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El camino de las estrellas por Athena Selas

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II.

El demonio que gobierna


Existía tanta quietud durante aquella noche dentro de los aposentos de la sacerdotisa de Atenea que únicamente podía escucharse el crispar de los fuegos sagrados permanentemente encendidos para honrar a la patrona de la Ciudad de Atenas. Así mismo, el sonido de los insectos nocturnos era un murmullo tenue dentro de aquel paraje de mármol pulido.



Saori dormía y la visión de aquella bella chica dormitando tan dulcemente era como una aparición divina: su piel tan tersa y blanca como alabastro resplandecía tentadoramente contra la luz de las antorchas de sus aposentos y su larga cabellera lacia de tono lila se desparramaba con gracia alrededor de su pequeña, pero inquietante figura de bella estética helénica ataviada con una túnica transparente. Sus pestañas negras y tupidas enmarcaban sus ojos cerrados y sus labios pequeños eran tan atractivos como una flor rosácea en medio de la nieve. La chica respiraba con tranquilidad mientras descansaba, esperando encontrarse con la Diosa Atenea en sueños nuevamente.



La máxima autoridad religiosa de la Ciudad, el sumo sacerdote Saga, contemplaba el sueño de la chica con ojos sumamente peligrosos y hambrientos; casi parecía que pecaba solo con mirarla. De por sí ya era una blasfemia que un hombre pisara los recintos sagrados de la Diosa virgen en donde únicamente las doncellas podían caminar, pero aquel individuo se reía continuamente de las normas y las tradiciones: era un demonio y tenía a la Ciudad de Atenas a su disposición.



Saga parecía aumentar de poder y encanto conforme el tiempo transcurría en él, recientemente había cumplido los 41 años y parecía que no podía estar en mejor forma. 



Él y el niño quien dejó sus islas natales con lágrimas en los ojos tantos años atrás parecían ser personas completamente ajenas y dispares, aunque había algo de verdad en ello.



El monstruo en su interior comenzó a liberarse lentamente conforme avanzaba su viaje por encontrar su lugar en el mundo a un lado de su mellizo Kanon. De hecho, los temores del chiquillo Saga no eran infundados: indudablemente los amorosos espíritus de su tierra natal lo mantenían a raya a causa de la bondad que emanaba el lugar, pero lejos de ahí el gemelo tuvo que aprender a controlarlo solamente con su poder y voluntad, además el mal en su interior se alimentaba satisfactoriamente con la ambición y depravación que reinaba permanentemente el mundo de los humanos.



Para los mellizos no fue fácil adaptarse a aquel despiadado mundo en donde imperaba la ley del más fuerte o del más rico. Muchas veces hombres crueles intentaron robarlos y convertirlos en esclavos, otras quisieron matarlos solamente por una hogaza de pan y los tipos más fríos solos los timaron y así perdieron en un santiamén las valiosas perlas que su hogar les regaló.



Kanon fue el primero en conocer al demonio alojado en el interior de su mellizo el cual luchaba constantemente por apoderarse de su hermano. 



El segundo gemelo se enredó en una pelea callejera en los puertos de ática y la perdió; no obstante, sus adversarios quisieron molerlo a golpes más allá de su triunfo y Arles, como gustaba que lo llamaran, salió como una llamarada de fuego letal. Todos los enemigos de Kanon murieron aquel día y el gemelo menor tembló con tal terror ante esta desconocida faceta de su mellizo que olvidó robar monedas entre la ropa de los cadáveres que pocos minutos atrás acababan de darle una paliza en vida.



El hermano menor fue comprensivo y amoroso respecto al gran problema de su mellizo y prometió ayudarlo a mantener a raya a Arles, pues eran más poderosos juntos. Y así fue.



Desde entonces todo fue viento en popa para ambos: Kanon consiguió el primer empleo para ambos gracias a su irresistible carisma y fueron marineros en barcos mercantes que navegaban por todo el Mar Egeo. 



Los jovencitos no sabían que aquel había sido el oficio de su desconocido padre y quizás por eso tenían bastante madera para aquel trabajo en el que laboraron maravillosamente durante algunos años y al fin comenzaron a hacerse de su propio prestigio. 

 

Durante aquel periodo se enteraron sobre toda la mitología y religión que imperaba en la región helénica y los gemelos estaba ávidos de escuchar una y otra vez aquellas historias de Dioses caprichosos, poderosos y lujuriosos quienes gustaban de perseguir mortales y enredarlos en sus dramaturgias divinas. 



El mundo civilizado encantó pronto a ambos y la vida de costa a costa les permitió conocer de todo: vinos, canciones, héroes, sabores, tradiciones, política, supersticiones, grandes Ciudades, modas, ocio, guerra, astronomía civilizada, comercio, pueblos del mundo conocido y placeres carnales. 


Kanon no tardó en probar el funcionamiento de su aparato viril en cuanto unos camaradas marineros le prometieron libidinosamente estrenarlo en un burdel del puerto de Corintio. Para el gemelo menor aquello fue la mejor experiencia de su vida, aunque cambió de opinión unos cuantos días después cuando su aparato reproductor estaba inundado de un doloroso salpullido que Saga y él tardaron muchas penosas semanas en curar utilizando los mejores recursos médicos que pudieron encontrar a la mano.



Saga, por su parte, fue más reservado al respecto y no se lanzó a los brazos de la lujuria con tanto apremio pues su demonio interior, Arles, parecía que se desbocaría ante tal fiebre sensual y gozosa. Así que tardó algunos años más en entregarse al placer carnal y lo hizo tímidamente en brazos de una viuda madura, pero no vieja, quien le coqueteó con dulzura.



Las habilidades médicas y místicas de los gemelos no tardaron en llamar la atención de las tripulaciones a las que servían y pronto se hicieron de una buena fama ya que era un buen augurio tenerlos a bordo de cualquier embarcación, así que su salario y prestigio subieron como espuma, pero la verdadera leyenda comenzó cuando Kanon, durante una terrible y mortal tormenta que estaba a punto de hacer al barco naufragar en mar abierto, se alzó valientemente sobre la proa en plena tempestad y llamó a Poseidón pidiéndole piedad con valentía.



La leyenda popular especula que el poderoso Dios Olímpico le habló en forma de plumas escamosas e hizo una tregua con él y la tormenta cesó. Pronto, las corrientes marinas condujeron a la débil embarcación a aguas conocidas y desde entonces a Kanon se le conoció como “El que negocia con los Dioses”



La fama de los gemelos se hizo tan célebre que con los años llegaron a ser aprendices del sumo sacerdote Shion de la ciudad de Atenas.



Pero las estrellas cumplieron la primera parte de la profecía que dieron a Saga aunque aquello tardara tantos, pero tantos años en cumplirse que el hermano mayor había olvidado su charla con los antiquísimos astros que contemplaban cada noche a los mortales. 



En efecto, el primer gemelo se partió a la mitad aunque no de manera literal y aquello fue sumamente doloroso, tanto que realmente sintió como si le hubieran arrancado la mitad del cuerpo como parte de un rito de tortura y desafortunadamente sobrevivió.



Kanon lo abandonó luego de una serie de largos eventos que comenzaron de manera violenta y sediciosa cuando el gemelo menor fue secuestrado por perversos mandos persas ardientes en venganza por la buena fortuna de los helénicos, sus permanentes enemigos, adjudicando aquel esplendor a la bendición de los místicos gemelos al servicio de Atenas.



El mellizo fue rescatado por un poderoso hombre fenicio imbuido en riquezas y honor de nombre Radamanthys. Ambos sintieron una fatal e incontenible atracción inmediata y aunque tardaron unos años en concretar su romance, Kanon terminó cediendo a los deseos de su corazón y abandonó su vida en Atenas para vivir por el resto de sus días con aquel hombre rubio quien era almirante y socio insustituible de la compañía de navegación de un grandísimo señor comerciante de nombre Hades quien era incluso más poderoso que muchos reyes debido a su dominio de las rutas comerciales del mediterráneo.



Y cuando el poder de Kanon no estuvo más junto al de Saga, Arles miró su oportunidad y devoró la mente de su huésped con lentitud desquiciante hasta que tomó por completo el control y no pudo hacerlo en mejor momento: sólo a un paso de la cima de la jerarquía religiosa del pueblo de Atenea. 



Así que una noche, cuando el demonio Arles finalmente había devorado a la parte luminosa de Saga por completo, el gemelo mayor asesinó a Shion y fingió que todo había sido un terrible accidente. Todos confiaban ciegamente en el bondadoso y piadoso Saga, así que se tragaron los cuentos de Arles quien ahora estaba al mando.



Porque a pesar de que los atenienses se jactaban de estar en la cima de las civilizaciones y el conocimiento, más su rebuscado sistema de gobierno democrático, tan singular en el mundo plagado de monarcas y dinastías, eran terriblemente supersticiosos. 



Y Saga los tenía atados de los testículos dominando el Templo de la Diosa de la Guerra y a su querida sacerdotisa Saori.



Sus deseos depravados eran órdenes para todos y él sólo podía reír por la ironía. 



Él, un meteco, un hombre extranjero que no podría gozar nunca de los derechos de un ciudadano ateniense, era el titiritero de todos ellos.

 

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En aquel entonces las esferas políticas más importantes atenienses recibieron a una comitiva diplomática proveniente de Esparta, aliados por el momento, aunque ambas Ciudades compartían permanentemente relaciones tensas.



Naturalmente, Saga fue invitado al banquete de bienvenida al cual asistió con sumo interés ya que ardía en deseos de estudiar a los espartanos, una organización social muy peculiar que conoció durante su juventud cuando viajaba a través de las costas del Egeo al lado de su traidor mellizo.



El sumo sacerdote acudió de noche vestido con una túnica de gala de color blanco inmaculado cuya vaporosidad acentuaba bastante bien las líneas masculinas de su torneado cuerpo de tez bronceada, sus musculosos brazos iban adornados con brazaletes de oro macizo, calzaba unas sandalias doradas cuyos lazos se abrazaban firmemente a sus fuertes pantorrillas y finalmente su larga caballera color cobalto estaba trenzada ceremoniosamente, haciéndolo lucir gallardo y elegante. 



A su paso, un importante número de altos políticos y aristócratas suspiraron anhelantes y algo frustrados de saber que no podían poseer a Saga a menos que él lo deseara así.



La ceremonia se llevaba a cabo dentro de un palacio fastuoso y ostentoso de inmaculados suelos de mármol y paredes de poderosa cantera blanca, el techo era sostenido por modernas columnas dóricas, orgullo de la arquitectura regional. Reinaba la luz de las antorchas y lámparas de aceite, además del bullicio de conversaciones y risas insulsas y superficiales.



Mientras Saga recorría los círculos diplomáticos con una copa de plata rebosante de vino en la mano, lo miró por primera vez desconociendo que estaba cumpliendo sin falta el camino que las estrellas habían predicho.



Sus ojos verdes fueron atraídos como por un embrujo hacia un hombre espartano sumamente atractivo de mirada azul y por los símbolos en su túnica de gala sin duda era un militar, el máximo honor en aquella casta guerrera. Su presencia era sumamente altiva y orgullosa, hasta en la manera de caminar reflejaba el deber y disciplina que eran las estrellas guía de Esparta.



Los ojos de Saga brillaron con una ambición que no había reflejado hasta hora y aquello era toda una hazaña digna de inmortalizar en algún canto; incluso el sacerdote se relamió los labios con discreción y fue emoción lo que su cuerpo comenzó a transpirar. 



De inmediato acudió a entrevistarse con aquel hombre tan irresistible y lo abordó con un comentario soso sobre el vino que consumían, comparándolo con las vides de Esparta y su fascinación de ojos azules le respondió con una sonrisa de medio lado, sorprendido de que el desconocido ateniense conociera más allá de sus costas a diferencia del resto de los asistentes al banquete, entonces comenzó una envolvente conversación entre ambos hasta que se dieron cuenta de que no se habían presentado.



— Mi nombre es Milo — se presentó el orgulloso hombre de rebelde cabellera color azul añil mientras sonreía y Saga sintió un instinto peligrosamente sexual despertar como un maremoto en su interior.



— Yo soy Saga y debo agradecer a los Dioses este encuentro contigo —



El espartano río suavemente intentando mantenerse educado.



— Me habían dicho que los atenienses eran demasiado supersticiosos y no me imaginaba cuánto — comentó honesto Milo.



El gemelo adoró aquel desenfado descuidado del militar y quiso descubrirlo por siempre y regocijarse cada que encontrara algo que le fascinara del otro.



— No tienes idea — murmuró para sí mismo Arles y el espartano frunció el ceño al no poder escucharlo bien.



Entonces, un colega militar de Milo se acercó y Saga quiso arrancarle la cabeza primero por la interrupción y segundo por celos.



—  ¡Escorpión! — llamó con familiaridad al de ojos azules.



— ¿Escorpión? —. De repente el encanto del mellizo desapareció y despertó del hechizo sintiéndose recibir una bofetada inmaterial. 



Saga parpadeó desubicado, como recordando un sueño lejano.



— Ah, sí. Así me llaman en las sisitias, no tiene importancia — explicó Milo, agitando su mano como restándole importancia al asunto. — En fin, debo retirarme, Saga, mis hermanos parecen hallarse en problemas diplomáticos. Somos una casta guerrera, esta clase de banquetes no los hacemos como ustedes los atenienses — se excusó rodando los ojos.



Arles parecía noqueado, intentando recordar algo importante: sin embargo, su presa estaba por escaparse, así que reaccionó y se interpuso entre el espartano y sus hermanos de armas de modo imponente.



— Milo, definitivamente espero conocerte con profundidad y a solas durante tu estancia en Atenas —. Las esmeraldas de Saga fueron bastante intimidantes y el tono de su voz revelaba con franco descaro sus intenciones, pero su sonrisa retorcida fue el complemento final de aquella clara insinuación.



El orgulloso espartano no se mostró como un gorrión indefenso ante aquel depredador y bufó cruzándose de brazos, desafiante.



— Atenienses, todos ustedes son iguales.



Y pasó de largo al hombre más alto que él, yendo sin falta hacia el encuentro de sus hermanos.



Aunque durante el resto del banquete a ninguno de los dos pasó desapercibidas las intensas miradas de reojo que el uno al otro se lanzó sin pudor.

 

Notas finales:

Manejaré las edades que los personajes de Saga y Milo tienen en la Leyenda del Santuario, eso es 41 y 32 respectivamente.

Meteco : Hombres libres habitantes de la Ciudad de Atenas de origen extranjero que no tenían derechos políticos y no todos los civiles, pero sí deberes fiscales.

Sisitias:  Comidas con un objetivo social en el que participaban grupos exclusivamente de hombres para reforzar las relaciones interpersonales. En Esparta era rigoroso que la casta militar compartiera sisitias cotidianamente, también conocidas como fiditias, hasta la edad de 30 años.


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