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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

No dijo nada y esa mujer tampoco lo hizo. Inuyasha simplemente no tenía palabras para expresarse, aún seguía demasiado impactado, pero no por eso significaba que confiara en esa vieja. Por más que fuera la madre de Sesshomaru, ¿cómo podía estar seguro sobre sus intenciones? Inuyasha era muy desconfiado y no pensaba relajarse sin importar lo que diga esa mujer, tenía que proteger a su hija. Tragó saliva antes de decir algo más, pero un destello blanco pasó frente a sus ojos y le dejó perplejo. Su hōkō se paró delante de él, en su forma verdadera, y mostró sus grandes colmillos dispuesto a defender a su amo.

 

Aquel acto lo sorprendió bastante, pero también le alivió. Si esta situación se tornaba peligrosa, Raiden podría llevarse a Yuzu y protegerla mientras él arreglaba los asuntos que esa bruja quisiera tratar. Mierda, en serio era igual a Sesshomaru y eso le causaba desagradables escalofríos.

 

—Qué bestia tan extraña —mencionó ella mirando al hōkō—. Bueno, mi hijo parece encariñarse con cosas raras, es como su padre finalmente.

 

Inuyasha arqueó una ceja al oír eso. ¿Acaso se estaba refiriendo a él como una cosa rara con la que se encariñó Sesshomaru? Vieja hija de puta.

 

—Oye anciana de…

 

—¡Señora!

 

Aquella voz que le interrumpió su insultó lo molestó aún más. ¿Ahora quién carajo venía a molestar? De la misma forma que apareció esa mujer, otra lo hizo. Aquella figura femenina se manifestó y se dirigió a la vieja. ¿Quién demonios era esta chica? ¿Debía pelear contra dos ahora? No tenía ningún problema, no dejaría que vengan a meterse en su territorio o con su familia, sin importar quiénes fueran.

 

Antes que pudiera rozar el mango de su espada o lanzar algún otro improperio, alguien más llegó y esta vez al menos fue un idiota conocido. Sesshomaru se aproximó finalmente e Inuyasha tuvo ganas de decirle dónde carajo se había metido, pero se lo guardó.

 

—Ya venía siendo momento que vinieras a recibir a tu madre, Sesshomaru —comentó esa yōkai con una sonrisa al verlo.

 

—Encontrar tu presencia en estos territorios sin duda es una sorpresa —dijo con los ojos clavados en esa mujer—. ¿A qué has venido?

 

—Querido hijo… ¿Pensaste que no me entero de lo que haces? —Ella acarició el collar que portaba en su cuello—. Sin duda tus decisiones no dejan de sorprenderme. ¿No pensabas avisarme que fui abuela o que finalmente accediste a los deseos de tu padre?

 

Al oír eso, Sesshomaru entrecerró los ojos. Jamás entendería qué tipo de relación compartían sus padres o la clase de confianza que se dedicaron. Ahora, que finalmente tenía un compañero, ni aun así entendía, porque estaba seguro que su relación con Inuyasha era diferente en todos los sentidos.

 

—Nunca lo he hecho y jamás lo creí necesario —aclaró porque, como su madre acababa de decir, ella sabía siempre lo que hacía. Sin embargo, debía asegurarse sus intenciones—. ¿Debo considerar tu presencia como una amenaza?

 

—Ay, Sesshomaru… ¿Cuándo te he causado algún daño? —preguntó con una fingida ingenuidad y no recibió respuesta alguna por parte de su hijo—. No debes preocuparte, estoy interesada en ver de cerca qué tan acertado estuvo tu padre y cuánto has hecho.

 

A pesar que no le agradara totalmente, comprendió que su madre, en esta ocasión, no parecía dispuesta a causar un conflicto aparentemente. Era bastante extraña y siempre lo pensó. Ella hacía lo que deseaba, por más poco sentido que tuviese, y, aunque le costara admitirlo, ese era un rasgo que había heredado.

 

Por su parte, Inuyasha veía esa escena sin comprender nada. ¿Qué carajo quería la vieja? No lo comprendió, pero Sesshomaru no se veía alterado, al menos no mucho, por su presencia. Sin embargo, Inuyasha no se quedaba tranquilo. Por más que su hermano aceptara la presencia de esa mujer, él aún desconfiaba. ¿Para qué aparecía repentinamente? No le agradaba y suponía que él tampoco a ella. Después de todo, ¿no era el hijo de la mujer humana que le arrebató a su compañero? Al pensar en eso, no podía esperar algo bueno.

 

Raiden, a su lado, tampoco parecía fiarse de esa situación y apretó los dientes cuando la vieja se acercó a ellos.

 

—¿No piensas dejar que me acerque? —preguntó ella mientras miraba al hōkō e Inuyasha colocó una mano sobre el lomo del blanco yōkai para que se relajara.

 

—Tranquilo, Raiden —mencionó para que se relajara y el hōkō, algo indeciso, finalmente hizo caso sentándose junto a su amo, pero no volvió a su pequeña forma y no lo haría hasta estar seguro.

 

Inuyasha compartió una mirada con Sesshomaru de reojo y su hermano asintió de forma casi imperceptible. Por más que supiera que jamás los expondría a nada peligroso y le asegurara que nada pasaría, no podía confiarse. Volvió a mirar a esa mujer y se sintió tenso inevitablemente. ¿Qué mierda estaría pensando? Su mirada era tan misteriosa y fría como la del propio Sesshomaru, pero Inuyasha no podía dejar de sentir algo diferente, una astucia que no era capaz de dilucidar completamente. Con lo que no contó fue que su pequeña hija saliera de detrás de él para mirar a esa yōkai.

 

Los ojos de ella se abrieron un poco más al observar a la niña. Así que allí estaba ese ser que su hijo había creado. Vaya, después de tantos años, había pensando que Sesshomaru jamás desearía tener alguna clase de descendencia, pero los instintos habían podido más.

 

—Así que es ella… —murmuró sin dejar de verla de forma analítica y ningún rasgo pasó desapercibido.

 

—¿Eh…? —Yuzu se sostuvo de la ropa de Inuyasha y éste apretó los dientes al oírla. Ella parecía asustada, pero seguramente era porque lo sentía tenso.

 

—Es la madre de tu padre —espetó intentando que su hija perdiese el miedo y no creyera que ahí pasaba algo malo.

 

—Entonces… ¿es mi…? —La niña no terminó la frase. Se enfocó en ver a la mujer y notó que se parecía mucho a su papá, demasiado quizá—. También tienes la luna.

 

Ante eso, la expresión de la yōkai se suavizó un poco. La pequeña era observadora.

 

—Al igual que tú —mencionó reconociendo ese rasgo, algo que le llamó bastante la atención, como otras cosas—. Y esas orejas…

 

—Son como las de mi mamá —dijo Yuzu con una sonrisa. A ella le gustaban sus orejas y creía que las de su madre eran muy lindas.

 

—Es cierto —asintió sin dejar de mirarla y considerar que, a pesar de ser un hanyō, la pequeña tenía un gran parecido con Sesshomaru—. Qué interesante… Eres bastante adorable.

 

—Gracias… —contestó muy contenta por recibir ese halago—. También es muy bonita.

 

Durante esa pequeña conversación, Inuyasha se mantuvo en silencio, pero no dejó que su hija se alejara de él. De todas formas, esa vieja era muy rara. ¿En serio sólo le interesaba saber qué hacía Sesshomaru y conocer a la niña? Le costaba creerlo, pero tampoco podía negar que no sintió malas intenciones en ese instante. Volvió a sentirse tenso cuando los ojos de esa mujer cayeron sobre él. ¿Ella odiaría a los humanos como Sesshomaru en el pasado? ¿Pensaría basura sobre los hanyō? No le extrañaría que fuese así.

 

—Jm… Has crecido bastante —comentó ella viéndolo—. Me recuerdas mucho a tu padre, sobre todo con esa expresión.

 

¿Expresión? Si la estaba viendo de una forma seria y con el ceño fruncido, casi la hubiera atacado si Sesshomaru no aparecía. ¿Será que el viejo era así? Tal vez, quién sabe. Por alguna razón, Inuyasha siempre lo imaginó estoico como Sesshomaru, pero ahora se daba cuenta que se parecía más a su mamá y quizá estuvo equivocado todo este tiempo.

 

—Me recuerdas mucho a tu hijo, ¿le heredaste tu gracia? —Una media sonrisa se formó en sus labios al decir eso. La vieja no le caía bien y no se esforzaría por agradarle, pero ella no pareció molestarse por su comentario.

 

—Lamentablemente no —suspiró ella—. Su comportamiento es más áspero que la corteza de los árboles, no estoy segura a quién salió en eso.

 

No pudo evitar reírse cuando oyó eso. Bien, tal vez podría entenderse con esa anciana mientras siguieran hablando mal de Sesshomaru.

 

El momento, al parecer, se tranquilizó. Raiden vio a su amo más tranquilo y regresó a su pequeña forma, pero no se apartó. Inuyasha se inclinó para sostener a su hija en brazos, quien miraba muy intrigada aún a su abuela, y se aproximaron a Sesshomaru. Alguien que había olvidado fue la otra mujer que había llegado, quien también se acercó e hizo una pequeña reverencia. Lo que llamó la atención de Inuyasha fue que parecía dirigirse únicamente a Sesshomaru.

 

—Hanako —mencionó el yōkai reconociendo a la sirvienta de su madre.

 

—Es un honor verlo una vez más, señor Sesshomaru —dijo ella con sincera pleitesía—. Siento que he sido bendecida con poder verlo nuevamente, agradezco a la Señora por permitirme acompañarla.

 

Sesshomaru no dijo nada ante esas palabras, sólo asintió con la cabeza, pero Inuyasha permaneció mirándola con cuidado. ¿Qué mierda fue eso? ¿Quién era esa chica para hablarle con tanto afecto a Sesshomaru? No lo supo, pero tampoco le agradó. Lo peor fue cuando la vio ligeramente sonrojada a pesar de tener la mirada baja. Eso fue el colmo del desconcierto, pero se guardó sus pensamientos por un rato.

 

Acabaron ingresando al palacio. Yuzu parecía interesada en conversar con esa mujer o aunque sea verla un poco más. Sin embargo, Inuyasha no podía estar tranquilo, menos cuando oyó cómo la sirvienta era reprendida por su señora.

 

—Debes dejar esas ideas de una vez —dijo ella—. Hace muchos años has dejado de ser la criada de Sesshomaru.

 

La joven pareció muy apenada y se disculpó por su atrevimiento. Sesshomaru pareció ignorar ese momento mientras caminaban, pero Inuyasha no pudo hacerlo. ¿Qué carajo acababa de escuchar? Por un instante creyó que oyó mal, pero no se volteó para comprobarlo. Era imposible, sabía que había oído exactamente eso. ¿Qué ideas debía dejar? ¿Que ella había sido criada de ese idiota? ¿Qué era toda esa mierda y por qué se sentía tan molesto otra vez?

 

Una cólera que fue incapaz de describir comenzó a crecer en él, pero Inuyasha hizo su mejor esfuerzo para no exponerla. De todas formas, quería saber qué carajo estaba pasando y lo averiguaría, pero por ahora aguardaría el momento preciso. Casi sin prestar atención, estuvo un rato en silencio mientras su hija conocía a su abuela. Sesshomaru no quiso apartarse tampoco, pero Inuyasha prácticamente no participó de esa reunión. Se perdió en sus pensamientos, dilucidando esa intriga que lo estaba carcomiendo por dentro. Sólo contestaba cuando Yuzu le hablaba o mencionaba algo que tenía que ver con él, pero tampoco se fijaba mucho. Maldita sea esa vieja que lo había venido a joder con su tonta sirvienta.

 

Hubo un instante donde tuvieron que ordenar que preparen unos aposentos para que la bruja y su lacaya pasaran la noche porque, al parecer, no planeaban irse ese mismo día. Eso le dio cierta oportunidad a Inuyasha de cruzarse entre los pasillos con esa chica que miraba tan anhelante a Sesshomaru. No, claro que él no estaba siguiéndola. En lo absoluto. Tampoco iba a amenazarla ni nada parecido. ¿Celos? ¿Él? Qué ridículo. Sólo iba a compartir un par de palabras amables con esa muchacha.

 

—¿Señor Inuyasha? —dijo ella cuando lo vio acercarse y se mostró confundida por esto. Ambos estaban solos en ese pasillo, cosa que le pareció extraña—. ¿Ocurrió algo? Estaba dirigiéndome a ver los aposentos para la Señora…

 

—Sí, sí, lo que sea —interrumpió impaciente. Él no quería ninguna clase de reverencia. Sólo deseaba la verdad, rápida y sin ninguna vacilación—. Dime qué fue eso que la vieja te dijo.

 

Los ojos Hanako se abrieron con una aterradora sorpresa, pero no supo si fue por su interrogante o por la forma en que la miraba.

 

—No entiendo de qué…

 

—Oh, claro que lo entiendes —Se aproximó un poco más a la joven y la observó fijamente para que ésta notara que no estaba jugando—. ¿Qué es todo eso que fuiste la criada de Sesshomaru? ¿Y cuáles son las cosas que debes olvidar?

 

—Y-Yo… —titubeó ella sin saber qué decir y bajó la cabeza apenada—. No… Lo ha malinterpretado…

 

—¿Piensas que puedes tomarme por imbécil? —dijo tajante mientras sentía que esa furia se acrecentaba más dentro de él—. No sé cómo serán tus señores contigo, pero te aseguro que yo no soy nada paciente. Así que mejor habla rápido.

 

No necesitaba decir más para sonar amenazante y lo supo al ver la mueca preocupada de la chica. En ese instante, era incapaz de razonar si estaba actuando bien o no, lo único que quería era oír la verdad de esa niña y ya. No iba a cortar ninguna cabeza… quizá.

 

—Es… Es verdad —contestó finalmente resignada—. Yo, junto con otras criadas, servimos al señor Sesshomaru cuando éste era más joven y aún vivía con su madre —explicó—. Nos ocupábamos de sus necesidades y… cuidábamos de él cuando su señora madre nos lo ordenaba.

 

Cuando oyó eso sintió que algo dentro de él se estrujaba. ¿Qué mierda le dijo esa niña? ¿Que cuidaban de Sesshomaru? ¿Por qué le sonaba tan mal el tono con el que lo dijo? ¿En serio era eso que se estaba imaginando?

 

—¿Qué quieres decir? —indagó sólo para salir de dudas, pero el rostro de la joven se tornó rojo una vez más.

 

—Usted… ya sabe —Apretó los labios sin querer decirlo realmente, pero no hacía faltaba. Ya todo estaba claro.

 

—Vete de mi vista —ordenó apartándose pero dijo una última cosa antes de retirarse—. Y arrancaré tu cabeza con mis manos si comentas esto.

 

Ella sólo asintió y la dejó atrás. Quería estar solo, lo necesitaba. Inuyasha caminó por los pasillos del palacio sintiendo una frustración que por poco le calcinaba desde dentro. El odio que le carcomía era monstruoso, pero no podía detenerlo. Esto que se enteró era demasiado sorpresivo, pero, más que furioso, se sintió como un tonto.

 

¿Cómo no se dio cuenta antes? Era obvio que algo así o similar había pasado. Sesshomaru tenía muchos años más que él, un millón o vaya a saber uno cuántos. Ya se le hacía raro que no tuviese un compañero en todo ese tiempo, pero era obvio que, cuando se apareó con él, no fue la primera vez. ¿Debía enojarse por esto? Tal vez no, pero le era inevitable tener esa desagradable sensación por dentro. Esa sí fue la primera vez que Inuyasha compartió intimidad con alguien y una parte de él suponía que Sesshomaru había disfrutado de ese tipo de cosas mucho antes, pero lo negó. La sola imagen de pensar en ese desgraciado tocando a alguien le enfurecía. ¡Ahora se venía a enterar que se cogió a cuanta puta quiso y encima tenía que soportarla bajo su mismo techo!

 

Tuvo que detenerse un momento y agarrarse de la pared cuando su estómago le dolió. Aquella punzada de dolor fue espantosa, tanto que necesitó tomar aire para calmarse. ¿Qué le pasaba a su hijo? Estaba muy pequeño como para empezar a joderlo. ¿Será que al cachorro no le gustaba que se exasperara tanto? Seguramente ese tipo de cosas no le hacían bien y ese dolor fue un recordatorio para que no olvidase que ahí dentro estaba alguien más. Respiró hondo intentando tranquilizarse y volvió a emprender la marcha a su cuarto. No sintió ningún dolor más, pero estaba cansado y quería alejarse un momento para pensar.

 

Se mojó la cara con agua y corrió el cabello de su rostro mientras daba un gran suspiro. Inuyasha se sentó en silencio dentro de su habitación luego de unos instantes y descubrió que aún no podía dejar de sentirse como un tonto ni mucho menos dejar de estar enojado. ¿Era furia contra Sesshomaru? Indirectamente, aunque tampoco podía estar muy molesto con él por cosas que, suponía, comenzaron incluso antes que naciera. Aun así, seguía con ganas de matarlo, a él y la jodida puta que vino con esa vieja de mierda.

 

Frotó su rostro cansado esperando que esa horrible sensación lo abandonara, pero le era imposible. En ese instante, sus sirvientas entraron buscándolo.

 

—¡Inuyasha! —mencionó Maya—. Al fin lo encontramos.

 

—Repentinamente desapareció —continuó la otra hermana—. ¿Se siente mal? ¿Por qué se retiró a su habitación?

 

No contestó ninguna de las preguntas. Observó con cuidado al par de gemelas y permaneció pensativos. Esas chicas se habían hecho cargo de él específicamente desde el día que llegó. Trataba normalmente con otros sirvientes, pero en ellas dos confiaba absolutamente. Ellas eran sinceras, algo estúpidas, pero amables. No confiaría el cuidado de su hija a nadie más que no fueran ellas, por más despistadas que a veces se comportaban.

 

—Quiero saber algo —dijo Inuyasha llamando la atención de las dos—. ¿Sesshomaru se ha acostado con alguien aquí?

 

Ante esa pregunta, las dos se miraron totalmente confundidas y pensaron que debía ser una broma, pero su señor hablaba muy en serio. ¿Cómo se supone que contestaran eso? Con la verdad, no les quedaba de otra.

 

—Pero Inuyasha… —habló Aya aún algo turbada—. El señor Sesshomaru no ha tenido ningún compañero antes de usted y parece no desear otro.

 

—No hablo de eso —espetó irritado—. Pregunto si se acostó con alguien, de aquí o afuera.

 

Una vez más, ambas hermanas se mostraron desorientadas por sus dudas, cosa que empezaba a molestar más al hanyō.

 

—Si no le importa decirnos —intervino Maya esta vez—. ¿Por qué quiere saber eso?

 

No pudo evitar torcer la boca en una incómoda mueca. ¿Cómo explicar lo que había pasado? ¿Debía explicarlo? Tal vez, si deseaba una respuesta debería hablar. Inuyasha no quería decir en voz alta lo que había pasado y qué era lo que le enojaba. Ese tipo de debilidades eran una gran molestia, pero una vez más se recordó que en ellas podía confiar. Luego de dar un hastiado suspiro, se decidió a hablar.

 

—Es que… —Apretó los dientes sin darse cuenta, era difícil ponerlo en palabras sin sentirse estúpido—. Esa mujer que vino con la madre de Sesshomaru…

 

—¿La señorita Hanako? —preguntó Aya e Inuyasha asintió.

 

—La vieja dijo que fue criada de Sesshomaru y cuando le pregunté me dijo que era verdad —continuó—. Que se ocupaban y cuidaban de él con otras.

 

No quiso decir más y apretó sus manos cuando acabó de hablar, pero eso fue suficiente para que las gemelas entendieran, tanto que dieron un audible suspiro como si al fin comprendieran la situación.

 

—Así que se trataba de eso —comentó Maya pensativa.

 

—¿De qué?

 

—Vera, Inuyasha —comenzó Aya a explicar—. A veces, en familias importantes o acaudaladas, por lo general es normal este tipo de costumbres —Realizó cierta insinuación en esa palabra para que comprendiera que se refería a esos asuntos particulares—. No es con ningún fin matrimonial, simplemente es para satisfacer a los señores y, en el caso de los más jóvenes, instruirlos en ese tipo de cuestiones.

 

—¡Oh, pero aquí nunca sucede! —aclaró la otra hermana.

 

—Así es —asintió luego de oír las palabras de su gemela—. Esa clase de métodos no han sido requeridos por el señor Sesshomaru dentro del palacio. Por lo que no debe preocuparse.

 

A pesar de oír toda esa explicación le supo espantosa. Inuyasha entendía que todo formaba parte del pasado, pero seguía molestándole. No quería pensar que Sesshomaru se había acostado con sus putas sirvientas cuando eran un jodido adolescente y menos deseaba verle la cara a esa muchacha.

 

—¿Preocuparme? —dijo casi riendo con sorna—. Ja, no sean ridículas.

 

En realidad no estaba mintiendo. Él no se sentía preocupado, sólo estaba muy enojado y con ganas destruir algo para ver si así se sentía mejor, pero se abstuvo. Les informó a las chicas que no quería cenar ni que nadie lo joda hasta el otro día. La noche no tardó en llegar para su fortuna y se sintió un poco más relajado, hasta que recordó que debía dormir con Sesshomaru.

 

Ya se habían habituado, al menos Inuyasha estaba acostumbrado a pasar las noches junto a él y, cuando apareciera, no podría evitar decirle todas las mierdas que había pensado. No quería, sería humillante demostrar que sentía celos por lo que éste hizo en el pasado, pero contenerlo le sería casi imposible. Aunque, tal vez, si aguantaba lo suficiente hasta el otro día, tal vez la vieja y su criada se fueran y no las vería nunca más. Eso sería increíble, demasiado, pero quizá estaba aspirando mucho. De todas formas, después pensaría qué hacer.

 

Inuyasha se acostó, pero no durmió y sabía que no lo haría, pero comenzó a sentirse inquieto cuando el tiempo pasaba y seguía solo. ¿Dónde mierda se metió ese desgraciado? Pasaron varias horas desde que el sol había caído y nada. Ni loco iría a buscarlo, no era la perra de ese idiota ni mucho menos, pero seguía sintiéndose intrigado sin poder evitarlo. Por su olfato sabía que Sesshomaru seguía en el palacio, no había salido, ¿pero por qué no venía? ¿Dónde estaba? Más importante, ¿con quién estaba?

 

Se cubrió más con las mantas cuando una desagradable imagen le vino a la mente y la espantó al instante. ¡No, eso jamás pasaría! Si ese idiota llegaba a tocar a esa mujer o alguien más le cortaría los brazos, ya lo había dicho hace algún tiempo. Si le cortó el brazo años atrás, ¿qué le impedía hacerlo de nuevo? Pedazo de hijo de puta, así no le quedarían ganas de ir por ahí acostándose con quién se encontrase.

 

Cerró los ojos mientras acariciaba su vientre que aún era muy pequeño. No quería que su cachorro se sintiese mal por las estupideces que pensaba o por tener un padre idiota, él no tenía la culpa. Intentó relajarse, creyendo que podría dormirse si dejaba de pensar, pero un escalofrío en su espalda lo sacó del sueño que estuvo a punto de lograr. Inuyasha se alzó rápidamente y allí se encontró con Sesshomaru junto a él. ¿En qué momento regresó? No estaba seguro.

 

—Viniste… —murmuró impresionado. Por un momento, tuvo la sensación que su hermano no dormiría a su lado esa noche.

 

—¿Por qué no lo haría? —preguntó enderezándose junto a Inuyasha.

 

—No lo sé… —dijo irritado mientras rodaba los ojos—. Tal vez estabas ocupado.

 

—Así fue —asintió Sesshomaru—, pero ya vine.

 

—Ah… ¿Estabas con tu madre? —indagó de forma distraída.

 

—Lo estaba —contestó—. Y acompañé a Yuzu a su cuarto.

 

—Claro… —Inuyasha se sintió culpable por no acostar a su niña, pero ese día no tenía cabeza para nada—. Así que estuviste con ella y… su sirvienta.

 

En ese instante, su orgullo comenzó a resquebrajarse y definitivamente no podía estar humillándose de una peor forma. ¿Por qué se dejaba llevar por esos sentimientos embravecidos?

 

—Hanako siempre la sigue de cerca —contestó con simpleza.

 

—¿También te seguía? —dijo sin pensar.

 

—¿Qué? —Sesshomaru frunció las cejas sin entender a qué se refería.

 

—Nada… —masculló apartando la vista—. Me dormiré… Haz lo que quieras.

 

Estuvo a punto de regresar a acostarse y acabar con esa tortura que se estaba imponiendo, pero Sesshomaru no se mostró dispuesto a dejarlo. Tomó a Inuyasha del rostro y lo obligó a verlo.

 

—¿Qué ocurre? —dijo de forma exigente.

 

—Nada, idiota —espetó quitándose esa mano de encima

 

—Inuyasha.

 

Al decir su nombre, ambos se miraron y allí supo que no podía mentir. Sesshomaru sabía que algo no andaba bien, que un cosa lo molestaba y no podía ocultárselo. Por más que no supiera exactamente de qué se trataba, era capaz de percibir cómo se sentía su compañero. El lazo que compartían se lo facilitaba.

 

—¿Qué mierda quieres de mí? —mencionó finalmente exponiendo un poco de la molestia que le recorría el cuerpo—. Déjame en paz y vete, quizá esa criada quiere hablar contigo, ya que está tan honrada y bendecida de verte.

 

Aunque estuviera hablando con ironía, era más que obvio que estaba enojado y Sesshomaru arqueó una ceja al oírlo. Ahora entendía un poco más la situación y debía admitir que era hilarante. ¿Su pequeño hermano se encontraba celoso? Al parecer así era. No podía negar que, en ese instante, le pareció algo atractivo.

 

—Es más —continuó Inuyasha—. ¿Por qué no la dejas ser tu criada de nuevo? Seguro que está ansiosa por cuidar de ti otra vez y vaya uno saber qué más.

 

—No deseo algo semejante —comentó, pero eso pareció sólo avivar más la furia de su hermanito.

 

—No parece —espetó con los dientes apretados—. Ya sé. Ve y dile a ella que sea tu compañera y tenga tus crías, seguro está mucho más dispuesta que yo y con gusto será tu puta hembra.

 

—¿Lo permitirías? —preguntó con perspicaz—. Estoy seguro que no.

 

—Eso… ¿Por qué lo dices?

 

—Porque eres mi hermano —sentenció Sesshomaru mirándolo fijamente—. Yo no permitiría que hicieses algo así y tampoco tú.

 

Quiso negar esas palabras, pero no pudo. El maldito Sesshomaru tenía razón. Las palabras que dijo sólo eran expulsadas por esa cólera irracional que crecía en su interior, pero jamás dejaría que ese tonto se fuese con alguien más. Después de todo el trabajo que le costó aceptar esa relación y los sentimientos que tenía por Sesshomaru, no planeaba dejar ir todo tan fácilmente. Si ese desgraciado quería irse con otra persona antes lo mataría y tenía la certeza que su hermano tenía los mismos pensamientos, incluso acababa de confirmárselo de alguna manera.

 

Apretó las manos y torció el rostro en una mueca inconforme. Estaba comportándose como un niño, pero no podía evitarlo.

 

—Bien… —masculló entre dientes y luego miró a Sesshomaru con absoluta seriedad—. Pero más vale que la vieja se vaya y se lleve a la puta esa que se muere porque la toques de nuevo. Te mato si la tocas, Sesshomaru.

 

A pesar que estuviera recibiendo una amenaza, no sintió ningún peligro. Sesshomaru observó el rostro de su hermano, quien intentaba mostrarse serio, pero él sólo pensaba que lucía bien. Tuvo ganas de tocarle el rostro y así lo hizo. Inuyasha no tenía idea lo que provocaba en él. ¿Por qué consideraría buscar a alguien más si no podía sacárselo de la cabeza? Por más que lo haya intentado tanto en el pasado, Inuyasha se había arraigado a él tan fuerte que ya le resultaba imposible arrancárselo.

 

—No me interesa tocar a nadie más —dijo para luego acercarse a Inuyasha y compartir un beso. No recordaba la última vez que se dieron uno, pero no supo cuánto lo necesitaba hasta que finalmente lo obtuvo.

 

Inuyasha no quería dejarse doblegar tan fácilmente, pero los labios de su hermano le obligaban a ceder. En ningún momento del día creyó que eso era justamente lo que necesitaba para sentirse mejor, que Sesshomaru le recordara que sólo lo quería a él y le besara de esa forma impetuosa. Odiaba admitir que el idiota sabía cómo tratarlo y qué decir para que cualquier malestar se le pasase. ¿En qué momento esto pasó? ¿Cuándo Sesshomaru ganó tanto poder sobre él? Ya no se acordaba, pero estaban totalmente entregados el uno al otro y desistir era algo imposible.

 

Continuaron con esos besos cada vez más furiosos. ¿De dónde nacía esta hambre voraz? No sabía, pero Inuyasha quería que Sesshomaru lo volviese a marcar en esta ocasión. ¿No eran compañeros y sólo se querían el uno al otro? Entonces no habría nada de malo en hacerlo. Apenas notó cuándo acabó recostado en la cama y su hermano se colocó encima sin dejar de devorar su boca. Qué importaba lo que haya hecho Sesshomaru antes o cómo se haya instruido para hacer esas cosas. Lo importante ahora era que las hacía con él y solamente con él.

 

—Ah, Sesshomaru… —gimió cuando sintió que su hermano le mordía el cuello y toda su piel le vibró de una forma deliciosa.

 

¿Cómo podía tener esas emociones tan turbulentas? Estar enojado, ligeramente triste, insultarlo, y ahora estar a punto de entregarse entre todas esas caricias. ¿El cachorro lo podría así de inestable? No le sorprendería, aunque tampoco deseaba pensar en eso ahora.

 

Hubo un instante donde ambos se detuvieron y no quisieron moverse o hacer algún ruido, la puerta abriéndose llamó completamente su atención.

 

—Mamá, papá —habló una pequeña vocecita en la oscuridad—. ¿Puedo dormir aquí?

 

Por algunos segundos, Inuyasha permaneció en silencio y se miró con su hermano. A ambos les pesaban las respiraciones y no tenían idea qué tan lejos podían llegar de seguir, aunque era obvio dónde, pero seguía pareciéndole sorprendente. ¿No estaban discutiendo? ¿Cómo es que acabaron al borde del apareamiento? Maldita vulnerabilidad emocional.

 

—Sí… —habló Inuyasha, aunque tuvo que carraspear un poco para que la voz le saliera clara—. Ven, hija.

 

No podía dejar a su niña sola. De vez en cuando, Yuzu quería dormir con ellos. Ya se estaba haciendo más grande, por lo que pasaba la mayor parte de las noches en su habitación, pero a veces solía escaparse a su cuarto. Inuyasha agradeció que no hubiese luz y su hija no viera cómo estaban hace un momento. Sesshomaru se apartó de él finalmente y abrieron las mantas para que la niña se metiese allí entre medio de los dos.

 

—Gracias —murmuró ella contenta mientras se acomodaba para dormir y abrazó a su madre para estar más cómoda.

 

A pesar de no haber concretado eso de hace un momento con Sesshomaru, no se sentía mal. Tener a su hija allí jamás podría molestarle y sabía que a su hermano tampoco.Ya no estaba enojado y, por alguna razón, repentinamente le dio mucho sueño. Abrazó a Yuzu mientras compartía una mirada con Sesshomaru y luego cerraba los ojos. Tenerlos a ambos allí era lo mejor que podía pasarle, pero disfrutó aún más esa noche cuando su hermano los rodeó a él a su pequeña en un cómodo abrazo.

 

Notas finales:

Bueno, al fin me siento un poco más tranquila, pero sigo trabajando mucho. Aun así, me alegra haber llegado hasta acá. El capítulo es tan... No sé cómo describirlo jajaja En un principio, cuando lo escribí estuvo todo bien, pero la primera vez que lo releí me dije "Pero... ¿Qué hice? ¡Convertí a Inuyasha en la Hurrem!" Jajajaja, bueno, ya les había dicho que miraba El Sultán, una telenovela turca, e Inuyasheo a los personajes (El Sultán Sesshomaru, Inuyasha es Hurrem, Kagura es Mahidevran, y así con todos). Todo estuvo bien hasta ahí, pero cuando leí el capítulo me impresioné de mí misma. Aun así, me causa la escena donde habla gentilmente con la sirvienta al Hurrem Style(?

Espero que les haya gustado y nos vemos el sábado a ver qué otras locuras escribo. Muchas gracias a todos los que leen y dejan comentarios. Besitos!


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