- Hora de marcharnos. ¿Te has despedido ya de él? Probablemente no le vayas a ver nunca más – dijo sonriente.
- Vayámonos – respondí desviando mi nublada mirada.
- Oliver… - Escuché a lo lejos que alguien había pronunciado mi nombre con una voz muy débil. Al girarme pude observar que Nea se había incorporado, pero estaba desorientado.
- Lo siento Nea… - murmuré mientras lloraba en silencio.
En general Dan que había estado observando en silencio toda la escena fue quien abrió un portal a nuestros pies que nos transportó a la residencia de Tian. <Una mansión> fue lo primero que pensé al ver el sitio donde se escondía aquel bandido. El chico de la estrella nos seguía sin pronunciar alguna palabra. De alguna manera, noté que el sitio donde estaba no era nada bueno para mí. Estaba rodeado de Onwu por todos lados que no me quitaban un ojo de encima. Allí seguramente estaría vigilado las 24 horas del día.
Unos sirvientes nos dieron la bienvenida.
- Traedle algo de ropa al nuevo – ordenó Tian.
- A la orden, señor – respondieron todos a la vez. En menos de un minuto volvían con un albornoz blanco que Tian me arrojó a la cabeza.
- Ponte eso, no me gustaría que cayeras enfermo, te necesito sano. ¿Tienes hambre? – Me puse el albornoz, pero no respondí. - ¿Estás sordo?
- ¿Por qué estás tan preocupado por mí? – solté al fin. Parecía interesado en que estuviera cómodo.
- No te equivoques. En realidad, me da igual tu estado, solo quiero que tu poder esté en plenas facultades, aunque qué vas a entender tú siendo un analfabeto.
Ante aquella contestación estaba seguro de que, si me hubiera sentido con ánimo, me habría abalanzado sobre él para arrancarle la cabellera.
- Que le vea el médico, necesito un chequeo exhaustivo… Por si llevara algún virus contagioso – pronunció entre risas.
- El único virus que hay aquí eres tú – respondí con ira. Me aseguré de que escuchara lo que acababa de soltar. Se acercó a mí y me propinó un guantazo. La zona del golpe ardía.
- No hagas que me arrepienta de la decisión que he tomado hoy.
Dos guardias me agarraron de los brazos y me llevaron ante los médicos. Enseguida dos enfermeros comenzaron a quitarme la ropa y a examinarme con lupa. A parte de los mordiscos y los morados de mi cuerpo, no encontraron nada más relevante.
Tomaron radiografías de mis huesos, muestras de sangre e inspeccionaron cada pequeña herida. Todas fueron tratadas con cuidado. Me sentía como un sujeto de pruebas.
En una de las pruebas me lanzaron un vaso repleto de agua, pero fui capaz de desviarlo con la mirada sin llegar a mojarme. Aquellos hombres vestidos de negro no dejaban de tomar apuntes sobre todo lo que hacía.
Hicieron un coro para comentar una de las radiografías que habían tomado, al parecer algo no estaba bien, pues no dejaban de señalar algo concreto. Me ordenaron sentarme cuando quise acercarme a cotillear, me acercaron una silla y cuando mi trasero tocó el asiento sentí un gran dolor. Enseguida me levanté tocando aquella zona. Exacto, algo no iba bien. Ellos parecían saber de qué se trataba, pues ya habían parado de escribir. Murmuraban demasiado rápido como para poder entender lo que decían entre ellos.
- ¿¡Qué es lo que tengo!? – grité al fin. Todos dieron un pequeño salto del susto. Se miraron entre ellos y uno habló.
- Lo que tienes se llama coxigodinia, el hueso del coxis se te ha desplazado hacia la izquierda, eso es lo que te produce el dolor – explicó ajustándose las gafas.
- ¿Eso se cura? – pregunté nervioso.
- La coxigodinia muchas veces se produce sin una causa. Puede ser debido a un golpe, a veces incluso por tener relaciones sexuales anales… ¿Ha sufrido algo de eso?
- ¡No tengo por qué decirte eso! – exclamé enfadado.
No me insistieron después de mi respuesta, quizá porque sabían que no les iba a decir nada sin importar las veces que me lo dijeran.
Tras explicarme la manera de curarlo, me negué rotundamente. Tenían que introducir un dedo en mi recto para devolver el hueso a su sitio, y masajear la zona para asegurar de que todo estaba bien al fin. Dos de los médicos más fuertes me agarraron de los brazos, mientras otro buscaba el orificio con los dedos. Me cuádriceps se tensaron, cerré mis ojos con fuerza, aquello dolía y poniendo resistencia era peor. Con un rápido movimiento dentro de mí aseguró haber arreglado mi coxis. Aquello había dolido como mil demonios devorándome. Me obligaron a tumbarme boca abajo, y uno de los ogros que me había estado reteniendo comenzó a masajear con fuerza las lumbares y los glúteos. Me sentía demasiado incómodo. Tan solo hundí mi cabeza entre mis brazos, ocultando mi vergüenza.
Me ducharon, me dieron ropa y me dejaron a los pies del trono de Tian con las manos atadas a la espalda.
- Ahora eres mi prisionero, ¿algo que objetar? – preguntó con una risa pícara en su boca.
- ¿Qué quieres de mí? ¿Por qué no me matas y acabamos con esto?
- ¿Qué gano yo con eso? Realmente no he decidido qué es lo que debería de hacer contigo… Por lo que he oído te has vuelto el juguete sexual de ese demonio.
- ¡Eso es mentira! – exclamé nervioso.