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Perdona si digo que te amo por Parepi_

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Tatiana se encontraba sentada en una mesa del comedor junto a sus amigos, estaban hablando y riendo mientras comían su almuerzo. Estuvieron así un rato hasta que David de la nada se levantó, agarró su cajita de jugo de naranja y llamó la atención de los demás.

– A todos los presentes en esta mesa, me gustaría hacer un brindis en honor a la Srta. Tatiana Vernacci –señaló a la castaña –ya que el día de hoy ha vuelto a almorzar con nosotros después de abandonarnos una semana. Sin nada más que decir. ¡Salud!

Sus amigos lo miraron divertidos y decidieron seguirle el juego alzando sus jugos y gritando “¡Salud!” al unísono. Claro, todos excepto Tatiana. Ella solo bajó la cabeza a la par que negaba con una sonrisa. Cuando David volvió a sentarse, Marcelo fue quien decidió pararse ahora.

– Me gustaría hacer otro brindis para que estos días duren para siempre. ¡Salud!

Todos nuevamente siguieron el juego y gritaron “¡Salud!” al unísono. Nuevamente la castaña fue la excepción, y antes de que hicieran otro brindis se decidió a hablar.

– Serán tarados –dijo divertida antes de darle un sorbo a su jugo. Marcelo se sentó y comenzó a reír divertido al igual que sus amigos –. No los he tenido abandonados.

– ¡Mientes! –exclamó Camila – Nos ignoraste por toda una semana.

– Sí, sí, Camila tiene razón. Toda la semana pasada te la pasaste evitándonos durante los recreos y los almuerzos –añadió Fernanda.

– Eso no es cierto, no los evitaba.

– Igual nos dejaste de lado, maldita ingrata –dijo David mirándola acusadoramente, pero la sonrisa en su rostro revelaba que no estaba realmente molesto.

– Bueno, ya. Dejemos que la Señorita Vernacci se defienda– Fernanda fijó su mirada en Tatiana–. ¿Qué tiene que decir la acusada en su defensa?

Todos miraron a la ojimiel esperando su respuesta, pero ésta simplemente se tensó y desvió la mirada hacía algún punto del suelo.

– Acaso…–comenzó a decir Fernanda con mirada picarona – ¿Te conseguiste novio?

– Uy Antonio, te la están quitan– David no pudo terminar de hablar pues Antonio le dio un golpe en su estómago por debajo de la mesa.

– Más que un novio, creo que es una persona llamada Emily Klett, ¿verdad? –dijo Camila ignorando lo ocurrido con sus amigos. 

Tatiana al escuchar aquel nombre no pudo evitar sonrojarse ligeramente. Alzó la mirada y la posó sobre su amiga quien la mirada con una sonrisa.

– Bueno…–comenzó a decir, pero al final solo atinó a quedarse callada.

– ¿Y? ¿Cómo te va con la princesa de hielo? –preguntó curioso Marcelo.

– ¿Aún no te darás por vencida con la idea de acercarte a ella? –cuestionó Antonio.

– Pues…sinceramente es algo difícil hablarle. Sobre todo al principio, prácticamente me odiaba –respondió soltando una ligera risa –. Pero… –hizo un breve pausa en la cual una sonrisa se asomó en su rostro –realmente vale la pena.

– En serio tienes bastante paciencia y fuerza de voluntad –comentó Fernanda divertida –. Me pregunto cuánto durarás.

– ¿Hacemos una apuesta? –propuso David– Digo que una semana más.

– ¡Me apunto! –exclamó Marcelo – Yo digo que una semana y media.

– No, no –dijo Antonio–. Es obvio que durara solo unos dos o tres días más.

– Creo que solo cinco días más –comentó Camila tomando su jugo.

– ¡Apuesto por dos semanas! –gritó Fernanda– Confiare en la fortaleza de Tatiana.

Siguieron hablando de la apuesta por un rato, comentando cosas que harían si perdían o ganaban, pero no notaron que Tatiana no estaba para nada divertida con lo que estaba pasando, en su rostro se podía notar su molestia. Sin embargo, no dijo nada esperando que sus amigos notaran su fastidio, pero al ver que estos no se enteraban de nada decidió hablar.

– No le veo la gracia –dijo con molestia pero manteniendo calmado su tono de voz –. ¿Por qué piensan que me terminaré alejando de ella?

– Es obvio. – Antonio la miró confundido, como si hubiera dicho una locura.

– ¿Es obvio? No entiendo, ¿a qué te refieres?

– Ya sabes, todos los que se han acercado a ella siempre terminan alejándose por su fría y cortante actitud –respondió Fernanda mientras le daba un sorbo a su jugo.

– Ese no será mi caso.

– Bueno, uno nunca sabe –dijo Camila –. Pero si en algún momento sientes que ya no puedes más con su fría personalidad, puedes dejarlo. Después de todo, solo te acercaste para que no se sienta sola, ¿verdad? Tú sueles hacer ese tipo de cosas. Así que si sientes que ya no puedes más con ella y decides alejarte, nadie te criticará por e-

– ¡NO ES ASÍ! –gritó Tatiana bastante molesta interrumpiendo a su amiga – ¡YO NO ME ACERQUÉ POR ESO! ¡ESTÁS EQUIVOCADA!

Todos los presentes en ese comedor comenzaron a dirigir su atención a la mesa donde se encontraba la ojimiel.

– Emily –prosiguió Tatiana luego de unos segundos, ahora con un tono de voz más calmado– no es como crees. No es una persona fría. Es cierto que es difícil entablar conversación con ella, y algunas veces parece distante y cortante. Pero…– hizo una leve pausa mientras recordaba la sonrisa de la ojiazul– si te quedas a su lado, puede llegar a ser muy, muy cálida.

Sus amigos se quedaron estupefactos ante lo que acababa de pasar. Era la primera vez en todo el tiempo que conocía a la castaña que la veían tan molesta y fastidiada. No sabían que hacer, solo estaban inmóviles mirándola fijamente.

– L-lo siento. –dijo Camila en un susurro casi inaudible.

Tatiana, a pesar de todo, pudo escucharlo, pero no respondió, no porque no quería, sino porque justo en ese momento sonó la campana anunciando el fin del almuerzo.

Mientras tanto, en la mansión de la familia Klett...

– Y ese es el caso –mencionó el señor Klett mientras posaba su mano derecha en el hombro de una mujer –. A partir de ahora ella será tu nueva madre.

Katy Ferrer, o bueno, ahora Katy Klett. Una mujer de 25 años, altura promedio, cabello largo y ondulado rubio (aunque se notaba que no era natural), ojos color verde y un cuerpo muy voluptuoso a decir verdad. Llevaba puesta una blusa roja descotada que dejaba a la vista gran parte de su pecho, una falda negra que ni le llegaba a las rodillas y unos tacones altos también rojos.

Emily la quedó observando, casi como examinándola; y al cabo de un rato su mirada se llenó con desprecio, uno que se aseguró disimular desviando la mirada.

– Otra vez una cualquiera. –susurró.

Para su desgracia, aquel susurro llegó a los oídos de su padre. Éste con solo tres largos pasos se clavó al frente de ella y, antes de que pudiera reaccionar, le estampó una cachetada en su mejilla derecha tan fuerte que le dobló la cara e hizo que cayera al piso, rompiéndole ligeramente el labio y dejando roja su mejilla.

– No quiero que te vuelvas a dirigir así a ella, ¿me entendiste? Tienes que tratarla con respeto –dijo autoritariamente con una pizca de amenaza en su voz –. Si me desobedeces, ya sabes lo que pasará.

– Sí padre. Lo siento. –contestó Emily aún en el suelo sintiéndose totalmente impotente.

– Eso espero. Ahora fuera de mi vista –se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la mujer, ésta le sonrió coqueta.

– Sí padre. –volvió a contestar automáticamente mientras se levantaba del suelo –. Con tu permiso, me retiro.           

Luego de una leve reverencia, Emily finalmente abandonó aquella sala. Caminó a paso rápido hacia su habitación y, luego de subir un par de escaleras y recorrer un largo pasillo, pudo llegar a su alcoba. Una vez ahí dentro cerró la puerta con ira pero sin llegar a tirarla y la aseguró. Se sentó sobre su cama y giró su cabeza hacia la mesa de noche que estaba al lado derecho, posando su mirada sobre una foto enmarcada.

– Quiero ser fuerte mamá, quiero serlo pero…–cortó su monólogo al sentir un nudo en la garganta y humedad en sus ojos– es difícil y duele.

Se tiró de lleno sobre su cama, abrazó una de sus almohadas y comenzó a llorar en silencio.

– Te extraño… –fue lo último que dijo antes de dedicarse completamente a dejar salir el dolor que había en su alma.

Mientras tanto en el colegio Nerethia Seal…

Tatiana se encontraba en su asiento mirando al pizarrón pero sin prestar atención a lo había escrito en él. Su mente estaba distante, sus pensamientos giraban en torno a los acontecimientos que se dieron hace tan solo una media hora y en cierta ojiazul que no estaba presente.

« ¿A dónde se fue? ¿Por qué no me dijo nada?», se preguntaba mentalmente. Desvió su mirada hasta el asiento vacío de la primera fila, no pudiendo evitar que un suspiro se escapara de sus labios. «Pensé…que finalmente nos estábamos acercando.»

Toda la clase de Aritmética Tatiana se la pasó divagando en su mente, ni siquiera intercambiaba bromas con sus amigos como era habitual en clase pues éstos no le habían dirigido la palabra desde que la campana había sonado.

«También tengo que arreglar las cosas con ellos.», se dijo a sí misma en la mente «Aunque ahorita no tengo ganas de pensar en el cómo lo haré.», estiró los brazos para luego acomodarlos sobre su carpeta y poder recostarse. «Además, ellos en primer lugar no debieron hablar así de Emily. Aunque creo que tampoco era razón para gritarles de esa forma… ¡Ahh! ¡Demonios! Que complicado es todo.», maldijo mientras se despeinaba el cabello casi queriendo que así una solución llegara a su cabeza. Al cabo de unos momentos así simplemente volvió a suspirar resignada, dejando ese asunto de lado para tratarlo más tarde. Posó su miel mirada en su profesor, el cual estaba explicando un problema en el pizarrón.

«Supongo que podría tomar notar y prestar atención para distraerme», se dijo mentalmente mientras abría su cuaderno «…o podría simplemente dormirme». Miró su cuaderno decidiendo si copiaba o dormía, pero justo antes de recostarse y dejarse estar en los brazos de Morfeo movió su cabeza de un lado a otro

«Haz algo productivo y toma nota Tatiana. Emily haría lo mismo», ante este último pensamiento una idea se le vino a la mente. «Y como ella no está, mañana yo le podría prestar mis apuntes. ¡Incluso se los podría explicar!», pensó sonriendo llena de entusiasmo. «¡Bien! ¡A prestar atención y tomar nota se ha dicho!».

Luego de unas dos horas muy matemáticas donde Tatiana se aseguraba de anotar cada fórmula y prestar atención a cada explicación de problema, finalmente sonó la campana indicando el fin del día escolar.  

Como era de esperarse, los alumnos salieron corriendo de sus salones rumbo a sus respectivos hogares, o a algún lugar para pasar el rato. Por su parte, Tatiana salía caminando tranquilamente estirando sus brazos y manos: realmente se había esmerado. Justo cuando estaba a punto de cruzar el gran portón para ir a su casa, ve a través de las rejas a sus amigos hablando y riendo entre ellos. Detuvo el paso y se les quedó mirando por un rato, debatiendo entre caminar hacia ellos o hacia la parada de autobuses; finalmente decantándose por última opción puesto que aún no sabía muy bien que decir para arreglar las cosas con sus amigos.

Lo que Tatiana no sabía es que, justo cuando se dio la vuelta para dirigirse al paradero, sus amigos dirigieron su mirada hacia ella, y en sus rostros se podía ver el mismo debate por el que pasó la ojimiel segundos atrás. Pero, al igual que ésta, simplemente suspiraron resignados.

Al parecer, ninguno de los bandos sabía muy bien cómo empezar a hacer las pases.

Después de su habitual recorrido, Tatiana finalmente llegó a su casa.

Subió hasta el quinto piso usando el ascensor y se dirigió hacia su departamento. Al entrar a éste, lo primero que hizo fue tirar su mochila al gran sofá de la sala. Luego se dirigió hacia la cocina, tomó una manzana para llevarla a su habitación y comerla, pero en medio de su trayecto se detuvo a observar un marco que estaba colgado en la pared, aquel mismo contenía una foto. La quedó observando un rato y al cabo de unos segundos sonrío melancólicamente.

– Ya llegué –susurró –. ¿Saben? Hoy fue algo duro, discutí con mis amigos y creo que están molestos conmigo. Y también una amiga se retiró temprano del colegio, pero no me dijo nada –agachó la mirada mientras que su mano derecha sobaba su nuca –. Creo que aún no confía del todo en mí.

Al terminar de hablar el silencio reinó, con solo la apenas audible respiración tranquila de la castaña. Luego de unos segundos volvió a levantar su mirada y posó sus mieles ojos sobre la foto y, casi inconscientemente, acarició el frío vidrio del marco con la punta de sus dedos. Inevitablemente, sus ojos se llenaron de lágrimas.

– Los extraño –volvió a susurrar, esta vez con los ojos al borde del llanto–. ¿Por qué? ¿Por qué tuvieron que irse? –preguntó a pesar de saber que no había nadie que le respondiera. Las lágrimas comenzaban a brotar de sus mieles ojos– Ustedes sabían… que odio estar sola.

Y así, tanto la ojimiel como la ojiazul, se encontraba luchando su propia batalla, tratando de sanar sus propias heridas y hacer que las cicatrices desaparezcan.

Pero lo que no sabían, es que estando solas, nunca lo lograrían.

Notas finales:

Cualquier duda, sugerencia y/o opinión pueden dejarla en los comentarios. Siempre es lindo leerlos<3 

No leemos de nuevo pronto, ¡Saludos! <3 


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