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Por esta vez por Ramz

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Notas del capitulo:

En comparación con el primer capítulo, tengo la sensación que este es terriblemente corto. Tuve (o en su defecto, tengo) la oportunidad de añadir o acentuar más las acciones, aunque me autobloqueo debido a que no puedo escribir algo que no siento. O en su contrario me sale burdo, más de lo habitual. Pero como siempre sean bienvenidos, disfruten y sean libres de corregir o comentar. (°^°)

-Los ojos de los sagitarios siempre miran a un punto, la verdad. 

-Mi verdad... No apunta hacia lo más certero - Entrecerró los ojos mientras sus labios tomaban el suficiente aire, como si lo último que mencionara provocaría una desgracia, y tal vez lo hiciera. Extrañamente los sucesos, continuaron con asombrosa naturalidad durante el día. Para ellos lo que habían visto ayer, ya no existía hoy. - Ilias. Yo...  

No tardo el leonino en darse cuenta de una ciega verdad, oculta ante su juicio observó que su cuerpo bajo en una reprimida pose y la voz que, retenida en incoherentes palabras, transmitía modestia, pero aquellos ojos no aclamaban arrepentimiento sino tentación. Reprenderlo ya no era una alternativa pues, sobre la sombra que anteriormente existía la de un imprudente niño, existía ahora la de un hombre. Sería la primera vez, o quizás la última, que lo miraría con esa mutua forma.  

-Bien. Entonces, muéstramelo.   

Sísifo sin la menor demora captó la idea del mayor y un atisbo rosáceo pintó sobre su aperlada tez. Sus manos se estrujaron sobre sí, permitiendo adquirir valor para su cercanía. ¿Acaso le permitiría tomar las riendas sin rastro de quejas? ¿O cuál hubiese sido la conmoción que laceró enceguecida mente la sabia tranquilidad del corazón de Ilias? ¿La lástima o la indulgente alevosía por querer saciar su pequeño capricho... o error? 

Menguó la distancia, observando fijamente los cristalinos diamantes añiles que torturaban sus pensamientos. Poco a poco acrecentaba con mayor presencia el cosmos energía tan característico de su constelación, electrizante y fugaz. No solamente aquello le concedió la osadía de cruzar esas perfectas líneas que conformaban unos curiosos labios, además, Ilias no tardó en responderle con un ligero movimiento de escasa duración, cuyo bondadoso toque robaron la inocencia del ingenuo Sísifo.  

No solo sabía él, cuán errado iba a estar una vez entrelazara un profundo afecto más allá del vástago de lo intolerable, fue su consanguíneo, como un fortuito cómplice, quien terminó de entrecerrar el crudo golpe de la realidad; realidad que no podría prometerle. Fue entonces que sus pies redirigieron sus pasos y marcharon a un errante destino, al no querer ni permitir manchar la heroica imagen de su hermano mayor. Y a pesar del duro desconcierto, Ilias se petrificó en su sitio. No osó en aventurarse a perseguir al pequeño, quien corría con sus fuerzas restantes, y en su angustia, verlo marcharse a la distancia. 

 

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Apreciaba el maravilloso paisaje nocturno como un fiel retrato de las deidades griegas que provocan vaga sugestión entre las nimiedades antiguas. Era una contable excepción que le provocará una entusiasta euforia ante la curiosidad desprovista de miedo. Sus pasos, los cuales habían estado recorriendo el pueblo lejano de Rodorio, sabían en vano que no podrían escapar de la mirada y presencia por el que sus ojos lamentaban haber visto. Era entonces inútil cualquier manera de evasión. En consecuencia, su próximo destino eran los doces templos; con Aries y Tauro vacíos llegó con excesiva facilidad al tercero.  

Al querer cruzar la casa de géminis, los dos dueños se hallaban entrelazados por un abrazo en la acampanada oscuridad del lugar, cuyo apego se dejó de ver una vez puesto pies adentro y las risitas audibles que acompañaban el ambiente; una más aguda que la otra, callaron. Ambos se vieron evidentemente apenados, sin embargo, no fue lo suficiente para soltar el agarre de sus manos ni menguar la peligrosa cercanía entre ellos.  

-Aspros. Deuteros. - Saludó con relativa tranquilidad 

- ¡Sísifo! - Con impactante brillo en los ojos Aspros le devolvió el saludo con una vanagloriada sonrisa que solía regalarle. En contraste de su hermano, ajeno a su conversación solo se limitó a observar con recelo. 

Pensar que alguna vez el gemelo mayor le pareció atractivo es pensar que nunca tuvo la codiciada oportunidad de conocer a Deuteros en carne y hueso; de fornida musculatura, acanelada tez y expresiones duras. Aspros, compañero y amigo, cuya infancia destacaba por su valía, se llegaba a estimar tierna. Al contrario que, aquel cosmos de agresiva apariencia poseía un ápice indistinguible que a la vista del inexperto hombre, se mostraba de brusco estima y frío temor. Era inequívoco pensar que un espectro podía equiparar el maligno cosmos de Deuteros sin detenerse a observar que la violenta apariencia como fue pintada, era falsa. 

-Deuteros saluda -Le expresó su hermano, dirigiéndose en un intercambio de miradas, acompañado con una sonrisa o un tierno gesto; efecto que hizo posible dejar ver un débil ademán, señal de saludo.  

-Es un placer Deuteros.  

-Deberías de ser menos tímido - Le replicó a su gemelo con un apretón sobre su nariz, que hizo apartarlo del torso de Aspros visiblemente molesto. Bajo la atenta mirada del sagitariano pensó si era ese el único y exclusivo cariño que debían profesarse los hermanos. Era entonces su error, su culpa fantasear con recorrer cada centímetro de la piel de Ilias o volver a probar la emotiva sensación de colocar sus labios sobre los suyos.  

- ¿Sísifo? - El comentario inmiscuyó sobre su monólogo interior. 

- ¿Ah? Lo siento Aspros, solo venía de paso. Tengo que irme.  

-Eres siempre bienvenido.  

Las amplias áreas de los templos se oscurecían más de lo usual a medida que avanzaba, sin embargo, continuaba caminando hacia su principal objeto de reposo. Colocó un pie en el marco del templo y ascendió su mirada por inercia. El templo de Leo. Al entrar nadie habitaba el lugar, o al menos en eso creyó.  

Fue cruzando con deliberada confianza hasta que, invadido por la extraña sensación de ser perseguido u observado, se detuvo en seco al percatarse del par de celestes orbes quien le miraba con sobrio semblante desde las sombras.  

El hombre de acentuada mirada marina, acercándose en paso firme y estruendoso, le fue acorralando sobre la pared. Le asaltó finalmente, la horrible idea de ver cómo en Ilias le hubiera dominado el odio y rencor cual hombre de armas le abordará la venganza y en su cometido, le llevará a su propia deriva. ¿Acaso estaba ante la presencia del temible enojo del león? Se equivocaba. 


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