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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

La cumbre duró unos exactos tres días, los cuales resultaron agobiantes y largos para más de uno, pero los asuntos importantes finalmente encontraron un común acuerdo. Habría paz, al menos en una parte de esas tierras. Los Señores del Oeste aún sabían que un gran número de obstinados se levantarían en su contra y tampoco descartaban la idea de una traición por parte de aquellos que juraron lealtad. Sin embargo, no era algo que pudieran predecir y, por el momento, debían terminar de cerrar ese acuerdo. Para tal fin, en el palacio se desarrollaría una gran fiesta para concluir esa reunión multitudinaria. Los líderes podrían disfrutar junto a sus familias y cortejos que los habían acompañado, relajándose por fin después de esos días sin descanso.

 

Por su parte, Inuyasha estaba completamente aliviado porque todo esto fuese a acabar pronto. Sólo sería esa fiesta y ya los imbéciles esos se largarían de sus territorios, no veía la hora que eso pasara. Aunque aún faltaba la parte más difícil, pasar horas y horas rodeado de un montón de gente que no deseaba ver y, además, sus propios hijos estarían presentes.

 

Dejó que Aya le recogiera el cabello en una cola alta. Hoy debía estar elegante pero la ropa fina o las joyas no eran para él. Sin embargo, dejó que la chica lo peinara, cosa que ya no le molestaba en realidad. Incluso su cabello había crecido más desde que vivía en el palacio y esas criadas se encargaban de cuidarlo. ¿Será por cepillarlo y lavarlo con esos aceites de olores suaves? Quizá, pero debía admitir que era agradable sentir su cabello mucho más dócil y que ya no fuera un atractivo nido para los pájaros.

 

A alguien que no le gustaba que lo peinen o usar ropas elegantes tampoco era a su hijo. Ryūsei se movió muy inquieto mientras que la sirvienta intentaba terminar de acomodar su cabello y sus ropas. Al niño le molestaba mucho usar esas prendas, eran pesadas y demasiado largas, con eso no podía correr o jugar, pero aun así lo obligaban a llevarlas.

 

—Príncipe, por favor… —pidió Aya mientras intentaba terminar de atar sus ropas.

 

—No quiero usar esto —se quejó una vez más e intentó que ella lo soltara.

 

—Ya para, enano —espetó Inuyasha provocando que su hijo lo mirara y detuviera su berrinche—. Sólo es ropa, no un castigo, así que deja de joder.

 

Ryūsei no se mostró conforme, pero de todas formas le hizo caso a su madre. Frunció los labios molesto mientras dejaba que la joven terminara de vestirlo. No era un castigo, pero la inconformidad que sentía era muy similar. ¿Por qué él debía ir a esa fiesta? No los habían dejado salir de esa parte del palacio durante los días que se hicieron las reuniones, ahora no entendía por qué debía asistir.

 

—Ya está —anunció la sirvienta después de acomodarle el cabello. El joven señor tenía el pelo blanco mucho más largo, el cual hacía resaltar aún más sus facciones y esas marcas de yōkai heredadas de su padre.

 

—Mira —dijo Inuyasha asombrado acercándose a su hijo—. Así de arreglado no pareces mi enano.

 

Aunque intentó hacerle una broma, Ryūsei no sonrió y miró muy ofendido a su madre, pero eso sólo provocaba risa. Ya sabía que el enano no quería ir a una celebración aburrida, ni el mismo Inuyasha estaba muy entusiasmado por asistir, pero era inevitable. Si los otros líderes se presentaban con sus familias, ellos también llevarían a la suya.

 

—Anda —mencionó inclinándose frente a su pequeño y le sonrió para que dejara de estar enojado—. Te prometo que no será tan malo, nos divertiremos.

 

Inuyasha intentó sonar seguro, pero tampoco lo estaba del todo. Esa celebración lo ponía tenso, aunque de hecho así había estado durante todos esos días y más ahora que tendría que estar con sus niños en el mismo lugar que toda esa gente. Nos les quitaría los ojos de encima de todas formas, además estaba Koga —en quien confiaba por más que lo irritara— y Raiden, quienes cuidarían a los pequeños también. No había por qué preocuparse, estaba exagerando. Sesshomaru jamás haría nada que pusiera en peligro a su familia. Debía relajarse y pensar que, cuando más pronto fueran a la fiesta, más pronto terminaría todo ese evento maldito.

 

—Bien… —masculló el niño no muy convencido—. ¿Pero no puedo usar otra cosa? Me tropiezo con esta ropa.

 

—Eso es porque corres en vez de caminar —comentó resaltando lo inquieto que era ese niño. Acarició ese pequeño rostro que se parecía tanto al de Sesshomaru—. Trata de estar tranquilo —pidió con la atención de su hijo en él—. Sé que es una molestia, pero hay que quedar bien frente a esos bastardos.

 

Sus palabras sacaron una risa de su pequeño y éste asintió. Tal vez debería medirse al hablar con su hijo para que éste no repita sus formas de hablar, pero siempre lo olvidaba. Sin embargo, Ryūsei parecía divertirse mucho cuando lo oía maldecir. Estuvo a punto de acariciarle el cabello, pero se abstuvo para no despeinarlo, aunque sería el mismo niño quien lo haría en algún momento.

 

En ese instante, a la habitación entró su hija mayor e Inuyasha permaneció mirándola impresionado. Vaya, qué bella estaba su niña. Yuzu se había colocado un kimono de un azul muy claro con algunos detalles en flores. La seda de la ropa quedó maravillosa en ella. Incluso su cabello recogido tenía algunos adornos y las orejas perrunas se mostraron altivas sobre su cabeza. Realmente se veía muy bella.

 

—Llegó la princesa —dijo acercándose a su hija y ésta se sonrojó un por su comentario.

 

—Es demasiado, ¿verdad? —preguntó alzando las mangas amplias del kimono—. Le dije a Maya que no me quedaría bien, pero…

 

—Cálmate —la interrumpió—. Luces muy bien.

 

—Sí —asintió Ryūsei—. Si no fuera por las orejas no te reconocería.

 

Yuzu miró de una mala forma a su pequeño hermano e Inuyasha no pudo evitar reírse. Sus pequeños se quería bastante, pero también solían molestarse. ¿Habrán copiado ese comportamiento viendo la relación de él con Sesshomaru? Creía que no, aunque tampoco podía negar que eran una pareja peculiar en muchos sentidos.

 

Ya se había acostumbrado totalmente a esa vida que tenía. Desde de esos años junto a Sesshomaru y con dos hijos debía haberlo aceptado como mínimo. Ellos eran compañeros, pero compartían mucho más que lo simplemente estipulado de los enlaces yōkai. Su relación, la entrega, y la forma en que convivían; todo era atípico, pero no les importaba. Ellos se amaban y era lo único que interesaba. Quizá fuese extraño, pero tenía la idea que eso los hacía más fuertes. Tenían una unión que no se comparaba con nada existente en ese mundo demoníaco, pero no les importaba. Todo lo contrario, de esa forma era cómo les gustaba vivir.

 

Se retiró finalmente con sus hijos para dirigirse al gran salón donde se haría esa fiesta y allí se encontraron con Sesshomaru. Éste los miró de una forma suave, con orgullo en sus ojos. Esa era la familia que habían construido, la cual les hacía felices todos los días.

 

Una de las partes más engorrosas de esa velada era tener que socializar. Era un fastidio tener que escuchar los comentarios y halagos de todas esas personas. Sin mencionar las presentaciones infinitas, había quienes no se detenían hasta que cada miembro de su familia los saludase e Inuyasha no sabía cómo cortar esas conversaciones de una forma cortés. Había aprendido mucho junto a Sesshomaru, pero le era imposible ser amable en momentos así. Estaba acostumbrado a decir lo que pensaba y no podía evitarlo. No era como su tonto hermano, quien parecía estar muy habituado a todo ese tipo de protocolos.

 

Inevitablemente, también debieron presentar a sus hijos, sobre todo a aquellos que no los conocían y muchos lucieron impresionados al ver a los príncipes. Yuzu contestó con mucha cordialidad cuando le hablaban, ella era muy educada a pesar de ser joven, una actitud que había adoptado de Sesshomaru probablemente. La niña sonreía y hablaba con una dulce delicadeza, cosa que llamaba la atención de todos los que se acercaron. Ella se comportaba como una verdadera princesa, cosa que evidentemente muchos cumplidos destacaron. Ryūsei estaba un poco más callado y mucho no conversaba cuando se dirigían a él. Aún era pequeño y le aburrían este tipo de cosas, pero seguramente cuando fuese más grande se adaptaría como su hermana. Hacía muy poco que el niño había empezado a tener lecciones y entrenamientos, pero cualquier cosa que representara estar quieto demasiado tiempo era una molestia para Ryūsei.

 

—¿Podemos ir a jugar? —preguntó repentinamente mirando a sus padres para pedir permiso.

 

Inuyasha miró a Sesshomaru un momento y éste no realizó ninguna señal que se le hizo negativa. Por su parte, él no tenía problema en dejarlos irse.

 

—Pueden —dijo finalmente—. Vayan a molestar a Koga un rato.

 

El niño sonrió cuando obtuvo el permiso y se apartó de ellos para ir a buscar al lobo. Raiden lo siguió en ese instante y Yuzu también estuvo a punto de hacerlo.

 

—Veré que no haga ningún desastre —mencionó ella antes de retirarse e Inuyasha no pudo evitar sonreír mientras la veía irse.

 

Por alguna razón, a pesar que Yuzu apenas tenía diez años, ella se sentía mayor y responsable por su hermano. Era una niña muy peculiar, pero sin duda hermosa.

 

—Es muy responsable —comentó Inuyasha mirando en dirección hacia donde sus hijos se marcharon.

 

—Ha aprendido bien —Sesshomaru asintió concordando con su hermano.

 

—Nuestra hija es igual de aburrida que tú —bromeó mirándolo con una media sonrisa dibujada en sus labios.

 

—¿Debo suponer que Ryūsei es quien se parece a ti? —mencionó pensando que resultaba extraño que el yōkai fuese quien era más similar a Inuyasha en carácter y su pequeña hanyō tuviera algunas actitudes suyas.

 

—A él tampoco le gusta estar quieto —meditó y Sesshomaru le dio la razón, aunque esto probablemente se debiera a que Ryūsei era un niño y se aburría fácilmente. Quizá cambiara cuando creciera. En ese instante, Inuyasha recordó algo que había olvidado decirle a Sesshomaru y sonrió al pensarlo—. ¿Sabes qué me dijo cuando volvimos de la campaña? —Su hermano lo miró con intriga, esperando a que continúe—. Dijo: “Cuando sea grande quiero ser tu compañero.”

 

Una pequeña carcajada se le escapó al recordar aquel momento. Su niño tenía una imaginación algo extraña, pero sin duda le causó mucha gracia y le pareció adorable ese pedido. Pensó que Sesshomaru también creería lo mismo, pero no vio eso en su rostro, cosa que le confundió.

 

—¿Por qué dijo eso? —indagó mirándolo con los ojos entrecerrados.

 

—No lo sé —Inuyasha se encogió de hombros—. Es un niño, piensa tonterías todo el tiempo —Al menos, para él era una tontería, la cual estaba seguro que Ryūsei ya había olvidado, pero la forma en que lo miró Sesshomaru le daba la sensación que no le agradó para nada lo que le dijo—. ¿Qué? No me digas que estás celoso de tu hijo… ¿o sí?

 

No obtuvo ninguna respuesta y lo único que pudo hacer fue reír. ¿En serio Sesshomaru estaba celoso? ¡Esto era muy divertido! No podía creerlo y de un niño de cinco años, que además era su hijo. Sin duda su hermano era un estúpido y celoso psicópata.

 

—No debe pensar en esas cosas —sentenció el yōkai e Inuyasha rodó los ojos al oírlo.

 

—Sólo es un niño —recordó nuevamente—. Pasa mucho tiempo conmigo y no sabía qué estaba diciendo.

 

—¿Y qué le dijiste?

 

—Que no podía serlo porque ya tenía un compañero —contestó Inuyasha acercándose un poco más—. Se lo expliqué y él lo entendió. Ya deja de preocuparte y no estés celoso de nuestro hijo.

 

—Ridículo —aseguró reafirmando que no eran celos, sólo le había llamado la atención esas palabras de su hijo, aunque debía admitir que sí tenía mucho cariño por su madre—. Pero es un hecho que lo consientes demasiado.

 

—Sí, como si tú no lo hicieras —espetó un poco enojado y finalmente bufó sin comprender cómo algo que se supone debía ser gracioso se convirtió en eso. Maldito Sesshomaru aburrido—. No sé por qué jodes tanto —dijo cruzando los brazos dentro de sus mangas—. No es como si Ryūsei estuviese esperando crecer para matarte y derrocarte, y así quedarse conmigo.

 

Había dicho eso con mucho sarcasmo, pero la forma en que lo miró su hermano idiota le demostró que en verdad lo estaba pensando.

 

—No pasará, Sesshomaru —aseguró sin creer que hiciera falta.

 

—Lo sé —concordó finalmente. Su hijo no podría hacer algo así. Era muy pequeño aún. No quería imagina cuando perdiera esa dulce inocencia que le caracterizara, menos que se pusiera en su contra. Confiaría que así no sería.

 

—No olvides que él también te quiere —mencionó Inuyasha con certeza porque era consciente de lo mucho que sus hijos amaban a su padre y deseaban estar a su lado tanto como con él. Tener este tipo de discusiones era algo tonto.

 

Su conversación no duró mucho más porque otras personas se acercaron a hablarles. Todo estuvo bien, hasta que Inuyasha notó cómo un considerable grupo de féminas se aproximaban a Sesshomaru con exagerada pleitesía. ¿Qué les pasaba? Tanta amabilidad le pareció exagerada. Esas sonrisas, las formas en que se acercaban y los halagos que le regalaban a su hermano idiota. Malditas putas, ¿por qué siempre se encontraba con estas que parecía desesperadas por colgarse del imbécil? ¿Acaso no veían que él estaba ahí? Tuvo grandes deseos de matar a más de una esa noche.

 

Por supuesto que se hizo notar junto a su hermano idiota y recibió algunos halagos también, pero eso no le importó. Con acidez, las echó de forma sutil y esperó que no pensaran en volver a acercarse.

 

—Qué simpáticas —mencionó con ironía mientras se volteaba a Sesshomaru—. ¿Te acostaste con alguna de ellas mientras vagabas por el mundo?

 

No recibió una respuesta instantánea y eso le molestó más. Sesshomaru notó que estaba celoso, pero no iba a admitirlo. Pensar cuando el imbécil andaba por ahí como nómade haciendo quién sabe qué cosas y acostándose con quien quisiera le molestaba. Aunque no sabía si era necesariamente así, pero tenía una sospecha, por más que Sesshomaru no lo dijera.

 

—Quizá… —dijo Sesshomaru sin darle mucha importancia al asunto—. Cuando rondabas a una sacerdotisa.

 

Al oír esas palabras, un escalofrío le recorrió. ¿Qué tenía que ver eso que le dijo con esas estúpidas? Su hermano era un idiota. En ese momento, Inuyasha no estaba ni cerca de pensar cómo cambiaría su vida, aunque, probablemente, Sesshomaru estaba igual que él. Ellos peleaban a muerte en ese momento y no podían mirarse de otra forma que no fuera con odio, todo lo contrario a como estaban ahora. Vivían juntos, dirigían un imperio, tenían dos niños, se amaban… Rayos, sí que habían cambiado demasiado, pero sin duda fue para bien.

 

—Idiota… —masculló Inuyasha mientras miraba hacia un lado molesto.

 

Un suspiro molesto se escapó de él sin que pudiera evitarlo. Era ridículo sentir celos, pero su relación se había fortificado de una forma que ya era natural para ellos. Ambos eran posesivos con el otro, pero no había nada de qué preocuparse en realidad. Inuyasha no dudaba de su hermano y éste tampoco. Después de todas las cosas que habían pasado, no había manera que llegasen a desistir de esto que tenían. Luego de superar tanta mierda, ¿cómo no querer a ese desgraciado? A veces cuando miraba su cara de piedra se lo preguntaba porque, por más que Sesshomaru siguiese sin mostrar mucha expresión, a él lo miraba con un cálido afecto. Nunca creyó que su hermano lo viese de esa manera ni tuvieran una vida así, pero le agradaba haber continuado con toda esa locura.

 

Hubo un instante donde Inuyasha no notó cuando su hermano se aproximó a él y le acarició la espalda de una forma imperceptible. A pesar de tener esa ropa, un cosquilleo nervioso le recorrió la piel y miró a Sesshomaru sorprendido por sus acciones. ¿Acaso intentaba reconfortarlo y que no estuviera molesto? Quizá. Si estuvieran solos, resolverían esto fácilmente con algún contacto más profundo, pero debían abstenerse en esos momentos en público.

 

Ojalá se habrían besado, ambos tuvieron muchas ganas de hacerlo, pero se apartaron cuando alguien más se acercó y, al ver de quién se trataba, la intriga creció en ellos.

 

—Mis señores —mencionó aquel hombre haciendo una reverencia—. Es un placer estar en esta velada con ustedes luego de acabar los tratados.

 

—Disfrute ahora que ya acabó, Hisao —dijo Inuyasha sin saber cómo recordó el nombre de ese tipo. Durante esos días se aprendió el de varios en realidad. Aunque no pudo evitar fijarse en el otro sujeto frente a ellos, quien les miraba de una forma muy intrigante.

 

—Así será —asintió y luego señaló con suavidad al hombre a su lado—. Quiero presentarles a mi señor Eiji, señor de las Islas del Sur y líder de los tigres del mar.

 

Sin poder evitarlo, Inuyasha y Sesshomaru compartieron una mirada asombrados por esa revelación. Hasta donde sabían, el líder de los Suiko no podía presentarse debido a un impedimento resultado de la repentina muerte de su padre. ¿Qué había pasado que ahora estaba ahí?

 

—Me honra estar en su presencia y finalmente conocerlos —dijo el tal Eiji con una voz grave y profunda, sumamente tranquila—. Lamento no haber podido participar en la cumbre, pero no quería dejar pasar esta oportunidad de ver a los Señores del Oeste.

 

En un principio, no supieron qué decir por la sorpresa, pero al instante se repusieron. Por más que fuera inesperado, debían seguir con esas jodidas pleitesías.

 

—También para nosotros es un placer conocerlo —contestó Sesshomaru por ambos—. Mis condolencias por la muerte de su padre.

 

—Le agradezco, señor Sesshomaru —contestó asintiendo—. Ha sido un momento muy duro, pero ya hemos podido resolverlo. Además, Hisao me ha informado que todo acabó de manera favorable en la cumbre.

 

—Por fin acabó —suspiró Inuyasha provocando que ese sujeto le mirara. No supo por qué, pero le parecía algo raro, aunque no se enfocó mucho en ello.

 

—En efecto… —mencionó pensativo mientras observaba a ambos señores, pero al instante pareció dispuesto a retirarse—. Espero que podamos hablar más durante la noche.

 

—Esperemos —dijo Sesshomaru—. Pase una buena noche.

 

Cuando acabaron esa conversación, aquel par de hombres se retiraron y ambos no pudieron evitar mirarse extrañados. Sin duda eso había sido raro e Inuyasha no necesitaba preguntar nada para saber que Sesshomaru pensaba lo mismo. De todas formas, no había razón para enfocarse esos tipos. Si tenían que ser sinceros, nadie en esa fiesta lucía ordinario, así que no podían quejarse.

 

La noche fluyó de una forma amena, por más que sonase inesperado. Aquellos invitados parecían disfrutar la fiesta, la comida y el entretenimiento que allí estaba dispuesto. Por su parte, Inuyasha estaba muy aburrido. Ya no tenía ganas de hablar con nadie más y estaba muy cansado de todas esas cosas protocolares. Se dedicó a comer y que fuese Sesshomaru quien hiciera sociales, aunque lo que no bebió casi fue licor. Apenas tomó unos sorbos y el desagradable sabor le atacó la garganta, aunque debía admitir que después de un rato no sabía tan mal. Sin embargo, sólo tomó poco cuando le ofrecieron y la verdad le dio sueño. ¿Cuándo demonios iba a terminar todo esto? Ojalá que fuese pronto porque ya estaba harto de oír ridículas conversaciones, historias de guerras de hace cientos de años y grandes hazañas de los líderes de las tribus. Al principio estuvo bien, pero después de un rato tanta palabrería lo cansó.

 

¿Quedaría muy mal si se marchaba de forma sigilosa? Tuvo la impresión que sí, pero ya no le importaba. Quería irse, por más que supiera que no debía. No creía que nadie lo extrañara, pero otro pensamiento atacó su mente, el cual le impidió irse. ¿Dónde estaban sus hijos? Ya llevaba un rato sin verlos. Sabía que estaban con Koga aún, además que Raiden los cuidaba, pero le extrañó no verlos. Los buscó, pero su olfato estaba algo desorientada con tanta gente alrededor. ¿Dónde estarían sus cachorros? ¿Acaso ese lobo tonto los habría llevado afuera? Golpearía a ese sarnoso si algo les pasaba a sus niños.

 

Estuvo a punto de ir a buscarlos, pero se chocó de forma inesperada con alguien que le impidió seguir e Inuyasha se sorprendió al notar que era ese raro tigre marino.

 

—Inuyasha —mencionó Eiji al verlo—. Qué placer encontrarlo nuevamente, ¿se estaba marchando?

 

—Ah, no… —contestó mirándolo—. Sólo buscaba a mis hijos.

 

—Oh, los jóvenes príncipes, no los he visto lamentablemente.

 

—Bueno, son niños… —dijo alzando los hombros sin darle importancia al asunto—. Deben andar corriendo por ahí.

 

Quiso retirarse en ese instante, pero no lo hizo porque ese hombre le siguió hablando. ¿Por qué debía ser amable nuevamente y conversar con esos molestos invitados? Ya estaba harto, quería que se largaran de su casa. Sólo un poco más. Tenía que aguantar un poco más y ya. Sin embargo, ese Eiji del Sur le lucía bastante extraño, pero no parecía malintencionado. Le habló de una forma agradable y suave, pero tenía unos ojos oscuros que le miraban fijamente y le incomodaba. Debía admitir que el sujeto era armonioso físicamente. Tenía el cabello muy largo, de ese color verde extremadamente claro, y las pequeñas y brillantes escamas bajo sus ojos, enmarcando sus finas facciones. ¿Atractivo? Sí, quizás esa fuese la palabra para describirlo, aunque del único que solía pensar así era de Sesshomaru.

 

—¿Se ha divertido en la fiesta? —preguntó Eiji queriendo conversar un poco más con él.

 

—Algo —contestó—. No estoy muy acostumbrado a estas cosas.

 

—Entiendo, pero debe acostumbrarse al ser la pareja de alguien tan importante como Sesshomaru.

 

Una mueca de cansancio se formó en el rostro de Inuyasha. Claro que sabía eso, era el único motivo que lo tenía ahí en realidad, soportando todas esas cosas que, para él, no eran más que una pérdida de tiempo.

 

—Sí, aunque él no me necesita para esto —contestó Inuyasha pensando en que Sesshomaru podría estar en esas reuniones sin necesidad que lo acompañe, pero sabía que debía hacerlo de todas formas.

 

—Debo disentir ante su opinión —habló el yōkai llamándole la atención—. Para un líder tener un compañero fuerte es muy importante, es algo que debe decidirse con cuidado, sobre todo cuando uno ocupa un cargo importante.

 

No quiso discutir, simplemente porque no lo deseaba, pero entre ellos las cosas no habían sido así. Todo se había dado de forma muy improvisada al principio, casi caótica, pero ahora había mejorado. Aun así, no iba a explicarle nada de eso a ese tipo.

 

—Supongo —contestó finalmente—. Siempre tuvimos una relación diferente.

 

Y con eso se refería a todo. Desde el principio cuando se odiaban, las luchas, conflictos, contradicciones y demás. Esas adversidades que afrontaron hasta el día de hoy. Nada entre ellos dos había sido típico definitivamente.

 

—Me imagino, sobre todo porque usted es un hanyō —dijo Eiji con calma, pero recibió una mirada fiera por parte de Inuyasha—. No me malentienda, me refiero a que no es algo que se vea continuamente, pero es innegable su fortaleza —Miró con más detenimiento mientras continuaba hablando—. He oído de sus proezas en el campo de batalla y que ha sido un pilar fundamental en el crecimiento de este imperio.

 

Esas declaraciones le sorprendieron demasiado. Sí, reconocía que les iba bien en la guerra y ambos hacían un buen equipo, pero tampoco se creía tan importante. Sesshomaru podría haber hecho eso solo si así lo deseaba.

 

—No es para tanto —aseguró—. Sesshomaru es suficientemente fuerte para lograr lo que quiera.

 

—No lo dudo, pero nuevamente le recuerdo que un compañero igual de fuerte asegura la prosperidad de un reino —Con un movimiento suave, se acercó un poco más a Inuyasha—. Es una lástima que se haya unido a Sesshomaru —mencionó con cierto pesar, pero al instante sonrió—. En caso contrario, me encantaría volverlo mi compañero.

 

Ese comentario le causó una impresión que no supo cómo disimular. ¿Qué mierda había dicho ese sujeto? ¿Acaso eso fue un halago? De ser así, no le gustó para nada.

 

—No creo poder estar con nadie que no sea Sesshomaru —dijo Inuyasha con certeza. Antes de eso amó a dos mujeres, pero definitivamente, ahora, era incapaz de imaginarse con nadie más que no fuera el idiota de su hermano.

 

—Disculpe si lo he ofendido —mencionó Eiji con aparente sinceridad—. Sólo reconozco su fuerza y lo afortunado que es Sesshomaru —aclaró con una sonrisa—. Para un líder es importante tener un compañero con tales cualidades y que sea capaz de dar crías igualmente poderosas.

 

—Sí, bueno… —masculló Inuyasha pensando cómo salirse de esta conversación que ya se había tornado incómoda—. Suerte en… encontrarlo, si es que no lo tiene.

 

—Desgraciadamente no —contestó—. Cuando pase, espero que sea alguien como usted.

 

Una vez más, le desagradó oír ese tipo de comentarios y ya no quiso decir nada. Quería irse, marcharse, así podría dejar de escucharlo diciendo esas cosas raras y que no lo mirase. Tenía algo extraño en sus ojos que era incapaz de descifrar, sin mencionar esa conversación peculiar que estaban teniendo.

 

Estuvo a punto de retirarse, pero una voces lo inmovilizaron. Inuyasha se sorprendió cuando sus niños se acercaron a él llamándolo y los miró bastante desconcertado. Cierto, estaba buscándolos. ¿Dónde se habían metido? Pudo ver a Koga a un par de metros y Raiden se acercó a su lado. Por costumbre, alzó a Ryūsei acomodándolo entre sus brazos y su hija se paró a su lado.

 

—¿Dónde estaban? —preguntó mirando a ambos.

 

—Salimos a jugar afuera —contestó Ryūsei muy contento e Inuyasha suspiró al ver que había acertado.

 

Por un momento, ignoró que ese tal Eiji seguía allí parado y lo veía interactuar con sus hijos. ¿Por qué demonios no se iba?

 

—Con que ellos son los jóvenes príncipes —mencionó él haciéndose notar.

 

Inuyasha se sintió un poco más tenso por tener a sus hijos allí con él y, sin darse cuenta, transmitió eso a sus pequeños. Ryūsei miró con desconfianza a ese hombre mientras apretaba el cuello de sus ropas y Yuzu se acercó un poco más a él.

 

—Madre… —murmuró la niña alzando la vista, como si esperase una explicación de su parte, pero Inuyasha mantuvo su atención en ese hombre.

 

—Él es Eiji de las Islas del Sur —explicó finalmente—. Y sí, son mis hijos y de Sesshomaru. Yuzuki y Ryūsei.

 

Presentó a sus niños, como hizo con muchos allí, pero no le agradó la forma en que ese sujeto los miraba. Incluso pareció que sus hijos estaban tan incómodos como él porque no dijeron nada. Raiden se colocó más cerca de ellos, como si se preparaba para atacar de ser necesario. ¿Acaso al hōkō tampoco le caía bien? Al parecer así era.

 

—No me equivoqué al decir que de su fortaleza sólo podrían descender crías poderosas —comentó mirando a ambos niños y luego nuevamente a Inuyasha—. Siento cierta envidia de la familia que Sesshomaru ha logrado, espero lograr una igual. Con un compañero fuerte, que me dé crías así.

 

Cuando terminó de decir eso, intentó acercarse un poco más e Inuyasha estuvo a punto de ladrarle para que se dejara de joder, pero una mano en su hombro lo detuvo. Cuando volteó a ver, se encontró con el gesto rígido y la mirada helada de Sesshomaru. Éste estaba a su lado, pero sus ojos estaban clavados en el líder de los Suiko de una forma escalofriante. Su hermano estaba molesto y no necesitaba de mucha información para notarlo. Por un instante, a Inuyasha se le cortó la respiración, esperando que ese idiota no planeara hacer nada tonto, aunque eso sería demasiado pedir.

Notas finales:

Bueno... Ayer fue un día extremo donde no pude ni editar ni subir el fanfic. Siento mucho el retraso y espero que les haya gustado el capítulo. Estoy aprendiendo esto de crear OCs, se me hace divertido en cierta forma.

Quiero agradecer a todos los que siguen la historia y me acompañaron desde que arrancamos en mayo. He tenido mis traspiés, pero me hace muy feliz ver lo lejos que llegó. Este año fue raro y caótico, el que viene asumo que será similar, pero con un poco más de locuras agradables. Espero que pasen un buen fin de año y que tengan un buen 2018. Ojalá haya más fanfics de Inuyasha y de tantas otras cosas hermosas. Una vez más, gracias por acompañarme en esta historia que ya está en su recta final.

Nos vemos el próximo año... o la semana que viene, es lo mismo.

Besitos!


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