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Dimensión Espejo por Whitekaat

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CAPÍTULO VIII

CHARLA

 

Saga aún sentía su cuerpo tenso, aún tenía grabada en la retina de sus ojos la muerte de aquel hombre que apenas había conocido, sus manos temblaban  al igual que sus piernas, se había quedado paralizado en el mismo lugar, ignorando todo a su alrededor, ignorando el como la bestia de gran tamaño parecía querer alzar sus alas una vez más, en cómo era llevado por el moreno lejos de aquel monstruo.

Aioria se movía con agilidad y gran velocidad por sobre las casa y los edificios llevaba a su alumno en la espalda el cual había dejado de responderle por más que le hablara, lo entendía, claro que podía entender aquella reacción, él también la vivió, no una, sino que varias veces, su prioridad en ese momento era mantener a Saga a salvo y luego volvería a ayudar a sus otros compañeros, sólo esperaba que pudiesen aguantar lo suficiente hasta su regreso.

El caballero de leo dejó a Saga en su departamento, sentado sobre la cama, diciéndole que apenas que terminara volvería y se marchó del lugar tras obtener un asentimiento de cabeza por parte del gemelo.

Y cuando el león se fue, el menor sintió ganas de vomitar, las imágenes del hombre llamado Milo volvían a su cabeza, aquel cuerpo cercenado en dos por la furia y fuerza de aquel monstruo, el miedo no se iba, al igual que las ganas que tenía de vomitar todo lo que había ingerido durante el día, un horrible destino tuvo aquel hombre, Saga se preguntó por un momento si el mayor habría alcanzado a disfrutar de su deseo.

Saga ahora comprendía porqué el castaño se interpuso entre su decisión de pedir ese mismo deseo, porqué interfirió en que él se convirtiese también en un caballero, no hubiese podido con ello, él hubiese muerto al igual que Milo, el menor en ese momento se juró a sí mismo que jamás pediría aquel deseo ni aunque su vida dependiera de eso, porque pedirlo terminaría con su vida y de eso si estaba seguro.

Ya no quería estar ahí, preso de esa extraña dimensión, ya no quería esa vida, se maldijo a sí mismo por querer desear que algo interesante ocurriera en su aburrida vida, es más, ahora quería volver a ello, quería volver a ser aquel chico antisocial, con problemas de comunicación que lo único en lo que podía decir que era bueno era estudiar, sólo eso. Pero todo eso había cambiado por sus estúpidas palabras.

Saga se levantó del borde de la cama y comenzó a vagar por la habitación, necesitaba despejar su mente de manera urgente, necesitaba concentrar su mente en algo más que no fuesen las horribles imágenes que acababa de ver y quizás sólo quizás aquella camisa que estaba sobre la silla del escritorio le ayudaría. Se acercó a ella dudando, como si en su interior supiese que no estaba del todo correcto lo que iba a hacer pero no pudo resistir la tentación de tomar la tela blanca entre sus dedos, acariciarla con cuidado, y hundir su nariz en ella.

Se estaba traicionando a sí mismo, pero si había algo contra lo que el gemelo no podía luchar era contra su subconsciente, no pudo evitar sentir cada vello de piel erizarse al captar el aroma de Aioria ingresar por sus fosas nasales y esparcirse por sus pulmones, aquella embriagadora tormenta de olor se colaba por todo su ser, recordando cada momento en que la cercanía con su profesor fue escasa, recordando aquellos besos que compartieron, se sorprendió pensando en el Cataño, deseando al castaño, pidiendo internamente que volviera sano y salvo a su lado.

 

***°***°***°°***°***°***

 

Saga a lo lejos podía escuchar el ruido de una televisión sonando, también escuchaba el sonido de algo friéndose, el sonido de platos y un olor a comida tentarlo a dejar su sueño y alimentar a su estómago que comenzaba  gruñir en protesta frente al delicioso aroma.

Abrió sus ojos uno a uno, identificando donde se encontraba, la obscuridad de una habitación, una puerta apenas abierta por donde se colaba un trazo de iluminación, la luz azulada de la luna adentrarse por el ventanal, a lo lejos las luces de los edificios cercanos, luces de una ciudad cuando cae la noche, aquel trozo de tela blanca aún estaba entre sus brazos envuelto en ellos como si de un peluche se tratara, seguía en la habitación de su profesor, Saga quitó los últimos rastros de sueño de sus pestañas y se levantó para ir hacia dónde provenía el ruido, el aroma y la luz cálida.

— Sería bueno que llames a tus padres y tengas una buena excusa para dar, del porqué aun no regresas a casa— Saga guio su rostro hacia esa voz, sintió como si su pecho se librara de un gran peso al ver al adulto de espaldas cocinando con tranquilidad— Te recomiendo que les digas que te quedarás con un amigo el día de hoy — continuó dejando confuso a un somnoliento saga.

Quizás era porque su cuerpo actuaba de modo automático siempre al despertar, pero en esta ocasión no rechistó, ni reclamó y llamó a sus padres desde su celular, pidiendo disculpas por ignorar sus llamadas, aclarando que se había ido a la casa de un amigo a realizar una tarea y que ambos se quedaron dormidos y que había sido invitado a pasar la noche, luego de un sermón y una despedida amorosa de parte de su madre colgó, Saga agradeció en ese momento de contar con la plena confianza de sus padres a pesar de que en esos momentos la estaba traicionando.

— La comida aún no está lista — el casto dejó de revolver una de las ollas dejando la cuchara en el lava platos, una tapa sobre la olla y otra sobre un sartén mientras todo se cocinaba a fuego lento, el menor miraba todo atento y curioso de ver a su profesor tan calmado cocinando, pero se tensó al ver esa mirada verde esmeralda dirigirse a él.

— Saga, siéntate en la mesa creo que es hora de que tú y yo hablemos — el geminiano tragó saliva con pesadez pudiendo sólo asentir con su cabeza, sus manos comenzaban a temblar, su temperatura se hacía más fría y hasta podía jurar que sus manos se ponían hasta más blancas por el frío que sentía.

— Creo… que he entendido su punto — Fue el menor el primero en hablar dejando salir lo que sentía en ese momento — Lamento haberme inmiscuido en sus asuntos, no volverá ocurrir, no quiero tener nada que ver con esto, no quiero un deseo, no quiero ser un caballero, después de lo que vi hoy, ni si quiera quiero volver a estar en la dimensión espejo, después de hoy haré como que nada ha ocurrido y me alejaré de todo — El gemelo no tenía la fuerza necesaria en ese momento para mirar al otro al rostro, así que durante todas sus palabras dichas su rostro sólo se enfocó en los surcos que habían en la mesa de madera.

— Me alegra que al fin entiendas eso, pero… en realidad lo que quiero hablar contigo esta vez, algo más importante. — otra vez sintió un escalofrío por todo su cuerpo, podría jurarse a sí mismo que su temperatura interna ya bordeaba los cero grados o nada explicaría aquel temblor casi sistémico de todo su cuerpo. Que se intensifico aún más cuando el león se levantó de la silla y avanzó hasta sentarse en la que estaba a su lado.

— Estamos en una situación de la cual ambos no podemos escapar, por lo que quiero empezar a pedir disculpas por lo que ocurrió, por las palabras que dije, y por la forma en la que actué — Saga levantó su rostro al fin para mirar a esos dos orbes, aquellos que siempre lucían serios, fríos, profundos y penetrantes. — y quiero que olvides todo lo que ocurrió, no se volverá a repetir. —

El menor tragó saliva con dificultad, su cuerpo se hizo más pasado de un momento a otro, algo en su interior sintió quebrarse, no era lo que esperaba a pesar de que él mismo se había dicho que era mejor olvidar todo lo ocurrido, su mirada bajó hasta el suelo una vez más, sus oídos ya no escuchaban a su profesor, es más sentía que cada vibración de su garganta era un molesto zumbido.

Saga desde pequeño había sido una persona muy susceptible a su entorno, en ciertos casos demasiado sensible para su propio bien, recordaba su padre y su madre decirle que debía ser fuerte, que en ocasiones los días no serían siempre soleados, pero que él debía aprender a que todo aquello no lo molestara. Y así lo había hecho, de ahí se había formado su apática personalidad con las personas y la vida, aquella coraza, que lo protegía de los demás, se volvió un maestro en redireccionar sus emociones y este momento era uno de ellos.

— Profesor, seré lo más respetuoso en decir esto — Saga volvió a levantar su mirada interrumpiendo las palabras del castaño, sus ojos luciendo más fríos que de costumbre y más opacos que nunca. —

— No me interesa, ni usted, ni Nike, ni los titanes, esta charla se me está haciendo aburrida y no quiero perder el tiempo que debería utilizar en estudiar para tratar asuntos fantasiosos y de un profesor negligente — Aioria se mantuvo inmóvil por unos momentos, con sus ojos abiertos mirando a su estudiante.

— Y no se preocupe, no tengo intención alguna en recordar cualquier cosa que haya sucedido en el pasado, sobre todo si usted está inmiscuido en eso y si me disculpa… aún tengo tiempo para alcanzar el último tren — El gemelo terminó sus palabras con un asentimiento de su cabeza, se levantó de la silla seguido por unos ojos color esmeralda que observaban cada uno de sus movimientos, primero tomó su celular que estaba sobre la mesa, luego tomó la mochila que se posaba en uno de los sillones y sin decir palabra alguna tomó el pomo de la puerta para abrirla y salir del departamento.

Sí, todo había salido como el quiso, pensó mientras caminaba hasta el ascensor, su dedo índice apuntó el primer piso y vió como el número de color amarillo cambiaba con cada piso que subía, su pie se movía más impaciente, tragaba saliva más lo habitual y sentía que le costaba un poco respirar adecuadamente, sus manos temblantes buscaron refugio bajo el calor de sus axilas y su mandíbula se apretaba buscando no temblar.

El timbre sonó avisando que el ascensor finalmente había llegado y las puertas se abrían ante él con una brillante luz, subió tan rápido como pudo, quería huir de ahí lo más rápido que pudiese escuchaba las palabras de ese cruel sujeto de cabellos castaños en su mente, descontrolado su paz mental pero toda esa fachada calló cuando aquel sujete apareció frente a él, estirando su mano para alcanzarlo.

— ¡No! — Su voz retumbó entre las cuatro paredes metálicas, hizo al león retroceder con aquel grito pero al dejar salir aquella frustración también hizo finalmente a sus ojos llorar una vez más.

 Las puertas se cerraron, aquel espejo que tenían las puertas hizo que mirara sus ojos enrojecidos y rostros siendo cubierto por sus lágrimas. Era lo mejor se dijo a así mismo, y por unos segundos pensó que tal vez podría desear olvidar todos sus recuerdos de Aioria.

 


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