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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Suspiró con cansancio y se estiró mientras se levantaba de ese lugar en el que llevaba un largo rato sentada. Yuzu sintió un gran placer al estirar las piernas luego que su maestro le indicó que sus lecciones habían terminado por ese día. Esto era una excelente noticia, pero tampoco le molestaba tener que estudiar. Desde los cuatro años había comenzado a tener diferentes tipos de entrenamientos y ya leía y escribía muy bien, incluso sus enseñantes halagaban sus finos trazos al usar los pinceles. Además, había tomando el gusto por la lectura y a veces ocupaba cierto tiempo libre en estudiar un poco más.


Era muy diferente a su pequeño hermanito, quien apenas había empezado a tener algunas clases y las odiaba profundamente. Su madre siempre tenía que estar arrastrando a Ryūsei para que fuese a estudiar y no escapara. El niño disfrutaba mucho más de estar al aire libre o hacer cualquier otra cosa que sentarse a oír cómo alguien le enseñaba cosas aburridas. Ahora, Yuzu sabía que él e Inuyasha debían estar afuera y decidió dirigirse a donde se encontraban. Supuso que su madre debía estar entrenándolo. A su pequeño hermanito le encantaba todo lo que tenía que ver con combate, golpes y fuerza bruta. Por más que era pequeño, tenía muchas ansias por aprender a luchar. Yuzu también recibía esa clase de entrenamientos, pero ella era mucho más medida y estructurada que su ansioso hermano.


Caminó por los pasillos del palacio mientras se reía en silencio al recordar cómo Ryūsei se enfadaba cada vez que ella lo vencía. Era normal, después de todo le llevaba algunos años más y era más grande, pero eso no ayudaba a disminuir la frustración del niño. Siguió andando hasta que sus orejas se movieron alertando un movimiento cerca de donde estaba y se detuvo. No pudo evitar sonreír mientras divisaba a su padre y se acercaba a él. Tenerlos a sus dos padres allí era algo espléndido. Esperaba que no tuvieran que marcharse pronto nuevamente.


—Papá… —dijo contenta cuando llegó hasta él, pero al instante se recompuso e hizo una pequeña reverencia—. Padre.


A veces se le olvidaban sus modales, los cuales llevaba algún tiempo aprendiendo. Cómo debía comportarse y las maneras formales de hablar. Aún era joven, pero debía ser respetuosa porque sus padres eran muy importantes y ella era una princesa, debía comportarse y hacer honor a su título, o al menos eso decían sus maestros. Yuzu sabía que debía hacer caso, por más que su madre fuese un poco la antítesis de la buena conducta y ella, a pesar de su juventud, era capaz de darse cuenta de ello. De todas formas, a veces se olvidaba cómo dirigirse de forma apropiado con Sesshomaru.


Recibió una caricia en su cabeza como contestación y alzó la vista para observar los ojos de su padre. Éste le miraba con cariño y eso la hacía sonreír encantada. Por más que no fuera tan hablador como su madre, a ella le encantaban esos momentos donde Sesshomaru le regalaba una caricia entre sus orejas.


—¿Dónde te dirigías? —indagó finalmente y la niña parpadeó al oír su pregunta.


—Iba a ver a mi madre y a Ryūsei —explicó—. Acaban de terminar mis lecciones.


—Bien —asintió Sesshomaru—. Te acompañaré.


Aquello fue una sorpresa, pero la alegría que le recorrió se manifestó en su sonrisa. Caminó al lado de su padre para salir del palacio y esa expresión no se le borró. Le gustaba mucho estar con él y disfrutaba esos momentos donde pasaban tiempo juntos. A veces era complicado porque sus padres tenían compromisos o esas largas campañas militares, pero ahora dijeron que no volverían a marcharse por un tiempo y eso emocionó mucho a ambos príncipes.


Yuzu le contó a su padre cómo estaban marchando sus lecciones y éste la oyó atentamente mientras caminaban. Fuera de los interiores del palacio, Inuyasha le daba sus propias clases a su cachorro: entrenamiento físico. El niño era ágil y con muchas ganas de aprender, pero sus movimientos eran torpes y apurados. Era normal, tampoco podía exigirle tanto a un pequeño de cinco años, pero se notaba que él deseaba aprender y mejorar, tenía muchas ganas de volverse fuerte. Eso le parecía tierno en cierta forma. Su inquieto hijo era bastante parecido a sus dos padres, siempre ansiando poder y vencer enemigos. No le parecía extraño que dentro de algunos años Ryūsei quisiera ir a alguna campaña militar o exigiera participar de aquellas luchas, pero no quería pensar en eso. Quería que su niño fuese así, pequeño, durante un tiempo más.


Decidió que era momento de parar cuando Ryūsei cayó al suelo nuevamente y respiró agitado. Por lo visto, ya estaba algo cansado. Inuyasha no tenía idea cuánto llevaban allí, pero tal vez fuese momento de parar un poco. Se acercó hasta donde su hijo seguía en el suelo y se sentó a su lado.


—¿Cansado, enano? —dijo de una forma socarrona y el niño gruñó molesto al oírlo.


—No es justo —mencionó Ryūsei alzándose para ver a su madre—. No soy tan fuerte como tú o papá…


El pequeño bajó la cabeza algo deprimido e Inuyasha negó con la cabeza sin poder evitar reírse por dentro al escucharlo. Claro que no, aún era un minúsculo renacuajo, le faltaba mucho por crecer y vivir.


—Ser fuerte no es tan importante —meditó llamando la atención de su hijo—. Quizás algún día te enfrentes con un enemigo que sea más poderoso, ¿entonces tú qué harás?


—Mmm… ¿luchar hasta derrotarlo?


—Es una opción —contestó Inuyasha ladeando la cabeza mientras pensaba qué decirle—. No siempre es importante quién es más fuerte, sino cómo se desarrolla la lucha —En ese instante, recordó un par de ejemplos para demostrar lo que decía—. Sesshomaru era más fuerte que yo y aun así le gané varias veces.


—¿En serio? —espetó muy sorprendido acercándose para oír mejor—. ¿Venciste a papá?


—Claro —aseguró Inuyasha orgulloso—. Hasta le corté un brazo en una ocasión.


—¡¿El brazo?! —Ryūsei miró incrédulo a su madre, pero luego dudó un poco—, pero… él tiene sus dos brazos.


—Eso fue porque luego lo recuperó —contestó recordando ese momento y lo mucho que le costó a Sesshomaru poder regenerar esa parte de su cuerpo. Superó muchas adversidades y ganó mucho gracias a eso.


—¿Cómo fue eso, mamá?


—Bueno, estábamos en la tumba de nuestro padre…


—¿El abuelo?


—Sí, el abuelo —asintió—. Ahí luchamos y yo gané, y lo hice un par de veces más.


—¿Papá nunca te ganó?


—Él cree que sí —Inuyasha rodó los ojos sin recordar realmente cada una de las peleas que tuvo con Sesshomaru, pero éste sí le había dado unas cuantas palizas.


—¡Cuéntame más! —exigió el niño e Inuyasha suspiró resignado.


Cada tanto le hablaba a sus hijos sobre cosas del pasado, las cosas que vivió, pero nunca entraba en demasiados detalles. Conversó un poco más con su hijo, hasta que ambos percibieron que alguien se acercaba a ellos. Inuyasha se levantó mientras Ryūsei corría emocionado a saludar a su padre y hermana.


—¡Papá! —dijo—. ¿Es cierto que mamá te cortó un brazo?


Esa pregunta dejó a Sesshomaru sorprendido y no contestó. Sólo miró a su hijo con los ojos entrecerrados y luego a Inuyasha, porque sólo él podía habérselo contado.


—Ay, no pongas esa cara —espetó el hanyō—. Sólo se lo comenté.


—¿Entonces sí pasó? —indagó el niño nuevamente y miró los brazos de su padre—. ¿Lograste que te vuelva a crecer? Eres muy fuerte.


—Son cosas que ocurrieron hace mucho tiempo —mencionó Sesshomaru consciente que no habían pasado mucho años, pero sí sentía esos acontecimientos como algo lejano.


Inuyasha no dijo nada, pero estaba de acuerdo. Esas cosas parecían haber ocurrido hace más de un siglo, pero eso era porque muchas cosas habían pasado, sobre todo entre ellos. Ahora tenían una vida juntos y muy diferente a la que imaginaron. Tenían una relación, eran compañeros y habían formado una familia. Imaginar algo así pasaría, sobre todo en aquel momento que se llevaban tan mal, era imposible. De todas formas, recordar ese pasado no era algo de utilidad. Cometieron muchos errores y les fue muy difícil llegar al día de hoy, pero finalmente lo habían hecho.


Se acercó a su hija para saludar y le acarició la cabeza. Esa niña cada día estaba más grande, cosa que le parecía increíble. Inuyasha veía a sus hijos demasiado pequeños aún, pero no podía negar que crecían muy rápido.


—¿Qué hacen aquí? —preguntó mirando a Sesshomaru y luego a Yuzu.


—Sabía que estarías entrenando con Ryūsei y mi padre decidió acompañarme —contestó ella e Inuyasha arqueó una ceja al oírla.


—¿Viniste a entrenar también? —preguntó y Yuzu alzó los hombros.


—No lo sé —dijo—. Preferiría hacerlo con ustedes, porque vencer a Ryūsei es muy fácil.


—¡Oye! —se quejó el niño molesto—. No es cierto, mejoré mucho.


—¿En serio? —Yuzu lo miró sin creerle, cosa que enojó más a su pequeño hermano. Ella solía molestarlo a veces, cosa que la divertía mucho.


—¡Te lo demostraré!


Aquella convicción llamó mucho la atención de todos, pero la hermana mayor no rechazó el reto. Ambos se alejaron para comenzar un combate bajo la atenta mirada de sus padres. Inuyasha solía verlos luchar de vez en cuando y Sesshomaru también. Les interesaba que sus hijos sean fuertes y progresen, pero sabían que estaban haciendo un buen trabajo y ahora estaban interesados en observar.


Como él fue quien propuso ese combate, Ryūsei decidió que debía ser quien comenzara. Su hermana siempre esperaba a ver qué haría y se movía con suavidad, como si el viento guiara sus ataques, pero debía recordar lo que su madre le dijo, que la cantidad de fuerza no siempre definía una lucha. Yuzu esquivó con mucha facilidad los zarpazos que Ryūsei intentaba acertarle, pero hubo un instante donde logró burlarla y uno de sus golpes de verdad la alcanzó. Eso llamó bastante la atención de todos allí y la mirada asombrada de su hermana subió mucho el ego del joven yōkai.


Eso sólo fue el comienzo. Yuzu no planeaba dejarse vencer y sabía que su pequeño hermano tampoco. ¿En qué momento el enano había practicado tanto? No sabía, pero era cierto que mejoró. Sin embargo, no era suficiente para vencerla aún. No necesitó de mucho esfuerzo para vengarse, pero debía admitir que Ryūsei estaba avanzando mucho. Tanto Inuyasha como Sesshomaru lo notaron también.


En ningún momento habían hecho distinción con sus hijos porque ella fuera hanyō y él un yōkai. Ellos ignoraban totalmente ese detalle y sabían que no significaba nada. Sólo fue una casualidad que ambos nacieran con esas características. Sin embargo, sabían que al crecer Ryūsei podría adoptar otras características heredadas de Sesshomaru y típicas de un inuyōkai. Poco a poco, debía ir hablando de eso con su niño, pero no creía que esos detalles generasen discordia entre los hermanos. No querían que pasasen por eso, por esa misma rivalidad y odio que ellos experimentaron. Inuyasha deseaba ver a sus hijos unidos, que su relación estuviera plagada de afecto y no sintieran ninguna clase de envidia por el otro. Su relación con Sesshomaru había sido muy conflictiva y estaba seguro que no quería que sus niños pasaran por algo similar.


Nunca lo habían mencionado con Sesshomaru, pero estaba seguro que éste pensaba igual. Tenían que fomentar que sus hijos tuvieran una buena relación, que se quisieran y no pelearan entre ellos más allá de un entrenamiento. No podía imaginarse un escenario más espantoso que ver a uno de sus hijos derramando la sangre de su hermano. ¿Inu no Taisho habría pensado así respecto a ellos cuando estaba vivo? Probablemente. Él quería verlos unidos y al final así acabaron, aunque al principio no estuvieran para nada dispuestos.


—¡Ah, mis orejas! —espetó Yuzu al sentir cómo su hermano las había herido con sus garras. No se sintió grave, pero esa zona era sensible.


—Oh, lo siento… —mencionó el niño arrepentido acercándose con cuidado a ella para ver si la había lastimado, pero su hermana no dudó en tumbarlo en el suelo y subirse encima para inmovilizarlo—. ¡Tramposa!


—El combate no había acabado —contestó con una sonrisa presumida, la cual sólo aumentó al ver la mirada furiosa de ese niño. Sí le había dolido el golpe, pero no dudó en aprovechar cuando lo vio bajar la guardia.


—Ya es suficiente —intervino Inuyasha para separarlos—. Demasiado por hoy.


—Pero mamá… —protestó Ryūsei luego de levantarse una vez que su hermana lo dejó—. Aún podemos seguir.


—Sí, pero ya se está haciendo tarde —sentenció—. Otro día.


Ambos niños parecieron decepcionados y miraron a sus dos padres como si suplicaran que esos momentos no acabaran.


—¿No podemos hacerlo con ustedes? —preguntó Yuzu.


—Sí —concordó el niño—. ¡Quiero pelear con papá!


—¿Me estás cambiando, enano? —mencionó Inuyasha con una ceja arqueada y sus palabras pusieron algo nervioso al niño.


—Es que él no está siempre… —contestó Ryūsei con cierta duda. Le encantaba entrenar con Inuyasha, pero era algo muy diferente cuando recibía lecciones de Sesshomaru y hacía algún tiempo que no ocurrían.


—¿Por qué no hacen lo mismo que nosotros hicimos? —sugirió Yuzu pensando que sería justo, ya que ellos los habían visto combatir.


—¿Eh? —espetó Inuyasha con sorpresa por esa propuesta y se miró con su hermano para saber qué pensaba éste, aunque no le importaría pelear con él—. Si no te da miedo…


—Sabes que no es algo con lo que esté familiarizado —contestó Sesshomaru reconociendo cómo su pequeño hermano lo estaba retando y tampoco lo rechazaría.


Una pequeña risa se le escapó a Inuyasha al oírlo y se apartó un poco decidido continuar con ese desafío. En todos esos años donde aprendieron a convivir juntos, también se había acostumbrado a combatir. Las habilidades de Inuyasha, en palabras de Sesshomaru, eran toscas e inmaduras, cosa que, por más que fuera cierta, le molestaba oír. Sin embargo, debía admitir que sus técnicas de pelea cuerpo a cuerpo habían mejorado mucho desde que vivía con su hermano. Aprendió más de lo que se hubiera imaginado junto a ese tonto y ahora ya no era el mismo hanyō débil con el que luchaba en el pasado. Que ese tonto se cuidara si pensaba que esto iba a ser fácil.


Inuyasha se jactaba de ser mucho más fuerte ahora. Era rápido, ágil y no tenía nada que envidiarle a ningún yōkai completo; pero Sesshomaru no tenía ningún reparo en demostrar lo poderoso que era. Sus ojos cayeron en su hermano y una sonrisa se plasmó en su rostro justo antes de lanzarse a ser el primero en atacar. Inuyasha siempre fue muy ansioso y estos momento no eran una excepción. Alzó sus garras y las agitó de forma enérgica, pero Sesshomaru esquivó cada uno de esos ataques sin ningún esfuerzo, cosa que molestó a Inuyasha.


—¿A dónde apuntas? —mencionó Sesshomaru provocando aún más a su pequeño hermano.


—Mierda… —murmuró el hanyō apretando los dientes.


Con determinación y dando un gruñido sonoro, Inuyasha puso más fuerza en su puño, pero sólo impactó contra un árbol, destrozándolo, porque su hermano saltó para evitarlo.


—¿Pretendías herirme, hermano?


Inuyasha se volteó al oír esas palabras y vio a Sesshomaru aterrizando al suelo con suavidad. Idiota engreído, siempre sería igual. A pesar de eso, no supo por qué no podía dejar de sonreír. Esto era divertido. Hace mucho que no luchaban con Sesshomaru y, por más que en el pasado haya sentido mil veces que su vida estaba a punto de terminar por la mano de ese desgraciado, ahora era divertido.


—Ya verás, imbécil —espetó mirando a su hermano con los ojos entrecerrados y una vez más se lanzó a continuar con el combate.


Esto apenas empezaba y no pensaba rendirse. Inuyasha se movió con agilidad y hubo un instante donde logró burlar a Sesshomaru, lo suficiente para que uno de sus zarpazos lo alcanzara e hiciese un tajo en su ropa. Eso estimuló el orgullo de Inuyasha y miró con altivez al yōkai.


—Has mejorado —admitió Sesshomaru.


—Y no has visto nada —dijo arrogante, pero al instante se rió.


—Lo mismo digo, Inuyasha.


Sin decir más, Sesshomaru dejó de esquivar y ahora fueron sus propias garras las que buscaron arremeter contra el hanyō. A Inuyasha aún le costaba un poco seguirle el ritmo a ese tonto, pero sabía que esto también le divertía. Ambos disfrutaban de esos momentos, era como tener otro tipo de intimidad, una forma de descargar energía y relacionarse, la cual les llenaba de regocijo.


Por su parte, los niños no podían dejar de ver a sus padres y a veces les costaba darse cuenta completamente qué estaba pasando. Ambos sabían lo fuerte que era Sesshomaru, pero Inuyasha no se quedaba para nada atrás. Inevitablemente, acaparaban toda su atención, pero también sabían que sus padres se divertían haciendo eso. Para ellos también pelear era muy entretenido, más que nada para Ryūsei, pero Yuzu también gozaba de esos momentos.


Hubo un instante donde Inuyasha se equivocó al pisar el suelo y tambaleó por un segundo, cosa que fue suficiente para que Sesshomaru se aprovechara de su error. Ese idiota sí que era rápido. En un instante, ya lo tenía en el suelo. Inuyasha respiró agitado mientras su espalda impactaba contra el pasto y Sesshomaru le impidió volver a incorporarse, el cuerpo de éste sobre el suyo. ¿Cuántas veces habían estado en una posición parecida? Inuyasha podía admitir que muchas, en combate y fuera de éste también. Una de las manos de Sesshomaru le presionó el pecho, evitando que se levantara, mientras que mantenía alzada su otra garra, tensa como una daga perfecta, a punto de atacarlo.


Permanecieron un rato largo en silencio y sin moverse. Inuyasha tuvo muchas reminiscencias del pasado en ese instante, pero las ignoró al ver los ojos de Sesshomaru. En el pasado, quizá esas zarpas habrían perforado su carne, pero ahora todo era tan diferente. Una de sus manos cayó sobre esa que estaba en su pecho que seguía subiendo y bajando en busca de aire. Los ánimos de ambos se relajaron en ese momento. La pelea había acabado, hacía mucho tiempo acabó en realidad. Sesshomaru se levantó y ayudó a su hermanito a hacer lo mismo, pero sus manos no se separaron en ningún instante. Ya estaban acostumbrados a tener ese tipo de contactos, pero en ciertas ocasiones se perdían en ese tipo de cosas tontas.


—¡Papá! —La voz de su hijo provocó que saliesen de esa ensoñación en la que se sumergieron sin darse cuenta—. ¡Eso fue increíble! También quiero aprender a hacer eso con mis garras.


Ryūsei se mostró muy emocionado por verlos luchar y Sesshomaru posó los ojos en su hijo pensando que aún era pequeño para ciertas cosas, pero tenía muchas ganas de obtener poder. Eso le recordaba un poco a su infancia, cuando pensaba que deseaba ser tan fuerte como el poderoso Inu no Taisho, aunque eso había ocurrido hace muchos años atrás.


—Cuando crezcas tus garras lograrán expulsar su propio veneno —aseguró y el niño lo oyó con atención.


—¿Y también tendré mi cosa peluda? —preguntó señalando su hombro mientras miraba el mokomoko.


—Probablemente.


Ryūsei miró a su padre con los ojos brillantes y con muchas ganas porque todo eso sucediera. Inuyasha suspiró mientras veía a su niño emocionado y sonrió. Para el pequeño, él y Sesshomaru representaban sus modelos a seguir. Era gracioso ver a ese enano con tanta energía y ganas de aprender a pelear, pero aún era un renacuajo, que se dejase de joder.


Ya había sido suficiente por ese día. En otro momento seguirían con esos entrenamientos, pero ya se estaba oscureciendo. Sus cachorros se mostraron hambrientos luego de ese rato que pasaron juntos y devoraron con impaciencia la cena. Habían tenido mucha actividad, por lo que Inuyasha no se sorprendió porque no tardaran mucho en caer dormidos en sus habitaciones. Casi le resultó gracioso ver cómo Ryūsei bostezaba y casi se dormía en la mesa. Sus hijos ya estaban mucho más grandes, pero seguían siendo niños.


Cuando Inuyasha entró a su habitación se encontró allí con su hermano y se acercó a éste, pero al instante se detuvo. Era momento de dormir, pero algo pasaba. Sesshomaru estaba pensativo, pero no como siempre, y no necesitaba que se lo dijera para saberlo.


—¿Qué ocurre? —preguntó acercándose y Sesshomaru se volteó a verlo.


—No es nada —aseguró, pero Inuyasha arqueó una ceja incrédulo.


—Claro… —mencionó con ironía—. Ya dime.


Sesshomaru pareció no estarlo escuchando, pero sí lo hizo. No estaba ocurriendo nada malo, aunque no podía negar que se sentía un poco inquieto.


—Han ocurrido algunos conflictos —dijo finalmente mientras pensaba al respecto.


—¿Y? —espetó Inuyasha alzando los hombros—. No es como si fuera la primera vez.


—Lo sé, pero… —meditó unos instantes, pero no supo cómo explicar lo que pasaba por su mente—. Hay algo extraño.


Sesshomaru no se explicaba qué estaba ocurriendo. Había recibido informes sobre disturbios en los límites de sus territorios causados por tribus que había asistido a la cumbre hacía muy poco. Algo le sabía mal de eso. No encontraba un por qué de esos acontecimientos, ya que no se trataba de algo tan fuerte como para considerarlo una declaración de guerra, pero sí lo suficientemente turbio como para llamarle la atención.


Por su parte, Inuyasha no creía que fuese algo importante. La mayoría que fueron a esas malditas reuniones que organizaron eran unos idiotas y no le parecía raro que ahora estuvieran causando problemas. Suspiró mientras sonreía con confianza.


—No es nada —dijo el hanyō—. Vamos, les damos algunos golpes y solucionado.


Sus palabras sonaron como una broma, pero también las dijo en serio. Un poco de acción no le vendría para nada mal y más si podía patear el rostro de alguno de esos cerdos.


—Eso estaba planeando —contestó Sesshomaru—, pero la luna nueva será pronto.


Al oír eso, sus ánimos fueron reemplazados por una gran frustración. Con la maldita luna nueva sería completamente inútil y no tendría fuerza para golpear a nadie, qué mierda. Un gruñido furioso salió de sus labios en ese instante.


—Oh, es cierto… —espetó molesto—. ¿Irás igual?


—Debo hacerlo.


Por más que las palabras de Sesshomaru sonaban firmes, Inuyasha percibió que aún seguía intranquilo. Era obvio que iría a ver qué ocurría aún si él no lo acompañaba, pero no creía que eso preocupara a su hermano. ¿Sería porque se iba en la luna nueva? Creyó que sí. Durante esa noche, tanto él como su hija perdían sus características demoníacas y Sesshomaru nunca se ausentaba en esas noches, pero tampoco era para tanto. Estarían en el palacio, era imposible que allí ocurriese algo malo y él podría proteger a sus hijos por más que se encontrase solo.


—No pienses tanto —mencionó acercándose un poco más a su hermano y le sonrió—. Vas rápido y regresas, no pasará nada. Estaremos bien, controla tus instintos, macho alfa.


Quiso relajar el ambiente y pareció funcionar. Sesshomaru suspiró en ese instante consciente que su pequeño hermano tenía razón y no quedaba otro camino más que la resignación. No deseó decir nada más, por lo que sólo rodeó a Inuyasha con sus brazos y lo atrajo más hacia él. Quería besarlo y eso hizo. Sólo eso necesitaba.


—Debes prometer que estarás bien —exigió viéndolo a los ojos—. Tú y nuestros hijos.


Una sonrisa se formó en los labios de Inuyasha al oírlo y se deslizó sus manos por los hombros de Sesshomaru para luego abrazarlo con más firmeza.


—Claro, ¿quién crees que soy? —rió para luego suspirar mientras miraba los ojos de su hermano—. También promételo.


Si él exigía su seguridad, también esperaba lo mismo. Sin embargo, esto era algo innecesario. Sesshomaru estaría bien y ellos también, pero decirlo tampoco hacía falta. Volvió a compartir un beso con su hermano y deseó ahogarse en sus labios, entre sus brazos, y que le regalara más de ese éxtasis que sólo su compañero podía brindarle.


Sesshomaru partió al día siguiente y se despidió de sus hijos, quienes no parecían contentos porque su papá tuviera que irse, aunque al menos su madre permanecería con ellos. Yuzu sabía por qué él se quedaba, ella era muy consciente sobre que habría luna nueva. Desde que sus padres le hablaron sobre su naturaleza, ella estaba atenta a esas noches donde sufría aquellos cambios, pero no le asustaba. Era parte de ella, su herencia, y la aceptaba completamente. Aunque la niña se mostró algo sorprendida porque su padre se marchase cuando iba a ser esa noche, pero Inuyasha no se mostró alterado por esto, así que ella también se mantuvo tranquila.


En la tarde del día donde la luna no estaría en el cielo, Yuzu se presentó en la habitación de su madre. Ya no sufría tanto la debilidad que solía aquejar su cuerpo durante esas noches, pero sí estaba casada. Inuyasha se sorprendió al verla allí, pero al instante le dijo que se acercara.


—Madre… —mencionó ella con algo de duda—. ¿Crees que podría… pasar la noche aquí?


Un poco de vergüenza le embargó al pedir eso. Ya no era una bebé, se supone que no debería estar pidiendo algo tan infantil, pero ese día se vio en la necesidad de hacerlo. No se explicaba por qué sería, pero quería estar cerca de Inuyasha y éste no la rechazó.


—Claro que sí, enana —contestó.


En realidad, él también se sentía algo extraño y quizá se debía a que Sesshomaru se había ido. Un par de veces le ocurrió que no se encontraba tranquilo cuando su hermano se iba y pasaba algún tiempo separados. Sin embargo, no podía mostrarse así frente a su hija. Aún debía acostumbrarse a esas noches y no pretendía crearle preocupaciones que no valían la pena. Porque, si ella buscaba su protección en la luna nueva, era porque aún le daba algún tipo de temor o confusión con la que no podía lidiar por sí misma. Su niña era bastante independiente, pero aún lo necesitaba.


A alguien que no esperaron fue a Ryūsei, quien llegó con Raiden en su cabeza, diciendo que estaba aburrido y acabó pidiendo también quedarse allí en la noche cuando supo que su hermana dormiría en el cuarto. Tal vez él no tuviera ningún motivo fuerte y sólo lo hacía por celos, pero compartir su cama con sus dos hijos no era problema para él.


Desde hace algún tiempo, le habían explicado a Ryūsei qué ocurría a su madre y hermana durante la luna nueva. Fue necesario explicarle al niño la diferencia entre hanyō y yōkai, pero para éste no pareció ser algo muy trascendental, aunque sí se impresionó la primera vez que vio los cambios físicos, ahora ya era algo natural. Sabía que él era un yōkai, como su papá, así que no tenía un día en específico donde también sufriera alguna clase de transformación. Eso también explicaba por qué ellos tenían las orejas puntiagudas y no de perros. No significó gran cosa para el niño y pareció entenderlo bien. Ya no se sorprendía al verlos como humanos y esa noche no fue la excepción.


—Mamá, ¿yo no tengo ninguna parte humana? —indagó Ryūsei mientras acariciaba al pequeño hōkō y observaba a su mamá, quien ahora lucía como humano.


—Mmm… No —contestó, pero en realidad no estaba seguro—. Eres un yōkai como Sesshomaru, pero… quizá algo tengas.


Inuyasha pensó en que su hijo tenía sentimientos que se asemejaban más a lo que sentían los humanos. Él no era frío ni inexpresivo como otros yōkai, pero tampoco era débil. Su hijo era fuerte y lo sería mucho más cuando creciera.


—¿Nuestro padre tardará mucho en regresar? —preguntó Yuzu y al instante bostezó. No quería dormirse, pero la falta de energías le estaba comenzando a ganar.


—No, pronto estará aquí jodiendo como siempre —contestó acariciando los cabellos, ahora negros, de su hija—. Vamos a dormir.


Luego de decir eso, sus hijos se acomodaron entre las mantas y Yuzu se durmió apenas tocó la almohada mientras que Ryūsei dio unas cuantas vueltas antes de poder dormirse. Por su parte, Inuyasha se mantuvo despierto inevitablemente. Durante años, tuvo la costumbre de mantenerse despierto durante la luna nueva, sólo con Sesshomaru y cuando tuvo sus cachorros dentro fue que logró conciliar el sueño. Ahora no debería ser un problema, sin embargo. Estaban dentro del palacio, protegidos de cualquier cosa, sin importar que estuvieran en esa noche vulnerable. Suspiró mientras sentía cómo Raiden se acomodaba a los pies de la cama para dormirse también hecho un ovillo. El hōkō solía dormir normalmente en la habitación, con alguno de sus hijos o afuera, pero durante la luna nueva siempre estaba cerca.


La inquietud que albergaba su cuerpo no desapareció durante esa noche, pero Inuyasha no supo cómo logró dormirse. Tal vez fuese la costumbre, porque hacía algún tiempo que lograba conciliar el sueño durante la luna nueva y no había por qué estar nervioso en su propia casa, el lugar más seguro. Ya no estaba la intemperie, sobre un árbol, dentro de una cueva o luchando porque nadie lo vea. Estaba su hogar y con su familia. Abrazó a sus hijos y suspiró, dispuesto a relajarse.


No soñó nada durante el tiempo en que estuvo dormido y tuvo la sensación que no descansó verdaderamente. Un ruido ensordecedor le despertó sobresaltado y agitado. Un rayo. Afuera había una tormenta enorme y que resonaba con fuerza. Sólo era lluvia, pero había demasiados rayos. ¿Por qué todo estaba tan oscuro? ¿Cuánto durmió? Quizás algunas horas o sólo unos minutos. Inuyasha parpadeó tratando de ver entre la oscuridad y se espantó al estirar la mano dándose cuenta que estaba solo.


—¿Yuzu? —mencionó con la voz rasposa, pero su hija ya no estaba junto a él—. ¿Ryūsei? —Inuyasha se quitó las mantas de encima confundido pero al instante que se levantó otro trueno fuerte resonó y un sonido le heló la sangre, era un aullido—. Raiden…


Sabía que ese sonido había provenido de su hōkō, lo reconoció perfectamente. ¿Qué estaba pasando? No sabía, pero necesitaba saberlo.


Inuyasha salió del cuarto y anduvo rápido por los pasillos, sin explicarse por qué todo estaba tan oscuro. Maldita luna nueva, si ahora tuviera sus habituales sentidos sería muy fácil encontrar a sus hijos, pero no fue así. El corazón le latió rápido y la desesperación de encontrarse solo en esos pasillos le lamió el cuello de una forma terrorífica. Llamó a sus hijos, pero nadie le contestó. ¿Dónde se metieron esos mocosos? Por más que sólo fuera un humano ahora, en su mente recordaba cada uno de los caminos que poseía ese palacio y ya no temía perderse, pero no dejaría de estar preocupado hasta que encontrara a sus niños.


Inuyasha estuvo cerca de salir cuando sus pies descalzos pisaron algo mojado en el suelo. La oscuridad no le dejó ver qué era, pero de todas formas se inclinó para tocar eso que pisó. Ese olor, esa textura… La luz de un nuevo rayo iluminó la escena e Inuyasha descubrió el suelo manchado de sangre, cosa que le dejó impactado. ¿Qué demonios era eso? ¿Alguna clase de pesadilla? ¿De dónde había salido eso? A pesar del estruendoso ruido de la tormenta, oyó claramente un grito que se alzaba entre esa tempestad y rompía la oscuridad.

Mamá.

El corazón se le estrujó y corrió lo más rápido que pudo porque eso no fue su imaginación. Era la voz de sus hijos llamándolo. ¿Dónde estaban? ¿Por qué no podía encontrarlos? Siguió los gritos hasta salir a los exteriores. La lluvia torrencial lo empapó e intentó buscar por todas partes a sus niños, pero sólo encontró a Raiden. Se aproximó al hōkō, encontrándolo en su forma grande y echado en el suelo, cubierto de sangre, totalmente lastimado. Inuyasha lo miró incrédulo sin saber por qué estaba en ese estado y temió que no se encontrara con vida.


¿Qué mierda había pasado? Tenía que encontrar a sus hijos y saber qué ocurría. Cuando se alzó para continuar, un fuerte dolor en su cabeza lo obligó a caer al suelo. Nuevamente oyó la voz de sus hijos mientras caía inconsciente. ¿Esto era una pesadilla? Esperaba que sí. Deseaba cerrar los ojos y despertar aliviado, pero ese dolor le decía lo contrario. Sin mencionar que una mano fuerte lo tomó del cabello y le azotó el rostro contra el suelo. Su boca se llenó del sabor de la sangre y le supo demasiado real como para ser una pesadilla.

Notas finales:

Volví, churris. No sé si para bien o para mal, pero acá está el nuevo capítulo, después de ¿un año? Fue un año difícil, pero continuaremos.


Falta poco para que termine, ¿ya lo he dicho no? Lo digo otra vez. Estoy trabajando en los complicados últimos capítulos. Muchas gracias a Annie de Odair por editar este capítulo.
Volveré cuando el próximo capítulo esté listo. Sean pacientes.
Saludos.

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