Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

[Reviews - 530]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

El sabor metálico de su propia sangre siempre le pareció asqueroso, pero estaba acostumbrado a sentirlo. Hacía varios años que no estaba tan herido, aunque tampoco podía decir que en sus aventuras no sufrió montones de calamidades. Pasó mucho tiempo solo, pero también encontró gente que lo quiso. Amó y perdió. ¿Ahora debía perder de nuevo? Inuyasha no estaba dispuesto a dejar ir a nadie nunca más.


En algún momento cayó inconsciente y le dolía todo. No quería recordar lo que ocurrió antes. Sentía mucho asco por él y más por ese tipo. Quería liberarse de esas ataduras y destrozarlo en pedazos. Luego que hiciera eso... no estaba seguro qué pasaría. Cuando peleó con Naraku se sintió igual, capaz de poner en juego su vida si era necesario. Tenía mucha gente que proteger.


Apretó las manos sintiendo la mordida en su cuello arder. Esa era la mordida de su hermano. Desde que se la hizo, hace años, casi nunca la había sentido. Muy pocas veces le había molestado esa marca, sólo cuando estaban lejos y podían sentir que algo ocurría con el otro. Sesshomaru debía estar hecho una fiera sanguinaria. ¿Dónde estaría ese idiota? ¿Los estaría buscando? Era lo más probable. Inuyasha tenía que asegurarse que al menos sus hijos llegaran a Sesshomaru, ¿pero cómo mierda iba a salir de allí?


Un escalofrío recorrió su columna. Pasos. Oyó a alguien. Ese olor, esa forma de caminar...


Sus orejas se irguieron asombrado pensando si estaba desvariando por la locura y la pérdida de sangre. ¿Por qué sus heridas estaban tardando tanto en curarse?


La puerta se abrió y dos pequeños cuerpos se abalanzaron a él gritando mamá. Ya los había olido pero no entendió cómo llegaron ahí.


—Estabas aquí —dijo Yuzu emocionada abrazándolo.


—Lo sabía, lo sabía —Ryūsei estaba igual de feliz—. ¿Qué te pasó? ¿Te lastimaron?


—¿Quién fue?


—¿Sabes donde estamos?


—Oigan, oigan —se quejó Inuyasha aturdido por tantas preguntas—. Cállense un segundo... O mejor díganme qué hacen ustedes aquí, ¿cómo llegaron?


Los niños se miraron de una forma extraña y preocupada. Inuyasha en ese momento notó cómo iban vestidos. Llevaban las mismas ropas que usaban para dormir, porque en ese momento los secuestraron, pero los trajes blancos de sus hijos estaban manchados con tierra y sangre. Sintió que su corazón se estrujaba, aunque el olor le demostraba que no era la sangre de ellos. Aun así, sus hijos ya habían superado ese límite.


—Tuvimos que pelear —masculló Yuzu bajando la cabeza e Inuyasha suspiró. No se lamentaba por lo que hicieron, sino porque sentía que eran demasiado pequeños para pasar por esto, pero ya estaba hecho.


—Son guerreros —aseguró con una sonrisa—. No esperaba menos de ustedes.


Los niños se miraron emocionados y llenos de confianza, cosa que le relajó un poco los sentimientos embravecidos y el dolor que lo atravesaba. Debían irse pronto, no tenía tiempo para perder allí. Inuyasha se movió haciendo sonar las cadenas que le impedían moverse y que no podía romper con nada. Necesitaba liberarse de alguna forma.


Un latido fuerte dentro de él llamó su atención y notó algo que traía su hija entre sus manos. Estaba cubierto por un paño negro, pero por la forma Inuyasha ya sabía qué era.


—Tessaiga... —masculló sorprendido porque ella la tuviera pero aliviado.


Yuzu quitó la manta y le mostró la espada oxidada que sin duda era su Tessaiga.


—Estaba en el cuarto donde nos tenían encerrados —explicó ella.


Tal vez pensaron que era una espada inútil, que no era importante. Con Tessaiga allí tenía una oportunidad, pero no podía manipularla con esas cadenas y grilletes que dejaban sus manos ancladas a la pared. Pensó por un momento y el latido volvió a sonar dentro de su cabeza.


En ese instante, sintió que su espada le hablaba y, si no supiera que eso era posible, hubiera pensado que estaba loco.


Si él no podía usar a Tessaiga para liberarse, entonces...


—Yuzu —dijo con la voz seria—. Necesito que uses la espada romper las cadenas.


Su hija abrió los ojos sorprendida por su petición. Vio el arma en sus manos y notó el miedo en su expresión.


—Pero yo... no puedo usarla, es tuya.


—¡Yo lo haré!


—No —Inuyasha interrumpió a su hijo. Ryūsei era mucho más aguerrido e impulsivo que su hermana, pero aun así él no podría despertar el verdadero poder de Tessaiga—. Tú puedes hacerlo —aseguró mirando a Yuzu para transmitirle confianza— porque eres como yo.


Ella no se sintió muy convencida, pero Inuyasha no desistió. No podía perder más tiempo allí encadenado y sabía que la Tessaiga rompería fácilmente esas ataduras. Ryūsei era demasiado pequeño y no podía utilizar su espada. Se sentía mal por pedirle algo así a Yuzu, porque ella apenas era una niña, pero también estaba seguro que podía hacerlo. Era su hija y la de Sesshomaru, ambos la criaron juntos y sabían mejor que nadie la fortaleza que tenía.


La vio desenfundar su espada y se sintió culpable por exigirle algo así. Había cuidado a esa niña con tanto amor desde que nació. Aprendió mucho y también hizo montones de cosas mal. La tuvo en sus brazos cuando era un cachorro diminuto y la vio crecer hasta ahora. Inuyasha no estaba preparado para ver a sus hijos en situaciones tan peligrosas que quizá ni un yōkai adulto podría sobrevivir, pero no tenía más opciones.


La determinación no lo abandonó y animó a Yuzu. Tessaiga se lo dijo, de alguna forma que él no terminó de entender, pero su espada los ayudaría.


—Piensa en lo que quieres —dijo sin saber cómo darle más instrucciones que su propia experiencia—. Qué quieres hacer, a quién quieres proteger y lo lograrás.


La voluntad de su hija era inquebrantable, como la suya. Respiró hondo y vio los ojos dorados de la niña brillar con fuego. Sabía cómo era y qué objetivo tenía en su mente en ese momento. Tessaiga resplandeció grande y poderosa en las manos pequeñas e Inuyasha se sintió orgulloso. Apretó los ojos cuando la espada chocó contra sus ataduras para romperlas provocando un gran estruendo. Fue doloroso y su piel terminó aún más lastimada, pero eso lo supuso porque Yuzu no sabía manejar el poder de su espada.


La sangre brotó una vez más de sus heridas ya hechas y nuevas que acababa de obtener, pero eso no llamó su atención. Todavía tenía sus manos y podía moverse.


—¿Estás bien? —Ryūsei corrió hacia él preocupado intentando ayudarlo a levantarse en el suelo.


—Lo siento, lo siento —dijo Yuzu casi al borde de las lágrimas. Había soltado a Tessaiga para también acercarse a él.


Inuyasha no les contestó, sino que los abrazó con fuerza y respiró el aroma de ambos. Estaban bien y vivos. Eso era suficiente para él. Las heridas sanarían, pero ahora necesitaban irse de allí y poner a sus cachorros a salvo.


—Estoy bien —dijo luego de soltarlos y acarició la cabeza de su hija—. Ambos son muy fuertes.


—Estás herido —Yuzu parecía tan culpable como si ella le hubiera lastimado completamente e Inuyasha se rió altanero.


—Esta mierda no es nada —espetó levantándose sin quejarse aunque le dolía el cuerpo, pero no le importó—. Hay que salir de aquí ya.


Los niños sólo asintieron e Inuyasha tomó a Tessaiga entre sus manos porque sabía que la usaría mucho y no veía la hora de ensartarla en el culo de ese hijo de puta que los metió en esto, casi podía reírse de sus ideas pero prefería guardar las energías para cuando fuera necesario.


Cuando salieron del calabozo, no tardaron en llegar una increíble cantidad de soldados a atacarlos. Inuyasha se puso la espada al hombro y quiso utilizar todo su poder, pero el lugar era muy pequeño y la estructura del castillo caería sobre ellos dañándolos. En otra época, no le hubiera importado destruir cualquier lugar, pero la situación era diferente. Sus hijos estaban ahí y no podía permitir que una avalancha de escombros les caigan encima.


Escupió una bola de sangre y saliva que le molestaba en la boca sintiéndose levemente agitado mientras pensaba qué hacer. Corrieron demasiado sin saber a dónde ir y no tenía la paciencia suficiente para buscar la salida, pero aparentemente habían llegado a la planta baja, no debía estar lejos. Todos los esbirros se arremolinaron sobre él e Inuyasha se los quitó de encima agitando su espada. Esto sería interminable.


—¡Corran! —le gritó a los niños—. ¡Salgan de aquí!


—¡No vamos a dejarte!


Gruñó disgustado porque los mocosos no le hicieran caso.


—Si salen de aquí, Sesshomaru podrá olerlos, hay una barrera que lo impide —explicó llamando la atención de ambos niños. Eran demasiado pequeños como para notar ese detalle—. Tienen que salir.


Ni Yuzu ni Ryūsei quería irse, pero entendieron cuál era el motivo. Ambos se mordieron los labios y con una expresión compungida le dieron la espalda para irse. Inuyasha sonrió y esperó que Sesshomaru no estuviera muy lejos. Si conocía a ese imbécil como creía, apenas sintiera la presencia de ambos niños sabría dónde estaban.


Inuyasha avanzó contra ese ejército dentro del castillo y se abrió paso dispuesto a cortar la cabeza de esa peste que amenazaba con destruir su familia. La adrenalina inundó su cuerpo y dejó de sentir dolor, hasta que un rugido fuerte llamó su atención. Se detuvo un segundo sintiendo cómo su piel se erizaba y una sonrisa cansada se formó en su rostro agotado.


Ese idiota se había tardado.


Que protegiera a los niños, él debía destruir ese lugar para sacarse toda la furia que tenía.


.


.


.


Siempre corrió rápido, pero esa vez casi prendió fuego el suelo con la fricción por la violencia con la que se movía. Apenas Koga le dijo a Sesshomaru su teoría de dónde podían estar Inuyasha y los niños, el daiyōkai no lo meditó un segundo en salir hacia allí, tampoco es como si tuvieran más pistas. Vio los ojos rojos de ese perro demonio transformarse y su cuerpo real gigante y monstruoso de inuyōkai atravesar la tierra de una manera feroz. Era intimidante y poderoso, pero también era capaz de notar la desesperación que presentaba. Koga también se sintió desesperado.


Cuando ocurrió la batalla final con Naraku, no pudo participar contra él pero esta vez no le ocurriría lo mismo. No dejaría que acabaran con el perro pulgoso ni tocaran a los pequeños. Esa familia era importante para él. Sus aliados, sus amigos, y Koga no dejaría que nadie los dañara.


Vio cómo Sesshomaru irrumpió en esas tierras listas para atacar, pero no eran conscientes del poder de ese yōkai embravecido. Nunca lo había visto en su forma real y era impresionante cómo no podían contener todo ese poder. Incluso la saliva les quemaba como ácido. Koga sintió asco al ver a ese perro salivar muerte y le pareció asqueroso pensar que Inuyasha besaba esa boca, pero no era lo que debía pensar en ese momento.


Las garras de su Goraishi rompieron el aire y acabaron con la mayoría de enemigos que le entorpecieron el camino.


Oyó los fuertes rugidos de Sesshomaru y un olor singular golpeó la nariz de Koga obligándolo a correr en esa dirección. Allí vio entre medio de cuerpos, confusión y escombros a los niños que venían a buscar.


—¡Aquí están! —Koga se sintió feliz y se acercó a ellos. Sesshomaru también los había notado y le gritó—. ¡Ve por Inuyasha, yo me quedaré con ellos!


El daiyōkai en su forma enorme pareció dudar, pero confió en Koga y se dirigió hacia el castillo donde seguramente estaba Inuyasha. Sonrió con confianza mientras lo veía.


Pronto terminaría todo.


Cuando se voltió a ver a los niños notó que eran un desastre, pero algo más llamó su atención. Sangre y una flecha con olor a desgracia atravesando el pecho de Yuzu.


—Ella me protegió —dijo Ryūsei lleno de lágrimas abrazando a su hermana—. Ese tipo Hisao le disparó y yo... yo...


Koga no necesitó que el niño conteste, sabía cómo terminaba esa oración. Se inclinó frente a ambos y tomó a esa hanyō tan pequeña de las manos ensangrentadas de su hermano.


—¿Por qué no despierta, Koga? —continuó Ryūsei—. ¡Hazla despertar!


Pero Koga no era médico ni tenía idea qué estaba pasando. Sólo sabía que sus manos temblaron y sus ojos perdieron cualquier atisbo de esperanza porque ese cuerpo que sostenía ya no estaba caliente.


.


.


.


Su respiración fuerte como la de una bestia resonó en la habitación. Sintió que podría volverse un monstruo de la rabia y el odio que tenía por dentro, pero no fue así. Su sangre yōkai no se descontroló como en el pasado. Inuyasha tenía la mente muy clara y nada podía hacerle perder de vista su objetivo.


Cuando por fin pudo cruzar espadas con el bastardo principal, se dejó llevar por su ira y la fuerza le brotó desde lo más profundo de su interior. No le importaba estar lastimado y con heridas sangrando, las cuales mancharon su ropa y tiñeron su cabello; ya nada le dolía. Sus manos tensas apretaron el mango de Tessaiga y el viento que salió de ésta amenazó con romper todo el techo de ese castillo.


En el pasado, cuando su vida era otra muy diferente a la que tenía y su hermano sólo era un idiota —actualmente seguía siéndolo, pero también eran compañeros—, Sesshomaru le dijo que él no podría explotar el potencial de Tessaiga por su sangre híbrida. Ahora era mucho más fuerte y esa espada se había amoldado a su mano. Era suya, su herencia, con la cual había derrotado enemigos y ahora no sería diferente.


El maldito tigre era fuerte, sin embargo. Lo hirió e Inuyasha se sintió mareado por la pérdida de sangre. Se apoyó en Tessaiga en un momento sosteniéndose el brazo izquierdo.


—Me has causado muchos problemas —mencionó Eiji con molestia viéndolo con odio y mostrando su verdadera cara—. Deberías haber aceptado tu destino conmigo y hubiéramos hecho el imperio más poderoso del mundo.


—Claro, como si algo así me interesara —espetó Inuyasha sin paciencia—. Un imbécil como tú jamás podría haber hecho eso. Estás acabado.


—No eres el más indicado para decir eso, Inuyasha —dijo con desdén refiriéndose a lo herido que estaba.


Ese imbécil no lo conocía y tampoco sabía que Inuyasha había sufrido mucho más a lo largo de su vida. Realmente eso no significaba nada. Sesshomaru había llegado a lastimarlo más. Chasqueó la lengua harto de hablar y volvió a lanzarse a la batalla.


El castillo tembló repentinamente provocando que se detuvieran porque el piso se desestabilizó. ¿Qué estaba ocurriendo? Ellos estaban en el último piso y comenzó a sentir cómo todo se derrumbaba. Un fuerte impacto mandó a volar el techo y el suelo se deshizo en pedazos. Inuyasha se sintió caer y supo que eso dolería mucho. Además no le había dado el golpe final al desgraciado, así que no planeaba morir allí.


Cerró los ojos esperando el impacto pero alguien le tomó la mano y sintió que flotaba. Apenas podría creer que estuviera aquí, casi parecía un sueño del pasado o una fantasía de un tiempo que ya no era el suyo, pero sin duda era real.


—¡¿Sango?! —vociferó sin poder creerlo. Ella le sonrió volando en el lomo de Kirara y tiró de él para subirlo. Iba vestida con su traje de cazadora e Inuyasha sintió que el tiempo no había pasado para ninguno de los dos. Estaba demasiado impactado mientras volaban lejos del castillo derrumbándose—. ¿Qué hacen aquí?


—¿Crees que íbamos a dejarte solo? —contestó ella riéndose e Inuyasha seguía sin poder salir de su asombro—. Koga envió a alguien a avisarnos. Miroku y Kohaku están con él.


En serio estaban todos allí. Una gran felicidad se agolpó en su pecho hasta casi dejarlo sin aire y la mirada se le nubló. No podía bajar la guardia aún, aunque sí le ayudó recordar que no estaba solo. Tenía amigos, familia. Ya no era un hanyō que vagaba por el bosque rechazado por el mundo. Destruiría a quien quisiera atentar contra lo más importante en su vida.


Cuando el castillo cayó, el olfato de Inuyasha se activó y vio al ser que posiblemente había destruido todo. El perro gigante también lo reconoció y se miraron como si fuera la primera vez. En otra época, ver a Sesshomaru en esa forma hacía latir su corazón de ansiedad y miedo, pero ahora provocaba un sentimiento mucho más cálido.


Se bajó de Kirara mirando a ese idiota y se acercó a él. Sesshomaru se inclinó hacia Inuyasha y éste sonrió cuando la nariz enorme del daiyōkai le rozó el rostro de una forma afectuosa. Cerró los ojos un momento y se mordió los labios. Quizás había sentido miedo al pensar que no se volverían a ver nunca más, pero esas ideas oscuras se desvanecieron completamente.


También percibió que Sesshomaru se relajaba y su expresión comenzó a volverse más humana. El cuerpo monstruoso volvió a adaptarse a la forma que más conocía. Por más que fuera poderoso, Inuyasha prefería verlo así.


—Tardaste —dijo como reproche pero no hablaba en serio y Sesshomaru lo sabía.


—¿No ibas a esperarme?


—Idiota —murmuró apretando los dientes y le importó una mierda quién los mirara. Se lanzó a abrazarlo y no recordaba cuándo fue la última vez que se sintió tan bien cuando ese imbécil le apretó contra su cuerpo—. Yo ya estaba haciéndome cargo, no te necesitaba.


—Por supuesto.


A pesar de lo que decía, un poco no hablaba en serio y sospechaba que su hermano era consciente, lo conocía muy bien. Inuyasha hubiera podido hacerse cargo, pero realmente estaba muy aliviado por estar con Sesshomaru allí.


De las piedras del castillo salió un sonido que los obligó a separarse. Esto no había acabado. Ambos se miraron y supieron qué debían hacer. Inuyasha ya no tenía paciencia para soportar nada más y su hermano menos aún.


Eiji resurgió de las piedras, pero su poder no se compararía nunca con el de ellos juntos. Inuyasha se dio el gusto de atravesarlo con su espada y Sesshomaru lo hizo explotar con su Bakusaiga. Incluso cuando vio el cuerpo explotando frente a sus ojos, Inuyasha no podía creer que en serio todo haya terminado.


Se sintió feliz y aliviado, tanto que quiso desmayarse, pero no lo hizo. Quería ver a sus hijos.


Ellos estaban con Koga y Miroku los cubrió con una barrera. La sonrisa en su rostro se desvaneció cuando la vio a ella. Ryūsei quiso hablarle, pero Inuyasha no entendió qué estaba diciendo, sólo podía ver a su hija en los brazos del lobo. Parecía dormida pero sabía que no lo estaba y cayó de rodillas al suelo. Sus manos la sostuvieron y vio la herida en su pecho que manchaba de rojo todo su kimono.


La culpa lo llenó en ese instante, porque si él no los hubiera dejado solos no habría pasado esto. Apretó los labios mientras las lágrimas bajaban por sus ojos mojando el rostro de su niña. El dolor le desgarró el pecho pensando que había perdido a su cachorro y no creyó haber sentido un dolor más fuerte antes. Sintió que iba a morir mientras la apretaba contra él.


Sango se cubrió la boca mientras lloraba impactada y Miroku se acercó a abrazarla. Conocían a Inuyasha desde hace mucho y lo habían visto sufrir horrores, pero esto no se comparaba con nada. Le dolía el alma verlo así.


Nadie se atrevió a moverse en ese instante. El único que dio un paso fue Sesshomaru. Su rostro era serio, pero también se notaba consternado. Tomó el hombro de Inuyasha para que éste le mire y soltara a la niña.


—Apártate —aseguró y tomó la espada que siempre lo acompañaba, Tenseiga.


Agitó la espada cortando algo que nadie vio y el silencio se volvió aún más espeso.


Nadie habló y esperaron que pasase alguna cosa, pero no sabían qué.


Inuyasha abrazó a su hija sintiendo miedo porque no se movía ni siquiera en ese instante. La abrazó y sintió que algo se rompió en su interior. En el pasado, cuando perdió a Kikyo, su alma se desgarró, pero este dolor era imposible de describir, porque un hijo no debería irse antes que su padre.


Lloró sin voz y sin fuerzas hasta casi desmayarse, pero se detuvo cuando una pequeña mano tocó su cabello y el escalofrío que recorrió su cuerpo le hizo perder el conocimiento cuando estuvo seguro que todo estaría bien.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).