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Silver moon por KeikoHikari

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Notas del capitulo:

REGRESÉ. Por lo alto jajjaja Realmente la Semana Santa se vive con mucha emoción en mi casa. tenemos mucho trabajo en esas fechas. Bueno este capítulo, me encantó, no lloréis tanto como lo hice yo jajajaaja Un beso hermoshos

Tuve que leer incluso el último capítulo porque no recordaba! JAJAJ

¿Qué acababa de pasar? Cuando escuché que el soldado regresaba el agua volvió a ser un charco redondo. Me levantó de un brazo y continuó el camino. Unas jóvenes se quedaron recogiendo los cristales.

Los científicos volvieron a preguntarme las mismas cosas del día anterior, pero yo seguía sin saber nada. Otra vez tuve el vaso con agua delante de mis ojos, pero ni siquiera me inmuté. Ellos no dejaban de apuntar cosas en las libretas que portaban en sus manos, y no entendía por qué. Tras aquello, sacaron una silla, una silla llena de cables. Al verla, mis vellos se erizaron y un gritó se escapó de mi garganta. Me horrorizaba verla, el miedo me invadía. Me levanté y corrí, escapé de aquella habitación. Ellos clamaban mi nombre, pero no giré ni mi cabeza para afirmar si venían o no detrás de mí. Pasé velozmente por la puerta blindada otra vez, paré en seco y me escondí allí dentro. Para mi sorpresa aquella puerta estaba abierta. Una sala oscura, fría, llena de estanterías con frascos de cristal. Reinaba el olor a humedad. Cada bote contenía un líquido diferente, de varios colores, texturas, aromas. No pude evitar coger alguno y admirarlo de cerca. Pastillas, inyecciones, algodones habían esparcidos por el suelo. Tan solo una tenue luz azul iluminaba la mayor parte de la habitación. Seguí la luz y me encontré de frente con un gran tuvo que despedía aquella luz azul. Era un tanque de algún líquido más viscoso que el agua y dentro, había un hombre. Tenía la cabeza agachada, no parecía respirar por lo cual deduje que estaría muerto. Los pelos de mi cuerpo se erizaron. Paso a paso me acerqué, quería verle la cara, tenía curiosidad. Fue entonces cuando me fijé, aquel chico que tendría unos 40 años tenía una marca en la cara interna del brazo. Estaba algo emborronada, era complicado de ver a través del líquido y el cristal. Acerqué más mis ojos al tanque, no estaba seguro, pero aquello parecía…, una luna. Una luna llena. Exactamente en el mismo sitio en el que yo tenía la mía.
Necesitaba ver su cara, quizá y tan solo quizá podría averiguar un poco más. El cabello le llegaba por los hombros, su tez estaba pálida. Estaba encogido en una posición fetal, en la espalda llevaba un gran agujero, probablemente lo que le ocasionó la muerte. <Qué triste final> pensé. Puse ambas manos en el cristal y cerré mis ojos, tratando de imaginar la vida de aquel hombre y cómo había llegado a aquel lugar. Observé sus entornados ojos y sentí un pinchazo en mi corazón. Un dolor inexplicable me embargó.

 

-          ¿Por qué está usted aquí? – resonó en mi cabeza. Al abrir mis ojos había una versión de mí mismo más pequeño ante mi agarrado de la mano de un hombre adulto.

-          No puedo hacerme a cargo de él – respondió él. La mujer que le había preguntado era mi cuidadora en el orfanato, aquel era el sitio donde se encontraba. De alguna manera conocía aquella escena que se desarrollaba. Ese niño, ¿era yo?

-          Podría hacer un esfuerzo, él es muy pequeño… - El hombre negó con la cabeza.

-          Tiene dos años, sé que se portará bien. Tome, en esta bolsa está todo el dinero que poseo, acéptelo. Tengo que hacer un viaje muy largo, ¿has escuchado, pequeño? Papá tiene que ir a un sitio, volveré, algún día, de alguna manera. – Me posicioné al lado de la señora. Ese hombre… Ese hombre… Era el mismo del tanque… Tapé mi boca con una mano, mis ojos se llenaron de lágrimas.

Mi padre. Era mi padre.

Volví a despertar de mi sueño, mis piernas perdieron la fuerza y caí de rodillas al suelo.

-          ¡Papá! ¡Eres tú! – grité desgarradoramente. Un chillido destrozó mis cuerdas vocales que acababan de despertar. La primera palabra en varios días que pronunciaba y dolía como si me estuvieran arrancando el alma. - ¿Qué te han hecho?

Golpeé el cristal con rabia. ¿Por qué mi padre estaba allí? Me sentía tan débil, sin ser capaz de hacer algo viendo aquella escena.

-          No deberías de haber visto nada de esto – susurró alguien a mi lado. Me levantó del cuello sin mostrarse delante de mí y lamió una de mis lágrimas. – Lo sabía, son dulces.

-          ¡Tian! Me ahogas… - dije con dificultad.

-          Con que ya puedes hablar pequeño gorrión… Dime, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Cómo has descubierto este lugar? ¡Vamos, deja de lloriquear!

-          Mi padre… - sollocé. Me dejó caer de inmediato al suelo.

-          ¿Cómo le conoces? – preguntó sorprendido. Recogió un poco de su largo kimono y se agachó para estar más cerca de mí. – Pensaba que jamás llegaste a conocerle, y ahora lloras por una persona que jamás quiso saber nada de ti -. Agarró mi cabelló y tiró mi cabeza hacia atrás.

-          ¿Por qué me haces esto?

-          Déjame ver tus recuerdos – Sopló delicadamente dentro de mi boca y me besó con gentileza. Al principio encogí todos los músculos y noté como mi cuerpo caía, me sentía cada vez más débil. Mis ojos se cerraron solos, lo último que recuerdo es el cosquilleo del pelo de Tian en mi rostro.

 

Volvía a estar bajo la cúpula, acostado en el suelo con manos y pies atados, como si de un delincuente tratara. Me había dormido, mi cuerpo estaba muy relajado. ¿Qué es lo que me ha hecho? Examiné mis brazos, mis piernas, no tenía marcas. Mi pecho seguía doliendo, y sentía un gran vacío dentro de mí. Ahora recordaba…, mis amigos, mi nueva familia… ¿Acaso no les volvería a ver nunca más? ¿Moriría allí sin haber llegado a despedirme de nadie? Qué corta había sido mi vida…

Y Nea… ¿cómo podía haber podido olvidarle? Creía que nadie jamás podría borrar su sonrisa y su hermosa mirada de mi mente, pero, lo habían conseguido. Empezaba a arrepentirme de la vez que le pegué, de las veces que le había gritado, de no haberle hecho caso antes, y de haberle dejado tirado en la playa la última vez que le vi. Nea, amor mío, ¿qué estás haciendo en este momento? Me duele el corazón. Un corazón solo y preocupado que estaba siendo destruido. ¿¡Quién demonios me había dado aquel estúpido poder!? Si en esta vida no había podido ser feliz con él, quería volver a encontrarme con él en la segunda.

Un leve temblor hizo que el castillo se tambaleara. Sequé mis lágrimas y me levanté para admirar por la ventana qué era lo que estaba sucediendo. En el suelo los Onwu parecían muy nerviosos, había patrullas de guardias por todos lados, sin embargo, yo me encontraba solo. Era la oportunidad para escaparme, pero…, no podía. Prometí no moverme de allí, por la seguridad de mis aliados. ¿Podría… tal vez romper el pacto? Si corría en la dirección de las escaleras, si me escondía hasta que consiguiera encontrar la salida de aquel infierno, si no me quedara parado… Un relámpago azul que apareció ante mis ojos hizo que cualquier pensamiento rondando por mi cabeza parase. Me recuerda a Yanya…, él también… podía hacer eso. Sin querer las palpitaciones de mi corazón se aceleraron velozmente. Un momento, podía haber sido él… Escuché el sonido de los trajes de los soldados a la vez que sus pasos a lo lejos venían a por mí, siempre lo hacían cuando sentían peligro. Corrí como pude con las cadenas interponiéndose y comencé a bajar escaleras. Miraba hacia atrás comprobando que no viniera nadie. En una de las veces que giré mi cabeza, mi cuerpo chocó con el de otra persona y caí sobre él. Me habían pillado pensé, pero ante mi sorpresa, me abrazó con demasiada fuerza. Mientras mantenía mis ojos cerrados con fuerza y tan solo los latidos de mi corazón se escuchaban un conocido perfume se paseó por mi nariz. Aquello era imposible, ya estaba llorando otra vez.

-          Gracias a los cielos que estás bien… - murmuró una voz grave. Abrí mis ojos asustado, sin poder creerme lo que estaba escuchando. Levanté mi pecho de él poco a poco, para poder admirar aquella mirada que despertaba pasiones. Paseé mis dedos por su cara suavemente.

-          No eres…, un espejismo…, ¿verdad? Estás… aquí… Nea… - Tomé aire y lloré, como jamás antes lo había hecho. Agarré su camiseta con fuerza, tenía rasguños en la cara y sus ojos centelleaban en un color azul cielo que poco a poco se apagaba. Me abracé a su cuello con histeria, él me agarró el rostro con ambos manos y besó con firmeza.

-          Soy yo… Tranquilo, no llores más – pronunció con una sonrisa en sus labios mientras limpiaba mis lágrimas.

-          Nea, te he echado tanto de menos, siento todo lo que te he hecho en este tiempo, si alguna vez no te hice caso, si te ignoré. ¡Nea, te quiero, te quiero, jamás podría vivir sin ti! No te alejes nunca de mi lado, ¡prométemelo!

-          Siempre estaré contigo – respondió con sus pupilas clavadas en las mías. A pesar de la confianza que me trasmitía, sentía miedo y no podía dejar de llorar. – Siento haber llegado tan tarde.

-          Te he estado esperando, mi caballero de los ojos brillantes.

Una oleada de soldados hizo a Nea ponerse en modo defensivo. Se irguió y me posicionó detrás de él. Con un silbido, todos cayeron al instante, tenían una pluma clavaba en la nuca. Yanya se posicionó sobre la pila de cuerpos, abriendo sus alas como muestra de poder.

-          Humano – pronunció como saludo, y con una pequeña reverencia dio por terminado las presentaciones. – Vienen más… Tenemos que irnos de aquí.

Notas finales:

No olvidéis el RW!


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