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Oso panda por aries_orion

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¡Por fin!

Después de argumentar, rogar y hacer cuanta cosa sus padres le pidieron se encontraba de regreso en Japón. Sonrió como nunca e incluso se paseó por las calles como un niño en un parque de diversiones. Le gustaba U.S.A, pero nada se comparaba con las tierras que le vieron nacer y crecer hasta los cinco años. Le causaba risa las reacciones de las personas cuando pasaban a su lado, su ego se inflaba como un globo por los cumplidos susurrados pensando que no podía oírlos. Lástima, pero él era un Alfa sangre, sus instintos eran casi igualados a los de su animal, podía escuchar hasta el aleteo constante de un mosquito.

Sin embargo, lo que más amaba era cuando se transformaba, su tigre era enorme con rayas negras y un blanco inmaculado, sus ojos eran tan azules que parecían un par de cielos de verano en lugar de unos felinos.

No iba a negarlo, le encantaba haber heredado la naturaleza de su madre.

Regresaría a la misma academia, al principio la detesto, demasiado frívola y presuntuosa para su gusto, pero conforme fue conociendo comenzó a aceptarla e incluso le gustaba asistir a clases. Se levantaba temprano, lo cual era toda una odisea en California, pues su madre llegó al extremo de aventarle una cubeta de agua helada con cubos de hielo incluidos para poder levantarle de la cama.

Un frío despertar para su gusto.

Al estar frente al edificio de la Academia Tōō una lluvia de recuerdos inundó su mente, ¿aún habría un puesto en el equipo de básquet para él? Esperaba que sí, sino tendría que buscar otro deporte o actividad para hacer por las tardes.

El director fue amable, le dio la bienvenida y sus horarios, no necesito acompañante, pues recordaba la distribución de la escuela. Se acercó a su profesor quien le presentó ante sus compañeros de salón, quienes para su sorpresa eran los mismos que tuvo en primer año. Las sonrisas, cuestiones y abrazos no se hicieron esperar, mientras el profesor acomodaba sus cosas y encendía la computadora se dispuso a charlar con sus compañeros. Un año sin verse era mucho por escuchar y contar.

Algunos de sus amigos habían cambiado, unos dieron el estirón y otros sólo la voz o la constitución de su cuerpo sufrieron transformaciones. La clase iba por la mitad, la voz del profesor era la única que recorría el salón mientras algunos apuntaban y otros prestaban atención al pizarrón. Aquella tranquilidad fue rota por la puerta siendo abierta, acompañada por una fuerte respiración. La tensión era tangible.

La curiosidad de Taiga fue en aumento, pues nunca había sentido a sus compañeros exudar miedo e incomodidad. No obstante, todo quedó en el olvido en el momento en que el intruso se irguió, sus dedos perdieron el equilibrio del lápiz con el cual jugaba.

El chico era casi igual de alto que él, piel morena, cabellos azabaches y unos increíbles ojos azul marino, por un momento se sintió ante el imponente universo o mar. Su presencia imponía, su olor era el de un Alfa. La bonita estampa era mancillada por el labio roto y un pequeño riachuelo de sangre que escurría desde su cabello hasta la barbilla.

Una imagen grotescamente hermosa.

–Señor Aomine, llega tarde. – El profesor le reprendió mientras este ingresaba al salón.

–No se pudo evitar.

–Y yo no podré evitar poner un seis en su nota final.

La indiferencia del chico era extraña, le sorprendió que le contestara de tal manera, ya que en la cultura nipona, el profesor era un figura de respeto. Extraño y demasiado curioso.

El chico no contestó, sólo se peinó los cabellos hacia atrás, chasqueo los dientes al ver toda su palma manchada de sangre. La cual, terminó embarrada en sus pantalones, su camisa tenía varios puntos de la misma. Para su sorpresa, este se sentó en el asiento libre a su lado, quedando junto a la ventana. No pudo despegar su vista del accionar del chico, su tigre le pidió acercarse para cerciorarse que estuviera bien y después ir en busca de aquellos quienes osaron hacerle tal cosa al Alfa azulino.

Se dejó caer sin misericordia sobre su pupitre. No había pensado eso ¿verdad? ¡Oh por todos los animales del mundo! ¡¿Cómo pudo siquiera pensar en cuidar a un Alfa que no conoce?! Además ¡era un Alfa!

Por todos los infiernos. En definitiva, el cambio de horario le estaba afectando y mucho.

Tan rápido como se presenta el pensamiento de protección se fue. Dos meses sin prestarle mayor atención al Alfa que siempre llegaba tarde, golpeado o con sangre. Se metió de lleno en recuperar el tiempo perdido con sus amigos, acoplarse al nuevo equipo, que, para su sorpresa, una chica Omega de nombre Riko Aida era la entrenadora. Sus entrenamientos eran espartanos, a veces ni sentía sus piernas o brazos, pero su abdomen y espalda se sentían maravillosos.

Sus padres le llamaban dos o cuatro veces por semana para saber de él, la soledad de su departamento era deliciosa y por momentos algo asfixiante. Trataba de mantener su mente distraída o de plano entraría en depresión, pues no estaba del todo acostumbrado a estar completamente solo. En casa siempre había alguien, bien las chicas Betas de servicio, el jardinero o el chofer. Sí, era un niño rico, pero no se creía el ombligo del mundo y tampoco miraba a los demás por encima del hombro. Era lo que era y lo aceptaba. A veces se transformaba en su tigre para captar mejor los sonidos de la noche. Una melodía deliciosa y muy relajante.

Tres meses después ya no pudo evitar seguir al Alfa, por alguna razón sus ojos le buscaban o le seguían cuando le tenía cerca. En varias ocasiones se tuvo que morder los labios interiormente, el trato que recibía el chico era horrible. Apenas le hablan, le rehuían y las bromas pesadas eran pan de cada  día. Empero, eso se hacía en completo anonimato, pues la apariencia y aroma del Alfa lograban desalentar hasta al mejor guerrero para hacerle frente.

En una ocasión descubrió que el chico problemático pertenecía al club de natación y cocina. Algo extraño para un Alfa.

Muchas veces se preguntó qué clase de animal sería internamente, si podría transformarse o sólo era de gasta, pues no todos podían convertirse en su animal. También llegó a cuestionar sus gustos, hábitos e incluso si le gustaba practica algún otro deporte; de igual manera se moría de curiosidad por su comida y es que, ¿cómo un Alfa puede estar en dicho club?

Si bueno, aquello era extraño, normalmente se veía en la cocina a los Omegas y a unos cuantos Betas sin importar el género, pero ¿un Alfa? Imposible. Era algo inverosímil e inaudito.

¡Joder!

Con él iba el dicho, la curiosidad mato al gato, pero nada podía hacer, sus ojos no paraban de buscarlo y cuando menos se daba cuenta ya lo tenía detectado entre tanta multitud de estudiantes. Como ahora, que al pie de la ventana, mientras esperaba la llegada del profesor, podía observar al moreno hablando con un profesor que al parecer es el entrenador del club de natación.

–¿Qué tanto ves Kagami-kun? – Riko le hablo por la espalda.

–El patio.

–Deja de verlo Kagami. – Makoto intervino.

Les prestó atención a sus compañeros, sus palabras sonaban más a una orden que una sugerencia.

–¿Por qué, qué tiene de malo?

–Puedes ver a todos los chicos de la escuela, menos a ese.

–Sigues sin darme una razón válida Makoto.

–Kagami, el chico es peligroso, es un Alfa sumamente agresivo.

–¿Lo dicen por los goles y eso? – Ambos  chicos se miraron para después clavar sus ojos en él.

–No es sólo por ello, hay rumores que… bueno, el chico se supone que debe estar en primero, pero está en tercero. – La incredulidad en su rostro era clara. – No se sabe cómo fue que le adelantaron, pero, al parecer su padre o su familia son parte del mundo bajo.

–¿Eso que tiene que ver? El chico es…

–No me importa lo que es o no, aléjate de él, a su alrededor sólo hay problemas. – Makoto le dejó en claro su advertencia para después irse del lugar.

Kagami no agrego nada, se giró para regresar a su posición junto a la ventana. Para ese momento, el moreno le veía, sus miradas conectaron y él sólo levantó la mano en saludo. La respuesta del chico fue divertida, pues este sólo volteó el rostro para seguir a su entrenador a la alberca.

Kagami no era un Alfa que siguiera las reglas y aquello no iba a ser la excepción.

–Así que, ¿cuántos años tienes pequeño?

El depredador fijó su presa y no pensaba soltarla hasta no tenerla entre sus patas.

 

 

*

Por los siguientes meses, Kagami continuó con su juego, miradas por aquí y por allá, sonrisas, saludos y, cuando se daba la oportunidad, un par de toques.

El chico sólo le miraba extrañado, no contestaba sus acciones, sólo le ignoraba. Aquello en lugar de enojarlo le divertía, las expresiones eran adorables. Incluso tuvo la osadía de ir a verlo a su práctica en la alberca para perderse en el cuerpo esculpido por el mismo Apolo. Una espalda marcada, ancha y fuerte, que conforme decencia se reducía hasta llegar a una cintura pequeña, unas caderas un poco voluminosas, un trasero firme y respingón. ¡Dios! esas piernas eran un pecado y ni qué decir del torso con aquella perfecta barra de chocolate.

El maldito era un bombón andante. Un mango jugoso que esperaba ser el primero en morder.

El otoño cobraba presencia conforme el tiempo pasaba, no había podido ver al Alfa azulino porque su entrenadora les había puesto a entrenar y cuando salía, los de natación ya no estaban. Moría de hambre y frío. Justo al cruzar una calle muy transitada un aroma peculiar golpeo cual bala a su sensible olfato. Se detuvo, se drogo con aquella fragancia, no podía identificar si era un Omega, Beta o Alfa, sólo sabía que debía encontrarlo y marcarlo.

Volverlo suyo.

Cerró los ojos dejándose guiar por sus instintos. Se arriesgaría a ir a parar unas cuantas horas a la cárcel, donde fuera alguna chica histérica o un menor, pero el aroma valía la pena. Su Alfa arañó su piel en busca de libertad, la esencia le llamaba como un oso a la miel. Sabiendo que nadie le esperaba en casa y no teniendo nada mejor que hacer, siguió sus instintos. Su nariz e incluso su boca jalaban el aire con fuerza con tal de no perder el rastro. El cual se hacía más fuerte conforme se acercaba a una cafetería.

No teniendo nada mejor que hacer, siguió con su proeza, al abrir la puerta del lugar el aroma se intensificó, aún así se perdía un poco, pues la fragancia a café y dulce eran muy fuertes. Si cerraba los ojos podía ver el hilo del aroma, dejó caer sus párpados para al instante notar un hilillo plateado. Le siguió hasta que chocó contra una mesa. Al abrir los ojos deseó nunca haber seguido a su tonto animal o instintos.

Sentado, con un libro, una taza de café y un plato con una rebanada de lo que parecía un pay, se encontraba el Alfa azulino. Su cabello era un poco largo, de sus orejas colgaban unos cuantos piercings. No había rastros de golpes o sangre seca, su rostro era marcado por varoniles líneas, una pequeña nariz y unos labios carnosos. De verdad que lo intentaba, lo intentaba con todas sus ganas, pero no podía quitar sus ojos de él. Era demasiado atrayente, sobre todo ese par de belfos que llamaban a cometer el pecado de Dios.

Profanar unos labios de ángel.

–¿Se te ofrece algo?

¡Santa virgen de la papaya!

El chico poseía una voz ronca, pero suave, igual a las rosas. Era algo a lo cual no estaba acostumbrado escuchar de un Alfa. No pudo evitarlo, es más, no quería. Dándose valor internamente y recordando su casta hizo una pequeña sonrisa, dio un paso atrás y le observó directo en ese mar de gemas preciosas.

–Disculpa, no era mi intención interrumpir tu lectura, es que un aroma y… sé que suena algo tonto, pero ¿podría compartir la mesa contigo?

El chico le escaneó de arriba abajo, sin mostrar expresión alguna, minutos eternos para recibir como respuesta un levantamiento de hombros. Algo dudoso se sentó, el silencio entre ambos era agradable. A Taiga aquello le gustaba mucho. No siempre los silencios le parecieron relajantes. El aroma del Alfa era un arrulló, su tigre deseaba salir para colocar su cabeza sobre las piernas y recibir mimos de esas manos que trataban con extremo cuidado las hojas del libro.

–¿Qué lees?

–Un libro.

Arrugo un poco el ceño ante la respuesta, al parecer al chico le iba el sarcasmo y la obviedad.

–Ya lo veo, ¿de qué trata? – Los ojos azules se despegaron de las letras para mirarle con una ceja alzada. De acuerdo, mensaje captado, el chico no quería hablar. –Está bien, ya entendí, ya me voy y perdona por la intromisión.

Se paró desilusionado, él realmente deseaba saber un poco sobre el Alfa que llevaba removiendo su curiosidad desde su regreso. Nada ni nadie le había trastocado tanto como él. En fin, sin poder evitarlo se alejó, al menos se iría con un café entre sus manos, pues no era muy de su agrado el frío. Sentía hasta los huesos helados.

–¿Qué desea pedir, joven? – Taiga examinó la tabla del menú, quería un café, pero no se decidía por cual.

–Un capuchino, Satsuki.

–Claro Dai-chan. – La chica le sonrió a tiempo que se giraba para prepararlo.

¿Un Alfa podía chillar del susto y la emoción? Esperaba que sí, porque en cualquier momento le saldría uno. Kagami no podía creerlo, el Alfa estaba a su lado pidiendo por él y por lo visto era un cliente recurrente, pues hasta la chica que atendía le llamaba con un apodo.

–Oye, no soy del todo fan del capuchino.

–Este te gustará. – Le miró inquisitivo. – Es una disculpa por ser borde contigo.

Ahora sonrió por su respuesta, quizá no estaba del todo perdido su hazaña por conocerle.

–Taiga Kagami.

–Bien Kagami, tu pagaras mi pay de limón. – El pelirrojo estaba a punto de debatir aquello cuando el moreno volvió a hablar. – En compensación por tu acoso en la escuela.

No pudo negarse ante la sonrisa petulante y el brillo de diversión en los ojos contrarios. Parecía un niño a punto de ejecutar una travesura.

Estaba decidido, se iba a poner a chillar de la emoción por aquel simple acercamiento.

 

*

El tiempo siguió su curso.

Otoño daba paso al invierno, las calles comenzaba a volverse luminosas por los adornos que día a día iban saliendo para recordar a las personas las fechas próximas y lo único que Kagami Taiga, Alfa sangre, deseaba era poder quemar esas cosas. Demasiado cursi y brillantes para soportar en su estado de ánimo, pues los profesores se habían puesto de acuerdo para torturar a los alumnos de último grado con exámenes sorpresa, presentaciones, ensayos y cuanta cosa más se les ocurriera.

El Alfa pelirrojo sólo quería un par de días para tirar al ocio, no quería pensar, ni escribir, sólo dormir. Pero no, tenía mucho sueño y el cuerpo le pulsaba, dar un paso era una constante tortura; pues Riko se había excedido con sus entrenamientos y para rematar, la chica se enteró de su reciente relación de amistad con el chico problema de la escuela. Claro está que su discurso le encontró por un oído y salió por el otro.

Él no iba a dejar a Aomine, no ahora que apenas lograba sacarle más de tres palabras juntas. Le exasperaba los monosílabos y los movimientos de cabeza, no deseaba exigir más de lo que se le daba, pero el moreno no ponía nada de su parte. Así que, estaba ahí, en su casa muerto de aburrimiento, con las neuronas semimuertas navegando sin rumbo fijo en su materia gris mientras por alguna extraña razón le parecía de lo más interesante el techo.

Aunque llevaba una semana hablando hasta por los codos por Facebook o WhatsApp con el moreno, sentía que avanzaba con pasos muy pequeños. Trataba de no frustrarse, debía ser cuidadoso para llegar a su objetivo, que no sabía a ciencia cierta cuál era, pero había un objetivo el cual alcanzar.

¿Quién iba a decir que un café le llevaría hasta tal punto?

¡Ni él se lo creía! Pero ahí estaba, sonriendo como idiota mientras contestaba los mensajes de Daiki. Su tigre no’ paraba de mover la cola de lo feliz que se encontraba. Sin embargo, de aquellas conversaciones obtuvo información de relevancia, a Daiki le gustaba leer sin importar el género o la época del autor. Le fascinaban las motocicletas y los autos, iba al café dos o tres veces por semana porque ahí cuidaba a su prima, la chica que le atendió la última vez. Era un chico sumamente perezoso, pero podía dormirse hasta las dos o cinco de la mañana leyendo o trabajando. Era más nocturno que diurno.

Temas sobre la familia y cuestiones personales eran evitados, no quería meter la pata por andar preguntando cosas que en Estados Unidos eran cotidianos.

[Oye, me tengo que ir, Satsuki quiere que le ayude en el café]

[¿Puedo ir? xD... por la tarde… ¿si tú quieres]

Taiga no podía hacer algo relacionado al café sin preguntarle antes, había deducido que el lugar era una especie de santuario para el Alfa y él no quería invadir su espacio y, por ende, terminar con su amistad que apenas comenzaba.

Diez minutos después obtuvo su respuesta.

[Haz lo que quieras]

No pudo evitarlo. Se transformó. Rugió de goce.

Diez minutos después se detuvo abruptamente. ¿Qué carajos había hecho? Es más, ¿qué mierdas le pasaba? ¿Por qué se ponía tan feliz de una simple respuesta y, sobre todo, ¡cómo se ponía a ser indulgente con otro Alfa!?

Ahora sí se alarmó, no se suponía que fuera así, el chico era frío y seco como el desierto, apenas y lograba sacarle más de cuatro palabras juntas en una misma oración. Debía revisar a su animal, aquello no era normal, ambos eran Alfas y ya estaba entrando en pánico sin tener razón válida. Se comenzaba a ahogar en un vaso de agua, pero es que no era su culpa, el chico le atraía muchísimo, sus expresiones atemorizaban a los demás, más a él le daban ternura.

Oh carajo.

No le gustaba verdad… ¿Verdad?

¡A la miércoles! Primero iba a reunir todos los datos y muestras antes de entrar en pánico, empero lo reunido hasta ahora le mostraba el primer paso. El chico le gustaba, punto.

Y ahí estaba, escribiendo y revisando como poseso los documentos que su padre le había enviado. Con música en sus oídos, hojas y un bloc tachando, escribiendo y sacando cuentas junto con una taza de café que él no pidió.

–¿Qué haces? – Aomine se sentó frente a él con una rebanada grande de pay de fresa que no dudó en robar un poco para llevarlo a su boca.

–Revisó unos informes de mi padre, carajo, ¿dónde está el neto pasivo? – Sus ojos subían y bajaban, el café le produjo una agradable sensación. –¡Te encontré! – Dejó la taza, comenzó a escribir para verificar si los resultados de su padre estaban bien. No obstante, cuando se mete en algo olvida e ignora todo a su alrededor y sin quererlo, estaba ignorando a su tormenta personal, quien le veía algo divertido por su actitud.

El tiempo pasó y cuando volvió a despegar sus ojos de la pantalla noto el manto nocturno sobre la ciudad. Suspiro derrotado, aun no terminaba y él había ido con la intención de ver a Aomine en aquel entorno.

–¿Terminaste?

Kagami pego un pequeño brinco en su asiento, no lo sintió y mucho menos le olio.

–¿Acaso quieres darme un infarto a temprana edad? Quiero vivir sabes.

–Una boca menos que mantener para el planeta.

–Que graciosito me saliste Daiki. – Al instante de decir su nombre trató de corregirse ante la expresión incrédula del Alfa azulino. –No era mi intención, aun no me acostumbro a llamarles por su apellido y los honoríficos y… eso…

–Entiendo, déjalo así. ¿Ya comiste?

–Si cuentas las cuatro tazas de café y la rebanada de pay que me trajiste, creo que sí.

–Comida de verdad, no postres.

–Ah, entonces no.

–Recoge, ahora vuelvo.

Le siguió hasta perderse tras las puertas de la cocina. Kagami bostezo, tenía demasiada energía recorriendo su cuerpo por culpa de la cafeína ingerida, recogió y acomodó los papeles de una forma en la cual no perdiera lo ya revisado con lo que no. Guardó los documentos para después poner en suspensión la computadora. No podía creerlo, toda la tarde se le fue en los papeles y no pudo ni entablar una conversación medianamente decente con el moreno. Si su abuelo se llegara a enterar de lo nefasto que era para ligar, se reiría de él por el resto de su vida.

–Come.

Un plato con un par de rebanadas de carne bañadas en salsa de tomate con puré de papas y ensalada le fue puesto en la mesa. Babeo por ello. El olor era exquisito, no pudo evitar soltar un ronroneo, se veía tan delicioso que hasta le daba cosa profanar tal manjar.

–Deja de babear mi mesa y come, gato tonto.

–Dejare pasar el insulto sólo porque tú me has preparado esto.

–¿Cómo lo…?

–Tienes el mandil manchado de salsa.

–Cállate y come. – Aomine cubrió la mitad de su rostro con su palma, pues había recargado su barbilla en ella.

–Como ordene capitán. – Acompañó sus palabras con el gesto típico de un saludo militar, noto un pequeño sonrojo en el chico, más no dijo nada y se hizo el desentendido.

Le acompañó silencioso, en cambio él gemía cada tanto, la comida estaba riquísima. Hacía mucho no comía algo que no fuera precalentado o el arroz y huevo.

–Quieres dejar de gemir de tal manera, parece que le haces el amor a la comida.

–No puedo, esto esta delicioso.

–No es para tanto, sólo es carne y papas.

–Pues para alguien que vive de atún, sándwiches y cereal con leche lo es.

–¿Estas de broma, no? – Kagami negó, el puré se derretía en su boca, la carne le otorgaba el toque salado que el dulce de la mantequilla atiborraba su gusto. –¿Quieres más?

–¡Sí, oh dios, sí por favor!

El plato le fue llenado tres veces más. Ahora iba a tener que hacer ejercicio o algo para bajar un poco la comida y poder conciliar el sueño. Un aroma bombardeo sin misericordia su olfato, sin ser consciente del todo, salvo del repentino cansancio y el aroma, se giró enganchando sus brazos alrededor de un cuerpo. Se restregó un poco intentando que el olor se quedará grabado en sus sentidos.

Elevó el rostro para ver al dueño de tan agradable aroma, pero sólo consiguió echarse hacia atrás golpeándose la cabeza con la pared de cristal. A quien había abrazado era Aomine, el Alfa le veía extrañado y un tanto furioso por su accionar. Vale, la había cagado. Debía averiguar qué pasaba realmente con su animal o iba a perder al moreno antes de siquiera poder llegar a ser amigos.

–Lo siento, no… yo… es sólo cansancio y…

–Deja de balbucear, vamos.

Aomine se giró, no agrego más y tampoco le reprocho nada. Ahora él no comprendía nada, con casi diez metros de distancia le siguió hasta llegar a un parque. Ahí el moreno se sentó en un columpio y él en otro, la briza de la noche era agradable, se moría por dejar salir a su tigre.

–¿Por qué  te has acercado a mí?

El pelirrojo dejó su admiración para voltear a verlo, su sorpresa era clara, el moreno había pronunciado más de cuatro palabras juntas. Aunque no comprendió su pregunta.

–Compartimos clases y nunca me has hablado, pero sí observado, hablamos por celular más no preguntas nada concreto, sólo cuentas sobre cosas cotidianas. ¿Por qué? ¿Es una clase de apuesta, broma o sólo quieres saciar tu curiosidad?

–¡No! No es nada de lo que piensas, sólo, bueno, tengo curiosidad. Es extraño y… no sé cómo explicarme. – Se revolvió los cabellos desesperado, las palabras no eran lo suyo. –Mira, no hay apuesta o algo por el estilo, fue pura casualidad el encontrarte en la cafetería, lo demás se dio y en la escuela no tenía la confianza para acercarme por eso prefería usar gestos en lugar de palabras.

Daiki no hablo por un largo tiempo. Intentó calmarse, esperaba que por esas razones el chico no detuviera su creciente amistad o lo que fuera que se esté dando entre ellos. Le gustaba hablar con él, no quería perder eso.

–De acuerdo, seamos amigos.

–¡Genial! – Taiga no pudo evitar gritar ante la aceptación del chico. – Perdón, oye ¿puedo preguntar cualquier cosa y tú sabrás si me contestas o no? Tú puedes hacer lo mismo… si tú quieres.

–Eres extraño.

 

*

Oficialmente se iba a matar.

No, iba a morir de la peor manera y poco digna que una persona pueda fallecer. ¡Se moría de aburrimiento! Ya había hecho todas las tareas que los profesores dejaron para las vacaciones de invierno, revisó dos veces los balances de su padre antes de enviárselos y ahora está ahí. En su casa, solo, en pijama a la una de la tarde comiendo un sándwich mientras veía Valiente.

Lloraba como un vil mocoso de cinco, por primera vez pasaría solo esas fechas, pues sus padres no pudieron terminar su trabajo a tiempo, por lo cual no pasarían la festividad juntos. Se encontraba de vacaciones, sin amigos y familia. Se iba a dar un tiro, seguro moriría de aburrimiento o de inanición, él sabía cocinar cosas básicas no algo tan elaborado como lasaña o albóndigas, que, se moría por comer. Desde el tercer mes de su arribo se cansó de comer en restaurantes o pedir a domicilio, su imaginación no daba para sobrepasar todas las variaciones de espagueti, sándwiches, huevo y arroz. Aunque el sushi no le salía tan mal y tampoco la carne.

Moría por algo de carne con puré de papas, mole o pollo en naranja. De sólo imaginar lo que su madre hubiera cocinado durante esas vacaciones se le hacía agua la boca, pero no, la estúpida oficina en Italia se encontraba en problemas y su padre tuvo que ir y a dónde va su padre va su madre. Se quedó sólo cual cachorro abandonado en un país con decoraciones luminosas.

Extrañaba tanto la comida de su madre y Daiki, quien para su sorpresa, después de contarle sobre su precaria situación de cocina le llevaba desayuno y comida a la escuela, incluso hasta la cena. Quería regalarle algo por aquella acción que no le correspondía, pero hacía y le hacía sumamente feliz. Muchas veces tuvo que evitar decir algo como extraño tu comida, aliméntame, entre otras cosas; no podía pedir aquello porque Aomine no tenía ninguna obligación, eran amigos, no pareja. Además, era vísperas de Navidad y después Año Nuevo. No, en definitiva, no podía pedirle algo así, pues por lo poco que el moreno se atrevió a contarle, su familia estaba dispersa por el mundo y sólo en este tipo de fechas se reunían.

Suspiro, suspiro y más suspiro.

¿Por qué no podía ser como las películas de Disney? Tenían aventuras, romance, peleas y canciones, como Jack Sparrow.

Su teléfono sonó, un mensaje de WhatsApp le llegó.

[Oye, éstas en casa?]

[Pronto moriré en mi sofá, pero sí, why?]

[Because, estoy subiendo a tu piso. Ábreme]

Era la representación encarnada de una estatua de la Catedral de Notre Dame, rígida, sin expresión y sin movimientos. Completamente pegado al sofá. Leyó como mil veces el último mensaje escrito por Daiki. No podía creerlo, él estaba ahí, recuerda que le dio su dirección mientras bromeaba con él diciéndole que se iba a morir por quién sabe qué enfermedad y ahora este la usaba para ir hasta su casa que estaba sola, un tanto sucia y desordenada. Con trastes apilados y sólo comida chatarra en sus alacenas y refrigerador.

Brinco de su asiento al escuchar el timbre sonar por todo su departamento. ¡Oh carajo! Se levantó como si estuviera en brazas al rojo vivo, el poncho quedó olvidado entre el sofá y el suelo, su celular permaneció al filo del asiento, recogió los platos, vasos y las envolturas de sus frituras. Aventó todo sin contemplación en el fregadero, suerte eran de plástico sino ya se hubiera quedado sin vajilla. El timbre volvió a sonar, chillo de la sorpresa, respiró profundo y abrió la puerta.

¿Se podía ser sensual con tanta ropa encima?

Porque el Alfa delante de él era el hijo perdido de Afrodita, de eso estaba completamente seguro. Con esas mejillas rojizas igual a la punta de su nariz, los ojos brillantes iguales a una estrella, en una pose completamente relajada. Toda una obra de arte que moría por examinar a fondo.

–¿Me dejarás pasar o qué? – El escrutinio fue detenido por la obra de arte en cuestión.

–Yo… sí, claro pasa. – Kagami se hizo a un lado, el moreno pasó y cerró, continuo caminando hasta que sintió la duda de su acompañante. Se giró para encontrarlo junto a la puerta, indeciso de cómo proseguir. –No pasa nada si entras con los zapatos, este edificio está diseñado al estilo occidental, es madera resistente.

–Hasta tu casa es extraña.

–No es mi culpa, mis padres escogieron este lugar. – Se dejó caer en el sofá. – Puedes servirte lo que gustes, la cocina está por allá.

–Eres un pésimo anfitrión.

–Estoy de vacaciones.

–¿Esa es tu excusa?

No contestó, se concentró con la televisión que estaba reproduciendo una nueva película. Por fuera era una laguna, pero por dentro era un tsunami, vendaval, tormenta y todas las cosas que ocasionaban una revolución en el mundo causado por el clima.

No podía creer que tuviera al Alfa en su casa, sirviendo quien sabe que en su cocina, se golpeaba mentalmente por su actitud, más nada podía hacer. Lo hecho, hecho estaba. Y él no pensaba cambiar, además, normalmente era así con sus allegados. Les dejaba hacer siempre y cuando no destruyeran nada o sus padres le desollarían vivo.

–¿Qué se supone que estás viendo? – Aomine se sentó en el otro extremo del sofá con un plato de niños envueltos, toda una delicia si lograbas que el pan diera vuelta sin romperlo.

–Valiente.

–¿Te gustan esas cosas?

–¡Oye! No son cosas, con películas.

–Infantiles. – Reprocho el moreno.

–Pues lo siento niño grande, pero Disney produce muy buenos films y hoy es día de películas así que te jodes.

–Mejor come y cállate.

–Maldito Alfa bipolar.

–No comprendo cómo te puede gustar esa película. – Ahora comenzaba otra pelicual.

–¡Estas demente! Mulan es la única princesa que ha logrado romper los parámetros establecidos para una chica en esa época, logró ingresar al ejército, puso en jaque la sexualidad de un hombre y ¡salvo China! Ninguna princesa ha logrado eso.

–¿Te gusta?

–¡Es mi película favorita! No me canso de verla.

El silencio reino, los diálogos y la música eran lo único que se escuchaba en la habitación. Taiga quiso preguntarle en varias ocasiones el motivo por el cual se encontraba en su casa, más no se atrevía a romper la agradable atmósfera que se instaló en el lugar. Y, sin darse cuenta, el aroma que desprendía Daiki le fue adormeciendo a tal grado que cambió a su forma de tigre sin darse cuenta. Dejando a un moreno sumamente sorprendido por el acontecimiento.

Sin embargo, el chico no pudo evitar hundir sus manos en los suaves cabellos del tigre blanco, quien usaba sus piernas como almohadas, para repartir caricias sobre el cuerpo felpudo hasta que el sol se ocultó tras los edificios de la ciudad.

 

*

2 de enero y Kagami Taiga anhelaba una zanja para aventarse por esta.

¡¿Cómo se le ocurrió quedarse dormido?! No conforme con abandonar a Daiki, le usaba como almohada y para rematar ¡se transforma! ¡Él! Que tiene un completo control sobre su tigre viene a transformarse sobre el Alfa azulino. No sabía ni cómo había ocurrido, sólo estaba viendo la película y al minuto siguiente ya estaba navegando en las aguas de Morfeo.

¡Que tonto!

De eso ha sido casi dos semanas, Daiki le escribe con puros monosílabos o a veces le deja en visto. No comprendía nada. ¿Quizá su tigre hizo algo que incomodó al moreno? Necesitaba respuestas y quien se las puede dar no le habla. No obstante, él era una persona que no se quedaba quieta a esperar que le cayeran las cosas, las buscaba y las encontraba sin importar el costo. Así que, arriesgándose a un posible rechazo se ducho, cambio y se encaminó al único lugar donde el Alfa estaría a esas horas.

Ahí estaba, con una pequeña sonrisa tras el mostrador con el mandil negro con letras cursivas el nombre del café. Le observó desde afuera por un largo rato hasta que consiguió temblores de frío para su cuerpo.

–¿A qué horas sales? – Los ojos azules reflejaban lo que el rostro no, sorpresa. –Hay una feria en un templo por el año nuevo, pesaba ir, ¿quieres venir conmigo?

El moreno sólo le observó, más no le daba una respuesta y las personas tras de sí estaban de espectadores ante un posible rechazo.

–Dai-chan ira, sale a las seis. – Intervino la chica.

–¡Satsuki! – Aomine le amonestó por entrometerse.

–Dai-chan quieres ir con él, pero no lo admites, además, le has echado de menos.

–¡Satsuki, por dios!

Kagami sonrió, el sonrojo en las mejillas contrarias era sumamente hermoso, el chico se encontraba completamente avergonzado y por alguna extraña razón, eso les encantaba tanto a su tigre como a él. La chica le entregó su café.

–Va por la casa, Kagamin.

–Gracias. – Le sonrió a la chica, observó a Daiki, quien no sabía dónde ocultarse de su presencia. – Yo también te extrañe Dai.

Se dio media vuelta, ocultó su risa con el vaso, el chico era sumamente expresivo y sobre todo divertido. Eran las cinco, no le mataría esperar una hora por el Alfa al cual comenzaban a mutar sus sentimientos de un gustar a un querer.

Sin darse cuenta el tiempo pasó, el moreno le llamo para poder salir del lugar, no hablaron, pero no despegaron sus hombros. Era como ir tomados de las manos. Caminaron, subieron a un tren y continuaron caminando. El barullo comenzaba a tomar más fuerza conforme se iban acercando al templo. Varias personas iban de yukata y otras con ropa normal. Sonrió, una idea cruzó por su mente y justo frente de ellos se encontraba el lugar que ayudaría a ejecutarla.

Tomo de la mano a Daiki hasta la tienda donde vendían yukatas, el vistió una azul marino con un obi rojo. Él fue rápido, pero el moreno era otro cantar, parecía que las chicas de ahí le habían tomado como muñeca porque ya le habían probado diez y con ninguna salía. Sin darse cuenta, comenzaba a tensarse, soltaba gruñidos desaprobatorios por el constante cambio de prendas, la chica Omega que le hacía compañía daba un paso a él y otro hacia atrás dudando en acercarse para calmar al Alfa o no, pues este venía con pareja, que dicha, no salía.

Sin embargo, toda molestia se fue al caño al verlo salir, su tigre ronroneo en aprobación, pues el chico se veía sumamente hermoso, igual a un hada. Algunos de sus cabellos fueron trenzados, sus piercings eran ocultos por los cabellos sueltos, su cuerpo portaba una yukata negra, desde un poco arriba del final de la prenda comenzaba un ascenso de luciérnagas que conforme subían se iban volviendo pequeñas luces. El obi era de la misma tela, pero resaltando el prefecto reloj de arena que poseía Aomine por cuerpo.

No pudo evitarlo, sus propios pies le llevaron hasta él quedando a escasos centímetros de su espacio personal. Le tomó con suma delicadeza la mano para depositar un beso en el dorso.

–Te ves hermoso. – Los ojos azules brillaron igual que las luciérnagas. No contestó, pero se dejó hacer.

Kagami mostró todas las horas que pasó encerrado junto a su madre y Ana para enseñarle cómo tratar a una dama o un Omega. Al principio lo vio como algo absurdo, igual a las matemáticas o la química, pues, ¿eso cómo le iba a servir en un futuro? No se iba a poner a sacar una integral para comprar carne y mucho menos le iba a ir besando la mano a cuanta fémina u Omega viera sólo para demostrar su educación; más aquellas lecciones ahora les veía un uso.

Ofreció su brazo izquierdo a Daiki, quien algo dudoso lo tomo. Lo intentó, en verdad, en verdad que lo intentó, pero no podía despegar sus ojos del moreno. Se sentía como una polilla atraída por la luz, como un lobo por la luna. Vestido de tal manera volvía a confirmar que era algún hijo perdido de Afrodita. Pago, tomo las bolsas donde colocaron su ropa para incursionar en las calles de la feria.

Los puestos eran muy coloridos, luces de todos los colores iluminaban el lugar, había puestos de tanta variación de comida que Kagami probó un poco de todo; se sintió sumamente feliz cuando el moreno le dio un poco de sus dangos y onigiris de forma de gato. Se subieron a cuanto juego se encontraba disponible. El más tranquilo fue el carrusel, para su sorpresa, se parecía mucho al que se encontraba en el muelle de Santa Mónica en California. Taiga hablaba hasta por los codos, sin un tema en concreto, sólo hablaba y hacía chistes, logrando unas cuantas risas de parte de Aomine.

Ambos se divertían. Por momentos el pelirrojo abrazaba a Daiki por la espalda o la cintura, pegándolo a él y dando una mortífera mirada a aquellos quienes osaban  ver de más a su compañero. Le tomaba la mano o lo abrazaba por detrás, ambos caminando muy pegaditos. Para su deleite, el chico no le dijo nada y mucho menos hizo el amago de quitarlo, parecía que le gustaba o simplemente lo dejaba hacer, pues en varias ocasiones Kagami mostró su posesividad. Su misma naturaleza le obliga a serlo o adoptar ciertas posturas cuando veía su territorio invadido por otro Alfa o Beta.

Un mimo se les acercó haciéndolos parte de su espectáculo, donde al final le regaló una pequeña peonía a Taiga, quien se la dio a Daiki. El tiempo se escurría como el agua, sin darse cuenta ya eran las once de la noche, les daba el tiempo justo para un par de atracciones más. No obstante, el moreno negó, prefirió caminar y quizá jugar en algún juego de azar o tiro.

El silencio les rodeo ya al final. Era agradable, el frío incluso se volvió un simple aire veraniego.

Justo al salir de la feria, Aomine se detuvo, Kagami paró intrigado a su accionar, examinó la mira de los ojos azules para toparse con un establecimiento de tiro. Pero, lo que el chico miraba fijamente era al único peluche que colgaba del techo.

No podía ser… ¿o sí?

–¿Lo quieres? – El moreno le miró. – ¿Qué si quieres al oso?

–No, vamos se hará tarde y perderás el tren.

–Mentiroso. – Murmuró Taiga por lo bajo.

Continuaron caminando, un pequeño lugar justo a la salida de la feria vendía dangos, el pelirrojo sonrió.

–Oye, ¿me puedes pedir un par de cajas de dangos en lo que voy al baño?

Daiki asintió y continuó hasta el establecimiento. Kagami se giró sonriendo, a veces el chico pecaba de ingenuo, pero seguía siendo una monada. Quince minutos después regresó, al mismo tiempo en que le entregaban su pedido al moreno.

–Vamos.

–Oye Aomine, ¿cuál tren vas a tomar?

–Ninguno, yo vivo por estos lugares.

Cool, te acompaño hasta tu casa.

–No soy una chica, sabes.

–Lo sé, pero quiero hacerlo.

–Haz lo que quieras.

Aomine siguió su camino sin esperar al Alfa pelirrojo. Continuaron silenciosos, Kagami observaba todo a su alrededor para grabar el camino en su mente. El viento llevaba entre sus telas el aroma del moreno, aspiró profundo y por un momento creyó oler mal, pues le llegaba una sutil fragancia de Omega. Lo más probable es que su olfato se encontrará saturado de tantas esencias a causa de la feria. Se restregó la mano en la nariz en un intento de despejarla. Continuaron su camino hasta que las casas comenzaron a cambiar, las fachadas se volvían rústicas, rayando en lo antiguo, por un momento pensó que quizá el chico perteneciera a una familia tradicional y ancestral, pues pocas eran las familias donde su origen era antiguo. Detallo cada casa, jardín y auto, sin percatarse que el moreno se detuvo.

–Aquí es.

Kagami analizó la casa indicada por el Alfa. Era grande, de dos plantas, con un jardín amplio, por lo demás no podría decir, pues la luz era poca y la del faro apenas llegaba al jardín.

–Es bonita tu casa.

–Hm. – Daiki sacó las llaves de entre sus cosas, abrió la reja dispuesto a meterse a su hogar.

–Espera, – El moreno se detuvo. – esto es para ti. – De la bolsa que les dieron con sus ropas, sacó el oso, tendiéndoselo a Daiki, quien sorprendió lo tomo. –Vi cómo lo mirabas.

–Te dije que no lo quería.

–Sí, bueno, tómalo como regalo por lo que sea que haya hecho cuando fuiste a mi casa. – No hubo respuesta. – Me gusto salir contigo. – Le dio un beso al filo del comienzo de los labios contrarios. –Buenas noches, Daiki.

Se retiró con una pequeña mueca, que conforme se fue alejando de la residencia del Alfa, esta comenzó a crecer hasta volverse una sonrisa de oreja a oreja. Sus labios picaban ante el pequeño beso.

Vaya forma de comenzar el Año Nuevo.

 

*

No podía creerlo, en serio que no.

¿Cómo pueden ser tan sádicos los profesores? No llevaban ni la mitad de la semana de su retorno y los maestros ya les habían soltado toda una bomba de trabajos, presentaciones y las fechas de los siguientes cinco exámenes. ¡Ni siquiera Aida había sido tan cruel! Quería morirse, seguir en su cama hasta que su cuerpo le gritara por movimiento o ir a correr a algún bosque en su forma de tigre, pero no, ahí estaba, en un pupitre, sentado en una silla dura y con su verdugo personal a un lado.

Maldito viento.

El muy canijo no paraba de mover las cortinas y con ellas la fragancia de Aomine, que ahora tenía un sutil cambio, pues si antes le llegaba menta, café y bosques, ahora era café, bosques y duraznos. Era extraño, pero muy, muy delicioso, casi delirante. Adictivo.

No comprendía del todo aquel cambio, pero su animal interno al parecer si, pues este se removía como poseso en busca de libertad para ir y marcarlo como suyo o mínimo dejar su aroma impregnado en el cuerpo contrario. Gritando a todos que aquel bonito Omega ya le pertenecía a alguien. Sí, su tigre no paraba de llamar Omega a Daiki. Extraño.

–Señores, harán parejas para entregar un ensayo y exposición. Tiene dos minutos para escoger.

Con la orden del maestro la algarabía se desató en el salón, todos gritaban, se paraba o reían. Demasiado ruido para sus sensibles oídos. Trato de respirar profundo, pues su Alfa amenazaba con rugir para obtener silencio. Apenas pudo reaccionar cuando ya nombraban a Daiki para decir el nombre de su compañero.

–¡Yo! – Elevo la mano en cuanto el profesor terminó de nombrar al moreno por segunda vez.

–¿Usted qué, señor Kagami?

–Seré el compañero de Aomine profesor.

El profesor le observó escéptico y un tanto sorprendido, pues normalmente cuando pedía este tipo de trabajos, el chico terminaba haciéndolo solo.

–¿Está seguro? – Taiga asintió. – ¿Joven Aomine? – Este elevo los hombros en un claro gesto de que le daba igual. – Su tema será el rapto de Perséfone a manos del dios Hades.

El profesor continuó con las lista, dando a los demás el tema y apuntaba a las parejas. Continúo la clase y el receso llegó, Aomine se paró, Kagami le siguió minutos después para darle alcance en las escaleras.

–¿Puedo acompañarte a comer? – Este le observó de reojo para continuar su ascenso sin decir nada. – Tomaré eso como un sí.

Al llegar se sentaron bajo la sombra del pequeño edificio que daba al cuarto del comienzo de las escaleras y un tinaco enorme. El moreno le entregó un traste con comida para después acostarse cuan largo era en el suelo.

–¿No vas a comer?

–No tengo hambre.

–Te dejaré la mitad del mío. – Se llevó a la boca un pedazo de carne. – Por cierto, ¿dónde haremos el trabajo?

–La biblioteca.

–Pero ahí no puedo comer o andar descalzo.

–En tu casa.

–Mi computadora se descompuso y olvide pagar el internet.

¿Se notaría mucho su plan de excusas patéticas para ir a la casa del moreno?

En cambio, Daiki le observaba muy fijamente como si quisiera encontrar algo, pero no sabía qué y, joder, aquello era espeluznante. Nunca antes había sentido una mirada tan fuerte sobre su persona, ¡y su madre no cuenta! Su tigre, sólo quería agachar la cabeza y las orejas en una muda disculpa por su comportamiento. Se sentía tan mal el estarle mintiendo al bonito Omega, pero la curiosidad era más fuerte que él, deseaba conocer la habitación del chico, pues dicen que si conoces el cuarto de la persona sabrás como es en realidad.

Aunque él prefería el de los ojos son la ventana al alma.

–Iremos a la biblioteca a buscar material, lo pediremos prestado e iremos a mi casa.

–Chido, chido.

–Tú pagarás las bebidas y el pay.

–¡Sí, lo que tú quieras! –Tarde se dio cuenta que su efusividad habló antes que su cerebro. – No, bueno, es… yo, tú…

–Calla y come, tigre tonto.

Prefirió ya no decir nada, pero el final de la oración le confirmaba que sí se transformó en presencia del chico. Lástima, le hubiera encantado ver la expresión de este al verle por primera vez.

Al finalizar la jornada escolar, se fueron a la biblioteca, comerían en el camino pues ambos tenían entrenamiento con sus respectivos clubes. Tuvieron suerte, encontraron varios libros que hablaban sobre el rapto de la diosa. Se dividieron el paquete y se fueron a sus actividades, sin embargo, Aida decidió darles el día junto con el resto de la semana, así que se fue a la alberca a esperar a Daiki. Al entrar escucho el agua siendo golpeada por las brazadas y patadas de los chicos, el pitido del silbato y las órdenes del entrenador.

Se sentó en la cuarta hilera de abajo hacia arriba, la brisa le llegaba cuando el viento hacía de las suyas, el cloro pululaba por el lugar. Sin evitarlo sus ojos ya se encontraba siguiendo cada movimiento del moreno, cada brazada, patada, respiración, latidos. Todo escuchaba perfectamente. Sus instintos estaban concentrados completamente en él, como si fuera la melodía de Orfeo. Su tigre estaba sumamente calmado aunque observaba los toques excesivos de uno de sus compañeros.

Pero toda tranquilidad se transformó en asombro y admiración, pues justo en ese instante se mostraba una pieza del por qué todos en la escuela le rehúyen. En la espalda y parte del costado derecho Aomine poseía un tatuaje, no encontraba la figura exacta o los colores, pero si las líneas que marcaban la piel morena de por vida. ¿Era un árbol? ¿Un esqueleto? ¿Una brújula o algún animal? Tendría que verlo de cerca.

Tonta cultura japonesa. Tontos mafiosos de pacotilla.

Suspiro, nada podía hacer, pues no se puede cambiar un pensamiento de años en una cultura tan milenaria como lo era la nipona en relación al significado de los tatuajes. Además, esa etapa era interesante por el lado simbólico y mitológico, pero lo social era un total asco. En América, Europa y otras partes del mundo sólo eran vistos como dibujos simbólicos, no necesariamente relacionado con las pandillas, era más bien artístico. Si hasta había congresos y eventos relacionados con el tattoo.

¿Y sí lo llevaba con él a California?

De acuerdo, demasiada punta hacia el futuro cuando apenas lograba entender la coraza. No le conocía casi nada, pero ya estaba pensando a largo plazo. Estúpido. Siguió con sus pensamientos sin notar el cambio en las manecillas del reloj.

–¿Ahora por qué estas enfurruñado?

¡Fuck!

El pelirrojo se agarraba el pecho, su corazón latía desenfrenado, parecía que en cualquier momento le daría un paro cardiaco.  

–¿A ti qué?

–¡¿A mí qué, a ti qué animal?! ¡Casi me matas, no aparezcas de la nada!

–Camina.

Mascullando lo insensible que podía ser Daiki, le siguió. No notó la incomodidad y mucho menos el acercamiento lento del cuerpo contrario al suyo hasta que subieron al tren, el cual, se encontraba lleno, apenas tenían espacio suficiente entre cuerpos. Más su Alfa rugió de furia al ver como otro Alfa y Beta acariciaban partes indebidas del moreno. Les gruño y a Aomine le jalo colocándolo entre sus brazos, su cuerpo como escudo y detrás la pared del vagón.

Estaba demasiado furioso, veía rojo ante el descaro de esos tipos en tocar algo que le pertenecía. Daiki era suyo y esos malnacidos le tocaban como si fuera un simple perro. No podía calmarse, era un Alfa demasiado posesivo, territorial y sumamente celoso. No quería calmarse, quería desmembrar algo, lo que fuera, pero trataba de controlarse, pues sabía que las personas sin escrúpulos o decencia aprovechaban esas situaciones para saciar su morbosidad cuando no podían conseguir una pareja o minino pagar una sexo servidora.

¡Pero nada les daba el derecho de tocar a su pareja!

–Kagami tranquilízate.

–No puedo. – Los dientes los tenía apretados igual que el resto de su cuerpo, todo él se encontraba rígido.

–Estás asustando a los demás con tu esencia Alfa sangre.

Notó su reflejo en el cristal por la obscuridad del túnel y las luces del tren, sus ojos cambiaron a los de su tigre, tan azules como el cielo de verano atravesados por una line vertical negra, sus ojos avisaban de un ataque ante cualquier movimiento brusco. Se mordió los labios intentando calmarse, pero sólo consiguió lastimarse, pues sus caninos crecieron y se afilaron.

¡Maldita sea! Quería descuartizar algo, ¡lo que sea!

Empero, todo quedó estático al sentir un aroma de duraznos, inhaló lo más profundo que pudo, al notar el origen sonrió para después hundir su cara en el cuello del chico. El aroma se intensificaba justo debajo de la mandíbula y cerca del comienzo de la oreja, dan delicioso y relajante, suave y arrullador. En instantes le llevó a las playas de California, al jardín de su casa donde corría con libertad en sus cuatro patas.

–Hueles tan bien.

No era consciente del todo de lo que decía o hacía, pues se encontraban ambas escancias en su cuerpo, su parte humana y animal, una dualidad que se puso de acuerdo con tal de seguir en la misma posición.

La serendipia se mostró ante ellos tan brillante como el sol. Un fuerte puñetazo directo al rostro. El chico era un Omega en florecimiento y era suyo, su pareja. Era su todo. No lo iba a soltar, no ahora que lo había encontrado, pues por su condición de Alfa sangre este sólo escogía una pareja para el resto de su vida. No se consideraría a ninguna otra una vez que el animal la escogiera, pues su dictamen era irrevocable. Y él no pensaba protestar nada ante la decisión.

Salieron del vagón, caminaron pegados, sin despegarse un solo milímetro. Le sorprendía que Daiki no hiciera nada por separarse, pues el Alfa le dejó muy en claro su poca tolerancia al tacto. No obstante, parecía que él era la excepción, ya que todo lo que hacía le era indiferente al moreno, pero esa indiferencia era más bien una aceptación muda. Aquello le fascinaba, con razón se sentía bien estar cerca de él. Comprendía una parte de porque llamó su intención desde un inicio.

–¿Ya puedes soltarme? – Aomine se removió en busca de libertad.

Taiga no tuvo de otra que hacer lo pedido, pues ahora no podía negarse a nada de lo que él  le pidiera.

¿Sería consciente del poder que ahora poseía sobre su persona?

–Segunda puerta a la derecha, es mi habitación, puedes ir encendiendo la computadora y ten. – Le paso su mochila, para perderse tras las puertas de la cocina.

El pelirrojo hizo lo pedido, tenía muchas dudas, una sobre otra, demasiados porqués, cómo y cuándo. Trata de formular una hipótesis por lo que su chico escondía su esencia natural por la de un Alfa, aunque su apariencia no ayudaba y ni se diga de su actitud, fría, arrogante y distante. Parecía que su naturaleza era la de un Alfa no la de un Omega. Pensándolo bien, era mejor así, pues ningún otro Alfa se acercaría a su pareja, ahora tendría que ver cómo ganarse el corazón del chico.

Mientras cavilaba no se percató que el mismo aroma de Daiki le guiaba a su habitación hasta que se golpeó con la puerta. Eso dolió, sus ojos se volvieron cristalinos pues su nariz era un punto sumamente delicado, le aturdía cuando esta recibía daño alguno. Dio un par de paso atrás para contar las puertas verificando si está tras la correcta, más no lo necesito, la esencia de Daiki salía muy tenue de la puerta frente de sí. La abrió.

No supo qué pensar, ni… nada, no procesaba nada.

¿Aquella era la habitación de Aomine Daiki? ¿Acaso era una broma?

La recámara era una mezcla extraña, dos paredes pintadas de azul turquesa y las otras de blanco, una ventana que daba a un balcón espacioso, pues podía ver un par muebles al otro lado. Las cortinas eran grises, detrás de estas, unas más delgadas, casi traslúcidas. A un lado había un pequeño librero con varios libros, tazas decorativas y peluches. El escritorio con la laptop encima, lo sorprendente fue que en la pared donde se encontraba el closet sobresalía un árbol marchito que tomaba parte del techo, algunas ramas eran estantes con peluches, otros eran dibujos. Los detalles del árbol eran asombrosos, pues si se alejaba parecía un árbol de verdad.

Unos cuantos posters de películas de Marvel y DC. Sin embargo, la cama fue otro cantar, pues en medio de esta se encontraban varios peluches, un pulpo, oso, jirafa, un pequeño Sasuke del anime Naruto, una rana, un zorro y, para su sorpresa, el oso panda que le regaló en la feria se situaba sobre las almohadas recargado en  la cabecera; como si este tuviera un mejor lugar que el resto.

–¡No veas!

Segunda vez en el día que el moreno le asusta. El grito fue demasiado agudo, un ventarrón negro le pasó por un lado mientras tomaba todos los peluches y los aventaba debajo de la cama o al closet, el cual no supo en  qué momento abrió.

–Deja como está todo Daiki. – Este paró  para observarlo. – No voy a decir nada, deja eso, es tu cuarto y tú sabrás que pones en él, por cierto, ¿cómo le hiciste para el árbol? Es genial.

El moreno bajó suavemente los peluches de sus brazos, observándolo indeciso en hacer lo sugerido.

–Yo lo pinte.

–¿En serio? – Se acercó para detallarlo mejor.

–Mi papa me ayudo a trazarlo y le dio los detalles, yo hice lo demás.

–Es muy bonito…

Al girarse con una sonrisa esta vaciló, pues detrás de él Daiki, su precioso y varonil Daiki, ya no era el hijo de Afrodita, la sensualidad encarnada o no, ahora era la cosita más tierna, dulce y bonita que haya visto jamás. Con un precioso rubor cubriendo las mejillas hasta las orejas, con los ojos levemente cristalizados y avergonzados, con la trompita levemente levantada como un puchero que se moría por romper con sus labios. Y para rematar, el oso panda de tamaño mediano, su regalo, lo traía fuertemente apretado entre sus manos.

¡Oh por dios! ¡Santos de los santos, infierno de Lucifer. Hijo de…!

Eso era tentación encarnada, la manzana prohibida del Edén, ¡le iban a meter a la cárcel por pedófilo!

Esa imagen debía estar prohibida, restringida. Daiki era toda una monada sin proponérselo, una delicia para la pupila, era… algo que no podía tocar, ni quiera con el pensamiento. No, debía controlarse y toda esa mierda, pero era toda una batalla titánica pues la esencia de Daiki era algo que aún no lograba poner en palabras. Trago grueso.

–¿Co-comenzamos con el trabajo?

–De acuerdo, yo los libros y tú la computadora.

Al principio pensó que sería una buena idea ir a la habitación de Daiki, pero ahora, ya duda de que fuera una genial idea. Su Alfa rasgaba su piel por ir a abrazar y dejar impregnado de su aroma, marcar y anudar al precioso Omega moreno.

Sí, él y sus ideas espontáneas.

 

*

¿Cuántos secretos puede ocultar una persona?

Los bastantes para dejarle cada día impresionado y maravillado con lo que iba encontrando. Se sentía como un arqueólogo, entre más encontraba más hechizado quedaba. Todo su mundo se reducía a Daiki. Tan bonito, frío y un completo bastardo hijo de puta.

Porque este era peor que una maldita cebolla, debía ir capa por capa, llorando en el transcurso como vil magdalena sin consuelo. Necesitaba a su Mushu personal o le iba a dar algo. Sí, era dramático, ¡pero con ese chico no se podía! Antes de dar un paso debía imaginar cientos de escenarios de posibles desenlaces para que al final fuera lo menos previsto y espontáneo.

A veces quería golpearse contra una pared, ya había agotado todos sus recursos para encontrar una manera de acercarse lo suficiente para expresar sus sentimientos, pero nada. Aomine Daiki era un hueso duro de roer, un tronco que se negaba a abandonar sus raíces.

Aunque debía poner un altar al profesor por dejar aquel trabajo, pues gracias a ello pudo conocerle un poco más, el moreno era más expresivo con él, se relajaba con mayor facilidad cuando estaba cerca. Le trataba un poquito mejor, menos borde y más calmado. Logró llevarlo a muchos lugares, lo acompañó a un concierto de Coldplay, a varios eventos de comics y mangas. Jugaban videojuegos, básquet y nadaban. Descubrió varios restaurantes en su compañía, se embriagaron y probaron  un poco de marihuana en brownie. Le contó sobre  su familia y varias veces se transformó dejando que Daiki le viera y tocara a su antojo.

A veces lo hacía inconscientemente para despertar sobre las piernas morenas mientras este le acariciaba la cabeza, las orejas, cuello o lomo. Todo era una montaña rusa que le fascinaba.

Risas, sonrojos, golpes, gritos, un par de peleas y miradas. Todo espontáneo y natural. Sólo ellos.

Después de la calma viene la tormenta.

No mentiría, todo su mundo color de rosa se derrumbó como un castillo de naipes, sólo bastó exponer el trabajo y que una pelota quedara atorada en la canaste de básquet convirtiéndolo todo, en un lindo acabose. Su poco camino trazado se perdió. Daiki realizó unos cuantos movimientos para llegar al balón, desde ahí, todos en el salón comenzaron a hablarle, incluso se vieron más animados cuando esté en una ocasión llegó enseñándole una canción de un nuevo grupo que había encontrado.

Todos le hablaban, le pidieron disculpas y pararon las bromas. Muchas veces se repitió que estaba bien, que el moreno no era una propiedad para prohibirle algo, pero intentar ganarle la guerra a la naturaleza era pedirle a la Tierra que dejara de rotar. Imposible.

Nada era como antes, Daiki ya no era sólo para él y aquello comenzaba a inquietar  a su tigre a causa de las dudas y pensamientos nada bonitos entorno al moreno. Ni siquiera en el café le hablaba o se acercaba como antes. No miradas, no sarcasmo, nada. Ya no había nada para él departe de Aomine.

Sin embargo, lo que le llevó al límite fue una semana a finales de marzo, el moreno llegó oliendo extraño; no era el típico árboles, duraznos y café. Sólo el aroma a árboles y casi nada de café había en su cuerpo, pues existían diferentes aromas sobre él. No eran de sus compañeros porque para su desgracia los identificaba a la perfección, estos eran diferentes, todos pertenecientes a diferentes personas. Todas Alfas.

Tabaco, ron, tierra mojada, menta, chicle, yerbabuena, arena, playa, aceite de motor. Era una gran gama de perfumes, ninguna le pertenecía a su bonito Omega.

No podía con la furia, el dolor, la ira y un sinfín de sentimientos negativos como devastadores surgiendo dentro de él como un huracán. ¿Acaso Daiki no siente el lazo? ¿La necesidad de estar con él? ¿Quizá la naturaleza se equivocó con su pareja? ¿Quizá él entendió mal y confundió sus sentimientos?

Se encontraba perdido, desilusionado y lleno de celos. Daiki olía a otros Alfas, ya no se le acercaba y mucho menos contestaba sus mensajes, ni en visto le dejaba. Y ahora estaba ahí, a unos cuantos pasos de distancia sonriendo tranquilamente ante un grupo de chicas de otro salón.

No pudo más, su Alfa bramo la pérdida y el constante pensamiento de bestialidad se intensificó. Su naturaleza era despiadada, cruel, sádica, no media entre amigo o enemigo cuando estaba turbado de tantos sentimientos sin digerir. Aomine Daiki era su Omega, su pareja, su calmante e infierno. Sólo él podía convertirlo en un asesino sin corazón o en el ser más bondadoso. Pero ahora, lo único que brotaba de él eran dagas envenenada ante la clase de arte.

–Vamos chicos eso es de niños, nadie a esta edad colecciona peluches, déjaselo a las chicas o los Omegas. Un maestro del dibujo, ¿qué tan absurdo y patético debe ser la persona para coleccionar eso?

¿Quizá las pequeñas muestras de aceptación no eran reales?

Continuó, su mente gritaba que se detuviera, más no pudo callarse, hasta que fue tarde. Al levantar los ojos después de morderse el labio con sus caninos, deseo matarse, arrojarse a los pies de Aomine pidiendo su perdón, arrastrarse sería poco.

Su bonito Omega le observaba incrédulo, dolido y triste, con los ojos cristalizados. Podía escuchar los latidos de su corazón, tan ensordecedor como una turbina. Intentó levantarse para dar una patética excusa, pero apenas hizo un movimiento Daiki salió veloz del salón. Corrió tras él, junto a la ventana de las escaleras su cuerpo se detuvo sin previo aviso. Paralizado por la marejada de sentimientos que chocaban en su interior ahogando su corazón y confundiendo su razón.

Su lazo era débil, pero el daño era profundo para que él sintiera sólo una parte de lo sentido por Daiki. Demasiado abrumado tuvo que sostenerse de la pared para no caer. Aquello era horrible, un profundo pozo lleno de ácido se hacía cada vez más grande en su estómago, las arcadas eran fuertes. Se llevó una mano a la boca en un vano intento de contenerse, respiraba pesado, parecía que el oxígeno se negaba a entrar a sus pulmones.

Por primera vez en catorce años lloro, pequeñas gotas saladas brotaban de sus ojos sin misericordia. Le había perdido de la peor manera. Su pequeño colibrí batió sus alas alejándose de su presencia.

 

*

¿Se puede sentir el día lento y la noche larga?

Taiga ya no sabía en qué día vivía. Perdió su brújula interna, apenas comía y bebía. La última semana de clases se la pasó cual zombi, no registraba nada, apuntaba, pero a su cerebro nada llegaba.

Cada día era un martirio, Daiki no regreso a clases después del lindo discurso en su honor que dio, los chicos del salón le ignoraban o le lanzaban miradas acusadoras. Hipócritas. No tenían derecho alguno de juzgar cuando ellos trataban peor al moreno. Las vacaciones llegaron. Tres días en completa soledad bastaron para desear cortarse las venas, aventarse por un puente o ahogarse en la bañera. Su Tigre agonizaba de tristeza. Por momentos le recriminaba, por otros le instaba a ir a buscarlo, ¡eran buenos rastreadores, por dios!

Otras, simplemente no le dejaba sentirlo. No sabía cómo proceder, qué hacer para recuperarle… Una risa desquiciada nació desde el fondo de su alma, no podía creer perdido algo que nunca fue suyo. Lo malo de los Alfa sangre es que dan por sentado a su pareja sin preguntar a la persona en cuestión si le gustaría serlo. Era suyo, punto. Sin replica ni reglamos.

Viernes, a mitad de la noche, ebrio llamó a sus padres. Las ventajas del alcohol es que otorgaba una valentía fugaz, pero si no eres tan idiota, sabías sacarle provecho y Kagami le exprimió hasta la última gota. Les contó todo sobre Aomine Daiki, cómo le conoció, lo bonito, borde y silencioso que era, lo vivido, sus comidas hechas para él. Su confianza depositada en una bestia. Lloro y se ahogó con su propio llanto. Era horrible. Agonizar sabiendo de la cura más sin los recursos para obtenerla. Todo un desconsuelo.

–No necesitas llamar para pedir ayuda. No críe a un hijo cobarde y mucho menos un estúpido que no piensa antes de actuar. Sabes lo que debes hacer, lo único que te hace falta es valor, porque si lo tuviste para decir todo aquello de la persona que dices amar, lo tendrás para buscarla, rogar por su perdón y una segunda oportunidad que espero se haga eterna.

–Arregla esto Taiga. – La voz de mando de su padre le paralizó, un terror le inundó al saber que él intervendría si no se movía.

Se quedó en la misma posición el resto de la noche, el viento ondeaba las cortinas, pero él no se movió. El techo era el oasis para sus preguntas. Apenas pudo rozas el mundo onírico.

Justo al alba se levantó, se duchó, cambio y comió algo. Buscaría respuestas. Ni un segundo más iba a pasar lejos de su obstinado y silencioso Omega. Importándole poco la hora tocó la puerta. Tuvo que contener un gruñido ante el aroma de Alfa mezclado con el de su pareja.

–¿Quién jodidos eres y qué quieres? – Un chico no mayor a él le abrió la puerta, piel caramelo, cabellos y ojos azabaches.

–Buenas, busco a Daiki, ¿se encuentra en casa? – Educación ante todo, le había dicho su madre.

–¿Quién eres? – Volvió a preguntar el chico.

Buena pregunta, pensó Kagami.

–Soy Taiga Kagami, amigo de Daiki y necesito hablar con él.

–¿Quién es? – Otra voz se escuchó desde el interior de la casa.

–¡Un patético intento de Alfa que busca a Daiki!

Se repitió que no debía sacar conclusiones y mucho menos mostrar los colmillos, su paciencia pendía de un hilo. Uno muy fino debía aclarar.

–¿Podrías llamarlo?

–Podría, pero no veo por qué deba hacerlo. – Se recargó en el marco de la puerta, observándole indiferente a su pedido.

–Deja al chico en paz Tatara. – La voz de minutos atrás se presentó ante ellos, otro joven, no sabría si decir que mayor o menor que ellos, pues sus facciones eran delicadas, cabellos castaños y ojos azabache. – Chico, ¿sabes la hora qué es?

Kagami se sobo el puente de la nariz buscando mitigar su frustración y aumentar su paciencia. No necesitaba todo aquello, sólo saber el paradero de su Omega, no la puta hora o si era un patético Alfa o no.

–Lamento venir de improviso, sin avisar o anunciarme, pero es sumamente urgente que hable con Daiki. ¿Está o no?

–Controla tu aroma Alfa, no estás en tu territorio sino en el mío. – Tatara le gruño.

–Basta hermano, sabes que a esa edad es fácil descontrolarse y tú, eres el chico con el cual estaba haciendo un trabajo escolar, ¿cierto?

–Sí.

Fueron suficientes los segundos en los que tardó en contestar, cuando su espalda le mando el mensaje de dolor, todas sus vértebras crujieron por el choque contra la pared. Sus instintos se activaron, sus garras salieron y sus ojos cambiaron. Su tigre estaba furioso y desesperado, no estaba para una tonta rencilla con el hombre que le sostenía por la camisa. Soltó su aroma en advertencia. Su sangre se incendiaba.

–Tienes agallas mocoso, venir a mi casa exigiendo cuando no deberías ni acercarte a cien kilómetros a la redonda.

–Y tú tiene dos segundos para soltarme. – Su voz se profundizó, era calmada, tranquila, pero llena de advertencia y peligrosidad.

Ambos Alfas se observaban, Taiga noto la duda del otro Alfa por unos segundos.

–¡Tatara suéltalo! Esto no es un ring, es mi casa y más les vale que se calmen los dos.

–¿Por qué he de soltar al bastardo que hizo llorar a mi hermanito, Kei?

–Porque si le haces daño Daiki te va a odiar.

Una tercera voz se presentó, Kagami instintivamente llevó sus ojos hacia la persona. Una chica de larga cabellera azabache con unos mechones rojizos, piel morena y un tanto más baja que los demás. Era como ver a su colibrí, pero en su versión femenina. Sin embargo, lo que le llamaba era su aroma, Alfa sangre.

–Suéltalo Tatara.

–No.

–¡No eres rival para un Alfa sangre! ¡Suéltalo ya!

La orden fue clara, el Alfa le soltó rumiando sobre su mando de voz. En cambio, Kagami estaba impresionado, conocía muy pocos Alfas sangre y la mayoría eran hombres, nunca una chica. Sonrió, en cierta forma se parecía a Daiki, con aquellos ojos fríos y profundos que logran volverte un esclavo con sólo una mirada y unas cuantas palabras.

–Deja de compararme Alfa, ¿tu nombre?

–Taiga Kagami. – Contestó sin pensar.

–Es el chico que mencionó Dai, el extranjero. – Intervino Kei.

–Sabes qué debería dejar que mi hermano te matara, ¿verdad?

–Pero no lo hará porque eres de mi rama.

–Eres creído.

–No, sólo digo lo obvio. – Ambos se miraron directamente a los ojos, una batalla de voluntades, su tigre deseaba salir para enfrentarse a ella. Era extraño tener a otro Alfa sangre con casi su misma edad. Tantas preguntas surgiendo en busca de respuestas, pues aun no comprendía del todo cómo funcionaba el lazo y mucho menos porque su bonito Omega se ocultaba bajo el aroma de un Alfa.

–Eres divertido.

–Gracias, mira, dejaré que me golpeen, sermoneen y hasta que me apuñalen, pero primero debo hablar con Daiki, es importante.

–¿Un Alfa sangre que llama por su nombre a su Omega? Difícil de ver y creer.

–¿Gracias?

–Está ayudando en la tienda de mi padre, te enviare la dirección a tu celular. – Levantó la ceja izquierda, ¿cómo le enviaría la dirección si no tenía su número? – Daiki me lo dio por si surgía algo.

–Gracias.

Se fue.

–Hermana, eso fue fácil. – Le reprocho Kei.

–No le di la ruta corta.

–Eres genial hermanita. – Sonrió Tatara.

–Algo pequeño por hacer llorar a nuestro hermano.

Tres sonrisas.

Tres kilómetros recorridos, Kagami no encontraba el local donde se suponía estaba Daiki. En una esquina se detuvo en busca de aire, su boca exigía agua y su tigre que no se detuviera, respiró profundo varias veces; en una de ellas llegó su aroma, café y duraznos. Sus ojos cambiaron ante tal cantidad de feromonas llamándole, exigiendo por su presencia.

Corrió, dos cuadras debajo de donde se encontraba, encontró la tienda, para su asombro era una de tatuajes. Entro, en cuanto lo hizo, una esencia fuerte de Alfa sangre le insto a retroceder, sus instintos le gritaba mostrar el cuello o bajar la cabeza ante el territorio de otro Alfa. No supo cómo reaccionar, más su corazón iba liderando esa batalla y este no conocía la palabra derrota hasta intentarlo todo.

Cuatro hombres salieron de una puerta, su vestimenta era variada y un tanto extraña, pues algunos exhibían sus tatuajes con orgullo. Eran dibujos atrayentes, se golpeó, no iba a ver arte sino a su Omega. Tragando grueso, hablo, más su voz no salió. Su Alfa no respondía y su cuerpo menos, el aroma del otro Alfa sangre le estaba dominando.

–¿Qué buscas?

Todos sus vellos se erizaron, su piel se volvió la de una gallina, era una voz de mando imposible de retar.

–Daisuke estás asfixiándome, bájale a tu aroma o piérdete.

–No hablo contigo Kaito, sino con el niño.

–Niño que no ha podido hablar, porque no le dejas. – El hombre chasqueó los dientes, la esencia bajo y por fin pudo respirar con normalidad. – Disculpa al hombre, ¿qué buscas chico? ¿Un Tatuaje, piercing o sólo una camisa?

–No buscó lo de su tienda, si no a Daiki. ¿Alguno de ustedes es su padre o podría decirme donde lo encuentro?

Los cuatro se miraron entre sí, la esencia volvió, pero esta vez hubo algo diferente, sutil, casi tan fino como el batir de alas de un colibrí. Volvió a respirar, ahí estaba, café y duraznos. Camino sin importarle la presencia de los demás hombres, una puerta, dos, tres, al fondo sobre una escalera se encontraba su perdición.

–Daiki.

El Omega al escuchar su voz perdió el equilibrio cayendo de la escalera. Kagami reaccionó a tiempo cogiéndole por la cintura, ambos terminaron en el suelo con varias cajas a sus costados, el Alfa recibiendo el golpe por el piso.

–¿Estas bien, te lastimaste en algún sitio? – Pregunto preocupado.

–¿Qué-qué haces aquí Kagami? – El moreno le observaba sorprendido por su presencia.

–Contesta, ¿estás bien? – Aomine asintió. – Que bueno. – Sin dar la orden su mano se elevó, acariciando la mejilla contraria. – Realmente eres hermoso Dai.

Los ojos azules le observaron incrédulos, después, la ira los opacó. Aomine, se levantó furioso dejándolo atrás. Cuando reaccionó, el moreno ya estaba entrando a la recepción del lugar.

–¡Daiki, espera!

–Vete a la mierda Kagami.

–Me iré a donde tú quieras, pero primero escúchame.

El Omega se giró, de pura suerte alcanzó a frenar a centímetros del otro, sino ambos estarían de nuevo en el piso.

–¿Qué haces aquí, cómo diste con este lugar? ¿Acaso es otra de tus tantos acosos para obtener información y después irte a burlar de mí?

–¡No! ¡No Daiki, no es nada de eso! Sólo quiero hablar contigo, disculparme por… – Aomine le interrumpió.

–¡¿Disculparte?! ¡Pero si eres un completo imbécil, un estúpido que lo único que logra es confundir a las personas! Eres todo un puto enigma, ¿qué más quieres de mí? ¿Humillarme más? No creo que puedas.

–Nunca fue esa mi intención, sólo… sólo busco tu perdón, sé que fui un completo idiota al hablar así de ti frente a ellos. No sabes cuánto me arrepiento, en verdad babe lo lamento muchísimo.

–Vete.

–Daiki, hablemos por favor.

–¡Lárgate de mi vida! Nunca debí dejar que te sentaras. Sólo quería hablar con los demás, salir y divertirme, quizá hacer un par de amigos y tú lo echaste a perder.

–Babe…

–¡No me digas así! Vete. – Le arrastró fuera de la tienda, cerrándole la puerta en la cara.

–¡Daiki por favor! ¡No era mi intención lastimarte de esa forma, perdóname! ¡Babe! ¡Lo siento muchísimo! – Dejó de golpear la puerta, así no lograría nada y al parecer el primer round se lo llevaba su bonito Omega. Respiro profundo, calmándose un poco. Sabía que el moreno estaba aún del otro lado de la puerta, su aroma le llegaba. –Nunca fue mi intención decir todo aquello, cuando me di cuenta mi boca ya se movía… me sentí celoso de todos ellos, no quería que te hablaran sólo por una estúpida maniobra que hiciste cuando en todos los años te trataron tan mal… Perdóname…

Bien, ya nada podía hacer, podría seguir por el resto del día, pero no tenía los ánimos suficientes para seguir oliendo la tristeza y confusión de su Omega. Dio los pasos hacia atrás que no deseaba dar, pero que eran necesarios. La primera batalla estaba hecha y el ganador fue el moreno.

Ni siquiera supo cómo llegó hasta su casa, comprendía que un perdón no solucionaba todo, pero era el primer paso dado después de cometer una equivocación. No debía forzar a Daiki a dárselo porque sólo lograría que este se alejara más. Aventó las llaves en la mesa, su celular y cartera tuvieron la misma suerte, se sacó la chaqueta para dejarse caer en el sofá para ahogarse en su patetismo.

¡Eran tan estúpido y voluble!

La cabeza le dolía, tenía hambre y unas inmensas ganas de llorar por el rechazo de su Omega. Descalzo se levantó, si iba a llorar seria con sólidos en el estómago y no sólo bilis. Sacó las cosas necesarias para preparar hot-cakes, iba por la cuarta tortita cuando el timbre sonó. Pensó que sería su vecino así que lo dejó, pero el timbre continuo, con medio hot-cake en la boca fue a ver de quien se trataba.

–Da-Daiki.

–Sigo pensando que eres un idiota. – Le quitó de en medio para pasar.

Kagami reaccionó cuando el Omega le llamó, cerró la puerta con fuerza desmedida. Corrió a su encuentro. Ahí estaba, parado en medio de su sala, quitado de la pena, pero con un fuerte olor a incertidumbre. Le dejó hacer. Sin presiones. No sabía a qué había venido así que opto por la mejor opción, continuar con su labor en la cocina dándole tiempo a una explicación de su presencia en su hogar.

Claramente escuchaba el ir y venir de Aomine, mordiendo su dedo y chitando de vez en vez. Era divertido, su Omega era toda una montaña rusa de sentimientos. Comió con calma mientras le observaba por el rabillo del ojo. El último hot-cake dio la batuta para comenzar una charla.

–No sé si debería preguntar, pero ¿a qué has venido? – El moreno paró su andar observándole, él se encaminó hacia la sala. – Pensé que no querías verme.

–Y no quiero.

–¿Entonces…? – Le insto a continuar.

–¡No lo sé! Ya no sé nada, por un minuto quiero matarte, al otro amarte, al otro apartarte y al otro abrazarte. No comprendo nada, eres extraño, cruel, divertido, tonto… – Kagami le cortó la lista de agravios en su contra colocando su mano frente al moreno.

–Ahórrate los insultos, todo eso ya me lo dijeron. Sólo dime a qué has…

El tiempo se detuvo, no ruido o silencio, sólo la agradable euforia de ser besado por aquellos labios rosas de su bonito Omega. Su tigre ronroneo de pura felicidad.

–¿Quién eres Taiga?

El pequeño beso terminó, Aomine recargo su frente contra la del pelirrojo al término del tercer ósculo.

–Un Alfa que se muere por tu perdón y una posible oportunidad de ser algo más que ami…

Nuevo beso, demandante y torpe. Los brazos de Daiki se cerraron entorno a su cuello, mientras que una de sus manos se fue a la espalda y la otra a la mejilla contraria. Le pegó a su cuerpo tratando en un vano intento de no dejar ningún espacio libre entre ellos. Se despegaba de los labios contrarios lo suficiente para recuperar un poco de aire, pero aquello era una batalla titánica.

Su Alfa le exigía hacer suyo al moreno, marcarlo, anudarlo, volverlo completamente loco de placer. La razón se nublaba. Sus instintos tomaban el control, su miembro poco a poco se endurecía por la constante fricción de la pelis de su chico contra él. Sin embargo, detuvo toda acción al momento de oler la fragancia que desprendía Daiki, demasiado dulce y embriagador, su Omega le llamaba, le pedía una marca. Joder. Estaba dispuesto a darle todo lo pedido, pero no así.

Con su tigre gruñendo en advertencia por su pensar, separó al moreno de sí.

–Espera.

–¿Qué?

–Dame un respiro.

–¿Hice algo mal? – El rubor de la mejillas, la respiración pesada y caliente chocando contra su rostro no ayudaba a mantenerse a raya.

–No, no has hecho nada malo, al contrario eres perfecto.

–¿Entonces por qué me apartas?

–Si continuamos no podré parar y…

–No te he dicho que te detengas

–¿Quieres continuar? – Kagami le observó dudoso y boquiabierto.

–¿Tú no quieres?

–Lo deseo, pero la cuestión eres tú, no yo. – Le sostuvo por el cuello y con su dedo pulgar le dio suaves caricias. – No haré nada que no me pidas Babe.

–Continua y por nada del mundo te detengas Taiga.

Lo intentó, pregunto y el dictamen fue dado. Con todo gusto cumpliría con la demanda de su pareja, quien le enredó las piernas en cuanto sintió su cuerpo ser elevado desde los glúteos. Los besos continuaron, Kagami se encaminó a la habitación, no lo iba a ser suyo estando en la sala. Aún no. Su bonito Omega merecía tener su primera vez en la comodidad de una cama, sábanas y almohadas. Privacidad y sólo su olor impregnando su cuerpo, volviéndolo adicto a sus caricias y un desahuciado por sus besos.  

Le depositó en la cama, le desvistió con caricias y mordidas, su ropa abandonó su cuerpo con desesperación. Las garras de Daiki comenzaron a dejar su huella en su piel, su marca de propiedad, soltaba tantas feromonas que por instantes se perdía en la bruma.

–Bonito, cálmate. – El Omega le observó con sus ojitos cristalizados, para su sorpresa, sus ojos tintineaban con el cambio a su animal. – Debes calmarte o te haré daño.

–No… no puedo, Alfa…

–Estoy aquí, pero debes controlarte un poco. ¿Sí?

Daiki le tomó entre sus manos exigiendo un beso. Sus labios se abrieron, ambas lenguas se acariciaron. El aroma bajo de intensidad y con ello sus manos. Los pezones ya se erguían en toda su gloria. Pecaminosos. Tiernos. Coquetos. El pecho subiendo y bajando con frenesí. Su Alfa estaba orgulloso de ser el primero en tomar entre brazos al Omega moreno. Su torpeza y falta de control le indicaban a Omega virgen.

Sólo suyo. Sólo su marca. Sólo su aroma envolviéndolo.

La sinfonía comenzó, los gemidos eran una corriente eléctrica directa a su pene, brindándole pulsante energía. Daiki se aferraba a las sábanas, abría las piernas para él, toda una delicia, pues de ano escurría lubricante, sus dedos, viajaron hasta el sur ignorando su miembro.

Los jadeos se volvían profundos y prolongados conforme sus falanges se fueron adentrando y moviendo. Sus paredes se contraen. Mientras ellos hacían su trabajo, su boca regresó al torso, lamiendo, mordiendo y besando cuanta piel tuviera en su camino. Mordió con suma delicadeza los huesos que sobresalían. A cambio, recibió movimiento bajo su cuerpo, las manos temblorosas de su Omega le acariciaban. Sonrió con arrogancia al notar cierto énfasis en sus abdominales, mostró su complacencia con un gruñido bajo. Aomine ronroneo ante la aprobación de su Alfa.

Sus caninos crecieron, rasgando un poco la tierna piel del cuello, el cual se deslizó a un lado en muestra de sumisión y entrega. Kagami no podía creer cuan entregado se encontraba Daiki, su bonito colibrí dejaba de batir sus alas para mostrarlas en todo su esplendor en su habitación.

Podía oler ambas esencias mezclándose en el aire. Los duraznos prevalecían.

–Taiga, ah… ya, por favor, Alfa…

–Un poco más bonito.

El Omega se removió intentando salirse bajo el cuerpo del Alfa, pero este le bramo en advertencia. En seguida Daiki se quedó quieto. Taiga llevó su nariz al lugar donde el aroma de su pareja se intensificaba. Su boca se llenó de saliva en un segundo, su deseo se volvió insoportable igual que un adicto por su droga. Necesitaba morderlo.

Más el pequeño lloriqueo del Omega le regreso a sus cabales, por haber detenido sus atenciones al pequeño ano de su chico. Saco sus dedos, el jadeo se volvió un pequeño llanto. Daiki enterró sus garras en su pecho impidiendo cualquier movimiento.

–¿Listo?

La sonrisa empañada de lágrimas le otorgó bandera verde, sus garras no se alejaron del todo de su piel, al contrario mientras se erguía, estas le acompañaban. Dejando ocho caminos rojizos en su torso.

Tomo una pierna llevándola hasta el alcance de sus labios. La flexibilidad le maravillo. ¿Qué clase de animal sería su pareja? Beso con extrema suavidad y delicadeza, mordió sin perder de vista los gestos contrarios. Otro beso. Le abrió, el lubricante salía como un pequeño riachuelo, los pliegues del ano se contraían ansiosos por resguarda algo mucho más grande y grueso que los invasores recientes.

Masajeo un poco su pene para embarrarlo con su preseminal, le sostuvo de las ingles y se enterró de una estocada. Daiki formó una perfecta curva con su espalda, el gemido fue hondo. Obsceno. La respiración se aceleró y el golpeteo de su corazón le tranquilizo para no terminar con esa simple acción.

–Tan estrecho.

El vaivén comenzó. Suave, relajado, pero conforme continuo, el Omega exigió más velocidad.

–¡Ah! Mph… Taigga… ¡Ah!

Lo encontró. El éxtasis por su hallazgo les llevó al siguiente nivel. El Omega jadeaba, gemía y le llamaba. Su nombre nunca antes se había escuchado tan erótico. El calor incrementaba, ni siquiera era capaz de sentir las caricias del aire acondicionado porque su pareja se encargaba de bloquearlo con su temperatura.

Los embates siguieron, cambio de posición, el redondo trasero quedó al vilo, las manos se enterraron en el colchón. La cama golpeaba al ritmo de sus caderas. El tiempo se detuvo, no existía en su mundo. Taiga marcaba el cuerpo de su Omega. Beso la espalda baja, delineo cada vértebra y omoplato. Bebió la saliva de Daiki, no había tabúes, ni ascos. Sólo la necesidad de probar cada cosa que este le permitiera, mezclarlo con la suya. Una marca interna era mejor que una externa.

Su bonito Omega busco sus labios y no se los negó.

El nirvana comenzaba a mostrarse. El éxtasis incrementaba. Su pelvis cosquilleaba mientras su pene le avisaba de su creciente nudo. Le giró sobre su eje. Daiki perdido en el placer era desquiciante. Una imagen de ángeles que se encargaba de fragmentar en una sinfonía de carne, sexo y semen.

Bajó la intensidad de las embestidas, el moreno le observó en busca de respuesta.

–¿Quieres que te anude? ¿Lo deseas?

Le examinó sorprendido, después las preguntas, le beso a conciencia. Chupo y mordió sus labios. Para Kagami aquella respuesta era suficiente.

–Vierte todo dentro.

Pero las palabras no estaban de más. Regreso a cazar los labios de hiel. Su control había quedado perdido desde hacía mucho tiempo atrás. Dos, tres, cinco embates y Daiki se corrió. Su semen cubrió a ambos, marcando su cuerpo. Tatuando su marca en su Alfa.

Kagami continuo, el cuerpo entre sus brazos gemía con más ahínco pues después de venirse el Omega se volvía más sensitivo. Su glande cosquilleaba delicioso, las paredes se estrechaba cada vez más con cada embate. Se dejó caer en el colchón, Aomine jadeo, sus garras se enterraron en las caderas, una estocada profunda y el nudo floreció. Gruño ante el berreo de Daiki por su mordida en el hombro, su boca probó la sangre de su Omega.

No era el lugar correcto, pero bastaría para calmar a ambos, pues aún no era tiempo de dar la marca final. Sin embargo, el placer era abrumador. Delirante. Asfixiante. Alucinante. Nada se comparaba. Aun después de correrse, movió unas cuantas veces más la cadera buscando una mejor posición para no aplastar y lastimar a su bonito Omega, el cual chilló con deleite por la acción, apretando el nudo del Alfa. Las respiraciones trataban de normalizarse. Hundió su nariz en la piel morena, sonrió ante la mezcla de su aroma con la de su pareja. Ahora nadie se le acercara con segundas intenciones.

–Mío. – Hablo jadeante Kagami.

–Tuyo. – Le contestó Aomine quien buscó sus ojos y preguntó. – ¿Mío?

–Siempre tuyo bonito. –Ronroneo por su respuesta.

Entre caricias el Omega cayó en el mundo onírico, Kagami le contempló, se hizo a un lado en cuanto su nudo bajo lo suficiente para salir sin dañarle, pero de su ano no sólo salía rastros de su semen, también, pequeños hilillos de sangre. Gruño, no le gustó para nada aquello, más el enojo duro instantes porque enseguida el Omega buscó su calor. Se acurruco contra su costado. El Alfa le abrazo y beso la cabeza.

Por fin era suyo. No era la manera en la cual le hubiera gustado que su colibrí experimentará el placer, pero ya estaba. Él lo deseo así y no se iba a negar. Chasqueo los dientes. Por eso no le gustaba del todo ser un Alfa sangre, la mayoría de la veces buscaría complacer a su Omega, sobre todo en el ámbito sexual, no podía decir no, pues él llevaba la batuta en ello.

El sueño le venció.

Por la tarde, con el sol comenzando a ocultarse Taiga despertaba, se giró dándole la espalda a la luz. Busco a su pareja para jalarlo contra sí, pero no encontró nada. Abrió los ojos, examinó la habitación, no había rastros de Daiki, ni quisiera con su oídos podía escucharlo en la ducha o en la cocina. Sin embargo, una suave respiración movía las sábanas, curioso las levantó. Nuevamente, su bonito Omega le asombraba.

¡Un zorro!

Su Daiki era un zorro, con cuatro botitas negras en sus patas que se iban difuminando con el pelaje naranja. La cola era muy esponjosa, sus colores eran negro, rojo y blanco, de hecho, la mitad de su lomo poseía pelaje blanco. El resto del cuerpo era naranja con ciertos tonos rojizos.

¡Santo Dios! ¡Daiki era toda una monada!

Con mucho cuidado le tomó entre sus manos, el zorro apenas entreabrió sus ojos todo adormilado. Le acomodo a su lado. Ambos nuevamente fueron atrapados por las redes de Morfeo.

Justo al alba, Taiga despertó, para su desgracia era alguien que la mayoría de las veces despertaba al ritmo del sol. Así que se salió de la cama dejando al flojo zorro entre las mantas. Se ducho, cambio y preparó el desayuno. Comió contemplando el amanecer alumbrando los edificios y casas de la ciudad. Se sentía muy tranquilo y feliz, la presencia de su pareja le llevaba a la calma. Los platos los depositó en el fregadero, se quitó la ropa y se transformó.

Se echó en el sofá.

Unas caricias le despertaron, Daiki le miraba sonriente.

–Hola.

Buenas. – Le contestó.

–¿A qué horas despertaste?

Al alba. – El Omega arrugó el ceño. – Mi tigre se rige más al horario natural aunque no quiera.

–Tonto. – Aomine se levantó, Taiga le observó y rugió, su amado llevaba su camisa, apenas le cubría el trasero. Su caminar se volvió más sexy, sensual. Comenzaba a excitarse, pero recordó su hallazgo en la mañana y si no se equivocaba a los zorros les gustaba jugar y seducir.

Te ves precioso Daiki.

Bajo del sofá para tirarse al piso, usó sus patas como almohadas, el aire entraba como una brisa, refrescante. Tiempo después, sintió algo refregándose contra su costado, olfateo un poco. El Omega se transformó y buscaba su atención. No se movió. Al rato, Daiki buscó espacio entre sus patas, cuando lo encontró, se acomodó y comenzó a refregarse con él.

Zorro mimoso.

 

Notas finales:

Sigue, sigue pequeño tigre, que el pequeño es escurridizo...

Debes estar listo, al pequeño le gusta jugar...

¿Lo atrapaste o él te atrapo a ti?... Pequeño bribón...


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