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Eine Kleine por Dragon made of Fullmetal

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EINE KLEINE

―fragmentos de una vida―

IX

| DÉCADA |

XXX

-Año 1930-

45.

Despierta con el sol inundando la habitación de rayos cálidos.

Basándose en la tenue claridad reinante intuye con acierto que son, probablemente, las siete de la mañana. Lo primero que nota es que Alphonse no está a su lado: y, como en un instante de inspiración, repara en la fecha de hoy. A partir de ahí, su ausencia cobraba sentido. Roy profiere un bufido, cayendo en la cama con los brazos cruzados tras su cabeza.

No guarda dudas de que Alphonse debió levantarse temprano tan sólo para prepararle, según sus propias palabras, algo «especial», a pesar de que el mayor se la pasó el día de ayer diciéndole hasta el cansancio que no quería nada, que así estaba bien, que tanta pompa no iba con él. Pensándolo bien, Alphonse sólo le respondió con sonrisas a cada negativa. Técnicamente no le dijo que le haría caso.

Cuánta testarudez se escondía tras esa mágica sonrisa.

Bueno, hasta el momento, lo único positivo es que tenían el día libre.

¡Es más! Quizás si los vagos que conformaban su equipo estaban de humor, Roy no se iba a negar a tomar algo en compañía de ellos y de Alphonse (éste último declinando con gentileza cada insistencia de los hombres mayores para que los acompañase a beber, cosa que lo hacía reír bastante). Con todo el corazón, Roy lamentaba que Riza no pudiese estar con ellos. Riza debía llevar a Hayate al veterinario. El animal ya era un poco viejo y debía mantenerlo en constante chequeo, pues todos le adoraban y querían conservarle todo el tiempo que fuera posible.

Roy no olvida, no obstante, la forma tan cálida, tan desmedida en su discreción, en que ella le felicitó el día de ayer, sonrisa tranquila en el rostro y dulzura llenando sus ojos. Y hablaron los dos de días pasados hasta caer la noche sobre el mundo, hasta que no hubo nadie más que ellos en los cuarteles, bebiendo el delicioso café que sólo las manos de Riza Hawkeye sabían preparar.

En fin: aquello sí sonaba digno de realizarse, aunque los incendiaría con la mirada si algunos de ellos (bueno, a Alphonse no) intentaba felicitarle. Roy sentía que valía más la pena celebrar por aquella posibilidad de emborracharse que por el hecho de estar cumpliendo hoy cuarenta y cinco años. Un número imponente, sin dudarlo y al respecto de la cifra, le había bromeado a Alphonse diciendo que nunca pensó, luego de tanta mierda atravesada, que viviría por tantos años, haciendo uso de un descarado humor negro y una sonrisa oscura. La cara de adorable-furia-que-no-era-tal de Alphonse casi lo hizo llorar de risa.

Roy sentía primordial el aclararse a sí mismo que su rechazo hacia la fecha nada tenía que ver con el tremendo abismo de edades que creaba entre ellos: Alphonse todavía tenía veintinueve años, a un pacito de los treinta. Más o menos la misma edad que Roy ostentaba al conocerlo y tonto sería darle tanta importancia a ese aspecto. Alphonse no pareció pensar en esto en lo más mínimo: tanto que ayer ni siquiera tocó ese extremo del tema.

Pasaba que la fecha nunca consiguió emocionarle en realidad. Ni siquiera en su infancia, la verdad, a partir de cierto punto específico de su vi...

Ojo negros se pierden en el techo. Reflexiona: desde que perdió a sus padres que no, que nunca volvió a sentirse emocionado este día. Una vela que se apagó para nunca más adquirir fuego. Ya es un adulto, un hombre hecho y derecho que puede afrontar una cantidad considerable de cosas, pero Roy se encuentra a sí mismo empujando pensamientos, sentires, recuerdos tan dulces como amargos (el calor otorgado por las manos de su madre, la admiración que su padre le provocaba, su tía despertándolo una noche para decirle que no volverían jamás) hacia las partes más oscuras de su mente, aquellas que todo lo consumen, ante el sólo pensar de esos seres tan esenciales en la vida de cada ser que desde hace tanto tiempo… no están.

Se dice que está bien eso, el permitirse no pensar en ellos, pues Alphonse no querría verlo nostálgico hoy. Y Roy tampoco lo desea para su corazón.

Sonríe, dándose cuenta que se ha quedado pensando en la cama tan sólo para tener una excusa para no bajar. A los males hay que afrontarlos de cara. Ríe en voz alta.

Con este pensamiento en mente, Roy se levanta de la cama, desvistiéndose para dirigirse a la ducha y saboreando la sensación agradable de despertarse, de estar vivo, en un día que se antoja tan gentil y plácido.

Cuán agradecido está de que Alphonse esté en su vida…

XXX

El primer indicio de cualquier sorpresa obrada por la mentecita de Alphonse yace en lo que escucha a medida que se acerca, precavido, a la sala de estar: nada, pues la casa está tétricamente silenciosa.

Fruncir el ceño y poner absolutamente todos sus sentidos alerta es primordial. Se encuentra, ahora, en una burlesca imitación de campo minado, ya que Alphonse es un buen equivalente de peligro explosivo y potencial cuando planea cosas a sus espaldas.

Sus botas de cuero negro marcan sus pasos decididos, imponentes, hacia el interior de la sala caminando cual distinguido militar… Da un traspié mortal al tropezar con algo salido de la jodida nada nomás dar dos pasos, pero se apoya en el umbral para no caer. Se sonroja un poco, a decir verdad, pero seguidamente carraspea, ajustándose el chaleco color marrón en un intento de preservar su orgullo aunque se encuentre solo.

Baja la vista: encuentra justo lo que pensó que vería.

―Buenos días, Tama. Me supongo que tu intento de matarme representa tu regalo de cumpleaños.

La respuesta del minino consiste en proferir un maullido, para luego frotarse cariñosamente contra su pierna mientras ronronea. Roy sabe que no se está disculpando, no del todo si de esta criatura hablamos, pero le tiene el cariño suficiente para que no le importe. Se pone de cuclillas y lo acaricia en la cabecita blanca, sonriendo cuando el gato lame el dorso de su mano.

Roy entra a la sala de una vez, Tama siguiéndole de cerca. No hay nadie y el espacio prevalece impecable luego de que fuese limpiado por Alphonse ayer.

― ¿Sabes dónde está tu dueño, ese al que sí quieres? ―pregunta Roy, con las manos en la cintura, mirando al animal que ha escalado al sofá frente a la chimenea apagada. Una cabecita se inclina y un ojillo verde lo mira sin entenderle, obviamente. Roy suspira con fastidio.

Fantástico: ¡la paranoia lo ha hecho hablar con seres que no entienden un carajo partido a la mitad!

Como nada más le queda por hacer en la sala decide ir a la cocina, comenzando a extrañarse al no encontrar a Alphonse ni siquiera allí, el segundo lugar de la casa que era su santuario después de la biblioteca que yace en su oficina.

Sentado frente a la isla de la cocina y con una manzana verde que ni siquiera está consumiendo sobre la superficie de la misma, reflexiona sobre las locuras que Alphonse puede estar cometiendo en quién-sabe-cuál-parte del país. Correcto, quizás suena exagerado al tratarlo como a un terrorista, pero en verdad no quiere que el más joven le prepare algo hoy, ni el resto del año, para ser fran…

El pensamiento se raja cual papel, pues lo sorprende para después seducirle la forma repentina en que siente unos labios dulces plantar un beso en la base de su cuello. Y otro. Y otro más. Y luego derivan a su boca, causando hermosos destrozos en su superficie, amándola de un modo que es propio de un único ser…

Con la respiración un tanto acelerada, labios se separan y Roy se encuentra con los ojos que más saben cómo devorarlo sin lastimarle, que más bien consiguen elevarle, coronando la sonrisa que es el combustible de su vida: la expresión de felicidad que nunca desea que se borre de sus facciones.

Alphonse eleva sus labios por siempre suaves y deposita una marca de amor en su frente que hace suspirar a Mustang, quien se aferra con abandono a sus muñecas: le dice silenciosamente que quiere más.

Pero Alphonse se aleja, suelta una risita, sonrojado y sonriente y perfecto. A Roy se le ocurre que así deben lucir los ángeles. Alphonse lo toma del rostro con ambas manos, aprisionándolo gentilmente entre éstas. Se asegura de entablar contacto visual fijo y pleno: queda perderse en círculos majestuosamente negros, del color de noches sin estrellas. Habla con el corazón.

―Gracias por no huir ni reírte de mí cuando te confesé lo que sentía por ti en realidad. Gracias por todo lo que hemos vivido desde entonces…

» Gracias por… por existir, por hacerlo a mi lado.

La emoción es evidente en su voz, tan hermosa como Alphonse en su totalidad lo es. Mustang parpadea por la naturaleza de lo primero dijo y tarda medio segundo en devolverle la sonrisa ante el resto.

La palabra «Amor» hace mucho que dejó de describir lo que por él siente.

―A ti… especialmente por no huir de alguien que ya es un fósil comparado contigo.

Alphonse ríe, pero lo golpea ligeramente en el hombro para hacerle saber que no aprobó del todo sus palabras.

―No es para tanto, tonto… Y yo ya no soy un niño.

Roy piensa en los devastadores besos plantados en su cuello: se estremece con ligereza. Entonces aclara su garganta al tiempo en que cambia de posición, cruzándose de brazos con falso desasosiego.

―Evidentemente ―se limita a decir.

Observa a Alphonse acercándose a la despensa.

― ¿Qué te gustaría desayunar? Hoy más que nunca haré lo que desees y no hay forma en que puedas detenerme ―dorado lo mira por encima del hombro. Roy frunce el ceño.

―Siempre haces lo que quiero, Alphonse…

En más de un sentido, todos ellos sencillamente maravillosos. Roy tiene que dejar de torcerlo todo de manera perversa. Alphonse voltea, concentrándose en comenzar a cocinar.

―Lo de siempre, entonces ―canturrea.

Mientras busca los ingredientes necesarios, Roy se acerca con cautela: cuando Alphonse se aleja de la despensa para dirigirse a encender el fuego, todavía de espaldas, Roy rodea su cintura con un brazo y aprovecha para tocarlo en un punto que sabe muy bien le hace estremecer: deja que sus dedos acaricien su vientre, sutilmente, por encima de su camisa azul marino.

Alphonse respinga, jadea apenas sin voltear. Roy lo susurra sobre su oído y ante el vendaval cálido que se introduce en el mismo, Alphonse tiembla:

― ¿Dónde estabas esta mañana? ―pregunta. Intercambio equivalente, se dice al devolverle el favor en igual valor, recorriendo su cuello con los labios con paciencia y disfrute, ese sitio de su cuerpo impregnado de ese olor que hace sentir en casa a Roy.

―Yo… preparé algo para ti ―logra farfullar Alphonse. Después se da la vuelta, sonriendo y esperando de corazón no haberlo arruinado todo. Odiaría lastimarlo―. Dos cosas, de hecho: no aceptaré un no por respuesta, Roy Mustang.

Éste cierra los ojos, suspirando: ya lo imaginaba. Una vez más, se da cuenta de que lo ama más de lo que pudiera haberlo pensado jamás.

¡Ja! Considerando, sobre todo, que básicamente se conocieron gracias a Edward (es inevitable gruñir quedamente al pensar en el individuo insoportable que Alphonse tiene por hermano). Sintiéndose en paz, sintiendo que no necesita nada más, Roy deja caer su cabeza sobre su hombro con suavidad, refugiándose en su curva y frotando con sus manos la espalda de Alphonse, quien responde sonriendo más, aunque con un poco de ansiedad y lo abraza de vuelta.

En el exterior, un pájaro azul canta melodiosamente sobre la rama de un árbol: la naturaleza que los rodeaba era tan perfecta como ellos dos lo eran.

―Me rindo oficialmente. ¿Qué tramaste ahora, niño? ―dice al fin.

Alphonse ruega a dioses en los que no cree del todo, no después de tanto y se aferra más a su cuerpo, casi apretándolo.

―Me adelanté a lo que pensé que harías. Hablé en persona con el teniente Havoc y con el resto de tu equipo. Vendrán a casa después del desayuno para acompañarnos y haremos algo sencillo, pero siempre en honor a ti. Te quiero feliz, Roy.

Mustang sonríe conmovido en su esquina del mundo. A punto estaba de agradecerle por lo mucho que lo conoce, por cómo piensa en él a pesar de su testarudez en no querer nada, decirle que lo ama sin usar muchas palabras y a preguntarle (ansioso, muy a su pesar) por lo segundo, pero Alphonse se adelanta.

―Y… lo segundo ―su voz flaquea un poco. Es que es inevitable, tanto. Alphonse respira profundo y lo deja salir―. Hablé con el teniente Havoc y me aseguró que él y los demás se irían hacia las tres de la tarde. Yo… fui con Gracia, Roy. Ella quiere estar contigo hoy: quiere que visitemos la tumba de Hughes, juntos, con Elysia.

El silencio es brutal y parece paralizar la rotación de la Tierra.

Roy se separa escasos centímetros, lo suficiente para poder mirarlo a los ojos. Hay muy poco espacio entre ellos. Roy tiene la boca medio abierta y un algo sumamente intenso, indescriptible por lo visceral, está pintando en su mirada cual color fuerte. Y Alphonse no sabe si alucina con ello por el nerviosismo, pero Roy parece palidecer. Luego de unos instantes, Mustang finalmente rompe el abrazo, arrancando la calidez del cuerpo de Alphonse. Roy no lo mira y Alphonse está plenamente seguro de que su propia piel ha adquirido la temperatura del hielo.

Roy lo musita, negando con la cabeza.

―Nunca te das cuenta de ello ―Alphonse tan sólo lo observa sin saber de qué habla, qué piensa en esos instantes y qué vendrá a continuación―. Alphonse… lo haces todo por mí. Siempre ―sonriendo, lo acaricia suave, dulce, melodiosamente por la forma en que la piel de Alphonse parece segregar música ante el contacto.

Aliviado al sentir cómo sus miedos se desintegran, Alphonse se refugia en su calor una vez más, pensando en que no necesita más que los brazos de Roy rodeándole por la eternidad.

Pensando, también, en injusticias que hacen imposible la presencia de una de las personas más fundamentales en la vida del hombre que ama.

―Soy tan feliz contigo ―murmura Alphonse, aunque no era necesario pronunciarlo en voz alta, pues en el sonido de los latidos del otro, son capaces de escuchar esa verdad compartida. Roy rompe el abrazo y toma una de sus manos: la coloca sobre su corazón, ese que late desbocado por él, por el color solar de sus ojos y el rubor que adquieren sus mejillas cuando Roy lo mira incesante.

―Hay algo que quiero preguntarte.

Alphonse se sorprende un poco, sin esperar esas palabras. Asiente para indicarle que es libre de hacerlo. Mustang lo observa, silencioso, vehemente, antes de expresar aquello que, consciente o inconscientemente, con más intensidad en ciertos momentos, se ha preguntado desde el mismo instante en que Alphonse aceptó compartir una vida con él. Roy se permite el auto-regalo de acariciar su rostro.

―Ya tengo cuatro décadas y media de vida, además de diez años de estar contigo… ¿Por cuánto más estarás con alguien como yo?

Lo daría todo por obtener una respuesta, una precisa y verdadera, que le permita incluso ver lo que en el futuro aguarda por él.

Alphonse adquiere un semblante de dulce decisión: no hay, en su corazón, espacio para dudas al decirlo.

―Todo el tiempo que tú lo desees ―Alphonse casi puede ver el desvanecer de todo el peso que hunde los hombros de Roy, puede verlo liberarse de cadenas que caen inservibles al suelo y, sonriente, une sus frentes para impedir el desmoronar de su cuerpo―. Si me lo permites... estaré aquí para hacerte feliz.

Sus labios se unen en sincronía total, con la inevitabilidad de dos imanes y, al igual que dos piezas de joyería refinada, ellos encajan. Al final no pueden más que mirarse a una respiración de distancia, que reírse quedamente, un secreto resguardado de los demás y se preparan para un día especial.

Especial por ese momento de intimidad y añoranza protagonizado por cuatro seres: una tarde en que la distancia entre aquel que ya no está y el mundo terrenal se reducirá, lo suficiente para permitirles sonreír con honestidad.


xXx―


30.

Despierta con el sol inundando la habitación de rayos cálidos.

Frota sus ojos dorados de una manera que él nunca sabrá cuán adorable es, naciéndole en los labios la primera sonrisa del día: porque adora amaneceres como éstos, que se sienten perfectos. Sentir las suaves sábanas blancas acariciando su piel, aire dulce entrando por la ventana, avistando desde la cama pedazos de un cielo despejado…

Amaneceres de ensueño.

Alphonse permanece quieto unos instantes sobre la almohada, disfrutándolo todo, percibiendo y degustando cual adicto a una sustancia (quien nada sintió por tanto tiempo es capaz de saborear hasta lo más mundano). Gira entonces su rostro con una sonrisa, resplandeciente y ansiosa, esperando encontrarse con una vista que (y que la madre naturaleza lo perdone) es superior a cualquier cielo, a cualquier campo de flores u océano: Roy Mustang durmiendo a su lado.

Inmensa es su sorpresa cuando los ojos de ambos se encuentran. Roy está apoyado sobre un codo, silencioso, mirándolo. Casi al instante, Alphonse comprende que Roy ha estado observándolo dormir desde hace quién-sabe-cuánto. Ante el pensamiento, su sonrojo y el acelerar de su pulso son naturales.

Por unos segundos, sólo se miran. Roy aprovecha la quietud para acercar una mano y acariciar su rostro, dando forma a una pequeña sonrisa en el rostro de Alphonse, quien cierra sus ojos, gozando una vez más de tener, al fin, una piel con la cual sentir.

Todo viaja entre ellos con naturalidad, una ráfaga de viento que alborota el cabello y la ropa, sin necesidad de decirse nada.

Alphonse está a punto de hablar, con el «Buenos días» en la punta de la lengua: sus ojos se abren y el sueño se le pasa por completo, de golpe, cuando Roy (en el más literal de los sentidos) arroja por los aires la sábana que los cubría a ambos, dirigiéndose a él casi con brusquedad. Y Alphonse enrojece más al notar que los dos están medio desnudos, portando únicamente la ropa interior.

Mustang coloca ágilmente ambas rodillas alrededor de sus caderas y las manos a cada lado de su rostro: observa desde arriba a su galaxia hecha persona. Sonríe suavemente al notar a Alphonse un tanto sorprendido y sonrojado.

― ¿Qué...?

Y en un acto perfecto, tan perfecto que roza lo ridículo y lo sentimental, la sábana cae sobre ambos, rodeándolos en su totalidad: su mundo, así, se reduce a un espacio blanco y tenuemente iluminado conformado por ellos y nadie más, donde incluso el tiempo parece frenar.

Roy procede a actuar como lleva deseándolo desde hace horas, mientras lo veía dormir con ojos que están completamente seguros de no merecer poblar la misma cama que ese ser de irrepetible belleza: aprisionando su perfecto cuerpo contra la cama al tomarlo de las manos, Roy se lanza a su cuello, besando, delineando bordes suaves y seguidamente traza un camino de besos sobre su clavícula, su pecho, su torso y su estómago… se detiene con los dientes apretados justo antes de llegar más abajo. Casi no soporta hacerlo, pero tiene sus razones. No quiere que las cosas lleguen, por ahora, al punto en que no haya marcha atrás.

Sonríe casi con ternura al ver a Alphonse sufriendo los últimos efectos de un estremecimiento, su pecho subiendo, bajando, clavándole las uñas en los brazos para motivarlo a seguir, pero Mustang se limita a observarlo desde arriba. Le conmueve sobremanera verlo abrumado, perdido, infinitamente más magnífico de lo usual.

No hay nada que se le compare a Alphonse pidiéndole más.

Finalmente, Mustang baja su rostro: lo besa en la frente, en la punta de su nariz, en ambas mejillas y Alphonse ríe encantado. Escucharlo reír es el sonido que derrumba la represa de sus pensamientos: él es perfecto y no le interesan aquellos que piensen lo contrario.

Alphonse coloca una mano en su mejilla, sonriéndole, con sus rostros lo suficientemente cerca para que puedan ver el interior de los ojos del otro: lo encuentran todo. Mustang prevalece con rostro inexpresivo sobre él. Con una mano, sin dejar de observarlo, retira la sábana de encima de ellos hasta que la misma termina rodeando tanto su cadera como la de Alphonse.

― ¿Sabes por qué hice eso? ―pregunta Roy, ahora descansando a su lado. Roy acaricia su pecho con un dedo, trazando círculos y acariciando sus pectorales con cuidado, admirándolo todo―. Mejor aún: ¿sabes qué fecha es hoy, Alphonse?

Alphonse desearía que no lo estuviese tocando para así poder concentrarse y hablar.

―Pues, no del to… Oh.

El oro de sus ojos se dilata y Alphonse lo mira un tanto sorprendido. Oh, sí, es verdad: hoy es su cumpleaños. Alphonse ni siquiera lo recordaba. Éste profiere una risita, de nuevo un tanto rosadas sus mejillas. Mustang entiende que Alphonse, a su vez, ya entendió.

―Precisamente: hace treinta años nació el Elric que no es una molestia en el trasero.

― ¡Oye…! No hables así de mi hermano ―pero Alphonse se encuentra a sí mismo con una mano sobre los labios, conteniendo la risa.

―Lo maravilloso es que él no está aquí para escucharlo ―repentinamente Mustang lo mira con la misma seriedad de hace unos instantes, apartándole mechones dorados del rostro―. La fecha no se encontraba en tu mente, ¿verdad?

―No lo recordaba ―Alphonse le sonríe, prácticamente destilando humildad―. Quizás no lo habría hecho hasta recibir la llamada que Winry, los niños y Edward me hacen todos los años.

Mustang cierra los ojos, suspirando.

―Yo suelo pensar mucho en el mío. Incluso semanas antes de llegar el día, he de admitirlo ―se sincera. Roy lo mira de lado y Alphonse se desconcierta por la gravedad en su mirada, esa que no desaparece―. Como es costumbre, somos polos visceralmente opuestos: jamás piensas en ti mismo.

El rostro de Alphonse se suaviza. Y es que Roy le insiste tanto en estas cuestiones que, en su opinión, no deberían hacerlo entristecer ni preocuparle más de la cuenta. Pero siempre le resulta demasiado dulce oírlo de él.

―No es para tanto. No debes afligirte ―asegura Alphonse. Y sin poder explicarlo, pasa: un suspiro brota de su pecho, uno más pesado de lo normal. Uno que es casi doloroso de expulsar. Es consciente de la nostalgia que en ese momento le ha envuelto todo el cuerpo, el corazón, el alma misma―. Pero yo...

Ninguno dice nada, casi conscientes mutuamente de lo que vendrá.

Entonces Alphonse se deja caer sobre su pecho igualmente desnudo: lo hace casi con timidez, refugiándose de cosas que sólo Alphonse puede percibir. La piel de Roy, tan sensible como es a cualquier rozar de su humanidad, vibra naturalmente y lo abraza casi estremeciéndose.

― ¿Soy demasiado mayor para hacer esto? Tres décadas son algo a considerar ―dice con una media sonrisa. Alphonse se acurruca en su pecho más, más y más, hasta un punto que es casi vulgar―. Nadie tiene tu calor.

―Nadie es como tú. Nadie... ―es un algo que le dice cada día de mil maneras distintas, pero al tratarse de Alphonse, nunca es suficiente. Nunca le da todo lo que merece.

Y cuánto desea, en estos instantes, hacerle el más intenso amor... Pero sabe que hay una cosa específica que Alphonse necesita.

Deshago que nunca se permitió.

Así pues, Roy hunde su nariz en suaves mechones de oro hasta casi derretirse y sus manos acarician espalda de deidad, esa en la que además descansan alas. Susurra:

―Te escucho.

Alphonse respira con profundidad y el aire, al abandonarle, se lleva consigo el nudo de su garganta. Lo ama, tanto y sin final, por permitirle expresar aquello que tanto batalla por no mostrar ante los demás, por temor a lastimarlos al no adentrarse al mundo exterior con una sonrisa: Alphonse se deja ser en los brazos de Roy Mustang y en los de la debilidad.

Cuánto cuesta recordar que Alphonse Elric es igual de humano (quizás más) que los demás.

―Es cierto que, quizás, no habría recordado yo solo que hoy es mi cumpleaños. Y casi siempre es así. Hubo una vez en que sólo lo hice cuando Winry me puso un pastel en la cara ―ríen los dos, pero la más ligera de las tristezas prevalece en el rostro de Alphonse―. Pero... hay un recuerdo específico que... pues, siempre me persigue este día. Uno que llevo en el corazón, que llevo conmigo a donde sea que voy. Es igual de claro que un espejo, Roy...

» Con cada sonrisa y caricia y mirada, mamá solía hacerme sentir especial este día, desde el momento de despertar hasta irme a dormir.

» ¡Incluso mi hermano era bueno conmigo! No me molestaba tanto y solía dejarme leer sus libros.

» El caso es que… mamá me preparaba todos los pasteles que me gustaban, se pasaba el día diciéndome que me amaba y que era un niño precioso y besaba tantas veces mis mejillas que me hacía sonrojar y reír... Y había algo en particular que hacía todos los años. Me encantaba…

Alphonse separa su rostro de su pecho, lo suficiente para que sus ojos se encuentren: el corazón de Roy late de amor por su sonrisa y se estremece de agonía por sus ojos, pues los mismos están repletos de lágrimas. Roy jura que su sonrisa es la de un niño y no la de un adulto joven.

―Al caer la tarde ―continúa― me llevaba de la mano a un bosque precioso, uno que quedaba más allá de la casa de Winry. Te juro que ese bosque no se parecía a ningún otro lugar de la Tierra o quizás así me lo parecía porque iba con ella.

» Íbamos al prado más grande del lugar, uno repletos de girasoles… y por eso los amo, ¿sabes?

» Mamá me sentaba en sus piernas, llenaba mi cabello de pétalos... lo hacía hasta formar una corona sobre mi cabeza. Y todo era tan hermoso. Yo me acurrucaba en su pecho y ella me acariciaba la espalda. Y yo le pedía que me contara historias, las que fueran, tan sólo para escuchar su voz, porque escucharla hablar era algo que podría hacer por horas.

» Luego regresábamos a casa antes de que oscureciera y no me importaba que mi hermano se riera de mí por la corona, ni que Winry pidiese una también, porque mamá estaba conmigo…

» Porque mamá estaba conmigo: sabía que todo estaría bien. Que yo sería feliz mientras ella estuviera ahí.

Alphonse tiene los labios apretados: Roy no sabe si lo hace porque no quiere llorar, algo que sabe bien siempre intenta no hacer frente a él o porque el anhelo que siente en su pecho lo abruma.

Si Roy fuese capaz de borrar todo el dolor en su corazón, el más hermoso de todos, con el dorso de la mano…

Casi se odia por lo que dirá, sin poder dar crédito a su egoísmo de mierda, sabiendo que no es lo más adecuado de hacer luego de que Alphonse compartiera algo tan importante de su ser, pero le nace tanto hacerlo que sólo siente que debe ceder. Así se lo susurra el corazón. Porque si hay algo que ha aprendido al pasar tanto tiempo al lado de Alphonse, ha sido a dejarse ser.

Toma una de las manos cálidas y temblorosas de Alphonse entre las suyas: éste lo mira con los labios pálidos y tensos.

En el exterior, el sol ha bajado a lo largo del cielo y la mañana ya forma parte del pasado. La habitación entera se baña de dorado al tiempo en que Roy habla. Sus ojos negros están afligidos.

― ¿Qué puedo hacer yo que logre igualar todo eso?

» Dímelo…

Aquello le devuelve la vida, la convicción, la dulzura: Alphonse sabe la respuesta mejor que nadie. Sonriendo con resplandor, es su turno de apartar mechones oscuros de ojos brillantes, transmitiendo a través del tacto que su corazón se encuentra mejor. Sus frentes se unen.

Es mágico, conmovedor, lo que debía ser entre los dos.

―Sólo debes quedarte aquí.

Roy sonríe. Piensa hacerlo feliz toda su vida, entonces.

Alphonse ríe aliviado, alegre y coloca una mano en la mejilla de Roy, mirándole con ojos intensos: un agradecimiento por, cada vez, escucharle. Entonces, retrocediendo, vuelve a ser el mismo. Mustang lo observa poniéndose de pie y estirándose.

― ¿Te parece bien si traigo a Tama con nosotros? Realmente lo único que me gustaría hoy es estar con ustedes… Si no te molesta.

» No quiero nada más.

Ofrece su sonrisa más encantadora, esa que es capaz de iluminar cualquier habitación como si el techo no estuviese ahí, entrometiéndose entre ésta y el cielo. Tramposo, piensa Roy. Porque nunca podría decirle que no. Sonríe apenas, pero escuchando a la perfección cómo late su corazón.

Y todo es por él. Siempre por él.

―Será un placer ceder a lo que tú desees.

Terminando de colocarse una sencilla camiseta verde, Alphonse ríe. Voltea. Da dos pasos con dirección a la puerta y Roy lo llama.

―Alphonse.

El aludido gira, todavía sonriente, todavía feliz. Su semblante cae ante lo que encuentra: papel de regalo plateado y un moño dorado envuelven un paquete rectangular. Alphonse tarda un par de segundos en reaccionar ante el cambio tan abrupto en el ambiente. Entonces lo mira con el ceño fruncido, casi afligido.

―Roy, sabes que no es necesario...

Roy, sentado ahora en la cama, niega implacable, acerca el paquete hasta que casi choca contra la nariz de Alphonse, quien retrocede un paso. Lo agita.

―No me desprecies, niño.

―No lo hago ―desmiente Alphonse, rojo hasta las orejas―. Pero no es... No tienes que...

Roy alza una ceja, más implacable y serio que nunca antes en su vida, como retándole a continuar. Alphonse calla. Y el sonrojo persiste cual maquillaje en su rostro.

Una sonrisilla diminuta, no obstante, no tarda en pintarse. Roy, al verle, sonríe de igual manera. Rindiéndose y respirando profundo, Alphonse toma asiento a su lado en el borde de la cama. Toma el paquete que Roy todavía sostiene y, justo antes de quitárselo de las manos, besa su mejilla. El mayor respinga de la sorpresa, haciendo reír dulcemente a Alphonse.

Alphonse observa el regalo. Alphonse sonríe. Alphonse rasga el papel. Alphonse lee la portada del libro ahora desnudo.

Alphonse, de golpe, se transporta años en el pasado, habitando una vez más un hogar feliz habitado por cuatro seres que se amaban entre sí.

― ¿Cómo...? Roy, ¿cómo lo encontraste? ―y no puede evitar temblar, ni llorar, ni amar con locura al hombre que hace tanto por él con el más sencillo actuar.

Lo ama tanto que es difícil de soportar, resulta complejo por el número de razones que originaron el sentir en el pasado, que lo mantienen vivo en el ahora.

Alphonse lo mira con ojos expandidos por la conmoción: Roy, mirándole y sabiendo que el color de esa mirada es su alimento, limpia suavemente una lágrima que viaja por su mejilla. Se acerca y planta un beso, terso, amoroso, templado, en su frente, susurrando las palabras contra su piel:

―Gracias por nacer.

Y Alphonse no puede más. Arrojándose a sus brazos, ambos caen en la cama de un modo que conmovería a cualquiera que lo presenciase. Y el libro queda atrapado entre sus pechos, con los latidos desbocados de sus propios corazones mezclándose con los de la criatura mítica de la portada.

―Lo sabía ―logra farfullar Alphonse luego de haber besado su rostro incansable, con sus ojos chispeando tanta felicidad que Roy los observa con atención, con entrega, sin respirar. Una vez más, Alphonse une sus frentes―. Sabía que su nombre tenía que ver con el dragón de la portada...

» Me lo acabas de dar todo, ¿sabías? Y no podría amarte más.

Agradecido de haber atravesado todo lo que vivió si cada dolor dio pie a esto, a esta vida con él, Roy acaricia su cabello, su cuello, sus hombros, sus mejillas y lo besa, abandonando su propio cuerpo y dándoselo entero a Alphonse.

Cuando finalmente se separan, Alphonse es incapaz de mirar otra cosa que no sea el objeto que resguardará con amor hasta el último de sus días, pues todo y más lo simboliza. Al abrirlo, lee en voz alta lo que la primera página reza.

―«LOS LATIDOS DEL DRAGÓN» ―pronuncia el título con ceremonia, fascinado, para luego pasar a las palabras que el autor ofrece al comienzo de la obra―. «Cada relato que leerás, lector, corresponde a una parte del órgano que tanto tú como yo poseemos, sin dudas el más aludido en la literatura. Espero darte, en estas humildes páginas, aunque sea un poco de la magia que todos merecemos experimentar. Pues ya hay suficiente oscuridad en este mundo, ¿no lo crees? ¡Sé valiente, siempre, ante cualquier adversidad! Abrazos desde mi estudio hasta donde sea que estés».

Lee lo último con voz chica, casi del grosor de un hilo. Qué magia la de los libros, caray, que te hacen sentir que tienes junto a ti a una persona que puede estar a continentes de distancia. Sorbiendo a través de la nariz cual niño, alza su rostro para ver a Roy, riendo con el encanto que nunca nota en sí mismo.

―Te dije que el autor era una persona muy buena...

Roy se limita a apartar mechones de su frente, pues no quiere perderse ni un poro del cuadro de la felicidad de Alphonse. Una vez más, se deleita con la piel de su frente al besarla.

―Respondiendo tu pregunta: me temo que no soy del todo un héroe, pues se debió más que nada a la suerte ―dice Roy, obteniendo así la atención total de Alphonse―. ¿Recuerdas la visita diplomática de una semana en la frontera de Creta? ―el menor asiente―. Casi pareció obra del destino. Una tarde, al regresar al hotel después de una reunión (más aburrida que mirar cómo se seca una maldita pared recién pintada), me topé con una pequeña librería. Y algo me hizo frenar. Pudo ser la motivación de buscar algo que leer, mayormente, pero hubo algo más que no pude identificar ―Roy le sonrió, aferrándose a una mano suya―. Y leyendo títulos, me encontré la palabra «Dragón» en un lomo. Mi mano se movió por sí sola. Y, al igual que tú, me bastó con leer las palabras del autor para saberlo. Me marché con ese único libro y nada más. Lo acabé esa misma noche ―Roy le sonreía―. Tu padre... te hizo un regalo muy considerado, Alphonse. Debió amarte mucho, si bien a su manera.

Alphonse, aunque escuchándole, estaba haciendo intensos cálculos mentales.

―Creta... La visita a Creta fue hace... ―Alphonse se queda sin aire al recordarlo―. ¡Unos dos meses! ¿Me has ocultado algo desde hace dos meses, Roy Mustang? Y estaba en tu mesa de noche, ¿verdad? ―el aludido asiente desenfadado a ambos cosas y Alphonse ríe―. Eres bueno, lo reconozco como uno más de tus muchos talentos.

Prevalece el silencio, pues todo lo vital ha sido expresado ya: con los ojos, con sonrisas, se comunica lo fundamental. Acostados en cama, se miran.

Alphonse, aun así, siente que debe dejárselo claro.

―Gracias ―susurra a su lado, tomando su mano, llevándola a sus labios y besándola con el cuidado que se otorga a lo más valioso―. Todo esto carga un simbolismo fuerte para mí. ¿Sabes cuál es?

Roy niega. Suspira y ahora es él quien se refugia en Alphonse, en su pecho y calor que son su refugio de todo, rodeándole la cintura con los brazos.

―Dímelo ―dice, la misma palabra anteriormente pronunciada.

Alphonse se voltea para colocar el libro, que se ha convertido en una de sus posesiones más preciadas, en su propia mesa de noche antes de hablar. Retorna al lado de Roy, abrazándolo para nunca dejarlo ir.

―Este libro, sus historias y la forma en que me marcaron, son mi pasado.

» Tú eres mi futuro de ojos negros...

Así, ojos se humedecen, corazones laten a una potencia inconcebible y el amor toma posesión de todo. El amor se vuelve una presencia humana que existe sólo por gracia de ellos dos, un ente que los abraza tanto como ambos se aferran al otro.

Con voz temblorosa, las tres palabras se pronuncian una vez más: porque el amor ahorca, sí, pero nunca daña.

―Gracias por nacer...

XXX

Notas finales:

¡Hola, muchísimas gracias por leer! Nunca dejará de ser un honor para mí. Espero que este pedacito de mi corazón haya sido digno de leerse. :')
 
Debo admitir que, últimamente, siento que lo que escribo, pues... se pasa de sentimental, por decirlo de alguna manera. Temo que no haya mucha sustancia o calidad, pero acá fue inevitable ponerme sensible, era imperativo: porque el día en que vino al mundo aquel que todo lo significa despide brillo en el calendario. Quise que me quedase especial dentro de mis limitadas capacidades. Si les sacó aunque sea una sonrisita, seré feliz. Les agradezco el tiempo otorgado.
 
Y bien, en cuanto al aspecto de la cronología: se sabe el año de los nacimientos de Roy y Alphonse, mas no la fecha exacta. Me tomé la descarada libertad de situar el cumpleaños de Mustang antes. Fue automática la decisión, lo admito, jaja. 
 
(Así que ya saben: si en algún momento del futuro Arakawa suelta esa información y lejos está de ser lo que yo escribí acá, mi culpa no será. Perdón desde ya. XD)
 
De nuevo, cruzo los deditos en pos de que fuese, a lo mucho, una lectura agradable. :')
 
¡Nos leemos muy pronto! Gracias, con toda el alma, por todo. ♥


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