Tres años después…
—¿Oliver? —te llama un hombre alto, sonriente.
Se encuentra sentado contra la silla tras un escritorio, lentes ópticos y ojos grisáceos ocultos detrás. Postura relajada, bata blanca, impecable. Su cabello castaño peinado ordenadamente hacia atrás, y una voz tan calma, que haría a cualquiera ponerse a dormir.
Te toma algo de esfuerzo contestarle. Llevas tiempo sintiéndote algo lento, retardado.
—¿Sí?
—Estábamos hablando de porqué estás aquí—te explica el hombre nuevamente.
—Porque…
Él aguarda pacientemente a tu respuesta.
—¿Porque mis padres me trajeron? —respondes con tentativa.
—¿Y por qué te trajeron? —replica.
Silencio.
Niegas con la cabeza de lado a lado.
—Atentaste contra tu vida—responde el tipo, finalmente.
Ah. Era eso. Bajas la mirada hasta tus brazos y remangas tu polerón hasta la altura de tus codos. Dos grandes cicatrices reposan en vertical.
—¿Lo olvidaste todo nuevamente?
¿Qué fue lo que olvidaste?
El Doctor Fleming te cuenta la historia pausadamente, sin decir nada que pueda alterarte demasiado.
Después de ser secuestrado por casi dos años, te encontraron inconsciente en un bosque a las afueras la ciudad. La persona quien intentó asesinarte te dio por muerto, pero resulto que sólo perdiste la conciencia. Tuviste la suerte que hubiese un motel atravesando la carretera, y que un chico llamado Elliot detuviera el automóvil de una pareja para pedir ayuda. También fue una suerte que no acabaras con secuelas físicas. Bueno salvo por las que tu provocaste tiempo después.
Tus padres te recibieron como si fueras el primogénito de alguna profecía, pero ya era muy tarde. El hijo que habían perdido no regresaría jamás, y no les tomó más de un año para notarlo. Desde entonces te la pasas entrando y saliendo de este hospital psiquiátrico.
—Te espero en la sesión de la tarde.
***
No era tarde, afuera ya estaba oscureciendo. Tu rostro colisiona contra el escritorio en la oficina a la que fuiste citado, como todos los días a la misma hora. Ah, alguien jala tu cabello con tal fuerza, que no puedes despegar tu rostro de la superficie de madera. Esta persona jadea tras de ti, y entre susurros escapan insultos y órdenes. Y luego, ruido blanco.
—Buen chico —escuchas decir.
—Vincent—susurras entre gimoteos— más fuerte, Vincent.
Cuando acaba, él te besa en la frente asegurándote que te cuidará y que nunca va a dejarte. En este lugar estás a salvo, de un mundo que jamás va a comprenderte.
Su nombre es Vincent y tu nombre es Oliver.
Vincent está a cargo de tu vida ahora. Te entrega los medicamentos que necesitas y te recuerda los estrictos horarios que debes seguir. Te demuestra su amor siempre que puede y estás agradecido por ello. Estás agradecido por perdonarte, y por no dejarte morir en ese obtuso bosque. Incluso ahora te perdona de vez en vez; por tus coqueteos con otros pacientes o con la misma muerte. No puedes evitarlo, le explicas, especialmente cuando escuchas a Noah reprochándote todo lo que haces o dejas de hacer.
Fin.