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El Señor de los Regalos por Sh1m1

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Privet Drive, 25 de diciembre de 1987.

 

Severus esperó fuera de esa casa que ya conocía bien. 

 

Cuando las luces de los Dursley se apagaron, él entró fácilmente en el interior. 

 

El amuleto que le había entregado a Harry el año anterior, no solo era eso. Detectaba cuando el niño estaba en peligro o asustado. 

 

Le sorprendió la de veces que él sintió calor en el colgante gemelo que él mismo llevaba colgado del cuello.

 

Trágico fue descubrir que lo que él había pensando por años no era más que una mentira. 

 

Harry Potter no había llevado una vida feliz. Nada feliz, y Severus estaba completamente indignado con el que se hacía llamar su jefe.

 

Severus no había tenido una infancia feliz, pero al menos había tenido a su madre muchos años. Recordaba sus besos y caricias, su sonrisa triste y resignada. Harry no había tenido más que desprecio. 

 

Aquel amuleto le había abierto los ojos a una realidad que no había querido ver. El sentimiento de soledad y tristeza del niño eran más fuertes que las duras palabras y empujones que recibía. 

 

Contra las indicaciones de Dumbledore, Severus había tomado una decisión, correría con las consecuencias si era necesario.

 

Esperó en las sombras del salón, y a las 4 de la mañana un sonido leve de una puerta demasiado pequeña se escuchó. El roce de unos pies intentando no hacer ruido le llegaron hasta ver la silueta de un niño mucho más pequeño de lo que debería ser para su edad. Vestía un enorme pijama destartalado y ajado. Sus gafas le daban a su rostro aniñado una expresión desvalida. Severus contuvo sus emociones para poder llevar a cabo su cometido. 

 

—Has venido—dijo la vocecilla del hijo de Lily, llevándose la mano al colgante que atesoraba en su cuello.

 

—Aquí estoy, Harry—dijo él saliendo completamente de las sombras.

 

El niño lo miró emocionado y parecía que iba a ir a su encuentro, su cuerpo comenzó a moverse pero se paró en seco. Lo miraba lleno de una emoción contenida.

 

Severus abrió sus brazos y Harry salió corriendo para refugiarse en ellos. Un cuerpo tan pequeño que Severus lo tuvo completamente oculto con el suyo.

 

Notó como el niño temblaba, ese remedo de pijama no debía de abrigarle nada. Se iba a separar a ponerle su capa pero Harry le agarró por la cintura. No queriendo separarse.

 

—Llévame contigo, por favor—decía con una voz rota a punto de llorar—. Como poco, no hago ruido— las lágrimas comenzaron a salir humedeciendo las ropas del hombre—no tienes ni por qué verme. Sé hacer las cosas de la casa, soy un niño bueno, por favor, llévame contigo.

 

Severus lo despegó fijándose como el niño miraba al suelo. Sentía un grueso nudo en la garganta que no le dejaba tragar correctamente pero logró hacerse entender mientras sujetaba su barbilla.

 

Sus ojitos verdes anegados de lágrimas era una imagen que Severus no quería volver a ver jamás.

 

—¿Eso es lo que quieres, Harry?—preguntó mirándolo con seriedad.

 

—Sí—dijo rápidamente el niño con un brillo de esperanza en sus ojos.

 

—Nunca más podrás volver aquí— le advirtió el adulto a lo que el niño tan solo sonrió ampliamente mientras asentía—. Está bien, agárrate fuerte a mi cuello y cierra los ojos.

 

Harry estaba por hacerlo cuando se inclinó hacia atrás y salió corriendo.

 

Severus se quedó en shock al ver al niño correr, él necesitaba sacarlo de allí y no quería que ningún miembro de esa horrible familia los viera.

 

Pero rápidamente Harry volvió a aparecer llevando algo entre sus pequeñas manos.

 

La bola de nieve que encerraba aquella cierva hecha con hilos de su propio patronus. 

 

—No podía dejarla aquí—dijo tímido antes de acercarse más. 

 

—Ven, Harry, agárrate fuerte—le dijo Severus y notó el pequeño cuerpecito completamente pegado a él.

 

Justo antes de aparecerse escuchó la voz débil del niño contra su cuello, como hablando consigo mismo.

 

—Es el mejor regalo de Navidad de toda mi vida.

 

Severus sonrió, también era su mejor regalo de Navidad.

 

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¿Navidades adelantas?  Nop, pero necesitaba darle un poquito de alegría al día.


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