostro, cosa que provocó que ambos se mirasen. Sin saber por qué, Inuyasha se sintió más relajado.

 

—¿Todo estará bien? —preguntó muy seguro que esa era la sensación que su hermano intentaba transmitirle.

 

Sesshomaru no dijo nada, sólo asintió y se acercó a compartir un beso con él. Eso sí le ayudaba a dejar de estar completamente molesto. Disfrutó cómo la boca de su hermano se templaba con la suya hasta causarle escalofríos. Qué sensación tan maravillosa podía causarle. ¿Cómo no sucumbir durante el apareamiento? Si Sesshomaru apenas lo besaba y él se olvidaba de todo lo que había a su alrededor. Inuyasha deslizó los brazos por los hombros de su hermano y se abrazó a él. No supo cómo definir ese vigor que le recorrió, pero fue suficiente como para que apretase las ropas de Sesshomaru entre sus manos. ¿En qué momento se le escaparon suspiros? Quizá fue cuando sintió esas caricias sobre su cuerpo.

 

No estaba seguro hasta dónde habría llegado, porque la piel le vibró con ganas de algo ilícito, justamente eso que había ocasionado su nuevo problema, pero la puerta se abrió antes que pudieses quitarse alguna prenda. Inuyasha se apartó de Sesshomaru completamente agitado y con la cara hirviéndole. ¿No se supone que estaba enojado y a punto de matarlo? ¿Cómo fue que terminaron así? Maldito Sesshomaru, él y todo eso que le provocaba.

 

—¿Falta mucho? —preguntó Yuzu, quien al parecer no había prestado atención a la escena, porque estaba más preocupada por la tardanza de sus padres y ya se había aburrido.

 

Inuyasha se apretó los dientes intentando recomponerse y miró un momento a su hermano, para luego regresar la vista a su hija. Lo que sea que estuviera a punto de pasar, tendría que esperar. Tuvo que resignarse a ir con su pequeña e intentar dilucidar cómo le daría la nueva noticia.

 

De todas formas, no le dio el gusto a su hija de salir a jugar y Yuzu se sintió un poco decepcionada, pero después ese sentimiento fue reemplazado por intriga. Su mamá se veía algo extraño, callado y tenso, cosa que no comprendía. Ella no dijo nada, pero intuía que estaba pasando algo fuera de lo normal. Inuyasha le dijo que estaba cansado en un momento y le pidió a Aya que la cuidase, cosa que disgustó a la niña. ¿Qué le pasaba a su mamá? ¿Por qué no quería jugar con ella? ¿Será que estaba enojado por algo que hizo? Yuzu no se le ocurrió qué podría haber hecho para molestarlo, por lo que tendría que preguntárselo.

 

Cuando quiso regresar a la habitación a ver a su mamá, las criadas le dijeron que no podía volver porque Inuyasha estaba ocupado con alguien, pero no lo dijeron con quién. Esto ya era demasiado. La niña quería saber qué ocurría y qué le escondían. Su mamá hacía varios días que no salía a jugar con ella, pasaba más tiempo con su padre y no la dejaban saber cuál era el secreto que ocultaban, porque, por más que fuera joven, entendía que todos sabían algo menos ella.

 

Caminó por los pasillos junto con Aya, acercándose a la habitación de sus padres y se preguntó si aún seguirían ocupados, pero alguien más se aproximó a ella.

 

—Princesa —dijo la señorita Satomi haciendo una reverencia pequeña al saludarla—. ¿Cómo está? Veo que ha crecido mucho.

 

Yuzu conocía a esa mujer, ella era médica y cada tanto solía verla, pero de forma esporádica. Sin embargo, la recordaba, pero su presencia allí la intrigó. ¿Será ella quien vino a hablar con sus padres?

 

—Bien —contestó Yuzu luego de saludarla también—. ¿Viste a mi mamá?

 

La pregunta directa de la niña le dejó un poco impactada, tanto que compartió una mirada con la criada y volvió sonreirle a la princesa. A ninguna de las dos les correspondía contarle la gran noticia.

 

—No se preocupe, princesa —aseguró la médica—. El señor Inuyasha se encuentra muy bien.

 

A pesar de oír esas palabras, Yuzu no se sintió convencida. Aun así, no dijo nada, y se despidió de esa señorita para seguir su camino. Ahora quizá le dejasen ver a su madre, ¿verdad? Cuando llegó a la habitación, vio a su padre salir de allí y se quedó observándolo con cuidado.

 

—Papá —lo llamó y la mirada de Sesshomaru cayó sobre su hija—. ¿Qué le pasa a mamá?

 

Era de esperarse que hiciera esa pregunta. Ella era una niña inteligente, quien podía darse cuenta del movimiento peculiar que se gestaba a su alrededor y su curiosidad infantil exigía una respuesta. Sesshomaru acarició la cabeza de su hija, pensando que ya era momento de decirle la verdad.

 

—Nada malo —contestó—. Entra para que lo veas.

 

Abrió la puerta para dejar pasar a su pequeña y que se encontrara con Inuyasha. Por más que ellos supieran que tendrían otro cachorro, debían hablar con la curandera. Ella era la encargada de vigilar y controlar que todo estuviera en orden. La joven prometió volver de la misma forma que hicieron en el anterior embarazo. Prácticamente no les dijo nada nuevo, pero Inuyasha seguía tenso porque no sabía cómo explicarle a Yuzu que tendría un hermano.

 

La niña entró rápidamente exigiendo una explicación de su madre, pero no supo qué decirle a su inquieta hija. ¿Cómo decirle eso a su pequeña? ¿Ella entendería o se molestaría? Aún era un niña, seguramente tendría muchas preguntas, pero intentarían ser lo más claros posible y demostrarle que todo marchaba bien.

 

—Mamá, ¿qué pasa? —dijo Yuzu cuando se acercó a Inuyasha—. ¿Estás enfermo? ¿Por eso no juegas conmigo?

 

Inuyasha parpadeó lentamente mientras miraba su hija y abrió la boca para contestarle, pero ninguna palabra salió. ¿Qué? ¿De dónde sacó esas ideas? Su hija tenía una imaginación muy activa.

 

—¿Qué dices, enana? —mencionó con una ceja arqueada—. No estoy enfermo, lo que pasa es que…

 

Miró un momento a Sesshomaru, buscando un poco de apoyo en él y su hermano se acercó a él, luego de indicarle a la criada que podía marcharse y cerrar la puerta. Era consciente que hablar sobre estas circunstancias era difícil para Inuyasha. Por más que ya hayan tenido una hija, exponer en palabras los cambios a los que se enfrentaba su cuerpo le era imposible. Se sentó junto a su compañero y su hija, dispuestos a conversar al respecto.

 

—No se trata de una enfermedad —habló llamando la atención de su hija—. Tu madre se encuentra bien de salud.

 

Al oír eso, Yuzu sintió cierto alivio, pero aún seguía confundida.

 

—¿Y por qué vino la médica? —preguntó nuevamente, sorprendiendo a sus padres por lo observadora que era.

 

—Es porque… —titubeó Inuyasha—. No me sentí bien, pero no es por algo malo. Es porque yo voy a… Vamos a tener...

 

—Tendrás un hermano —sentenció Sesshomaru al ver que Inuyasha no podía hacerlo y los ojos de su hija le miraron asombrados.

 

—¿Hermano? —repitió ella sin entender. Sabía qué significaba esa palabra, pero no terminaba de comprender qué le intentaban decir sus padres.

 

Inuyasha miró a Sesshomaru un momento y luego sus ojos cayeron en Yuzu. Estaba nervioso por lo que ella fuese a pensar, pero intentarían ser lo más claros que pudieran con ella. Estiró sus brazos para atraer a su pequeña hasta él y le acarició el rostro de una forma cariñosa.

 

—Es verdad —asintió mirándola—. Tendrás un hermano o quizá una hermana.

 

—¿En serio? —preguntó Yuzu aún asombrada—. ¿Y dónde está?

 

Inuyasha sonrió sin poder evitarlo ante la inocente pregunta. Su hija aún era demasiado joven y todos esos temas eran muy nuevos para ella. Colocó una de sus manos sobre su estómago y la niña observó esa acción con curiosidad.

 

—Aquí —contestó—. Aún es pequeño, pero luego crecerá.

 

—¿Ahí? —Arqueó una ceja incrédula y se inclinó un poco hasta colocar la cabeza a la altura del abdomen de su madre—. No oigo nada, ¿cómo puede estar ahí?

 

Un pequeña carcajada se le escapó al oírla y negó con la cabeza. Acarició el cabello de su pequeña y ésta lo miró con el ceño fruncido, como si no lograse encontrar la gracia porque sus palabras habían sido en serio.

 

—Es porque tiene que crecer —reiteró—. Estará dentro de mí hasta que sea suficientemente grande para salir y lo conocerás.

 

—¿Y cuándo será eso?

 

—En algunos meses —Inuyasha recordaba que su hija nació más o menos a los siete meses, pero no estaba seguro si esta vez sería igual—. ¿Qué piensas?

 

Su pequeña puso una mueca pensativa y eso le llamó la atención. No parecía molesta o inconforme, sólo confundida.

 

—Que… no lo entiendo —aseguró ella sin poder imaginarse cómo su hermano o hermana estaría allí dentro y crecería, sin mencionar que no comprendía cómo llegó ahí, pero después lo preguntaría—, pero… quiero que sea un niño.

 

Ese deseo les llamó mucho la atención a ambos. Que ella estuviera sorprendida o que le costase entenderlo, no les parecía extraño, pero sus otras palabras sí les llamaron la atención.

 

—¿Por qué quieres eso? —dijo Sesshomaru intrigado por los deseos de su hija.

 

—Porque yo quiero ser su única niña —mencionó Yuzu muy segura de sus palabras. Si iba a tener un hermanito, que fuese niño, porque ella no dejaría ser la princesa de sus padres.

 

Nuevamente, volvió a reírse por las ocurrencias de su hija. Era una niña algo celosa o eso les demostró, pero no les pareció raro. Ambos también eran celosos, quizá de una forma peculiar, y no esperaban menos de su pequeña cría.

 

Inuyasha estuvo conforme al ver la reacción de su niña. Ella pareció tomárselo muy bien y en los siguientes días estuvo más seguro que así fue. Yuzu se acercaba preguntándole cómo estaba él y su hermanito. Además que le había hecho un millón de preguntas sobre temas de bebés, muchas de las cuales no supo cómo contestar, pero la que no contestaría bajo ningún motivo sería cómo el niño terminó dentro de él. No quería hablar jamás con su hija del apareamiento, quizá cuando ella cumpliera doscientos años pensaría en conversarlo, pero por ahora no.

 

Pasaron algunas semanas donde su vientre prácticamente no creció e Inuyasha intentaba disfrutar ese tiempo antes de ponerse gigante otra vez. Algo que le agradecía a su nuevo cachorro era que no lo estaba molestando tanto con las náuseas, mareos y todas esas cosas. Lo único extraño fue que le generaba ganas de comer cosas peculiares y que bajo circunstancias normales, le parecerían asquerosas. Había desarrollado una fascinación enfermiza por el jugo de limón con sal y siempre le causaba gracia la mueca de asco que veía en los sirvientes cada vez que lo pedía. La hora de decidir la cena siempre resultaba una incertidumbre, porque desde que el joven señor esperaba este hijo sus hábitos cambiaron mucho.

 

—¿Sopa de legumbres? —preguntó Maya cuando oyó eso y miró a su hermana para saber si no oyó mal, pero Inuyasha asintió confirmando que eso dijo.

 

—Sí, tengo ganas de comer eso —dijo alzando los hombros, pero al instante recordó algo más—. Oh, también agreguenle una cucharada de miel.

 

—¿Miel? —Esta vez fue el turno de Aya de alzar una ceja confundida.

 

—Y que le pongan un poco de leche —continuó Inuyasha y sintió que se le hacía agua la boca de sólo pensar en ese manjar, aunque para él lo era—. Y fíjense si hay algunos higos.

 

Aquellos pedidos dejaron sin palabras a las jóvenes, pero no dijeron nada. Debía cumplir las órdenes, por más que fueran tan extrañas y asquerosas. Ellas se retiraron y dejaron que él siguiese paseando con su hija por el jardín. Inuyasha jugó un rato con su niña, dejando que ella corra e intente treparse a los árboles. Hubo un instante donde la pequeña cayó al piso de una forma un poco fuerte y se acercó a ver si se encontraba bien.

 

—Ten más cuidado, enana —mencionó ayudándola a que se levante, pero ella parecía no haberse molestado por el golpe.

 

—¿Podemos jugar a las escondidas? —preguntó la niña.

 

—Bien, pero no vayas a…

 

Tuvo que callar cuando sintió algo extraño que lo alertó y lo obligó a levantarse. Esa presencia, ese olor; ya alguna vez había percibido ese aroma, pero no sabía dónde o quién era. Un escalofrío le recorrió porque no necesitó ver a ese ser para saber que era fuerte. Debía ser un yōkai, pero sería ridículo que alguien los atacara estando en el palacio. Aun así, colocó a su hija detrás de él.

 

—¿Mamá…?

 

—Silencio —ordenó sin quitar la atención de ése que instantes después se hizo presente frente a ellos y la sangre se le heló al verlo.

 

Con una elegancia inigualable, aquel yōkai descendió del cielo y lo que observó le dejó sin palabras. Entre unos ropajes muy elegantes, una figura femenina se manifestó ante él e Inuyasha estaba seguro que no la conocía, pero se le hizo increíblemente familiar. El cabello blanco, esa mirada de hielo, las marcas, la luna en la frente. Por un instante, el reflejo de Sesshomaru se le vino a la mente al observar a esa mujer.

 

Tragó saliva un instante. Sea quién fuese, sin importar a quién se pareciese, no dejaría que le hicieran daño a su hija y tampoco al cachorro que tenía dentro. Su mano se tensó y estuvo a punto de tomar su espada.

 

—¿Quién eres? —espetó con una voz fuerte—. ¿Qué haces aquí?

 

No supo si fue la repentina aparición lo que lo hizo desconfiar o el hecho de no conocerla, pero definitivamente no bajaría la guardia.

 

—Oh, qué particular bienvenida —habló finalmente la mujer con una suave voz—.Tú debes ser Inuyasha, ¿verdad? —Clavó la vista en aquel joven que tenía enfrente y sus ojos se afilaron más cuando notó a la criatura que le ocultaba—. Con que es....

 

—No me has contestado, vieja —interrumpió con impaciencia y la mujer frunció el ceño.

 

—Qué impertinente —mencionó ella cruzándose de brazos—. Tu padre también era así, pero era parte de su encanto.

 

—¿Qué…? —Inuyasha arqueó una ceja al oír esas palabras, pero al instante negó con la cabeza y se dispuso a no distraerse más en esa conversación extraña—. Me importa un carajo, dime qué quieres o te echaré de aquí, bruja.

 

—Eso puedes preguntárselo al desconsiderado de mi hijo.

 

—¿Hijo? —repitió desconcertado.

 

—Sí —informó ella— y he venido a conocer a mi nieta, ya que mi insolente hijo no se ha molestado ni en avisarme.

 

Cuando oyó esas palabras, Inuyasha entendió todo y sintió que, si no estuviera bien plantado en suelo, hubiera caído hacia atrás. ¿Esa extraña mujer era la madre de Sesshomaru? ¿Acaso ese desgraciado tenía madre? Bueno, de algún lado debía haber salido. Sin embargo, Inuyasha se tensó aún más al enterarse de eso, porque no sabía con qué intenciones se presentaba esa mujer o qué pasaba por su cabeza. Sesshomaru era raro y no quería imaginarse cómo sería su madre.

 


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