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Dimensión Espejo por Whitekaat

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Notas del capitulo:

Holis, dicen que más vale tarde que nunca,  y sí, se que estoy llegando demasiado tarde, y sí, se que había dicho que este sería un fic corto que no demoraría y bueno quí estoy casi medio año despues.

Ya terminé de escrinir el fic, así que sólo iré subiendo los capítulos restantes.

La proxima actualización será el viernes 9, y el capítulo final viernes 16 que coincide con el cumpleaños de nuestro querido león.

En fin, sin dilatar más esto, aquí les dejo el capítulo 11.

 

 

CAPÍTULO XI

COMPLEJIDAD

 

 

Cuando abrió sus ojos nuevamente logró escuchar el sonido de las personas, niños riendo, adultos gritando, algo normal para un festival, frente a él sólo vió los vestigios de lo que alguna vez pudo haber sido una mesa de piedra dentro del templo, pero sólo los pilares de la base aún se mantenían en pie, al cerrar sus ojos podía volver a rememorar a la chica, aquella daga color oro empuñada sobre su vientre, aquel halo dorado que la cubría y esa imagen letárgica de su semblante. Todo era por ella, todas las muertes, todo el dolor, toda aquella maldición para mantener con vida a esa diosa que sólo se alimentaba de cada persona que firmaba su sentencia de muerte con un deseo.

Sintió un peso sobre su cuerpo, como si una gran mochila cargada de rocas fuese depositada sobre sus hombros dañando de paso su espalda, él aun poseía la oportunidad de un deseo y si existía la forma de que ese deseo pudiese evitar todo ese dolor y arrebatar la maldición que podría llevar su profesor a un fatídico final tal vez era la hora de pedir un deseo.

Sólo existía le problema de saber cuál sería el correcto.

— ¡Hey chico, que haces ahí! — La voz de un adulto lo sacó de sus pensamientos y tomando en consideración que estaba adelante de aquella aterciopelada valla sólo podía significar problemas.

— ¡Lo siento! — Gritó antes de ponerse a correr en la misma dirección del guardia esquivando por poco esas manos que buscaban agarrarlo.

Corrió sin mirar al guardia, aunque su garganta dolía al dejar pasar grandes bocanadas de ese aire helado no se detuvo, aun cuando un costado de sus costillas comenzó a doler por la mala oxigenación y su pésimo estado físico producto de odiar la clase de deportes pero cuando ya sintió que se había escabullido lo suficiente por el festival y entre las personas comenzó a caminar despacio. Tomó su cabello, subió la capucha de su chaqueta y se sentó en la banca más cercana a recuperar el aire antes de entrar en colapso.

Sintió su muslo vibrar hasta detenerse de repente y al desbloquear la pantalla se encontró con un mensaje de Kanon, dos llamadas perdidas de él, dos de Marín y un número desconocido que había sido el último en marcarle. Aun recobrando su aliento le escribió a Kanon que estaba sentado en una banca cerca de un bebedero y un ciprés, y que además se había perdido para recibir casi al instante un cálido “idiota, no te muevas” como respuesta de su adorable hermano.

Su celular vibró una vez más entre sus manos, mostrando el número desconocido en la pantalla y a pesar de no saber de quien se podría tratar decidió contestar de todas formas.

— ¿Si? — preguntó al contestar

— Una de las principales funciones de un celular es llamar y que el otro te conteste, dime ¿Es muy difícil para ti? — esa voz se le hacía familiar, algo parca, con una falsa calma y con tintes, no, grandes manchones de molestia.

— ¿Disculpa? Creo que te equivocaste al marcar — le respondió sin esconder el tono molesto de su voz.

— Saga, soy yo, Aioria. — Los ojos de geminiano se abrieron en sorpresa y un escalofrió le recorrió su piel.

— Ah… profesor, no tenía su número — respondió concentrando la mayor calma que pudo encontrar en su interior — ¿Qué pasa? —

— Sólo me aseguraba de que siguieras vivo — respondió con simpleza, Saga comprendió en ese momento que si existía algo más incómodo que compartir el auto y un baño con su maestro eso era hablar por celular con él.

— Si… respecto a eso yo…—sus palabras se vieron interrumpidas en parte por su mente y en parte por la voz del mayor.

— Saga, sólo… no te metas en problemas si, aléjate de cualquier peligro— su voz había tomado un tono más serio aquel tono que traía a la mente al Aioria de cuando recién cruzaron palabras. — promételo. — Pero ahí entre toda esa osca personalidad aparecía como pequeños rayos de luz ese Aioria que había aparecido hace unos días atrás, ese que lo abrazó, ese que lo beso, ese que con sus manos apretó su ropa como si tratara de que se uniera a él.

— De acuerdo… lo prometo —

Sentado mirando al suelo, con una de sus manos atendiendo el teléfono mientras cortaba la llamada y la otra que se posaba sobre la banca con dos de sus dedos cruzados. Lo sentía, pero aquello era algo que a su profesor no le podía prometer no, cuando quizás el fin de aquella maldición descansaba un su deseo.

 

 

***°***°***°°***°***°***

 

Era jueves por la mañana y eso para mala suerte de toda su clase (incluyéndolo a él mismo) significaba una cosa, clase de deportes y una lluvia de palabras aparecían en su mente, Aioria, dolor muscular, agotamiento y otra vez Aioria.

La clase estaba resultando aún peor de lo que pensaba, sentía las furtivas miradas de su profesor mirándolo por dos razones la primera era para que realizara correctamente los ejercicios (cosa que se le estaba dificultando demasiado) y la otra que con el cansancio que poseía en apenas veintitrés minutos de clases no le dejaba ver o pensar cual era esa otra razón.

El silbato sonó una vez más por cuarta vez desde que empezó el infierno del profesor Aioria como sus compañeros y hermano lo habían llamado, era momento de las vueltas finales, sus peores enemigas e inhalando una gran bocanada de aire comenzó su carrera al igual que el resto de sus lánguidos compañeros.

Una vuelta, dos vueltas, tres vueltas, sólo quedaba una, pero Saga no estaba seguro que seguiría con vida para finalizar con la última, era el penúltimo de su grupo, aún corría mientras los demás ya estaban tirados en calidad de bulto sobre el césped, gradas, suelo o cualquier lugar que les dejara retomar el aire cómodamente. Estaba a la mitad de la pista con sólo un esfuerzo más podría tirar su cuerpo al cómodo suelo y dormir en él si era necesario, se dio cuenta de lo mucho que quería de dormir en ese momento, en lo cansado que estaba, en lo pesado que estaban sus párpados y lo borroso que estaba la pista de carreras y antes de que su cerebro pensara en detenerse a descansar su cuerpo se desplomó sobre el piso dándose un golpe del cual más tarde podría quejarse de dolor calmadamente.

Algunos rieron al pensar que Saga se había caído, otros menearon la cabeza desentendiéndose de la broma pero otro como Aioria, sintió su pecho tensarse y corrió con una rapidez olímpica a ver el estado del menor.

En apenas unos segundos había llegado a su destino, dando vuelta el cuerpo del gemelo, revisando sus signos vitales, golpeando ligeramente su mejilla para ver si reaccionaba, dando instrucciones a Kanon que había llegado a su lado un poco después de que él llegó y subiendo a su espalda al menor con ayuda del hermano con el compartían aquel azulado cabello.

La primero que Saga sintió al abrir un poco los ojos fue un estremecimiento en su pecho al ver la cara de miedo y preocupación de su profesor, lo segundo fue lo molesto que podía ser estar rodeado de color blanco al despertar luego de desplomarse, para luego y probablemente lo más importante, aquel maldito dolor sobre su frente que amenazaba de romperle la cabeza en dos.

Pero el dolor pasó a un segundo plano con una caricia demasiado gentil para esa áspera mano.

— Si uno de esos titanes no me mata, los nervios que me causas probablemente lo harán — sí, su corazón palpitaba estúpidamente de alegría al ser la razón de aquella preocupación, al ser la razón de que aquellas tibias yemas de los dedos de su profesor acariciaran con cuidado su piel.

— No sabía que podía sentir ese tipo de emoción profesor — le respondió el menor a modo de jugarreta, pero Saga a veces nos sabía cuándo callar a pesar de que su lengua lo había traicionado más de una vez.

La mirada del león cambió más afilada, acechadora la podría describir, una ligera curvatura en sus labios y un levantamiento petulante del surco cercano a su nariz.

— Creí que te había dejado claro en mi auto y en tu baño lo complejo que puedo ser con mis emociones — unos labios se posaron sobre los del menor y una lengua traviesa abrió su boca con descaro mientras él se debatía internamente si su cerero estaba siendo más ocupado por el dolor de su cabeza o la lengua de su lujurioso maestro apoderándose del total control de su labios.

 

 

 

 


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